Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


Charles Dickens y las paradojas de la expansión imperial
Charles Dickens and the Paradoxes of Imperial Expansion
Nuevas Poligrafías. Revista de Teoría Literaria y Literatura Comparada, núm. 5, pp. 77-101, 2022
Universidad Nacional Autónoma de México

Central Poligrafías

Nuevas Poligrafías. Revista de Teoría Literaria y Literatura Comparada
Universidad Nacional Autónoma de México, México
ISSN-e: 2954-4076
Periodicidad: Semestral
núm. 5, 2022

Recepción: 19 Agosto 2021

Aprobación: 23 Septiembre 2021

Resumen: La propuesta de Edward Said de leer e interpretar la literatura europea canónica, sobre todo del siglo xix, con una perspectiva contrapuntística, a contrapelo, ha abierto un vasto horizonte para identificar, analizar y cuestionar las ambivalencias de obras que por lo general han sido leídas con un enfoque cultural “occidental”. Tomando como punto de partida la premisa de que Dickens estaba consciente de los cambios y debates sociopolíticos de su tiempo, este artículo propone explorar algunas de las tensiones que subyacen su obra, en relación con las repercusiones que el imperio y su representación tenían sobre la mentalidad victoriana. Siguiendo la pauta de la crítica reciente sobre Dickens, planteo que el autor tenía una relación compleja con la empresa imperial y que con frecuencia la consideraba como nociva para la situación social de la isla, sobre todo en relación con la llamada “Cuestión de la condición de Inglaterra”, que utilizo como marco para mi argumento. En concordancia con Simon Gikandi, analizo algunos ejemplos de cómo la configuración identitaria británica articulada en el concepto de “Englishness” es, paradójicamente, resultado de la cultura colonial proveniente de los rincones del imperio.

Palabras clave: Dickens, poscolonialismo, lecturas contrapuntísticas, representaciones de la otredad, cultura colonial, alteridad, Englishness.

Abstract: Edward Said’s proposal of reading and interpreting canonical European literature, especially of the nineteenth century, with a contrapuntal approach has opened a vast horizon for identifying, analyzing, and questioning the ambivalences of works that had been generally read with a prevailing “Western” cultural perspective. Taking as starting point the premise that Charles Dickens was profoundly aware of the sociopolitical changes and debates of his time, the aim of this article is to explore some of the tensions that underlie his work regarding the impact of empire and its representation in Victorian mentality. Following recent criticism on Dickens, I argue that the author had a complex relationship with the imperial quest, very often considering it as detrimental to the social situation in the island, above all in relation to “The Condition of England Question,” which I take as a wide framework to my argument. Concurring with Simon Gikandi, I analyze some examples of the ways in which the identitary configuration of “Englishness” is the result of the colonial culture originated in the imperial spaces.

Keywords: Dickens, postcolonialism, contrapuntal reading, representations of otherness, colonial culture, alterity, Englishness.

An ancient English Cathedral Town? How can the ancient English Cathedral town be here? The well-known massive grey square tower of its old Cathedral? How can that be here! There is no spike of rusty iron in the air, between the eye and it, from any point of the real prospect. What is the spike that intervenes, and who has set it up? Maybe, it is set up by the Sultan’s orders for the impaling of a horde of Turkish robbers, one by one. It is so, for cymbals clash, and the Sultan goes by to his palace in long procession. Ten thousand scimitars flash in the sunlight, and thrice ten thousand dancing-girls strew flowers. Then, follow white elephants caparisoned in countless gorgeous colours, and infinite in number and attendants. Still, the Cathedral tower rises in the background, where it cannot be, and still no writhing figure is on the grim spike. Stay! Is the spike so low a thing as the rusty spike on the top of a post of an old bedstead that has tumbled all awry? Some vague period of drowsy laughter must be devoted to the consideration of this possibility.

—Charles Dickens, The Mystery of Edwin Drood

El párrafo inicial de The Mystery of Edwin Drood —la novela que Charles Dickens dejó inconclusa al momento de su muerte en 1870— sobresale por su aparente falta de coherencia narrativa. Por un lado, rompe con las convenciones narrativas decimonónicas, pues no introduce la acción, presenta a un personaje o sitúa el escenario donde se llevará a cabo la trama. Por el otro, desestabiliza la solidez y estabilidad de un símbolo histórico del imaginario inglés —un poblado rural y su catedral—, además de que el vínculo de éste con una visión orientalista, hiperbólica en su violencia y sensualidad, parece romper con el escenario urbano londinense que suele ser asociado con el popular autor. El fragmento ejemplifica el tipo de dislocación —que empezaba a ser percibida de forma creciente— entre las experiencias socio-culturales de una Inglaterra que gestionaba la transición entre el campo, las ciudades industriales y la gran metrópolis, y las estructuras imperiales que irrumpían en la isla y afectaban seriamente su sentido de identidad.

En el marco de la crítica canónica, es tradicional considerar a Dickens como el escritor más representativo de la época victoriana, así como el que mejor articula el elusivo concepto de Englishness. Para Patrick Parrinder (2006), por ejemplo, si hay que buscar un escritor que encarne la anglicidad de la novela inglesa, ése es Dickens, gracias a la intensidad y el poder simbólico que tienen sus personajes y a que éstos representan la variedad de “toda la nación”, en lo que constituye una “reflexión sobre el carácter nacional” (213).1 Sin embargo, tanto la noción de Englishness como la forma en que Dickens la articula resultan ser bastante más complejas y ambivalentes, y es ahí donde radica el interés por estudiar su obra. La noción de Englishness es, sin duda, difícil de definir, pues abarca desde la expresión de un sentimiento patriótico hasta imágenes y prácticas distintivas asociadas con “lo inglés”. En términos generales, pensando en las actitudes del siglo xix, se puede decir que, por un lado, conllevaba la convicción de la superioridad del “carácter” inglés, derivada de su espíritu de perseverancia y su habilidad emprendedora, además de su capacidad para infundir y diseminar la ley y la industria, así como la salvaguarda de la vida y la propiedad. Por otro lado, se asociaba con la herencia protestante y el orgullo por su tradición literaria y su espíritu expansionista. Sin embargo, como apunta Krishan Kumar (2015) en The Idea of Englishness, a pesar de ser un concepto que ha acompañado la reflexión identitaria de Gran Bretaña a través de los siglos, no fue sino hasta la década de 1990 que se convirtió en un objeto de estudio sistematizado. Entre otras cosas, éste concepto reconoció no sólo que resulta difícil separar lo inglés de lo británico, pues son dos caras de la misma moneda (Kumar, 2015: 4), sino que además, lejos de ser una reflexión intrínseca al territorio insular, surgió más bien de su relación con Europa (sobre todo con Francia) y de la necesidad de afianzar la imagen distintiva “inglesa” en los rincones del imperio.

El objetivo de este artículo es examinar, de forma muy sintética, algunos aspectos de la ambivalente relación que Dickens tenía con su entorno y con una noción identitaria que se veía afectada por un sinnúmero de tensiones sociales y políticas. Planteo que además de ofrecer una diversidad de críticas satíricas sobre las instituciones, las profesiones y demás figuras que habitaban la Inglaterra de mediados del siglo xix, Dickens tenía también una profunda conciencia sobre las repercusiones de la empresa imperial. Esta empresa definía en muchos sentidos la vida victoriana, pero parecía estar invisibilizada en la experiencia diaria del periodo y en la obra de Dickens, al igual que estuvo oculta en la producción de otros novelistas y, también, en la crítica editorial y académica hasta casi fines del siglo xx. Siguiendo la línea de la lectura contrapuntística sugerida por Edward Said en Culture and Imperialism (1993), exploro algunas de las tensiones y ambigüedades que configuran la obra del célebre autor inglés, las cuales están vinculadas, sin duda alguna, a las problemáticas que afectaban a la sociedad inglesa del largo periodo victoriano.

Sin duda alguna, Dickens fue una de las figuras públicas más importantes de su tiempo. En su doble función como novelista y periodista de opinión, estuvo siempre al tanto de los debates relacionados con la política, los avances científicos y las problemáticas sociales y religiosas —es decir, con todo lo relacionado con la identidad nacional—. Tal identidad nacional, como sugiere Grace Moore (2004), resultaba una categoría muy problemática para Dickens: “la complejidad de sus opiniones sobre la identidad nacional inglesa surge de las formas en que, durante el reino de la Reina Victoria, dicha identidad se reconfiguraba una y otra vez, en gran medida, en repuesta al desarrollo de una economía capitalista y la expansión del imperio” (21). Como se podrá apenas vislumbrar en las siguientes páginas, la intervención del autor en los debates cotidianos encontraba una salida inmediata (y muchas veces visceral) en sus populares artículos periodísticos, para luego ser articulada en diferentes niveles de su creación novelística.

La posibilidad de dilucidar el grado en que la literatura inglesa del siglo xix estuvo marcada por el fenómeno imperial es una de las notables aportaciones de la noción de lectura contrapuntística propuesta por Said, la cual implicó un giro trascendental en el estudio de la cultura victoriana. Para Said (1993), es posible sacar a las formas culturales occidentales de “los compartimentos autónomos en los que han estado protegidas para ponerlas, en cambio, en el dinámico entorno global creado por el imperialismo”, el cual, a su vez, debe ser considerado como “un proceso que ocurre como parte de la cultura metropolitana” y que “algunas veces reconoce y otras veces oculta la empresa sostenida del imperio mismo” (51). Por esta razón, el cambio de perspectiva interpretativa que él propone implica releer el archivo cultural europeo “no de forma unívoca, sino contrapuntística, con una conciencia simultánea tanto de la historia metropolitana narrada y de las otras historias contra (y junto con) las que actúa el discurso dominante” (Said, 1993: 51). Es decir, Said (1993) plantea la necesidad de identificar en estos textos lo que ha sido silenciado, lo que se ha marginado o lo que se representa ideológicamente (66) como una manera de cuestionar la actitud hegemónica sobre un “mundo concebido geográficamente” (52) que prevaleció en Inglaterra entre el siglo xvii y el xix —y compartida por autores como Spenser, Shakespeare, Defoe y Austen—. Dicha actitud ubicaba la noción de un espacio socialmente deseable y autorizado en la Inglaterra o la Europa metropolitana y lo vinculaba con mundos periféricos o distantes (como Irlanda, Venecia, África o Jamaica) que a su vez eran concebidos como deseables pero subordinados. Leer en contrapunto conlleva, entonces, comprender las implicaciones y las repercusiones de las referencias, alusiones o silencios sobre estas regiones marginales, abrirse tanto a lo que un autor introdujo en su obra como a lo que dejó fuera (Said, 1993: 66-67).

Regresando a la cita que da inicio a este artículo, empezar una novela con la descripción de las alucinaciones del opiómano John Jasper es indicativo de las preocupaciones que aquejaban a Dickens respecto a la creciente expansión británica y a los efectos que ésta producía en “casa”. En un nivel metafórico, que el director del coro de la catedral de Cloisterham sea quien sufre la adicción y la lleve al pequeño poblado desde el núcleo corrupto de Londres, el East End, representa el grado en que la amenaza oriental, en este caso china, repercutía en Inglaterra, según Dickens. Así, la novela inconclusa tiene una trama doble. Por un lado, la trama principal cumple con el patrón dickensiano de “reconocimiento-herencia” por el que los protagonistas buscan alcanzar una “felicidad doméstica, modesta y tranquila” (Parrinder, 2006: 217, 213). Por el otro, prevalece una subtrama con una atmósfera sombría marcada por un fuerte sentido de otredad que repercute en las vidas individuales. La adicción al opio representa el extremo del consumismo imperial que constituía una de las mayores preocupaciones de Dickens, así como el principal objetivo de su crítica. Sin embargo, no es el único tipo de adicción presente en la novela, pues prácticamente todos los personajes consumen y disfrutan todo tipo de productos, consumibles y no consumibles, provenientes de las colonias, al grado que el consumo obsesivo llega a afectar, incluso, sus relaciones interpersonales.

El sentido de identidad cultural fracturada que permea The Mystery of Edwin Drood puede leerse como una desafiante conclusión de la obra de Dickens, quien capturó las grandes transformaciones ideológicas de su siglo. El paso de ser una nación agrícola a una manufacturera como resultado de la Revolución Industrial de fines del siglo xviii no sólo conllevó un incremento notable en la población urbana, sino que también provocó una enorme división entre las clases. La alta aristocracia e incluso la aristocracia rural (gentry) se veían desplazadas por la pujante clase media profesional y por los grupos de financieros e industrialistas que desafiaban su laxitud y su creciente falta de representatividad. En el otro extremo, millones vivían en abyecta pobreza, tanto en el campo despojado como en las ciudades industriales del norte — sobre todo textiles, cuya materia prima provenía primero de la colonia americana y luego de India— o en la gran metrópolis. Conformaban una masa anónima, invisible pero tangible, que constituía una amenaza inminente tanto por la posibilidad de contagio debido a las condiciones insalubres en las que vivían y trabajaban, como por la eventualidad, cada vez más real, de que esas masas se organizaran. Precisamente esto sucedió con el cartismo, “el primer movimiento sostenido e incluyente de la clase trabajadora en la historia moderna de Inglaterra” que durante las décadas de 1830 y 1840 sacudió el imaginario colectivo con el recuerdo de la Revolución Francesa menos de cincuenta años antes (Altick, 1973: 91).

Dickens se inserta en este contexto transicional de forma significativa, pues se convierte en figura pública en 1836 y 1837 gracias al éxito de su novela por entregas The Pickwick Papers, justo cuando la Reina Victoria asciende al trono. A lo largo de un poco más de tres décadas, participa de manera activa en los principales debates de su tiempo y articula narrativamente las paradojas y contradicciones que surgen en una Inglaterra que vivía, de hecho, una especie de inestabilidad ontológica, pues su concepción misma como estado nación competía, por así decirlo, con su estatus imperial. Así, la indudable participación de Dickens en el análisis político de la llamada “Cuestión de la condición de Inglaterra” estuvo siempre marcada —como el debate mismo— por la conciencia de una identidad inglesa que, en realidad, ya no podía quedar arraigada sólo al territorio insular. En consecuencia, el concepto de Englishness, además de las nociones e imágenes derivadas de éste, pierden también su estabilidad y fuerza, pues como comenta Simon Gikandi (1996) en su magistral Maps of Englishness, “Englishness fue un producto de la cultura colonial que parecía haber creado en otros lugares” (x).

“The condition of England question” y la situación imperial

Maureen Moran (2006: 41) relata que Lord Melbourne, primer ministro y consejero de la Reina Victoria, mostró su desagrado por Oliver Twist (1837-1839), pues se enfocaba demasiado en “hospicios, fabricantes de ataúdes y ladronzuelos” y, como no le agradaban, no deseaba verlos representados. Este tipo de actitud institucional provocó la insatisfacción creciente de intelectuales y figuras públicas que, a la vez que cuestionaban las políticas institucionales, incorporaban el tema de la pobreza y la inequidad en el marco más amplio de la ética protestante que hacía hincapié en la responsabilidad moral de las clases medias. Además de las reformas sociales, se gestó un creciente sentimiento humanitario que desembocó en la creación de infinidad de sociedades filantrópicas que pretendían aminorar el sufrimiento pero que no lograban, en realidad, modificar las causas de la desigualdad. Impregnadas del temperamento evangélico, estas sociedades contribuían también a diseminar la creencia en la reforma moral de la sociedad mediante rígidos estándares de conducta y la convicción en la salvación. Por otro lado, como dice Altick (1973), el utilitarismo “racionalizaba el espíritu del capitalismo competitivo” con una perspectiva secular que “no tenía concesiones con los escrúpulos de conciencia” ni con una postura ética en la que predominaran impulsos humanos como “las fuerzas de la generosidad, la misericordia, el autosacrificio o el amor”, pues “la ética benthamita no tenía nada que ver con la moralidad cristiana” (117). En este contexto de turbulencia ideológica y social, la preocupación generalizada por la sobrevivencia de la nación quedó enmarcada en la expresión “la cuestión de la condición de Inglaterra”, frase acuñada por el filósofo y crítico social Thomas Carlyle que engloba, por así decirlo, la toma de conciencia sobre las tensiones sociales y políticas que se vivían en ese periodo de transición. Entre sus interpelantes se encontraban, además de Carlyle, figuras como John Stuart Mill, Friedrich Engels, Benjamin Disraeli y autores como Elizabeth Gaskell, Charles Kingsley y Charles Dickens, cuyas novelas plasman gráfica y sentimentalmente los extremos del debate.

Si bien la compleja problemática de mediados del siglo xix parece estar arraigada en la situación que se vivía en la Gran Bretaña —insistiendo en su insularidad—, algunas de las causas, consecuencias y posibles soluciones estaban inexorablemente vinculadas con la expansión imperial y encontraban, paradójicamente, una forma de expresión figurativa mediante un uso del lenguaje y de configuraciones discursivas que integraban a las colonias como parte del proceso más amplio de constitución identitaria. Gikandi (1996) ha identificado cómo, durante los siglos xix y xx, la noción de “crisis cultural” sirvió tanto para diagnosticar los síntomas de los problemas como para posibilitar su identidad misma. Y para esto, insiste el crítico keniano, el discurso sobre cuestiones coloniales y, más específicamente, sobre cuestiones raciales, ha sido primordial para entender cualquier cuestión de la condición de Inglaterra. En este sentido, señala tres acontecimientos del periodo victoriano que sirvieron para que “la mentalidad oficial inglesa pudiera reflexionar sobre el carácter nacional, su economía de representación y su imperativo moral” (Gikandi, 1996: 51). Éstos son la emancipación de la esclavitud en el Caribe (1833-1834), el llamado “motín de los cipayos” o rebelión de la India (1857) y la rebelión de Morant Bay, en Jamaica (1865).

Sin duda alguna, estos sucesos tuvieron importantes repercusiones económicas, políticas y culturales, pues trastocaron las relaciones de poder, dislocaron las fronteras entre las colonias y el centro del imperio y desconfiguraron muchas de las representaciones del Otro que se daban por sentadas en la sociedad victoriana. No deja de ser irónico que el inicio y el fin de la trayectoria literaria de Dickens coincide con estos sucesos, pues en la medida en que éstos sacudieron la mentalidad decimonónica, incidieron también en el complejo entramado del novelista. De hecho, la alternativa de emigrar a las colonias en busca de oportunidades resultó un medio eficaz para los hijos de Dickens, quienes estuvieron en lugares como Hong Kong, India y Australia. Sin embargo, en lo relativo a la percepción afectiva e intelectual sobre las colonias, así como a su representación, la postura de Dickens, como la de sus contemporáneos, fue ambivalente y oscilaba entre un reconocimiento de los atractivos bienes de consumo provenientes de las colonias (matizado por una postura crítica de la empresa imperial), una fascinación por el exotismo orientalista, una confusa moralidad humanitaria, y, en última instancia, una profunda antipatía por el Otro.

Entre los espacios del imperio y la filantropía humanitaria

Entre los motivos recurrentes de la crítica sobre Dickens en las últimas décadas se encuentra el de la “filantropía telescópica”, título del cuarto capítulo de Bleak House (1852-1853), que engloba varias de las actitudes y preocupaciones sociales de la época. Teniendo como marco la crítica mordaz a las instituciones judiciales, simbolizada en el tribunal de la cancillería, Chancery, Dickens introduce los temas de la reforma social y la filantropía como hilos conductores de la trama. En la figura de Esther Summerson, como afirma Harold Bloom (1995), Dickens contribuye “a la tradición británica de heroínas con una voluntad protestante” (292), pues la caracteriza como una mujer desinteresada que procura el bien del prójimo aun a costa de su propia salud. Sin embargo, más allá de representar la universalidad del trauma de la orfandad, como sugiere Bloom, Esther encarna las actitudes y los valores humanitarios que para Dickens debían predominar si se deseaba solucionar la “condición” de Inglaterra. Jane Lydon (2020) propone que Bleak House explora cómo desde fines del siglo xviii y durante el xix, se fue gestando un cambio en el papel que las emociones desempeñaban en la configuración afectiva de la sociedad inglesa. Por esta razón, si bien la caracterización melodramática de Esther forma parte de las estrategias narrativas distintivas del novelista, lo que varía es que, por un lado, las contrapartes de los protagonistas pasan de ser villanos individuales a una concepción del mal social como sistémico (Robbins, 1990: 215) y, por el otro, la narración está impregnada por un sentido de otredad cuya intención es hacer hincapié en la necesidad de reformas sociales en una isla que, por así decirlo, se ha barbarizado. En este sentido, a pesar de ser un episodio secundario, el encuentro entre Esther y Mrs Jellyby es distintivo de las estrategias racializadas que Dickens fue incorporando en una variedad de escritos. Al contraponer a las dos mujeres, el autor contrasta la pulcritud y actitud de servicio de Esther con la negligencia de Mrs Jellyby quien, preocupada por conseguir fondos para un lugar imaginario en África, Borrioboola-Gha, descuida por completo el bienestar de su familia. El episodio, narrado por la misma Esther, sigue las convenciones cómicas de la narrativa dickensiana: Mrs Jellyby, una mujer cuarentona que podría ser guapa, tiene el cabello sucio y sin peinar y su vestido está desaliñado; sus hijos (Esther cuenta siete más el pequeño Peepy que llora sin cesar) andan en tropel; la casa no tiene agua caliente y todo está sucio y en desorden. Dedicada siempre a diversas causas benéficas, promueve la migración de parte de la población inglesa excedente con el fin de “cultivar” tanto café como a los nativos, y promover que éstos logren establecer un comercio de exportación fabricando patas para piano. Dickens establece, de forma implícita, otro contraste radical entre la empresa filantrópica de Mrs Jellyby y la situación del huérfano Jo, el pequeño barrendero, uno de los personajes favoritos del sentimentalismo victoriano y que se convirtió en símbolo de los desposeídos urbanos.

La trama de Bleak House captura con bastante transparencia la postura de Dickens, quien prácticamente aborrecía la creciente sensibilidad evangélica patente en las mujeres de clase media dedicadas a obras de caridad en las colonias, así como en el sinnúmero de sociedades filantrópicas que solían reunirse en el Exeter Hall. Sin embargo, los temas de la reforma social y la beneficencia estaban tan vinculados al proyecto imperial que provocaban actitudes ambivalentes por parte de Dickens, incluso en las oposiciones binarias entre el altruismo local de Esther y el celo redentor hacia África de Mrs Jellyby, así como entre el posible bienestar de la población africana y los ingleses pobres. Por un lado, si bien los actos caritativos de Esther se contraponen a la impersonalidad de la cancillería, éstos no dejan de estar confinados al ámbito privado, por lo que la narración no ofrece posibilidades viables para resolver la pobreza, que es el núcleo de la “cuestión de la condición de Inglaterra”. Por el otro, la forma en la que se representa dicha “condición” en términos de barbarie y mediante símiles provenientes de los espacios coloniales deja ver en qué medida la autoconcepción de Gran Bretaña como nación competía con su propia visión imperial. Timothy Carens (1998) identifica cómo algunas de las imágenes y el vocabulario empleado por Dickens para describir el entorno físico y social en la novela provienen de sus textos periodísticos, en los que el autor expresaba abiertamente sus opiniones sobre el proyecto imperial. Así, afirma Carens (1998: 124, 133), los términos con los que el autor se refiere a África en The Examiner son empleados para crear la textura opresiva de la novela, en especial la omnipresencia del aire pestilente que invade Londres y que contribuye a acentuar la convicción de que Inglaterra ha caído en un estado de barbarie. De igual manera, el entierro del que resultará ser el padre biológico de Esther, el Capitán Hawdon, se lleva a cabo en un cementerio en el que se le dará “Christian burial”, pero que, sin embargo, es “pestiferous and obscene”, un lugar en donde se transmiten enfermedades malignas y cuyo terreno “a Turk would reject as savage abomination, and a Caffre would shudder at” (Dickens, 2005a: 184-185).

Al insistir en la conceptualización de la condición de Inglaterra en términos de barbarie, Dickens invierte, por así decirlo, los términos de la misión imperial. Como dice Carens (1998: 123), lo que la novela propone es que tanto los proyectos altruistas como la empresa imperial deberían estar centrados en la esfera doméstica, con lo que genera una distancia afectiva en relación con los habitantes de las colonias. Esto queda claro en el tono, melodramático y satírico a la vez, en el que se relata la travesía del pobre Jo por la ciudad y su magro desayuno en los escalones del edificio de la Society for the Propagation of the Gospel in Foreign Parts, sin saber lo que implica el nombre, pues seguramente no sabe leer: “He admires the size of the edifice, and wonders what it’s all about. He has no idea, poor wretch, of the spiritual destitution of a coral reef in the Pacific, or what it costs to look up the precious souls among the coconuts and breadfruit” (Dickens, 2005a: 264). En otros momentos, incluso, el autor cuestiona el lenguaje triunfalista sobre la extensión del imperio. Describiendo en detalle los horrores de la ciudad perdida de Tom-all-Alone, el narrador comenta: “The day begins to break now; and in truth it might be better for the national glory even that the sun should sometimes set upon the British dominions, than that it should ever rise upon so vile a wonder as Tom” (Dickens, 2005a: 643). La influencia política de Dickens era tal que, como acota Lydon (2020), Lord Denman, el Magistrado Supremo, antagonizó a Dickens por su obstrucción a los genuinos intentos oficiales de apoyar la causa del mejoramiento humano. La intensidad con que las referencias al imperio trasminan el texto de Bleak House es indicativa del grado en que se iba transformando también el imaginario afectivo en relación con la empresa imperial, ya no sólo en términos de la grandeza militar o del potencial consumista que ésta ofrecía, sino también en términos de una subjetividad cada vez más racializada que establecía una distancia emocional con los “otros” colonizados.

Englishness y la representación del otro

En Victorian Literature and Postcolonial Studies, Patrick Brantlinger (2009) sugiere que durante el periodo victoriano era mucho más común tratar de explicar el cambio histórico como resultado de un conflicto entre razas que como conflicto de clase, aunque también hace hincapié en que el término “raza” no tenía un significado claro y solía usarse como sinónimo de “carácter” (37). Conforme aparecían más narraciones que exaltaban los logros de la expansión imperial, se arraigaba la idea de una superioridad inglesa, anglosajona o blanca. Ésta quedaba encarnada en los héroes que representaban las virtudes del carácter inglés-británico, entre las que se encontraban el valor, la autoridad, la heroicidad, la autosuficiencia, la disciplina, el orden, la libertad, el individualismo, además de los valores civilizatorios implícitos en el cristianismo y la excelencia de la lengua y la cultura inglesa. Sin embargo, precisamente por el contexto imperial, la articulación literaria de estos valores nunca fue clara ni transparente.

Las tres décadas que abarcan su carrera literaria vieron una compleja transformación en las estructuras de sentimiento y pensamiento, transformación que subyace las ambivalencias de la postura ideológica de Dickens. Aunado al debate sobre la evolución de las especies, varios acontecimientos en las periferias del imperio incidieron profundamente en el imaginario colectivo que Dickens contribuyó a configurar. El episodio que dio lugar a la crítica satírica de la filantropía filosófica fue la fallida expedición al río Niger, proyecto patrocinado por la African Civilization Society y que pretendía establecer una misión en la zona. En su reseña de la Narrative of the Expedition sent by Her Majesty’s Government to the River Niger, in 1841 (1848), Dickens critica acremente los esfuerzos por “civilizar” África e insiste, como en Bleak House, que la preocupación por el prójimo debe empezar en casa (en Carens, 1998: 124). Sin embargo, al mismo tiempo, Dickens apoyaba algunos programas de migración cuya intención era rehabilitar a jóvenes mujeres transportándolas a lugares como Australia u otros que ofrecían préstamos a personas “industriosas” como el que apoyaba la reformista social Caroline Chisholm (en quien basa la figura de Mrs Jellyby) (Moore, 2004: 8). Por otro lado, Dickens participó activamente en el debate abolicionista que, incluso después de la aprobación parlamentaria del Acta para la Abolición de la Esclavitud de 1833, continuaba vigente, sobre todo en relación con Estados Unidos. En su visita a ese país en 1842 (realizaría otra en 1867-1868), además de pelear por sus derechos de autor pues sus obras aparecían en ediciones pirata, el tema que ocupó sus escritos fue el de la inhumanidad del sistema esclavista, el cual llegó a convertirse, en la conciencia popular, en el foco de la rivalidad británica, más aún que Francia (Moore, 2004: 47). No obstante, esta postura liberal en contra de la esclavitud no implicaba una afinidad afectiva con las personas esclavizadas u otras de origen africano, o bien un cuestionamiento de la creencia del orden “natural”, como Dickens dejaba claro en su escritura.

La configuración del “Otro” en la obra de Dickens es más evidente en sus artículos periodísticos, en los que el autor expresa sus opiniones sin una mediación ficcional. En la obra narrativa, en realidad, son contadas las figuras provenientes de las periferias del imperio. Cuando lo hacen, personajes como el exesclavo Cicero en Martin Chuzzlewit (1843-1844) o incluso “The Native” en Dombey and Son (1846-1848) aparecen de forma incidental y, como insiste la crítica, permanecen en silencio. Este último ha recibido atención crítica precisamente por la indefinición de su representación. En el caso de Cicero, las cicatrices en su cuerpo constituyen la huella de su historia, lo cual, para Moore (2004), justifica su silencio, pues constituyen “un testamento mucho más elocuente de su sufrimiento que cualquier relato que él pueda contar” (58), incluso que sigue ahorrando para liberar a su hija, que sigue siendo esclava. En lo que respecta a “The Native”, en cambio, que su figura aparezca sólo para ser objeto de la violencia y crueldad de su amo, Major Bagstock, resulta más inquietante. Para críticos como Crawford (2002) dicha violencia es “claramente una alusión a la violencia del imperio” (197), pero para otros, como Suvendrini Perera (en palabras de la misma Crawford), el que Dickens lo presente como un “Otro” imperial genérico sigue los tropos convencionales del racismo: “he is a failed copy of an Englishman, a laughing stock objectified and silenced, almost an animal […] The power relations of Dombey and Son are laid bare in the text’s assumption of ‘the Native’s unrepresentability in human terms; in its confidence that ‘the Native’s predicament is comic, and can only be represented humorously’” (Crawford, 2002: 197). Crawford ha señalado que a pesar del realismo que Dickens impartía a sus personajes, no logra presentar una caracterización definida de esta figura, a “quien puede imponer un sentimiento de compasión desde sus recursos culturales propios, pero no una comprensión” convincente (Crawford, 2002: 219). De hecho, su origen racial o étnico nunca se menciona, salvo que es un “dark servant” (Dickens, 2007: 297); su apelativo es una simple asociación mental relacionada con que Major Bagstock fue un oficial en India y lo recibe de Miss Cox, quien “was quite content to classify [him] as a ‘native,’ without connecting him with any geographical idea whatever” (Dickens, 2007: 96). Su descripción física —muy parecida, por cierto, a la del cochero negro en American Notes (1842)— parece anticipar la noción de mimetismo o simulación propuesta por Homi K. Bhabha (1994: 129), salvo que carece de agentividad para constituir una verdadera fuente de ansiedad:

the Native, […] wore a pair of ear-rings in his dark-brown ears, and on [his body] his European clothes sat with an outlandish impossibility of adjustment— being, of their own accord, and without any reference to the tailor’s art, long where they ought to be short, short where they ought to be long, tight where they ought to be loose, and loose where they ought to be tight—and to which he imparted a new grace, whenever the Major attacked him, by shrinking into them like a shrivelled nut, or a cold monkey. (Dickens, 2007: 306)

Así, como sugiere Crawford (2002), la denominación “Native” conlleva “un contexto faltante, que se conjura sólo para expresar una increíble dislocación y diferencia de la cultura inglesa […] el personaje sólo puede permanecer como ‘un maravilloso enigma’” (209).

Si en la caracterización de estos dos personajes secundarios Dickens logra una mediación narrativa en donde manifestar un sentimiento mínimo de compasión, en las opiniones expresadas en varios artículos sobre cuestiones relativas a lo que podría llamarse “diferencia racial” se puede apreciar una postura completamente diferente, marcada por las contradicciones representacionales y afectivas de su entorno. Su convicción antiesclavista era una cuestión de principio, en parte por la creencia de que el esclavismo resultaba en la degradación moral de la sociedad; pensar en un reconocimiento del Otro como un igual era, en realidad, inconcebible. En la medida en que la población no europea, no blanca, era considerada como inferior y subordinada, su identificación de forma diferenciada solía ser confusa. En el caso del Native, por ejemplo, su rasgo distintivo es su subordinación como sirviente y el hecho que no es blanco. “Dark” en el imaginario inglés puede ser equivalente a negro-africano, indígena americano, hindú o, incluso, como en el caso de D. H. Lawrence, italiano o español. Para Dickens el “Otro”, entonces, equivalía también a salvaje y dentro de esa significación podían quedar incluidas las poblaciones autóctonas de los espacios imperiales o bien figuras enigmáticas como los gemelos Helena y Neville Landless, cuya explosiva conducta se adscribe a que vienen de Ceylon (hoy Sri Lanka) y han tenido contacto con una raza inferior, de subordinados serviles y abyectos.

Las opiniones vertidas en las publicaciones periódicas en las que Dickens participaba de forma regular —en especial Household Words y The Examiner— dejan de manifiesto cómo su actitud en relación con los “Otros” del imperio se fue modificando. Su adhesión a la causa abolicionista estuvo siempre opacada por la convicción de la inferioridad intrínseca de las otras razas, fueran negros, nativos estadounidenses o hindúes. Con frecuencia, además, se inmiscuían otros factores políticos. Moore (2004: 55) expone cómo Dickens modificó su postura sobre la abolición en Estados Unidos durante la Guerra Civil, pues dejar de apoyar a la antigua colonia “for the sake of the Blacks” implicaría perder un aliado en contra de Rusia, en caso de que estallara un conflicto bélico en Europa. Le preocupaba también que fueran a ocupar un rango más alto del que les correspondía en el orden “natural”. Desde 1849 empezó a planear un artículo que ofrecería “A history of Savages, showing the singular respects in which all savages are like each other; and those in which civilised men, under circumstances of difficulty, soonest become like savages” (en Moore, 2004: 63). Cuatro años después publicó “Noble Savage”, ensayo que articula un cambio mayor de actitud no sólo en su propia postura ideológica sino también en la de sus contemporáneos. Sin duda alguna, es notable el tono exaltado y el enorme desprecio que expresa no sólo por los salvajes, en general, sino por aquellos que ahora se encuentran “whimpering over him with maudlin admiration, and the affecting to regret him, and the drawing of any comparison of advantage between the blemishes of civilisation and the tenor of his swinish life. There may have been a change now and then in those diseased absurdities, but there is none in him” (Dickens, 2014: s. p.). Así, “I call a savage a something highly desirable to be civilised off the face of the earth” (Dickens, 2014: s. p.), sea éste indígena americano, “bushman” o “Zulu Kaffir”. En un intento fallido de ironía social, Dickens (2014) considera que incluso un “gent (which I take to be the lowest form of civilisation)” resulta mejor que

a howling, whistling, clucking, stamping, jumping, tearing savage. It is all one to me, whether he sticks a fish-bone through his visage, or bits of trees through the lobes of his ears, or bird’s feathers in his head; whether he flattens his hair between two boards, or spreads his nose over the breadth of his face, or drags his lower lip down by great weights, or blackens his teeth, or knocks them out, or paints one cheek red and the other blue, or tattoos himself, or oils himself, or rubs his body with fat, or crimps it with knives. Yielding to whichsoever of these agreeable eccentricities, he is a savage—cruel, false, thievish, murderous; addicted more or less to grease, entrails, and beastly customs; a wild animal with the questionable gift of boasting; a conceited, tiresome, bloodthirsty, monotonous humbug. (s. p.)

Con estas palabras, Dickens respondía al muy vibrante debate nacional en el que se mezclaban una diversidad de ideas y circunstancias. La vida cultural victoriana se nutría, entre otras actividades, de las exposiciones en las que el exotismo del imperio se trasladaba al centro imperial. A mediados de la década de 1840, varios indios ojibwa de Canadá fueron “exhibidos” en Londres, creando conciencia sobre la posible extinción de algunas razas, pero también como blanco del ridículo dickensiano, que les negaba incluso una identidad lingüística. En la famosísima “Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations” organizada por el Príncipe Alberto en 1851 y realizada en el mítico Crystal Palace, se podían apreciar objetos, animales y piedras preciosas, producto de todos los rincones del mundo. En la “Zulu Fair Exhibition” de 1853, organizada por Caldecott, se veían con asombro cuadros vivos en los que los zulus realizaban actividades típicas. Por otro lado, el gran éxito editorial de Harriet Beecher Stowe, Uncle Tom’s Cabin (1852), causó revuelo en Inglaterra. Beecher Stowe fue recibida en Londres como una celebridad (como había sucedido con Dickens en Estados Unidos unos años antes), pero Dickens se mostró frío y receloso. Además de considerar que la figura del tío Tom era demasiado idealizada, acusó a Stowe de plagiar sus personajes para adaptarlos a su novela; y, para concluir, resentía la popularidad de la estadounidense y la preferencia que mostraba con ella Lord Denman, el Magistrado Supremo, con quien Dickens tenía ya una rivalidad declarada. Para críticos como Moore, la reacción visceral que prevalece en “Noble Savage” proviene de este desencuentro. Finalmente, se discutía airadamente sobre el lugar de la población emancipada de las islas caribeñas y el efecto que esto tenía en la situación social en Inglaterra, asunto que Thomas Carlyle concretó en su controvertido ensayo “Occasional Discourse on the Nigger Question” (1853) y una década después en su defensa de Edward John Eyre, gobernador de Jamaica, duramente criticado por su brutal supresión de la rebelión de Morant Bay, en 1865. De acuerdo con Gikandi (1996), “el carácter teatral y afectivo” de esta obra, acentuado en el uso del término “Nigger” (en lugar de “Negro”, que había aparecido en la primera edición de 1848), deja de manifiesto el cambio radical de actitud que se había gestado ya en la mentalidad victoriana: “el negro había cambiado de ser un ‘hombre y hermano’ potencial en el discurso emancipatorio, a ser una figura demónica contra la que quedaba demostrada la virtud y la civilidad inglesa” (59). Así, siguiendo a Catherine Hall, Gikandi (1996) afirma que la economía política del discurso racial había sufrido un desplazamiento del “racismo cultural de la década de 1830, con sus tendencias progresistas y liberales, a un racismo biológico más agresivo, enraizado en la suposición de que los negros no eran ni hermanos ni hermanas sino una especie diferente, nacida para ser sometida” (59). Para el crítico keniano, este súbito cambio de apreciación sobre los negros constituye una especie de presencia somática de una serie de ansiedades que, en ese momento específico, se expresaban en un espacio cultural atormentado por el miedo, la culpa, la frustración y la soledad (Gikandi, 1996: 60). La salud material y espiritual de Inglaterra quedaba, entonces, inextricablemente ligada a las colonias, las cuales eran empleadas con frecuencia como “mecanismos de discurso más que como lugares donde se podía realizar una constitución política y una invención cultural indispensable”; es decir, como sostiene Gikandi (1996), “los espacios imperiales configuraron el mapa cognitivo del Englishness” (52).

La atmósfera de intolerancia hacia los “Otros” imperiales llegó a un punto culminante en 1857, como resultado de la mal llamada “rebelión de los cipayos” o “Indian mutiny”, acontecimiento que fue visto como un acto vergonzoso por los británicos, pero que, a la larga, fue considerado como un importante antecedente de los movimientos independentistas del subcontinente. Uno de los episodios de la revuelta fue la masacre de Cawnpore, en la que una centena de mujeres fueron secuestradas y asesinadas, la cual transformó radicalmente el imaginario inglés sobre India y creó una histeria colectiva de la que Dickens no pudo escapar. Los sucesos sacudieron un imaginario, compartido por los “eminentes” victorianos y en el ámbito popular, que visualizaba a la India como una cultura refinada (lo que la distinguía de África), dócil, un tanto indolente, y que, a final de cuentas, estaba agradecida de recibir las bondades del proceso civilizador británico. En menos de dos décadas, el subcontinente fue representado como despiadado y peligroso, una región que debía convertirse en colonia para ser controlada por el poder central. Como parte de este proceso, la East India Company, que había dominado el país con suma violencia desde principios del siglo xvii, fue suprimida en 1858, y el subcontinente se convirtió por fin en colonia, en la “joya de la corona”, bajo el mando, en 1877, de la Reina Victoria como “Emperatriz de la India”. Como indica Moore (2004: 94), la rebelión llevó al límite varias de las contradicciones de Dickens. Por un lado, seguía considerando que India era una alternativa para la migración de personas problemáticas, como su hijo Walter, a quien había destinado a tener una carrera militar desde los ocho años y quien llegó al subcontinente justo en el periodo de la rebelión (y peleó en Cawnpore). Por otro, a partir de la rebelión, transfirió su permanente cuestionamiento de la incompetencia del gobierno imperial a una profunda repulsión por los cipayos. En una carta, Dickens expresó:

I wish I were Commander in Chief over there! I would address that Oriental character which must be powerfully spoken to, in something like the following placard, which should be vigorously translated into all native dialects. […] I have the honour to inform you Hindoo gentry that it is my intention, with all possible avoidance of unnecessary cruelty and with all merciful swiftness of execution, to exterminate the Race from the face of the earth, which disfigured the earth with the late abominable atrocities. (En Moore, 2004: 94)

Aunado a su animadversión, en otros escritos Dickens insistió en una configuración del “Otro” sustentada en los rasgos estereotípicos derivados de la frenología: la inescrutabilidad de la mente oscura, la perfidia del carácter oriental, la crueldad de quienes llevan turbante, sin ninguna distinción entre los grupos étnicos o religiosos de la región. Parte de su postura quedó de manifiesto en una novela corta “The Perils of Certain English Prisoners” (1857), escrita junto con Wilkie Collins, en donde pretendía resaltar las cualidades del carácter inglés tal y como habían sido mostradas en el motín.

Situado en la colonia británica de extracción minera “Silver Store”, en una isla en la costa de Belice, el relato replica las acciones de la rebelión en India: un grupo de piratas asedia y secuestra a los pobladores ingleses, quienes logran escapar por su ingenio y perseverancia. Gran parte del énfasis recae en la amenaza constante de violación que enfrenta Miss Marion Maryon ante los embates de los piratas, entre los que destaca un “treacherous half-caste negro […] double-dyed traitor, and a most infernal villain” llamado Christian George King y a quien el narrador, el soldado raso analfabeta Gill Davis, se refiere como “cannibal” (Dickens, 2005b). Más que el valor literario de este relato, lo que sobresale es la inestabilidad narrativa y semántica que lo rodea. El carácter alegórico de la narración resultaba evidente por la insistencia del autor en aludir a la rebelión en la India y a los hechos de Cawnpore; la novela era entonces una versión ficcional de aquellos acontecimientos traumáticos, pero con un final feliz: el valor del soldado raso, analfabeta, es reconocido por Miss Marion, quien ya convertida en Lady Carton lo busca años después, lo rescata del hospital donde convalecía y se convierte en la amanuense de su historia. Por otro lado, hay un contraste entre el tono exaltado de los capítulos escritos por Dickens —primero y tercero— y el segundo, más conciliatorio, en el que Collins desvía y diluye la amenaza de violación latente en Dickens. Los dos coinciden, sin embargo, en la representación estereotipada de los antagonistas, parias de diversas nacionalidades, negros, mestizos e “indios” (que evocarían a los indios del otro continente). Finalmente, a pesar de toda la insistencia en la rebelión de la India, el relato surge en el contexto, muy publicitado también, de la presencia británica en el cono sur del continente americano, cuando se planeaba construir un canal que conectara el Océano Atlántico con el Pacífico. Con esta novela, Dickens y Collins se integran al otro gran imaginario colonial relacionado con América Latina y el Caribe. De hecho, en temática, escenario y representación estereotípica (“Mexican hat” y guitarra incluidas), este relato anticipa el interés de Joseph Conrad por la región, el cual se materializó en una novela escrita en colaboración con Ford Madox Ford, Romance (1903), e incluso en la famosa Nostromo, cuya trama tiene que ver con el desgobierno y corrupción de un pueblo que depende de una mina de plata.

El imperio y los objetos de deseo

Si el imaginario que rodeaba la empresa imperial es una constante cada vez más estudiada en la obra de Dickens, la novela que aborda frontalmente el “tema mercantil de la City” es Dombey and Son (1846-1848) (Parrinder, 2006: 224). En ella, el autor deja de manifiesto las tensiones que surgían entre la idealización del imperio como un constructo que enaltecía la identidad nacional y la presencia cada vez más evidente de objetos provenientes de aquellos rincones geográficos, los cuales tenían el potencial de desestabilizar aún más la de por sí compleja situación social de la isla. Miriam O’Kane Mara (2002: 235) comenta que, para los victorianos, adquirir objetos constituía una de las maneras en que las clases medias se distinguían de las clases trabajadoras y que para este consumismo capitalista el imperio resultaba indispensable. Sin duda alguna, la Gran Exposición de 1851 —que recibió cerca de seis millones de visitantes— contribuyó a fomentar esa tendencia y su sede, el Crystal Palace, se convirtió en el símbolo tanto de un proyecto de unificación y orgullo nacional como del liderazgo mundial de Gran Bretaña. No obstante, también fue el centro de críticas feroces y motivo de preocupación para quienes, como Dickens, no sólo desconfiaban de las políticas del laissez faire (aunque no necesariamente de los monopolios), sino que consideraban que el Crystal Palace representaba todo lo que estaba mal en la sociedad y la negligencia del grupo dominante (Moore, 2004: 26-27). Esta problemática subyace y desarticula la narrativa dickensiana —anticipando incluso la ruptura mayor entre la experiencia metropolitana y las estructuras imperiales que caracteriza al modernismo— de diversas maneras, entre las que sobresale una inestabilidad representacional de los objetos, de su función retórico-semántica y del tipo de relación que los personajes tienen con ellos.

En Dombey and Son, esta fractura se evidencia, como afirma Garret Stewart (2000), incluso en el título mismo, el cual desvía la atención de los personajes hacia lo que será el hilo conductor de la trama: el comercio. Aunque este detalle se pierde en algunas ediciones contemporáneas, hay que recordar que en la portada de las primeras el título completo de la novela aparecía como Dealings with the Firm of DombeyanD Son Wholesale, Retail and for Exportation; es decir, Dickens genera, desde el principio, dos niveles discursivos que no acaban de encajar entre sí, ocasionando una disonancia conceptual que se expresa en la “explícita temática imperial de una visión dividida, ora terrestre (territorial), ora trascendental” (Stewart, 2000: 184-188). Siguiendo esta línea, Bar-Yosef (2002) identifica varias estrategias narrativas en las que Dickens articula dicha disonancia. Por un lado, señala cómo Dickens yuxtapone dos sistemas alternativos para el desarrollo del eje moral de la novela que se pueden leer cartográficamente: el primero gira alrededor de Dombey y sus intereses mercantiles (imperiales), mientras que el segundo cumple una función alegórica centrada en el amor cristiano, incondicional, de su hija Florence (Bar-Yosef, 2002: 221-222). Por el otro, a pesar de que los personajes son caracterizados mediante una variedad de imágenes que provienen de contextos imperiales, en realidad pertenecen a la esfera doméstica que a su vez “se construye, en términos cartográficos y morales, como la antítesis del negocio imperial de Dombey” (Bar-Yosef, 2002: 221). Las discrepancias rigen la caracterización de Dombey desde el inicio de la novela. Su soberbia imperial, expresada en el párrafo que se cita con frecuencia,2 contrasta con la austeridad de sus oficinas, oscuras, sucias, llenas de telarañas, que a su vez nada tienen que ver con el entorno que las rodea en la City:

the Bank of England, with its vaults of gold and silver “down among the dead men” underground, was their magnificent neighbour. Just round the corner stood the rich East India House, teeming with suggestions of precious stuffs and stones, tigers, elephants, howdahs, hookahs, umbrellas, palm trees, palanquins, and gorgeous princes of a brown complexion sitting on carpets, with their slippers very much turned up at the toes. Anywhere in the immediate vicinity there might be seen pictures of ships speeding away full sail to all parts of the world; outfitting warehouses ready to pack off anybody anywhere, fully equipped in half an hour; and little timber midshipmen in obsolete naval uniforms, eternally employed outside the shop doors of nautical Instrument-makers in taking observations of the hackney carriages. (Dickens, 2007: 41)

Moore (2009) sugiere que la densa acumulación de objetos imperiales es indicativo de la percepción de que “el imperio se convertía en algo muy difícil de contener y comenzaba a desparramarse en las páginas de las novelas de Dickens en la forma de artefactos y mercancía” (77). Incluso los instrumentos que abarrotan la tienda de Solomon Gills forman parte de la “infección” que afecta a la sociedad victoriana y que, al tener como objetivo cualquier isla desierta, vacía de referentes el proyecto colonial (Freedgood, 2006: 104), además de que ya no son artículos atractivos para el público:

The stock-in-trade of this old gentleman comprised chronometers, barometers, telescopes, compasses, charts, maps, sextants, quadrants, and specimens of every kind of instrument used in the working of a ship’s course, or the keeping of a ship’s reckoning, or the prosecuting of a ship’s discoveries. Objects in brass and glass were in his drawers and on his shelves, which none but the initiated could have found the top of, or guessed the use of, or having once examined, could have ever got back again into their mahogany nests without assistance. Everything was jammed into the tightest cases, fitted into the narrowest corners, fenced up behind the most impertinent cushions, and screwed into the acutest angles, to prevent its philosophical composure from being disturbed by the rolling of the sea. Such extraordinary precautions were taken in every instance to save room, and keep the thing compact; and so much practical navigation was fitted, and cushioned, and screwed into every box (whether the box was a mere slab, as some were, or something between a cocked hat and a star-fish, as others were, and those quite mild and modest boxes as compared with others); that the shop itself, partaking of the general infection, seemed almost to become a snug, sea-going, ship-shape concern, wanting only good sea-room, in the event of an unexpected launch, to work its way securely to any desert island in the world. (Dickens, 2007: 41)

A pesar de que las listas y catálogos de objetos parecerían formar parte, junto con la trepidatoria llegada del ferrocarril, de la gran narración del desarrollo civilizatorio, el sentido de lo aleatorio de la historia que prevalece en Dombey and Son desmitifica, por así decirlo, las bondades de la expansión imperial. En las siguientes novelas los objetos provenientes de los rincones coloniales no sólo van perdiendo su atractivo sino que también se van convirtiendo en elementos potencialmente desestabilizantes para la salud física y espiritual de la nación. En Great Expectations, por ejemplo, el énfasis en las posibilidades que tendrá Pip para convertirse en gentleman (y que resultará como bien sabemos en no pasar de ser un simple empleado aburrido en Egipto) eclipsa el genocidio de los aborígenes en Australia y Nueva Zelanda que se cernía sobre el imaginario y que Dickens encripta en un objeto anhelado que aparece por un breve momento en la mano de Magwitch: la lata de tabaco llamado “Negro head”, por ser de color oscuro y estar cubierto de melaza, y que, al igual que el benefactor de Pip, ha entrado de contrabando a Inglaterra (Freedgood, 2006: 91).

Además de los estragos causados por su enfermedad y su depresión, en el momento de su muerte en 1870, Dickens percibía el imperio y sus productos como un peligro inminente que se ha filtrado ya no sólo a la metrópolis londinense, sino también a los pequeños poblados rurales que encarnaban la historia y el orgullo de Inglaterra. En The Mystery of Edwin Drood la desarticulación es evidente tanto en la presencia cotidiana del opio como en la dependencia que los personajes tienen por la mercancía oriental, simbolizada por los antojos incontrolables de Rosa Bud por los empalagosos Turkish delights. Como sugiere Mara (2002: 234-235), en Edwin Drood el colonialismo aparece ya como una presión histórica y sicológica y ha marcado un cambio de paradigma en el que prevalece la decadencia y la inmoralidad, que Dickens vincula con la ambición y los apetitos insaciables de la cultura consumista victoriana. Dickens murió más de una década antes de la Conferencia de Berlín (1884-1885), cuando las potencias europeas se repartieron los territorios africanos que aparecían como espacio vacíos, listos para el despojo, en el imaginario europeo. Durante su vida ocurrieron importantes acontecimientos en los espacios imperiales que afectaron directamente la vida en Gran Bretaña y que fueron transformando la percepción que ésta tenía de sí misma: además de los sucesos mencionados en este artículo (la emancipación de la esclavitud en el Caribe, la abolición de la East India Company, la rebelión de la India y la de Morant Bay), Dickens atestiguó también las guerras del opio en China y la toma de control sobre Hong Kong, así como la primera guerra afghana (1839-1842, 1856-1860), la colonización oficial de Nueva Zelanda (1840) y de Natal (1843), la hambruna irlandesa (1845-1852), diversas batallas en India y Sudáfrica, la Guerra de Crimea (1853-1856), la “adquisición” de Lagos, en África Occidental (1861), el descubrimiento de diamantes en África del Sur (1867), la invasión de Abisinia (1868) y la apertura francesa del Canal de Suez (1869) (Brantlinger, 2009: x-xiv).

Dickens no presenció los sucesos y las consecuencias del llamado “alto imperialismo” británico, pero sí fue testigo y participante de los profundos cambios, en Gran Bretaña y el mundo, que se fueron gestando como resultado de la empresa imperial europea, la cual no sólo transformó las estructuras socioeconómicas y culturales de las regiones colonizadas, sino que también dejó como legado la marginación del otro, tanto en términos materiales como culturales e ideológicos. Acontecimientos relacionados con la discriminación racial que sacudieron el mundo en tiempos recientes, en especial el movimiento global de “Black Lives Matter” surgido por la muerte de George Floyd en 2020, dejaron de manifiesto, de forma dolorosa y evidente, cómo lo que aconteció durante el proyecto expansionista europeo continúa afectando de forma cotidiana la vida de millones de personas. Una reacción inmediata de esta toma de conciencia colectiva y global, que estaba siempre latente pero que ahora fue contundente, consistió en señalar cómo el despojo y la esclavitud están siempre presentes, de forma muy visible, en los entornos culturales y arquitectónicos de los países del llamado primer mundo. Parecía que en ese momento de 2020, el alcance del cambio de perspectiva en la percepción del fenómeno imperial sugerido por Edward Said llegaba a una concreción política ineludible, que iba mucho más allá de una simple crítica literaria al canon europeo. Su insistencia en la necesidad de realizar lecturas que visibilizaran los marcadores del progreso imperial puede ser considerada, sin duda, como un acto precursor del cambio radical en la apreciación de la cultura y la civilización “occidental” que debería constituir una prioridad de los estudios literarios actuales.

En 2020, uno a uno, fueron cayendo los monumentos a personajes que, considerados benefactores de la sociedad local, mediante la invisibilización de la forma en que adquirieron su riqueza, son ahora identificados claramente como participantes del despojo generalizado y la esclavización y matanza de millones. Las estatuas de Edward Colson en Bristol, del rey Leopoldo en Bruselas, de Cecil Rhodes en Ciudad del Cabo, fueron grafiteadas y en algunos casos destruidas por multitudes enfurecidas. Sin embargo, la mentalidad imperialista continúa ahí. En Oxford, por ejemplo, la universidad se ha rehusado a remover la estatua de Rhodes en Oriel College a pesar de innumerables protestas que llevan varios años. En fechas tan recientes como junio de 2021, los académicos continúan peleando para que esto suceda, pues se rehúsan a impartir clase en un lugar que sigue enalteciendo la empresa imperial.

Como parte de este movimiento generalizado, el 27 de junio de 2020 el exconcejal Ian Driver grafiteó “Dickens racista” en el museo sobre el autor en Broadstairs, Kent, para llamar la atención a las formas en que el racismo continúa siendo un elemento estructural en la sociedad británica. El novelista es uno de estos íconos culturales ingleses que tienen una vigencia permanente gracias a la circulación global en medios populares como el cine, las series televisivas, o innumerables versiones para niños y jóvenes, por lo que es muy importante reflexionar sobre las representaciones que ahí aparecen y la forma en que éstas muchas veces invisibilizaron la violencia colonial. El cambio en el paradigma de lectura llegó para quedarse. En enero de 2021, como resultado de todo este fenómeno, la Dickens Society emitió un “Comunicado antirracista” en el que acepta que

la Dickens Society, y los estudios sobre Dickens en general, no han reconocido con frecuencia o con la suficiente fuerza las formas inquietantes en que las obras de Dickens se ocupan de la raza, a pesar de que un número creciente de importantes voces críticas ha empezado a atender el involucramiento del autor con las narraciones de esclavos fugitivos, con formas amplias de explotación económica sustentada en la trata esclava trasatlántica y con las densas y complejas estructuras de la expansión imperial. (Dickens Society Blog, 2021: s. p.)

El comunicado concluye con una invitación a analizar y estudiar la obra de Dickens mediante posturas críticas informadas que despejen el camino para una comprensión profunda de los fenómenos que dieron lugar al mundo actual. Este artículo espera contribuir de forma modesta a este cambio de paradigma.

Referencias bibliográficas

Altick, Richard D. (1973). Victorian People and Ideas. W. W. Norton and Company.

Bar-Yosef, Eitan. (2002). “‘An Ocean of Soap and Water’: The Domestication of Imperial Imagery in Dombey and Son”. Dickens Quarterly, 19(4), 220-231.

Bhabha, Homi K. (1994). The Location of Culture. Routledge.

Bloom, Harold. (1995). The Western Canon. The Books and Schools of the Ages. Riverhead Books.

Brantlinger, Patrick. (2009). Victorian Literature and Postcolonial Studies. Edinburgh University Press.

Carens, Timothy. (1998). “The Civilizing Mission at Home: Empire, Gender, and National Reform in Bleak House”. Dickens Studies Annual, 26, 121-145.

Crawford, Brigid Lowe. (2002). “Charles Dickens, Uncommercial Space-time Traveller: Dombey and Son and the Ethics of History”. Dickens Quarterly, 19(4), 187-219.

Dickens, Charles. (2005a [1853]). Bleak House. Barnes and Noble.

Dickens, Charles. (2005b [1857]). “The Perils of Certain English Prisoners”. Transcrito de la edición de Chapman and Hall “Christmas Stories” 1894. Gutenberg Project, Ebook 1406. Recuperado de https://www.gutenberg.org/files/1406/1406-h/1406-h.htm

Dickens, Charles. (2014 [1853]). “The Noble Savage”. Reprinted pieces. Gutenberg Project. Ebook 872. Recuperado de https://www.gutenberg.org/files/872/872-h/872-h.htm#page391

Dickens Society Blog. (2021, 18 de enero). “Anti-racism statement of the Charles Dickens Society” (en línea). The Dickens Society. Recuperado de https://dickenssociety.org/archives/3108

Freedgood, Elaine. (2006). The Ideas in Things. Fugitive Meaning in the Victorian Novel. The University of Chicago Press.

Gikandi, Simon. (1996). Maps of Englishness. Writing Identity in the Culture of Colonialism. Columbia University Press.

Kumar, Krishan. (2015). The Idea of Englishness: English Culture, National Identity and Social Thought. Ashgate.

Lydon, Jane. (2020). Imperial Emotions: Politics of Empathy across the British Empire. Cambridge University Press.

Mara, Miriam O’Kane. (2002). “Sucking the Empire Dry: Colonial Critique in The Mystery of Edwin Drood”. Dickens Studies Annual, 32, 233-246.

Moore, Grace. (2004). Dickens and Empire. Discourses of Class, Race and Colonialism in the Works of Charles Dickens. Ashgate.

Moore, Grace. (2009). “Turkish Robbers, Lumps of Delight, and the Detritus of Empire: The East Revisited in Dickens’s Late Novels”. Critical Survey, 21(1), 74-87.

Moran, Maureen. (2006). Victorian Literature and Culture. Continuum.

Parrinder, Patrick. (2006). Nation and Novel. The English Novel from its Origins to the Present Day. Oxford University Press.

Robbins, Bruce. (1990). “Telescopic Philanthropy: Professionalism and Responsibility in Bleak House”. En Homi K. Bhabha (Ed.), Nation and Narration (pp. 213-230). Routledge.

Said, Edward. (1993). Culture and Imperialism. Alfred A. Knopf.

Stewart, Garret. (2000). “The Foreign Offices of British Fiction”. Modern Language Quarterly, 61(1), 181-206. https://doi.org/10.1215/00267929-61-1-181

Dickens, Charles. (2007 [1848]). Dombey and Son. Pennsylvania State University.

Notas

1 Las traducciones de los textos críticos son mías.
2 “The earth was made for Dombey and Son to trade in, and the sun and moon were made to give them light. Rivers and seas were formed to float their ships; rainbows gave them promise of fair weather; winds blew for or against their enterprises; stars and planets circled in their orbits, to preserve inviolate a system of which they were the centre. Common abbreviations took new meanings in his eyes, and had sole reference to them. A. D. had no concern with Anno Domini, but stood for anno Dombey—and Son” (Dickens, 2007: 4).


Buscar:
Ir a la Página
IR
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R