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Sucúa Haven: Habitar la frontera entre prácticas, territorios e identidades
post(s), vol. 10, pp. 206-224, 2024
Universidad San Francisco de Quito

Praxis

post(s)
Universidad San Francisco de Quito, Ecuador
ISSN: 1390-9797
ISSN-e: 2631-2670
Periodicidad: Anual
vol. 10, 2024

Recepción: 15 septiembre 2023

Aprobación: 22 febrero 2024

Financiamiento

Fuente: Este proyecto fue financiado por el Mellon Artist and Practitioner Fellowship del Yale Center for the Study of Race, Indigeneity, and Transnational Migration.


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: Sucúa Haven es un proyecto fotográfico que habita la frontera entre la antropología y el arte, entre Ecuador y Estados Unidos, entre la ficción y la no ficción. A través de metodologías de la investigación social y del arte, reflexiona sobre las vivencias presentes, las memorias y sueños de una comunidad principalmente de ecuatorianos en el estado de Connecticut.

Palabras clave: transmigración, identidad, pertenencia, representación, fotografía.

Abstract: Sucúa Haven is a photographic project that exists at the intersection of anthropology and art, between Ecuador and the United States, and between fiction and non-fiction. Using methodologies from both social research and art, it reflects on the present experiences, memories, and dreams of a community composed mainly of Ecuadorians living in the state of Connecticut.

Keywords: transmigration, identity, belonging, representation, photography.

Sucúa Haven es un proyecto interdisciplinario que habita la frontera entre el arte y la antropología, entre la ficción y la no ficción. Se realiza en colaboración con la diáspora ecuatoriana en el noreste de Estados Unidos, especialmente en el área metropolitana de Greater New Haven en el estado de Connecticut. Por medio de entrevistas, crónicas, prácticas de arte autobiográfico performativo, fotografía (documental y escenificada), reflexiona sobre este territorio y sus historias, experiencias que en conjunto construyen una etnoficción enfocada en la identificación, la pertenencia y la transmigración.

La migración ecuatoriana

Ecuador ha experimentado varias olas migratorias hacia EE. UU. y Europa: en los años 70, a finales de los 90, y durante la década de los 2000. La antropóloga Victoria Stone Cadena (2016, p. 4) afirma: «En España, la población de ecuatorianos creció de 4.000 en 1998 a 490.000 en el 2005, un incremento de 12.150%». En este mismo estudio, se calcula que la población con origen ecuatoriano incrementó un 208% en EE. UU. En 2000, la población era de 270.000 y en 2021 llegó a 830.000 (Moslimani, Noe-Bustamante y Shah, 2019). New York, New Jersey, Connecticut y Florida son algunos de los estados con más población ecuatoriana. De acuerdo con el reporte de la oficina de asuntos migratorios (MOIA 2019), los ecuatorianos representan el sexto grupo migrante más extenso en Nueva York.

En 2020 se inició un nuevo flujo migratorio debido a las consecuencias económicas del COVID-19 y al incremento de la inseguridad. Desde octubre de 2022 hasta septiembre de 2023, 117.487 ecuatorianos fueron «encontrados» en la frontera de EE. UU. y México (Primicias, 2023). Se usa el término «encontrar» para describir los casos de personas que cruzan el territorio de forma irregular. De acuerdo con la organización Human Rights Watch (2023), actualmente los ecuatorianos son la segunda población más extensa en cruzar el Tapón del Darién, después de los venezolanos. En septiembre de 2023, el alcalde de Nueva York, Erick Adams, declaró que los ecuatorianos y los venezolanos «están destruyendo Nueva York». El miedo a reacciones xenófobas es experimentado por quienes han llegado recientemente y también por las comunidades que han hecho de esta ciudad su hogar por más de 50 años. Estas comunidades tienen vínculos y redes aquí y allá. Las experiencias y aportes de la diáspora son vitales para la historia, la economía y el tejido social del Ecuador, y también importantes para sus comunidades de destino.

En tal contexto, este proyecto se pregunta: ¿cómo estas migraciones influyen en las formas de entender la identificación, la pertenencia y el territorio? ¿Cómo se articulan con las experiencias, memorias y sueños de esta comunidad? Este artículo explora el devenir del trabajo de campo, las metodologías empleadas y crónicas de la etnoficción. En ese sentido, los hechos aquí compartidos están basados en la vida real; sin embargo, nombres y detalles han sido alterados con propósitos narrativos y de protección.

Metodologías

El trabajo de campo y la producción fotográfica de Sucúa Haven se llevó a cabo principalmente entre febrero y mayo de 2023 gracias al Mellon Artist and Practitioner Fellowship del Centro de Raza, Estudios Indígenas y Transmigración (RITM) de la Universidad de Yale.

El proyecto explora cuatro formatos:

1. Crónicas: experiencias durante la creación del proyecto acompañadas de fotografías de archivo personal (instantáneas).

2. Fotografía de eventos: mediante una práctica de arte performativo biográfico, ofrecí servicios de cobertura fotográfica a la comunidad.

3. Retratos de autoidentificación: las fotografías son acompañadas de textos donde los personajes/colaboradores especifican distintas categorías con las que se sienten identificados.

4. Fotografía escenificada: puesta en escena de fotografías inspiradas en las memorias y los sueños de los colaboradores.

Sucúa Haven

Sucúa Haven se aproxima al arte y a la antropología como disciplinas que están hechas para tener correspondencia con el mundo y no solo describirlo (Ingold, 2013, p. 1). Como autora, lejos de ser una observadora distante, soy un actor que afecta al entorno. Me introduzco en la comunidad como una artista y antropóloga que busca reflexionar sobre las historias de migración, formas de identificación y pertenencia en relación tanto con Ecuador como con Estados Unidos. Las respuestas y experiencias narradas aquí deben ser leídas tomando en cuenta ese posicionamiento. Esta postura se manifiesta principalmente en las crónicas y las fotografías instantáneas que son parte de mi archivo personal.

Los servicios de fotografía son, por un lado, una forma para conocer más la comunidad y, por otro, una práctica de reciprocidad frente a los colaboradores. Por último, una estrategia para integrarme como «la fotógrafa social de Sucúa Haven»: registro eventos como quinceañeras, bautizos, sesión de fotos para embarazadas, celebraciones de la Pascua, etc. Estas imágenes están incorporadas en los archivos familiares de los colaboradores.

La escenificación de fotografías se hace a partir de entrevistas y conversaciones donde los colaboradores comparten sus historias de migración y memorias clave, al igual que aspiraciones a futuro. A partir de estas reflexiones se identifican las imágenes que podrían ser representativas de esas experiencias y deseos. En tal sentido, la fotografía se pone al servicio de la ficción, tanto de las memorias como de los sueños. Sin embargo, estas ficciones se basan en los escenarios de lo posible, lo deseable y lo temible desde las concepciones de sus protagonistas. ¿Cómo dejar de lado los sueños que movilizaron y movilizan a cientos a migrar? ¿Cómo olvidarse de los miedos, los fantasmas y las ausencias tan presentes en las vivencias del día a día? Al contrario del ejercicio anterior, este parte de la memoria individual, de imágenes mentales que luego fueron materializadas en fotografías. Este ejercicio intenta replicar la estética del fotógrafo Gregory Crewdson, director de la maestría de fotografía en Yale y conocido por retratar de forma cinemática los suburbios americanos de la misma región. En este caso, el guiño al autor es usado para narrar historias de migrantes ecuatorianos.

La serie de retratos busca presentar a los colaboradores del proyecto que son también los personajes de la historia. El ejercicio consistió en que ellos especificaran su lugar y año de nacimiento, y enunciaran las distintas categorías étnicas, raciales, culturales, regionales, nacionales, ocupacionales, de género, etc., con las que se sienten identificados. Por un lado, el ejercicio nos confronta a los colaboradores y a mí, y busca también confrontar a los lectores con las imágenes mentales —los estereotipos— que estas categorías generan, con las fotografías de los colaboradores que retratan unos cuerpos y territorios específicos. Por otro lado, se presta atención a la capacidad de enunciar múltiples pertenencias, cambiantes y porosas, que se revelan cuando cruzamos o habitamos fronteras geográficas o identitarias que construyen pero finalmente también cuestionan el aquí y el allá, el nosotros y el ellos.

Se habla de identificaciones y no de identidades porque se entiende estas pertenencias como resultados de procesos y relaciones contextuales y no como atributos fijos (Brubaker, 2004, p. 14). De la misma forma, el territorio no se entiende como un espacio estático. Alicia Torres y Jesús Carrasco (2008, p. 37) mencionan cómo en contextos transnacionales, las comunidades sustentan sus pertenencias por medio de redes afectivas, reproducen y recrean rituales, mantienen relaciones económicas y relaciones de parentesco consanguíneo a pesar de la distancia, y con ello permiten sentidos de pertenencias múltiples. Las relaciones, los flujos de personas, bienes y culturas que la globalización y la migración provocan permiten que los límites y las formas en que entendemos el territorio se expandan. Las formas de identificación se enuncian y refuerzan no en aislamiento sino justo en el enfrentamiento con un otro. Estos encuentros finalmente suscitan una serie de negociaciones. Como dice Augé (1999, p. 17) sobre las culturas: «sólo están vivas mientras estén transformándose».

Las personas implicadas en este proyecto están unidas por dos líneas imaginarias: la frontera que cruzaron y el paralelo que los nombra (Ecuador).

Sucúa Haven estáen Estados Unidos pero también es Ecuador. Un Ecuador que es y se ve como un suburbio americano. Este territorio coexiste en Greater New Haven, Connecticut, área metropolitana que incluye ciudades y pueblos como New Haven, North Haven, East y West Haven, Mildford, Brandford, Meriden, entre otros.

Las casas son de colores pasteles, con porches y patios típicos del noreste de EE. UU. Su nombre Sucúa Haven responde a la alta población de personas provenientes de Sucúa, una ciudad en la Amazonía ecuatoriana. También hay macabeos y macaenses, personas de Gualaquiza, Loja, Quito, Manabí, Cañar, Cuenca y también de Murcia. Ellos y ellas tienen parejas mexicanas y gringos, madres portuguesas, mejores amigas brasileras, hijas colombianas, primos boricuas y jefes egipcios. Algunos gringos hablan como cuencanos y otros como quiteños. Algunos ecuatorianos son españoles. Todos de alguna forma, por derecho o extensión, forman parte de Sucúa Haven.

En su mayoría, trabajan en construcción, pintura, limpieza, en restaurantes y bares, como meseros, bartenders y mánagers. Finalmente, con el tiempo, muchos se convierten en inversionistas y dueños de este tipo de negocios. Los pasatiempos más comunes se centran en la vida nocturna, en las apuestas de póker y en el ecuavoley. La música que más se escucha es el reguetón, la bachata y los corridos mexicanos. La comida típica es el encebollado, el chaulafán, el hornado y los ayampacos. También la pizza, que es una apropiación de la ciudad de New Haven. Las bebidas más populares son las Coronas, aunque se puede encontrar Pilsener y Güitig. La adaptación de recetas de comida tradicional, las redes de compra, venta y circulación de productos hechos en Ecuador responden a una oferta y demanda que convoca a la nostalgia. Al mismo tiempo, tanto por la globalización como por la propia migración, estas experiencias y prácticas permiten apropiaciones de comidas, productos y géneros musicales fuera de aquellas que caracterizan al territorio nacional. Esto da cuenta de una cultura y comunidad que no están en aislamiento y cuyas relaciones fraternas, regionales, ocupacionales, etc., influyen, permiten y revelan otras formas de pertenencias.

Las noches de chicas, las redes y las tandas

El 6 de febrero salí a buscar ecuatorianos en New Haven para iniciar mi etnografía. Me habían dicho que muchos de ellos trabajan en restaurantes en downtown y que algunos son dueños de estos restaurantes. Eran alrededor de las 5 pm, ya no había sol y hacía mucho frío, pues era invierno. Caminando por College St., encontré el restaurante Pacífico. Entré, busqué al mánager y al explicarle mi proyecto me dijo que hablara con Diana (figura 10), la bartender, quien es de Sucúa. Es alta, blanca, imponente. Se identifica como ecuatoriana, amazona y una life loving latina. Tiene todo su brazo derecho tatuado y usa lentes. En la barra, esa noche y siempre, lleva el pelo hecho moño. Luego pude ver que tiene el cabello casi hasta la cintura. Es de las personas que dice cosas chistosas sin reírse.


Figura 1
Mojito. Sucúa Haven, 2023.

Figura 1. Mojito. Sucúa Haven, 2023.

Esa noche pedí un mojito y empezamos a conversar. En su infancia, ella y sus padres habían migrado a Connecticut (CT), en 1995. Al parecer, ellos son parte de una primera generación de sucuences que empezaron a habitar este territorio. Allá (Sucúa-Ecuador), se definen como colonos y mestizos por la convivencia con comunidades Shuar. Acá, migrantes, latinos, ecuatorianos, amazónicos y sucuences, dependiendo del contexto. En 2003, su familia regresó a Ecuador y en 2013 Diana volvió a emigrar a EE. UU. Primero llegó sola y luego llegó su hijo, Teo. Luego su hermana, luego su hermano, y con esa llegada la familia de Diana en Sucúa Haven sumaría: un hijo, dos hermanos, tres medios hermanos, cinco tíos, catorce primos en primer grado. «Uno siempre arrastra a los suyos», dice el adagio migratorio. Esa noche Diana, después de terminar su turno, me llevó a Jack’s, un restaurante de cuencanos, de los más grandes de downtown. Después, a Chakras, un restaurante de un migrante ecuatoriano de Cuenca que, después de trabajar muchos años como mánager de Pacífico, decidió abrir su propio restaurante. Sorpresiva y astutamente, uno de comida peruana. Luego visitamos Mojito (figura 1), un bar en East Haven que ha existido por 25 años y ha pasado por varios dueños. El actual es Ezras, oriundo de Logroño, un poblado cerca de Sucúa, en Morona Santiago. Ezras dice que su tierra es conocida como «Logroño, tierra de caballeros» y añade: de «caballeros exóticos». Alrededor de las 2 am, el bar cerró y Diana me llevó al póker.

Para mi sorpresa, las partidas de póker se juegan en garajes de casas, bares clandestinos donde se pueden llegar a apostar hasta 50 mil dólares por noche. En ese momento estaban cerrados. Semanas después, logré ir. El lugar es relativamente pequeño, tiene unos 25 metros cuadrados: las paredes tienen un color celeste pastel, hay una barra de madera y ladrillo, suele estar lleno de humo de tabaco. Por lo general, de seis a ocho hombres se sientan alrededor de una mesa oficial de póker. Algunos juegan y otros observan. Diana dice que solo conoce a una mujer que apuesta. En una de las paredes está colgada una bandera del Ecuador.

En la primera noche, sin poder entrar al póker, un grupo de mujeres fuimos a casa de Jessica, oriunda de Manabí que trabaja pintando casas. Llegó a Estados Unidos hace 15 años, en 2008. Siendo la madrugada, cocinó seco de pollo para sus visitas. Todos decían que ella cocina increíble. Pensé que no era sorprendente que la mejor comida, aún en Sucúa Haven, la hiciera una manaba.

También está Fernanda (figura 11), de 23 años. Trabaja como bartender en las mesas de póker. Ella se identifica como blanca, española-ecuatoriana y creció en Santo Domingo, Ecuador. Me contó que esta era la segunda vez que intentaba asentarse en Estados Unidos. Vivió primero en España pero dijo que dar pasos allá es difícil y decidió regresar a la yoni. Contó que como ya había entrado con su pasaporte español, esta vez le tocó cruzar la frontera por Canadá, con coyoteros. La migra la cogió, pero «les di pena y me dejaron en un McDonald’s». Como ella, hay familias enteras de ecuatorianos que hicieron una vida en España y que han llegado en los últimos años a EE. UU., migrando otra vez, para buscar nuevas oportunidades.

Esa noche hablamos mucho de la migración pero también de amores y desamores, mientras coleccionábamos Coronas vacías en el mesón de la cocina con música de Bad Bunny, Peso Pluma y Grupo Frontera. Fernanda me contó que estaba nerviosa porque seguramente su ex, «El chino», asistiría al póker la siguiente noche. Fue meses después, en otro bar, que entendí que «El chino» era ecuatoriano, que su apellido es Wang y que es de Portoviejo. Una sorpresa para mí, que responde a la representación o falta de representaciones a distintas poblaciones étnicas y culturales del Ecuador. Jean Rahier (1999, p. 75) dice que el «nosotros» hegemónico en el Ecuador no reconoce a las identidades negras y que, como Stutzman (1981, p. 63) propone, no hacen parte del mestizaje oficial. ¿En dónde quedan las poblaciones asiáticas, libanesas, judías que llevan cientos de años en el Ecuador sin formar parte del relato nacional?

Al final de la noche, nos quedamos Jessica, Diana y yo. Tres mujeres ecuatorianas en nuestros treintas, de Manabí, Sucúa y Quito. Compartimos historias de violencia de género. Aparte de la nacionalidad, nos unía eso. Las violencias eran de distintas índoles. Diana contó que en sus veintes la metieron a una clínica de des-homosexualización. Por algunas semanas pensé que esa había sido una de sus razones para migrar, pero finalmente me aclaró que en Sucúa había perdido su trabajo, quería velar por su hijo, tenía una novia ecuatoriana-americana que le podía dar papeles. Decidió migrar aunque quedó claro que no es fácil ser una mujer lesbiana en Sucúa. Nos fuimos de largo esa noche. La mañana siguiente salimos de la casa de Jessica, y Diana me hizo notar el rótulo de su carro que dice «La Mona». Esa fue la primera de varias «Noches de chicas».

Los días estaban helados y me enfermé de gripe. A pesar de tener seguro, navegar por el sistema de salud en Estados Unidos fue imposible. Al quinto día, Diana me llevó a la casa del doctor de Sucúa Haven: un hombre cuencano de menos de 40 años que practicó medicina en Ecuador. Él ya había vivido en EE. UU., tenía papeles y decidió dejar su profesión para trabajar como muchos ecuatorianos en CT, en el área de servicios y hospitalidad. Pero, cuando es necesario, ayuda a la gente que, como yo, no pudo recibir atención. No solo me ayudó él: su novia me dio sopa de pollo. No me cobraron nada.

Así, casas comunes y corrientes del suburbio americano (figura 2) son consultorios de medicina, de dentistas, peluquerías, bares de póker o restaurantes clandestinos. También conocí un restaurante que funciona exclusivamente los fines de semana desde hace 17 años en el sótano de una casa. No supe qué me sorprendió más, la longevidad del restaurante clandestino o que el encebollado cueste 17 dólares. Estos espacios están abiertos para todos pero, por su propia naturaleza clandestina, la mayoría de su clientela es ecuatoriana y funcionan como lugares de encuentro de la comunidad.


Figura 2
Casa en suburbios Sucúa Haven 2023

Figura 2. Casa en suburbios. Sucúa Haven, 2023.

Las redes son vitales para la sobrevivencia, el crecimiento y la prosperidad de estas comunidades. Las Tandas, dinámicas comunitarias de ahorro, son otro ejemplo de ello. Se trata de un sistema que se consolida con un grupo cerrado de personas donde cada participante o jugador se compromete a pagar un valor mensual. En el caso que conocí, este valor era de 2.000 dólares. Al inicio del juego se sortearon ocho números, que dictan el orden en que cada participante recibe el fondo común de ese mes. El primer jugador recibe 16.000 dólares y así continuamente. El juego no genera intereses, todos reciben y dan un total de 16.000 dólares. El beneficio está en la recepción de un acumulado que incrementa la liquidez. Algunos invierten en negocios, otros pagan las deudas a coyoteros (de ellos o de sus familias). La dinámica demanda una confianza colectiva. No es lo mismo ser el jugador número uno que el número ocho. No es sencillo ser aceptado en una tanda, los nuevos integrantes deben ser recomendados. Sin embargo, el sistema funciona porque están en juego el prestigio y el buen nombre de cada participante con la comunidad.

Las historias y los rituales

Unas semanas después, Diana me contó que su hermana Fiama estaba embarazada y que le gustaría regalarle unas fotografías. Después de la apertura y cuidado que Diana me había brindado, me pareció un acto de reciprocidad contribuir con ese regalo. Esta fue la primera sesión fotográfica que hice allá, y le siguieron fiestas de cumpleaños, bautizos y otros eventos.


Figura 3
Hoja de contacto Servicios de cobertura fotográfica a la comunidad En la selección se incluye fotografías de embarazadas retratos familiares fiestas de cumpleaños quinceañeras y bautizos

Figura 3. Hoja de contacto. Servicios de cobertura fotográfica a la comunidad. En la selección se incluye fotografías de embarazadas, retratos familiares, fiestas de cumpleaños, quinceañeras y bautizos.

Una noche, como ya se había hecho costumbre, fui a visitar a Diana en Pacífico. Era Saint Patrick’s y durante las noches el restaurante se convertía en club. Allí conocí a Bryan, quien se identifica como ecuatoriano nacido en Gualaquiza. Estaba planificando la celebración de su cumpleaños 25 en Pacífico y me preguntó si podría tomar fotos. Así lo hice. Él es parte de un grupo de unos 20 jóvenes de la Amazonía, algunos se conocen desde la infancia, que allí salen de fiesta, se acompañan, se cuidan. Me contaron que básicamente se gradúan del colegio o máximo de la universidad y el siguiente paso es migrar. Bryan llegó hace dos años. Estaba por terminar la carrera de arquitectura en Ecuador pero decidió migrar para darle un mejor sustento a su hijo que se quedó allá: «Como albañil gano mejor acá que como arquitecto allá». Luego admitió que lo que él realmente ama es escribir.

Bryan volvió a contactarme y me invitó a tomar fotos de la quinceañera de su prima Gaby, ecua-colombiana nacida en Estados Unidos. Esa fiesta parecía un foro de naciones latinas y latinoamericanas. Tíos, primos, vecinos, abuelos, sobrinos, de México, Costa Rica, Puerto Rico, Colombia, Ecuador, Perú y Portugal, entre otros. Allí conocí a América, una mexicana casada con Henry, ecuatoriano de la región de Cariamanga, provincia de Loja. Tuvieron dos hijos, Elías y Henry Jr., que son ecua-mexicanos. Aparte, tiene dos hijos mayores, Ángel y Chris, mexicanos. Después de algunas semanas me contactó para que tomara fotos del bautizo de Elías. El bebé usó un traje de mariachi. En la fiesta se bailó el juyayay y se brindó con tequila. Uno de los recuerdos más memorables de esa noche fue cuando su tercer hijo, Henry Jr., le pidió un choclo. Con un muy marcado acento mexicano y la voz de una madre que regaña, América gritó: «¡Elotes, Junior, elotes!».

Los bautizos, las quinceañeras, la pascua son rituales, y parte de sus objetivos es también producir identidad (Augé, 1999, p. 11). No solo migran las personas sino también las tradiciones y sus cosmologías.

En la quinceañera de Gaby, conocí a Jorge (figura 4), un hombre de 47 años. Lleva en Estados Unidos casi 20 y es del norte de Quito, como yo. Aunque sus orígenes son lojanos.

Empezamos a tratarnos de «vecinos». Él se identifica como descendiente de la cultura Palta, originaria de la provincia de Loja, nacido en Quito. A finales de los 90, Jorge quería estudiar arquitectura, pero no tenía los recursos para hacerlo. Como muchos, decidió migrar a Estados Unidos con el plan de ahorrar dinero y poder regresar a Ecuador para cumplir su sueño. Sin embargo, los años allá se van sumando y pocos vuelven. Jorge no volvió. Hace 19 años empezó a trabajar como broom pusher (conserje) en una constructora. Me contó que, de hecho, cuando los arquitectos botaban los planos a la basura, él los llevaba a su casa para estudiarlos. Con el tiempo, empezó a ascender y ahora es el jefe de proyectos de la tercera constructora más grande del estado. Jorge me invitó a conocer uno de los proyectos en construcción. «No soy arquitecto, pero como si lo fuera».


Figura 4
Jorge ahora jefe de proyectos recuerda su primer acercamiento a los planos Sucúa Haven 2023

Figura 4. Jorge, ahora jefe de proyectos, recuerda su primer acercamiento a los planos. Sucúa Haven, 2023.

También conocí a Dorys (figura 5), la vecina de América. Ella es una mujer de 37 años que se identifica como sucueña. Vive en Estados Unidos desde 2006. En 2021, pudo reencontrarse con su hija después de 14 años. La tuvo que dejar en Sucúa cuando tenía apenas un año.

Su pareja, Fernando, es quiteño y se conocieron en EE. UU. Sus dos hijas están en Ecuador. Acordamos una fecha, fuimos a la playa junto a su hija, su pareja y su gato. Regresamos a su casa para comer. Allí me contó cómo vivió la ausencia y la distancia, el deseo, el amor y las culpas. Ese mismo día creamos una fotografía que buscó representar esa distancia con la que convivió al estar tantos años lejos de su hija. Mientras reviso estas fotografías, pienso en Didi-Huberman (2012, p. 17): «Las imágenes forman parte de eso que los pobres mortales se inventan para registrar sus estremecimientos (de deseo o temor) y la manera en que ellos también se consumen». ¿Cómo materializar los recuerdos y ausencias?


Figura 5
Dorys desde su ventana evoca las ausencias y distancias Sucúa Haven 2023

Figura 5. Dorys, desde su ventana, evoca las ausencias y distancias. Sucúa Haven, 2023.

Más tarde llegó otra amiga suya, Verónica, con sus dos hijos que nos remitieron a las complejidades del encuentro de las madres que migran. Una semana atrás había llegado uno de los hijos de Verónica, tenía cinco años y había crecido lejos de ella. El niño lloraba cerca de la pared mientras su hermano intentaba jugar. Verónica decía: «Le extraña a su abuela, es que no me conoce, nos estamos conociendo».

Las madres no son las únicas que se van. Hay hijas de este lado que sueñan el encuentro con sus madres. Después de una noche de fiesta, Diana me dijo: «I don’t miss Ecuador, I miss my mom». No la ha visto desde hace diez años. Se espera que para cuando este texto se haya publicado ellas ya estén juntas. Me hizo prometerle que al regresar a Ecuador, iría a Sucúa y le daría un abrazo. Así lo hice. Las remesas no son solo monetarias.

El consulado, grassroots organizations y City Hall

Al inicio de la residencia, también me contacté con el Consulado del Ecuador en Connecticut, que inició sus servicios en 2008 en New Haven. Tomando en cuenta que existe otro consulado en Nueva York, abrir uno en Connecticut es un indicador de la alta población de ecuatorianos en el estado. En una entrevista realizada el 23 de febrero de 2023, el cónsul Julio Prado dijo que estima que existen de 65.000 a 80.000 ecuatorianos en CT, aunque aclara que es difícil tener cifras certeras. Comentó que cada vez están llegando más migrantes ecuatorianos, especialmente de estados del sur como Texas o Florida. Las políticas migratorias en dichos estados se han endurecido y están obligando a la gente a migrar al norte, a ciudades como New Haven que son «ciudades santuario».

Según Prado, algunas organizaciones comunitarias como el Comité Cívico Cultural de CT buscan fomentar los actos cívicos y patrios en la comunidad ecuatoriana. Organizan, por ejemplo, el desfile del 10 de Agosto, un evento oficial donde las calles de New Haven se cierran para bailes folklóricos, paso de carros alegóricos, discursos y la participación de cientos de ecuatorianos residentes en esta y otras ciudades del estado, como Bridgeport y Stamford. Me recomendó contactar a Gianina, una líder comunitaria.

Gianina tiene 39 años, nació en Sucúa, creció en Macas y se identifica como amazónica, macabea, ecuatoriana y latina. Es parte del Work Alliance Center de CT. Esta organización apoya a los trabajadores migrantes en derechos laborales y derechos migratorios por medio de la investigación, el apoyo a la educación y la incidencia en política pública. También colabora con el Comité Cívico Cultural de CT y fue candidata a la Asamblea en las elecciones de 2023.

Ella migró a EE. UU. en 2010. Entonces conoció a Fernando (figura 12), quiteño que migró en 1996. Fue soldado americano, veterano de la guerra de Afganistán. Falleció en un accidente de tránsito en 2016. Juntos tuvieron una hija, Ariana. Cuando nos conocimos, Gianina me comentó que su plan no era quedarse en los EE. UU. y que aún quiere volver, pero cuando Ariana nació decidieron quedarse para que ella tenga más oportunidades.

Otro líder comunitario es Alex. Él es americano de segunda generación. Sus padres migraron hace más de 20 años desde Cuenca. Él tiene 21 y creció en Fair Haven. Fue electo concejal de New Haven en noviembre de 2021 y su periodo duró hasta enero de 2024. Estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Yale.

Le pregunté cómo se identifica. Me dijo que eso varía según el contexto. Con acento pero en español, respondió que frente a la comunidad ecuatoriana se identifica como mestizo. Con la comunidad latina, con la que creció, es ecuatoriano. En la universidad, como latino. También tiene ascendencia indígena, pero en formularios oficiales a veces tiene más sentido poner «blanco». Agrega que en algunos espacios también se identifica como People of color (POC). Alex me dijo que su sueño es convertirse en el alcalde de New Haven. ¿Por qué materializar las imágenes de estos sueños y aspiraciones? «No podemos hacer el futuro sin antes también pensarlo» (Ingold, 2013, p. 6); y en este caso, también queríamos verlo.

Como concejal, fue parte de la creación de talleres relativos a migración. En estas juntas se discutió cómo la ciudad puede mejorar las condiciones para los migrantes: desde prevenir el robo de salarios de parte de empleadores, hasta garantizar el acceso a una vivienda asequible. También, menciona que espera que el Consejo emita una ordenanza que declare a New Haven «Ciudad Santuario» permanentemente, para que estas condiciones no cambien en el futuro por órdenes ejecutivas (Cortés, 2023).


Figura 6
Alex desde el podio del Municipio se imagina dando un discurso como alcalde de Sucúa Haven 2023

Figura 6. Alex, desde el podio del Municipio, se imagina dando un discurso como alcalde de Sucúa Haven, 2023.

El estatus de Ciudad Santuario tiene una fuerte incidencia en qué tan seguros se pueden llegar a sentir migrantes indocumentados en el territorio. Una colaboradora, por ejemplo, me explicó que la ciudad envía mensajes masivos a sus residentes anunciando si el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas va a entrar al estado. «La ciudad no puede evitar que ICE venga, pero ICE no puede evitar que la ciudad nos envíe alertas para que nos cuidemos». Si bien este territorio no está libre del racismo y la xenofobia, sí ha sido un referente para políticas públicas inclusivas. El mayor ejemplo es la creación de la Elm City ID: la primera identificación municipal en los EE. UU., creada en 2007 y que incluyó su acceso a migrantes indocumentados. La ciudad de San Francisco, Washington DC y varias poblaciones en el estado de New Jersey replicaron la iniciativa.

Elm City ID fue impulsada por varias organizaciones de base como Unidad Latina en

Acción y Junta for Progressive Action, con el asesoramiento de estudiantes de Derecho de la Universidad de Yale y líderes comunitarios mexicanos, puertorriqueños, colombianos y ecuatorianos. El objetivo era que migrantes indocumentados en la ciudad de New Haven pudieran acceder a servicios municipales, contactar a la policía para denunciar abusos sin temer que se les pida otros documentos y fortalecer su sentido de pertenencia con la ciudad.

Ecua-Yalies

Por invitación de Alex, asistí a una reunión de «Ecuatorianos y Amigos Unidos», un club estudiantil de la Universidad de Yale cuya misión es compartir la cultura ecuatoriana en el campus. La reunión fue en la Casa Cultural Julia Burgos: Latino Cultural Center. El evento era un Paint and Sip con morocho y colada morada. Allí conocí a Jocelyn (figura 13) y a Leslie (figura 14).

Jocelyn nació en NY. Es hija de padres cañaris y se identifica como cañari warmi, ecuatoriana, indígena-mestiza. Me contó sobre las experiencias de ser «segunda generación», la presión de tener éxito, del sacrificio de sus padres y su romantización. Ella estudia una licenciatura de Etnicidad, Raza y Migración. Espera convertirse en el futuro en una abogada de migración.

Leslie es la fundadora y presidenta del Club. Ella estudia Ciencias Ambientales. Second generation american: sus padres migraron de Quito a EE. UU. en la década de los 80. Su papá, como muchos, se dedicó a la construcción. Dice: «Él construyó su futuro, físicamente», refiriéndose a que su papá construyó su casa. «Hay alguna versión del American Dream que sí se puede conseguir (...) lo que no te cuentan es el racismo». Leslie se identifica como mestiza y como latina, pero reconoce que esos términos pueden ser conflictivos. Comenta que en los formularios no existe la categoría mestiza y prefiere poner «other». Agrega que tanto en Ecuador como en EE. UU. es vista como extranjera, y que para sus primos ecuatorianos es la «prima americana».

Yo tengo muchos «primos gringos». Del lado materno, mi bisabuela migró a Nueva York en 1970. En cada generación, algunos han seguido sus pasos. Entre tíos, primos, mi hermana, mi sobrino y cuñado suman más de 35 familiares en EE. UU. Pero del lado paterno solo se conocía la historia de Simón, un tío abuelo. Vivió en varios países de Latinoamérica hasta que llegó a Nueva York. La historia familiar dice que dejó hijos en cada lugar hasta que, caminando un día por la Quinta Avenida, tropezó con una mujer venezolana y se enamoró. Al levantarla, preguntó:

—¿Cuál es su nombre? —América, y ¿el suyo?

—Simón, su liberador.

Y así, Simón se mudó a Venezuela y estableció una familia. Lo que no sabíamos era que en la época de este encuentro la pareja de Simón en NY, una mujer puertorriqueña con quien ya tenía un hijo, estaba esperando el segundo: Roberto (figura 7). Él nació en Puerto Rico, creció en Nueva York y actualmente es guardia de seguridad en el Hospital de Yale. Coincidencialmente, su hermano contactó a la familia de Ecuador durante la misma época de mi residencia y nos pudimos conocer.


Figura 7
Roberto y Vanessa durante su encuentro 2023


Figura 8
Yale en Instax, 2023.

Figura 7. Roberto y Vanessa durante su encuentro, 2023.

Figura 8. Yale en Instax, 2023.

Roberto se identifica como puertoriqueño con ciudadanía americana, boricua, curioso sobre Ecuador. No se identifica como ecuatoriano. La consanguinidad no es suficiente, aunque dijo tener interés de conocer más sobre sus raíces ecuatorianas, el país y la familia. Esa noche en Casa Cultural, Leslie me propuso organizar un evento de arte. Le sugerí invitar a otros artistas ecuatorianos: Pejota, que vive en New Jersey, y Stephano (figura 15), un estudiante de la maestría de Arte en Yale. Pejota se identifica como Artist and Stripper. black ecuadorian, afro ecuadorian, afro indígena, afro mestiza, afro latina, negra y mestiza, ecuadorian-american, latina. Dice: «I never identify only as a mestiza». Nació en New Jersey. Su madre se identifica como afroecuatoriana con ascendencia afrocolombiana, y su padre se identifica como mestizo con ascendencia blanca de Manabí y ascendencia indígena chachi.

Stephano nació en Guayaquil pero trabaja entre Ecuador y Estados Unidos. Él se identifica como artista. Cuando lo conocí, me presentó a su amiga Laura (figura 15) (quien se identifica como una artista nacida en Colombia) y a Pat (figura 15), su pareja (que se identifica como un artista chicano). Antes que nada, estos artistas son artistas.

A mediados de abril, realizamos un conversatorio donde cada uno habló de su práctica. Pejota vino a New Haven y habló sobre sus exploraciones con la fotografía, el video y el performance con temas de raza, lo queer, los traumas generacionales y sobre el racismo dentro de su familia interracial. Stephano habló sobre la relación de su trabajo con los mitos de origen, la fantasía y las memorias perdidas que explora con la pintura y la escultura. Yo compartí los avances de mi proyecto. El conversatorio fue un éxito; fueron Alex, Bryan, Diana y otros amigos de Sucúa Haven, Roberto (mi primo) y su hija. El espacio se llenó con unos 25 estudiantes ecuatorianos y algunos no ecuatorianos. Hubo hornado para todos.


Figura 9
Conversatorio sobre Migración identidad y arte Ecuador y la diáspora Centro cultural La Casa en Yale 2023

Figura 9. Conversatorio sobre Migración, identidad y arte: Ecuador y la diáspora. Centro cultural La Casa en Yale, 2023.

Yale, New Haven y Sucúa Haven

Las fronteras simbólicas que dividen y conectan a New Haven, Sucúa Haven y la Universidad de Yale se encuentran en constante negociación. Estos territorios no están exentos de sus propios conflictos de inequidad. De acuerdo con elNew Haven Equity Report 2023, la población de New Haven se identifica como: 28% blancos, 30% negros, 31% latinos, 7% asiáticos, y 5% a otras categorías. En comparación con el área metropolitana de Greater New Haven, los valores cambian a 58% de blancos, 16% negros, 17% latinos, 6% asiáticos y 4% otros. Tanto en la ciudad como en el área metropolitana, los índices de desigualdad son importantes. Se estima que en Greater New Haven, la población que se identifica como blanca está ganando 86.000 dólares anuales, mientras un latino gana 49.000 dólares anuales. El total de población viviendo bajo la línea de pobreza es del 12%. De ese total, los latinos representan el 21%. De acuerdo con US Facts, la línea de la pobreza para una familia de cuatro integrantes es de 29.960 dólares y para un individuo, de 14.891 dólares.

La Universidad de Yale fue fundada en 1718. Tiene más de 300 años de historia y sus orígenes se remontan a 1640, cuando colonos religiosos fundaron el Collegiate School of Connecticut. Es parte del Ivy League y reconocida como una universidad de élite en los EE. UU. y en el mundo. Los edificios de la universidad están en medio de la ciudad de New Haven. La biblioteca Sterling, uno de sus inmuebles más icónicos, parece una catedral europea. La biblioteca Beinecke es un edificio en forma de cubo sin ventanas y hecho con mármol traslúcido. La universidad tiene tres museos, hospitales, clínicas, su propio planetario, salas de concierto, teatros y bares. Tienen también tres sociedades secretas. El campus viejo se caracteriza por su arquitectura neogótica, construida con piedra cantera, torres, arcos apuntados y vitrales. Es imponente.

Según un artículo en US News (Wood, 2023),Yale, en el 2022 tenía una dotación de 41.4 billones de dólares, siendo la segunda más alta después de Harvard. En el reporte de impacto económico de la universidad, Yale es el mayor empleador de residentes de New Haven (6.000 plazas) y el tercer aportador de impuestos (más de 5.000 millones de dólares). Por otro lado, el alcalde Justin Elicker, en una entrevista para NBC (2021) explica que el 60% de las propiedades de la ciudad están exentas de pagar impuestos. La mitad de estas propiedades son de la Universidad de Yale. Especifica que entre la universidad y el hospital, el valor de estas propiedades suma 4.700 millones de dólares, y afirma que Yale debe tomar un mayor rol en el desarrollo de la ciudad. En el año 2021, la ciudad y la universidad llegaron a un acuerdo: Yale se comprometió a incrementar su donación voluntaria a 135 millones de dólares, a pagar en el lapso de 6 años, con el objetivo de no afectar al presupuesto de la ciudad al adquirir nuevas propiedades. Sin embargo, es común ver en las calles grafitis que dicen «Tax Yale».

Para poner estas cifras en contexto, planteo una comparación entre el PIB del Ecuador y la dotación de Yale. Si bien estos criterios no son estrictamente equivalentes, nos pueden revelar los contextos de inequidad en los que estas historias tienen lugar. Según el Banco Mundial (2023), el PIB del Ecuador en el 2023 fue de 118.8 billones. Su PIB per capita fue de $6.533. Por otro lado, en Yale, si contamos estudiantes, profesores y personal administrativo la cifra suma 32.170 personas (Yale by the numbers, 2022). Si su dotación es de 41.4 billones su equivalente per capita sería de 1,29 millones. Es decir, aproximadamente 197 veces más que la de un ecuatoriano. En ese sentido, esta ciudad universitaria presenta por un lado una inequidad local entre la ciudad y la institución y también, una gran inequidad entre la institución en sí y un estado del que proviene una amplia población migrante de la ciudad. Sin embargo, para muchos este es un territorio que representa el acceso a mejores oportunidades, ascensos socioeconómicos y estabilidad, pero que también puede representar enormes sacrificios, ausencias y distancias.

A inicios de mayo, hice una exhibición en el centro RITM Yale por el cierre de mi residencia. Mostré las historias escenificadas de Sucúa Haven y la serie de retratos que titulé Aequator. Bryan, Diana, Dorys, Pat y otros colaboradores ayudaron con la impresión, el montaje, la comida, la música y más. Elías Jr. cantó «El rey», de Vicente Fernández. Mi intención fue llenar Yale no solo con las historias de migración de este territorio que llamamos Sucúa Haven, sino con sus protagonistas.

Estos espacios de difusión son concebidos como parte misma del proyecto, que sigue en desarrollo. La exhibición, al igual que el proyecto en general, buscó mostrar la complejidad de los recorridos identitarios y las formas en que negociamos nuestros sentidos de pertenencia al habitar Turtle Island, territorios referidos como Norte y Centroamérica, y en este caso los EE. UU., donde desde las experiencias, las memorias y los sueños habitamos territorios, y los territorios nos habitan.

Después de la residencia, regresé a Ecuador, fui a Sucúa a encontrarme con la gente que estaba por emprender el viaje a EE. UU. para reencontrarse con los suyos. El proyecto buscó y busca poner el arte y la antropología al servicio de escuchar y compartir historias de pertenencias y otredades, de presencias y ausencias, de los territorios de aquí y de allá, de la realidad y la ficción, para que en esas fronteras —aunque sea de forma temporal— nos encontremos.

La imagen en mi práctica no funciona solo como metodología sino como objeto de análisis, tanto en su exposición como en la creación. Este proyecto busca entablar un diálogo entre las imágenes mentales y materiales en una creación participativa. Busca confrontarnos como espectadores con las imágenes de quiénes «somos» y de «nuestros» estereotipos. Deborah Poole (2015, p. 15) afirma que el ver y el representar son actos materiales, y que las formas en las que vemos y representamos crean el mundo. Individuos y colectivos definimos límites y fronteras que, al contrario de lo que se piensa, son constante y astutamente reformuladas. Las fronteras que separan el yo del otro pueden difuminarse. Estas líneas pueden ser puentes, territorios habitables o de tránsito. Tenemos el potencial infinito de diferenciar-nos, que es también el potencial infinito de pertenecer-nos.

¿Cómo se «ve» el Ecuador? ¿Puede verse y ser un suburbio americano? ¿Qué y dónde es el Ecuador? ¿Quién es un ecuatoriano y cómo se ve? ¿Cómo son las vidas de los migrantes? ¿A dónde pertenecen? ¿Quiénes son o no parte de la comunidad? ¿Cuáles son los rasgos comunitarios y nacionales representativos? ¿El ecuavoley, el póker y las Coronas? Tal vez en Sucúa Haven, sí. Y Sucúa Haven es Ecuador.

Pero no están aislados, se relacionan también desde la «latinidad», desde el idioma, desde las etnias con las que se identifican, desde su calidad de residentes de Connecticut, desde su religión o profesión, y así la frontera de quién pertenece o no a Sucúa Haven se vuelve porosa, como todas las fronteras. Sus prácticas provienen de relaciones y de experiencias, de pertenencias e identidades múltiples y vivas.


Figura 10
Maryuri aka Diana (1989 Sucúa, Morona Santiago, Ecuador).Bartender. Ecuatoriana y amazonaLife loving latina. East Haven, CT 2023.


Figura 11
Fernanda, 2000. (2000 Murcia, España).Bartender. Blanca, española-ecuatoriana vía Santo Domingo. East Haven, CT 2023.


Figura 12
Fernando (1986 Quito, Ec; d. 2016 CT- US). Soldado en la American Army, veterano de Afganistán. Falleció en servicio en un accidente de tránsito. Imagen de la colección familiar.Figura 15. Stephano (1992 Guayaquil, Ecuador). Artista, rodeado de su pareja Pat, artista chicano, y su amiga Laura, artista nacida en Colombia.New Haven, CT 2023.

Figura 10. Maryuri aka Diana (1989 Sucúa, Morona Santiago, Ecuador).Bartender. Ecuatoriana y amazonaLife loving latina. East Haven, CT 2023.

Figura 11. Fernanda, 2000. (2000 Murcia, España).Bartender. Blanca, española-ecuatoriana vía Santo Domingo. East Haven, CT 2023.

Figura 12. Fernando (1986 Quito, Ec; d. 2016 CT- US). Soldado en la American Army, veterano de Afganistán. Falleció en servicio en un accidente de tránsito. Imagen de la colección familiar.Figura 15. Stephano (1992 Guayaquil, Ecuador). Artista, rodeado de su pareja Pat, artista chicano, y su amiga Laura, artista nacida en Colombia.New Haven, CT 2023.


Figura 13
Jocelyn (2001 NY, US).Estudiante de Ethnicity, Race and Migration en Yale. Kañari warmi, ecuatoriana, indígena-mestiza.New Haven, CT 2023.


Figura 14
Leslie (2002 Stamford CT). Mestiza y latina. Other.


Figura 15
Stephano (1992 Guayaquil, Ecuador). Artista, rodeado de su pareja Pat, artista chicano, y su amiga Laura, artista nacida en Colombia.New Haven, CT 2023.

Figura 13. Jocelyn (2001 NY, US).Estudiante de Ethnicity, Race and Migration en Yale. Kañari warmi, ecuatoriana, indígena-mestiza.New Haven, CT 2023.

Figura 14. Leslie (2002 Stamford CT). Mestiza y latina. Other.

Figura 15. Stephano (1992 Guayaquil, Ecuador). Artista, rodeado de su pareja Pat, artista chicano, y su amiga Laura, artista nacida en Colombia.New Haven, CT 2023.

Agradecimientos

Este proyecto fue financiado por el Mellon Artist and Practitioner Fellowship del Yale Center for the Study of Race, Indigeneity, and Transnational Migration.

Referencias

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