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La juventud negada. Visiones de drogas y violencia en Juárez
Youth denied. Visions about drugs and violence in Juárez
Chihuahua Hoy, vol. 19, núm. 19, pp. 185-212, 2021
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Artículo de investigación

Chihuahua Hoy
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México
ISSN: 2448-8259
ISSN-e: 2448-7759
Periodicidad: Anual
vol. 19, núm. 19, 2021

Recepción: 25 Marzo 2021

Aprobación: 17 Agosto 2021

UACJ

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: Este artículo analiza, entre otras cosas, un imaginario contemporáneo local en torno a la juventud, tomando el caso de estudio de la juventud juarense. Aquí presento los resultados del objetivo secundario de investigación: definir los elementos constitutivos del imaginario social sobre la juventud entre la población adulta de Ciudad Juárez. Las conclusiones derivan de información obtenida por dos instrumentos: una entrevista estandarizada abierta y una entrevista a profundidad. El objetivo cumplido definió las nociones comunes sobre la juventud, resaltando dos: drogadicta e improductiva.

Palabras clave: drogas, juventud, violencia, estereotipo, discriminación cultural, (Tesauro de la UNESCO).

Abstract: This article analyzes the creation of a local contemporary imaginary amongst the youth of Juarez. Here, I present the results of the secondary research objective: to define the constitutive elements of the social imaginary about youth among the adult population of Ciudad Juarez. The conclusions are derived from information obtained by two methods: an open standardized interview and an in-depth interview. The research achieved finding a common definition and notions about youth, highlighting two: drug addicted and unproductive.

Keywords: drugs, youth, violence, stereotypes, cultural discrimination, (UNESCO Thesaurus).

Introducción

A continuación de estas primeras líneas desarrollaremos los pormenores teóricos, metodológicos y empíricos de una investigación socio-antropológica enfocada en la influencia del consumo de drogas ilícitas sobre la condición juvenil en el México contemporáneo. En concreto, los hallazgos aquí vertidos se corresponden con la pregunta guía de la investigación: ¿Cómo se construye una “juventud marginal” con base en el consumo, y en el consumo de drogas en particular?, correspondiente con el objetivo central de “elucidar la construcción subjetiva que determinados colectivos juveniles socialmente marginados hacen de sí en relación con lo juvenil, su identidad local y el consumo de drogas”. Este objetivo rector tuvo uno adyacente: definir los imaginarios sociales en torno a la juventud y el rol que cumplen dentro de un complejo más amplio, que violenta y somete a los jóvenes.

La extensión del fenómeno de las adicciones a sustancias narcóticas y estupefacientes entre jóvenes y adolescentes está reflejado en infinidad de estudios científicos, desde un amplio elenco disciplinario. En este sentido, las disciplinas orientadas a la salud pública, como medicina, psiquiatría o ciertas escuelas psicológicas, problematizan el fenómeno con énfasis en la resolución de consumo y adicciones mediante su reducción o supresión; tal es el caso de las diversas encuestas nacionales referidas en este trabajo y que sintetiza claramente el informe de Villatoro et al., (2016).

Por otra parte, desde esta esfera de la salud pública, pero con acento en la interdisciplinariedad, los escritos de Roehrs, Lenardt y Maftum (2008) y Guzmán-Facundo et al., (2011), aportan la dimensión sociocultural del fenómeno, si no como instrumento de reducción, sí como base de diagnóstico y comprensión de las situaciones cotidianas que vinculan juventud con drogas y violencias. Por último, sociología y antropología sociocultural aportan visiones del fenómeno desde una descripción y comprensión del significado, rol y función de las drogas en las sociedades contemporáneas. Casos paradigmáticos de Menéndez (1991) o más recientes (Rodríguez et al., 2003; Observatorio Argentino de Drogas [OAD], 2009; Bravo, 2018) ubican esta problemática bajo la premisa del consumo cultural.

Bajo el supuesto de obtener un conocimiento de cómo es ser joven y marginado en el México contemporáneo desde la perspectiva del consumo de drogas y las violencias estructural, política y simbólica, los resultados pretenden llevar a reflexionar más allá de los enfoques de salud pública y criminalidad sobre el fenómeno, que conforman por sí mismos parte de la violencia simbólica contra los jóvenes consumidores. Así, alcanzada la premisa básica quizá se puedan rediseñar las políticas nacionales de juventud y contra las adicciones.

Partiendo de las categorías juventud, drogas y violencias, establecimos dos unidades de observación, aunque en este artículo solo atenderá los pormenores y hallazgos de una de ellas: Ciudad Juárez, urbe mexicana fronteriza con Estados Unidos. La elección no es gratuita; junto a otras características “al límite”, Ciudad Juárez ostenta un amplio elenco de casos de violencias contra los jóvenes. Bastará recordar aquí el paradigmático caso de los feminicidios como práctica crónica y determinante en la conformación de una representación social ecuménica de esta región fronteriza. Esta negación de la juventud, la configuración de una panoplia discursiva denostativa para su caracterización como improductiva, drogadicta y violenta, nos posiciona frente a una requerida reflexión en torno a las implicaciones de las representaciones negativas o estigmas y el proceso persistente que ha condicionado a la sociedad local para la construcción de un sentido perverso de lo juvenil.

En territorios míticos del narcotráfico internacional, el extraordinario incremento del consumo local de sustancias ilícitas ha colocado, como detallaremos más adelante, los niveles de adicciones en registros históricos máximos. Una estimación reciente (Villalpando, 2019) elaborada por una organización de la sociedad civil, comunicada por la prensa nacional mexicana, apunta a un diez por ciento de la población local con problemas con su modo de consumir sustancias ilícitas. Y el segmento juvenil ocupa un rol prevalente ante estos fenómenos entreverados de narcotráfico, drogadicción y violencia.

En los apartados subsiguientes presentaremos un bosquejo conceptual sobre las tres categorías analíticas ya citadas, con un mayor desarrollo de la discusión en torno a la teoría sobre la juventud. Esta primera propuesta será cotejada con los resultados de una estrategia metodológica de corte cualitativo, que incluyó el subtema específico de las representaciones que sobre la juventud local hacen los adultos. Para dotar al instrumento cualitativo de mayor confiabilidad, expondremos los principales resultados de recientes encuestas oficiales que a nivel nacional han abordado todos o alguno de los temas recogidos por las categorías analíticas seleccionadas. A continuación, tras una sucinta comparación, subrayaremos las coincidencias que rubrican parte de los hallazgos de nuestra investigación.

Asentado el marco teórico-metodológico, los resultados empíricos y las categorías analíticas, pasaremos a discutir estos datos que nos llevarán a concluir que la crisis estructural está conduciéndonos a incrementos significativos de la conflictividad intergeneracional, por la frustración de las expectativas culturalmente fundadas en torno al estatus y rol tradicionales de la juventud mexicana, en nuestro caso representada por la juarense.

Las “relaciones peligrosas”: boceto teórico de juventud, violencias y drogas

El abordaje epistemológico de la categoría juvenil ha tenido un debate muy interesante derivado en primer lugar de distintas connotaciones que exacerban la ambigüedad categórica. La diferente construcción social de lo juvenil deriva en transformaciones particularistas y múltiples interpretaciones o matices según las pertenencias sociales, culturales e históricas de sus enunciantes. Una primera, y dominante definición, deriva de la esfera científica, biológica en concreto. Así, las perspectivas esencialistas-biológicas han construido a los jóvenes a contrapelo de las perspectivas socioculturales tradicionales. Si bien la primera considera a los jóvenes pensados desde la edad, como una etapa transitoria entre la infancia y el mundo adulto y, por ende, la edad se torna en un elemento importante como referente de la condición juvenil; esta perspectiva moderna, esencialista y biologicista es la asumida y difundida por las instituciones estatales euro-occidentales. Sin embargo, la construcción de lo juvenil desde una perspectiva sociocultural rebasa o, en otros casos, modifica las delimitaciones biológicas basadas en el desarrollo ontológico, debido a que en distintas sociedades, en diferentes etapas de la historia, se han planteado segmentaciones sociales por grupos de edad de muy variadas maneras (Reguillo, 2012).

Esta multiplicidad de concepciones, incluso la inexistencia, se corresponde con igual diversidad de marcos culturales de sociedades primitivas, campesinas, industrializadas, o postindustriales. Entre las sociedades más tradicionales resulta en interpretaciones arbitrarias de cambios fisiológicos:

Lo único que comparten la mayoría de estas sociedades es el valor otorgado a la pubertad como linde fundamental en el curso de la vida, básico para la reproducción de la sociedad en su conjunto. Para los muchachos, la pubertad desencadena los procesos de maduración fisiológica que incrementan la fuerza muscular y que aseguran la formación de agentes productivos. Para las muchachas, la pubertad conlleva la formación de agentes reproductivos (Feixa, 2008, p. 30).

Una revisión por esta diversidad de ser joven trasciende las sociedades preindustriales, mayoritarias en la historia y la geografía humanas. Sin embargo, Occidente como agente colonizador ecuménico expande unos modelos que terminan ensamblándose en alguna medida con las cosmovisiones diversas. Así, hay que enunciar claramente este modelo occidental de juventud y sus devenires para problematizar de modo más pertinente el fenómeno juvenil. Pérez Islas (2008) consagra a Rousseau, el ilustrado, como artífice de los fundamentos para la construcción moderna de la infancia y la juventud. Este parteaguas hace comprensible el derrotero seguido por la noción de joven sostenida y consolidada por la pedagogía, la instrucción pública obligatoria estatalizada, e incluso por la temprana sociología positivista (Pérez, 2008, p. 12).

Así, las diversas formas de ser joven, más allá de la perspectiva biológica que se limita a los cambios ontológicos (físicos y psicológicos) fueron legitimadas por los discursos socio-científicos e institucionales de los estados. Estos construyeron una forma lineal de niñez, adolescencia, juventud, madurez y, por último, la adultez. Como ilustración vigente de esta construcción etnocéntrica y sociocéntrica, varios organismos supranacionales como Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideran jóvenes a las personas con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años. En el caso de México, la Ley del Instituto Mexicano de la Juventud señala el lapso entre los 12 y los 29 años como aquel periodo de vida comprendido entre la infancia y la adultez (Imjuve, 2017). Esta conceptualización etaria, aún arbitraria, resulta política y socialmente relevante, ya que define y organiza la implementación de programas sociales u otras acciones gubernamentales sobre la población.

Regresando a la perspectiva socio-antropológica, podemos hablar de juventudes, ya que no existe unicidad en la construcción de lo juvenil; la juventud es diversa y se definirá de acuerdo con una determinada sociedad, su estatus social, económico, de raza y género, tal como afirmamos arriba. Las juventudes son construcciones sociales inscritas en cronotopos determinados que aluden a conjunciones específicas de matrices socioculturales (Valenzuela, 2012, p. 81).

Valenzuela (2009, p. 28) propone tres categorías generales sobre la conformación de las identidades y acciones juveniles inscritas en el consumo e industria cultural: 1) identificaciones gregarias se refiere a las expresiones de los jóvenes, estilos y gustos, la moda, definidas por la mímesis o lo que se está usando, cuando siguen a una artista, un cantante, etcétera; 2) la red simbólica son las diversas formas de identificación entre los jóvenes donde ellos mismos le dan sentido a la red que conforman, de tal manera se genera una cohesión entre los miembros del grupo compartiendo situaciones lúdicas, de baile o como creadores de canciones, textos o espacios donde dan cuenta de su situación como jóvenes pobres y el grupo; y 3) las identidades proscritas, que son según este autor aquellas formas de identificación rechazadas por los sectores dominantes, donde los miembros de los grupos o las redes simbólicas proscritas son objeto de caracterizaciones peyorativas y muchas veces persecutorias.La juventud de las sociedades industriales es una invención de la posguerra; en ese sentido, lo juvenil aparece en la sociedad como sujeto de derecho y como sujeto de consumo debido a que emergió junto a la industria cultural que ofrecía bienes exclusivos para el consumo de los jóvenes (Reguillo 2012, p. 21). Son tres procesos que otorgan mayor visibilidad a los jóvenes en la mitad del siglo XX, a saber: la reorganización económica y organización productiva de la sociedad, la oferta y el consumo cultural y el discurso jurídico (Reguillo 2012, p. 23).

Se puede entender entonces, que la juventud es una construcción social diseñada y consensuada en sus expresiones dominantes por las instituciones del estado moderno encargadas de rediseñar la ingeniería social, tras los cambios sociales drásticos derivados de las sucesivas revoluciones industriales que transformaron en el ámbito noratlántico las formas preexistentes del parentesco. La duda irresoluble ha sido fijar la universalidad de las transformaciones fisiológicas, supuesta esencia de la multiplicidad de construcciones culturales. Salazar (2016) prefiere mantener velada esta dicotomía natura-cultura y fijar sin discusión una condición juvenil construida junto a una existencia del joven indiscutible (p. 10). Sin ánimo de proseguir y menos aún resolver esta controversia, debemos constatarla concisamente:

Entendida como la fase de la vida individual comprendida entre la pubertad fisiológica (una condición “natural”) y el reconocimiento del estatus adulto (una condición cultural), la juventud ha sido vista como una condición universal, una fase del desarrollo humano que se encontraría en todas las sociedades y momentos históricos. Según esta perspectiva, la necesidad de un período de preparación entre la dependencia infantil y la plena inserción social, así como las crisis y conflictos caracterizarían a este grupo de edad, estarían determinados por la naturaleza de la especie humana (Feixa, 2008, p. 26).

En próximos apartados, aportando información de índole empírica, intentaremos establecer la construcción sociocultural específica de la sociedad local juarense ante esta “naturaleza de la especie humana”.

El estudio de las drogas se puede analizar desde los paradigmas socioculturales dominantes en torno a las drogas y de los modelos de percepción y gestión a través de lo que se ha construido como el problema de la droga; tres ejes centrales que propone Romaní (1997) son: el modelo jurídico-represivo, el modelo médico-sanitarista y por último el modelo sociocultural. El modelo jurídico-represivo es aquel que está relacionado con la droga, el crimen, la delincuencia, la criminalización y con la estigmatización de sus usuarios, la creación de un mercado negro más potente y que desarrolla en las redes ilegales de producción y comercialización que ahora conocemos como narcotráfico. El modelo médico-sanitario, en cambio, contempla al drogadicto como un enfermo, individuo que amerita atención médica para superar su adicción en tanto problema de salud; esto implicará eventualmente diagnóstico y prescripción, desintoxicación, rehabilitación y reinserción social. Por último, la complicada relación entre tres factores fundamentales; el individuo, la sustancia y el contexto, constituyen el modelo sociocultural para quien el problema de las drogadicciones parte de una determinación de un sujeto, las expectativas del significado de sus actos, junto a las representaciones sociales de las sustancias y de su propia determinación y sus consecuencias. En esta última senda pueden clasificarse los estudios socioculturales sobre colectivos y espacios juveniles que, desde la temprana atención de la Escuela de Chicago a las pandillas esquineras, hasta la conceptualización de Hall y Jefferson (1975) de subcultura juvenil que inspiró el clásico de Hebdige (2004) Subcultura, el significado del estilo, han vinculado o han mostrado relaciones empíricas entre estos estilos juveniles y el uso de drogas diversas; y tal consumo, entendido necesariamente en este estudio como consumo cultural, una de las dimensiones definitorias de lo juvenil.

Este es el caso, para Ciudad Juárez, de la investigación para tesis de Ordoñez Quezada (2008), un estudio que aborda el consumo de heroína desde la perspectiva de los consumidores. En esta investigación se subraya la intersección de cuatro categorías: jóvenes, subcultura, drogas y adicciones. Asimismo, presenta una serie de ubicaciones geográficas de la década de los noventa como puntos de venta de heroína; los mapas nos dan cuenta del acceso que tuvieron los jóvenes del suroriente juarense para adquirir las sustancias ilícitas.

Es también en el ámbito de esta región fronteriza que Salazar (2016) establece la relación entre juventud y violencia política, simbólica y estructural, encarnada en los conceptos del juvecidio y el juvenicidio. Las estadísticas de homicidios para esta urbe fronteriza, instrumentadas por el citado autor, apuntan a una secuencia creciente entre 2008 y 2010, llegando el pico a rozar en el último año los 1700 y luego descender en 2011 a 1070 homicidios y estabilizarse en torno al millar para los años subsecuentes. El mismo estudio apunta a una abrumadora cantidad de los oficialmente jóvenes (12-29 años) entre los asesinados.

Para cerrar este apartado, señalaré de modo conciso una tipología de la violencia que nos permitirá instrumentar de modo más preciso la propuesta de las violencias juveniles.

Como hemos señalado arriba, las violencias política, simbólica y estructural conforman una clasificación que abarca la mayor parte de los casos. Por violencia política entendemos “aquella que se origina en el Estado o surge como desafío o respuesta ante acciones o políticas de este” (Nagengast, 1994); la violencia estructural es el daño que se produce en las necesidades humanas básicas (supervivencia, bienestar, identidad o libertad) como consecuencia de la estratificación social (Galtung, 1996); tomaremos de Bourdieu (1999) la definición ya clásica de violencia simbólica como aquella “que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales, apoyándose en unas expectativas colectivas, en unas creencias socialmente inculcadas” (p. 173); y añadiremos el concepto de “violencia cotidiana”, que sintetiza las tres anteriores y son “las prácticas rutinarias y expresiones de agresión interpersonal que sirven para normalizar la violencia a un nivel micro, como es el caso del conflicto doméstico, delincuencial y sexual, e incluso el abuso de sustancias” (Bourgois, 2001, p. 8).

En resumen, la juventud orbita en torno a las violencias, bien sea como víctimas (juvecidio), bien como victimarios (juvenicidio). El primer caso es protagonizado por la violencia estructural y política, mientras que en el juvenicidio la violencia cotidiana cobra relevancia junto a ciertas manifestaciones de la violencia política que en el caso marco de este escrito está representado por la política pública del combate a las drogas. Esta problematización científica de la juventud está determinada por su caracterización como problema social a priori, relacionando peligrosamente lo juvenil con lo violento.

Contexto y panorámica estadística

Los datos estadísticos más significativos para perfilar el escenario del fenómeno son aportados por la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT) de 2016-17 y por los datos parciales de los censos de atención de los Centros de Integración Juvenil (CIJ) de 2018. En el primer caso, la panorámica nacional resalta ciertos estados con alto incremento de consumo de drogas ilícitas en los dos últimos años; estos son Baja California, Jalisco y Quintana Roo. Chihuahua se mantiene con alta prevalencia en el consumo de drogas ilícitas. Sin embargo, atendiendo solo marihuana y cocaína Chihuahua casi duplica al segundo posicionado, cuatriplicándolo en el segmento etario de 25 a 65 años; no así en el rango etario anterior (12-24 años), que es sensiblemente menor que el promedio nacional. Las ciudades más habitadas de este estado, Chihuahua y Ciudad Juárez representan juntas el segundo lugar nacional en consumo de heroína y otros opiáceos, tras la suma urbana de Baja California (Tijuana, Ensenada, Tecate y Mexicali); estamos hablando de las dos entidades fronterizas con Estados Unidos de América, con mayor tasa de industrialización.

Por otra parte, el censo de usuarios atendidos por las unidades de Chihuahua y Ciudad Juárez del CIJ, una instancia asociativa integrada en la Secretaría federal de Salud y especializada en el tratamiento de las adicciones a sustancias arroja datos quizá menos representativos pero muy detallados por municipio. Hay que considerar que el CIJ de la ciudad de Chihuahua solo cuenta con servicios externos o ambulatorios de prevención y diagnóstico, en cambio, Ciudad Juárez ofrece otros dos servicios adicionales al tratamiento ambulatorio, que son la clínica externa de metadona (UTUH -Ciudad Juárez) y la clínica de internamiento (UH -Ciudad Juárez). Así, en la tabla que se presenta a continuación a podemos observar, desglosados por unidad de atención, los rangos de consumos de sustancias ilícitas de quienes recibieron algún tipo de tratamiento durante el segundo semestre de 2018 (Tabla 1):

Tabla 1
Pacientes en tratamiento de desintoxicación por sustancia de consumo Chihuahua

Fuente: Centros de Integración Juvenil

En breve compendio, los consumos predominantes son de marihuana, metanfetaminas (cuya presentación dominante se denomina cristal), cocaína, benzodiacepinas y heroína. Y salvo por las metanfetaminas, Ciudad Juárez ostenta un registro dominante respecto a la capital del estado. Por último, hay que aclarar que las benzodiacepinas son consumidas mayormente por los usuarios de drogas como heroína u otros opiáceos. Otra de las combinaciones habituales se denomina speedball, heroína y cocaína a partes iguales y por vía intravenosa. Esta última modalidad del consumo de heroína se revela, de las entrevistas a profundidad, como tendencia central en el tránsito de la cocaína a la heroína entre los 20 y 30 años.

Con respecto a las categorías analíticas “violencias” y “juventud”, las estadísticas oficiales también ofrecen cierto rango de información relevante para contextualizar el fenómeno de las adicciones juveniles en Ciudad Juárez. La última ENCODAT exhibe, en el capítulo de conductas antisociales, datos sobre el uso de armas, participación en riñas, hurtos, robos y asaltos. Curiosamente, solo en el grupo etario 12-17 destacan estos índices para el estado de Chihuahua, aunque sin llegar a liderar las estadísticas a nivel nacional. Más interesante para confrontar aquí datos vinculados con otras formas de violencia es el informe de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017. La discriminación, en su más amplio espectro, exhibe formas de violencia cometidas contra personas calificadas por estos estudios como jóvenes; en concreto, evidencia aquellas violencias cotidianas y de índole simbólico y otras de orden estructural, como el racismo o el desempleo. Así es el caso de los prejuicios que conforman el imaginario social respecto a la juventud, tema central de las entrevistas realizadas en campo por nuestros medios. En la ENADIS 2017, por ejemplo, se constata que el 78% de los encuestados a nivel nacional están de acuerdo con la afirmación “los jóvenes que no estudian ni trabajan son flojos”, mientras que un 63% (hombres) y un 58% (mujeres) están convencidos de que “la mayoría de los y las jóvenes son irresponsables”, aunque atendiendo solo al dato estatal por Chihuahua, el promedio de convencidos baja al 55.4%. En contraparte, destacaremos de esta misma base de datos los problemas principales definidos por los oficialmente jóvenes (12-29 años) considerados en esta encuesta sobre discriminación, en donde identifican como sus problemas centrales las adicciones (33.9%) y el desempleo (20.4%).

Método

Dentro del proyecto de investigación desarrollado durante un año, el material macro-sociológico se dispuso como elemento descriptivo de contexto más que como una constatación orientada al análisis. Así la información rescatada de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT) 2016-2017, la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) 2017, y los informes de los Centros de Integración Juvenil (CIJ) de 2018, sobre personas atendidas con base en indicadores como sustancia y ubicación por centro de atención y estado de la República Mexicana, proporcionan datos de sumo interés para escenificar la etnografía del consumo juvenil de drogas en general, y de aquellas cuyo consumo fue vía intravenosa en particular, para el caso de Ciudad Juárez.

Por otra parte, atendiendo a las representaciones sociales dominantes en Ciudad Juárez sobre la juventud, y entre esta y la violencia y las drogas, diseñamos un instrumento (entrevista estandarizada abierta no programada) del cual se obtuvieron realmente 160 para Ciudad Juárez.2 El objetivo de dicho instrumento fue concretar una aproximación nativa y actual a la construcción sociocultural de lo juvenil. Como razonamos en el apartado introductorio, la definición de juventud, de lo juvenil, es un campo de disputa entre poderes hegemónicos y tradicionales. Debido a que en México carecemos de bases de datos estadísticas configuradas para conocer los significados sociales de lo juvenil, decidimos diseñar y ejecutar el citado instrumento de investigación. Resultó ideal el carácter mixto, ya que pudimos establecer un rango amplio diastrático y etario que dota de validez y confianza a los resultados al evitar categorías tendenciosas por generación, género y nivel de ingresos.

Por tanto, en su condición de técnica abierta, el instrumento permite conocer términos connotativos adicionales a la descripción de lo juvenil, así como un rango medio de espontaneidad deseable para abrir horizontes de significación no contemplados por el equipo de investigación en el diseño de las técnicas concretas. El guion de entrevista se organizó en tres subgrupos temáticos: juventud, drogas y violencias, y se adaptaron dos versiones para cada zona metropolitana por razones de diversidad sociocultural. Este fue uno de los criterios básicos de exclusión, ya que la diversidad cultural entre regiones de México es amplia, y considerando que el objetivo planteado radica en la particularidad cultural (concepto etnocientífico de juventud), el lugar de residencia fue determinante en la selección de entrevistados. Así, para el caso de Ciudad Juárez aplicamos las entrevistas a quienes se declararon residentes en la ciudad o su región metropolitana binacional. Esta división se estableció para mantener la coherencia con los objetivos y preguntas de investigación, así como para rastrear el tipo de relaciones que la población local daba respecto a dichas temáticas. En conjunto, el guion de entrevista se conformó por veintidós cuestiones y el tiempo promedio de realización fue de ocho minutos. Para la selección diastrática del universo de Ciudad Juárez ubicamos seis zonas comerciales, cinco malls y la plaza de Armas del Centro histórico urbano. De estas seis, tres se encuentran adyacentes a zonas urbanas habitadas por clases populares y tres a zonas habitacionales de clase media y media-alta. La entrevista consultaba la colonia o barrio de residencia, y esta adscripción también aportaba información sobre el estrato social del entrevistado. En ambos casos, fueron invitadas a responder todas las personas residentes en las respectivas zonas metropolitanas mayores de 29 años, partiendo del universo que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) establece para lo juvenil (14-29 años). Así, el objetivo cumplido fue aproximarnos a los criterios para definir lo juvenil por aquellos nativos que oficialmente no lo son. Este fue el segundo criterio básico de exclusión.

El levantamiento de estas entrevistas se dio entre marzo y junio de 2019, con un promedio de veintiún instrumentos recabados en cada zona comercial. El protocolo de aplicación en campo de este instrumento necesitó del permiso de los administradores de los centros comerciales solo en dos casos, mismo que se tramitó con anterioridad. Posteriormente, en horario matutino (días laborales) y matutino/vespertino (días feriados y fin de semana) dos entrevistadores se apostaban en los accesos a la zona comercial3 preguntando aleatoriamente por la edad de los usuarios y transeúntes. En caso de ser mayores de 29 años, se les consultaba su disposición y disponibilidad para responder una breve encuesta de cinco a diez minutos; en caso afirmativo, realizaban la entrevista sobre el mismo cuestionario anotando las respuestas con lapicero. Se cerraba con agradecimiento y atendiendo comentarios y preguntas de la persona. Tras una primera revisión desechamos las entrevistas incompletas, codificamos y, subrayando que se trata de una herramienta de investigación cualitativa, consideramos que la información recabada era confiable y cumplía con los fines marcados, reiterándose en las tendencias que expresamos más adelante.

Antes de aclarar el método analítico instrumentado, merece resaltar el perfil sociodemográfico de las personas que realmente fueron entrevistadas. Por edades, prevalecen los deciles del 41-50 y 31-40 con un 22% de la muestra. En similar proporción, en un 21% participaron residentes de entre 51 y 60 años, mientras que el tercio restante se reparte entre mayores de 60 (18%), de 71 (12%) y de 30 años (5%). Por sexo, prevaleció por cinco puntos el masculino, y por estrato social, con casi 40% participaron empleados de cuello azul. Representando a las clases medias-altas y altas, hubo un 26% de profesionistas y un 5% de empresarios. El resto correspondió a partes similares a amas de casa y jubilados.

El análisis de datos, en coherencia con el modelo cualitativo de recolección, se basó en la codificación y su relativización (reducción y contextualización) como establecen Tylor y Bogdan (1987, pp. 158-159), y que permitió tanto una representación gráfica como el ulterior análisis de contenidos.

Entrevista estandarizada “Juventud, drogas y violencia”: resultados

Según Patton (1990, p. 288), entre las cuatro variantes de la entrevista cualitativa, las entrevistas estandarizadas (abiertas y cerradas) se caracterizan por diseñarse en torno a un listado de preguntas ordenadas y redactadas por igual para todos los entevistables. En el caso de la subvariante abierta, además, a esta característica hay que sumar la posibilidad de respuestas libres o abiertas. En contraste, Fontana y Frey definen este instrumento como entrevista estructurada, donde “el entrevistador le formula a todos los entrevistados la misma serie de preguntas prestablecidas con un número limitado de categorías de respuestas, excepto cuando se usan preguntas abiertas” (2015, p. 152), aunque consideran “infrecuente” este último caso. Refieren estos autores igualmente otros estudios de control donde se estima que una tercera parte de entrevistadores modifican en algún grado los cuestionarios o el protocolo de ejecución y, de esta manera, generan la imposibilidad de una aplicación quirúrgica del instrumento de recolección donde la personalidad o atributos generales de los entrevistadores sean neutrales ante las respuestas. De igual manera, enfatizan que las características personales del entrevistador no influyen decisivamente en las respuestas aunque el instrumento per se tiende a obviar aspectos emotivos y elucida informes racionales (Fontana y Frey, 2015). Para Valles (1999), en cambio, solo la entrevista estandarizada abierta puede considerarse una técnica cualitativa de investigación (p. 180).

En nuestro estudio, las entrevistas estandarizadas fueron diseñadas para unas respuestas abiertas, salvo una parte menor del cuestionario que exigía un número limitado de opciones de respuesta. Por tanto, y apoyándonos en la literatura citada, nuestro instrumento fue una entrevista estandarizada semiabierta, para recoger información tanto “racional” como “emotiva” y facilitar los aportes de otros instrumentos de investigación a su vez integrantes de una metodología de corte clásico cualitativo: una etnografía comparativa. A efectos del presente escrito, el conjunto metodológico refuerza la perspectiva existencial, subjetiva, comprensiva e interpretativa de los fenómenos bajo escrutinio, y la entrevista estandarizada semiabierta ocupó un papel secundario de dilucidación y contextualización de los resultados de la etnografía, basada en observación participante y conversaciones informales o casuales (Valles, 1999, p. 178) que culminaron con un ejercicio de entrevistas a profundidad: seis individuales y una grupal. Todas ellas las realizamos entre los internos de la Unidad de Hospitalización del CIJ-Ciudad Juárez, entre agosto y octubre de 2019.

Estos últimos instrumentos aportaron material suficiente para estructurar el análisis de los consumos, las violencias como parte de las existencias, y la autopercepción e identificación de los adictos en tratamiento sobre lo juvenil. Para Fontana y Frey (2015) las bondades de la entrevista grupal no estructurada son la flexibilidad, las sinergias del grupo sobre las respuestas, el facilitar el recuerdo y porque “aportan gran cantidad de datos acumulados y detallados” (p. 157). Asimismo, las entrevistas a profundidad o no estructuradas posibilitan “comprender la compleja conducta de los miembros de una sociedad sin imponer ninguna categorización previa” (Fontana y Frey, 2015, p. 159) por lo que resultan instrumentos óptimos para captar las categorías nativas o emic, así como para la revisión de los contenidos del diseño de investigación, considerado este como emergente (Valles, 1999, p. 76).

La revisión de las entrevistas estandarizadas semiabiertas nos arroja varias tendencias sobre los imaginarios sociales que los residentes fronterizos tienen de la juventud, la droga y la violencia en su propia ciudad. Los imaginarios exógenos de lo juvenil son parte relevante de la construcción social de la misma, en tanto son discursos hegemónicos e interpelan a los mismos sujetos auto adscritos a esta categoría. Etiquetas como “vagos/improductivos” o “violentos” configuran identidades deterioradas que influyen en la conciencia de sí de los jóvenes; esto es, deben considerarse como formas de violencia simbólica y cotidiana.

Uno de los objetivos secundarios de la investigación era delimitar los elementos constitutivos del imaginario fronterizo sobre lo juvenil. Por ello, en primer lugar atendimos la concepción emic de términos como juventud, niñez y adultez. Para esto consideramos varias cuestiones basadas en la enunciación de las diferencias entre los tres estados, primero en general y segundo en lo particular, de los recuerdos vitales del entrevistado. También nos interesaba contextualizar estas definiciones con base en la experiencia de vida, delimitando si el entrevistado mantenía contacto directo o mediado con personas definidas como jóvenes. Esto último para conocer si las concepciones estaban más o menos mediadas por otras instancias sociales diferentes a la experiencia propia y directa con jóvenes.

Los resultados, presentes en las Figuras 1 y 2, resultan en varias paradojas respecto a los instrumentos orientados a la elucidación de la experiencia propia de lo juvenil, al destacar que mientras perciben una ciudad juvenil (79% afirma que viven muchos jóvenes en la región urbana), solo un 43% reconocía contacto cotidiano o presencia en su rutina habitual de personas jóvenes. Más coherentes con la literatura sobre juventud presentada en el primer apartado, las etiquetas usadas subrayan el carácter plural de la concepción nativa de lo juvenil (así como de lo infantil). La infancia, por ejemplo, es notoriamente caracterizada por la ausencia de malicia y de rebeldía (30%) pero también está determinada por la edad (26%). Otros aspectos minoritarios podemos englobarlos en el cognitivismo: la ausencia de razonamientos y la conducta pueril, entre otros. Sin embargo, es en lo juvenil donde se produce una ruptura sustancial con las definiciones oficiales, médica o jurídico-política. Así, se erigen dos grandes taxones clasificatorios, uno de índole ontológico-cognitivo y el otro socioeconómico. Para el primero, los rasgos definitorios de lo juvenil (frente a la adultez) son la inmadurez (30%) y el modo de pensar (25%); para el clúster socioeconómico, en cambio, lo juvenil se caracteriza por la carencia de responsabilidades (36%) y de hijos (9%). No obstante, este balance clasificatorio se pierde al introducir la experiencia personal desde el recuerdo. Así, el taxón socioeconómico se impone en la caracterización de la adultez, antagónica de la juventud, y exhibe las responsabilidades (44%), el matrimonio (12%), los hijos (10%) y el trabajo (9%) como señas de identidad etaria que suman un notorio 75% de la construcción social del sentido de adultez. El susodicho bloque ontológico-cognitivo se reduce del 55% de las respuestas al 25%, al considerar el entrevistado su propia etapa juvenil.


Figura 1
Diferencias percibidas por los entrevistados entre la noción de joven y de adulto
Fuente: elaboración propia


Figura 2
Diferencias de lo joven y lo adulto basadas en la experiencia de vida del entrevistado
Fuente: elaboración propia

Por otra parte, la semántica dominante de lo juvenil se completa desde la interacción de esta categoría con drogas y violencia, con una clara decantación por atributos de vulnerabilidad: es más numerosa la percepción del joven como víctima de adicciones y violencia política y estructural. La condición socioeconómica, una vez más, se impone al ostentar un 38% de las selecciones de los entrevistados por la pobreza como rasgo central de la juventud actual. En la misma línea semántica, la condición de grupo violentado (30%) es la segunda opción que refuerza el sentido de grupo social vulnerado y, por ende, vulnerable. Es desde este cuadro que se constata la conciencia social del impacto de la violencia estructural, política y simbólica sobre la condición juvenil fronteriza.

Entre las características negativas de la juventud actual, los encuestados señalan al frente de las problemáticas las drogadicciones (41%), la improductividad (27%), la dependencia económica de los progenitores (24%) y la condición delictiva (21%). La droga se revela igualmente como elemento culturalmente asignado a lo juvenil, ya que una quinta parte de las opiniones vertidas identifican joven con drogadicto y un 89% afirma conocer a algún joven que consuma drogas ilícitas. Es precisamente la categoría de los estupefacientes quien funge de puente discursivo entre lo juvenil y lo violento. Más allá del reconocimiento de este como grupo vulnerable/vulnerado, la imagen social dominante estima que las drogas “propician la violencia” (27%), “están ligadas con la violencia” (14%) y que “los jóvenes drogados son más violentos” (19%). De nueva cuenta, el taxón económico surge entre la doxa para reforzar los lazos entre juventud, drogas y violencias, ya que “la violencia es generada por el narcomenudeo” o por “la lucha por [el control de] la plaza” (30%).

Las entrevistas a profundidad aportan el contrapunto del actor; esto es, la visión del joven adicto (o con problemas episódicos por su modo de consumo) desde sus redes de intereses, motivaciones y experiencias marcadas mayormente por el fracaso y la penalidad. La relación con la condición juvenil en tanto autoadscripción no deja de ser controvertida para las seis personas entrevistadas en una o más sesiones de varias horas. Tomando el estrato social como primer eje de comprensión, lo juvenil muestra amplias texturas. Así, “F. R.”4 apoya su argumentación en el evento con mayor trascendencia en su vida reciente. Tras dos series que sumaron casi veintiún años en prisiones estadunidenses, “F. R.” considera que la prisión madura a las personas con su disciplina, pero que el examen principal para establecer el fin de la juventud es la paternidad responsable. Los hijos, con la suma de obligaciones consecuentes, terminan por madurar a los jóvenes. “A. X.”, adicto a la heroína desde los veinte años y consumidor habitual de benzodiazepinas, nació y creció en una familia popular juarense de bajos ingresos. Su madre se dedica al comercio informal. Para él, la juventud es un fantasma que abandonó su cuerpo a la par de su deterioro ya cronificado por la adicción y la sucesión de experiencias traumáticas de golpizas, encierro, enfermedad y otras violencias cotidianas. En consonancia, pero desde un estrato social medio-alto, “J. S.” adicto a la heroína desde los 23 años, vincula lo juvenil con el vigor corporal, ya que a pesar de rondar ya los 40 “aún tiene fuerzas y juventud para salir [de la adicción] y rehacer su vida”. Desde la visión de las mujeres, la autoadscripción juvenil oscila entre la definición oficialista y la popular, según la posición social de cada una. En el caso de “C. P.”, una profesionista con estudios de posgrado y adicción a diversos fármacos hipnóticos, es joven “porque aún tengo 32 años”; en la contraparte, “B. A.”, de 28 y quien desde los 15 se prostituye “porque faltó la leche para mi bebé”, nunca tuvo juventud. Las responsabilidades familiares, constata, la llevaron a ser el sostén económico de sus hijos y pareja sentimental, de lo que se enorgullece sin lamentar esta “pérdida” de la juventud.

Discusión

La juventud es un término y una identidad en conflicto. Ante la construcción sociocultural de la juventud que institucionaliza una serie de conductas y características biopsicológicas desde las ciencias y desde el estado, en Ciudad Juárez se erige una construcción alterna en relación dialéctica con el discurso institucional e institucionalizador. Esta constatación empírica particular concurre con el contenido, hallazgos y proposiciones generales de las teorías socioculturales precedentes ampliamente referidas en los inicios de este escrito. La juventud en tanto término hegemónico resulta etnocéntrica y sociocéntrica, impulsada por las élites intelectuales y políticas de una formación social e históricamente definida. En este sentido, la construcción de lo juvenil posiblemente sea integrable entre las fuerzas conformadoras del proceso ecuménico civilizatorio.

Sin embargo, el imaginario popular regional construye su propia institucionalidad aportando un etnoconcepto y una identidad juvenil más coherente con el marco cultural tradicional. Aunque esta construcción incide en el carácter transitorio de la juventud al carecer aún de los atributos de la adultez. A su vez, esta etnociencia de las edades caracteriza a lo adulto bajo dos taxones bien definidos: ontológico-cognitivo y socioeconómico. La conclusión del proceso de las edades atribuye al adulto una serie de obligaciones socioeconómicas (responsabilidades), condicionadas por la institución del parentesco y sus normativas sobre la sexualidad y la productividad. En el plano cognitivo, la cabalidad adulta se expresa en la noción de madurez y racionalidad. Sin embargo, esta etnociencia de las edades es articulada sobre esquemas cualitativos. En primer término no cuantifica la madurez y la asunción plena de responsabilidades ajustándolas a un modelo métrico. Es más, el proceso hacia la adultez puede prolongarse indefectiblemente en el tiempo o nunca consumarse, si nos atenemos a los resultados de las entrevistas a profundidad. Ambos horizontes establecen las claves para la crisis sociocultural y el conflicto intergeneracional, al no cumplirse las expectativas implícitas en el modelo etnocientífico de las edades. En suma, las edades están subsumidas en una estructura de estatus y roles sociales tradicionales, hoy en crisis.

Incorporadas en esta crisis sociocultural surgen las respuestas folk a los conflictos. Por una parte, la juventud de hoy es “floja” y “dependiente” desde el punto de vista económico. Por otra, la juventud de hoy se caracteriza por un fuerte vínculo con las drogas, bien como consumidores habituales o como drogadictos. Estas creencias populares locales coinciden en diverso grado con las visiones nacionales elucidadas en los resultados de la ENADIS 2017. Más allá con el argumento, la juventud es víctima (violentada, con privaciones económicas) pero también es victimaria. Este último atributo lo asienta la dimensión de los estupefacientes, que bajo la creencia popular constituyen parcialmente la identidad juvenil contemporánea local. Al creer firmemente que la violencia es consecuencia de las drogas, esta identidad juvenil construida por la etnociencia se instituye parcialmente sobre atributos violentos. La visión tradicional del joven en proceso de madurez, y esta como responsabilidad, persiste, pero se impone la imagen negativa del joven que por su irresponsabilidad no es productivo o es un drogadicto, o ambas simultáneamente. Esto último coincide con los resultados de los estudios establecidos desde una perspectiva de salud pública por Roehrs et al., (2008) y Guzmán-Facundo et al. (2011), pero más exactamente por Villatoro et al. (2016), los cuales subrayan la prevalencia e incremento de consumos de narcóticos entre los adolescentes mexicanos. En cambio, parece haber un disenso entre estas visiones y los estudios con énfasis sociocultural donde la perspectiva del actor social, el joven en nuestro caso, ahonda más en el significado y función de las drogas como mediaciones rituales para la transgresión socio-normativa de clase y de género (Bravo, 2018), o la identificación de cada narcótico o estupefaciente con una identidad juvenil determinada (OAD, 2009).

Los resultados arriba relatados, responden a la pregunta de investigación en tanto establecen vínculos simbólicos sólidos entre la condición juvenil que detenta la cultura popular local y el fenómeno de las drogadicciones, en particular la consideración de que los jóvenes son drogadictos y que permea, en parte, la imagen propia de los consumidores juveniles entrevistados. A pesar de esta última característica del imaginario sobre lo juvenil en Ciudad Juárez, la marginalización está parcialmente ausente en tanto se combina con otros campos semánticos que significan vulnerabilidad, como es la constatación mayoritaria de que pobreza material y ser objetos de violencias integran también lo juvenil. La marginalidad social de los jóvenes, entonces, parece radicar más en los campos tradicionales expuestos y fundamentados, entre otros, por Wacquant (2007), que en sus prácticas de consumos, como exponen.

La debilidad de los resultados de este estudio radica, precisamente, en las particularidades regionales propias de la región urbana-fronteriza considerada como unidad de observación. Dichas particularidades, como en toda investigación etnográfica, pueden condicionar los resultados evitando una generalización confiable. Por ello, propusimos contrastar algunos de los datos con las conclusiones de los estudios cuantitativos más recientes publicados en México, viendo cierto rango de desviación entre las tendencias compartidas. Una segunda fase de esta investigación debería atender nuevas unidades de observación que sumar a estas, ya descritas y analizadas.

En síntesis, los resultados específicos sobre las representaciones de juventud y drogas en Ciudad Juárez apuntan a una situación multiconflictiva. Primero, el antagonismo entre las dos visiones de lo juvenil que posiblemente ayude a comprender la disociación entre gobierno y sociedad con respecto, entre otras cuestiones, a las políticas públicas para la juventud y su eficacia a corto y mediano plazo. Es necesario reflexionar sobre este desencuentro en nuestros futuros estudios y propuestas. En segundo término, el conflicto aparece como una crisis estructural donde las expectativas culturales son frustradas. Esto se manifiesta en un malestar que otorga cualidades negativas a lo juvenil, las mismas que profundizan en las dimensiones cotidianas y simbólicas de la violencia contra los jóvenes. La progresiva normalización del consumo de drogas ahonda más este malestar y la transformación nativa de la construcción cultural de la juventud. Estos atributos negativos aún distan de liderar los valores y creencias vernáculas, pero ya suponen una dimensión notable. Los presentes hallazgos deben llamar la atención científica sobre las imbricaciones y extensiones de estas relaciones en conflicto, así como el interés social sobre las posibles intervenciones que restablezcan la confianza en las generaciones por venir, y coadyuven en la resolución de la crisis socio-estructural y cultural vigente.

Agradecimientos

Este trabajo fue posible gracias a la financiación de la Secretaría de Educación Pública de México y el equipo de investigación conformado por los becarios Ana Luisa Rojas, quien aplicó una parte de las entrevistas en campo y su posterior sistematización, y por el felizmente licenciado en Sociología Adrián Escobedo, quien participó en una primera fase del trabajo de campo. A ambos quiero agradecer su esfuerzo y compromiso. Por último, agradezco a los voluntarios anónimos por acceder a ser entrevistados sin ninguna contrapartida económica.

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Notas

2 El diseño del proyecto de investigación consideró como método científico principal la comparación entre dos locaciones mexicanas, Ciudad Juárez y Pachuca de Soto, seleccionadas por mostrar contrastes extremos en el consumo de drogas y el ambiente general de violencias, amén de pertenecer a regiones distantes y con diverso contexto y matriz sociocultural. Sin embargo, en este escrito solo atenderemos las determinaciones basadas en una de las unidades de observación, Ciudad Juárez, ya que como se subrayó desde la presentación, aquí presentamos una parte de los objetivos y preguntas planteadas en el proyecto de investigación, cuyas proyecciones son mucho más amplias.
3 En el caso de la Plaza de Armas, los entrevistadores se desplazaban por todo el perímetro.
4 Utilizo siglas en lugar de nombres para proteger la identidad de los colaboradores en campo.


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