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“El Primer Grito de Independencia” en los ensayos históricos de Francisco Gavidia: la invención de un mito fundacional de la “nación salvadoreña”1
“The First Cry of Independence” in the Historical Essays of Francisco Gavidia: The Invention of a Foundational Myth of the “Salvadoran Nation”
Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 164, pp. 39-88, 2024
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

Ensayo

Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador
ISSN: 1991-3516
ISSN-e: 2520-0526
Periodicidad: Semestral
núm. 164, 2024

Recepción: 15 Enero 2024

Aprobación: 19 Abril 2024


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

Resumen: En 1911 se celebraron con gran suntuosidad las fiestas del centenario de los movimientos políticos registrados en la Intendencia de San Salvador en 1811. Las conmemoraciones-celebraciones de 1911 fueron parte de un conjunto de ritos, símbolos, efemérides, monumentos, lugares de memoria cívica que el Estado necesitaba inventar para inculcar en la población sentimientos hacia la patria. Para lograrlo había que crear, también, un relato basado en hechos históricos que se convirtiera en un canon y que les diera soporte a las invenciones nacionalistas. Para ello, en 1912 el presidente de la República Manuel Enrique Araujo encomendó a tres intelectuales la escritura de una historia oficial. A Francisco Gavidia se le pidió que escribiera lo relativo a la independencia de El Salvador. El resultado de aquella solicitud fue la publicación del libro Historia Moderna de El Salvador. En dicho libro Gavidia incluyó dos capítulos sobre lo que se denominó “Primer Grito de Independencia”. Así, los movimientos de 1811 se convirtieron en uno de los mitos fundacionales de la nación salvadoreña. Junto a la fecha —5 de noviembre—, se creó el mito del prócer / héroe / padre de la patria José Matías Delgado. El tercer eslabón del mito fue el campanario de la Iglesia La Merced. De este modo, el relato para crear una “cuna de la patria” estaba resuelto. Junto a Gavidia otros intelectuales completaron aquella empresa. Analizar el contexto de invención de “El Primer Grito de Independencia” es el objetivo del presente trabajo.

Palabras clave: El Salvador, Historia, Gavidia, Francisco (1864-1955), Historiografía, Mitos, Nación.

Abstract: In 1911, the centenary festivities of the political movements that took place in the Municipality of San Salvador in 1811 were celebrated with great sumptuousness. The commemorations-celebrations of 1911 were part of a set of rites, symbols, anniversaries, monuments, places of civic memory that the Salvadoran State needed to invent in order to instill feelings towards the country in the population. To achieve this, it was also necessary to create a history based on historical facts that would become a canon and give support to nationalist inventions. To pursue this, in 1912 the President of the Republic Manuel Enrique Araujo commissioned three intellectuals to write an official history. Francisco Gavidia was asked to write about the independence of El Salvador. The result of that request was the publication of the book Modern History of El Salvador. In this book, Gavidia included two chapters on what was called “First Cry of Independence.” Thus, the movements of 1811 became one of the founding myths of the Salvadoran nation. Along with the date —November 5—, the myth of the hero / father of the country José Matías Delgado was created. The third link in the myth was the bell tower of the La Merced Church. In this way, the story to create a “cradle of the country” was resolved. Along with Gavidia, other intellectuals completed that company. This work intends to analyze the context of the invention of “The First Cry of Independence”.

Keywords: El Salvador, History, Gavidia, Francisco (1864-1955), Historiography, Myths, Nations.

El pasado legitima. Cuando el presente tiene poco que celebrar, el pasado proporciona un trasfondo más glorioso.

Eric Hobsbawn3

La existencia de una historia nacional es para la nación una necesidad ontológica. Sin historia no hay nación.

Tomás Pérez Vejo4

Introducción

El año 2011, por medio de un decreto de la Asamblea Legislativa de El Salvador, se declaró como “Año del Bicentenario del Primer Grito de Independencia de Centroamérica”5. En el decreto se sostuvo que el 5 de noviembre de 2011 se conmemoraba “el bicentenario de una de las gestas heroicas de gran relevancia en el proceso de independencia.”6 En el segundo considerando del referido decreto se subrayó que la “gesta heroica” se había mantenido “en el calendario cívico como un hecho trascendente y se le recuerda como el ʻPrimer Grito de Independencia de Centroamérica’, el cual tuvo lugar en San Salvador el 5 de noviembre de 1811 y fue ejemplo para muchas naciones latinoamericanas.”7

Los énfasis del acontecimiento histórico fueron acompañados de otras frases fastuosas. Así, lo que se conmemoraba en 2011 no solo se trataba de una “gesta heroica” y de “un ejemplo para Centroamérica”, sino que también había servido “de inspiración” para “mantener el fervor cívico y la identidad de los pueblos de Centroamérica”. Sin embargo, en el mencionado decreto también se dejó claro el problemático proceso de búsqueda de una identidad nacional propia. En efecto, se afirmó que aún seguía vivo el anhelo de los pueblos centroamericanos “de volver a sus raíces y aunar esfuerzos para consolidarse como una sola nación.”8

El problema de la construcción de una nación y de una identidad nacional surgió en El Salvador en el siglo XIX. Una vez dividida la República Federal de Centroamérica, a finales de la década de 1830, los jóvenes Estados comenzaron a generar, a su manera, distintos procesos de apropiación de su pasado para enrumbarse en los rieles de lo que en aquellos tiempos se entendía como modernización y progreso. A finales de aquel siglo, la consolidación de un proyecto estatal, acompañado de la economía de mercado centrada en la producción y exportación de café, también necesitaba de agentes culturales que le permitieran a la sociedad rendirle tributo a aquella entidad política que había comenzado a desplazar a la Iglesia católica de los espacios de poder estatal y de la administración de la vida pública. Es así como se comienzan a establecer discursivamente sentimientos hacia “la patria” y hacia los hombres que participaron en los procesos que condujeron a las independencias de las provincias del istmo.

En este contexto de agroexportación, secularización y transformación estatal, se producen narrativas sobre la historia nacional y centroamericana que, como afirma Carlos Gregorio López Bernal, constituirán un “canon historiográfico liberal-nacionalista.”9 El objetivo de este trabajo es interpretar cómo los discursos en torno a los sucesos de 1811 fueron parte de ese canon historiográfico. En específico se analizan los ensayos históricos de Francisco Gavidia sobre la independencia y los próceres, y lo que también escribió sobre “El Primer Grito de Independencia”. Se problematiza esta producción historiográfica y su relevancia en la construcción de una idea de “nación salvadoreña”. El propósito es, en ese sentido, examinar los textos en su contexto de producción.

Evidentemente se requiere un esfuerzo mayor para analizar con integridad los ensayos históricos de Gavidia; sin embargo, examinar sus planteamientos en torno al problema de la independencia y, en concreto, de los sucesos de 1811, permite una aproximación a una arista de su pensamiento y observar cómo este pasado es utilizado políticamente para construir la idea de una nación propia, anclada en hechos gloriosos, héroes patricios, “hombre valientes”, y grandilocuencias discursivas con abundancia retórica. Lo central, entonces, es observar cómo se construye y establece un mito fundacional de una nación, cuáles son las estrategias discursivas y quiénes son sus mecenas, en qué contexto se producen y en alteridad o adhesión con cuáles grupos sociales o con cuáles corrientes de pensamiento.

Algunas de las interrogantes que dinamizan este trabajo, y que se pretenden discutir o responder, son las siguientes: ¿Cuáles son las redes intelectuales de Gavidia? ¿En cuáles medios de comunicación impresos publicó sus ensayos? ¿Cómo se construye un mito fundacional? ¿En qué contexto histórico se producen y en alteridad o adhesión con cuáles grupos sociales o con cuáles corrientes de pensamiento? ¿Cuáles son las estrategias discursivas? ¿Quiénes patrocinan o acuerpan estas estrategias? ¿Con qué objetivos se establecen estos mitos? ¿A quiénes exalta Gavidia en su discurso? ¿A indios, criollos, mulatos? ¿Por qué? ¿Quiénes son sus “personajes” históricos? ¿Qué hechos destaca? ¿Por qué este autor posiciona el discurso de la independencia? ¿Por qué se les otorga preeminencia a los hechos de 1811? ¿Por qué son relevantes? ¿Qué se sostiene en el ensayo sobre el "Primer Grito de Independencia" publicado en el libro Historia Moderna de El Salvador?

Para este trabajo, por “mito fundacional” entenderemos que es “aquel relato o narración construido como arma historiográfica, cultural, educativa e ideológica.”10 Siguiendo a Óscar Linares, y citando a Tomás Pérez Vejo, estos mitos fundacionales dan paso a “relatos canónicos”11 que se constituyen en las plataformas discursivas que coadyuvan a la creación de lo que Benedict Anderson llama “comunidad política imaginada;”12 es decir, a naciones que se inventan porque no existen y que se imaginan “limitadas y soberanas”, pues tienen un espacio territorial propio con fronteras que las distinguen de otras “naciones”. El concepto de nación ha sobrevivido al paso de los siglos. Los conceptos de progreso y de modernización, en cambio, se quedaron anclados en el siglo XIX. En un mundo globalizado incluso aparece en discusión el concepto de soberanía, pero sobrevive la aspiración de la “nación”, en construcción y en alteridad con los “otros”, entre un “nosotros” y un “ellos”, que se basa en relatos repetidos hasta la actualidad en discursos o decretos estatales, en cierta historiografía y en textos escolares.13

La construcción de las naciones, en las postrimerías del siglo XIX, están también relacionadas con las tradiciones inventadas. Al respecto, Eric Hobsbawm sostiene que las tradiciones inventadas son “un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado.”14 Es decir, junto a los relatos patrióticos en los que se describe o interpreta el pasado para presentarlo como heroico y digno de celebración-conmemoración aparecen otras herramientas de poder15 para enraizar en las mentes de los nuevos “ciudadanos”, a través de los medios de comunicación impresos y de los textos escolares y oficiales, una “verdad”, un culto a la entidad política en construcción: el Estado-nación. El culto se traslada al Estado para inventar la nación. Aparecen, entonces, los rituales cívicos, que tendrán mucho de religiosos en tanto que rituales, y que servirán para crear la adhesión a la nueva institución política.

En la historiografía, las contribuciones de Gavidia a la comprensión de los procesos históricos han sido destacados por contener una función “fundamentalmente cívica”, en el contexto de la “construcción del Estado-Nación salvadoreño” y de la “construcción de la ciudadanía.”16 La problematización de esta investigación se centrará en analizar la pretensión de Gavidia en construir una identidad nacional a partir del relato histórico, sobre todo en lo referido a la independencia de Centroamérica. Las posturas de Gavidia en torno a la independencia dan cuenta de un proyecto de creación de una nación a través de la exaltación de ciertos sucesos que reconfiguraron la vida de los pueblos americanos a principios del siglo XIX. Sin embargo, más allá del análisis que sugiere que Gavidia escribió una historia de bronce al establecer un panteón de héroes y hechos patrióticos, lo que se pretende con este trabajo es analizar por qué se producían esos discursos en el contexto de la invención de la nación hacia finales del siglo XIX e inicios del XX.

Como se colige de lo anterior, las fuentes consultadas serán, primordialmente, los medios impresos en los que Gavidia publicó sus ensayos. Se trata de revistas, periódicos y libros que se difundieron en El Salvador en el paso de los siglos XIX al XX. También se mantiene un diálogo con los autores que han analizado la obra de Gavidia, así como con aportes teóricos, como los antes mencionados, que ofrecen un corpus para interrogar e interpretar las fuentes.

Para abordar estas distintas problemáticas, el presente trabajo se ha dividido en tres apartados. En el primero se expone el mundo intelectual con el que Gavidia se relacionó; es decir, se presenta una caracterización de sus redes intelectuales y se resaltan las diversas publicaciones en las que él escribió. En este apartado interesa exponer quiénes se vinculaban con Gavidia y en cuáles medios se publicaban sus escritos. En el segundo apartado se estudian los discursos y ensayos con contenido histórico que Gavidia difundió en periódicos, revistas o eventos patrióticos. Se destacan, a su vez, algunos textos que repitieron o compartieron los planteamientos de Gavidia sobre los próceres o la independencia. Finalmente, en el tercer apartado, se hace un análisis del libro Historia Moderna de El Salvador, el cual fue el resultado de un decreto por medio del cual Manuel Enrique Araujo comisionó a tres intelectuales, entre ellos Gavidia, para que escribiera una historia oficial de El Salvador. En dicho libro Gavidia estableció el mito del “Primer Grito de Independencia” y el liderazgo criollo en los sucesos de 1811, lo cual, como se verá en este trabajo, fue repetido en otros ensayos históricos de Gavidia y por otros intelectuales coetáneos a él. El presente artículo cierra con unas reflexiones finales.

1. Una radiografía de las redes intelectuales de Gavidia en el paso del siglo XIX al XX a partir de las publicaciones impresas

“Viene esta Revista con el propósito de servir de lazo de unión, de medio ambiente social entre los intelectuales salvadoreños, en particular, y en general de todos los centroamericanos.” Estas eran las primeras palabras con las que se presentaba a la revista La Quincena, una publicación que, además, se definía como “revista de ciencias, letras y artes”. Aunque en la misma presentación se aclaró que el propósito no era pretencioso; sin embargo, más adelante, se subrayó que con esta nueva publicación se pretendía “que El Salvador saliera, de una vez y para siempre, del estancamiento intelectual y artístico en que ha vivido muriendo durante más de dos lustros”.17

Era el año 1903. El primer número de La Quincena salió a la luz el 1 de abril. Vicente Acosta, su director, se hizo acompañar de un grupo de redactores en los que sobresalían algunos de los hombres que conformaban la intelectualidad salvadoreña de aquella época: Calixto Velado, Román Mayorga Rivas, Santiago I. Barberena, Francisco A. Gamboa y, además, Francisco Gavidia. Aunque no figuraba en la nómina de redactores, los textos de escritores como Alberto Luna también sobresalieron en las páginas de la revista.

Aquellos eran tiempos de efervescencia liberal, de construcción estatal, de laicismo y del origen de un grupo de intelectuales que se inspiraban, principalmente, en la cultura europea y estadounidense. Eran los tiempos del café, del surgimiento de medios de comunicación y transporte como, por ejemplo, el telégrafo y el ferrocarril. Desde finales del siglo XIX se comenzaron a privatizar las tierras comunales y ejidales, y en el ámbito educativo y cultural arrancó un proyecto “civilizatorio” a través de un nuevo catecismo laico, amparado en los símbolos patrios y en la invención de una identidad nacional. En este contexto, los medios de comunicación impresos comenzaron a tener un papel fundamental en la circulación de las ideas de este grupo social emergente.

Siguiendo a Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez, en el paso entre el siglo XIX al XX, surge un nuevo grupo social que se reconocerá como el de los “intelectuales”. Este grupo se convertirá en una élite que tendrá “una nueva misión histórica que cumplir”18 y compartirá ciertos rasgos que los caracteriza:

  • Su “diletantismo intelectual”: “opinar de muchos temas sin reglas, método o teoría apropiada”. “Generalmente —mencionan las autoras— eran escritores polifacéticos, que escribían y opinaban sobre cualquier cosa, en muchas ocasiones sin conocimiento de causa y mezclando a menudo literatura y ensayo; ensayo, poesía y filosofía; y todas estas disciplinas con el periodismo daban como resultado unas opiniones en muchos casos bastante superficiales, cuando no banales”.19

  • Pertenecían a distintos movimientos culturales y filosóficos, a diferentes “ismos”.

  • Compartían pasión por la escritura.

  • Estaban forjando una opinión pública y ejerciendo un enorme poder en la sociedad.

  • Tenían conciencia de su identidad como intelectuales.

  • El impacto que tuvieron en ellos corrientes filosóficas orientales, hinduistas, teosóficas y espiritualistas.

  • La participación de mujeres en estas elites.20

Otro rasgo compartido con los anteriores fueron los vínculos estrechos, o las redes, que estos intelectuales establecieron en torno a los ateneos, las academias, las sociedades literarias o científicas, las universidades y los periódicos o revistas.21 En el caso de Francisco Gavidia, por ejemplo, se puede ubicar fácilmente en asociaciones como el Ateneo o la Academia de la Lengua, instituciones que, a su vez, tendrán sus propios medios impresos en los que Gavidia aparecerá como colaborador, miembro del cuerpo editorial o, incluso, como director o miembro honorario.

Ricardo Roque Baldovinos sostiene que en El Salvador de finales del siglo XIX el trabajo intelectual “se ve como un instrumento para acumular capital simbólico que eventualmente puede ser canjeado por capital social, es decir, por los privilegios y prebendas que, a menudo, implicaban el descuido, cuando no el abandono del trabajo intelectual.”22 Sin embargo, esta modernidad cultural, siguiendo al autor, es la “expresión del nuevo clima ideológico propiciado por el triunfo de los liberales”. Esta sociedad emergente debe ser laica y en la cual “los ciudadanos independientes, sobre todo aquellos con mayor preparación, tengan un papel activo”23. Los intelectuales, en ese sentido, son la vanguardia en lo que se considera la senda del progreso y la modernización.

“Los intelectuales salvadoreños —confirma Carlos Gregorio López Bernal— estuvieron muy identificados con el pensamiento modernizante del grupo dominante”.24 Este grupo social — sigue López Bernal— “identificados con el pensamiento liberal-positivista, proveyeron una base ideológica para el nuevo orden político, cultural y económico.”25 De ahí se desprende la importancia de las revistas y los periódicos que sirvieron de plataformas impresas en las que estos individuos, no destacados por su cantidad sino por su peso intelectual, divulgaron sus trabajos literarios, analíticos e investigativos. Siguiendo a López Bernal, encontramos que entre los más destacados intelectuales de paso entre los siglos XIX al XX se encuentran David J. Guzmán, Santiago I. Barberena, Darío González, Rafael Reyes, José Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.

La revista La Quincena es apenas uno de los más de veinte impresos en los que Gavidia publicó sus poemas, su obra dramática y sus ensayos filosóficos, políticos, históricos o pedagógicos; asimismo, ahí tuvieron cabida sus traducciones de obras de teatro o poemas escritos en latín o francés. Gavidia es un autor prolífico que comparte espacio en los impresos con personajes como, por ejemplo, David J. Guzmán, Román Mayorga Rivas, Rubén Darío, Vicente Acosta, Rafael Reyes, Víctor Jerez, Arturo Ambrogi, Julio E. Ávila o Manuel Castro Ramírez. Veamos en detalle algunas de estas publicaciones, así como los propósitos por los cuales aparecieron a la luz pública, y algunos de sus principales redactores o colaboradores.

Uno de los primeros impresos en los que se ubica a Gavidia es en El Fénix. Fundado en 1873 por el coronel Julián Ruiz se publicó durante 13 años y en él aparecieron novelas cortas, poemas y críticas. Ítalo López Vallecillos reseña que, en este medio, se “recogió el ímpetu, el entusiasmo de los poetas y escritores románticos.”26 Gavidia se incorporó a El Fénix como colaborador hacia 1886. Junto a él se encontrarán Joaquín Méndez, Doroteo José Guerrero, Miguel Plácido Peña, Juan Antonio Solórzano, Calixto Velado, entre otros poetas.

En 1886 también se fundó El 86, un periódico de tipo político que comenzó a circular ese año (de ahí también su título) y que se adhirió a Francisco Menéndez, quien asumió la presidencia de la República ese mismo año luego de consumar un golpe de Estado en contra de Rafael Zaldívar (1876-1885). En este medio, Gavidia apareció como colaborador, junto con Francisco Funes y Rafael Osorio, bajo la dirección de Claudio Moreno.27 No se sabe por cuánto tiempo circuló este impreso; sin embargo, es plausible considerar que debido a su posición política no sobrevivió al golpe que derrocó a Menéndez en 1890. En 1886 Gavidia regresó a El Salvador luego de una estancia, financiada por el Gobierno salvadoreño, en París, en la que dividió su jornada entre los teatros parisinos y las cátedras del Collège de France.28 En Francia conoció al autor de El hombre libre según la naturaleza (1886), el salvadoreño Juan José Samayoa, quien estaba estudiando en aquel país europeo.29

Otra de las publicaciones que aparecieron a finales del siglo XIX, en la que Gavidia fungió como redactor y director, fue la Revista La Nueva Enseñanza. Contrario a los impresos anteriores La Nueva Enseñanza tuvo una existencia más larga. Se fundó en 1887 y en enero de 1915 cambió su nombre a Revista de la Enseñanza, como “Órgano oficial del ministerio de Instrucción Pública”. A partir de 1942 cambió nuevamente su nombre a Revista del Ministerio de Instrucción Pública. Se editó hasta diciembre de 1944. A partir de enero de 1945 apareció como Revista del Ministerio de Cultura, hasta 1948. En 1955 adoptó el nombre de Revista Cultura, y comenzó a ser dirigida por Manuel Andino.30

En los primeros tiempos, bajo la dirección de Víctor Dubarry, La Nueva Enseñanza tuvo entre sus colaboradores a Francisco Campos, Gustavo Marroquín, Modesto Barrios y otros pedagogos. Luego de 1915 contó, entre otros, con los siguientes redactores: Juan José Laínez, Juan Ramón Uriarte, Carlos Garbe, Enrique Loll y Pedro Bock. Se sostiene que en esta revista Francisco Gavidia discutió el método Fröbel en la enseñanza, amén de otros tópicos vinculados con los métodos educativos. El propio Dubarry era parte de una misión pedagógica que trabajó en El Salvador e impulsó la revista desde la cual, también, se disertó sobre el método Pestalozzi. “La misión introdujo —sostiene López Vallecillos— el sistema de grados progresivos con un maestro por grado en sustitución del método lancasteriano. Se enseñó oralmente y se desechó el procedimiento mnemónico-repetitivo.”31

Además, dos publicaciones que aparecieron a finales del siglo XIX de gran relevancia para configurar el mundo intelectual de Gavidia fueron La Juventud Salvadoreña y Repertorio Salvadoreño. Ambas publicaciones coinciden en el periodo de publicación y en el tipo de sociedades que les dieron vida. La Juventud Salvadoreña comenzó a circular en 1889 y se publicó hasta 1897.32 Esta publicación era el “órgano de la Sociedad Científico Literaria de la Sociedad de la Juventud Salvadoreña”. Dedicada en su mayor parte a la literatura, cedió espacio a plumas como las de Arturo Ambrogi o Alberto Masferrer. Confluyeron voces diversas, pero de peso equiparable. Encontramos entre los redactores a Abraham Chavarría, Víctor Jerez y Horacio R. Jarquín. Y entre los colaboradores a Miguel Plácido Peña, Joaquín Aragón, Doroteo Fonseca, Juan Mena, Eusebio Bracamonte, Juan A. Solórzano, José María Gomar, Francisco Martínez Suárez, Francisco A. Gamboa, Juan Gomar, Vicente Acosta, Rubén Rivera, Carlos A. Imendia, Juan Bertis, Ramón P. Molina, Juan J. Laínez, Román Mayorga Rivas, Antonio Galindo, Rafael Cabrera, Francisco Gavidia, Carlos Mixco, Alberto Sánchez y Antonio Delgado.

Por su parte, Repertorio Salvadoreño fue el “órgano de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de El Salvador.”33 La Academia se fundó en la Universidad Nacional y se dividió en las siguientes secciones: literatura, ciencias físicas y matemáticas, y ciencias políticas y sociales. López Vallecillos señala que la Academia “estaba animada especialmente por Barberena, Bertis, Gavidia, Velado y Castañeda.”34 Repertorio Salvadoreño se fundó en 1888 y se publicó hasta 1894. En el primer número, de agosto de 1888, Gavidia publicó “A Harmodio” y “Ana Dolores Arias y Rafael Cabrera”. En la Academia, en la que Gavidia se presentó como socio y escritor, compartió con el capitán José María Francés y Roselló, quien fungió como presidente de la sociedad; así como con Santiago I. Barberena, Juan Bertis, Francisco G. de Machón y Ramón García González, quienes son los vocales de la misma, y con Estaban Castro, Manuel J. Barriere, Francisco Castañeda y Calixto Velado. Entre los socios activos figuraron Rafael Reyes, Mariano Orellana, Daniel Miranda, David J. Guzmán, Francisco Guevara, Tomás G. Palomo, José E. Alcaine, Pastor Valle, Marcial Cruz, Salvador J. Carazo, Belisario Calderón, Juan B. Magaña, J. Antonio Delgado, Jorge Aguilar, Lucio Alvarenga y Vicente Acosta.

En los mismos años en los que se comenzó a imprimir La Juventud Salvadoreña y Repertorio Salvadoreño, apareció la emblemática revista de la Universidad Nacional, La Universidad. El primer número está fechado el 25 de mayo de 1888, y sustituyó al periódico quincenal, científico y literario La Universidad Nacional. A la cabeza de La Universidad se colocó a Esteban Castro. En el primer número se apuntó que el “aparecimiento de un nuevo periódico debe ser siempre celebrado por los amantes del progreso. […] Un periódico es luchador incansable, heraldo de la discusión; estimula, agita las inteligencias para que de ellas broten las maravillas del pensamiento humano y los útiles y admirables inventos y descubrimientos.”35 Entre los colaboradores de la revista se encuentra Gavidia, quien publicó algunos de sus ensayos históricos sobre la independencia y los próceres. Además de Gavidia, en La Universidad, publicaron los prestigiosos profesores del alma mater entre quienes se destaca, por ejemplo, a los siguientes: José Trigueros, Santiago I. Barberena, Salvador Gallegos, Manuel Enrique Araujo, Carlos Bonilla, Manuel Palomo, Ramón G. González, Juan Bertis, David J. Guzmán, entre muchos otros. La Universidad es la revista más antigua de El Salvador. Su tiraje no ha sido constante, pero en el siglo XXI continúa su publicación por parte de la universidad estatal del país.

A finales del siglo XIX, tuvo Gavidia, como periodista, un papel peculiar en El Semanario Noticioso. Este impreso es fundado y dirigido por él y comienza su circulación el 4 de octubre de 1888. Se definió como un “periódico de noticias, anuncios y variedades”, y fue creado —en palabras de Gavidia— para subsanar la “falta de un periódico destinado especialmente a servir al comercio y al resto del público para dar mayor circulación a sus anuncios.” El periódico incluía un resumen de las principales noticias de Centroamérica. El objetivo, sostenía Gavidia, es “anunciar y dar noticias.”36 No se han podido encontrar registros de su desaparición; sin embargo, pudo haber corrido la suerte de los impresos que estuvieron activos o fueron financiados por Menéndez y que no sobrevivieron al golpe de 1890.

Otros impresos decimonónicos en los que Gavidia participó como redactor o colaborador, no menos importantes que los anteriores, fueron los siguientes: La Tribuna (1878), El Diario de Centro América (1881), La Caridad (1883-1886) y El Porvenir de Centro América (1895-1898). En estas publicaciones Gavidia compartió páginas con Plácido Peña, Juan J. Bernal, Joaquín Méndez, Isaac Ruiz Araujo, Belisario Calderón, Víctor Jerez, Juan Ramón Molina, C. Mixco, Rubén Darío, Rodolfo Figueroa, Francisco Castañeda, Juan Coronel, Luis Lagos y Lagos, Antonio J. Castro, Francisco E. Galindo, Antonio Guevara Valdés, Rafael Reyes, Manuel Delgado, entre otros.

Con el derrocamiento de Menéndez, después del cuartelazo de los hermanos Ezeta en junio 1890, Gavidia salió de El Salvador con rumbo a Guatemala y luego se dirigió a Costa Rica, países en los cuales se desempeñó como redactor en periódicos como El Bien Público, impreso en Quezaltenango, Guatemala, y La Prensa Libre de Costa Rica. Con la caída de los Ezeta en 1894, Gavidia regresó a El Salvador a ocupar la jefatura de la Dirección General de Educación Pública Primaria en 1896 durante la presidencia de Rafael Gutiérrez (1894-1898).

Diario del Salvador fue un medio impreso de gran relevancia para las redes intelectuales de Gavidia; su origen coincidió con las coyunturas políticas de finales del siglo XIX. Su primer número salió a la luz el 22 de julio de 1895. Es catalogado como un periódico moderno y llegará a considerarse como el impreso más importante de las primeras tres décadas del siglo XX.37 Su fundador y director es Román Mayorga Rivas. En el grupo de colaboradores se encuentran Francisco Gavidia, Carlos Bonilla, José Doroteo Guerrero, Calixto Velado, monseñor Adolfo Pérez y Aguilar, David J. Guzmán, Alberto Masferrer, Francisco Martínez Suárez, Víctor Jerez, Juan Ramón Uriarte, José María Peralta Lagos, Hermógenes Alvarado, Manuel Mayora Castillo, Enrique Guzmán, Alberto Uclés, Francisco Gamboa, Isaías Gamboa, Porfirio Barba Jacob, Vicente Acosta, Juan Ramón Molina, Luis Lagos y Arturo Ambrogi. Para Luis Gallegos Valdés, Mayorga Rivas “trae a El Salvador un periodismo ágil, novedoso” que “presta atención a los adelantos realizados en la prensa norteamericana.”38 Mayorga, de origen nicaragüense y familiar de Rubén Darío, también se desempeñó como corresponsal para agencias extranjeras, y se destacó como poeta y traductor.

En la siguiente representación gráfica (Imagen 1) se muestran algunos de los medios impresos en los que Gavidia fungió como director, colaborador o redactor desde finales del siglo XIX hasta el XX. De los observados hasta ahora se muestra con relevancia, y cercano a Gavidia, el Diario del Salvador, pues este es uno de los medios que aglutinó un grupo más nutrido de la intelectualidad salvadoreña. A continuación, se detallan los impresos que comenzaron a imprimirse a partir del siglo XX en los que Gavidia también tuvo participación, y en orden de importancia se comienza con el Diario Latino, luego con la revista del Ateneo de El Salvador y después el Boletín de la Academia Salvadoreña.


Imagen 1
Representación gráfica de algunos de los impresos en los que Gavidia participó como director, colaborador o redactor
Elaboración propia con base en los documentos citados.

Diario Latino, al igual que Diario del Salvador, consiguió aglutinar a un grupo nutrido de intelectuales salvadoreños entre los que se encuentra Francisco Gavidia. Diario Latino apareció en 1903, bajo la dirección del periodista Miguel Pinto. Los antecedentes de este impreso se ubican en el periódico El Siglo XX, que surgió en 1890 y en el que colaboraron Federico Proaño, Francisco Castañeda, Manuel Delgado, entre otros. López Vallecillos sostiene que El Siglo XX, “por los azares de la política ezetista no pudo competir con las publicaciones financiadas con dinero oficial y por ello dispuso cerrar.”39 Pinto, entonces, compró El Siglo XX y continuó su tiraje hasta 1896. Un incendió acabó con aquella empresa periodística. Al resurgir se conoció como El Latinoamericano hasta 1903, cuando apareció como Diario Latino, para abanderar los caminos “del progreso y la libertad”, tal y como se consignó en el primer editorial de su nueva época. Diario Latino sobrevivió hasta finales de la década de 1980 y es uno de los periódicos más longevos de El Salvador. Entre algunos de sus primeros colaboradores se destacan los siguientes: David J. Guzmán, Rafael Reyes, Santiago I. Barberena, general Juan José Cañas, Belisario Navarro, Manuel I. Morales, Hermógenes Alvarado, Lucio Alvarenga, Manuel V. Mendoza, Jorge Lardé, Pío Romero Bosque, Manuel Castro Ramírez, entre muchos otros.

En 1912 un grupo de intelectuales se reunió en una sociedad científica y literaria que surgió con el auspicio del presidente Manuel Enrique Araujo (1911-1913). A la sociedad se le conoció como Ateneo de El Salvador. El Ateneo emergió con una publicación que llevó su mismo nombre: “Ateneo de El Salvador. Revista de ciencias, letras y artes”. Su primer director fue José Dolores Corpeño. Entre los socios fundadores se encontraron, además de Corpeño, Juan Gomar, Abraham Ramírez Peña, Teresa Masferrer, Manuel Masferrer, Manuel Andino, Antonio Urías, Armando Rodríguez Portillo, Manuel Álvarez Magaña, José Burgos Cuéllar, Pedro Ángel Espinoza, Miguel A. García, Fernando Chávez y Salvador Turcios. Entre los miembros honorarios aparecieron Francisco Gavidia, J. Antonio López G., Calixto Velado, Alonso Reyes Guerra, Salvador Rodríguez G., Francisco Vaquero, Víctor Jerez y Santiago I. Barberena. En Ateneo de El Salvador se encuentra una diversidad de textos que abarcan desde la poesía, la crónica, hasta panegíricos a funcionarios públicos de distintos Gobiernos (Imagen 2). Hacia 1915, Gavidia destaca como presidente de la junta directiva del Ateneo y Miguel A. García como administrador de la revista. El Ateneo también contará con socios correspondientes en diversos departamentos de El Salvador, así como en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.40


Imagen 2
Página editorial de la revista Ateneo de El Salvador de mayo de 1915
Ateneo de El Salvador: Revista de Ciencias, Letras y Artes 25, mayo de 1915.

Otra de las publicaciones que se encuentran en las primeras décadas del siglo XX es el Boletín de la Academia Salvadoreña, correspondiente de la Real Española de la Lengua. La Academia Salvadoreña de la Lengua se fundó en 1873; sin embargo, fue hasta 1920 que comenzó a publicarse el primer número del Boletín. En este impreso se difunden los ensayos de los miembros de la Academia y de autores extranjeros “en servicio de la causa de las bellas letras y de la gloria de nuestro idioma en El Salvador.”41 Entre los académicos se encuentra Francisco Gavidia junto con notables intelectuales como, por ejemplo, Román Mayorga Rivas, Sarbelio Navarrete, Reynaldo Galindo Pohl, Santiago I. Barberena, David J. Guzmán, José Llerena, Raúl Contreras, Manuel Castro Ramírez, Julio E. Ávila, Juan J. Laínez, Víctor Jerez, Manuel Delgado, José María Peralta Lagos, Napoleón Viera Altamirano, Romeo Fortín Magaña, Alberto Masferrer, Hugo Lindo, Miguel Pinto, entre otros.42

En las primeras décadas del siglo XX surgieron otras publicaciones de gran peso intelectual y de suma importancia para las letras salvadoreñas, en las que Gavidia confluyó con otros de sus contemporáneos. Ahí se encuentra, por ejemplo, El Liberal (1901), un periódico de tipo político en el que aparecen como editores responsables Manuel Delgado, Hermógenes Alvarado, Francisco Gavidia, Antonio José Castro y Alonso Reyes Guerra. El Liberal se presenta como el “órgano del Partido Liberal Salvadoreño” y se define como un medio “eminentemente ideológico y de enorme influencia en la vida política del país.”43

En otros impresos, como la antes mencionada La Quincena (1903-1907) o Centro América Intelectual (1903), Anales del Museo Nacional (1903), Repertorio del Diario del Salvador (1904) y Actualidades (1915-1935), Gavidia sobresale como colaborador o redactor junto a otros intelectuales como Francisco A. Gamboa, Rafael Reyes, Román Mayorga Rivas, Santiago I. Barberena, David J. Guzmán, José Antonio Cevallos, Alberto Luna, Miguel Ángel García, Manuel Castro Ramírez, Rubén Darío, Manuel Álvarez Magaña, Francisco Herrera Velado, Salvador J. Carazo, Arturo Ambrogi, Manuel Álvarez Magaña, Vicente Acosta, Juan Ramón Uriarte, Alberto Masferrer, José Valdés, Carlos Bustamante, Pbro. Próspero de J. González, Juan J. Cañas, Gustavo A. Ruiz, Federico Vides, Enrique Cañas, Calixto Velado, Carlos Menéndez Castro, David Rosales, Monseñor Vilanova y Meléndez, Julio Enrique Ávila, Enrique Córdova, Juan Antonio Solórzano, el Presbítero Vicente Martínez Lemus y José Belisario Navarro, entre otros.

En esta variada producción de revistas y periódicos en la que tenían cabida la mayoría de representantes de la intelectualidad salvadoreña, comenzaron a surgir incluso publicaciones dedicadas a los propios autores. Fue el caso, por ejemplo, de Gavidia, revista mensual de ciencia y arte, que se fundó en 1915 en homenaje al escritor salvadoreño. A pesar de su efímera existencia, en las páginas de Gavidia se dieron cita algunos escritores como, por ejemplo, José Luis Barrientos, Raúl Andino, Carlos Bustamante, Ramón de Nufio y Ricardo Alfonso Araujo.44

Por otra parte, en 1911, se comienza a editar una publicación dedicada a “difundir documentos y datos históricos, sobre todo, los relativos a los movimientos revolucionarios de 1811 y 1814 en pro de la Independencia.”45 Lleva por título Próceres y es dirigida por Rafael V. Castro. Esta revista fue una publicación que se imprimió en el contexto de las conmemoraciones y celebraciones del centenario del “Primer Grito de Independencia” que, como se verá más adelante, fue un evento al que se le asignó gran relevancia por parte del Estado y los intelectuales (Ver imagen 3). En Próceres, Gavidia fungió como colaborador junto a Alberto Luna, Víctor Jerez, Rafael Castillo, José María Estupinián, Pedro Arce y Rubio, José María S. Peña, Manuel Castro Ramírez, Manuel Valladares, entre otros. Es en este impreso en el cual Gavidia, así como lo había hecho en otras revistas o periódicos, publicó sus ensayos alusivos a José Matías Delgado o los sucesos independentistas. En el editorial del Tomo I, se plasmaron los objetivos que se trazaban con la publicación de Próceres:

Sin pretensiones de ninguna clase aparece «PROCERES» á colocar su grano de arena, en el grandioso recuerdo, que, simbolizado en el bronce, en el mármol, en las ciencias, en las letras, en las obras públicas, en la labor educativa, y en el progreso en todas sus demás manifestaciones, prepara la Patria agradecida, para enaltecer en el glorioso 5 de noviembre de 1911, la memoria de Delgado, Arce, Rodríguez, los Aguilares, Lara, Fajardo, Castillo y demás patriotas, a quienes tanto se debe, que nunca logrará pagar nuestra Patria ni con las manifestaciones que como ésta, encierran el más patriótico entusiasmo y la más cívica alegría. Si ellos dieron todo por la Patria, justo es que también nosotros les dediquemos todos nuestros esfuerzos y deseos en este año feliz, en que El Salvador conmemora la más pura y legítima de sus glorias.46

Antes de finalizar la nota editorial se sostuvo que la publicación estaba dirigida a los ciudadanos “que se interesan por el bien nacional y á quienes agrada este tributo de amor á nuestros grandes hombres.” Se esperaba también que los “los niños de las Escuelas salvadoreñas encuentren en ella, nobles ejemplos en que modelar su vida, esperanza futura de esta Patria, que confía en ellos, su existencia y sus futuros destinos.”47 Como se observará más adelante, esta revista fue una de las plataformas desde las cuales se interpretaron o describieron los sucesos independentistas con fines patrióticos sombreados con bronce.


Imagen 3
Portada de Próceres en la que se coloca un texto en alusión al 5 de noviembre de 1811 escrito por el guatemalteco Ricardo Casanova y Estrada
Próceres: documentos y datos históricos, t. 4, n.° 1.

Próceres, junto a los impresos antes presentados, son una muestra de todas las publicaciones en las que Gavidia escribió sus ensayos, poemas, obras teatrales y traducciones. Estos medios apenas representan una arista de las variadas expresiones impresas en las que el autor compartió espacio con otros intelectuales; sin embargo, ha sido útil efectuar esta mirada, en tanto que nos permite aproximarnos a sus redes intelectuales. Como se observa en la siguiente gráfica (Imagen 4) y en una fotografía publicada en La Quincena (Imagen 5), en las redes de Gavidia se encontraron intelectuales como los tantas veces repetidos arriba: Vicente Acosta, Arturo Ambrogi, Román Mayorga Rivas, Rubén Darío, David J. Guzmán, Víctor Jerez, Santiago I. Barberena, Calixto Velado, entre otros. Gavidia es visto, en ese sentido, como un escritor movido por sus circunstancias y sus inquietudes intelectuales. Con estos antecedentes, en los siguientes apartados se estudiará a Gavidia en su función de historiador y de precursor de los mitos fundacionales de lo que podríamos denominar como “nación salvadoreña”.


Imagen 4
Representación gráfica de un segmento de las redes intelectuales de Francisco Gavidia
Elaboración propia con base en las fuentes citadas.


Imagen 5
Intelectuales acompañados por trabajadores de las revistas y periódicos de finales del siglo XIX e inicios del XX de El Salvador.
La Quincena. Revista de Ciencias, Letras y Artes 64, 15 de noviembre de 1905.

2. La producción de los ensayos y discursos de Gavidia sobre la independencia y los próceres en el contexto de las celebraciones del centenario de 1811

El miércoles 8 de noviembre de 1911 Francisco Gavidia pronunció un discurso en un evento en el que se colocó la primera piedra para la construcción de la estatua de José Matías Delgado. La Junta Patriótica Central del Centenario le había comisionado a Gavidia aquella representación. La estatua era un patrocinio que los miembros de la colonia alemana, en asocio con miembros de las colonias austro-húngara y suiza radicados en el país, le consagraban a Matías Delgado. Para Gavidia, Delgado no solo era un “prócer de la independencia y fundador de la República” 48, sino también un precursor de las relaciones internacionales de El Salvador con Europa. En su alocución, Gavidia destacó que Matías Delgado se había sacudido “el peso de la tradición y en nada era tan opresora como en estas relaciones de los europeos y los latino—americanos”.49 En su discurso hiperbólico mezcló a árabes, judíos, piratas y comerciantes españoles. Luego habló de la Asamblea de Cádiz de 1812 y de Fernando VII, pero no mencionó cuál había sido el aporte de Matías Delgado en las relaciones entre europeos y latinoamericanos. De cualquier forma, al final de su intervención, destacó que la estatua significaba “unión y perfecta buena inteligencia” entre la colonia alemana y El Salvador.

Después de Gavidia, tomó la palabra el cónsul de Alemania, Alberto W. Augspurg. En su intervención confirmó que la estatua de Delgado se colocaría en el atrio del Palacio Nacional. Para el cónsul, en El Salvador se veneraba a Matías Delgado “como el Benemérito Padre de la patria salvadoreña, como la figura prominente en la evolución histórica que vió (sic) nacer la independencia centro-americana.”50 El cónsul incluso fue más allá: sostuvo que Matías Delgado ocupaba “un puesto notable en la historia moderna de las naciones latino-americanas”. Al final del discurso protocolario se decantó por expresar agradecimientos floridos al presidente Manuel Enrique Araujo y a su Gobierno.

Con este acto se cerraban los festejos dedicados a la conmemoración del centenario de los sucesos de 1811. De acuerdo con el programa oficial de las fiestas, entre trajes de frac y de levita, se había glorificado lo que también se conoció en aquellos años como el “primer movimiento inicial de nuestra independencia”, como una “revolución”, que significaba una “síntesis heroica de un ideal de libertad”51, tal y como lo dijo en su manifiesto el presidente Araujo.

Entre el 3 y el 8 de noviembre de 1911 se desarrollaron distintos tipos de eventos cívicos y religiosos. Cada día, al amanecer, se comenzaba con cañonazos (el 5 de noviembre hubo 101 salvas y repiques de campanas en toda la República). En este marco de hibridez heredada de las reformas liberales finiseculares, se había colocado ofrendas florales en las tumbas de algunos próceres; se desarrolló un congreso médico centroamericano, un congreso de estudiantes y un congreso de obreros; se oficiaron misas solemnes y se retocaron las campanas (el 5 de noviembre, por ejemplo, el propio presidente Araujo tocó la campana de la iglesia La Merced). Hubo, también, paradas militares, inauguración de monumentos (siendo el más insigne el monumento “al primer grito de independencia” colocado en el parque Dueñas en San Salvador), banquetes, carrozas, desfiles cívicos, veladas, carreras hípicas, concursos de tiro, y, finalmente, un baile de gala.

Para garantizar la organización de todas estas actividades se nombró una Junta Patriótica del Centenario, la cual tenía tres niveles jerárquicos: una junta central, juntas departamentales y juntas locales. A la Junta Central se le otorgaron 25 mil pesos del erario nacional, para que las celebraciones se revistieran con “la pompa y el esplendor que demandan la significación histórica y la trascendencia de tan gran[des] acontecimientos”, según el decreto de la Asamblea Nacional Legislativa. También se encomendó que las municipalidades destinarían a estas celebraciones el presupuesto reservado para la conmemoración de la independencia y que ejecutarían “obras de positiva utilidad en sus respectivas localidades y se inauguren el 5 de noviembre del corriente año, haciendo colocar en ellas inscripciones alusivas á (sic) nuestra gran fiesta nacional.”52

La Junta Patriótica Central fue presidida por el alcalde de San Salvador, el Dr. don José Casimiro Chica. Hubo también una presidencia de honor, de la Junta Patriótica Central, que quedó en manos del gobernador departamental, el Dr. don Rafael V. Castro, también director de la revista Próceres. Pero la Junta Patriótica, a su vez, tuvo sus presidentes honorarios, siendo estos los presidentes de los supremos poderes legislativo, ejecutivo y judicial, sin faltar el “ilustrísimo señor obispo de esta Diócesis”. La Junta Central se conformó con once vocales, un tesorero y dos secretarios. El segundo vocal era Francisco Gavidia. Junto a él se encontraban Santiago R. Vilanova, Calixto Velado, Carlos Meléndez, Francisco Moreno, Ramón García González, Ricardo Moreira, h., Víctor Jerez, Antonio Zepeda, Emilio Funes, Francisco Espinal; como tesorero, Pedro. S. Fonseca; y como secretarios, Fernando Aguilar Álvarez y Bernardo Arce y Rubio. Todos hombres que se hicieron acompañar por una comisión de señoritas, nombradas por el Comité Central de Señoras, destinadas para actividades de protocolo.

De acuerdo al programa oficial, el 5 de noviembre, a las 10:00 am, Rafael V. Castro hizo entrega al Gobierno del monumento dedicado al Primer Grito. El monumento se erigió en el parque Dueñas, hoy parque Libertad. Hubo un gran desfile militar al pie del monumento, en el cual, también Manuel Enrique Araujo pronunció un discurso. La obra se encargó al ciudadano suizo- italiano Francesco Durini Vasalli, quien ya había erigido otras estatuas alegóricas a “héroes” o a sucesos independentistas en otros Estados de América Latina.53 López Bernal nos ofrece una descripción completa del monumento:

El testimonio de gratitud —esculpido en bronce, mármol y granito, constituido en su cuerpo principal por un obelisco que alcanza 16 metros de altura— está lleno del simbolismo propio del imaginario republicano francés. Si bien es cierto que fue consagrado a los próceres, el conjunto está dominado por representaciones alegóricas de la libertad coronando a la república. Es decir, la celebración se desplaza de los hombres que lucharon por la independencia, al fruto de ésta. La república está sentada a la base del monumento, vuelta hacia el oriente, y refleja todos los atributos de la estética republicana de corte clásico; desde la parte más alta, la libertad desciende con dos coronas de laureles. La columna que sostiene a la gloria, contiene en sus niveles inferiores, al escudo nacional (colocado inmediatamente arriba de la república), a los lados de este aparecen los bustos de Delgado, Arce y Rodríguez, los tres próceres que más descollaron en la historiografía del centenario. Al mismo nivel que ocupa la república, hay relieves en bronce; uno representa al padre Delgado arengando al pueblo, y otro, muy en la tradición republicana que se celebra, reproduce un cabildo abierto. En la base y por la parte de atrás, hay un león de bronce y sobre él, la placa que consagra el monumento.54

Con tanta algarabía se habían desarrollado los festejos del centenario de 1811 que incluso el presidente de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, había temido que su enemigo Manuel Enrique Araujo concretara sus aspiraciones de unir Centroamérica:

Mi impresión es que los informes que llegaron aquí durante las celebraciones del centenario en San Salvador llevaron al presidente Estrada Cabrera a creer que no era imposible que se diera un movimiento por la unión de Centroamérica en el cual El Salvador tomaría liderazgo, y hay evidencia de que el guatemalteco reunió un gran número de hombres que sin duda habría utilizado en caso de que se diera un plan de unión.55

Esta pretensión unionista la sostuvo Teodosio Carranza, ministro de Instrucción Pública, el 4 de noviembre de 1911, en su discurso pronunciado en la sesión pública de las facultades de Jurisprudencia de Centro América, desarrollada en la Universidad Nacional, a la cual Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica enviaron sus respectivos delegados:

La presente sesión dedicada al recuerdo de la primera tentativa en favor de nuestra independencia política, prueba de modo elocuente: que la idea de la unidad centroamericana y los sublimes sentimientos de fraternidad y solidaridad no se han extinguido en las cinco fracciones que al separarse de la Madre Patria, formaron las Provincias Unidas del Centro de América; y que si bien por causas accidentales se mantienen todavía separadas, palpita siempre en el corazón de los centroamericanos el amor a la antigua federación, cuya hermosa bandera de azul y blanco deseamos con vehemencia ver ondear de nuevo del uno al otro extremo del Istmo.

El mejor homenaje que los centroamericanos podemos tributar a la memoria de los próceres de 1811, es la conservación inalterable de 1a paz y la concordia entre estos pueblos hermanos y el esfuerzo por unir y estrechar las relaciones de los diferentes grupos que integran la vida de Centro- América en sus múltiples aspectos, como base fundamental para obtener de un modo sólido e inconmovible el restablecimiento de la Patria que aquellos próceres lograron por fin darnos el 15 de Septiembre de 1821.56

El “Primer Grito de Independencia” había resonado en otros países del istmo como, por ejemplo, en Costa Rica. Víctor Hugo Acuña muestra que en San José se “intentó replicar en menor escala lo que acontecía en El Salvador.”57 La interpretación de Acuña Ortega gira en torno a que estos festejos cívicos “formaban parte del conjunto de recursos utilizados por Costa Rica y los otros estados centroamericanos en su proceso de recepción de la relación imperial impuesta por Estados Unidos en el tránsito del siglo XIX al siglo XX”.58 Es decir, los países centroamericanos celebraban las “naciones, la unidad y el fundamento hispánico de su identidad.”59

Festejar el “Primer Grito de Independencia” en Costa Rica fue iniciativa de Cleto González, quien había sido presidente de aquella república en el período 1906-1910. La junta organizadora estuvo compuesta por la intelectualidad liberal. Acuña relata que para desarrollar los festejos “se siguió el modelo que ya venía de fines del siglo XIX con retreta con bandas militares y actos cívicos oficiales”. Sostiene que no hubo actos religiosos y que el principal acto se desarrolló “con presencia de escolares al pie del Monumento Nacional”,60 lo cual ya se había convertido en tradición para celebrar la independencia del 15 de septiembre. Hubo desfiles, conciertos, manifestaciones públicas, fiestas escolares, discursos oficiales, publicaciones en la prensa; en fin, una muestra de toda la pompa que se había vivido en El Salvador para conmemorar el centenario de 1811.

Esta interpretación sugiere que las ceremonias y los ritos, como los efectuados en El Salvador y Costa Rica, tenían como base el posicionamiento que los países centroamericanos estaban adquiriendo con respecto al expansionismo e intervencionismo de la potencia del norte en América Latina. Este posicionamiento exigía inventar o crear un cúmulo de símbolos y ritos que hicieran prevalecer la “nación” propia por encima de poderes extranjeros y crear sentimientos de adhesión y amor a la patria, amén del problema de construir la “soberanía” como parte de la comunidad imaginada. En El Salvador, incluso, en 191261 se adoptó un nuevo pabellón nacional compuesto por tres franjas: dos azules, en el lado superior e inferior, y una blanca al medio, que sustituía la bandera compuesta por cinco franjas azules, cuatro blancas y un recuadro en la esquina superior izquierda con nueve estrellas (simbolizando cada estrella un departamento de El Salvador), muy similar al pabellón estadounidense.62

Sobre la invención de las naciones en Centroamérica, David Díaz Arias sostiene que es luego de las independencias, a finales del primer cuarto del siglo XIX, cuando surgen las pretensiones de construir una “nación centroamericana”, por medio de una Constitución federal.63 Las “naciones” separadas no se consideraban viables. “Esta República Federal de Centroamérica —en palabras de Christophe Belaubre— debía ser la base para inventar una identidad centroamericana”.64 Sin embargo, estos propósitos fracasaron y la Federación se quebró a finales de la década de 1830. Los proyectos para unir Centroamérica resurgieron con fuerza en el contexto de la invasión de los marines estadounidenses a Nicaragua en la década de 1910, pero debido a luchas intestinas toda pretensión de unidad cayó nuevamente en saco roto.65 Para entonces la comunidad imaginada ya no es Centroamérica, sino las pequeñas “naciones” que componen el istmo y que buscan elementos diferenciadores de identidad. Quizá la guerra entre El Salvador y Honduras en 1969 selló toda pretensión de ver a Centroamérica como una sola “nación”.

En El Salvador, a finales del siglo XIX, se comienzan a construir los héroes que se presentarán con alcance centroamericano, pues como afirma López Bernal, “los ideólogos liberales no habían logrado crear la imagen de un héroe nacional […]; es decir, no se había creado un mito que personificara los ideales liberales y nacionales.”66 De ahí es que surge el culto, partiendo de la “nostalgia unionista”, a Francisco Morazán, a quien se le erige un monumento en 1882 y se coloca en la capital como símbolo, a su vez, del espacio urbano dedicado al civismo.

En ese sentido, las naciones —según Pérez Vejo— “no son realidades objetivas, sino invenciones colectivas; no el fruto de una larga evolución histórica, sino el resultado de una relativamente rápida invención histórica. Invención histórica que recurre a datos objetivos, rasgos diferenciadores preexistentes, pero que, a pesar de su existencia previa pueden dar lugar o no a una conciencia nacional.”67 La cita del autor nos coloca el papel que tiene la historia en la invención de la nación, pues la nación “es un mito y los mitos, como ya afirmara Durkheim, no son falsas creencias de nada, sino creencias en algo, símbolos santificados por la tradición y la historia.”68 Pero esta historia también hay que crearla y debe de contener “elementos de cohesión, imágenes simbólicas o reales capaces de potenciar el sentimiento de pertenencia de los individuos a la colectividad.”69

El Estado, entonces, “se inventa una nación a medida” y la historia “se convierte así en una especie de partera de la nación.”70 Este relato se traduce en un conjunto de tradiciones, héroes, hechos épicos, mitos, rituales, celebraciones, festejos, fechas emblemáticas, lugares de memoria y, en general, en un dispositivo que inventa una nación. “La historia es, para las naciones de tipo político-estatal la principal fuente de identificación colectiva.”71 Mónica Quijada también apunta que los “mitos, pautas y símbolos no fueron creaciones ex nihilo de los estados o de las élites, sino que estaban enraizados en elementos preexistentes que aquéllos buscaron redefinir, canalizar, generalizar y, sobre todo, “esencializar”, tejiendo con ellos las redes de la identificación colectiva en y con la “comunidad imaginada”, idealmente enraizada en un mismo origen y abocada a un mismo destino.”72

De acuerdo con López Bernal, dos son los fundadores del canon historiográfico liberal nacionalista que colocan los primeros cimientos para inventar la nación en El Salvador: Rafael Reyes y José Antonio Cevallos.73 Ambos intelectuales escriben sobre los sucesos independentistas de Centroamérica: se centran en los hechos de 1811 y también abordan el periodo de la Federación. Subrayan que las reformas liberales finiseculares son el colofón de aquel pasado. Reyes y Cevallos no se decantan tanto por alusiones heroicas sobre estos sucesos, pero sí constituyen los primeros indicios de la escritura de una narrativa en torno a los hechos que darían forma a la invención de la “nación salvadoreña”. Dicha narrativa se configura como el discurso dominante que abona a las transformaciones liberales y a la generación de una idea de nación con identidad propia.

A inicios del siglo XX las narrativas sobre la independencia van a tomar un nuevo giro. En ocasión de las festividades que se desarrollaron en 1911 surge lo que podríamos denominar la “historiografía del centenario” que asignará una gran relevancia a los llamados próceres y engalanará ciertos hechos y ciertos personajes desde una visión “patriótico-idealista” y “patriótico-nacionalista”.74 En efecto, la producción historiográfica surgida en torno a esas celebraciones compone una narrativa que sienta las bases para lo que también podría denominarse “historia monumental.”75

Francisco Gavidia se convierte en una de los principales exponentes de esta historiografía. José Mata Gavidia afirma que Francisco es "fundador de los nacional".76 "Para redimir a su patria—dice Mata Gavidia— del caos y retraso cultural imperante, Gavidia cree que el mejor camino, por lo seguro y breve, es construir desde los cimientos.”77 Mata Gavidia sostiene también que en El Salvador “no había un texto escrito de su pasado”78, hasta que Gavidia “busca documentos, fuentes y sucesos. Con ellos escribe la Historia Moderna de El Salvador, decenas de artículos en los que inicia la historia crítica de su patria.”79 Como se ha observado, antes de Gavidia ya habían aparecido textos de historia como los de Reyes o Cevallos, y si bien es cierto escribió decenas de ensayos históricos, así como el libro Historia Moderna, su narrativa se interpreta dentro de los conceptos analizados sobre un tipo de historiografía que se adhiere al canon nacionalista desprovista de una postura crítica.80 Desde un punto de vista crítico de la historiografía reciente, Gavidia es uno de los principales exponentes de esta historia que es utilizada para “forjar el patriotismo de los ciudadanos y alimentar el orgullo nacional, recurriendo a la reescritura de “historias”, pero también a la arquitectura pública, los monumentos, la estatuaria y la celebración de efemérides.”81

Los ensayos históricos de Gavidia comienzan a aparecer publicados desde finales del siglo XIX en algunos de los periódicos y revistas mencionados en el primer apartado de este trabajo. Sin pretender ser exhaustivos veamos, cronológicamente, los títulos, años e impresos en los que circularon estos textos y su repercusión en otros autores y libros de pedagogía cívica.82

A finales de la década de 1880 aparecen dos ensayos en la revista La Nueva Enseñanza, uno dedicado a José Matías Delgado y el otro a Manuel José Arce.83 Tanto Arce como Delgado son los personajes que Gavidia coloca como figuras cimeras de los procesos independentistas; específicamente de los sucesos ocurridos en 1811-1814-1821; y, además, del período 1822-1823, en el que los republicanos de San Salvador resistieron a las pretensiones anexionistas del primer Imperio mexicano. Para las conmemoraciones del 15 de septiembre, desarrolladas en 1894, Gavidia pronunció un discurso oficial que fue publicado en un pequeño cuadernillo. En el discurso aprovechó para colocar algunos de sus planteamientos a favor de las democracias y sus críticas a algunos gobernantes de aquella época.84


Imagen 6
Imagen de las celebraciones por el 15 de septiembre efectuadas en 1903
La Quincena, año I, tomo II, 1 de diciembre de 1903.

En 1897 volvió a aparecer Manuel José Arce, pero esta vez en un artículo de la revista La Universidad, y a principios de siglo, en 1903, Gavidia publicó un panegírico a Francisco Morazán en La Quincena. El mismo año, pero en la revista Centro América Intelectual, se publicó un discurso que Gavidia pronunció en la “Avenida Independencia”, el 25 de noviembre de 1902, a petición de la municipalidad de San Salvador, en ocasión de la inauguración de un busto dedicado a Matías Delgado. Ese mismo año, en el número de septiembre de la revista La Quincena, Gavidia publicó un ensayo sobre la efeméride de 1821.85

En 1905 otro ensayo de Gavidia sobre Arce volvió a ocupar las páginas de un impreso: en el número del mes de abril de La Quincena.86 En 1907, en Diario del Salvador, apareció otro texto de este autor titulado “Las memorias de los hermanos Delgado”. A partir de ese año, Matías Delgado comenzará a desplazar a Arce en los ensayos gavidianos. Como se analizará más adelante, Delgado es colocado como la figura heroica por excelencia, lo cual conectará de manera lineal con los sucesos de 1811 en los cuales él aparece como el líder criollo indiscutible.87 En el año del centenario de 1811, además del discurso pronunciado sobre Delgado, Gavidia publicó tres ensayos sobre el prócer en tres medios diferentes. “Estudio sobre el presbítero doctor José Matías Delgado”, fue publicado en el primer número de Próceres. El ensayo titulado “El Padre Delgado. Boceto biográfico” apareció en el número de noviembre de La Universidad y en la edición del día 5 de ese mismo mes en Diario del Salvador.88

El boceto biográfico de Delgado también fue publicado en 1911, en el libro que lleva por título Próceres de la independencia, que fue dirigido a las escuelas de la república con propósitos de pedagogía cívica. Este libro es dedicado por la Junta Central del Centenario a “los niños de las escuelas de El Salvador para que el recuerdo de sus grandes hombres perdure en el alma nacional”. En las palabras introductorias se ofrece una “Gratitud eterna y perenne veneración al ilustre Presbítero Doctor José Matías Delgado, Cura y Vicario de San Salvador, que desde 1811 fue llamado á Guatemala, en donde continuó trabajando con ardor por la santa causa de la Libertad, hasta obtener la proclamación de la independencia de Centro América el memorable 15 de septiembre de 1821.”89 En este libro para los escolares, además de Gavidia, escribieron Pedro Arce y Rubio, Víctor Jerez y Manuel Valladares (Véase imágenes 7 y 8).


Imagen 7
Nómina con los nombres de quienes conformaron la Junta Central del Centenario de 1811.
Próceres de la independencia. (San Salvador: Tipografía La Unión, 1911)


Imagen 8
Portada del libro Próceres de la independencia.
Próceres de la independencia. (San Salvador: Tipografía La Unión, 1911).

Al siguiente año, en 1912, Gavidia publicó en Próceres un ensayo titulado 1814,90 que se convertiría en uno de los temas que abordaría en el libro Historia Moderna y que, como se verá más adelante, se le encomendará su escritura ese mismo año por medio de un decreto presidencial. Años más tarde, en 1915, Gavidia publicó nuevamente un ensayo sobre el 15 de septiembre de 1821 en la revista que lleva su nombre y que fue creada como un homenaje a él.91 En 1916 adelantó capítulos de Historia Moderna en la revista La Universidad.92 El primer tomo del libro verá la luz al siguiente año.

En 1941 se edita un libro que recopila algunas de las disertaciones históricas de Gavidia, cuyo título aclara su contenido: Discursos, estudios y conferencias. En el libro, compuesto por 24 capítulos, aparecen ensayos sobre Arce, José Simeón Cañas y los sucesos de 1814. Este libro constituye el primer volumen de la Biblioteca Universitaria, que surgió en el marco de la celebración del primer centenario de la Universidad Nacional. Para las celebraciones, el general Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944) mandó a conformar un comité en el que participó el rector de la Universidad, así como también Víctor Jerez, exrector; Francisco Gavidia, en su calidad de presidente de la Academia Salvadoreña de la Lengua; Manuel Castro Ramírez, en su calidad de presidente de la Academia Salvadoreña de la Historia, Francisco Dueñas, José María Peralta Lagos, Luis V. Velasco y Julio E. Ávila. La decisión de publicar Discursos, estudios y conferencias quedó en manos de Jerez, Velasco, Ávila y Castro Ramírez, quienes afirmaron que les ha “parecido justo y patriótico iniciar esa publicación, dando a conocer una parte de la obra académica de quien ha sido insigne mentor de la intelectualidad, y que une a su sapiencia un amor entrañable por su patria, enaltecida de continuo en el decurso de su fecunda labor de maestro, historiador, publicista y poeta”.93

En las décadas de 1920 y 1930 las formulaciones históricas, ancladas en este canon del cual Gavidia fue uno de sus principales precursores, ya se encuentran en circulación en otros impresos y discursos. Tres ejemplos ayudan a observar lo anterior.

En 1920 en la Universidad Nacional se brindaron una serie de conferencias sobre hechos históricos a las que se les denominó “Conferencias históricas de propaganda patriótica”. El objetivo de estos eventos, dijo el Consejo Universitario, era “exaltar el sentimiento nacional acerca de la alta significación del Centenario de nuestra Independencia, y para dar a conocer las envidiables obras de algunos de nuestros ilustres antepasados.”94

El primer conferencista fue Manuel Castro Ramírez, quien, al referirse a los sucesos de 1811, afirmó que “lo que no dice el historiador, lo suple la leyenda”. Inmediatamente después sostuvo que “testigos oculares, han transmitido a sus descendientes la participación, por ejemplo, de Cojutepeque en el movimiento insurreccional que representa el primer arranque de patriotismo en Centro-América”. Castro Ramírez continuó su discurso sobre lo que él también denominó como el “Primer Grito de Independencia”, destacando la participación de los “aborígenes” de Cojutepeque. Luego se encargó de adornar las figuras de “perínclitos varones”, como la “gloriosa figura del Padre Delgado”, en los sucesos posteriores a la firma del Acta de 1821.95

Después de la conferencia de Castro Ramírez se desarrollan cuatro presentaciones más en la misma línea. La segunda conferencia giró en torno a José Simeón Cañas y la abolición de la esclavitud por Hermógenes Alvarado; la tercera, denominada “Elogio histórico del Padre Delgado”, estuvo a cargo de Víctor Jerez; la siguiente fue pronunciada por Francisco Gutiérrez, denominada “Elogio histórico del general Manuel José Arce”; y la quinta, titulada “Elogio histórico del presbítero doctor Isidro Menéndez”, fue pronunciada por Sixto Barrios.

El segundo ejemplo es el siguiente. En 1923, Pedro S. Fonseca, director general de Estadística, promovió la publicación de un libro al que se tituló La República de El Salvador. Este impreso surgió en “vista del creciente número de informaciones que se solicitan del extranjero respecto a nuestro país.” La finalidad del texto —sostuvo Fonseca— era “exclusivamente patriótica, un libro de propaganda de El Salvador en su vida física, histórica, intelectual, jurídica y económica.” El Poder Ejecutivo, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, aprobó la iniciativa y editó la obra, en español e inglés, con fondos públicos. Además de Manuel Castro Ramírez y Víctor Jerez, entre quienes redactaron el texto se encuentran Hermógenes Alvarado h., Juan Ramón Uriarte, Rafael V. Castro, Salvador Calderón y Jorge Lardé.96 El capítulo II, después del capítulo I titulado “Noticias arqueológicas”, se dedicó a los bocetos biográficos de los “próceres salvadoreños”. El primer biografiado fue José Matías Delgado. A éste se le identificó, como en otros tantos textos antes citados, como el líder de los movimientos de 1811: “Con sus grandes prestigios logró, en unión de esclarecidos patriotas, organizar la gloriosa insurrección del 5 de noviembre de 1811, que inició la hora feliz los movimientos a favor de la independencia de Centro América.”97 En este libro también se subrayó que Delgado había sido el cabecilla e ideólogo de la defensa de los ideales republicanos, luego de declarada la independencia de 1821, de la provincia de San Salvador frente al Imperio mexicano.

El tercer ejemplo es un libro que se publicó en 1932 dedicado a los niños salvadoreños. El 30 de agosto de 1932, el ministro Salvador Castaneda Castro confirmó la edición de la obra por cuenta del Estado “destinada a ser distribuida en las escuelas y establecimientos de enseñanza de la República.”98 Este libro se titula Delgado: el padre de la patria. Este es un texto que la Academia Salvadoreña de la Historia publicó a petición del comité que se creó para conmemorar el centenario del fallecimiento de José Matías Delgado. El comité pro-Centenario les manifestó a los niños que “con justo orgullo patrio, ponemos en vuestras manos no contaminadas, estas páginas sobre la vida del gran Prócer”. Delgado debe ser, según los miembros del comité, un “ejemplo” que “inspire vuestros pensamientos […] su herencia incomparable, la Patria, sea para vuestras vidas regazo de madre; hogar para el convivio, campo para el esfuerzo sano y la próvida cosecha.”99

En el cuarto considerando del decreto que le dio vida al comité, redactado por Rafael V. Castro, se estableció, a su vez, que la “nación tiene el imperioso deber de tributar los máximos honores a la figura de aquel egregio ciudadano, ya para testimoniar su inmensa gratitud, como para presentar el ejemplo de sus virtudes a las nuevas generaciones.”100 Para esta conmemoración también se creó una junta patriótica que estuvo integrada por Víctor Jerez, Manuel Castro Ramírez, José María Peralta Lagos, Óscar Salazar, Rafael V. Castro, Enrique Borja, Miguel Gallegos, Francisco Morán, Miguel Dueñas Palomo, José Mejía Pérez y Francisco Gavidia.

A la par del encumbramiento de Delgado como padre de la patria (un título que por decreto el propio Estado del Salvador le confirió, en enero de 1833, luego de su muerte), en este texto también se posicionan otros mitos que acompañarán al del Primer Grito de Independencia. Y es que al lado del grito y de Delgado como figura cimera, aparece el campanario de la Iglesia de la Merced, desde donde la leyenda dirá —para ocupar las palabras de Castro Ramírez— que es el lugar desde el cual “vibró el espíritu alto del Padre Delgado” para pregonar el “punto de partida de la epopeya libertadora.”101 Precisamente quien escribe el ensayo titulado “El campanario de la Iglesia de la Merced” es Castro Ramírez.

En el texto, el autor hace un paralelo de Delgado con Miguel Hidalgo: manifiesta que Delgado es “alma gemela de Hidalgo”. Y esta similitud no era gratuita, pues la invención del mito fundacional de El Salvador recoge muchos de los elementos establecidos en México sobre el “Grito de Dolores”. En México se corona a Hidalgo como el “Padre de la patria” y se le atribuye el liderazgo en los procesos independentistas en aquellas tierras septentrionales.102 Delgado, entonces, se convertiría en el émulo de Hidalgo. Para retratar al “Hidalgo salvadoreño” en el campanario aquel 5 de noviembre de 1811, Castro Ramírez recurre a un texto escrito por Víctor Jerez, que se transcribe a continuación:

El reloj de la Parroquia dá las doce. La ciudad duerme, confiada y tranquila. El joven sacerdote espera algo. Abre rápidamente una de las ventanas que dan a la calle; pero todo continúa en silencio y quietud. Visiblemente contrariado, cierra la ventana, y con presteza sale a la calle. Toma en dirección al oriente, cruza al sur y llega al atrio de la Iglesia de La Merced: asciende nerviosamente al campanario y al llegar al rellano, ase las cuerdas de las campanas, las agita, con energía y sus alegres sones se difunden en el espacio. Era el 5 de noviembre de 1811.103


Imagen 9
Dibujo de José Mejía Vides publicado en la revista Cypactly en 1939, dirigida por Julio Enrique Ávila.
Cypactly, 9, n.°140 (25 de agosto de 1939).

Bien entrado el siglo XX el mito del Grito en la voz de Delgado repicando las campanas se encontraba ya establecido y se difundía en diversos medios impresos o discursos, siendo sus portavoces nuevos escritores o historiadores.104 Por ejemplo, en la edición correspondiente a los meses de julio-septiembre de 1962 de la prestigiosa revista Cultura, Francisco Espinosa retrató aquel mito como un cuento de fantasía:

El repique

De pronto, como impulsado por una fuerza misteriosa, transformando por el coraje y la decisión, el padre Delgado abrió la puerta de la Vicaría, les pidió a sus compañeros que lo siguieran y se encaminó hacia la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced. Subió la angosta escalinata del campanario, forzó la puerta y tomó por las cuerdas de las campanas, agitándolas con nerviosidad.

Al escuchar aquellos repiques en horas no acostumbradas, el pueblo capitalino dejó el lecho y se encaminó hacia el centro de la ciudad, para averiguar qué pasaba. Por su parte, entre sorprendidos y temerosos.

El padre Delgado explicó al pueblo reunido las razones de aquel llamamiento, con palabras donde campeaba la sencillez y la vehemencia. Habló de los beneficios que trae consigo la libertad y sobre la conveniencia de que, en lo sucesivo, se reglamentara el pago de los impuestos y la participación en el gobierno de los más capacitados, electos por el pueblo.

Al escuchar aquellas alentadoras palabras, el pueblo en masa prorrumpió en vivas a la libertad y al orador.

Los europeos, llenos de temor, no abrieron sus tiendas de comercio en la mañana del martes 5 de noviembre. Algunos salieron de la ciudad y otros se ocultaron. Capitaneados por Manuel José Arce, los revolucionarios precedieron a la captura de los españoles, a quienes conducían a la Sala Capitular. Entre ellos, Braulio Palacios y Felipe Cerezos.105

Leyendo el texto de Espinosa, pareciera que las palabras de Castro Ramírez de 1932 no cayeron al vacío. En el ensayo de Castro Ramírez se alertaba sobre el peligro de que aquel campanario fuera olvidado y que se convirtiera en “eco funerario”. Lo que instituye es un lugar de memoria patriótica que se entrelaza perfectamente con Delgado y el Primer Grito. Podría sostenerse que el campanario de la Iglesia de la Merced es una de las “cunas de la patria” alrededor de la cual se construirá la comunidad imaginada. El campanario, de hecho, sería no solo un lugar para rendir culto a la patria, sino que se identifica como el lugar desde el cual se dieron inicio los sucesos independentistas en toda Centroamérica. Mario Armando Vázquez nos muestra cómo en América Latina, y específicamente en México, hay algunos lugares o ciudades que se han seleccionado para fungir como “cunas de la patria”. Estos lugares en los que “nace la patria” se “convierten en soportes de un mito patriótico que, a su vez, las transforma en santuarios cívicos del nacionalismo.”106

Como muy bien lo sostiene Rafael Lara Martínez, ante esta producción discursiva también, en su momento, hubo voces críticas107 que, sin embargo, fueron desplazadas por el discurso dominante que fue tomando más fuerza con el paso de los años. Otro asunto ampliamente reconocido es que el rigor metodológico de Gavidia es bastante discutible en tanto que muchas veces “desplaza el poeta al historiador”.108 Esta falta de rigor incluso fue asumida por él y por sus coetáneos en algunas intervenciones o publicaciones. Este tema lo había abordado Mario Hernández Aguirre, desde 1965, en su obra Gavidia: poesía, literatura, humanismo. Hernández Aguirre sostiene que Gavidia era un “hombre apasionado por su tierra, por el sentido de Patria [… y que ayudó] a conformar la nacionalidad centroamericana en general y salvadoreña en particular.”109 El autor abunda en críticas a Gavidia por su “quehacer histórico”. El autor le adjudica a Gavidia falta de objetividad y ausencia de metodología científica, pero rescata que su discurso histórico coadyuva a la exaltación de sentimientos nacionalistas que son necesarios para que los “pueblos se sientan orgullosos de sus destinos”:

Ahora bien, si estaba lejos de su intento el legar una obra científica sobre la Historia de El Salvador; sí, es verdad, que dejó para las generaciones subsiguientes el principio, el fundamento del culto a los héroes de su patria. Y, poeta, apasionado, romántico, rodeó a los hombres que construyeron la nacionalidad, con un ámbito de leyenda, y de sus hechos y de sus consecuencias extrajo el adjetivo adecuado, la frase sobre la cual los escritores y los estudiosos del futuro pudieran elaborar una teoría o una explicación.110

En resumen, siguiendo a López Bernal, en la tendencia historiográfica que encontramos en Gavidia, destaca, en primer lugar, “una visión patriótico-nacionalista de la historia salvadoreña que logra concatenar de manera bastante consistente eventos históricos que en su momento no podían verse como parte de un solo proceso; así los movimientos de 1811 y 1814, cuyo carácter específicamente independentista es al menos discutible, se perfilan claramente como el inicio y continuación de las luchas por la independencia.”111 Por su parte, Rafael Lara Martínez reconoce que en Gavidia encontramos un “intento por desentrañar el proceso histórico de larga duración por el cual se ha ido construyendo la identidad nacional”.112 Para interpretar el “sentido de la historia” gavidiano, Lara Martínez sostiene que dicho sentido debe encontrarse en su obra literaria, no en sus ensayos históricos, pues lo que pretende Gavidia no es precisamente “comprobar empírica y documentalmente los hechos históricos”, sino que, a través de la literatura, “hacer aflorar las claves hermenéuticas y el sentido profundo de ese mismo acontecer histórico.”113 También cabría resaltar que sus primeros intentos de articular una lectura del proceso histórico salvadoreño se encuentran en sus obras de teatro y sus narraciones. Su drama Júpiter, por ejemplo, transcurre en el contexto del Primer Grito.

Los ensayos de Gavidia, sin embargo, han permitido observar cómo se construyó y posicionó discursivamente, desde el campo del relato histórico, el mito fundacional a partir de distintas estrategias y medios impresos. En el siguiente apartado se analizará el libro culmen de historia de Gavidia y, en específico, los capítulos dedicados al Primer Grito de Independencia.

3. Historia moderna de El Salvador: una historia oficial para crear un mito

En el Palacio Nacional de San Salvador, a los 7 días del mes de octubre de 1912, se firmó un decreto en el que se encomendó la escritura de una historia de El Salvador. El presidente Manuel Enrique Araujo comisionó a los doctores Santiago I. Barberena, Alberto Luna y a don Francisco Gavidia para dicho trabajo. En los considerandos del decreto se reflejaron los motivos de aquella petición:

Que es conveniente á los altos intereses de la cultura patria la formación de una obra histórica que con espíritu sereno estudie la evolución del país, desde los tiempos anteriores á la Conquista hasta la época actual; de á conocer las ideas y aspiraciones nacionales; rectifique los errores en que abundan algunos trabajos didácticos y haga completa justicia á los nobles esfuerzos y leales intenciones de los hombres ilustres que son honra y prez de El Salvador.114

Si ponemos atención a las palabras en itálicas, en esta historia de El Salvador lo que se debía poner de realce eran los “esfuerzos y leales intenciones” de los “hombres ilustres” que eran “honra y prez”. Era también una historia que se debía contar desde un marco evolutivo de los acontecimientos; es decir, lo que se denominaba como “época actual” seguramente se trataría de una conclusión exitosa de un proceso que arrancaba con la Conquista.

El considerando también ofrecía otras pistas sobre cómo debía estar escrita esa historia: se mandaba a “rectificar los errores” que abundaban en los trabajos didácticos. Evidentemente no se aclaraba cuáles eran los errores, pero sea cuales fueren la intención era corregir la plana de otros que se habían animado a relatar hechos pretéritos. Hay dos elementos del considerando que reforzaban la intención de construir un relato histórico —léase oficial— que estuviese anclado a la creación de una narrativa que fuese el soporte de la “nación salvadoreña”. En efecto, en esta historia se debían subrayar las “ideas y aspiraciones nacionales”, que obedecían a los intereses de la “cultura patria”. Se mandaba, entonces, a resaltar una idea de un “nosotros”, que sirviera de sustento para diferenciarnos de “los otros”. De ahí se comprende, como se verá más adelante, la centralización del discurso en un acontecimiento que se atribuye con realce especialmente a San Salvador en 1811.

El primer considerando parecería estar bien elaborado para dar paso a la escritura de lo que se ha denominado “historia monumental”; sin embargo, hay un elemento del segundo considerando que pudo haber tirado por la borda aquellas intenciones. En el segundo párrafo del decreto se aclaró que esta petición también obedecía a que era de “urgente necesidad, después del lamentable incendio del Archivo Nacional, reunir y aprovechar los documentos que existen en las oficinas públicas y en poder de personas particulares á fin de alcanzar un exacto conocimiento de los hechos y poder juzgarlos con criterio imparcial.” La otra interpretación que también es sugerente es que la historia que se mandaba a escribir fuese expuesta como el “único y verdadero” relato que pudiese erigirse en el marco de la invención de la nación. Es decir, el resultado de esta investigación se iba a considerar como un relato “imparcial” y “exacto” de los hechos.

Así pues, en el artículo 1 del decreto se estableció que aquella historia de El Salvador se dividiría en 3 partes: época Precolombina; segunda: Descubrimiento, Conquista y Colonia; y, tercera, Independencia y sucesos posteriores hasta 1863. Se obligaba a los encargados de archivos y bibliotecas públicas a suministrar a los comisionados, los documentos y obras que se necesitasen para el desempeño de su cometido. Si los documentos los poseían los particulares se debían obtener por medio de compra o préstamo. Todos los gastos correrían por cuenta del tesoro nacional.

Según las fuentes a las que se ha tenido acceso se concluye que Luna no publicó su encargo. Quienes sí lo hicieron fueron Barberena y Gavidia. Barberena publicó la obra en dos tomos. El primero apareció con el título Historia de El Salvador: época antigua y de la conquista y fue impreso en 1914; el segundo tomo se denominó Historia de El Salvador: época colonial y fue impreso en 1917. Ambos salieron de los talleres de la Imprenta Nacional. Gavidia, por su parte, publicó su obra titulada Historia Moderna de El Salvador, en la cual trata los sucesos independentistas de 1811 a 1814, en dos tomos que aparecieron en 1917 y 1918, respectivamente.

Sin embargo, en el Fondo Documental Francisco Gavidia se encontró un documento en el que el Poder Ejecutivo, a través del Ministerio de Instrucción Pública, por medio de un Acuerdo fechado el 30 de octubre de 1915, encomendó a Gavidia “la redacción de la parte de la Historia de El Salvador que comprende el período de la Independencia y sucesos posteriores hasta 1863”. Por este trabajo a Gavidia se le pagarían cinco mil pesos con fondos públicos, desembolsados en montos mensuales de trescientos pesos. Dicha cifra comenzaría a ser pagada a partir de noviembre de aquel año y Gavidia quedaba obligado a entregar la obra en el plazo de un año contado a partir de aquella fecha.115 No obstante, dicha obra encomendada a Gavidia nunca fue publicada por motivos que no se han podido determinar. Del examen de sus ensayos históricos se colige que su centro de atención fueron los próceres (específicamente Arce y por supuesto Delgado) y los sucesos ocurridos entre 1811-1823. No se encontraron otros ensayos que arrojaran pistas sobre el segundo encargo que el Gobierno salvadoreño le hizo al autor.

Con estos antecedentes, tenemos que en 1958 se publicó la segunda edición de Historia Moderna agrupando el primero y el segundo tomo en un solo volumen. Esta vez el libro fue impreso en los talleres del Departamento Editorial del Ministerio de Cultura. La edición del volumen corrió por cuenta de dicho Ministerio, pues así lo ordenaba el Acuerdo 4026: “Reeditar y difundir por medio del Departamento Editorial, sus libros ya publicados; hacer las selecciones de sus mejores escritos y adquirir las obras inéditas para que sean publicadas por cuenta del Estado.”116

En la nota editorial a la que se ha hecho referencia, también se acentuó el “indudable patriotismo” con el que se habían narrado los hechos “que se han sucedido hasta constituirse definitivamente el Estado salvadoreño”. También ahí se dijo que el autor, con el “indudable patriotismo”, había puesto “de relieve el espíritu de un pueblo”. Léase “espíritu del pueblo” como lo que desde la visión secular es lo que dota de sentido, de un criterio de identidad, a una comunidad imaginada.

Que la obra de Gavidia se haya reimpreso en la década de 1950 también cobra relevancia en el marco del proceso de construcción de la identidad nacional. Este asunto merece un breve paréntesis. En aquella década estaba en marcha un proyecto de modernización del Estado, bajo la conducción del Ejército,117 lo cual también permite comprender esta inclinación por reforzar el problema de la construcción de una nación, la legitimación del Estado, y la búsqueda de su identidad propia con la reimpresión de las obras completas de uno de los máximos exponentes del nacionalismo, amén de que también se trataba de un gesto conmemorativo por su reciente fallecimiento.

En este contexto, entre 1957 y 1959, al chileno Luis Vergara Ahumada se le encargaron pinturas sobre los sucesos independentistas. Pinta las obras El primer grito de independencia, Firma del Acta de Independencia y El ocaso de un Sol. De corte neoclásico, son representaciones simbólicas que refuerzan los mitos de aquellos hechos. Son reproducciones hieráticas en la que se resaltan a Delgado y Arce como figuras cimeras.118 En la primera Delgado aparece con el brazo derecho extendido mirando al cielo. Su mano izquierda posa sobre su pecho. La muchedumbre, difuminada, parece ebria de gozo. Detrás de él está Arce, con un sombrero al aire. En la segunda, la luz está en Delgado quien aparece firmando el Acta de la Independencia. Y, en la tercera, el Sol, en su lecho de muerte, es Arce. Entiéndase “Sol”, como el gran astro, el héroe que, como se pintó a Isabel La Católica dictando su testamento, yace rodeado de dolientes en su despedida final. El primer grito y Firma del Acta aparecerán luego en artículos no tan convencionales como prendas de vestir o salidas de baño, pero también serán retratadas en el papel moneda, materiales escolares (libros, imágenes alusivas a las fiestas cívicas, etc.), afiches y sellos postales.

Fue también durante el periodo de José María Lemus (1956-1960) que se resuelve un problema administrativo vinculado con el nombre del Estado. Hasta 1958 a El Salvador se le llamaba indistintamente como República o Estado del Salvador, San Salvador o El / el Salvador. Un decreto emitido en 1915, durante el periodo presidencial de Carlos Meléndez, pretendió aclarar aquella incorrección, que había surgido con la promulgación de la Constitución de 1824, en la que se bautizó a la naciente entidad política como “Estado del Salvador”. Sin embargo, fue hasta 1958 cuando se aclaró de manera definitiva el nombre propio y oficial: El Salvador (con las mayúsculas incluidas). El Estado dispuso de distintos mecanismos para que el uso incorrecto del nombre quedara en el pasado. El nombre de una nación está, por supuesto, íntimamente ligado al proceso de invención de su identidad y, en este caso también, de un problema administrativo que acomplejaba las comunicaciones y las relaciones interinstitucionales o con otros Estados o ciudades que tienen regiones con nombres similares como, por ejemplo, Salvador de Bahía, en Brasil.119

Pero volvamos a Historia moderna. Veamos cómo estaba organizado su contenido. Como se apuntó arriba, la obra constaba de dos partes. En la primera se colocó una introducción y cinco capítulos. La segunda parte arranca con una introducción relativa a los hechos de 1814 y sigue con seis capítulos. La introducción de la primera parte es una amalgama de temas dispersos y carentes de unidad. Ahí aparece desde lo que dice el Popol Vuh, pasando por los “combates” contra los conquistadores peninsulares, en el que se destaca “la herida de Alvarado en el combate de Acajutla”, las “tácticas de Atlacatl”,120 para entroncar luego con las “ideas de Delgado, Arce, los Cañas y demás Próceres.”121 Inmediatamente después, aparece un breve análisis sobre la contribución de la Constitución de 1812 “a la formación de la entidad como nación de la República de El Salvador.”122 Después de ello, viene una referencia a las pugnas suscitadas luego de 1821 por constituir una república autónoma, federal, aristocrática o democrática. Luego hay reseñas al unionismo centroamericano que, según el autor, es una propuesta que surge en “tiempos legendarios cuando emigran sus habitantes y fundan la Tula famosa.”123 Finalmente, en el último apartado de la introducción, se concluye que los “creadores [o creador] de nuestra historia” es (“sin contar a los cronistas”) Arce, quien, “a lo César, narró dignamente lo que ejecutó su brazo”.124 De Arce se dirá que es el primer historiador “como que su historia es el producto espontáneo de los sucesos, las pasiones y las ideas de su tiempo”.125 Las Memorias de Arce son vistas como “el alegato de una gran causa.”126

Esta introducción ofrece suficientes pistas para entender, en parte, la orientación de los capítulos. Del capítulo I al V del primer tomo se tratará propiamente lo relativo a los hechos independentistas. Se arranca con los sucesos de 1808, pasando por los hechos de 1811, luego los del 12, hasta concluir con un capítulo denominado “La igualdad social”, en el que se tratará, en poco menos de una cuartilla, el problema de la categoría de “ciudadano” que adquirirían los pobladores de América luego de la recepción de la Constitución gaditana. Siguiendo al autor, los votos de los diputados españoles fueron negando tal derecho, lo cual quedaría subsanado, para Gavidia, en el artículo 4 del Acta de independencia de 1821, en la que “los próceres” escribieron “Que el número de los diputados del primer Congreso General que debía reunirse, fuese en proporción de uno por cada quince mil individuos; ‘sin excluir de la CIUDADANÍA a los originarios de África’”.127 No se discute si esta categoría era equiparable a hombres y mujeres, tomando en cuenta que tal derecho no se reconoció para las mujeres ni en la Constitución de la República Federal de 1824 ni la decretada por el Estado del Salvador aquel año.

En la segunda parte de la Historia Moderna, desde la introducción hasta el capítulo VI, se trata lo relativo a los sucesos de 1814. En seguida se cuenta cómo se había practicado la Constitución y el desarrollo de aquellos sucesos. Antes del final de esta segunda parte, Gavidia anuncia que no “ha podido llegar al momento, en verdad aciago, en que el Rey Fernando, derriba la Constitución y con ella el edificio levantado en los años que llevamos historiados”.128 El libro concluye con unos breves testimonios sobre la muerte de Santiago Celis.

Es necesario mencionar que en esta segunda parte hay varias reminiscencias a los hechos de 1811; es decir, aparece como el acontecimiento generador de los sucesos de 1814. Al inicio del capítulo I, por ejemplo, se dice: “En San Salvador flotaba hacía tres años el espíritu que engendró los sucesos de 1811. Se sentía que, sobre la ciudad, en el cénit un ángel permanecía con las alas desmesuradamente abiertas y teniendo en la mano la espada desnuda de la Revolución...”129 Más adelante, en el capítulo III, titulado “Primera sangre de próceres”, aparece otra referencia al reforzamiento del mito: “el impulso dado al pueblo se extendía a los campos vecinos y no era fácil disolver una democracia, ebria por el triunfo moral, y que despertaba como en 1811, a una vida desconocida, después de haber dormido trescientos años”.130 Un poco después, Gavidia señala que había una manifestación y que “Arce quería estas armas, los 3,000 rifles objeto de la conspiración de 1811 para enfrentarse al poder de España.”131

En definitiva, Historia Moderna es un texto que pretende resaltar los acontecimientos de 1811 suscitados en la Intendencia de San Salvador. Es, de hecho, el apartado más extenso y documentado de todo el libro. Contiene, además, transcripciones de documentos de otros autores que refuerzan el objetivo principal del libro: la creación del mito del “Primer Grito de Independencia”. Examinemos, entonces, ese apartado.


Imagen 10
Portada del libro publicado en 1958.

3.1 El Primer Grito de Independencia

Como se aclaró al inicio, el propósito de este trabajo no consiste en indagar si lo escrito por Gavidia era la “verdad” de los hechos, sino interpretar el contexto en el que se habían producido sus ensayos, específicamente lo relativo al Primer Grito de Independencia, y enmarcarlo en el proceso de invención de la nación, a través de un relato histórico que le diera soporte. Sin embargo, para comprender lo que el autor escribió sobre los sucesos de 1811 es preciso abordar brevemente qué es lo que la reciente historiografía ha interpretado sobre lo acontecido en la Provincia de San Salvador aquel año.

Para comenzar, es preciso afirmar que desde el siglo XIX se comenzaron a producir versiones de los sucesos independentistas, de los acontecimientos de 1811 y del liderazgo criollo, por historiadores como Manuel Montúfar y Coronado, Alejandro Marure y José D. Gámez, que fueron publicadas en los libros Memorias para la historia de la revolución en Centroamérica, Bosquejo histórico de las revoluciones de Centroamérica desde 1811 hasta 1834 e Historia de Nicaragua. Desde los tiempos prehistóricos hasta 1860, en sus relaciones con España, México y Centro- América.132 Dichas obras se basaron en gran medida en las Memorias del general Manuel José Arce de 1830.133 Como hemos observado, durante los siglos XIX y XX, e incluso en el presente siglo,134 estas versiones se continuaron repitiendo o ampliando a partir de nuevas fuentes o de la inventiva de sus autores. ¿Pero qué ocurrió en 1811? Aproximémonos a un balance breve y escueto de los sucesos.

Lo que se ha denominado como “insurrección”, “revolución”, “revueltas”, “protestas” o “levantamientos” de 1811, cristalizado bajo el epíteto de “Primer Grito de Independencia”, fueron unos movimientos de carácter político que se efectuaron en la Intendencia de San Salvador en noviembre de aquel año. Estos movimientos obedecían, principalmente, a malestares de la población por las cargas fiscales y el mal gobierno, pero también a los conflictos entre peninsulares y criollos, así como a los deseos autonomistas por parte de estos últimos con respecto a las autoridades de Guatemala. Ahora bien, las protestas no ocurrieron sólo el 5 de noviembre, ni tuvieron lugar únicamente en San Salvador. Por otra parte, el liderazgo criollo de dichas protestas es bastante discutible. Elizet Payne, por ejemplo, demuestra que se registraron protestas en Zacatecoluca, Santiago Nonualco, Santa Ana, Metapán, Cojutepeque, Sensuntepeque, y que hubo participación de ladinos, mulatos e indígenas. Asimismo, sostiene que las respuestas de los pobladores fueron de adhesión a las protestas o de claro rechazo. Payne nos afirma que los factores de las revueltas fueron diversos y pueden agruparse así:

  • Política fiscal borbónica marcada por impuestos excesivos y los monopolios.

  • Crisis interna de la metrópoli frente a la invasión napoleónica a la península.

  • La ausencia del rey, acaecida entre 1808 y 1812.

  • Control de los comerciantes guatemaltecos en ciertos ámbitos de las actividades productivas de El Salvador, en especial en la producción del añil y la propiedad de la tierra.135

Eugenia López nos presenta un panorama más crítico de los hechos. Para la historiadora, lo que ocurrió en 1811 fueron motines populares contra el mal gobierno, que pueden resumirse así:

El tejido de alzamientos que estallaron en esos días fue de carácter popular, dirigidos contra el poder colonial, contra las malas autoridades y mal gobierno local de criollos y españoles, por sus prácticas despóticas. Malestar al que se sumó la deplorable situación de hambruna y desempleo en la que se encontraban los pueblos de la provincia por la ruina de la producción añilera, por el control de la producción y venta del aguardiente, chicha y tabaco; se sostiene también, que el liderazgo de los alzamientos lo tuvieron los alcaldes, líderes y gente de los barrios de indios, mulatos y ladinos de la ciudad de San Salvador y de varios pueblos de la intendencia, y que la actuación de los criollos y españoles, comerciantes y hacendados, miembros de los cuerpos del gobierno civil y eclesial de la provincia, no fue de apoyo a los alzamientos, ni de reencauce de las demandas de los alzados, sino más bien, actuaron para desarticularlos, desaprobarlos, “pacificarlos” por medio de la conciliación y la fuerza, con apoyo del presidente de la Audiencia, el ayuntamiento de la ciudad de Guatemala y cuerpos de milicia.136

López también afirma que la mayoría de la historiografía existente ha hecho una fabricación del imaginario alrededor de las revueltas de noviembre de 1811, que sirvió de base para la invención de lo que conocemos como el “Primer Grito de Independencia”, un mito fundacional que de acuerdo a diversas narrativas dio origen a la nación salvadoreña. Estas versiones sirvieron para legitimar a la elite política y socioeconómica de criollos y mestizos que se estableció en el poder después de la Independencia, y que se convirtió en una leyenda cívica para dar el efecto de cohesión nacional.137

De esta forma, unas protestas que tuvieron a su base distintos motivos, y en las que tuvieron participación diversos sectores, devino en el “Primer Grito de Independencia”, como una forma de mitificar aquellos acontecimientos, y a ciertos personajes, con propósitos patriótico-nacionalistas. Según las fuentes, la primera vez que en documentos oficiales se ocupa el concepto de “Primer Grito de Independencia”, es en una reseña sobre la inauguración del monumento a los próceres en 1911, publicada en el Diario Oficial:

Hoy a las diez y media de la mañana tuvo lugar la inauguración solemne del espléndido monumento que el pueblo salvadoreño ha levantado a la memoria de los próceres que en un día como este inmortal dieron el primer grito de independencia para separarse para siempre del dominio de la madre España.138

En la revista Próceres también encontramos la mencionada denominación. Un autor, que se identifica como D. de J. Guerrero, publica un breve comentario titulado “El primer grito de independencia”. El texto se dirige a comprobar, según el autor, que Sensuntepeque fue una de las “poblaciones comprometidas y resueltas á ayudar eficazmente á aquel movimiento glorioso, preliminar de nuestra independencia”. El autor se queja que Sensuntepeque no figure “ni en nuestra historia patria, ni en todo lo que se ha publicado en estos últimos días con motivo al Centenario de la intentona de 1811”.139 En el relato de Guerrero se destaca la participación de los sensuntepecanos. Sostiene que fueron unos 85 hombres y varias mujeres los que participaron en la toma de población, depusieron al subdelegado español, destruyeron los estancos de tabacos y aguardiente y exigieron la entrega del fondo de alcabalas. Incluso intentaron apresar a un español, pero aquel populacho no obtuvo ayuda de los indígenas del propio Sensuntepeque y de Guacotecti. De modo que tuvieron que huir. Algunos fueron apresados y enviados a las cárceles de San Vicente y Omoa. Los capturados sufrieron 50 azotes en un poste público. En este relato aparecen mencionadas dos mujeres, María Feliciana de los Reyes y Manuela Miranda, que en castigo fueron enviadas como servidumbre al vicario de San Vicente. El autor reproduce los documentos que dan cuenta del momento en el que se recibieron a los prisioneros en las cárceles vicentinas. Esta versión de lo que el autor denominó “primer grito”, introduce al menos otros elementos que no fueron los dominantes en las narrativas de los acontecimientos de 1811; sin embargo, no dejó de destacar el liderazgo de Delgado en San Salvador.

López Bernal propone que la denominación de “Primer Grito” fue impuesta “haciendo alusión al entusiasmo desbordado de las masas que presenciaron el toque de campanas del presidente Araujo en la víspera”.140 Es plausible también pensar que existió la intención de establecer un título que abarcara diversos elementos de la efeméride. La voz del propio Delgado, tocando las campanas y haciendo un llamado a la libertad, estaría detrás de aquel título. El paralelo con el “Grito de Dolores” también sugiere que se pretendían emular ambos acontecimientos históricos, y la denominación coadyuvaba a la mitificación consciente de los acontecimientos. Veamos ahora cómo Gavidia formuló el Primer Grito en Historia Moderna.

Es en el capítulo II y III de la primera parte de Historia Moderna en el que se coloca la piedra angular del mito del “Primer Grito de Independencia”. El capítulo II tiene, además, una adenda, en la que se insertan transcripciones de documentos en español, y a veces en inglés, de Rafael Reyes, Martínez Suárez, Pedro Arce y Rubio, entre otros. El texto podría dividirse en tres apartados: a) los hechos; b) los próceres; y c) las reacciones de los pueblos de la Intendencia de San Salvador y del Reino. Veamos cada uno de ellos.

  • Los hechos

    Gavidia comienza citando el testimonio de “todos los historiadores”. En específico, cita a Marure, a Montúfar, a José D. Gámez y a Arce. De estos autores se extrae el relato sobre lo ocurrido en 1811, de quienes se subrayan frases como “grito de libertad”, o “primer movimiento revolucionario en la provincia del Salvador”. Para Gámez, los caudillos que prepararon una conspiración contra el intendente Gutiérrez Ulloa, fueron Matías Delgado, Nicolás Aguilar y dos de sus hermanos, así como Manuel Rodríguez y Manuel José Arce.

    Para Gavidia, lo que motivaba esta revolución, que había tenido su eclosión en San Salvador el 5 de noviembre, era la búsqueda de la democracia dentro de una república. "Natural es pensar—dice Gavidia—que el resorte que los movía eran las ideas de una democracia bajo la forma Republicana y Federativa que después al dar la Constitución de Centro América y de El Salvador, y en la República Pura que les precedió, en 1822-23, se manifestaron siempre e invariablemente, como vamos a verlo en el transcurso de esta Historia.”141 “En un sentido más general, pues, lo eran las ideas republicanas y democráticas que parecen naturales al hombre, porque, en aquel tiempo, junto con la de Independencia, constituían un impulso histórico.”142

    Gavidia también destaca los deseos autonomistas de los criollos “no sólo de la madre patria, sino también de la metrópoli.”143 Sostiene, por otra parte, que en la víspera del “Primer Grito” dividían al “país” dos partidos: el monárquico, absolutista o constitucional, y el republicano, quienes “conservaban su credo en secreto y eran los que la Historia ha consagrado con el título de Próceres.”144

    Los movimientos surgen para pedir la libertad del prócer Manuel Aguilar quien había sido enviado a prisión, en los primeros días de noviembre, “por habérsele sorprendido correspondencia revolucionaria”: “con tal motivo estalló la insurrección pidiendo la libertad del prócer.”145 La “insurrección” duró los días 5 y 6 de noviembre. Después se depone al Intendente Gutiérrez y Ulloa, a los regidores y otros empleados. Luego se nombra una Junta de Gobierno. En este relato esta Junta proclama la independencia, para mientras “los sucesos, tal vez la libertad del rey, permitían adoptar una resolución definitiva.”146 Según esta narración, no había plena decisión de proclamar la independencia, pues aún no se resolvía el asunto de la libertad del rey cautivo. Durante casi un mes, los “revolucionarios” gobernaron por medio de la Junta, presidida por Delgado, y por medio del Cabildo de la ciudad.

    Gavidia confirma que la narración de los hechos del 11 debe ser reconstruida pues los “documentos que pudieran dar luz se han perdido o no han sido consultados en el archivo de la Audiencia y en el Archivo de Indias. No se posee ni la proclama de Delgado cuyo contexto hemos inferido nosotros por las contestaciones de los adversarios.”147

  • Los próceres

    Delgado aparece como el “primer prócer”, jefe del partido republicano. Gavidia asegura que en 1811 proclamó la independencia, en 1812 “leyó la Constitución de Cádiz” y, posteriormente, “enfrentó la democracia pura al Imperio de Iturbide.”148 En 1811 “pudo creer en lo posible de su empresa porque sus familiares [...] movían una parte considerable de San Salvador”.149 Sus hermanos eran Miguel y Juan Delgado. Sus sobrinos Manuel José Arce, Mariano y Domingo Antonio de Lara y Juan Aranzamendi. Sus primos hermanos, los presbíteros Nicolás, Manuel y Vicente Aguilar, Bernardo Arce de León, y su amigo Juan Manuel Rodríguez.

    Para Gavidia, Delgado no podía hacer otra cosa más que “construir un gobierno propio”, pues no había Rey que gobernase; sin embargo, declaraba que si en caso el “ex-Rey de España, si volvía a ser Rey alguna vez, tornase al goce de sus derechos.”150 Gavidia afirma que “la política del Padre Delgado, fué en ese momento histórico, la política de los Próceres de todas las regiones de América.”151

    Seguido de Delgado aparece Arce, quien también “tomó gran parte en la insurrección de 1811”, pero que por “su juventud, pues contaba veinticuatro años, le relegaban a segunda fila.”152 Para hablar de Arce olvida cualquier referencia a 1811 y para elaborar su “etopeya” lo coloca en el “dramático periodo histórico en que culmina su figura y que va de la guerra contra el Imperio a la elección del primer Presidente de Centro América.”153 Los Aguilar, por su parte, aparecen como el “tipo de proto-independientes”, y Juan Manuel Rodríguez “comparte dignamente con los nombrados el título de prócer y la gloria.”154

    Había también un elemento de valentía que se destacaba de los próceres. Gavidia sostiene que los monarquistas de Guatemala se preparaban para la guerra, pero la “Junta revolucionaria se disponía a sostenerla”.155 Para destacar esta valentía, Gavidia recordaba la oposición de los republicanos de San Salvador en contra de las pretensiones anexionistas del emperador mexicano Agustín I. El relato, al final, salta hasta la década de 1820, subrayando la importancia de 1822: “Pero la hora de la guerra para El Salvador no era ésta. La guerra necesaria para El Salvador y para Centro América fué la de 1822-1823; esta fué la verdadera guerra de la independencia y de las instituciones.”156

    Según Gavidia, la gran causa que suspendió las guerras de independencia fue la Constitución de Cádiz, por la inmensa cantidad de libertades que aseguraba: “Es posible que si no hubiese estado para emitirse la Constitución, la acefalía del trono español y las ideas democráticas de América, hubiesen desatado en esa fecha la guerra que estalló diez años después.”157

  • Las reacciones de los pueblos de la Intendencia de San Salvador y del Reino

    Para Gavidia, en noviembre se envía información a otros ayuntamientos para que coadyuvasen “a la obra de la independencia.”158 Santa Ana la rechaza, pues hay un consejero de ideas monárquicas que desecha las peticiones de la Junta de San Salvador. En una nota que se supone se envía al Capitán General, se declara la fidelidad al Rey Fernando VII y declara la “insurrección” como “sacrílega, subversiva, sediciosa, insurgente.”159 De San Vicente llegaron noticias en términos similares a las de Santa Ana. Otros curas, como el de Olocuilta, declaran ser monarquistas. Siguiendo a Gavidia, a San Miguel ni siquiera llegó la “proclama de Delgado”, pues “fué quemada en la plaza pública por manos del verdugo.”160 Según el relato, el “Trabajo de propaganda” en San Salvador era activo, pero las publicaciones eran interceptadas, quemadas o no llegaban hasta los poblados más lejanos. En ese sentido, los próceres se dieron cuenta “de todos los enemigos que debían enfrentar.”161

    En repetidas veces se insiste en la pérdida de la “proclama de Delgado”. Y como no se tiene la proclama se recurre a otros documentos, como los documentos de los vicarios provinciales en los que se “refuta la perdida proclama”. Es decir, la prueba de la existencia de la proclama descansa en la oposición a ésta. No se conoce la proclama, pero se tienen pruebas de sus oposiciones.

    En este relato se pretende resaltar a los Nonualcos. Se asegura que el “el día cinco de Noviembre los Nonohualcos tomaron la Ciudad de Zacatecoluca y se apoderaron del Cuartel: todas las autoridades coloniales huyeron y sólo quedó preso el Alcalde a quien exigieron que proclamara la Independencia.”162 “Era objeto de disgusto de los pueblos, lo que se llamaba tributos, los cuales fueron suprimidos hasta que se declaró desligada la provincia del Salvador, de las otras provincias, en tiempo de la guerra del Imperio.163 Se sostiene, además, que “las gentes del mercado, principalmente algunas mujeres [...] libraron el combate, quedando algunas víctimas y haciendo retirarse a los Nonualcos.”164

    También se aborda cómo fue visto fuera de la provincia “a la política y al plan revolucionario de los Próceres de San Salvador”.165 Cita como ejemplo al Ayuntamiento de Quezaltenango, quienes se adhirieron a la Capitanía. En el Partido de Gracias, Honduras, “los indios [...] mandaron a hacer el retrato de Fernando VII,”166 animados por un cura de nombre José María Jalón. El regidor del Ayuntamiento de Guatemala, José María Peinado, también declaró su adhesión al rey cautivo.

    Por otro lado, el Ayuntamiento de León despachó un correo a San Miguel ofreciendo tropa. Lo mismo hizo el Ayuntamiento de Rivas, al igual que el de Comayagua. En esa misma disposición se colocó el Ayuntamiento de Ciudad Real de Chiapas.

    “Se ve pues” —escribe Gavidia— “que los Próceres de San Salvador hallaron una oposición formidable dentro y fuera de la provincia. Merecen por tanto mención especial las cuatro poblaciones que secundaron el Primer Grito de Independencia.”167 También lamenta que “hasta ahora no tengamos datos de los sucesos de Chalatenango y Metapán, mencionados por los historiadores como adictos de la causa de la Independencia de Centro América.”168

    Pareciera ser que uno de los puntos centrales del relato es enfatizar que a pesar de tener todo en contra, los próceres deciden embarcarse en la arriesgada empresa de declarar la independencia. Los opositores llaman incluso “herejes de la Iglesia” a los próceres. “Casi todas las poblaciones se mostraban hostiles y las que se habían levantado a favor de la Independencia habían tenido mal éxito.”169 Para reforzar este planteamiento, repetía el caso de los Nonualcos, quienes habían pedido la abolición de los tributos, pero habían caído en manos de las mujeres del mercado.

    Luego de los hechos, según una comunicación del Ayuntamiento de San Vicente, para el 18 de noviembre ya se había “restablecido el buen orden y tranquilidad pública” que se había alterado por un “populacho inquieto con un accidente que su propia ignorancia le hizo juzgar.”170

    Otras poblaciones, además de Santa Ana, San Vicente y San Miguel, como Sensuntepeque y Chalatenango también se opusieron a la Junta de San Salvador. Lo mismo ocurrió con Tejutla, Metapán y Panchimalco. Gavidia afirma que muchos curas ejercieron influencia sobre las poblaciones para oponerse a los hechos ocurridos en San Salvador, y declaraban fidelidad al rey Fernando VII. El grito finalmente se silenció cuando se enviaron los mediadores Peinado y Aycinena, el 3 de diciembre, a la “plaza insurreccionada.”

    Entre el capítulo II y III, aparece una adenda con los siguientes títulos:

    1. El Salvador en 1811

    2. Narración de 1811 por Bancrof

    3. Narración de 1811 por el doctor Rafael Reyes

    4. 1811 desde el punto de vista religioso

    5. Narración del Dr. Martínez Suárez en la “Vida de José Matías Delgado”

    6. Etopeyas de los próceres y datos de sus biografías

    7. Delgado

    8. Los Padres Aguilares

    9. Familia y educación del Prócer Don Manuel José Arce, según D. Pedro Arce y Rubio

    10. Familia y educación del Prócer Delgado, según Valladares

    11. Familia y educación de Lara

    12. Ensayo de aviación

    13. Secreto de confesión

    14. Sobre la guerra de 1780

    15. Mallol

    16. Arce en 1811

    17. D. Alejandro Ramírez

    18. Palabras de Arce

    19. Intervención de los amigos del Delgado

    20. El Ayuntamiento de la Capital del Reino de Guatemala y los acontecimientos de 5 de noviembre de 1811

    21. Los americanos de San Salvador

    22. Comunicación del Ayuntamiento de Guatemala al Diputado a Cortes sobre los acontecimientos de 1811 en San Salvador

    En el capítulo III, titulado “Importancia del Primer Grito de Independencia” se sostiene que 1811 “no debe verse aislado”, que hay dos clases de sucesos independentistas: los propios de los monarquistas y los de los republicanos. Los republicanos destacan en 1811, 1814, la proclamación de la independencia el 15 de septiembre de 1821, el desconocimiento del imperio de Agustín de Iturbide; y las de los monarquistas su adhesión al emperador del primer imperio mexicano “y la guerra traída dos veces a El Salvador.”171

    Para Gavidia, pese a que la “historia no hace saltos”, “sin 1811 no despierta el país, Delgado no es llevado a Guatemala, no se forma este gran partido que ya en 1814 obligó al Capitán General a enviar cincuenta soldados [...]. Sin 1814 no se prepara San Salvador a los grandes sacrificios, ni se forma el gran partido republicano, en medio de un realismo que era tradicional, espontáneo, unánime, compacto; ni hubiesen sido depuestos los realistas en 1821; por tanto no hubiera habido aquella Junta de Gobierno que proclamó la República y combatió el Imperio.”172

    “Pues bien —sentencia Gavidia— la serie de estos sucesos: 1811, 1814, 1821 y 1823 con la gran Constituyente, tiene por primer eslabón inevitable el 5 de noviembre de 1811.”173 Y dictamina: “Tal es el valor del suceso, cuando la historia no es escrita por indiferentes o por enemigos declarados o encubiertos.”174

    Gavidia además menciona que hubo una repercusión del 5 de noviembre. En un breve párrafo relata que el 20 de diciembre tres comisarios al frente de un grupo de hombres armados, atacaron Sensuntepeque, depusieron al subdelegado y tomaron el cuartel, destruyendo los estancos de aguardiente y tabaco. Se trasladaron a San Salvador luego de que no fueron secundados por parte de Sensuntepeque y Guacotecti. Acto seguido fueron capturados. Unos fueron enviados a Omoa y otros fueron apresados en San Vicente. Todos sufrieron azotes. Al final del relato se dice que también hubo mujeres implicadas, las cuales también recibieron azotes como castigo y que dos de ellas, María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, “fueron sentenciadas, además, a servir al Vicario de San Vicente por el tiempo de su condena.”175

    La inclusión de este relato como colofón de todo lo ocurrido en 1811, y de la interpretación subyacente, no tiene mayor explicación. Como podrá haberse advertido es una reproducción de lo que el autor de nombre D. de J. Guerrero publicó en un número de Próceres de 1912. Gavidia toma lo narrado por Guerrero como una “repercusión de 1811”. Guerrero, como ya se observó, destacaba las protestas ocurridas en Sensuntepeque como un eslabón del “Primer Grito”. Sin embargo, un elemento destacable del aparecimiento de dos mujeres en ambos relatos es que décadas más tarde fueron elevadas a la categoría de “próceres de la independencia” por medio de un decreto de la Asamblea Legislativa de El Salvador. En 1976, María de los Ángeles Miranda fue declarada “heroína de la gesta libertadora de 1811 con motivo del Primer Grito de Independencia en Centro América”. En el año 2003 Manuela Miranda, Manuela Antonia Arce de Lara, María Felipa Aranzamendi y María Feliciana de los Ángeles Miranda fueron declaradas “Próceres salvadoreños de la independencia centroamericana.”176

    Por decreto se comenzó a reconocer, por parte del Estado, el “ejemplo del patriotismo femenino en las luchas heroicas e históricas por la liberación de los pueblos del Istmo centroamericano”. A lo mejor la fuerza del mito y del patriotismo de hombres como Delgado comenzaba a tener sus variaciones y se hizo necesario acudir a nuevos personajes para completar el panteón de héroes. Ahora se incluía a heroínas que, sin mayor sustento historiográfico, pasaban también a conformar elementos claves en el marco de la invención de la identidad nacional.

4. Reflexiones finales

En el año 2011, desde el Estado se pretendieron imitar las celebraciones patrióticas que las autoridades salvadoreñas de 1911 montaron con todo esplendor. La Secretaría de Cultura de la Presidencia, junto con la Alcaldía de San Salvador y otros sectores oficiales, académicos y universitarios organizaron una variopinta serie de actos públicos y privados para conmemorar lo que se denominó como el “Bicentenario del Primer Grito de Independencia”. Hubo de todo: desfiles, quiebre de piñatas, bandas militares, cenas de gala, colocación de arreglos florales, oraciones y cánticos cristianos, misas, quema de pólvora, inauguración de parques recreativos, discursos oficiales, repiques de campanas… En fin, la lista es extensa. No en vano se ha afirmado que después del conflicto armado salvadoreño “ninguna conmemoración generó tanta convergencia de sectores, inversión e interés como el bicentenario del denominado “Primer Grito de Independencia” durante el año 2011.”177

En la parafernalia patriótica incluso se incluyó una extraña réplica de lo que parecía ser un campanario, en referencia al campanario de la Iglesia de La Merced, desde donde, según el mito, se tocaron las campanas para proclamar la “gesta heroica”. El artefacto acorazado con papel brillante, como el que se usa para las festividades navideñas, y atravesado por una especie de bandera azul y blanco, se colocó en la plaza Salvador del Mundo, en San Salvador. Para subrayar el simbolismo anterior, el propio alcalde de la capital, Norman Quijano, dio el banderillazo de salida para la ejecución de las actividades conmemorativas tocando las campanas en la Iglesia de La Merced.

En el programa de festejos del 2011 tampoco faltó Francisco Gavidia. Hubo una lectura dramática de Júpiter, una obra publicada en 1889 en la que un esclavo de Matías Delgado, llamado Júpiter, se enamora de la hija de Santiago José Celis. Todo el drama se desarrolla en el contexto de las conjuras de 1811. Al final casi todos mueren o caen presos en algún momento. Júpiter se suicida y su amada cae desmayada al ver la escena deplorable.

En el año 2011 Gavidia también estuvo presente en un libro que publicó la Alcaldía de San Salvador. En el libro titulado “Bicentenario del Primer Grito de Independencia. 1811-2011”, fue incluido el III capítulo de Historia Moderna. Seguido de Gavidia apareció un texto de Manuel Castro Ramírez sobre la importancia del campanario de la Iglesia de La Merced. Otros capítulos que repetían el canon historiográfico nacionalista sobre el “Primer Grito” completaron aquel documento, impreso en papel especial y de pasta dura.178

Como muy bien sostiene Sajid Herrera, durante los festejos de 2011, la vigencia del discurso patriótico apareció bien posicionado en algunos sectores académicos y estatales.179 Sin embargo, también hubo voces disonantes que, afianzadas en novedosos marcos teóricos y fuentes primarias, ofrecieron una interpretación diferente de aquellos acontecimientos que se estaban conmemorando. Una de esas instancias fue la Dirección Nacional de Investigaciones en Cultura y Arte de la Secretaría de Cultura de la Presidencia. Dicha Dirección contó, incluso, con un programa académico desde el cual se discutió no solo la efeméride y sus distintas conmemoraciones, sino que también fue una plataforma para reflexionar sobre los complejos problemas estructurales por los que El Salvador había transitado en poco más de ciento cincuenta años.

De cualquier forma, aquel mito fabricado como artefacto de colección histórica desde finales del siglo XIX e inicios del XX, había conservado su peso con el transcurso de los años. Se construyó una “tradición” —sostiene Sajid Herrara— “que, lejos de ser efímera, ha tenido un peso decisivo en la versión salvadoreña sobre los últimos años de vida colonial, la independencia y la invención republicana en el istmo.”180

Como se ha podido observar en este trabajo, la intelectualidad liberal de finales del siglo XIX y principios del XX se preocupó por cimentar un conjunto de tradiciones inventadas que fueron la base de lo que pasó a conocerse como la nación salvadoreña. Como se verificó en los primeros apartados, existió un conjunto bastante nutrido de publicaciones periódicas que sentaron los pilares del canon historiográfico. Los intelectuales, de la mano con el Estado, construyeron un relato homogéneo para solidificar el mito de la fundación de la nación. Con ello, no solo se le otorgaba una partida de nacimiento a la nación, sino que se le dotaba, además, de una figura paterna. El prócer era el hombre que encarnaba la voz triunfante de la nación. El campanario era la cuna y el monumento era el lugar de adoración cívica.

***

Este es un trabajo que surgió, en parte, de inquietudes personales. Cuando el que escribe estas líneas estudió la primaria, la secundaria y el bachillerato siempre se preguntó por qué un señor con nariz alargada aparecía en todos los cromos ilustrados que le obligaban a comprar cada septiembre, mes en el que se conmemora la firma del Acta de independencia de 1821. Además de aquel narizón, que provocaba alguna risa o chiste infantil, aparecían hombres blancos o trigueños con grandes barbas y bigotes; también algún lampiño asomaba su rostro en aquellos pequeños afiches. A algunos de estos personajes, dependiendo de la creatividad de quien ilustraba los cromos, le colocaban la bandera azul y blanco en sus trajes. Era obligatorio colocar aquellas figuras en el periódico mural del salón de clases.

En cada salón de clases era obligatorio, además, adornar con gallardetes azules y blancos; tampoco faltaba la bandera nacional ni la tradicional flor de Izote. Lo más inquietante era memorizar la oración a la bandera y el himno nacional. Cada mañana, durante todo el mes de septiembre, después de las peticiones al Dios cristiano, se recitaba la oración a la bandera y se entonaban las “sagradas notas del himno nacional”. En posición firme, y con la mano derecha en el pecho, se tenía que rendir honores a unos símbolos que para muchos niños o adolescentes no tenían mayor sentido. Los profesores y profesoras, como si fuesen capataces de finca, se paseaban por las filas entre los estudiantes para verificar que se guardaran los respetos debidos. Para el que se salía del orden ya estaba listo un llamado de atención, cuando no de sanción directa que equivalía a menos nota en conducta. Bajo el incandescente sol o las amenazas de lluvia había que rendir honores a algo sin mayor significado. Los pocos entendidos que lograban formular alguna explicación histórica de aquellos sucesos se concentraban en el “Primer Grito” o en el 15 de septiembre de 1821 como el principio de lo que apenas se entendía como “Independencia de El Salvador”.

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Notas

1. Este trabajo ha sido desarrollado en el marco del seminario de investigación del proyecto denominado “Francisco Gavidia: pensamiento y archivos”, financiado con el Fondo de investigaciones de la Vicerrectoría de Investigación e Innovación de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Agradezco las sugerencias y los comentarios de los colegas que conformaron este equipo de investigación, así como las conversaciones sostenidas con Héctor Lindo, Carlos Gregorio López y Mario Vásquez Olivera. Quiero también agradecer a otros u otras colegas que leyeron este texto o que me hicieron recomendaciones para mejorarlo. Gracias por la paciencia y los conocimientos compartidos a Sajid Herrera, Antonio Acosta, Herberth Morales y a la periodista Mónica Campos. A Antonio le debo un agradecimiento especial por haberme permitido tener acceso al manuscrito de su último libro, aún no publicado, para tener otro acercamiento al Gobierno de Manuel Enrique Araujo. A Mónica le debo también el tiempo que le quité para leerle fragmentos de este trabajo. Con ella también he entendido cómo funcionan los periódicos salvadoreños en la actualidad, lo cual fue muy útil para formular y escribir el primer apartado de este trabajo. Todos los aportes que pudiese contener este texto se los debo a ellos y ellas, las partes que aún quedan por mejorar son mi responsabilidad.
2. Máster en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), abogado de la República de El Salvador. Desde 2018 es jefe de Acervos Históricos e investigador en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
3. Eric Hobsbawn, Sobre la historia. (Barcelona: Crítica, 1998), 17.
4. Tomás Pérez Vejo, Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas. (España: Ediciones Nobel, 1999), 124.
5. Decreto n.º 580. Diario Oficial, tomo n.º 390, 17 de enero de 2011.
6. Decreto n.º 580. Diario Oficial, 4.
7. Decreto n.º 580. Diario Oficial, 4.
8. Decreto n.º 580. Diario Oficial, 4.
9. Carlos Gregorio Lopez Bernal, Marmoles, clarines y bronces. Fiestas civico religiosa en El Salvador, siglos XIX Y XX (San Salvador: Editorial Universidad Don Bosco, Secretaría de Cultura de la Presidencia, 2011).
10. Óscar Javier Linares Londoño, “De héroes, naciones milenarias y guerras fratricidas. Tres mitos fundacionales en tres relatos historiográficos de la nación mexicana”, Revista Folios no. 32 (julio-diciembre, 2010): 7-22.
11. Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericana (México: Tusquets, 2010).
12. Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (México: Fondo de Cultura Económica, 1983)
13. Sobre el concepto de nación véase: Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850 [Iberconceptos-I] (Madrid: Fundación Carolina Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009). José Álvarez Junco, Justo Beramendi, Ferran Requejo, El nombre de la cosa. Debate sobre el término nación y otros conceptos relacionados. (Madrid: Centro de estudios políticos y constitucionales, 2005). Tomás Pérez Vejo, “La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico”, Historia Mexicana 53 (2003): 275–311. Otras obras de gran relevancia para este estudio son las de François-Xavier Guerra y Antonio Annino: Inventando la nación, Iberoamérica. Siglo XIX, coordinado por Antonio Annino y François-Xavier Guerra (México: Fondo de Cultura Eco- nómica, 2003), y Antonio Annino, Luis Castro Leiva y François-Xavier Guerra,comps. De los imperios a las naciones: Iberoamérica. (Zaragoza: IberCaja-Forum International des Sciences Humaines, 1994).
14. Eric Hobsbawm y Terence Ranger,eds., La invención de la tradición (Barcelona: Crítica, 2002).
15. Sobre el concepto de poder, y su relación con el saber y la verdad, se sugiere la lectura de, al menos, los siguientes textos: Michel Foucault, Historia de la sexualidad. Tomo I. Voluntad de saber (Madrid: Siglo XXI, 1999). Michel Fou- cault, El poder, una bestia magnífica: Sobre el poder, la prisión y la vida (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014). Michel Foucault, El orden del discurso (México: Tusquets Editores, 2009). Michel Foucault, Seguridad, territorio y población: Curso en el Collège de France: 1977-1978 (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006). Y a Hernán García Hodgson, Deleuze, Foucault, Lacan: una política del discurso.(Buenos Aires: Quadrata, 2005).
16. Olivier Prud´Homme, “Ciencia histórica y oficio del historiador: tentativa y fracaso de un proyecto en El Salvador de los años 60”, Identidades. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades no. 3 (julio-diciembre de 2011): 11-56.
17. “A manera de prólogo de La Quincena”. La Quincena. Revista de Ciencias, Letras y Artes no. 1 (1° de abril de 1903):1.
18. Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez, Las redes intelectuales centroamericanas: Un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920) (Guatemala: F & G Editores, 2005), 2.
19. Casaús Arzú y García Giráldez, Las redes intelectuales centroamericanas, 3.
20. Casaús Arzú y García Giráldez, Las redes…, 3-4. Es preciso mencionar que en los impresos analizados para este tra- bajo no se encontraron mujeres en la planta de redactores o escritores. Accidentalmente aparecen algunos nombres como, por ejemplo, el de Teresa Masferrer como miembro del Ateneo de El Salvador. Para un análisis pormenorizado de la participación de las mujeres en el espacio público salvadoreño a finales del siglo XIX se sugiere leer la tesis doctoral de Olga Vásquez Monzón, titulada El debate sobre la educación femenina en el contexto de la laicización del Estado salvadoreño (1871-1889). Tesis para optar al grado de doctora en Filosofía Iberoamericana, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, 2012.
21. Marta Elena Casaús Arzú menciona otros círculos de sociabilidad en los que estuvieron vinculados intelectuales como Alberto Masferrer. Véase: Marta Elena Casaús Arzú, con la colaboración de Regina Fuentes Oliva, El libro de la vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas. Edición crítica de la obra teosófico-vitalista (1927-1932) (Guate- mala: F & G Editores, 2012), 8-11.
22. A propósito de lo afirmado por Roque Baldovinos, y la relación entre los intelectuales y el Estado, el caso de Salarrué quizá sea uno de los más estudiados. Miguel Huezo Mixco presenta una carta en la que Salarrué le escribe, en 1941, a su amigo Julio E. Ávila en la que le comenta sobre sus penurias económicas luego de su renuncia a la dirección de la revista Amatl, que funcionaba al amparo del régimen de Hernández Martínez. En la misiva, Salarrué le manifiesta lo siguiente: “En C.A. más que en ninguna otra parte del mundo el artista y el escritor sólo puede vivir y hacer con el apoyo del Estado”. El artículo completo se titula “El vínculo entre Salarrué y el general nunca fue como lo pintan”, publicado en el periódico El Faro, el 27 de noviembre de 2020. Disponible en: https://elfaro.net/es/202011/ef_acade- mico/25045/El-v%C3%ADnculo-entre-Salarru%C3%A9-y-el-general-nunca-fue-como-lo-pintan.htm
23. Ricardo Roque Baldovinos, El cielo de lo ideal. Literatura y modernización en El Salvador (1860-1920) (San Salvador: UCA Editores, 2016), 103-104.
24. Carlos Gregorio López Bernal, Tradiciones inventadas y discursos nacionalistas: el imaginario nacional de la época libe- ral en El Salvador, 1876-1932 (San Salvador: Editorial e Imprenta Universitaria, Universidad de El Salvador, 2007), 80.
25. López Bernal, Tradiciones inventadas, 93.
26. Ítalo López Vallecillos, El periodismo en El Salvador. Bosquejo histórico-documental, precedido de apuntes sobre la prensa colonial hispanoamericana (San Salvador: UCA Editores, 1987), 184.
27. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 118.
28. Mario Hernández Aguirre, Gavidia. Poesía, literatura, humanismo (San Salvador: Ministerio de Educación, Dirección General de Cultura, Dirección de Publicaciones, 1965), 15.
29. Hernández Aguirre, Gavidia, p. 15.
30. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 195-197.
31. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 195. Sobre Gavidia y la educación pública léase el trabajo titulado La pedagogía del obrero: Francisco Gavidia y la educación pública primaria, El Salvador 1896-1898 de Julián González Torres.
32. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 203-205. Roque Baldovinos, El cielo de lo ideal, 102-103.
33. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 195-199.
34. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 195-199.
35. Citado por López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 188.
36. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 202. El Semanario Noticioso 1, 4 de octubre de 1888.
37. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 352-357.
38. Luis Gallegos Valdés, Panorama de la literatura salvadoreña del período precolombino a 1980 (San Salvador: UCA Editores, 2005),136.
39. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 377.
40. Ateneo de El Salvador: Revista de Ciencias, Letras y Artes 25, mayo de 1915.
41. “A los lectores”, Boletín de la Academia Salvadoreña 1, octubre de 1920.
42. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 248-251.
43. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 125-129.
44. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 241-242.
45. López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 234-235.
46. “Notas editoriales”, Próceres. Documentos y datos históricos I. 1911, 1.
47. “Notas editoriales”, Próceres, p. 2. Sobre la escuela y el culto a los símbolos patrios, léase López Bernal, Tradiciones inventadas¸ 136-138.
48. Francisco Gavidia, “Discurso pronunciado por don Francisco Gavidia, a nombre de la Junta Patriótica Central del Centenario”, en Álbum del centenario (San Salvador: Imprenta Nacional, 1912), 221.
49. Francisco Gavidia, “Discurso pronunciado por don Francisco Gavidia, a nombre de la Junta Patriótica Central del Centenario”, 221.
50. Alberto W. Augspurg, “Discurso del señor Cónsul de Alemania don Alberto W. Augspurg”, Álbum del centenario (San Salvador: Imprenta Nacional, 1912), 222.
51. Manuel Enrique Araujo, “Manifiesto del presidente Araujo a los salvadoreños”, Álbum del centenario (San Salvador: Imprenta Nacional, 1912), 4.
52. Álbum del centenario, 2.
53. Para ampliar sobre el trabajo de Francesco Durini Vasalli, léase: Mauricio Oviedo Salazar y Leonardo Santamaría Montero, “Monumentos europeos para héroes centroamericanos: primeros años de los hermanos Durini en los mercados artísticos de El Salvador y Honduras (1880-1883)”, Revista de Historia de América 158 (enero-junio 2020):145-184. Mauricio Oviedo Salazar y Leonardo Santamaría Montero, “Los hermanos Durini y las Casas de Corrección en Costa Rica”, Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe 12 (Julio-Diciembre, 2015):17-42.
54. López Bernal, Mármoles, 96.
55. Reynolds Hitt, Carta al secretario de Estado, 16 de enero de 1912, Political Relations US-El Salvador, 1919-29. Citado por Héctor Lindo Fuentes, El alborotador de Centroamérica: El Salvador frente al Imperio. (San Salvador: UCA Edito- res, 2019),69
56. Autores varios, Centenario de la insurrección del 5 de noviembre de 1811 (Universidad de El Salvador: Tipografía La Unión, 1911).
57. Víctor H. Acuña Ortega, “Fiestas nacionales en tiempos imperiales: Costa Rica frente a Estados Unidos”, Illes i Imperis 21 2019 69
58. Acuña Ortega, “Fiestas nacionales en tiempos imperiales”,58.
59. Acuña Ortega, “Fiestas nacionales en tiempos imperiales”, 58.
60. Acuña Ortega, “Fiestas nacionales en tiempos imperiales”, 71. Sobre los festejos que se desarrollaron en Centroamérica en 1921 véase el libro de Patricia Fumero Vargas: Festejos y símbolos: el primer Centenario de la Independencia de Centroamérica (1921) (Costa Rica: Editorial UCR, 2021). Para el caso específico de Nicaragua también puede leerse el trabajo de Chester Urbina Gaitán, titulado “Miradas a la trayectoria centroamericana en los dos siglos de inde- pendencia. La celebración de la independencia en Nicaragua (1866-1928)”, publicado en Revista Estudios 39, 2019. También se sugiere la lectura del libro de Héctor Lindo Fuentes, titulado 1921 El Salvador: en el año del centenario de la independencia (San Salvador: Editorial Delgado, 2021).
61. Diario Oficial, n.º125, Tomo No. 72, del 30 de mayo de 1912.
62. En 1912 se desarrollaron cabildos abiertos para jurar la bandera y el escudo nacional. En el Diario Oficial se transcribieron las actas de las sesiones municipales que dan cuenta de cómo se efectuaron aquellos ritos. Así, por ejemplo, en la villa de Moncagua, departamento de San Miguel, los vecinos junto con los empleados municipales se reunieron para jurar los nuevos símbolos y celebrar la independencia de 1821. Se celebraba la independencia de la “madre España” con voca- ción de “republicanismo puro, civilización y progreso”. Manuel Enrique Araujo era considerado como un “fiel intérprete de nuestras instituciones republicanas y amante de nuestro progreso, que lleva por ideal sagrado la reconstitución de nuestra antigua Patria de Centro-América, alentado y vivificado por los sublimes manes de Arce, Morazán y los Barrios, astros luminosos de nuestro cielo político”. Según las autoridades, Araujo era “un hombre humilde, un ciudadano civil que idolatra ciegamente su querida patria”, y les entregaba un nuevo pabellón “para que sepamos defendernos y morir al pie del asta y, sucumbiendo á los golpes de fuerzas poderosas, podamos exclamar: ¡¡todo se ha perdido, menos el honor!! Los que amamos verdaderamente á Centro-América, los que deseamos su grandeza y su unión, los que esta- mos listos á ofrendar nuestras vidas y derramar nuestra sangre en aras del sublime ideal de la Unión Centroamericana”. En iguales términos se expresaron las autoridades locales de Lolotique, San Luis de la Reina y Nueva Guadalupe. Se juraba fidelidad a los símbolos, a los que se aseguraba defender hasta con la propia vida; asimismo, era un juramento de lealtad a Araujo. Diario Oficial, Tomo 73, n.º 234, 7 de octubre de 1912, 2258.
63. David Díaz Arias, “La invención de las Naciones en Centroamérica, 1821-1950” (Coloquio Identidades Revis(it)adas, artes visuales, literatura, música, danza e historia en América Central. Managua, Nicaragua. Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica de la Universidad Centroamericana, Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la Universidad de Costa Rica y Servicio Alemán de Intercambio Académico de la Iniciativa Cultural Alemana, 2002) https://www.afehc-historia-centroamericana.org/index_action_fi_aff_id_367.html
64. Christophe Belaubre, “La construcción de una identidad centroamericana a principios del siglo XX: interpretación microhistórica de un fracaso”, Anuario IEHS no. 20 (2005): 90.
65. Díaz Arias, “La invención de las Naciones en Centroamérica”.
66. López Bernal, Tradiciones inventadas, 97-98.
67. Pérez Vejo, Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas, 17.
68. Pérez Vejo, Nación…,14.
69. Pérez Vejo, Nación…, 113.
70. Pérez Vejo, Nación…, 117
71. Pérez Vejo, Nación…, 121.
72. Mónica Quijada, “¿Qué Nación? Dinámicas y dicotomías de la Nación en el imaginario Hispanoamericano”, en Inventando la nación, Iberoamérica. Siglo XIX, coord. por Antonio Annino y François-Xavier Guerra (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 288-315.
73. Rafael Reyes, Nociones de historia del Salvador. (San Salvador: Imprenta del doctor Francisco Sagrini, 1885). José Antonio Cevallos, Recuerdos Salvadoreños. (San Salvador: Imprenta Nacional, 1919).
74. López Bernal, Mármoles, 111.
75. Dice Annick Lempérière: “El pasado, en efecto, suministra el material para forjar el patriotismo de los ciudadanos, alimentar el orgullo nacional, cultivar el espíritu de sacrificio y esfuerzo por la patria y generar la conciencia de que la época presente es el feliz desenlace de una evolución histórica. Dos procedimientos historiográficos han permitido esta utilización del pasado: la conversión de determinados personajes históricos en héroes (también en la memoria sobreviven sólo los más aptos) y la elaboración de la historia patria para los alumnos de primarias y secundarias. Esta historia monumental tiene como vehículo no sólo lo escrito, sino también la arquitectura pública, los monumentos, la pintura histórica y las estatuas. Prefiere la narración a cualquier otra perspectiva sobre el pasado, bajo dos gran- des formas: por una parte, la cronología, y por otra, el establecimiento de retratos edificantes y de descripciones verosímiles. La historia patria, tal como se escribe en las obras más elaboradas, en los libros de texto e incluso en los catecismos para escuelas primarias, es el ejemplo más acabado de esta historia monumental”. Annick Lempérière, “Los dos centenarios de la independencia mexicana (1910-1921)”, Historia Mexicana 45, 2, (1995): 317–352.
76. José Mata Gavidia, Francisco Gavidia. Artífice de nuestra nacionalidad. (San Salvador: Ministerio de Educación, Dirección General de Publicaciones, 1965), 19-20.
77. Mata Gavidia, Francisco Gavidia, 19-20.
78. Mata Gavidia, Francisco Gavidia, 19-20.
79. Mata Gavidia, Francisco Gavidia, 19-20.
80. López Bernal, Mármoles, 112.
81. López Bernal, Mármoles, 75.
82. Para observar los pormenores de las obras publicadas por Gavidia véase: José Mata Gavidia, Artífice de nuestra nacionalidad y también el número de la revista Anaqueles, publicado en 1970, en el que se recopiló la bibliografía de Gavidia. Anaqueles: revista de la Biblioteca Nacional, 1970, número extraordinario.
83. Francisco Gavidia, “El Padre Delgado”. La Nueva Enseñanza, 2, no. 6, jul. 1888: 19.20. “Don Manuel José Arce”. La Nueva Enseñanza, 2. n.º 8, agosto 1, 1888: 19-20; 2, n.º 9, agosto 1833: 18-20.
84. Francisco Gavidia, Discurso oficial pronunciado por don Francisco Gavidia el día 15 de septiembre con motivo del LXXIII de nuestra emancipación política” (San Salvador: Imprenta Nacional, 1894).
85. La Quincena, año 1, t. 1, no. 1, abril de 1903: 20. Centro América Intelectual, 1, no. 2. abril de 1903: 2-8. La Quincena, año 1 tomo 1, no. 12, septiembre de 1903 397 399.
86. La Quincena, año 3, t. 5, no. 49, abril de 1905: 22-25.
87. Sobre el porqué Delgado desplazó a otros próceres como Arce del panteón de los principales héroes, léase López Bernal, Tradiciones inventadas, 126-136.
88. La Quincena, año 3, t. 5, no. 49, abr. 1905: 22-25. Diario del Salvador, julio 27, 1907: 4. Próceres, volumen 1 n.º 1, 1911:

(3-10). La Universidad, 8, no.. 9, nov. 1911: 403-413. Diario del Salvador, nov. 5, 1911: 5.

89. Próceres de la independencia (1911). San Salvador: Tipografía La Unión, 5-6.
90. Próceres, tomo 3, no. 7-8, (1912): 205-242.
91. Gavidia, año 1, v. 1, no. 3, (oct. 1915): 53-56.
92. Capítulo de la Historia moderna de El Salvador; el presidente Aguilar y el obispo Viteri. La Universidad, 10, no. 12, (abr./jun. 1916).
93. Francisco Gavidia, Discursos, estudios y conferencias. (San Salvador: Imprenta Nacional, 1941), 4.
94. Manuel Castro Ramírez, Hermógenes Alvarado, Víctor Jerez, Francisco Gutiérrez, Sixto Barrios. Conferencias históricas de propaganda patriótica. (San Salvador, El Salvador: Universidad Nacional de El Salvador, 1920-1921).
95. Manuel Castro Ramírez y otros, Conferencias históricas, 5-14.
96. Autores varios, La República de El Salvador. The Republic of El Salvador: (synopsis). (San Salvador: Dirección General de Estadística de la República de El Salvador, 1924), 4.
97. Autores varios, La República de El Salvador, 10.
98. En 1961 se editó por segunda vez el libro completo. La edición estuvo a cargo del Departamento Editorial del Ministerio de Educación.
99. La figura de Delgado tiene también relevancia desde el Ateneo en 1933, año en el que dos sucesos culturales apa- recen con gran notoriedad en El Salvador. El primero es una exposición de libros que se ejecuta bajo la dirección de la presidencia de la República y, el segundo, es la condecoración de “Hijo meritísimo” que se otorga a Francisco Gavidia. Desde el Ateneo se apuesta por escribir “la verdadera Historia”, en la que aparece Delgado como protagonista principal de los sucesos independentistas. Rafael Lara-Martínez cita los siguientes pasajes: “El objetivo de la “verdad histórica” consiste en descubrir “la belleza épica y digna loa del heroísmo del pueblo cuscatleco” en su lucha constante por la independencia (pág. 5). En orden cronológico, desde su fundación, se exalta a San Salvador como “ciudad heroica” (pág. 72). Se canta la gesta de independencia, en particular la de José Matías Delgado, instando a “tomar las armas en su apoyo” (pág. 14). La defensa de la capital contra tropas extranjeras, guatemaltecas, cobra vigencia al evocar sucesos de 1828 y 1885 (pp. 5 y 60). Esta secuencia significa que “la independencia absoluta de Centro América es obra de El Salvador” cuyo contrato de autonomía lo renueva al presente el gobierno en turno, “Representación del Pueblo” (pp. 75 y 90).” Rafael Lara-Martínez, Política de la cultura del martinato. (San Salvador: Universidad Don Bosco, 2011), 103-104.
100. Academia Salvadoreña de la Historia, Delgado. El Padre de la patria (San Salvador: Imprenta Nacional, 1932).
101. Delgado. El Padre de la patria, 53.
102. Véase, por ejemplo, Omar Fabián González Salinas, “Fiesta cívica y culto al “Padre de la Patria” en el Estado revolucionario, 1910-1940”, Secuencia 93 (septiembre-diciembre 2015): 162-183. Y Mario Armando Vázquez Soriano, “Nosotros venimos del pueblo de Dolores”. La Cuna de la Patria en la construcción del imaginario nacional mexicano”, Temas y debates 36 (julio-diciembre 2018): 139-160.
103. Delgado. El Padre de la patria,54.
104. Un ejemplo de ello es la convocatoria para un concurso de ensayo que el Ministerio de Educación lanzó en 1961 para conmemorar los 150 años del “Primer Grito de Independencia”. El resultado del concurso devino en la publicación de algunas obras seleccionadas, entre ellas estuvieron las siguientes: Rodolfo Barón Castro, José Matías Delgado y el movimiento insurgente de 1811. Segundo premio sesquicentenario del primer grito de independencia de Centro- américa. (San Salvador: Ministerio de Educación, 1961). Carlos Meléndez Chaverri, El presbítero y doctor don José Matías Delgado en la forja de la nacionalidad centroamericana. Segundo premio sesquicentenario del primer grito de independencia de Centroamérica. (San Salvador: Ministerio de Educación, 1961). Otro texto que reproduce las versiones patrióticas y el liderazgo criollo es el libro titulado Ausencia y presencia de José Matías Delgado en el proceso emancipador, escrito por Miguel Ángel Durán, publicado en 1961 en San Salvador, Tipografía Guadalupe.
105. Francisco Espinosa, “El cinco de noviembre”, Cultura 25 (julio-septiembre de 1962), 130-131.
106. Mario Armando Vázquez Soriano, “Nosotros venimos del pueblo de Dolores”. En Argentina, por ejemplo, la “Revolución de mayo de 1810” es considerada un mito fundacional de la historia nacional. Este mito gozó de una amplia difusión en los textos escolares desde finales del siglo XIX. Marta Mercedes Poggi muestra cómo se difundió y con- solidó el mito en textos escolares en el período 1880-1905. La historiadora sostiene que en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX se imbricaron dos proyectos para construir la nación: uno historiográfico y otro educativo. “El éxito del proyecto historiográfico” —escribe la autora— “encargado de dotar de una Nación al Estado argentino se evidencia en la construcción de una gesta fundadora con un momento de nacimiento claro e identificable y un ba gaje de elementos afectivos y simbólicos. Constituida como mito fundador, la Revolución de Mayo se transformó en un elemento simbólico del patrimonio memorístico y cultural argentino más allá de las diferencias culturales, étnicas o históricas.” Dicha gesta fundacional se ubica en mayo de 1810 y es analizada como el principio del proceso que conduce hasta la victoria de Ayacucho en 1824. “En los libros de historia argentina —sigue la historiadora— el énfasis estaba puesto en el estado del país a fines del siglo XIX, el significado de las fechas patrias, los rasgos biográficos de personajes destacados y, muy especialmente, en los acontecimientos principales realizados para conseguir los fines de la Revolución de Mayo”. Para ampliar, léase: Marta Mercedes Poggi, “La consolidación y difusión de un mito fundacional: La Revolución de Mayo en los textos escolares, 1880-1905”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 10 (2010): 168, 183.
107. Véase Rafael Lara-Martínez, El bicentenario. Un enfoque alternativo. (San Salvador: Editorial Universidad Don Bosco, 2011). Una de las posturas más críticas fue la del historiador nicaragüense José Dolores Gámez quien publicó una serie de ensayos en el periódico El Repertorio, y que luego compiló en un libro titulado Reminiscencias históricas de la tierra centroamericana, publicado en San Salvador en 1913. Muy adelantado a su época, Gámez arguye que se había caído en el error de confundir “el movimiento de San Salvador en noviembre de 1811, con el primer grito de nuestra independencia que se dio hasta el 15 de septiembre 1821 en la ciudad de Guatemala”. En el prólogo del libro, Gámez se refiere a las conmemoraciones desarrolladas en San Salvador en 1911 de la siguiente manera: “Acababan de pasar las ruidosas fiestas con que aquí fue celebrado el primer centenario del 5 de noviembre de 1811, fecha en la que por un error de tradición se suponía dado el primer grito de independencia de Centro América. Hubo en aquellos días verdadera fiebre de proceridad centro-americana y se publicaron antiguos documentos y hasta un periódico intitulado Próceres, dedicado exclusivamente a compilarlos”. Sobre el contenido de su libro, apunta: “Creemos que serán de escaso valor para los que en ellos busquen recreo y solaz; pero de mucho interés para los que se dediquen a las disquisiciones históricas de nuestra patria centroamericana, pues no hay en ellos una sola línea que no descanse en buena documentación”. En la primera parte del libro discute sobre los motivos por los cuales se efectuaron los “motines y revueltas” registrados en San Salvador, León, Granada, Rivas y Guatemala entre 1811 y 1814. Esos hechos — sostiene Gámez— “no tuvieron por objeto separarnos del trono español”. Más adelante afirma que esos movimientos fueron “precursores de nuestra independencia”, pero fueron ejecutados “contra la permanencia de ciertos emplea- dos en el gobierno local, del que se excluía injustamente á los criollos”. El análisis de Gámez requiere, sin embargo, una reflexión más amplia; no obstante, se destaca su postura crítica con respecto a las voces dominantes de aquella época. José D. Gámez, Reminiscencias históricas de la tierra centroamericana. (San Salvador, 1913).
108. Véase Hernández Aguirre, Gavidia, 388-405.
109. Véase Hernández Aguirre, Gavidia, 388.
110. Hernández Aguirre, Gavidia, 389.
111. López Bernal, Mármoles, 112.
112. Rafael Lara Martínez, Historia sagrada e historia profana. El sentido de la historia salvadoreña en la obra de Francisco Gavidia. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 1991), 16.
113. Lara Martínez, Historia sagrada e historia profana, 19.
114. Diario Oficial, tomo 73, no. 235 (martes 8 de octubre de 1912), 2265. Las itálicas son mías.
115. Acuerdo Ejecutivo, Palacio Nacional, San Salvador, 30 de octubre de 1915. Documento consultado en el Fondo Documental Francisco Gavidia, Colecciones Especiales, Biblioteca Florentino Idoate, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
116. Francisco Gavidia, Historia Moderna de El Salvador. (San Salvador: Ministerio de Cultura, 1958), 7.
117. Roberto Turcios, Autoritarismo y modernización: El Salvador 1950-1960. (San Salvador, El Salvador. Dirección de Publicaciones e Impresos, 2003).
118. Astrid Bahamond Panamá, Procesos del arte en El Salvador (San Salvador: Secretaría de Cultura de la Presidencia, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2014).
119. Óscar Meléndez y Carlos Pérez Pineda, El nombre oficial de la República de El Salvador (San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2015).
120. Gavidia, Historia Moderna, 22.
121. Gavidia, Historia Moderna, 25-27.
122. Gavidia, Historia Moderna, 27.
123. Gavidia, Historia Moderna, 32.
124. Gavidia, Historia Moderna, 34.
125. Gavidia, Historia Moderna, 34.
126. Gavidia, Historia Moderna, 35.
127. Gavidia, Historia Moderna, 240.
128. Gavidia, Historia Moderna, 489.
129. Gavidia, Historia Moderna, 277.
130. Gavidia, Historia Moderna, 301.
131. Gavidia, Historia Moderna, 302.
132. Manuel Montúfar, Memorias para la historia de la revolución en Centroamérica (San Salvador: Editorial Dutriz Herma- nos, 1905 [1832]). Alejandro Marure, Bosquejo histórico de las revoluciones de Centroamérica desde 1811 hasta 1834 (Guatemala: Tipografía El Progreso, 1877 [1837]). José D. Gámez, Historia de Nicaragua. Desde los tiempos prehistóricos hasta 1860, en sus relaciones con España, México y Centro-América (Managua: Tipografía de “El País”, 1889).
133. Manuel José Arce, Memoria del General Manuel José Arce: primer presidente de Centro América (San Salvador: Tipo- grafía La Luz, 1903).
134. Casos ejemplares son los siguientes: Adolfo Bonilla Bonilla, “Revisión historiográfica del primer grito de independen- cia en San Salvador”. En este trabajo el autor afirma que “Conscientemente, se elige seguir llamándole primer grito de independencia, porque ya es una tradición centenaria y porque si bien es cierto que en 1811 el gobierno autónomo en San Salvador no declaró la independencia de España, dicho acto es parte del proceso de independencia, que a su vez es un desarrollo del concepto de libertad como autodeterminación”. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales 1: 71-111. En un libro recientemente publicado el autor afirma que se continúa adhiriendo a la “tradición del 5 de noviembre como primer grito de independencia”. Adolfo Bonilla Bonilla, Los procesos de independencia de Centroamérica. Una interpretación de sus proyectos en el Bicentenario. (Ministerio de Educación, San Salvador, El Salvador, 2021). El otro ejemplo es el libro titulado La Iglesia y la Independencia Política de Centroamérica: “El caso del Estado del Salvador” (1808-1832), escrito por el Pbro. y Dr. Luis Ernesto Ayala Benítez y publicado por la Editorial Don Bosco en 2011.
135. Elizet Payne Iglesias, “¡No hay Rey, no se pagan tributos! La protesta comunal en El Salvador. 1811”, Cuadernos In-ter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe 5 (2007): 15-43. Léase también: Sajid Alfredo Herrera, 1811. Relectura de los levantamientos y protestas en la Provincia de San Salvador. Disponible en: https://archivos.juridicas.unam. mx/www/bjv/libros/10/4547/8.pdf Sajid Alfredo Herrera Mena, “El Salvador. Autonomía, independencia y patronato republicano en San Salvador: José Matías Delgado e Isidro Menéndez, 1808-1830”, en Juristas de la independencia, ed. por José María Pérez Collados, Samuel Rodríguez Barbosa (Madrid: Marcial Pons, 2012).
136. Eugenia López, “Los motines populares de noviembre de 1811 contra el despotismo y “el mal gobierno” provincial y lo- cal. Una perspectiva diferente”, Revista Humanidades 3, V Época (enero-abril 2014): 23-24. Léase también: José Luis Sanz, “Los documentos secretos sobre los motines de noviembre de 1811”, El Faro, 3 de noviembre de 2014. https:// elfaro.net/es/201411/academico/16176/Los-documentos-secretos-sobre-los-motines-de-noviembre-de-1811.htm
137. Eugenia López Velásquez, “Los verdaderos héroes del llamado Primer Grito de Independencia”, El Faro, 3 de noviembre de 2014. https://elfaro.net/es/201411/academico/16174/Los-verdaderos-h
138. “La inauguración solemne del monumento a los próceres de 1811”, Diario Oficial, tomo 71, n.º257, 5 de noviembre de 1911, 2749. Citado por López Bernal, Mármoles, 91.
139. D. de J. Guerrero, “El primer grito de independencia. Datos históricos”, Próceres II (1912): 131-132.
140. López Bernal, Mármoles, 92.
141. Gavidia, Historia Moderna, 75.
142. Gavidia, Historia Moderna, 75.
143. Gavidia, Historia Moderna, 75.
144. Gavidia, Historia Moderna, 76.
145. Gavidia, Historia Moderna, 79-80.
146. Gavidia, Historia Moderna, 80.
147. Gavidia, Historia Moderna, 79.
148. Gavidia, Historia Moderna, 76.
149. Gavidia, Historia Moderna, 77.
150. Gavidia, Historia Moderna, 82.
151. Gavidia, Historia Moderna, 85.
152. Gavidia, Historia Moderna, 78.
153. Gavidia, Historia Moderna, 78.
154. Gavidia, Historia Moderna, 78.
155. Gavidia, Historia Moderna, 98.
156. Gavidia, Historia Moderna, 98.
157. Gavidia, Historia Moderna, 99.
158. Gavidia, Historia Moderna, 80.
159. Gavidia, Historia Moderna, 81.
160. Gavidia, Historia Moderna, 83
161. Gavidia, Historia Moderna, 96.
162. Gavidia, Historia Moderna, 87.
163. Gavidia, Historia Moderna, 87.
164. Gavidia, Historia Moderna, 87.
165. Gavidia, Historia Moderna, 89.
166. Gavidia, Historia Moderna, 89.
167. Gavidia, Historia Moderna, 95.
168. Gavidia, Historia Moderna, 96.
169. Gavidia, Historia Moderna, 97.
170. Gavidia, Historia Moderna, 93.
171. Gavidia, Historia Moderna, 147.
172. Gavidia, Historia Moderna, 148.
173. Gavidia, Historia Moderna, 148.
174. Gavidia, Historia Moderna, 149.
175. Gavidia, Historia Moderna, 149.
176. Decreto 101, 1976. Decreto 227, 2003.
177. Sajid Alfredo Herrera Mena, “Versiones y usos de la historia desde el Estado salvadoreño: a propósito del bicentenario (1811-2011)”, Revista de Historia 70 (julio - diciembre 2014), 143.
178. Alcaldía Municipal de San Salvador, Bicentenario del Primer Grito de Independencia. 1811-2011 (San Salvador, S/F).
179. Herrera Mena, “Versiones y usos de la historia”, 153-156.
180. Herrera Mena, “Versiones y usos de la historia”, 156.

Notas de autor

2 Máster en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), abogado de la República de El Salvador. Desde 2018 es jefe de Acervos Históricos e investigador en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.

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