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La trayectoria de quienes quedan. Narrativa y desaparición forzada en Colombia
Textos y Contextos, núm. 27, 2023
Universidad Central del Ecuador

Dossier

Textos y Contextos
Universidad Central del Ecuador, Ecuador
ISSN: 1390-695X
ISSN-e: 2600-5735
Periodicidad: Semestral
núm. 27, 2023

Recepción: 18 Enero 2023

Revisado: 15 Marzo 2023

Aprobación: 09 Mayo 2023

Resumen: Este texto surge de la narrativa de quien vive la desaparición forzada de un integrante de su familia en el Oriente Antioqueño, Colombia. Uno de los propósitos de la investigación fue describir el caso de la familia Quintero, desde antes del hecho victimizante a la actualidad, a través de la perspectiva compresivo-interpretativa mediante entrevistas en profundidad con la hermana de la víctima. Se logró construir una línea de tiempo que muestra dos capas: la primera, presenta hitos del conflicto armado en Granada, Colombia. La segunda, describe la ruta trazada en la búsqueda de quien fue arrebatado y la verdad sobre lo que le pasó. La trayectoria de los que quedan tiene que ver con los tiempos cronológicos y subjetivos en los que se ubica la afectación del hecho, acontecimiento que impacta en la trama vital de quien se dispone a narrarlo y establece una búsqueda permanente y sin tregua por quienes no están. Quienes quedan se mueven entre la incertidumbre, el temor, la impotencia, el dolor de no saber qué pasó y la geografía del territorio donde ocurrió la desaparición. La complejidad del daño llama a la reflexión sobre las medidas de reparación que se implementan. La ausencia de información sobre lo que pasó indica que la posición testimoniante es un lugar subjetivo, comunitario y político constituido como esa voz que recuerda, dignifica y reconoce a quienes no están en su acto de reclamar su vida, su cuerpo y la verdad.

Palabras clave: Conflicto armado, memoria, testimonio, línea de tiempo.

Abstract: This text arises from the narrative of someone who experiences the forced disappearance of a member of their family in Eastern Antioquia, Colombia. One of the purposes of the investigation was to describe the case of the Quintero family from before the victimizing event to the present through the comprehensive-interpretative perspective through in-depth interviews with the victim's sister. It was possible to build a timeline that presents two layers: the first presents milestones of the armed conflict in Granada, Colombia. The second describes the route taken in search of who was snatched and the truth about what happened to him.

The trajectory of those who remain has to do with the chronological and subjective times in which the affectation of the event is located, an event that impacts the vital plot of who is available to narrate it and establishes a permanent and relentless search for those who are not. Those who remain move between uncertainty, fear, helplessness, the pain of not knowing what happened and the geography of the territory where the disappearance occurred. The complexity of the damage calls for reflection on the reparation measures that are implemented. The absence of information about what happened indicates that the testifying position is a subjective, community and political place constituted as that voice that remembers, dignifies, and recognizes those who are not in their act of reclaiming their lives, their bodies and the truth.

Keywords: Armed conflict, memory, testimony, timeline.

La trayectoria de quienes quedan. Narrativa y desaparición forzada en Colombia

ción de un modelo de desarrollo materializado en megaconstrucciones y perpetrado por gru

La investigación se realizó en el municipio de Granada, ubicado al oriente del departamento de Antioquia, Colombia ,que ha sido golpeado por el conflicto armado causado, entre otros factores, por la implementación de un modelo de desarrollo materializado en megaconstrucciones y perpetrado por grupos armados organizados al margen de la ley: Ejército de Liberación Nacional (ELN), Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y Paramilitares (ACCU, Autodefensas del Magdalena Medio, Bloque Metro, Bloque Cacique Nutibara y Héroes de Granada) (CNHM, 2016). El objetivo fue construir la percepción actual de los procesos de reparación a las familias víctimas del conflicto armado en Colombia, a partir del estudio de caso de la familia Quintero, víctima de desaparición forzada en el año 2002. Se parte de reconocer que hacer memoria es clave en los procesos de reparación (CNMH, 2013b) y es un mecanismo de concientización (Arroyave, 2019); del mismo modo, en los casos de desaparición, pugna como escenario de dignificación. Si bien el texto busca describir un caso de desaparición forzada desde antes del hecho victimizante a la actualidad, también le apuesta a sumar letras a la marca histórica que el conflicto armado ha dejado en esta nación.

La aparición de grupos guerrilleros en esta subregión se da en la década del ochenta. En los noventa se expanden a la zona de embalses. En estos años, también aparecen las FARC. La entrada de ambos grupos guerrilleros generó enfrentamientos, las FARC buscaban sustituir el poder del ELN (Hoyos y Nieto, 2017). En este contexto violento, con escalamiento entre 1997 y 2007 (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD, 2010), el 26 de octubre de 2002 a Rubén[1] lo desaparecen. Según los relatos de su hermana, la testimoniante de esta investigación, el hecho se da en horas de la noche, pero la familia se entera tres días después: el 29 de octubre. Algunas versiones que han logrado rescatar afirman que el hecho lo realizó un grupo paramilitar. No obstante, pese a los esfuerzos en la búsqueda, que se constituyen en esa trayectoria de los que quedan, entre el año 2014 y 2015 obtienen -hasta ahora- el último indicio: no encontrado.

“Es que uno sale siendo la voz de otros, pero también tiene la historia de uno para contar” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020). Esta frase la pronuncia Gloria cuando al rememorar a su hermano. Recordarlo es darle forma. Su cuerpo no aparece, pero sí en su relato, en sus historias. ¿Para qué hacemos memoria? ¿Por qué hablar del terror de lo acontecido? ¿qué lleva a testimoniar lo ocurrido? Escuchar su relato fue recorrer lo que queda y a quienes quedan: los que esperan el regreso, los que buscan la verdad, los que anhelan en reencuentro. La narrativa de eso que se vivió se materializa como testimonio del horror y, en casos como la hermana que narra la desaparición de su hermano, en su apuesta por ser la voz de quienes no están. Por ese motivo, el objetivo de este texto es relatar la línea de tiempo construida: la local (lo que pasó en el municipio) y la personal (la familiar y personal).

Testimonio, narración y memoria

Agamben (2005) afirma que hay dos palabras en latín para referirse al testigo: terstis y superstes. La primera, hace referencia a quien es tercero en un litigio; la segunda, a “aquel que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y está, pues, en condiciones de ofrecer su testimonio sobre él” (p.15), donde la condición de hacerlo, no implica su realización. El autor deja abierta a discusión si hay algo más que pueda favorecer la entrega, o no, del testimonio.

Strejilevich (2019) permite claves para configurar eso favorecedor al afirmar: “Quien sobrevive no deviene testigo de una vez para siempre, sino que se va construyendo a medida que se dan las condiciones para nombrar lo vivido” (p. 23); así, narrar lo vivido es una posibilidad de ser testigo. Walter Benjamin (1936) reconoce en la narración una “facultad inalienable […] de intercambiar experiencias” (p.1), que teje comunidad mediante la transmisión y apropiación de las historias que la constituyen. No obstante, hay silenciamientos de las experiencias producto de la vivencia de la guerra. Agamben (2005), citando a Primo Levi, expone que no todos quieren hablar del campo. Tal vez no todos pueden hablarlo.

Y, sin embargo,

El único que puede testimoniar es el testigo, que habla con los desaparecidos (en su memoria afectiva), por ellos (en su comunicación con los otros), y de ellos (sobre todo del último tramo de sus vidas). Al ser oído y/o leído, su experiencia propia y colectiva cobra forma. (Strejilevich, 2019, p.33)

Testimoniar hace memoria, aporta comprensiones de lo vivido y eso es una clave para la formación de comunidad (Montero, 2003) asunto clave para recuperar la confianza: “si hay algo que rompe el conflicto es la confianza entre nosotros” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020). Recuperar eso que pasó, desde aquellos que lo vivieron y lo pueden contar; para no olvidar, para recordar “puede contribuir (…) y aportar en la búsqueda de una nueva identidad colectiva.” (CNMH, 2013b, p.27)

Con lo escrito, es con la semántica del superstes, la referencia de Strejilevich (2019) y el sufijo “nte” -que se usa para expresar a quien ejecuta una acción-, que se construye el sentido de testimoniante, en el cual se gestó el horizonte de comprensión de esta investigación a razón del reconocimiento de esa fuerza en el contar de quien entregó sus experiencias -convertidas en narración- como víctima directa (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013), pues sus procesos le han permitido movimiento entre la víctima que fue (cuando desaparecieron a su hermano) y la testimoniante que es, ya que se asume como aquella que puede prestar su voz “para visibilizar, dignificar y conmemorar a quienes no están” (G. Quintero, comunicación personal, 8 de octubre, 2020).

Strejilevich, (2019) habla de cómo el relato se va configurando en esa distancia (entre víctima y testigo), la cual “aumenta a medida que la cartografía del terror se va develando y se abren espacios para la escucha. Entonces surge la posibilidad de despertar memorias, reinterpretar conductas, recapacitar sobre regiones silenciadas hasta ese momento.” (p. 24). Ese movimiento entre víctima y testimoniante, se configura como trayectoria.

El concepto trayectoria refiere “a una línea de vida o carrera, a un camino a lo largo de toda la vida, que puede variar y cambiar en dirección, grado y proporción” (Elder, 1991, como se citó en Blanco, 2011, p. 12). La trayectoria de los que quedan supone esa distancia de la que habla Strejilevich, (2019), en la cual la víctima (como aquel que lo vivió) encuentra (y se le presentan) condiciones para dar cuenta de su versión. En el caso particular de la desaparición forzada, se trata de esos recorridos, caminos y, sobre todo, tropiezos que viven quienes demandan saber cómo esfuerzo para que no desaparezca también su historia.

En palabras del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), (2013b):

Los actos de violencia política son eventos intencionados provocados por otras personas que persiguen intereses determinados y que son por lo general eventos intempestivos y sumamente dolorosos y aterradores. (…). La mayoría de veces las víctimas tienen muy pocas garantías para poder saber qué ocurrió. (p.50)

En esa vía, en los últimos años se asiste a un fenómeno particular: el aumento de esfuerzos institucionales, comunitarios y académicos para la construcción de memoria del conflicto armado (Escamilla y Novoa, 2007; Giraldo, et.al, 2011). Reátegui, (2009) afirma que desde el año 2000 se conocen más historias de víctimas, como resultante de sus esfuerzos organizativos para construirlas y visibilizarlas enmarcadas en ese “rescate del sujeto” y “la cultura de la memoria” (Aranguren, 2017)

Sánchez (2006), como se citó en Franco et.al (2010) diferencia la historia de la memoria. La primera, afirma, es un relato canónico, objetivo, secuencial y reproducido que cuenta con una única narración del acontecimiento “como dato fijo” (p.13), el relato de los vencedores sobre los vencidos (Benjamin, 2021); la segunda alude al recurso narrativo de recopilar y contar (se) los eventos vividos tal y cómo logran ser asimilados.

Por tanto, memoria histórica sería ese proceso de recopilar las versiones sobre cómo un acontecimiento dejó huellas en quienes lo vivieron, donde la narración se carga de múltiples perspectivas que no abogan por establecer una única verdad, buscan complejizarla y evidenciar sus matices. El peligro de la única historia (Adichie, 2018), es que es incompleta y crea versiones falsables de realidad que se instauran como verdad y roban dignidad. Dice Adichie (2018) que “Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla.” (p.11)

En este punto, hacer memorias permite dignificar la existencia de aquellos que no están, disminuyendo el peligro de la única historia que, en este caso, es la no historia, es decir, el no reconocimiento de su vida y el acto de arrebatarla por acciones puntuales de quienes lo desaparecen. “Pensar lo pasado es traducir el pensar en la memoria. Aquí pensar es recordar, recordar nuestro pasado y lo que a otros les ha pasado” (Bárcena, 2000, p. 12). Dicho así, la memoria es la posibilidad del pensamiento que encuentra vías de manifestación en la narración, por ello la esencialidad de incluir la memoria histórica como medio para la reparación (CNMH, 2013), e historizar, esto es, periodizar para comprender las situaciones vividas en el territorio como medio para reivindicación de las experiencias (Orrego, 2019) y, en la familia participe de la investigación, implicó tanto recordar (volver a pasar por las vivencias) para producir la narrativa de quien siguen sin tener información, de sus recorridos, luchas, afectaciones que marcan esa trayectoria de quienes quedan.

Por tanto, hacer memoria, no se reduce solo a recordar, dignifica en tanto visibiliza y responde, también, al reconocimiento de las posibilidades que ésta ofrece: de un lado, tiene el carácter de denuncia (Proyecto Colombia Nunca Más, 2008); de otro, aporta versiones a esa historia oficial que no necesariamente coincide con la vivencia de las comunidades (Orrego, 2019; Arroyave, 2019). El CNMH (2013b) puntualiza al afirmar “el papel de la memoria es esencial como una de las medidas de reparación” (p.24), dado que ésta demanda el hacerse cargo de lo ocurrido, en tanto se integran los relatos y la historia de la lucha de quienes lo han vivido, en pocas palabras: ese el deber de la memoria (Nieto, 2006; Orrego, 2019)

La ruta metodológica

La investigación tuvo un diseño emergente, que permitió avanzar y fortalecer las etapas acordes con la experiencia del proceso y el contacto con la población participante asumida como actor social, histórico y cultural (Galeano 2012; Montero,2004) y se fundamentó en el paradigma comprensivo-interpretativo (Vargas, 2011). El método fue estudio de caso, con un enfoque cualitativo y un plan de análisis Fenomenológico Interpretativo (AFI) coherente con el propósito de comprender los significados que las personas atribuyen a los acontecimientos y experiencias vividas, donde el investigador tiene el papel de hermeneuta (Duque y Aristizábal, 2019).

En los registros oficiales del CNMH (2016), entre 1985 y 2016 se reportaron 299 casos de desaparición forzada (sin tener en cuenta los subregistros, que son altos con este tipo de hechos), con la particularidad que el año 2002 fue el del registro más alto. La familia Quintero sufrió la desaparición de Rubén en ese año. Su hermana, quien testimonia este hecho, asumía la vocería, tanto en la búsqueda como en la participación en la investigación. El contacto se logró gracias a enlaces territoriales en el municipio y, específicamente, porque es miembro activo de la Asociación de Víctimas Unidad de Granada.

Las técnicas de recolección de datos fueron la revisión documental y entrevistas a profundidad realizadas a través de la plataforma Google Meet y encuentros presenciales. Las estrategias que apoyaron los encuentros fueron la fotografía, relatos y caracterización de personaje, esto fue, construir la silueta del hermano. La sistematización de la información siguió varias rutas (Tabla 1), coherentes con la propuesta del diseño emergente y, también, con el eje conceptual de experiencia como “eso que (en este caso) nos va pasando (Larrosa, 2006). Con el análisis, se construyó una línea de tiempo que visibilizó tres momentos -el punto de referencia fue el hecho victimizante- y trazó dos capas continuas: la local, en la que se ubicaron Hitos, esto es, fechas, datos y acontecimiento del conflicto armado en Granada Antioquia. Y la personal que ubica la cronología y narrativa de las situaciones personales y familiares vividas tras la desaparición.

Resultados y Discusión

Tabla 1.
Ruta metodológica

Tabla 1 Síntesis de las estrategias metodológicas.

Los momentos de la línea del tiempo se establecieron a posteriori, es decir, durante el proceso de análisis de los datos y validados con la narradora en otras entrevistas, en tanto, se asumió que el establecer a priori las etiquetas para fragmentar la narración en bloques de tiempo -como lo hace la gráfica de la línea del tiempo-, constituía imponer un crono en la construcción narrativa de la experiencia y, con ello, alterar la secuencia con la cual ella misma fue concatenando su relato, su trayectoria.

Resultados y Discusión

Línea local: Trayectoria, memoria y narrativa.

El propósito investigativo, desde el cual se escribe este texto, histórico en la medida que sitúo hechos mediante la construcción de una línea de tiempo, una geografía de la memoria (Orrego, 2019) como estrategia gráfica y analítica y favoreció memoria, en la medida que, para construir la gráfica, se acudió a los saberes de la experiencia (Larrosa, 2006) de quienes lo vivieron, manifiestos en el relato de la testimoniante. Como resultado, surgen dos líneas, no superpuestas, más bien continuas en cronología, pero diversas en la dimensión de la afectación.

La capa cronológica de los hechos victimizantes vividos en el municipio, se nombró “línea local” (ver figura 1), la cual se ubica en el marco de comprensión del “eso” de la experiencia que Jorge Larrosa (2006) refiere al acontecimiento, en la cual se ubicó la llegada de grupos armados (en los años 80´s) al territorio con las diversas transformaciones y afecciones que fueron dejando con su paso; sus procesos de asentamiento, el conflicto entre ellos y el tránsito de acciones en lo rural a lo urbano se nombró como “hostilizando el ambiente” (en los 90´s), sumándose la llegada de un tercer grupo como estrategia para “retomar” el control. Los años que dan inicio al nuevo siglo, inauguran prácticas que aumentaron en frecuencia e intensidad las acciones directas contra la población, momento que se nominó “recrudecimiento del conflicto” donde, también, se gestaron, fortalecieron y aumentaron los actos comunitarios de resistencia.

La segunda capa nominada como “la trayectoria de los que quedan” (ver figura 2) se articuló contando con el referente conceptual del “nos pasa”, que en la noción de experiencia de Jorge Larrosa (2006) hace referencia a la posición subjetiva en la cual el acontecimiento afecta al sujeto que lo vivencia, al punto que, para el caso que convoca esta investigación, establece esa potencia narrativa y acción política en testimoniar lo que vivió y acompañar en su proceso a quienes, también, les pasó.


Figura 1
Capa local

Figura 1: La cronología de los eventos.

Fuente: elaborado por el equipo de investigación.

80´s: Todavía se vive en paz.

Granada era un territorio tranquilo, de paz, relata la testimoniante. La confianza estaba sostenida en los lazos de cercanía y familiaridad: en la comunidad (Montero, 2004). El conflicto, derivado de la llegada de actores armados al territorio, los impacta irremediablemente: “acá antes del conflicto uno vivía una tranquilidad total, o sea, uno vivía relajado, puertas abiertas acá en el municipio (…) tristemente cuando llega el conflicto nos toca cambiar muchas cosas de nuestro diario vivir” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020).


Figura 2
Capa local: años 80´s

Figura 2: Fragmento de la capa de tiempo

Elaborada por equipo de investigación.

En los años 80´s (ver figura 2), el ingreso de grupos armados a Granada, se da por zona rural, específicamente por las veredas:

¿dónde buscan estos actores [ELN] principalmente asentarse? En las veredas más lejanas y el corregimiento de Santa Ana porque es un corredor vial, montañoso, pero a la vez tenía facilidad de pasar de un lado a otro. Como sabemos estos actores [ELN] se crean con fines sociales, políticos. Llegan al territorio a hacer trabajo comunitario (…) [le tocó a muchos campesinos] vivir prácticamente con la guerrilla en su casa, en su finca … le cuentan a uno que ellos llegaron de manera amigable, ayudándole al campesino (…) pero ve uno como las intenciones de ellos era llegar al reclutamiento. (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

Los primeros actores armados que llegaron al territorio, en la época mencionada, fue el Ejército de Liberación Nacional (ELN) quienes, con una propuesta inicialmente educativa, social y comunitaria, se involucran en la cotidianidad de los habitantes de las veredas, como estrategia para identificar y posicionarse en puntos estratégicos en el territorio y con formas de reclutamiento, las cuales se caracterizaron por:

● Ser amigables: sin acción coercitiva para hacer parte del grupo, más bien invitando a participar de las reuniones que organizaban, prestando armas, involucrándose con la comunidad desde sus necesidades y haciendo trabajo comunitario.

● Como opción de salida: consistió en acciones menos directas ni organizadas, más de oportunidad, en las cuales hacer parte de los grupos se identificó como posibilidad de “huir-salir” de entornos familiares en los cuales se vivían diversas formas de violencia y, también, como oportunidad ante la escasez de posibilidades económico-laborales.

● Formativa: estrategia de ideologización, en la cual se buscó, con los niños, familiarizar las acciones de confrontación y/o bélicas, mediante la proyección de películas con contenido militar.

Frente a esta última, el informe “análisis de la práctica del reclutamiento forzado y la utilización de niños, niñas y adolescentes”, realizado por el Instituto de Ciencia Política – Hernán Echavarría Olózaga-ICP (2021), presentado en el portal “Hacemos Memoria” (2022), devela, mediante 600 entrevistas hechas con familiares y personas reclutadas, que las FARC contaba con, al menos, seis (6) estrategias de reclutamiento, entre ellas el “proselitismo escolar” (p.48) cuya apuesta fue hacer uso de estrategias de ideologización, mediante la entrega de material informativo (cartillas) u ocupar plazas de docentes para “pre-seleccionar” a la población.

El informe “Granada: Memorias de guerra, resistencia y reconstrucción” (CNMH, 2016), describe las condiciones sociales, económicas, educativas que vivía en el territorio en la época en que se empiezan a asentar los primeros grupos armados. Condiciones “paradojales” en tanto, por una parte “es una despensa agrícola” y su posición geográfica la “ubica uno de los complejos hidroeléctricos más grandes del país” (p.34); y, por el otro, tiene altos niveles de pobreza y bajos los de acceso a derechos. Lo paradojal se ubica en esa situación de condición de riqueza territorial y pobreza en condiciones sociales para quienes habitaban el territorio y en esa contradicción, afirma el informe, se constituyen en parte de las razones de la llegada y asentamiento de actores armados a este territorio.

Entonces, estos actores qué hacen, (…) llegan y conocen las historias de las familias (…) y que, venga que usted conoce la situación que vive en la casa, entonces le mostraban una oportunidad a los jóvenes, a los niños. Otra cosa, la situación económica, la falta de oportunidad, el campesino no ha tenido oportunidad de estudio, ni antes ni ahora, porqué tampoco ahora hay la oportunidad, ya porque de pronto salen acá al pueblo a estudiar, pero decir que en la vereda hay esa oportunidad, no, es muy poco; entonces, de todo eso se aprovecharon estos actores para involucrarlos y hacerlos parte de sus grupos. (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

En 1986 llegan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con la misma oferta social y comunitaria del ELN y el panorama se va complejizando, especialmente para las personas que habitan las veredas, tanto por las disputas territoriales, como por el reclutamiento de civiles, especialmente jóvenes. El resultante de las disputas fue el debilitamiento de este segundo grupo y el aumento de la tensión entre los habitantes, en tanto las acciones, más visibles y menos directas hacia ellos, empezaban a minar la confianza, la tranquilidad y la apertura con la que convivían. “Pero, aún aquí se vive en paz, o sea, [todo lo que pasaba era] como si fuera un asunto externo” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020); esta exterioridad, en términos de frecuencia e intensidad de las acciones, que se vivía en territorio rurales no habían impactado directamente al municipio. Se identificaban los efectos colaterales del accionar de los grupos en la población civil: reclutar, hostigar, amenazar, debilitar las relaciones comunitarias.

En esa línea, ese “todavía se vive en paz”, que parte de la voz narrativa de quien vive en la zona urbana (lo que no resta empatía), da cuenta de cómo la presencia de grupos armados en el territorio empieza a familiarizarse (Montero, 2004), pero cuyas acciones iniciales, estratégicas y aisladas (en razón de ataques directos a la población civil) no habían alterado significativamente el ritmo de vida de la población. “Sí, van haciendo parte [de la cotidianidad] aunque sí imagino que algunos sentían temor de ver el actor armado” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

Maritza Montero (2003) en el análisis sobre el poder de la comunidad, revisa las formas en las que las Ciencias Sociales lo han conceptualizado, pasando por las descripciones en los imaginarios populares, hasta llegar a las construcciones que se hacen dentro de la psicología comunitaria. En esa ruta, describe como una de las caras en las que se ha visibilizado es la abusiva, aquella en la cual unos imponen su voluntad (por medios coercitivos) sobre otros y como, ese ejercicio asimétrico, al ser persistente en el tiempo y en las formas de construcción de pactos y acuerdos sociales, termina naturalizándose: “unos mandan y otros no”. Con esto, Montero (2003):

Muchas personas, muchos grupos sociales, a veces naciones enteras, pueden tener largas historias de sufrimiento en las cuales la “normalidad” de su vida ha estado marcada por los excesos de poder de uno de los extremos o polos en pugna en esa sociedad. En tales situaciones construyen su vida diaria, aprenden a moverse y manejarse (p.32)

Por ello, uno de los llamados urgentes en el trabajo con comunidades es, precisamente, la desnaturalización de la asimetría del poder.

[Se vivía] Normal, o sea normal salían al quiosco a tomar tinto, entonces era una tranquilidad y relajo total (…) yo vivía cerca del municipio, también soy campesina, pero no me tocó ese contexto porque, como les digo, ellos buscaron las veredas lejanas del municipio, pero a los campesinos de esas veredas sí les tocaba vivir esos contextos, sino que todo el mundo era callado (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

Por tanto, “todavía se vive en paz” puede dar cuenta de cómo, en medio de vivir aquello impensable y por mucho tiempo innombrable, como ha sido el conflicto armado, signa las experiencias individuales y comunitarias de territorios sometidos a esas formas asimétricas del poder y, en los cuales, la memoria de quienes quedan se convierte en otro mecanismo de resistencia.

Por lo descrito, construir la memoria como ese tejido de versiones, es un proceso que no sigue las lógicas lineales ni cronológicas, siendo un poco más cercana a recorridos en bucles y múltiples giros inesperados, en los cuales sus participantes son narradores y relatores[2] de aquellas huellas pasadas que aún están vigentes en sus recuerdos (Nieto, 2006).

90´s: Hostilización del ambiente.

En la construcción de la memoria histórica del conflicto en Granada, los años 90´s tienen la característica de “Hostilización”, en tanto se va aumentando el estado de tensión para la población civil, el conflicto ya no está solo en el enfrentamiento entre guerrillas y efectos en la población rural. La llegada de un nuevo actor armado (paramilitares), el debilitamiento de un grupo y el fortalecimiento del otro transforman las dinámicas vividas en los años anteriores


Figura 3:
Capa local: años 90´s

Figura 3: Fragmento de la capa local.

Elaborada por equipo de investigación.

Entre los años de 1993 y 1994 se empieza a tener noticias en el oriente antioqueño de la llegada de un tercer actor: los paramilitares cuyo efecto inmediato son los desplazamientos silenciosos de algunas familias. Este tipo de desplazamientos se caracteriza porque no hay un actor directamente generando el movimiento, es decir, no hay amenaza directa a la persona o familia para que salga del lugar, sino que quienes se movilizan lo hacen ante el reconocimiento de situaciones que interpretan como riesgo a su integridad.

“[durante el] 93 y el 94 son unas cuantas familias que comienzan a irse porque ven la situación pues ya maluca, ellos le manifestaban a uno en el Salón [del Nunca Más] que ya sabían lo que venía, o sea eso fueron unas cuantas familias” (G. Quintero, comunicación personal, 1 de octubre de 2020)… “la guerrilla sí generaba desplazamientos masivos y de bulla, o sea, se venía toda la vereda desplazada, en cambio ellos no, los paramilitares generaban esos desplazamientos donde la gente se fue yendo silenciosamente” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020).

En su narración de acontecimientos, en tanto testimoniante, se identifican varias cosas que surgen por su experiencia como víctima directa y por los procesos de acompañamiento que hace desde el Salón del Nunca Más. Este recorrido reconoce los tipos de desplazamiento que se van gestando entre los años de hostilización y recrudecimiento del conflicto y, a su vez, como el miedo empieza encontrar su lugar en los rostros de las personas, en las acciones de desconfianza entre los habitantes: “comienzan a cerrarse las puertas también por el mismo miedo, porque ya los actores armados cuando menos piensan ya estaban acá dentro del municipio.” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

En esa línea, el Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH (como se citó en Hoyos y Nieto, 2017) recoge que a finales de los años ochenta, las Autodefensas del Magdalena Medio entraron a algunas veredas del municipio de San Carlos; pero fue en el año 1997, cuando se fortaleció la entrada de grupos paramilitares a esta subregión.

[En el] 93 y 94 hay indicios de paramilitares en el territorio, ya se habla de que están entrando al Oriente (…) uno en ese entonces no se daba cuenta, porque lo digo, porque hay personas que han venido a conocer el proceso de memoria, el Salón del Nunca Más acá y llegan y le dicen a uno… aaaah, no, es que yo me fui cuando esto se iba a poner maluco, yo me fui en el 95, en el 96… no, ¡qué miedo! Uno sabía lo que se venía cuando entraban los paramilitares (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

El informe Granada: memorias de guerra, resistencia y reconstrucción (CNMH, 2016), reporta que en el año 1996 se tiene noticia del ingreso de un grupo paramilitar al municipio. La acción fue contundente:

con lista en mano asesinaron a dos personas en el sector de la bomba y generaron el desplazamiento de los comerciantes conocidos como los Urrea. Aún la población no tenía plena identificación de este actor, pero intuía que había disputa, que la guerrilla ya no estaba sola. (p.69)

Hostilización, como término compuesto, refiere en este caso, a esa intuición de disputa, la llegada de otro actor armado y el traslado del conflicto veredal al casco urbano. Es la caracterización, por tanto, de una época en la cual las acciones que se estaban viviendo a razón de los enfrentamientos en el territorio y hacia la población civil, se caracterizaron por aumentar en intensidad y la tensión de vivir en un lugar donde las armas, muertes, amenazas, encierros, desconfianza, empezaron a hacerse cotidianas. Ante ellos, algunos pudieron salir o, dicho de otro modo, se vieron forzados a irse.

El informe Entre la incertidumbre y el dolor. Impactos psicosociales de la desaparición forzada. Tomo III (CNMH, 2013) describe como, entre finales de los años ochenta e inicios de los noventa, el ingreso de grupos paramilitares a territorios donde accionaban grupos guerrilleros, transforma la dinámica del conflicto, este “se agudiza” (p.33) y –los paramilitares-son detectados como “responsables de las desapariciones forzadas” (p.33). Dentro de sus estrategias, el informe, tomando referentes de la Revista Éxodo (1987, como se citó en CNMH, 2013) expone:

comenzaron a reclutar gente (…) e iniciaron una labor de masacre (…) la estrategia era atacar a la población civil con el argumento de quitarle el agua al pez, asesinar a los líderes veredales, amenazar familias y producir desplazamientos (…) para el efecto, cuentan con la inteligencia del ejército y con la presencia oficial. (p.34)

Ese agudizar que anuncia el informe coincide con la hostilización del ambiente que se identifica en los relatos de los hechos descritos por la testimoniante: el aumento de actores armados en el territorio, luchas de poder, ataques directos a la población civil (con la acusación de ser aliados de la guerrilla o ser guerrilleros) y acusación al Estado, específicamente la fuerza pública, de tener alianzas con paramilitares para la eliminación de la guerrilla (CNMH, 2016)

Más allá de proteger, [el Estado] hizo parte (…) a nosotros nos tocó vivir esa situación, de que de aquí del pueblo sacaban a un muchacho, por ejemplo, los paramilitares, y como ellos vivían en la calle (…) y con la policía aquí y no pasaba nada, o sea, ¿qué quiere decir? Iba la mamá –ay vea, se me acabaron de llevar a mi hijo de la casa- no podemos hacer nada- ¿eso cómo se llama, pues? O sea, fue algo muy evidente. (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

Situaciones descritas que, con el paso de los años, el aumento de las tensiones y finalización de la década e inicio de la otra inauguraría formas más cruentas, frecuentes e intensas del conflicto: su recrudecimiento.

00´s: Recrudecimiento del conflicto.

El cambio de siglo implicó para los habitantes de Granada el recrudecimiento de las situaciones que se estaban viviendo a finales de los años 90´s y, también, el surgimiento de formas de resistencia comunitaria.

Recrudecer, como significante, apunta a aumento en la frecuencia e intensidad de las acciones que los actores armados realizaban en afectación directa a la población civil y el territorio, con el agravante que, ya no solo era entre ellos, sino contra la población civil. La caracterización de “recrudecimiento” obedece tanto al tipo de acciones que ejecutan los actores armados como los efectos que, describe la testimoniante, van apareciendo en la cotidianidad de los granadinos y, también, por el ingreso a Granada de otro grupo armado al territorio: los paramilitares.

Escribe Maritza Montero (2003) que, pese a la asimetría en el ejercicio de poder y control, las formas de resistencia surgen en las comunidades como respuesta. En el caso de las descripciones de la testimoniante, el periodo que narra desde inicios del año 2000 hasta la fecha en que desaparecen a su hermano, están signados por esta doble fuerza: el abuso manifiesto en estrategias de hostigamiento por parte de los actores armados con efectos de aumento de los desplazamientos internos y silenciosos dentro del municipio, el ingreso de un tercer actor armado al territorio: los paramilitares, los actos de terror hacia la población y el surgimiento de estrategias de resistencia comunitaria como la Granadaton y la marcha de ladrillos. (ver figura 4)


Figura 4:
Capa local: años 00´s

Figura 4: Fragmento de la capa local.

El gráfico permitió ubicar tanto las acciones vividas en el territorio y que dan cuenta del recrudecimiento, como, las acciones de resistencia que se gestan en medio de ellas.

Elaborada por equipo de investigación.

Vamos por partes. Desde finales del año 97 y durante el transcurso de los primeros años del 2000, las estrategias de hostigamiento, que aumentaban el miedo- mecanismo de control- dentro de la población, tanto en la zona rural como el casco urbano del municipio, se caracterizaron por ser acciones directas sin ocultamientos y amenazando tanto a los grupos armados (contrarios a quienes dictaban la orden) señalando a quienes “fuesen colaboradores” de uno u otro grupo. La estrategia del discurso binario (si no está a favor, está en contra) para amedrentar y dominar. En suma, el recrudecimiento es hacer del horror un escenario cotidiano entre la población: perseguir, amenazar y actuar.

Acá en las veredas del municipio lanzaron unos panfletos desde un helicóptero donde amenazaban al guerrillero, al que tuviese que ver con la guerrilla. ¿en sí a quién amenazaron? Al campesino, ¿quién estaba en el territorio? El campesino, esto generó nuevamente desplazamiento, más miedo. Ya se iba tornando el ambiente hostil (…) ya de miedo, de uno vivir más bien encerrado (…) comenzaron las muertes esporádicas [luego] comienzan a verse muertes violentas constantes, que un muerto en la carretera, eso fue generando miedo y el que pudo cogió sus maletas y se fue. (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

Para Granada, el recrudecer se da en el aumento de desplazamientos en el interior del municipio -hay zonas que empiezan a quedarse sin habitantes- y hacia otros municipios y/o ciudades; hay sectores del municipio que empiezan a despoblarse.:

[A] inicios del 2000 queda sola la zona de la primera estación de gasolina a la segunda, o sea, esa cuadra ya queda desolada. (…) hubieron partes del municipio donde hubo desplazamientos dentro del municipio, de un lugar a otro (…) gente que se iba yendo, gente que por miedo se pasaba para donde un amigo a vivir o un familiar, porque les daba miedo la zona por donde estaban viviendo. (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020)

No obstante, hay una serie de acontecimientos que signan esta época: la masacre paramilitar y la toma guerrillera. Acorde con los relatos de la testimoniante y datos encontrados en el informe Granada: memorias de guerra, resistencia y reconstrucción (CNMH, 2016), el 3 de noviembre de 2000 un ataque paramilitar al municipio dejó como resultante la masacre 19 personas “incursionaron en horas del mediodía al casco urbano simultáneamente desde tres sectores: La bomba, Los Tanques y La María” (CNMH, 2016, p. 90).

Al día siguiente, menciona la testimoniante, se intensifican los hostigamientos de la guerrilla (durante un mes y tres días): balaceras, no se podía salir, rumores, terror; “todos los días amenazaban con toma” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020) los cuales desembocan en la toma guerrillera del 6 de diciembre de 2000 la cual duró 18 horas. Se trató de la detonación de un carro bomba. De ese día, se registraron 23 personas muertas “18 civiles y 5 policías” (CNMH, 2016, p.95). La sensación de que ya no se respeta nada se rescata de la narrativa de la testimoniante.

Entre los habitantes del territorio, en otrora vecinos, se pierde la confianza y solidaridad; el miedo y la sospecha son estrategias de control que debilitan las condiciones en las que se gesta comunidad (Montero, 2004) siendo esta pérdida tanto uno de los elementos centrales en los procesos de reparación, como una de las claves para asentar el conflicto. Por ello, el escalamiento del conflicto, incide directamente en la disminución de la población: más gente se va, más personas se convierten en víctimas; se disminuye el suministro de productos agrícolas, se pierden cultivos, enseres, propiedades, territorio; se debilita “el tejido productivo” (CNMH, 2016, p.226) y el pueblo, lentamente, se va quedando solo: “de 20.000 habitantes llegamos a 3.500-4.000” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020), va, también, pereciendo.

En las veredas la situación es similar. La constante sensación de miedo, zozobra y sospecha empiezan a habituarse en las relaciones de quienes quedaban en el territorio. Una suerte de familiarización con esas formas del conflicto, se van consolidando en indiferencia y la magnitud de los actos de terror se banaliza: “Los grupos armados no solo diezmaron su población (…) coartaron su libertad y redujeron cada vez más sus posibilidades de decidir sobre sus proyectos de vida, sobre su cotidianidad, decidir por donde caminar, con quién relacionarse, qué comer” (CNMH, 2016, pp. 217-218)

La gente intenta retornar a “algo normal” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020) y viviendo las formas de victimización con mayor frecuencia e intensidad, Granada se resiste a esa muerte y emergen con mayor potencia las acciones de resistencia “desde diferentes lugares y sentidos [siendo] camino de la reconstrucción” (CNMH, 2016, p.276)

Dentro de ellas, se encuentran:

• Granadaton: dos días después de toma guerrillera se organiza: red nacional, gestión desde el pueblo.

• La marcha de ladrillos: 11 meses después de la toma guerrillera.

• La administración local hace un auto de protección: titulación de tierras porque la mayoría de las personas no tenían el título de sus tierras.

• Entrega de reconstrucción del casco urbano (después de la toma guerrillera)

Las acciones que emergen como marco de protección y resistencia ante la sistemática vulneración de los derechos, dan cuenta de la potencia de las acciones colectivas de la población que se junta, se organiza e inicia su proceso de recuperación.

Línea personal: los que quedan, una testimoniante

En el fragmento anterior, se recorrió -por décadas- hitos que signaron la experiencia del conflicto armado en Granada Antioquia. Ahora la línea se bifurca y se llega a su historia: la trayectoria de los que quedan. En esta línea, se establece un crono de la vivencia en razón del impacto de la noticia de desaparición de un miembro de la familia: las primeras acciones realizadas, los recorridos de días que se convierten en semanas y se acumulan en meses. Unos meses que se atropellan entre sí sin noticias, con la vida aconteciendo sin saber. Llegan los años y, con ellos, una búsqueda particular que cesa para transformase en el motor de ayudar a otros que, también, quedaron.

es que uno sale siendo la voz de otros, pero también tiene la historia de uno por constar; entonces pienso que, en este momento, llegamos a hablar de mi historia, ya no de la historia externa, sino de la historia propia. (G. Quintero, comunicación personal, 1 de octubre de 2020)

Gloria, entre risas, afirma que no sabe cuántos años tiene pero que ha vivido cuarenta y nueve. Los últimos 18 ha estado en búsqueda de su hermano. Su narrativa empieza por contar lo último que supo de él; en adelante, empiezan los giros, bucles y movimientos de la memoria. La trayectoria se ubica en el recorrido que hizo hasta el último lugar del que se tuvo noticia, en municipios aledaños, en documentos, en las voces y declaraciones de actores armados; en los que pueden saber, en los que se niegan a hablar. Es la pesquisa de señales para lograr un saber escurridizo, cimentado en preguntas: ¿dónde está? ¿qué pasó? ¿por qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Quién responde?

Aún con los giros, se identificó un crono particular en la manera como se vivió el hecho victimizante: los fragmentos (saltos en el tiempo) que emergen de la descripción de su vivencia, sus recorridos, sus demandas, su lucha, ese transito “particular por la incertidumbre, el dolor y la soledad” (CNMH, 2013, p.16) de la mano de las luchas, demandas y batallas que la ubican como una testimoniante.

La desaparición forzada cuenta con ese elemento de incredulidad, negación que sea algo que pueda pasar y, sobre todo, que le pase a alguien de la familia. En el marco del conflicto armado, el informe del CNMH (2013) sobre el impacto psicosocial de este hecho victimizante, identifica cómo la magnitud del hecho está, por un lado, en la lucha de las víctimas para que fuese reconocido y, luego, en la generación de mecanismos institucionales, para esclarecer verdades, actores involucrados y el registro de víctimas.

Trayectoria de los que quedan remite a un modo de nombrar aquello que, en la vivencia, esquiva por mucho tiempo la posibilidad de enunciación pues, las primeras horas, días e incluso semanas, se alberga la esperanza de que, si no es una equivocación, al menos que aparezca vivo. La sumatoria de meses y, el implacable cúmulo de años transforma la esperanza de que aparezca vivo a que pueda aparecer el cuerpo: la evidencia material de la existencia de quien fue desaparecido.

La testimoniante cuenta que lo había invitado a celebrar su aniversario de bodas. Ese día, como algunos otros, él se quedó a dormir en la casa de ella. Amaneció, se fue a trabajar y, su espalda girando al final de la cuadra, es la última imagen que tiene de él.

Era la 1:15pm de ese martes 29 de octubre de 2002, cuando, en medio de su rutina preparatoria para iniciar la jornada laboral, una pregunta –seguida de una afirmación- cambió su día y su vida: “qué si usted no ha visto a Rubén? - ¿cómo así? No. - Aaaaaaaah… es que está desaparecido” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto de 2020), ¿dónde están los desaparecidos? Los trayectos que recorren quienes los buscan.

Tabla 2
Descripción del crono de la trayectoria de los que quedan.

Tabla 2

elaborada por el equipo de investigación.

Los días se suman, las preguntas se acumulan “como escombros arrojados” (Montoya, 2019) “¿dónde está? ¿Qué hicieron con él? Que lo entreguen al menos” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto, 2020). Los días transcurren y otros empiezan a sumarse en la búsqueda.


Figura 5
Primeros días

Figura 5: Fragmento de la capa de tiempo.

Fuente: equipo de investigación.

Esas primeras acciones de búsqueda para visibilizar que algo pasó, viven un nuevo hecho victimizante: empiezan a ser intimidados para que desistan de su búsqueda, lo que genera temor entre sus familiares y conocidos con el consecuente desistimiento de algunos. A su vez, empieza el recorrido jurídico: ¿cómo y dónde denunciar que pasó algo que no tiene evidencia de su realización? Recorridos sumados en los malestares que viven quienes quedan. (Aranguren, 2017)

Primeros meses. Afectaciones

Las acciones físicas de búsqueda, esto es, los recorridos realizados marcan un ritmo frenético que se sostiene en la esperanza de encontrarlo. Ese ritmo, se empieza a sosegar y la velocidad y fuerza de un cuerpo que está impulsado en la acción tiene sus manifestaciones (más frecuentes e intensas) en otros escenarios de quienes quedan (ver tabla 3)

Tabla 3
Descripción del crono

Tabla 3

elaborada por el equipo de investigación

Primeros años. Tras indicios.

La distancia entre el tiempo cronológico es más larga, los acontecimientos personales van siendo marcados, también, por acciones a nivel de Estado, por ejemplo, el reconocimiento de las víctimas del conflicto y las acciones de búsqueda en el marco de la ley de víctimas. Por eso, tras tantos años de desaparecido, en 2007 empiezan a buscarlo con la fiscalía. (ver figura 6)


Figura 6
Primeros años

Figura 7: Fragmento de capa de tiempo.

Fuente: equipo de investigación

En el fragmento anterior, han transcurrido tres años de la desaparición. No hay datos contundentes, las pistas no trascienden de rumores, las afectaciones psicosociales establecen esa incertidumbre tortuosa de quien está en un constante estado de espera. Este fragmento particular de la línea identifica varias de las acciones realizadas, asociadas a eventos externos que permiten seguir tras la pista, lo peculiar en esos tramos de quienes quedan, es el cómo quedan. La experiencia del tiempo es compleja y, en estos casos particulares, hitos como la promulgación de decretos y leyes que se establecen como marco jurídico de lo que sí pasó, abre el paso a las condiciones para que su búsqueda deje de ser personal-familiar, y sea un compromiso estatal. “yo lloraba mucho, gritaba…fue muy duro, no tenía apoyo de nadie: uno solo con su dolor” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto, 2020)

En 2007, “la vez que tuvimos indicios de dónde podría estar, pero no” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto, 2020). Luego de 7 años (2014-2015.) se entera de una exhumación cerca al lugar donde él vivía. Este es el indicio que se sostiene, es la sospecha que posiblemente

Ahora, ¿qué queda?

esta es una pregunta no hecha pero nombrada en su relato: “queda el perdón, el trabajo comunitario, apoyar a otros en sus búsquedas.” (G. Quintero, comunicación personal, 7 de agosto, 2020)

La trayectoria de los que quedan inicia en un punto que, literal y simbólicamente, fue de partida: donde lo vieron, escucharon y supieron de ellos por última vez, pero, también, es el lugar y momento donde la vida se “parte” en ese antes y el ahora al que espera volver. Los trayectos recorridos transitan ese último lugar, esa última palabra, esa última vez. Continúan con la búsqueda de aquellos que pueden saber, los lugares donde tienen que denunciar lo que todavía no tiene palabras.

A los días de caminar, preguntar, gritar, correr, no parar; se les suman las semanas de seguir, de expandir la búsqueda, de sentir la amenaza por preguntar: ya no se come bien, en la espera de que llegue, se ve en todas partes. El dolor físico se confunde con el emocional. La vida sigue su curso, las semanas se convierten en meses, los meses en años. Tras los años, se suma un nuevo recorrido: buscarlos en el recuerdo, en esa memoria que ya no tiene la información de los sentidos; se desdibujan los “pequeños detalles” y la nueva lucha es por mantener la imagen del recuerdo, de esa última vez.

Conclusiones, sin punto final

Beatriz Sarlo (2006) en “Tiempo pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo, una discusión” afirma: “El regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente” (p.9) Así, la construcción de la memoria es una acción presente y que da cuenta de lo que se recuerda y cómo se interpreta el pasado. En esa medida, hablar de quien no está en este momento es una construcción que se hace desde el presente del narrador -en este caso la testimoniante de la investigación- quien surge como ese ser que, tras vivir el suceso, presta su voz para testimoniar la vida de otros y, en el caso de la desaparición, como esfuerzo constante para evitar que el tiempo disuelva el recuerdo y la indiferencia, impunidad y repetición encuentren la oportunidad para que no pase nada pues nada pasó.

Es una narradora que hace uso de sus recursos lingüísticos y emocionales para darle forma y hacer aparecer a aquellos que están en el recuerdo (u olvido) y, en el caso del hecho victimizante, la ausencia de un cuerpo que evidencie su paso por este mundo. Ahí radica la potencia del relato en tanto la palabra da existencia, la fuerza y necesidad del narrador que testimonia, en tanto su historia atestigua a quien no puede hacerlo: se trata del testigo como evidencia “viva” que algo pasó (Agamben, 2005).

En Recordar y narrar el conflicto (2013), se afirma que la intencionalidad de construir procesos de memoria es contribuir con versiones desde el lugar de aquellos que no han hecho parte de las narrativas dominantes: las víctimas; así, la memoria se convierte en una manera de enriquecer la historia, en la que las diferentes versiones sobre las ocurrencias de los hechos inciden en la asimetría del poder (Montero, 2004) que subyace en esas formas de silenciamiento e invisibilización de las construcciones narrativas de quienes, también, lo vivieron; y, en el caso particular de Colombia, los miles de desaparecidos.

La memoria es atemporal. Recordar permite narrar lo que, en el momento, es posible de evocar y, con ello, despertar las emociones, las sensaciones que perduran en el cuerpo. Por ello, las consideraciones éticas implican tanto explicar a los participantes el porqué de su relato, como lo que puede acontecer revivir sus recuerdos para convertirlos en narración.

La testimoniante cuenta con saberes históricos sobre situaciones que se vivieron en el municipio de Granada y logra apropiarlos para transmitirlos y, en este caso, para la construcción de un conocimiento que favorezca, inicialmente, ubicar los hechos y afecciones en un territorio geográfico específico que hace parte de una idea de nación atravesada por sus conflictos y, después, en el territorio de la vivencia familiar, esa que está en el cuerpo, en el recuerdo, en los silencios, en los miedos, en la experiencia.

Lo dicho concuerda con la relación que hay entre la memoria y su función social, en tanto la primera favorece la construcción de identidad (Lira, 2010; Villa, 2009) y, lo segundo, se expresa en el reconocimiento de la coexistencia de versiones particulares de las personas que vivieron y como lo logran narrar, con los cuales se cuestiona, juzga o reconoce el lugar de los diferentes actores en el hecho narrado. (CNMH, 2013).

Lira, (2010) describe como en la “trayectoria de los [que quedan] (denuncia, manifestaciones públicas, acciones judiciales) la memoria de lo sucedido surge desde la lealtad con las víctimas, asumida como un deber moral” (p.25). Con esto se reconocen dos elementos: el primero, hacer memoria es una acción que conlleva situaciones de tensión al tratarse de relatos construidos desde múltiples perspectivas del evento; el segundo, el narrador es un actor social cuya acción atestigua por los ausentes, los presentes y los futuros.

En “Lo que queda de Auschwitz” Agamben, (2005) asegura que una de las posibles motivaciones de los prisioneros para seguir viviendo, en una condición que perdió todo parámetro de lo humanamente concebible (los campos de concentración nazi) es la necesidad de contar todo lo vivido. Si bien, esta no es una opción para todos, el narrar lo que pasó, cómo pasó, a quienes les pasó; ser la voz de silenciados, de los borrados e incluso tener versiones que se contraponen a aquellas que buscan afirmar que algo no pasó, es la potencia del testigo quien, a su vez, es un narrador. Para el caso que convoca, el relato de lo acontecido (en el municipio y en su familia) es la posibilidad de una voz que no cesa, que complejiza la única historia y encarna esos recorridos, trayectorias de los que quedan.

El relato que fue entregado a las investigadoras fue narración. La testimoniante brindó la trayectoria lo que le pasó y cómo lo pasó. Ahora, se asume como una voz que busca acompañar a otros en sus trayectorias. Resuenan las palabras de Margarita Posada (2019):

“Este es mi intento por revisitar (…) todos los rincones de mi pasado en lo que pueda encontrar cómo consolar antes que ser consolada, porque el dolor propio solo es útil para poder entender el de los otros y ayudarlos a cruzar el río teniendo como único incentivo que se sepan acompañados en su travesía” (p.22)

Tal vez ahí esté un sentido de la reparación.

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