Dossiê

MEMORIA POSTHISTÓRICA Y AUTOBIOGRAFÍA EN TORNO A YO NUNCA TE PROMETÍ LA ETERNIDAD DE TUNUNA MERCADO

Memória pós-histórica e autobiografia ao redor de Yo nunca te prometí la eternidad de Tununa Mercado

Posthistoric Memory and Autobiography around Yo nunca te prometí la eternidad by Tununa Mercado

Omar Acha i
Universidad de Buenos Aires,, Argentina

Caminhos da História

Universidade Estadual de Montes Claros, Brasil

ISSN: 1517-3771

ISSN-e: 2317-0875

Periodicidad: Semestral

vol. 27, núm. 2, 2022

revista.caminhosdahistoria@unimontes.br

Recepción: 28 Mayo 2022

Aprobación: 27 Junio 2022



DOI: https://doi.org/10.46551/issn.2317-0875v27n2p.79-96

Resumen: La revisión de los horizontes culturales de la historiografía es una tarea pendiente. La aparición de numerosos desafíos internos y externos a la doxa erudita, reconstructiva de lo que realmente fue y sostenida en una distancia con el objeto, no ha transformado el núcleo epistemológico de la “ciencia histórica”. La escritura de Tununa Mercado en su obra Yo nunca te prometí la eternidad es la instancia elegida para abrir el horizonte de una relación con la experiencia histórica ajena a las premisas de autonomía y objetividad propias de la historiografía dominante en la producción universitaria. La reflexión de Walter Benjamin proporciona elementos hábiles para anticipar rasgos de tal horizonte, el que no es externo a la materialidad de la escritura propia de los textos de Tununa Mercado.

Palabras clave: memoria posthistórica, autobiografía, literatura, Tununa Mercado, Walter Benjamin.

Resumo: A revisão dos horizontes culturais da historiografia é uma tarefa pendente. O surgimento de inúmeros desafios internos e externos à doxa erudita, reconstrutiva do que ela realmente era e mantida à distância do objeto, não se transformou o núcleo epistemológico da “ciência histórica”. A escrita de Tununa Mercado em sua obra Nunca te prometi a eternidade é a instância escolhida para abrir o horizonte de uma relação com a experiência histórica alheia às premissas de autonomia e objetividade típicas da historiografia dominante na produção universitária. A reflexão de Walter Benjamin fornece elementos hábeis para antecipar características de tal horizonte, que não é externo à materialidade da escrita típica dos textos de Tununa Mercado.

Palavras-chave: memória pós-histórica, autobiografia, literatura, Tununa Mercado, Walter Benjamin.

Abstract: The revision of the cultural horizons of historiography is a pending task. The appearance of numerous internal and external challenges to the erudite doxa, reconstructive of what it really was and maintained at a distance from the object, have not transformed the epistemological core of “historical science”. The writing of Tununa Mercado in her work I never promised you eternity is the instance chosen to open the horizon of a relationship with the historical experience alien to the premises of autonomy and objectivity typical of the dominant historiography in university production. Walter Benjamin's reflection provides skillful elements to anticipate features of such a horizon, which is not external to the materiality of the writing typical of Tununa Mercado's texts.

Keywords: Posthistorical Memory, Autobiography, Literature, Tununa Mercado, Walter Benjamin.

La resiliencia cultural de la historiografía

La historiografía ha seguido un itinerario prolongado desde su configuración científica propia de la “modernidad”. Si es convincente sostener que fue en el siglo XVIII cuando comenzó a definir su autonomía respecto de la repetición cíclica -soporte de la historia magistra vitae en la Antigüedad- y de una voluntad trascendente que oficiara de Providencia, fue durante el siglo XIX que alcanzó un perfil epistemológico e institucional. Sus rasgos centrales, no siempre necesariamente consistentes entre sí, fueron a) una versión correspondentista de la verdad, b) la exigencia de documentación de archivo, c) el realismo narrativo, d) el antropocentrismo en la agencia práctica, e) la publicidad de la circulación de relatos en competencia, y la soberanía validatoria en manos de la cofradía de historiadores practicantes.

Sometida a numerosas crisis y replanteos durante el siglo XX, sin embargo, esa composición central de la formación epistémica de la historiografía ha sobrevivido hasta el presente. La ciudadela historiográfica ha resistido todos los ataques. Las reformas acontecidas, a menudo identificadas con “escuelas” o autores inusuales, han sido incorporadas sin mayores mutaciones en los rasgos antes mencionados.

En efecto, cada uno de sus aspectos ha sido desafiado de diversas maneras. La historia virtual, el narrativismo filosófico y los múltiples giros (turns) que interpelaron a la “ciencia histórica”, quisieron mucho más que ampliar el campo de la historiografía. Desearon transformar sus supuestos elementales. Sin embargo, luego de al menos un siglo de travesía historiográfica, contra lo afirmado por Peter Novick para el caso norteamericano en Ese noble sueño, es posible sostener que el núcleo dominante en las universidades mantuvo sus rasgos decimonónicos. Algunas instituciones orientadas a la innovación, denominadas con los emblemas vanguardistas de advanced studies o hautes études, no han logrado torcer el rumbo. El conjunto, rearticulado en tal o cual aspecto, perdura. Lo llamativo reside en que la periódica emergencia de novedades, como la microstoria o la history from below, es gradualmente incorporada en la “ciencia normal”.

De allí que las problematizaciones de la historia más radicales, menos atenidas a los protocolos tradicionales, provengan de prácticas ajenas a la historiografía o autónomas respecto de la ciencia histórica. Por ejemplo, la cinematografía, sea ficcional o documental, genera artefactos representacionales desafiantes. El que interesará a este trabajo proviene de la literatura.

El propósito del estudio consiste en mostrar la viabilidad de una construcción literaria en diálogo, no solo utilitario, con la reflexión filosófica de una historiografía “materialista” tal como comenzó a desarrollar Walter Benjamin en su proyecto de una historia de la modernidad en el París del siglo XIX. El dispositivo literario elegido para desplegar el planteo es el libro de la escritora latinoamericana Tununa Mercado, Yo nunca te prometí la eternidad, aparecido en 2005. Mixtura de documento, ejercicio de memoria, narración imaginativa, reflexión autobiográfica y metáfora de la historia, el libro de Mercado es fundamentalmente una operación de escritura.

En la primera parte de este trabajo argumentaré las razones conducentes a detectar en el pensamiento tardío de Walter Benjamin una recomposición de la aparente divergencia entre historiografía y memoria. Esa conclusión se deriva de una peculiar manera “no historicista” de concebir la temporalidad histórica en el cruce del materialismo histórico y el mesianismo judío. De allí que política y redención constituyan dos nociones vinculadas con la de “historia”, anudando una propuesta de activismo de la memoria según la cual una reescritura del pasado orientada a la identificación con los vencidos constituye una práctica de vindicación. Hasta ese momento, el presente escrito no reclama mayor originalidad en el concierto de los estudios benjaminianos cuya lectura, es sabido, es ya inabarcable. En todo caso, enfatizo sobre aspectos relevantes para el seguimiento de la argumentación posterior .

Una vez establecida la interpretación de Benjamin, la segunda parte del trabajo avanza sobre los usos de la literatura y la historia en una obra literaria, la novela Yo nunca te prometí la eternidad, de la escritora y traductora argentina Tununa Mercado. La relevancia de este texto para la interpretación de la concepción benjaminiana de una “historia” liberada del historicismo reside en que muestra una eficacia singular, pero reveladora, de la fluencia operada por Benjamin entre historiografía y memoria, abriendo el horizonte de otras prácticas de significación como la literaria. Hace un tiempo Alberto Moreiras puntualizó la significación e interés teóricas en los escritos de Mercado (MOREIRAS, 1999).

A partir de allí, argumento que el pensamiento benjaminiano permite “usos” de una perspectiva en que la situación histórica y el destino de derrota son puestos en suspenso en la trama de una narración. De este modo, en las conclusiones propongo el concepto de “memoria posthistórica” para dar cuenta de empleos de la presencia teórica de Benjamin en la política de la historia operante en nuestra época tal como es documentable en la prosa de Tununa Mercado.

Benjamin, entre la memoria y la crítica de la historiografía

La morfología goethiana es el suelo donde Benjamin urde una comprensión plástica de lo histórico. No solo extrae de allí su mirada dialéctica (en contraste con la hiper-racionalista heredada de Hegel), sino que también deriva de esa fuente la noción de “idea” que sostiene su epistemología semiótica. Idea designa en Benjamin lo originario, lo perdido, y lo que debe ser recuperado. No es por azar que el texto donde esa noción es fundamentada, el “Erkenntniskritische Vorrede” del estudio sobre drama barroco alemán, esté encabezado por una cita de los materiales en torno a la teoría de los colores de Goethe.[1] La precedencia del lenguaje sobre la filosofía de la historia se basa en la onto-teología de las palabras donde se nutre su imaginación histórica (GS, II, 1, pp. 140-156). En un primer momento, aquel del origen, el verbo divino se hacía mundo, las palabras y las cosas no se distinguen. Pero ese lenguaje se ha perdido en la vida alienada. La “idea” era precisamente esa ocurrencia donde el pensamiento arquetípico se torna real. Ese momento donde ya no hay nostalgia de lo perdido sino recreación del mundo que adopta primero su modelo en la redención y luego se radicaliza en la revolución.

Aunque el estudio sobre Las afinidades electivas esté organizado bajo la forma de tesis, antítesis y síntesis, el concepto de dialéctica en Benjamin posee una armadura muy distinta a la confiada metafísica de su fundido hegeliano. Tematiza el cambio histórico, pero en modos múltiples, antagónicos, con retrocesos, saltos y conflictos, sin destinos ni superaciones últimas. Reposa en los fragmentos, pero no es una micrología pues aspiran a construir el horizonte de la experiencia propia de las generaciones oprimidas. La certidumbre de que esa dialéctica se constituye -con matices que aquí no pueden ser examinados- en una peculiar “epistemología”, lo sugiere su relevancia para los trabajos consagrados a la crítica del arte como para su ambicioso proyecto de reconstitución de la experiencia de la modernidad en el París del siglo XIX. De esa riqueza sólo analizaré algunos tramos de la problemática histórico-filosófica abierta.[2]

En uno de sus primeros ensayos, “La vida de los estudiantes” (1914), encontramos los temas de la crítica a la historia tradicional, del mesianismo y la relación con el presente (GS, II, 1, pp. 75-87). Las indicaciones histórico-teológico-filosóficas juveniles contienen la mayoría de los tópicos posteriormente complejizados, que no provienen, pues, de la teoría marxista, sino de un sustrato teórico diferente. Veamos el texto:

Veamos el texto: Hay una concepción de la historia (Geschichtsauffassung) que, confiando en la infinitud del tiempo, sólo distingue el tempo de los hombres y las épocas, que avanzan rápida o lentamente por las vías del progreso. Tal posición coincide con la incoherencia, la falta de precisión y rigor de la exigencia que esa concepción impone al presente (Idem, p. 75).

La identificación de la comprensión histórica con la cual polemizar eras completa: establece claramente que la fórmula a combatir es la confianza en la necesariedad del progreso. No está claro, empero, si esa exigencia polémica tiene objetivos políticos, o si se trata de una “visión del mundo” diferente a la cuestionada.

Si los móviles teórico-culturales del joven Benjamin están vinculados a una búsqueda de sentido y no tanto a una militancia política propia de los tiempos posteriores a la Revolución Rusa y al ascenso del fascismo, la perspectiva defendida evoca más directamente los propósitos de los escritos tardíos.

La mirada historiadora descubre los esbozos de inquietud y crisis subyacentes bajo la cómoda cadencia de un tiempo futuro siempre mejor, esto es, del progreso y del desarrollo positivo. “El punto de vista que adoptaremos a continuación, en cambio”, escribe Benjamin,

sólo abarca un determinado estado de cosas en el cual la historia se halla concentrada en un único foco, tal como en las imágenes utópicas de los pensadores de todos los tiempos. Los elementos del resultado final no aparecen en ella bajo la forma de una amorfa tendencia hacia el progreso (als gestaltlose Fortschrittstendenz), sino que se encuentran profundamente implantados en el presente, aunque bajo la forma de creaciones e ideas más amenazadas (gefährdetste), desacreditadas y ridiculizadas (Ibidem).

Va de suyo, entonces, que la investigación histórica, la historiografía, apenas ayuda en tal sentido si se limita a reproducir, bajo un estrecho régimen empirista de la verdad, una facticidad que estuviera simplemente ida. La historia tradicional pretende reflejar, y así destruye. Para Benjamin,

Dar al estado inmanente de perfección la forma pura de lo absoluto, hacerlo visible y soberano en el presente, he aquí la misión de la historia. Pero tal estado no se deja atrapar por medio de una exposición pragmática de detalles (instituciones, costumbres, etc.); por el contrario, se sustrae a ella. Sólo se lo puede aprehender en su estructura metafísica, como en el caso del Reino mesiánico o la idea de la Revolución Francesa (Ibidem).

La meta es, entonces, enteramente práctica. Nada se dice aquí, explícitamente, de la erudición y la supuesta rigurosidad de la historiografía, sino en términos de sustracción a las mismas.

Estas posiciones tempranas resurgen una y otra vez en sus estudios, pero el replanteo global de sus consecuencias germina durante un cuarto de siglo. En esa espera, que es un tiempo de elaboración abierta o subterránea, la experiencia personal y política de Benjamin introdujo nuevos problemas. Precisamente, ese nuevo espacio de la experiencia acoge a los fragmentos “Sobre el concepto de historia” (1940). El texto tardío sobre la metodología correspondiente a ese concepto es la sección N de la Passagenwerk (GS, V, p. 570-610).

La lectura de las célebres tesis no puede detenerme aquí sino muy brevemente, pues las mismas han sido objeto de innumerables interpretaciones que sería imposible revisar. Sólo subrayo que la crítica benjaminiana de las concepciones teleológicas de la historia se entrecruza con la dirigida hacia el historicismo al enunciar una práctica de la historia en la cual la producción de saber se desliga de la matriz positivista para captar la voluntad de redención de las generaciones vencidas. Esa producción cognitiva afronta la tarea de edificar una concepción postpositivista del conocimiento histórico al postular la identificación con los vencidos como supuesto de un singular “materialismo histórico” en el que se pone en suspenso el dualismo y en consecuencia la exterioridad sujeto/objeto.

Según Habermas, Benjamin habría operado un salto injustificado entre la recuperación de una tradición de lucha (constitutiva de una experiencia vivida como movilizadora para la acción) y una práctica política que no se agota en la elección de un ethos combativo, sino que precisa otras instancias no puramente semánticas (HABERMAS, 1972). Es cierto que la reducción de lo político a la representación de un rechazo de la opresión y orientada por una voluntad revolucionaria no podría dar lugar, por sí misma, sin organización ni estrategia, a una transformación social; pero aquello a evaluar es la pertinencia de reclamar una subjetivación más potente neutralizada por el conformismo en el progreso inexorable. Aquí es donde es más justo realizar la crítica de Benjamin, sin que la pregunta por las insuficiencias de mantenerse únicamente en el plano metafísico del discurso sea inadecuada.

Se comprende entonces que el tiempo-ahora .Jetztzeit) sea el proceso mismo de la revolución y la intervención redentora de la historiografía materialista.

hegeliano

La práctica historiadora deseable es concebida por Benjamin bajo el régimen de la política: “La política ostenta el primado sobre la historia” (GS, V, 1, p. 490-491). Esta supremacía señala que un texto histórico no presupone una relación de contigüidad entre segmentos temporales. Del pasado al presente se podría postular una yuxtaposición dada por el transcurrir propio y objetivo del cosmos; del pasado al ahora (que es siempre nuestro) existe una relación de deseo, de requerimiento, de auxilio, que difiere de toda linealidad: “Mientras la relación del presente con el pasado es meramente temporal, continuadora, la relación del pasado con el ahora es dialéctica: no es un decurso, sino una imagen, algo que nos asalta” (GS, V, 1, p. 576-577).

El tiempo-ahora para Benjamin constituye el acontecimiento total de la historicidad: la transformación radical del mundo, la creación de la felicidad, la eliminación del sufrimiento, la venida del mesías, es decir, la revolución. Es una “mónada” que sintetiza y redime, en la pugna por la memoria, las injusticias sufridas. El pasado no está muerto. No es inerte. Interpela a los sujetos del presente. Quien sea indiferente de los mandatos legados, toma partido por los vencedores.

Con la revolución, la clase emancipadora se impone a la clase dominante y con ello toma revancha de las derrotas que una y otra vez se infligieron a sus antecesoras. Lo hace como abolición de las clases sociales. El tiempo-ahora, equivale al éxtasis de la revolución: “Es el salto del tigre al pasado, que sólo encuentra una arena en que manda la clase dominante. Ese mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico como Marx concibió la revolución” (GS, I, p. 701). Benjamin participa de la visión metafísica de la revolución, por la cual ningún rastro del pasado sometido quedaría luego de su irrupción. La homología del tiempo-ahora con la acción política consiste en la vinculación con el suceso novedoso de la revolución emancipadora. Mientras la historiografía conservadora y la clase dominante se regocijan en la permanencia de lo mismo, “la conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de la clase revolucionaria en el momento de su acción”. Lo que para la dirigencia socialdemócrata es el transcurrir de la evolución, para los sectores revolucionarios significa tomar el cielo por asalto, es hacer explotar la cadencia insoportable de la reproducción de lo mismo.

En Benjamin, el enfoque de lo mesiánico no corresponde a una veneración del pasado. En efecto, en una instancia religiosa de comprensión de la historia -al menos en el cristianismo- el futuro se halla definido en términos de meta establecida, pero el pasado es una sedimentación de enseñanzas y de autoridad. El pasado benjaminiano no contiene, como espacio de experiencias, ya la profecía del fin.

El interés por la historia, pues, consiste en que sale de la temporalidad dada (“objetiva”) para fundamentar una composición de lugar guiada por el ajuste de cuentas con los sucesores de los vencedores. Junto a ello, esa experiencia enseña el camino de la libertad que, sin embargo, todavía debemos recorrer sabiendo que el peligro nos espera en cada promesa. Y no es el devenir de la historia el que enseña el camino a seguir. La detención mesiánica de la temporalidad de la reproducción de lo mismo debe combatirse con una estrategia anti-historicista. En términos metódicos se genera una exigencia práctico-materialista: el constructivismo de la teoría, del montaje, del collage, de la acumulación de restos. Esto no puede ser resuelto solo especulativamente ni, como explicaré más adelante, en clave metafísica.

Ahora bien, ¿cuál es la especificidad histórica del pasado? Sin duda no que haya pasado. Si Benjamin aceptara esa definición estaría en contradicción: el pasado sería establecido en la instancia objetiva del tiempo cósmico y la historiografía tendría razones para reclamar un campo propio de análisis. La historicidad de Benjamin no corresponde con la facticidad. Por el contrario, es la aprehensión historiadora actual la que confiere de carácter histórico a la facticidad que únicamente es tal si pertenece a una concepción de la historia. La historicidad de un suceso es dada por el recuerdo realizado constructivamente en el presente. Por eso la filosofía de la historia de Benjamin es quizás más exactamente una teoría de la memoria que reconoce la necesidad de un trabajo o investigación historiográfico. Pero es un ejercicio de memoria injustificable sin una cierta identificación con los sujetos oprimidos del pasado. Y esa identificación no es meramente conceptual. Es también política y afectiva. En lenguaje psicoanalítico podríamos decir que se produce en un campo de transferencia. Es justamente esa transferencia la que habilita la vindicación como condición y producto de la operación historiográfica de corte benjaminiano.

Elaboraré rápidamente el concepto de vindicación con el que suplemento las tesis benjaminianas. En contraste con la reivindicación que asume como propias las vivencias y sentidos de los sujetos del pasado, la vindicación mantiene una distancia que no separa, sino que une. Porque la reivindicación oscila entre la identificación imaginaria con el otro, que es así el doble especular y la fuente del sí mismo, y la distancia radical de aquello que es diferente y puede ser así reconocido en su diferencia. En verdad, toda identificación imaginaria es parasitaria de una dualidad imposible que es a la vez binaria y unitaria. En cambio, la vindicación opera en el terreno de una identificación simbólica irreductible al par moderno sujeto/objeto. Su estructura es, por lo menos, ternaria. Existe una distancia entre el sujeto de conocimiento y el sujeto conocido, pero hay aún otra cosa: el lenguaje que atraviesa y conecta los horizontes de experiencia. Es también una distancia crítica porque ninguno de los términos de la identificación permanece indemne al proceso identificatorio. Por lo tanto, la vindicación es un ejercicio de selección, de representación, de ordenamiento en un doble sentido temporal y material. Requiere documentos, archivos, restos, textos e imágenes. No es “imposicionalista”, porque el imposicionalismo –inexorable deriva del llamado “narrativismo”– supone una tesis incompatible con la perspectiva de Benjamin: la creencia de que no hay un real de la historia, que el pasado carece de sentidos inmanentes, que el archivo está exento de productividad narrativa.

Una consecuencia de concebir el concepto benjaminiano de historia como uno que demanda un trabajo historiográfico de nuevo cuño para constituir un ejercicio de la memoria es que su meta vindicatoria pone en peligro, a la vez que funda, el mandato del pasado sobre el presente. Es un mandato de sentido doble (una tensión entre dos planos histórico-temporales), con una indudable carga teológica que la apelación al marxismo no consigue neutralizar. Mas es importante subrayar que la práctica de una historiografía benjaminiana no puede sostenerse solo en la metafísica. Prevalece en Benjamin una dimensión material, relativa a la manipulación y montaje de textos escritos, donde encuentra su plasmación la crítica del historicismo y de la historiografía tradicional. Recortar, copiar, traducir, mezclar. Son operaciones constitutivas, y no solo secundarias, relativas y subordinadas. Participan de un agenciamiento que propongo denominar “posthistórico” en la precisa medida en que difiere de la episteme perdurable de la historiografía académica.

Para profundizar este aspecto de la práctica material es imprescindible eludir dicotomías arcaicas como aquella que opone el sentido a la escritura, el significado al significante, la investigación a la literatura y el arte, la ciencia a la retórica. En la sección siguiente analizaré esta cuestión a propósito de materiales producidos por la escritora Tununa Mercado que, según mi análisis, exceden tales dicotomías.

Autobiografía y memoria posthistórica en Yo nunca te prometí la eternidad

Ahora avanzaré hacia un mayor esclarecimiento de la subversión de la distinción radical entre historia y memoria en Benjamin a partir de una casuística literaria que genera iluminaciones sobre el tipo de perspectiva postulada por el productor de la Passagenwerk. Es posible justificar este procedimiento desde una evaluación de la significación del concepto benjaminiano de historia, que no es totalizable como una teoría o pensamiento acabado (incluso en el inacabamiento de una obra inconclusa, pues perfectamente se podría postular que en el estado fragmentario todavía es reconocible una figura conceptual en proceso de edificación), sino que se revela en la producción de usos político-culturales.

Esta posición se sigue de una convicción sobre la esterilidad de una interminable rumia conceptual de los textos benjaminianos. Se percibe una “productividad decreciente” de la exégesis de la textualidad benjaminiana, el agotamiento de una hermenéutica poco afín al enfoque de Benjamin, pues sus escritos permanecen estabilizados y sometidos a “lecturas” que no los modifican. Justamente, esto muestra que la producción de una interpretación de la obra tardía de Benjamin abre el espacio para una vindicación. Es lo que se observa en una obra como la novela Yo nunca te prometí la eternidad, de la escritora argentina Tununa Mercado, nacida en la ciudad de Córdoba en 1939.

La novela es una derivación de un pasaje del texto En estado de memoria (1990), en el que Tununa Mercado elabora un relato sobre sus experiencias del exilio mexicano durante los años de la última dictadura militar argentina. Dada la limitada disponibilidad de espacio, en este trabajo es imposible avanzar en una lectura minuciosa de esta obra precedente a la que me interesa. Únicamente diré que allí se construye y narra los avatares del exilio en México. Es un ejercicio autobiográfico inscripto en una experiencia que no fue solo individual. Por otra parte, aunque no me detendré extensamente sobre este libro de 1990, es significativo que uno de los impulsos para la reflexión sobre la experiencia reciente vivida y sus conexiones con otros momentos históricos difíciles fueran fotografías conservadas por sus padres de campos de concentración nazis, documentos interpelantes, herencias y preguntas que tras un periodo de reserva regresan y suscitan la escritura (MERCADO, 1990, p. 62).

Mercado interviene así en el panorama argentino en que narrativa y referencia histórica se entremezclan y contaminan, constituyéndose como fuente y relato de un pasado vivido y compartido. Del exilio se destaca las tareas y vivencias de la Comisión Argentina de la Solidaridad, en la que se “pegó” Pedro, un refugiado español pero también francés y centroeuropeo. De Pedro escribe Mercado:

Daba la impresión de que él hacía de este modo [al ‘pegarse’ a un grupo de exiliados] una suerte de ejercicio de sensibilidad, es decir, una puesta a prueba de los viejos traumatismos que marcaban su existencia; ponía de nuevo a funcionar un sistema de reflejos de solidaridad y de fusión con los marginados en el que, era de suponer, había sido formado desde niño (MERCADO, 2005a, p. 106).

La “historia” de Pedro lo había hecho “un ser susceptible y obsesivo”. Sus padres, con el niño, habían salido precipitadamente de París ante la ocupación alemana en 1940. Lo hicieron separadamente, el padre por un lado, la madre y el hijo por otro. En la confusión de la huida, madre e hijo son separados por circunstancias propias del escape y el hostigamiento alemán. Más tarde, la madre reencuentra al hijo, quien sin embargo ha sufrido ya las secuelas “irreparables” de la desaparición. Entonces logran emigrar a México, acompañados por el padre. Mercado plantea que la condición exilar provoca una “reproducción del vacío” que impulsa al adulto Pedro a acercarse a otros exiliados, esta vez argentinos, aunque haberlo hecho con los uruguayos o chilenos en la misma época. Coexistir con exiliados es un “ejercicio de la faltancia” (MERCADO, 2005a, p. 110).

En la obra posterior, Yo nunca te prometí la eternidad, Mercado aborda una deuda contraída subjetivamente con el acelerado espacio concedido a Pedro y su historia en En estado de memoria. Ahora se embarca en una escritura que navega entre la restitución de un pasado de exilio y solidaridad, entre la imaginación de la experiencia y la vindicación de un muerto. Una investigación permite a Mercado disponer de un “archivo” de textos, cuadernos y cartas, de la madre de Pedro. Sonia, tal el nombre de la madre de Pedro, emerge como sujeto de la narración. La autora opera una identificación nítida con aquella mujer de preocupaciones intelectuales y políticas que debe marchar al exilio. También aparecen el propio Pedro y Ro, el padre también militante y nómade. Mercado elabora un fresco de la experiencia de judíos de izquierda en la Europa ocupada por el nazismo.

Entre los pliegues de la obra surge un Walter Benjamin que no termina jamás por declarar su presencia. Permanece como un “WB” en las notas a veces un tanto crípticas de Sonia. La hipótesis de lectura de Mercado impregna su texto de un paralelismo entre una familia separada (madre, madre e hijo a la deriva, pero finalmente salvados por la suerte, por cierta solidaridad y por la receptividad mexicana hacia los exiliados) y un escritor que acabará suicidándose en Port Bou ante la negativa española a conceder el paso y, por ende, la previsible entrega al ocupante alemán. El dolor por la muerte se pliega a la voluntad de una reparación a través de la identificación con Benjamin, desde un lugar otro que es el de la narradora. La posición de ésta no es de identificación imaginaria pues confiesa una vacilación ante la experiencia de Benjamin, en la que opera un desfasaje de situación y género, de tiempo y realidad. Pero tampoco es la extrañeza radical, en parte por la condición y marca dejada por el exilio político, en parte por la voluntad expresa de reparar un daño no obstante irreparable. La construcción literaria de Mercado no es imposicionalista. Admite un real indomesticable por la representación en apariencia todopoderosa.

Los pasajes dedicados a Benjamin en Yo nunca te prometí la eternidad son importantes, pero no avanzan sobre la presencia, también calada por una identificación parcial, con Sonia.

Los momentos en lo que Benjamin aparece, están matrizados por una problemática benjaminiana. Sólo que en este caso es el propio Benjamin el vencido, el aniquilado por una situación que lo conduce al suicidio. Pero, en rigor, si es cierta que la vindicación atraviesa la concepción de la memoria y la historia en Benjamin, cómo es posible ponerla en acción cuando la muerte ha yugulado una vida y cortado el hilo de la historia. Es sabido que para Benjamin el planteo revolucionario inaugura una redención que establece una (post)historia agonística, en la cual la llegada del “mesías” vindica las derrotas pretéritas. ¿Cómo tornar eficaz esta idea de la historia cuando la noción de revolución está en duda o en crisis?

Es aquí donde la novela aquí analizada muestra en acto una novedad de la que es factible extraer consecuencias teóricas, a saber, que edifica una memoria posthistórica de vindicación. En otras palabras, a través de la evocación del propio Benjamin se construye un espacio literario en el que la aventura de la huida no es pura pérdida y derrota. La peligrosa experiencia del escape de la muerte no concluye definitivamente en la destrucción de Benjamin como personaje novelesco, pues su trayectoria es compartida por sus amigos, Sonia y Ro, y alimenta la imaginación de Mercado en su esfuerzo por encontrar una solución narrativa a un dilema político y epistemológico: ¿cómo representar la historia de los vencidos sin condenarlos a la tragedia de su derrota inexorable? Todo el libro de Mercado es una apuesta de redención que no puede ser sólo retrospectiva, pues la autora está implicada en los circuitos de representación y en la terapéutica de una memoria posthistórica que se revela ante la clausura de un porvenir liberado.

La muerte no es para los vencidos un destino. Siempre existe la posibilidad de contar la historia de maneras comprometidas. Ello implica el reconocimiento de poder ser narradas de otra manera, pero también el poder ser relatadas por otros.

El texto de Mercado es útil para articular aún otra circunstancia de la lectura actual de Benjamin. Es la evidencia de que su propia historia, su biografía y su muerte, han devenido una misma realidad en la lectura de su obra tardía. La convergencia en la narrativa de Yo nunca te prometí la eternidad es un caso de correspondencia entre experiencia histórica y construcción teórica e historiográfica. Pero al mismo tiempo, y aquí reside probablemente el interés de la obra citada, es evocable en una época diferente, alejada de la Europa en guerra. Al concurrir a una cita en circunstancias modificadas, por ejemplo con la trama de una dictadura argentina y un exilio mexicano que se introducen en la narración por la declaración de la autora que remite a una obra anterior sobre el tema, es sometida a nuevas demandas de lectura, a nuevos pactos de interpretación.

La vindicación como operación de evocación histórica-mnémica persiste en un tiempo de historia no teleológica. Quizá sea posible ir más allá, y postular, gracias a lo que nos permite percibir el uso realizado por Mercado, que la relevancia del pensamiento posthistórico de Benjamin se torna más claro y eficaz en nuestro presente. En efecto, el nuevo siglo y milenio, concluida la travesía de un siglo de revoluciones y contra-revoluciones, ilumina con nuevos destellos una noción de historia que es concepto y sentido de un devenir contingente y peligroso.

Sostuve que la noción de historia en Benjamin se presenta como teoría de la memoria en el seno de una propuesta radicalmente innovadora sobre el quehacer historiográfico. Ahora añado que se extiende sobre otras prácticas de la significación en los “géneros confusos” de nuestra época. Por caso, sucede con la literatura, que no es ya necesariamente la invención de imágenes despreocupadas de todo compromiso con la historia. En la literatura se dirime también una dimensión de la vindicación que no acepta las derrotas de los sujetos de la identificación y la transferencia. En efecto, la identificación en la vindicación no es algo así como una patente de corso que habilita cualquier incursión libre de responsabilidad. Sin duda no es una responsabilidad atenida a una verdad correspondentista o a una idea de objetividad absoluta. Pero acepta la divergencia entre la experiencia histórica y las representaciones que como sujetos simbólicos estamos condenados a producir. La historiografía es sólo una de las prácticas en las que se formula la producción de saberes adecuados a una memoria posthistórica. Como tal, posee una regulación sometible a revisiones y transformaciones, pero también a acuerdos sobre los protocolos adecuados para la elaboración de saberes. Entre otras prácticas, la literatura y la cinematografía son campos de producción simbólica alternativas, o a veces complementarias, y por que no antagónicas, en la lógica abierta de una concepción de la vindicación que no ha cedido su relevancia.

Por el contrario, la importancia que continúan manifestando los estudios sobre Benjamin es inseparable de una evaluación de la “época” actual, a saber, la del triunfo del capitalismo. Ante esa victoria, aparentemente inapelable, ¿qué hacer con las generaciones pasadas que lucharon por una realidad diferente? ¿Nuestro presente confirma que la loza que cubre su memoria está definitivamente afirmada por la jactancia de los vencedores? En el caso argentino que opera con fuerza en la generación del relato de Tununa Mercado: ¿la herencia indeleble de la dictadura militar constituye una realidad maciza e inmodificable en las muertes y persecuciones ejercidas?

La pertinencia de una perspectiva crítica y emancipatoria, como la de Benjamin, no puede ser derivada de la estructura misma de la realidad, del estado de la situación. Porque dicha perspectiva no está cerrada y terminada, acabada con la muerte. La muerte misma puede ser resignificada en la construcción de nuevas series y elevada a problema estético-político. Esa operación deja de ser arbitraria cuando la evocación del pasado produce nuevas significaciones, y acarrea una responsabilidad en la creación. Esta pone en cuestión el derecho a operar despreocupadamente con el anacronismo inevitable de toda representación del pasado. La transferencia con ciertos sujetos del pasado es una apuesta que implica riesgos. La problematización de una dicotomía radical entre una memoria arbitraria y una historiografía rigurosa, antes que lanzarse al ruedo simplificador de un narrativismo “literario”, introduce la responsabilidad en los entresijos del quehacer historiador, del estético (aquí visto velozmente el plano literario ligado a una autobiografía situada en una compartida experiencia exiliar) y del teórico.

Quiero introducir aquí un sesgo en la materialidad de una genealogía posible, articulada en referencias autobiográficas de Mercado, afines a la tensión autobiográfica individual y colectiva, presente en sus textos. Es inhallable en Mercado la pretensión de plena soberanía sobre su propia actividad. Ese es también un rasgo del “historiador materialista” benjaminiano.

Entre el 27 de octubre y el 3 de noviembre se desarrollaron en Montevideo, más precisamente en el Museo Blanes, las cuatro jornadas del Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres. La última de las secciones del Encuentro fue dedicado a las “memorias vivas”. Fueron convocadas agrupaciones de escritoras como el Colectivo “Memoria para armar”, núcleos de difusión como Doble Click Editoras, y las autoras Cristina Bausero, Melisa Machado, Magdalena Helguera, en otras, a las que se sumó la argentina Tununa Mercado. La contribución de Mercado se intituló “Escribir cincuenta años después”. Su tema fue el de su ingreso a la escritura y una reflexión a propósito de una práctica que sería inadecuado, siguiendo la reconstrucción de la autora, remitir a un origen ideal o solo imaginativo. Las claves iniciales de la “novela de aprendizaje” propuesta por Mercado -que en consecuencia no confundo con el sueño historiográfico tradicional de la restitución de “lo que realmente ocurrió”- son la copia y el registro.

Un momento fundador es la copia, ese ejercicio que se amalgama con el aprendizaje escolar. La redacción de cartas de amor, por entonces toda una pequeña industria en la educación sentimental de las y los jóvenes, fue en ocasiones un modo de ingreso al plano de la escritura: “Entre 1950 y 1955 transcurrió mi adolescencia. Allí aparecieron otras formas de escritura [que la copia]: las cartas para novios y el diario íntimo. Mi hermana se pasaba haciendo cartas de amor para uso epistolar de sus amigas” (MERCADO, 2005b, p. 404). Asociado a las cartas amorosas estaba el diario íntimo, un artefacto de autocompresión y memoria de la experiencia en la que se constituía un sí mismo solo parcialmente formado. La propia Mercado rememora su relación con el diario empleando criterios a posteriori:

Escribía un diario íntimo en un cuaderno de hojas sin rayas, lisas. Lo encontré hace cuatro años: rompí cuidadosamente esas páginas para que no quedara ni una coma de ese transcurrir melodramático, plagado de sufrimientos, vacilaciones adolescentes, contrariedades amorosas; era una calamidad. Pero estaba escrito, incluso con una que otra frase rescatable (MERCADO, 2005b, p. 404).

Tales “calamidades”, de las que se rescatan algunas frases, fueron tal vez, y sobre todo, tránsitos performativos, en los cuales la generación de textos introduce una instancia simbólica cuya autonomía habilita el reconocimiento de lo que antes no estaba presente. Más adelante en su rememoración, Mercado recuerda haber redactado en sus estudios universitarios una monografía sobre Domingo F. Sarmiento. Primero la escribió a mano y luego la transcribió a máquina. Al respecto puntualizó:

A medida que copiaba con los dos dedos medios muy lentamente, mi borrador escrito a mano, me daba cuenta, que me salía del esquema previo, que la letra a máquina se independizaba del acto de copiar y que se correspondía con lo que pensaba, si es que realmente pensaba, teniendo en cuenta que es casi imposible separar el pensar del escribir. (...) Solo treinta años después, o más, acepté sin margen de error que esa fue la primera vez que realmente escribí (MERCADO, 2005b, p. 404-405)

Otro momento práctico-materialista se plasma, siempre según su reconstrucción, en el quehacer de traductora, tarea calificada por ella misma como la “forma superior de la copia”. Esa elaboración del texto remitía a otro rasgo constitutivo en su experiencia: “la incapacidad para trabajar una ‘ficción’ que me obligaría a sacrificar el documento, el testimonio, la biografía o la autobiografía” (MERCADO, 2005b, p. 405). Todos estos géneros en apariencia no ficcionales son los que se entrecruzan y fecundan en la escritura que he encuadrado dentro de las frágiles iluminaciones benjaminianas para acercarlas a ejercicios críticos de la historiografía. Gina Saraceni lo ha dicho con palabras adecuadas:

la escritura de Mercado se desplaza entre géneros distintos –el relato, la reflexión crítica y teórica, el autoanálisis, el ensayo, la ficción autobiográfica, la anécdota, el diario, la memoria- y, desde esta indefinición discursiva, arma y desarma la historia de una voz que es también la historia de las múltiples versiones de su experiencia como sujeto (SARACENI, 2006).

Finalmente, me interesa ponderar un aspecto de esa “incapacidad para la ficción”. La interpreto como una distancia con la ideología de la autonomía de la creación artística. Contra el proyecto como llamado “interior” a la edificación de una criatura radicalmente nueva y en gran medida au-dessus de la mêlée. Del mismo modo que ocurre al “historiador materialista” de Benjamin, son otros sujetos, otras generaciones, las que interrogan a la escritura y constriñen a un trabajo “literario”. Nos hallamos ante la heteronomía esencial del proceder creativo ya no atenazado en los horizontes epistemológicos de la reconstrucción y de la prescindencia “crítica” señalada por Hans-Georg Gadamer contra la “falta de prejuicios”:

Escribo acompasadamente, casi siempre, hasta ahora, con materiales que han surgido de historias heredadas por gente que considera que yo tengo que contarlas. Recojo esos legados y los escribo a la par, como si los completara. A veces son mis propios legados. Es decirse, atesoro objetos, presencias, relatos inconclusos, los escribo, los sufro, los sueño y escojo el que me produce esa imponderable deseo de responder a su llamado: ‘escríbeme’ (MERCADO, 2005b, p. 405).

Esta sección del trabajo propuso una traslación de la problemática benjaminiana, caracterizada como la revisión de la historiografía en términos de una memoria posthistórica comprometida con una materialidad metódica. La deuda contraída por Mercado en En estado de memoria genera la textura de Yo nunca te prometí la eternidad como ejercicio de recolección, invención y rememoración de la experiencia exiliar. Los rasgos autobiográficos de ambos escritos, trazados en conexiones con otras trayectorias, con otros tiempos, expuso el carácter constructivo, pero no solo impuesto exteriormente, a la materialidad de un esfuerzo por rememorar fuera de los cauces de una historiografía resistente a hacer el duelo de los cánones epistemológicos del siglo XIX.

Conclusiones

El presente trabajo se propuso desarrollar los matices de un problema: la dificultad de la historiografía, en sus versiones nacionales y globales, para lidiar con las limitaciones de su formación epistémica datada hace aproximadamente dos siglos. No se trata de negar la relevancia de una tarea reconstructiva de lo que realmente ocurrió. Ni de desdeñar la importancia asignada a la documentación y la perspectiva vinculada a la producción de conocimiento científico (el autor del presente artículo es un historiador practicante con base institucional en una universidad). El objetivo es más bien ponderar la urgencia de modificar, en algunos aspectos radicalmente, las restricciones de la historiografía “normal” para plantear cuestiones vinculadas a la vida colectiva.

La oposición entre conocimiento y estética, entre sujeto y objeto, entre arbitrariedad y objetividad, entre historiografía y memoria, entre otras, requiere una profunda revisión que, considerado en el mediano plazo, revela un conservadurismo raigal de la “ciencia histórica”. Según he observado previamente, ese conservadurismo coexiste con una flexibilidad a incorporar programas de investigación de índole alternativa a los protocolos vigentes, neutralizando sus sentidos innovadores.

Los escritos de Tununa Mercado convocados en esta argumentación no son contrapuestos a la historiografía. En realidad, la práctica literaria de Mercado excede la dicotomía entre una ficción literaria autonomizada versus una investigación científica que se atarea con documentos, reflexiona sobre sus límites y posibilidades. En unas páginas recuperadas en el volumen Narrar después, Mercado confiesa la resiliencia de los materiales que se resisten a entregar sus sentidos. Son “remanentes” activos que “hacen difícil el avance” en la escritura (MERCADO, 2003, p. 19). Las dimensiones autobiográficas de sus textos están atravesadas por interrogaciones históricas y relativas a la memoria. Pero también se comunican con planteos propiamente históricos vinculados con las experiencias traumáticas, los exilios y los recuerdos. Conversan con las propuestas desarrolladas por Walter Benjamin en las meditaciones teóricas y metódicas derivadas de su estudio sobre la modernidad en la París del siglo XIX. De conjunto, este artículo procuró desplegar conceptos y textos en una tarea postergada: la revisión de la historiografía como dispositivo de saber pero también como práctica estético-política.

Materiales suplementarios

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Bibliografía

Benjamin, Walter. Gesammelte Schriften. Francfort del Meno: Suhrkamp, 1975-1982.

Habermas, Jürgen. Crítica conscienciadora o crítica salvadora (1972). In:Perfiles filosófico-políticos. Madrid: Taurus, 2000.

Löwy, Michael. Advertissement d’incendie: Une lecture des thèses sur le concept d’histoire. París: PUF, 2000.

Mercado, Tununa. En estado de memoria. Buenos Aires: Ada Korn Editora, 1990.

Mercado, Tununa. Narrar después. Buenos Aires: Beatriz Viterbo, 2003.

Mercado, Tununa. Yo nunca te prometí la eternidad. Buenos Aires: Planeta, 2005a.

Mercado, Tununa. Escribir cincuenta años después. In: Melba GUARIGLIA y otros, eds., La palabra entre nosotras: Actas del Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2005b.

Moreiras, Alberto. La traza teórica en Tununa Mercado. In:Tercer espacio: Literatura y duelo en América Latina. Santiago: Universidad Arcis, 1999, p. 389-397.

Mosès, Stéphane. El ángel de la historia: Rosenzweig, Benjamin, Scholem. Madrid: Cátedra, 1997.

SARACENI, Gina A. El Malestar de la Escritura: Notas sobre Tununa Mercado. Núcleo, 2006, vol.18, no.23, p. 211-226.

Steimberg, Michael. Walter Benjamin and the Demands of History. Ithaca: Cornell University Press, 1996.

Notas

[1] W. Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels, en Gesammelte Schriften [en adelante GS], vol. I, parte 1, pp. 203-430. Sobre la importancia del prólogo, ver Stéphane Mosès (1997).
[2] Para discusiones más extensas, véase Michael Steimberg (1996) y Michael Löwy (2000).

Notas de autor

i Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (París). Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. E-mail: omaracha@gmail.com. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-4358-9121.

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