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La connotación de un nombre
The connotation of a name
Entretextos, vol. 16, núm. 31, pp. 155-161, 2022
Universidad de La Guajira

Pinceladas regionales

Entretextos
Universidad de La Guajira, Colombia
ISSN: 0123-9333
ISSN-e: 2805-6159
Periodicidad: Semestral
vol. 16, núm. 31, 2022

Recepción: 15 Agosto 2022

Aprobación: 10 Noviembre 2022

Se prohíbe uso comercial.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Resumen: Nombrar es conjurar. A través del nombre la conciencia individual cree integrarse al universo, o al menos, cree integrarse a la universalidad que dinamiza la imaginación. La identidad y el nombre en la persona, si se sostienen en su unidad interior, son uno solo e indisolubles. Tal como ocurrió con la identidad y el Nombre de Jesús, que, por siempre, identidad y Nombre, se corresponden mutuamente.

Nombrar es conjurar. A través del nombre la conciencia individual cree integrarse al universo, o al menos, cree integrarse a la universalidad que dinamiza la imaginación. La identidad y el nombre en la persona, si se sostienen en su unidad interior, son uno solo e indisolubles. Tal como ocurrió con la identidad y el Nombre de Jesús, que, por siempre, identidad y Nombre, se corresponden mutuamente. El nombre de Jesús (Yeosshua, en hebreo), significa «Dios salva». Su misión es la de librar al hombre del pecado y su esencia será obrar la salvación de la humanidad en Dios. En su vida terrena Jesús convirtió su Nombre «en el sello de sus acciones».

La revelación que recibió José: «Le pondrás por nombre Jesús» (Lucas: 1, 31), «porque el salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo: 1, 21), aclara la razón del Nombre de Jesús, brindándole la conciencia de actuar de manera coherente e integra, para llevar la verdad y la libertad a cuantos se acercan a Él en busca de Dios; permitiéndole, además, ser el Hombre de la identidad plena. Dios también lo ungió concediéndole «el Nombre que sobrepasa todo nombre, de modo qué al oír ese Nombre, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el infierno, y toda boca reconozca, para gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor (Cartas del apóstol San Pablo a los Filipenses: 2. 6-11).

El nombre propio posee una imantación semántica donde convergen múltiples significaciones, incluyendo, además, en su descripción, el mundo interior de cada persona. De allí que el nombre se ponga para acercar al nominado a un arquetipo. Aunque la influencia de cualquier nombre puede estar inscrita, como todas las demás reglas, en las consecuencias de las excepciones. Puede suceder, entonces, que el nombre no tenga ningún parecido con el nombrado: «Tenía cara de llamarse Roberto, pero se llamaba José», apúntala Gabriel García Márquez en un texto titulado «Hay que parecerse al nombre» y publicado en El Heraldo, en su columna La Jirafa. No obstante, el carecer de un nombre si es seguro que intensifica y acumula las carencias del querer ser, rebajando al individuo de cualquier elevación superior; porque es el nombre el que invita y habilita los deseos de ganar espacios que interiorizan ganancias hacia lo elevado, espacios que realmente armonizan con la inclusión.

En el Antiguo Testamento todos los nombres tienen un significado. Así, el nombre de Adán significa: Hijo de la tierra. El de Abraham: Padre de los creyentes. El de José: El que crece, el de Isaac: Risa. El de Jehová, El Señor: (“Jehová-tsebaoth”, traduce: El Señor de los ejércitos). En la cultura judaica el nombre revelaba el carácter y la personalidad de quien lo llevaba. El nombre de Jacob, hombre astuto y sospechoso, quería decir: El que se agarró del calcañar. Conocer el nombre era y es aún, conocer algo significativo de él.

El nombre es un polo positivo que cuando coyunta con el existir busca a través de los intersticios de las excelentes cualidades, la comunicación con las alturas del cielo. El nombre ayuda a apropiarse de lo deseado en el máximo umbral del bien. Desde esa perspectiva, el nombre siempre remitirá hacia lo superior:

«YO SOY EL QUE SOY», tal como se lo reveló Dios a Moisés al preguntarle a Yahvé quién era. «Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros» (Éxodo: 3. 14). Con lo dicho, Dios dejó dicho para todos los tiempos que Él es y será el Único. Lo demás, es lo que es el nombre; en consecuencia, esa tarea se la dejó Dios al hombre: «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; más para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras este dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue formada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis: 2. 18-24).

Tal vez por ello, cuando se menciona al hombre, allí también está implícita la mujer. Hombre y mujer son “una sola carne”, con diferentes géneros: Varón para uno, Varona para la otra. (Por favor, donde dice Varona, léase: «Eva», que en hebreo significa: «vivir», así que la misión de «Eva» es dar vida, ser madre de los vivientes).

El nombre hace la diferencia sólo cuando denomina a alguien; puesto que el individuo es lo que el nombre tiene como pedestal en el tamaño de su destino; por consiguiente, el nombre es en el ser humano uno de sus significantes mayores: el nombre traslada a la persona sus equivalentes patronímicos. El nombre es el punto de partida que une el sujeto del ser a la “persona”. El ser humano, sin el nombre de origen, queda desacralizado, discontinuo. El individuo vuelve a estar en el mundo con sus «orígenes todavía no diferenciados».

Aunque el nombre de origen puede ser cambiado sin constreñir las cualidades del ser. Por ejemplo, Dios cambio el nombre a algunos hombres para su honra y gloria; entre ellos, a Abram por Abraham. El nombre Abram significa: Padre exaltado. El de Abraham: Padre de los creyentes o Padre de muchedumbre de gentes. De hecho, es mejor ser padre de muchedumbre de gentes o de los creyentes, que ser padre exaltado. En el libro de Rut, igual nos enteramos que Noemí «Placentera, Deleitosa, en hebreo», pidió a sus amigas que la llamaran Mara «Amarga, en la misma lengua», porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso (Rut: 1, 20), anunciaba de regreso a su tierra. Noemí había perdido a su esposo y sus dos hijos varones. Paulo de Tarso es reconocido en la Biblia como el apóstol Pablo. Y en la literatura el poeta más grande de la palabra terrígena cambió su nombre de origen: Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, por el de Pablo Neruda, y como el santo apóstol, irrigó su verbo por todo el mundo.

Al respecto, Gabriel García Márquez nos brinda otro ejemplo de la connotación de un nombre al ser cambiado. En su magnífico cuento «El ahogado más hermoso del mundo». El ahogado es nadie hasta que es nombrado. Llegado quién sabe de qué remoto paraje, ningún habitante del pueblo conoce su nombre. «Tiene cara de llamarse Esteban», dice una anciana «que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión», y desde entonces y por siempre el ahogado es Esteban: «A la mayoría le bastó con verlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre». Y con Esteban, en el pueblo todo se magnifica, todo se engrandece, se vuelve mágico. Esteban, es un protohombre, un elegido, un ser con poderes superiores (Hechos: 6: 8), cuyo nombre, del griego “Stephános”, cobra el sentido de corona, diadema, guirnalda, círculo, victoria, gloria, ejerciendo con ello un influjo sobre los demás hombres. «Fue así como le hicieron los funerales más esplendidos que podían concebirse para un ahogado expósito». Y aunque la historia narrada por Gabriel García Márquez este inmersa en la ficción, el nombre de Esteban es real y lo portó con toda su grandeza un protohombre. El primero que dio testimonio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

El rey Salomón, el hombre más sabio de la humanidad escribió sobre el nombre en los siguientes términos: «De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas». (Proverbios: 22.1). Sirva esta estima de Salomón al buen nombre para confrontar el nombre de Gabriel José de la Concordia, al debate que suscitó la aparición de su biografía (Gabriel García Márquez. Una vida. Bogotá, D. C., Random Mondadori, S. A.), escrita por el inglés Gerald Martín. En el libro, el padre de nuestro Nobel de Literatura, aparece como un holgazán de origen ilegítimo, con hermanos y sobrinos “ilegítimos” y “salvajes” (pág. 88), lo que ha sido desmentido con holgada documentación por los estudiosos de la vida de Don Eligio García Martínez, el telegrafista nacido en Since (Sucre) y que ejerció su profesión en Aracataca (Magdalena) y Riohacha (La Guajira). Y es que el nombre del padre de un Premio Nobel, no puede quedar tirado por ahí como ropa sucia, y mucho menos, si su hijo lleva el sugestivo nombre de Gabriel «el que anuncia», José «el que crece» de la Concordia «el de la armonía». Un buen nombre que le brinda muchos anuncios de crecimientos en estimas y concordia no solo a su progenitor, sino a toda su parentela de padre y madre.

Tomemos el argumento de la siguiente historia para darle connotación al nombre de Alejandro, siguiendo luego (perdón estimado lector), con los dos que a mí como persona me pertenecen y con ellos, a todos los que ostenten el nombre de Víctor o Alfredo…

Por la rudeza en la contienda y la inclemencia del clima, un joven soldado abandonó el frente de batalla. Presentado ante el gran conquistador Alejandro Magno como desertor, el más grande entre los guerreros preguntó al soldado:

-¿Cómo te llamas?

-Mi nombre, señor, es Alejandro –asustado y tembloroso, respondió el apresado.

-Cambia entonces tu comportamiento o cambia tu nombre –a gritos e irritado, le replicó el magnánimo jefe.

Una persona que lleve el nombre de Víctor reflejará una inteligencia despierta, viva y despejada. Metódico hasta el mimetismo. Firme en sus propósitos. Su tenacidad, ambición y fuerza, sobrepasarán todas las barreras. Siempre estará en busca del éxito y el progreso material. Sueña con llevar a cabo proyectos grandes y casi siempre los realizará exitosamente, porque es trabajador incansable que no para hasta completar lo que inicia. Tiene un temperamento fuerte y a veces agresivo. Pero es persona sincera y honesta. Es muy radical en sus decisiones. Tiene sangre fría ante el peligro y frente a cualquier situación. En la expresión del rostro se notará la alegría y la buena energía que refleja todo su ser. Por eso, como lo confirmó el prolífico escritor francés Víctor Hugo, no cualquiera debería llamarse Víctor.

En alguien que se llame Alfredo, nombre que tiene su origen en el alemán ald, viejo, friedu, friede, paz, seguridad, encontraremos a un individuo creativo, calmoso, reflexivo, pero testarudo. Sus resoluciones las realiza hasta las últimas consecuencias. Es amoroso, pero dubitativo para elegir pareja. Sin ser vanidoso, de manera inconsciente, muestra desprecio por sus semejantes.

Claro está que no importa cuántos Víctor y cuántos Alfredo existan en el mundo; cuánta equivalencia en igualdad de significado y valores posean en sus nombres; porque cada Víctor y cada Alfredo, tendrá en su nombre una vibración específica y única, puesto que toda manera de ser y actuar, está ligada con el entorno y con los seres con quienes se interactúa.

Ahora bien, todo nombre debe ir precedido de unos apellidos. Treinta y dos, según estima el gran escritor argentino Jorge Luis Borges (y a Borges hay que creerle), aflorarían en su sumatoria. Sin dudas, varios de esos apellidos no serán genéticos, sino que se equiparán a la persona por herencia cultural; puesto que, una o varias de las matronas que debieron darnos algunos de aquellos apellidos, tuvieron en sus vidas algún desliz, sostiene el mismo Borges. Entonces, no se afane nadie en insultar a otro por cualquiera de los apellidos que ostenta en la precedencia del nombre o por cualesquiera de aquellos que no aparecen enumerados después de nombrar a alguien. Cuídese sí, de que en los primeros cuatro que identifican a la persona no haya un regicida o criminal; un cleptómano, randa o ladrón que ostente uno solo de aquellos, porque ahí si hay una afrenta o denuesto; así el asesino o ladrón sea un pariente lejano; pongamos por caso: un primo en tercer grado.

No obstante, al pertenecer nuestra comunidad a una cultura matrilineal, algunos creerán y sostendrán qué para ellos se hace más vergonzoso una infidelidad que un crimen, sin importar qué de dicho crimen, sea una mujer la víctima. Ufanémonos, entonces, de poseer unos apellidos enaltecidos con las más excelsas virtudes, próvidos en mayúsculas grandezas superiores, para que sean arras y fianzas seguras de la connotación del nombre.

La denotación de un apodo

La denotación del apodo debe transferir defectos físicos o de alguna otra circunstancia negativa a las personas que los padecen. Si no ocurre de tal forma, no hay apodo. El apodo viene a ser como el chisme. Si lo connotado del chisme no produce daño, tal chisme es un engaño; no existe. El apodo señala defectos, características negativas propias del apodado. El apodo se convierte en señal, marca o rótulo de distinción del individuo que lo lleva. La más de las veces el apodo acompleja, conturbando el ánimo del apodado. Y lo más terrible: el apodo se hace imborrable hasta siempre. Luego de ser marcada la persona con un apodo, jamás se podrá quitar esa impronta.

Lo anterior confirma que en la denotación de todo apodo hay maledicencia y maleficencia. Claro está que existen otras formas de nominar que no poseen las dos cualidades negativas anteriormente enumeradas y que muchos confunden con el apodo. Veamos como las define el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española .DRAE, vigésima segunda edición. 2001):

Nombre. (del latín nomen, -ínis). m. Palabra que designa o identifica seres animados o inanimados. Nombre propio (Tomo7).

Sobrenombre. m. nombre que se añade a veces al apellido para distinguir a dos personas que tienen el mismo. Nombre calificativo con que se distingue especialmente a una persona (Tomo 9).

Mote. m. Sobrenombre que se da a una persona por una cualidad o condición suya (Tomo 7).

Hipocorístico (del griego acariciador) adj. Gram. Dicho de un nombre: Que, en forma diminutiva, abreviada o infantil, se usa como designación cariñosa, familiar o eufemística (Tomo 6).

Remoquete. (De remoque). Nombre dado a una persona (Tomo 9).

Alias. (Del latín Alías). Por otro nombre (Tomo 1).

Apodo: (de apodar). m. Nombre que suele darse a una persona, tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia (Tomo 2).

Ahora bien, el origen del apodo (del latín apositum, aditamento, epíteto; de apponere, aplicar, añadir), es tan antiguo como la humanidad misma, siendo una práctica de nominación en todos los pueblos del universo. Mas no por ello se debe aceptar como dice la frase coloquial, de buenas a primera. Existen muchas objeciones para que así sea. En primer término, el apodo jamás dejará de ser motivado; puesto que el apodador siempre encontrará algún motivo para ponerlo. Sumado a la circunstancia en que se produce, el apodo estará cargado de humor, rencor, ironía, envidia, sarcasmo o grosería, y no todas las personas están dispuestas en sus ánimos de aceptarlo en cualquiera de estos casos. Dependiendo, incluso de quien lo origina. El origen del apodo casi siempre parte del más poderoso hacia el más débil. Nunca se aceptará un apodo recibido de un apocado.

Por lo general, los apodadores, desahogan sus perversas emociones vengativas contra los que reciben el apodo. Por eso, en el apodo se observará la ira, el rencor, el desdén, la envidia, que el apodador siente por el apodo. De allí que, en los epítetos signados por alguien a otros, se muestre, también en sus denotaciones, el espíritu del creador de dichos apodos. Es asombroso el tino con que el apodador selecciona lo esencial de su víctima para relacionarla con algún objeto o cualquier elemento que posea unas muy profundas características con el apodo elegido. Si así ocurre, el apodado quedará ridiculizado, burlado y humillado; mostrándose, además, con ello, la maledicencia y la maleficencia de las bajas pasiones del apodador.

Por ejemplo, cómo no van a quedar retratadas la maledicencia y la maleficencia en una señora cuyo bello nombre fue cambiado por el apodo de Culoemapa (tiene un lunar con forma de mapa, observado en uno de sus glúteos cuando apenas era niña); o, en dos señoras hermanas que al fallecer sus esposos en distintas circunstancias fueron apodadas Las pan sala’os. A una mujer de aquí, desde niña la apodaron La Piona (se le escaparon unas ventosidades ante sus compañeras de escuela y por ello, no terminó ni la primaria); a la de ahí, le pusieron La punto y coma (cojea de la pierna izquierda); a otra de allí, le indilgaron La culipronta (se acuesta con el primero que se le atraviese); a alguien de acá, la tildaron Virgojecho (era bastante mayor y se conservaba señorita) y, a aquella de acullá, la llamaron Pollarronca (por la ronquera al hablar). A este lo apalearon con el apodo de El perro, a ese lo asimilaron con El sapo, a aquel, lo apadrinaron Peito y al otro Cagueta.

Los apodos deben describir. Deben evocar en quienes los escucha la imagen de lo que encarnan. Quizás por eso, la comparación sea su recurso más eficaz. En el apodo no hay creación. Cuando mucho, se emplean eufemismos, se utilizan rodeos, se hacen perífrasis para suavizar las imágenes que le dan forma al apodo. «En vez de formar un nombre nuevo, con mucha frecuencia se aplica a los objetos el nombre de otro objeto conocido que tiene relación con el que se trata de nombrar» (Restrepo, 1974, p. 64). Al apodador no le interesa ser creativo, su exclusivo interés radica en buscar en el apodado una reacción negativa por el estigma recibido. Si lo logra, ha alcanzado su objetivo: burlarse de los otros.

Aún más, existen apodos que no poseen, en absoluto, ninguna característica con el apodado, puesto que en el apodo no queda establecido ningún vínculo con un defecto o vicio que se destaque en el sujeto que lo recibe. No obstante, su designación queda marcada para siempre en el nominado. Sucede que a alguien le digan Loco y éste sea más cuerdo que el que así lo nombra.

Para finalizar, permítaseme aquí, amigo lector, poner otro ejemplo de ficción (no se desea ofender a alguien más poniendo ejemplos de apodos de la vida real).

En San Tropel eterno, novela de la escritora guajira Ketty Cuello de Lizarazo, donde sin agotar los apodos que allí aparecen y sin ser personajes definidos dentro de la trama de la novela, están los apodos del Cuco, El Cucalón, El Pelao, El Pingue. En cambio, a las hermanas Rodríguez, que son personajes caracterizados en dicha historia, por no guardar un luto riguroso cuando se les moría algún pariente, a alguien se le dio por apodarlas Las Kennedys (p. 55). Apodo que llevaron por siempre. En la página 59, en una conversación entre don Armando Gutiérrez (hombre de las primeras generaciones de San Tropel) y su compadre Alberto, nos enteramos que al primero le apodan Hitler, debido a su mal carácter.

Tratando de enseñar valores a sus coterráneos (San Tropel es San Juan del Cesar), don Armando…

Nunca supo a qué hora perdió el sentido del humor, ni en qué momento le dio por cambiar el mundo, si el mundo nunca sería como debía ser y lo único que había logrado era crearse fama de viejo inaguantable a quien algún gracioso había apodado Hitler.

A alguien que se le apode Hitler se le ofende. Sobre todo, si la personalidad del apodado, no coincide con la del siniestro personaje alemán. Y si el mundo nunca es como debe ser; sería mejor, de seguro que sería mejor, si a los seres humanaos se les connotara con el nombre y no se le denotara, en cambio, con un apodo.

¡Conserva la excelsitud de tu nombre, no la esclavitud de un apodo!



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