MEMORIA POSTHISTÓRICA Y AUTOBIOGRAFÍA EN
TORNO A YO NUNCA TE PROMETÍ LA ETERNIDAD
DE TUNUNA MERCADO
Omar
Acha[1]
Resumen: La revisión de los horizontes culturales de la historiografía es una
tarea pendiente. La aparición de numerosos desafíos internos y externos a la
doxa erudita, reconstructiva de lo que realmente fue y sostenida en una
distancia con el objeto, no ha transformado el núcleo epistemológico de la
“ciencia histórica”. La escritura de Tununa Mercado
en su obra Yo nunca te prometí la eternidad es la instancia elegida
para abrir el horizonte de una relación con la experiencia histórica ajena a
las premisas de autonomía y objetividad propias de la historiografía dominante
en la producción universitaria. La reflexión de Walter Benjamin
proporciona elementos hábiles para anticipar rasgos de tal horizonte, el que
no es externo a la materialidad de la escritura propia de los textos de Tununa Mercado.
Palabras clave: memoria
posthistórica; autobiografía; literatura; Tununa
Mercado; Walter Benjamin.
Memória pós-histórica e autobiografia ao redor de Yo nunca te
prometí la eternidad de Tununa Mercado
Resumo: A revisão dos horizontes culturais da
historiografia é uma tarefa pendente. O surgimento de inúmeros desafios
internos e externos à doxa erudita, reconstrutiva do
que ela realmente era e mantida à distância do objeto, não se transformou o núcleo
epistemológico da “ciência histórica”. A escrita de Tununa
Mercado em sua obra Nunca te prometi a eternidade é a instância
escolhida para abrir o horizonte de uma relação com a experiência histórica
alheia às premissas de autonomia e objetividade típicas da historiografia
dominante na produção universitária. A reflexão de Walter Benjamin fornece
elementos hábeis para antecipar características de tal horizonte, que não é
externo à materialidade da escrita típica dos textos de Tununa
Mercado.
Palavras-chave: memória pós-histórica; autobiografia; literatura; Tununa Mercado;
Walter Benjamin.
Posthistoric Memory and Autobiography around Yo nunca te prometí
la eternidad by Tununa Mercado
Abstract: The revision of the cultural horizons of historiography is a pending task.
The appearance of numerous internal and external challenges
to the erudite
doxa, reconstructive of what it really
was and maintained at a distance from the object, have
not transformed the epistemological core of “historical science”. The writing of Tununa
Mercado in her work I never promised you eternity is the instance
chosen to open the horizon of
a relationship with the historical experience alien to the premises
of autonomy and objectivity typical of the
dominant historiography in
university production.
Walter Benjamin's reflection
provides skillful elements to anticipate
features of such a horizon, which is not
external to the materiality of the writing
typical of Tununa Mercado's texts.
Keywords: Posthistorical Memory; Autobiography; Literature; Tununa Mercado; Walter Benjamin.
SECAO01
La resiliencia
cultural de la historiografía
La
historiografía ha seguido un itinerario prolongado desde su configuración
científica propia de la “modernidad”. Si es convincente sostener que fue en el
siglo XVIII cuando comenzó a definir su autonomía respecto de la repetición
cíclica -soporte de la historia magistra vitae en la Antigüedad- y de
una voluntad trascendente que oficiara de Providencia, fue durante el siglo
XIX que alcanzó un perfil epistemológico e institucional. Sus rasgos
centrales, no siempre necesariamente consistentes entre sí, fueron a) una
versión correspondentista de la verdad, b) la
exigencia de documentación de archivo, c) el realismo narrativo, d) el
antropocentrismo en la agencia práctica, e) la publicidad de la circulación de
relatos en competencia, y la soberanía validatoria
en manos de la cofradía de historiadores practicantes.
Sometida a
numerosas crisis y replanteos durante el siglo XX, sin embargo, esa
composición central de la formación epistémica de la historiografía ha
sobrevivido hasta el presente. La ciudadela historiográfica ha resistido todos
los ataques. Las reformas acontecidas, a menudo identificadas con “escuelas” o
autores inusuales, han sido incorporadas sin mayores mutaciones en los rasgos
antes mencionados.
En efecto,
cada uno de sus aspectos ha sido desafiado de diversas maneras. La historia
virtual, el narrativismo filosófico y los múltiples
giros (turns) que interpelaron a la “ciencia
histórica”, quisieron mucho más que ampliar el campo de la historiografía.
Desearon transformar sus supuestos elementales. Sin embargo, luego de al menos
un siglo de travesía historiográfica, contra lo afirmado por Peter Novick para el caso norteamericano en Ese noble sueño,
es posible sostener que el núcleo dominante en las universidades mantuvo sus
rasgos decimonónicos. Algunas instituciones orientadas a la innovación,
denominadas con los emblemas vanguardistas de advanced
studies o hautes études,
no han logrado torcer el rumbo. El conjunto, rearticulado en tal o cual
aspecto, perdura. Lo llamativo reside en que la periódica emergencia de
novedades, como la microstoria o la history from below, es gradualmente incorporada en la “ciencia
normal”.
De allí que
las problematizaciones de la historia más radicales, menos atenidas a los
protocolos tradicionales, provengan de prácticas ajenas a la historiografía o
autónomas respecto de la ciencia histórica. Por ejemplo, la cinematografía,
sea ficcional o documental, genera artefactos representacionales desafiantes.
El que interesará a este trabajo proviene de la literatura.
El propósito
del estudio consiste en mostrar la viabilidad de una construcción literaria en
diálogo, no solo utilitario, con la reflexión filosófica de una historiografía
“materialista” tal como comenzó a desarrollar Walter Benjamin
en su proyecto de una historia de la modernidad en el París del siglo XIX. El
dispositivo literario elegido para desplegar el planteo es el libro de la
escritora latinoamericana Tununa Mercado, Yo
nunca te prometí la eternidad, aparecido en 2005. Mixtura de documento,
ejercicio de memoria, narración imaginativa, reflexión autobiográfica y
metáfora de la historia, el libro de Mercado es fundamentalmente una operación
de escritura.
En
la primera parte de este
trabajo argumentaré las
razones conducentes a detectar en
el pensamiento tardío de Walter Benjamin una recomposición de la
aparente divergencia entre historiografía
y memoria. Esa conclusión
se deriva de una peculiar manera “no historicista” de concebir
la temporalidad histórica en el cruce
del materialismo histórico y el
mesianismo judío. De allí que política y redención constituyan dos nociones
vinculadas con la de
“historia”, anudando una propuesta
de activismo de la memoria
según la cual una
reescritura del pasado orientada a la
identificación con los vencidos constituye una práctica de vindicación. Hasta ese momento, el presente escrito no reclama
mayor originalidad en el concierto de los estudios benjaminianos
cuya lectura, es sabido, es ya inabarcable. En todo caso, enfatizo sobre
aspectos relevantes para el seguimiento de la argumentación posterior .
Una vez establecida
la interpretación de Benjamin,
la segunda parte del trabajo avanza
sobre los usos de la literatura y la historia en
una obra literaria, la
novela Yo nunca te prometí
la eternidad, de la escritora
y traductora argentina Tununa Mercado.
La relevancia de este texto para la
interpretación de la concepción benjaminiana de una “historia” liberada del historicismo
reside
en que muestra una eficacia singular, pero reveladora, de la
fluencia operada por Benjamin entre historiografía y memoria, abriendo
el horizonte de otras prácticas de significación como la literaria. Hace un tiempo Alberto Moreiras
puntualizó la significación e interés teóricas en los escritos de Mercado
(MOREIRAS, 1999).
A partir de allí, argumento que el pensamiento benjaminiano permite “usos” de una perspectiva
en que la situación histórica y el destino
de derrota son puestos en suspenso en la trama de una narración. De
este modo, en las
conclusiones propongo el
concepto de “memoria posthistórica” para dar cuenta de empleos de la presencia teórica de Benjamin en
la política de la historia operante en nuestra época tal como es documentable en la prosa de Tununa
Mercado.
SECAO02
Benjamin, entre la memoria y la
crítica de la
historiografía
La
morfología goethiana es el suelo donde Benjamin urde una comprensión plástica
de lo histórico. No solo extrae de allí su mirada dialéctica (en contraste con la hiper-racionalista heredada de Hegel), sino que también deriva de esa fuente la noción de “idea” que sostiene
su epistemología semiótica. Idea designa en Benjamin
lo originario, lo perdido, y lo que debe ser recuperado. No es por azar que el
texto donde esa noción es fundamentada, el “Erkenntniskritische Vorrede” del estudio sobre drama barroco alemán, esté encabezado por una cita de los materiales en torno a la teoría
de los colores de Goethe.[2]
La precedencia del lenguaje sobre la filosofía de la historia se basa en la
onto-teología de las palabras donde se nutre su imaginación histórica (GS,
II, 1, pp. 140-156). En un primer momento, aquel del origen,
el verbo divino se hacía mundo, las palabras y las cosas no se distinguen. Pero ese lenguaje se ha perdido en la vida alienada. La “idea”
era precisamente esa ocurrencia donde el pensamiento arquetípico se torna real. Ese momento donde ya no hay nostalgia de lo perdido sino recreación
del mundo que adopta primero su modelo en la redención y
luego se radicaliza en la revolución.
Aunque
el estudio sobre Las afinidades electivas
esté organizado bajo la forma de tesis, antítesis y síntesis, el
concepto de dialéctica en Benjamin posee una armadura muy distinta a la confiada
metafísica de su fundido hegeliano. Tematiza el cambio histórico, pero en modos múltiples, antagónicos,
con retrocesos, saltos y conflictos, sin destinos ni superaciones últimas.
Reposa en los fragmentos, pero no es una micrología pues aspiran a construir el horizonte de la
experiencia propia de las generaciones oprimidas. La certidumbre de que esa dialéctica se
constituye -con matices que aquí no pueden ser examinados- en una peculiar “epistemología”, lo sugiere su relevancia
para los trabajos consagrados a la crítica del arte como para su ambicioso
proyecto de reconstitución de la experiencia de la modernidad en el París del
siglo XIX. De esa riqueza sólo analizaré algunos tramos de la problemática
histórico-filosófica abierta.[3]
En
uno de sus primeros ensayos,
“La vida de los estudiantes”
(1914), encontramos los temas de la
crítica a la historia tradicional, del mesianismo y la relación con
el presente (GS,
II, 1, pp. 75-87). Las indicaciones
histórico-teológico-filosóficas juveniles contienen la mayoría
de los tópicos posteriormente complejizados,
que no provienen, pues, de
la teoría marxista, sino
de un sustrato teórico
diferente. Veamos el
texto:
Hay una concepción de la historia (Geschichtsauffassung) que,
confiando en la infinitud del tiempo, sólo distingue el tempo de los hombres y las épocas, que avanzan rápida o lentamente por las
vías del progreso. Tal posición coincide con la incoherencia,
la falta de precisión y
rigor de la exigencia que esa concepción impone al
presente (Idem, p. 75).
La identificación
de la comprensión
histórica con la cual polemizar eras completa: establece claramente que la
fórmula a combatir es la confianza en la
necesariedad
del progreso. No está
claro, empero, si esa exigencia polémica tiene objetivos políticos, o si se trata
de una “visión del mundo” diferente a la cuestionada.
Si los móviles teórico-culturales del joven Benjamin están vinculados a una búsqueda
de sentido y no tanto a una militancia política propia de los tiempos posteriores a la Revolución Rusa y al ascenso del fascismo, la perspectiva defendida evoca más directamente
los propósitos
de
los escritos tardíos.
La mirada historiadora descubre los esbozos
de inquietud y crisis subyacentes bajo la cómoda
cadencia de un
tiempo futuro siempre
mejor, esto es, del progreso y del desarrollo positivo. “El punto
de vista que adoptaremos a continuación, en cambio”, escribe
Benjamin,
sólo abarca un
determinado estado de cosas en el
cual la historia se halla concentrada en un único foco, tal como en las imágenes
utópicas de los pensadores de todos los tiempos. Los elementos del resultado final no aparecen en ella bajo la
forma de una amorfa tendencia hacia el progreso (als gestaltlose Fortschrittstendenz),
sino que se encuentran profundamente implantados en el presente, aunque bajo la forma de creaciones e ideas más amenazadas (gefährdetste), desacreditadas y ridiculizadas
(Ibidem).
Va de suyo, entonces, que la investigación histórica, la historiografía, apenas ayuda en tal sentido si se
limita a reproducir, bajo un
estrecho régimen empirista
de la verdad, una facticidad que estuviera simplemente ida. La historia
tradicional pretende reflejar, y así
destruye. Para Benjamin,
Dar al estado inmanente
de perfección la forma
pura de lo absoluto, hacerlo
visible y soberano en el presente, he aquí la misión
de la historia. Pero tal
estado no se deja atrapar
por medio de una exposición
pragmática de detalles (instituciones,
costumbres, etc.); por el contrario, se sustrae a ella. Sólo se lo puede aprehender
en su estructura
metafísica, como en el
caso del Reino mesiánico o
la idea de la Revolución Francesa (Ibidem).
La meta es, entonces,
enteramente práctica. Nada
se dice aquí, explícitamente, de la erudición y la supuesta rigurosidad de la historiografía, sino en términos de sustracción a las mismas.
Estas posiciones tempranas resurgen una y otra vez en sus estudios, pero el replanteo global de sus consecuencias
germina durante un cuarto de siglo.
En esa espera, que es un tiempo de elaboración abierta o subterránea, la experiencia personal y política de Benjamin introdujo
nuevos problemas. Precisamente, ese
nuevo espacio de la experiencia acoge a los fragmentos “Sobre
el concepto de historia”
(1940). El texto tardío
sobre la metodología correspondiente a ese concepto
es la sección N de la Passagenwerk (GS, V, p. 570-610).
La lectura de las célebres tesis no puede detenerme aquí sino muy brevemente, pues las mismas
han sido objeto de innumerables
interpretaciones que sería
imposible revisar. Sólo subrayo que la crítica benjaminiana
de las concepciones
teleológicas de la historia
se entrecruza con
la dirigida hacia el
historicismo al enunciar una práctica de la historia en la cual la producción de saber se desliga de la matriz
positivista para captar la voluntad
de redención de las generaciones vencidas. Esa producción
cognitiva afronta la tarea
de edificar una concepción postpositivista
del conocimiento histórico
al postular la identificación
con los vencidos como supuesto de un singular
“materialismo histórico” en el
que se pone en suspenso el dualismo y en consecuencia la exterioridad sujeto/objeto.
Según
Habermas, Benjamin habría operado un salto injustificado entre la recuperación de una tradición de
lucha (constitutiva de una experiencia vivida como movilizadora para la acción) y una práctica política que no se agota en la elección de un ethos
combativo, sino que precisa otras instancias no
puramente semánticas (HABERMAS, 1972). Es cierto que la reducción de lo político a la representación
de un rechazo de la opresión y orientada por una voluntad revolucionaria no podría
dar lugar, por sí misma, sin organización ni estrategia, a una transformación
social; pero aquello a evaluar
es la pertinencia de
reclamar una subjetivación más potente neutralizada por el conformismo
en el progreso inexorable. Aquí es donde es más justo realizar la
crítica de Benjamin, sin que la
pregunta por las insuficiencias
de mantenerse únicamente en el plano metafísico del
discurso sea inadecuada.
Se
comprende entonces que el tiempo-ahora
(Jetztzeit)
sea el proceso
mismo de la revolución y la intervención redentora de la historiografía
materialista.
El
tiempo-ahora es la inversión de la evolución uniformemente variada. Existe, pues, una relación de homología entre el procedimiento subjetivamente sobredeterminado
de constitución político-narrativa de la historia y la deuda emancipatoria con las generaciones pasadas (y actuales) por su liberación. “La
historia”, nos dice
Benjamin, “es el objeto de una construcción
cuyo lugar no lo forma el tiempo homogéneo y vacío, sino el tiempo-ahora pleno. Así era para Robespierre la antigua Roma, un pasado cargado
con tiempo-ahora, que hacía saltar fuera del continuum de la historia” (GS, I, p. 701). Robespierre construye
una historia como tiempo-ahora,
pero al mismo tiempo ese tiempo-ahora pertenece a la alteridad del pasado que él transforma en acto.
La
práctica historiadora deseable
es concebida por Benjamin bajo el régimen de la política: “La política ostenta el
primado sobre la historia” (GS, V, 1, p. 490-491). Esta supremacía señala que un texto histórico no presupone
una relación de contigüidad entre segmentos temporales.
Del pasado al presente se podría
postular una yuxtaposición dada por el transcurrir propio y objetivo del cosmos; del pasado al ahora (que es siempre nuestro) existe una relación de deseo, de requerimiento, de
auxilio, que difiere de toda linealidad: “Mientras la relación
del presente con el pasado es meramente temporal,
continuadora, la relación del pasado con
el ahora es dialéctica: no es un decurso,
sino una imagen, algo que nos asalta” (GS, V, 1, p. 576-577).
El
tiempo-ahora para Benjamin constituye
el acontecimiento total de la historicidad: la transformación radical del
mundo, la creación de la felicidad, la eliminación del sufrimiento, la venida del mesías, es decir, la revolución. Es una “mónada” que sintetiza y
redime, en la pugna por la memoria, las injusticias sufridas. El pasado no
está muerto. No es inerte. Interpela a los sujetos del presente. Quien sea
indiferente de los mandatos legados, toma partido por los vencedores.
Con la revolución, la clase
emancipadora se impone a la clase dominante y con ello toma revancha de las derrotas que una
y otra vez se infligieron
a sus antecesoras. Lo hace como abolición de las
clases sociales. El tiempo-ahora, equivale al éxtasis
de la revolución: “Es el salto del tigre al pasado, que sólo encuentra una arena en que manda la clase dominante. Ese mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico como Marx concibió la revolución” (GS, I, p. 701). Benjamin participa de la
visión metafísica de la revolución, por la cual ningún rastro del pasado sometido quedaría luego de su irrupción.
La homología del tiempo-ahora
con la acción
política consiste en la vinculación con el suceso novedoso
de la revolución
emancipadora. Mientras la historiografía conservadora y la
clase dominante se regocijan
en la permanencia
de lo mismo, “la conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de la clase
revolucionaria en el
momento de su acción”. Lo que para la dirigencia socialdemócrata es el transcurrir de
la evolución, para los sectores revolucionarios significa tomar el cielo
por asalto, es hacer explotar la
cadencia insoportable de la
reproducción de lo mismo.
En
Benjamin,
el enfoque de lo mesiánico no corresponde a una veneración
del pasado. En efecto, en
una instancia religiosa de comprensión de la historia -al menos en el cristianismo- el futuro se halla definido en términos de meta establecida,
pero el pasado es una sedimentación de enseñanzas y de
autoridad. El pasado
benjaminiano no contiene, como espacio
de experiencias, ya la profecía del fin.
El
interés por la historia, pues, consiste en que sale de la temporalidad dada
(“objetiva”) para fundamentar una composición de
lugar guiada por el ajuste de cuentas con los sucesores
de los vencedores. Junto a ello,
esa experiencia enseña el camino de la
libertad que, sin embargo,
todavía debemos recorrer sabiendo que el peligro nos espera en cada promesa. Y no es el devenir de la historia el que enseña el camino
a seguir. La detención mesiánica
de la temporalidad de la reproducción de lo mismo debe
combatirse con una estrategia anti-historicista. En términos metódicos se genera
una exigencia práctico-materialista: el constructivismo de la teoría, del
montaje, del collage, de la acumulación de restos. Esto no puede ser resuelto
solo especulativamente ni, como explicaré más adelante, en clave metafísica.
Ahora bien, ¿cuál
es la especificidad
histórica del pasado? Sin duda no que haya pasado.
Si Benjamin aceptara esa definición estaría en contradicción: el pasado sería
establecido en la instancia objetiva del tiempo cósmico y la historiografía tendría razones
para reclamar un campo propio
de análisis. La historicidad
de Benjamin no corresponde con la
facticidad. Por el contrario, es la aprehensión historiadora actual la
que confiere de carácter histórico a la facticidad que únicamente es tal si pertenece a
una concepción de la historia. La historicidad de un suceso es dada por el recuerdo realizado constructivamente en el presente. Por eso la filosofía de la historia de Benjamin es quizás más exactamente una teoría de la memoria
que reconoce la necesidad de un trabajo o investigación
historiográfico. Pero es un ejercicio
de memoria injustificable sin una cierta identificación con los sujetos oprimidos del pasado. Y esa identificación no es
meramente conceptual. Es también política y afectiva. En lenguaje psicoanalítico
podríamos decir que se produce en un
campo de transferencia. Es justamente esa transferencia la que habilita la vindicación como condición y producto de la operación historiográfica de corte benjaminiano.
Elaboraré rápidamente el concepto de vindicación con el que suplemento las tesis
benjaminianas. En contraste con la reivindicación que asume como propias las vivencias y sentidos de los sujetos del pasado,
la vindicación mantiene una distancia que no separa, sino que une. Porque
la reivindicación oscila
entre la identificación
imaginaria con el otro, que es así el doble
especular y la fuente del sí mismo,
y la distancia radical de aquello
que es diferente y puede ser así
reconocido
en su diferencia. En verdad, toda identificación imaginaria es
parasitaria de una dualidad imposible
que es a la vez binaria y unitaria.
En cambio, la vindicación opera en el terreno de una identificación
simbólica irreductible al par moderno sujeto/objeto. Su estructura
es, por lo menos, ternaria. Existe una distancia entre el sujeto de conocimiento y el sujeto conocido,
pero hay aún otra cosa: el lenguaje que atraviesa y conecta
los horizontes de experiencia. Es también una distancia crítica porque ninguno
de los términos de la identificación permanece indemne al proceso
identificatorio. Por lo
tanto, la vindicación es un ejercicio de selección, de representación, de
ordenamiento en un doble sentido temporal y material. Requiere
documentos, archivos, restos, textos e imágenes. No es “imposicionalista”, porque el imposicionalismo –inexorable deriva del llamado “narrativismo”– supone una tesis incompatible con la perspectiva de Benjamin: la creencia de que no hay un real de la historia, que el pasado carece de sentidos inmanentes, que el archivo
está exento de productividad
narrativa.
Una consecuencia de concebir el concepto benjaminiano de historia
como uno que demanda un trabajo
historiográfico de nuevo cuño para constituir un ejercicio de la memoria es que su meta vindicatoria pone en peligro, a la vez que funda, el mandato del pasado sobre el presente. Es un mandato de
sentido doble (una tensión entre dos planos
histórico-temporales), con
una indudable carga teológica que la apelación al marxismo no consigue neutralizar. Mas es importante subrayar que
la práctica de una historiografía benjaminiana no
puede sostenerse solo en la metafísica. Prevalece en Benjamin
una dimensión material, relativa a la manipulación y montaje de textos
escritos, donde encuentra su plasmación la crítica del historicismo y de la
historiografía tradicional. Recortar, copiar, traducir, mezclar. Son
operaciones constitutivas, y no solo secundarias, relativas y subordinadas.
Participan de un agenciamiento que propongo denominar “posthistórico” en la
precisa medida en que difiere de la episteme perdurable de la historiografía
académica.
Para profundizar este aspecto de la práctica material es imprescindible
eludir dicotomías arcaicas como aquella que opone el sentido a la escritura,
el significado al significante, la investigación a la literatura y el arte, la
ciencia a la retórica. En la sección siguiente analizaré esta cuestión a
propósito de materiales producidos por la escritora Tununa
Mercado que, según mi análisis, exceden tales dicotomías.
SECAO03 Autobiografía y memoria posthistórica en Yo nunca te prometí la eternidad
Ahora
avanzaré hacia un
mayor esclarecimiento de la subversión de la distinción radical entre historia y memoria en Benjamin a partir de una casuística literaria que genera iluminaciones
sobre el tipo de perspectiva postulada por el productor
de la Passagenwerk.
Es posible justificar este procedimiento
desde una evaluación de la
significación del concepto
benjaminiano de historia, que no es totalizable como una teoría
o pensamiento acabado (incluso en
el inacabamiento de una
obra inconclusa, pues perfectamente
se podría postular que en el estado fragmentario todavía es reconocible una
figura conceptual en proceso
de edificación), sino que se revela en la producción
de usos político-culturales.
Esta posición
se sigue de una convicción
sobre la esterilidad de
una interminable rumia conceptual de los textos benjaminianos. Se percibe
una “productividad decreciente”
de la exégesis de la textualidad benjaminiana, el agotamiento
de una hermenéutica poco afín
al enfoque de Benjamin, pues sus escritos permanecen estabilizados y sometidos a “lecturas” que no los modifican. Justamente, esto muestra que la producción de una interpretación
de la obra tardía de
Benjamin abre el espacio
para una vindicación. Es lo
que se observa
en una obra como la novela
Yo nunca te prometí
la eternidad, de la escritora
argentina Tununa Mercado, nacida en la ciudad de
Córdoba en 1939.
La novela es una derivación
de un pasaje del texto En estado de memoria (1990), en el que
Tununa
Mercado elabora un relato sobre sus experiencias del exilio mexicano durante los años de la última dictadura militar argentina. Dada la
limitada disponibilidad de espacio, en
este
trabajo es
imposible avanzar
en una lectura minuciosa
de esta obra precedente a la que me interesa.
Únicamente diré que allí
se construye y narra los
avatares del exilio en
México. Es un ejercicio
autobiográfico inscripto en una experiencia que no fue solo individual. Por
otra parte, aunque no me detendré extensamente sobre este libro de 1990, es
significativo que uno de los impulsos para la reflexión sobre la experiencia
reciente vivida y sus conexiones con otros momentos históricos difíciles
fueran fotografías conservadas por sus padres de campos de concentración
nazis, documentos interpelantes, herencias y preguntas que tras un periodo de
reserva regresan y suscitan la escritura (MERCADO, 1990, p. 62).
Mercado interviene
así en el
panorama argentino en que narrativa y referencia histórica se entremezclan
y contaminan, constituyéndose
como fuente y relato de un
pasado vivido y compartido. Del exilio se destaca las tareas y vivencias de la Comisión Argentina de la Solidaridad, en la que se “pegó” Pedro, un refugiado español pero también francés y centroeuropeo. De
Pedro escribe Mercado:
Daba la impresión de que él hacía de este modo [al ‘pegarse’
a un grupo de exiliados] una suerte
de ejercicio de sensibilidad,
es decir, una puesta a prueba de los viejos traumatismos que marcaban
su existencia; ponía de nuevo a funcionar un sistema de reflejos de solidaridad y de fusión con los marginados en el que, era de suponer, había sido formado
desde niño (MERCADO, 2005a, p. 106).
La “historia” de Pedro lo había hecho
“un ser susceptible y obsesivo”. Sus padres, con el niño, habían
salido precipitadamente de París
ante la ocupación alemana en 1940. Lo hicieron separadamente, el padre por un lado, la madre y el hijo por otro. En la confusión
de la huida, madre e hijo son separados por
circunstancias propias del
escape y el hostigamiento alemán. Más tarde, la madre reencuentra al hijo, quien sin embargo ha sufrido ya
las secuelas “irreparables” de la desaparición. Entonces logran emigrar a México, acompañados
por el padre. Mercado plantea
que la condición exilar
provoca una “reproducción del
vacío” que impulsa al adulto Pedro a acercarse a otros exiliados,
esta vez argentinos, aunque
haberlo hecho con los uruguayos o
chilenos en la misma época. Coexistir con
exiliados es un “ejercicio
de la faltancia” (MERCADO, 2005a, p. 110).
En
la obra posterior, Yo nunca te prometí la
eternidad, Mercado aborda una deuda contraída subjetivamente con
el acelerado espacio
concedido a Pedro y su historia
en En estado de memoria. Ahora se embarca en una escritura que navega entre la
restitución de un pasado de exilio y solidaridad,
entre la imaginación de la experiencia y la vindicación de un muerto.
Una investigación permite a Mercado disponer de un “archivo” de textos, cuadernos y
cartas, de la madre de Pedro. Sonia, tal el nombre de la madre de Pedro,
emerge como sujeto de la narración. La autora opera una identificación
nítida con aquella mujer de preocupaciones intelectuales y políticas que debe
marchar al exilio. También aparecen
el propio Pedro y Ro, el padre también
militante y nómade. Mercado elabora un fresco de la experiencia de judíos de izquierda en la
Europa ocupada por el nazismo.
Entre los pliegues de la obra surge un Walter Benjamin que no
termina jamás por declarar su
presencia. Permanece como un “WB” en las notas a veces un tanto crípticas de
Sonia. La hipótesis de lectura
de Mercado impregna su texto de un
paralelismo entre una familia separada (madre, madre
e hijo a la deriva, pero
finalmente salvados por la suerte,
por cierta solidaridad y
por la receptividad
mexicana hacia los
exiliados) y un escritor que acabará suicidándose en Port Bou ante la negativa española a conceder el paso y, por ende, la previsible entrega al ocupante alemán. El
dolor
por la muerte se pliega a la voluntad
de una reparación a través de la
identificación con
Benjamin, desde un lugar otro
que es el de la narradora.
La posición de ésta
no es de identificación imaginaria pues confiesa una vacilación ante la experiencia
de Benjamin, en la que
opera un desfasaje de situación y género, de tiempo y realidad.
Pero
tampoco es la extrañeza radical, en parte por la condición y marca dejada por el exilio político, en parte por la voluntad expresa de reparar un daño no obstante irreparable. La construcción literaria de Mercado no es imposicionalista. Admite un real indomesticable por la
representación en apariencia todopoderosa.
Los pasajes
dedicados a Benjamin en Yo nunca te prometí la
eternidad son
importantes, pero no avanzan sobre la presencia, también calada por
una identificación parcial, con
Sonia.
Los
momentos en lo que
Benjamin aparece, están matrizados por una
problemática benjaminiana. Sólo que en este caso es el propio Benjamin el vencido, el aniquilado
por
una situación que lo conduce
al suicidio. Pero, en
rigor, si es cierta que la
vindicación atraviesa la concepción de la memoria y la historia en Benjamin, cómo es posible ponerla en acción
cuando la muerte ha yugulado
una vida y cortado el hilo de la
historia. Es sabido que para Benjamin el planteo revolucionario
inaugura una redención que establece una (post)historia
agonística, en la cual la llegada
del “mesías” vindica las derrotas pretéritas. ¿Cómo
tornar eficaz esta idea de la
historia cuando la noción de revolución
está en duda o en crisis?
Es aquí donde la novela aquí analizada muestra en acto una novedad
de la que es factible extraer consecuencias teóricas,
a saber, que edifica una memoria posthistórica de vindicación. En otras palabras, a través de la evocación del
propio Benjamin se construye
un espacio literario en el
que la aventura de la huida no es pura pérdida y
derrota. La peligrosa experiencia del escape de la muerte no concluye
definitivamente en la destrucción de Benjamin como personaje
novelesco, pues su trayectoria es compartida por sus amigos, Sonia y Ro, y alimenta la imaginación de Mercado en su esfuerzo por encontrar una solución narrativa a un dilema
político y epistemológico: ¿cómo representar la historia de los vencidos sin condenarlos a la tragedia de su derrota inexorable? Todo el libro de Mercado es una apuesta
de redención que no puede
ser sólo retrospectiva, pues
la autora está implicada en
los circuitos de representación
y en la terapéutica de una memoria posthistórica
que se revela ante la clausura de un porvenir liberado.
La muerte no es
para los vencidos un
destino. Siempre existe la
posibilidad de contar la historia de maneras
comprometidas. Ello implica
el reconocimiento de poder ser narradas de otra manera, pero también el poder
ser relatadas por otros.
El texto de Mercado es útil para
articular aún otra
circunstancia de la lectura
actual de Benjamin. Es la
evidencia de que su propia
historia, su biografía y su muerte, han devenido
una misma realidad en la lectura de su
obra tardía. La convergencia
en la narrativa de Yo nunca te prometí
la eternidad es un caso de correspondencia entre
experiencia histórica y construcción teórica e
historiográfica. Pero al mismo tiempo,
y aquí reside probablemente
el interés de la obra citada, es evocable en una época diferente, alejada
de la Europa en guerra. Al
concurrir a una cita en
circunstancias modificadas, por ejemplo con la trama de una dictadura argentina y un exilio
mexicano que se introducen en
la narración por la declaración de la autora que remite a una obra
anterior sobre el tema, es sometida a nuevas
demandas de lectura, a nuevos
pactos de interpretación.
La vindicación
como operación de evocación
histórica-mnémica persiste en
un tiempo de historia no teleológica. Quizá sea posible ir más allá, y postular, gracias a lo que nos permite percibir el uso realizado por Mercado, que la
relevancia del pensamiento posthistórico
de Benjamin se torna más claro y eficaz en nuestro presente. En efecto, el nuevo
siglo y milenio, concluida la travesía
de un siglo de
revoluciones y contra-revoluciones, ilumina con nuevos destellos
una noción de historia que
es concepto y sentido de un devenir
contingente y peligroso.
Sostuve que
la noción de historia en Benjamin se presenta
como teoría de la memoria en el seno de una propuesta radicalmente
innovadora sobre el quehacer historiográfico. Ahora añado
que se extiende sobre otras
prácticas de la significación en los “géneros confusos” de nuestra
época. Por caso, sucede con la
literatura, que no es ya necesariamente
la invención de imágenes despreocupadas de todo compromiso
con la historia.
En la literatura se dirime
también una dimensión de la vindicación que no acepta las derrotas de los sujetos de la identificación y la transferencia. En efecto, la
identificación en la vindicación no es algo así como una patente de corso que habilita cualquier incursión libre de responsabilidad. Sin duda no es una responsabilidad atenida a una verdad correspondentista o a una idea
de objetividad absoluta. Pero acepta
la divergencia entre la experiencia histórica y las representaciones que como sujetos
simbólicos estamos condenados a producir. La historiografía es sólo una de las prácticas en las que se formula la producción de saberes adecuados a una memoria posthistórica.
Como tal, posee una regulación
sometible a revisiones y transformaciones, pero también a
acuerdos sobre los
protocolos adecuados para la
elaboración de saberes. Entre otras prácticas, la
literatura y
la cinematografía son campos de producción
simbólica alternativas, o a veces complementarias, y
por que no antagónicas, en la
lógica abierta de una concepción
de la vindicación que no ha cedido su relevancia.
Por el contrario, la importancia que continúan
manifestando los estudios
sobre Benjamin es inseparable de una evaluación de la “época” actual, a saber, la del triunfo del capitalismo.
Ante esa victoria,
aparentemente inapelable, ¿qué
hacer con las generaciones pasadas que lucharon por una realidad diferente? ¿Nuestro
presente confirma que la loza
que cubre su memoria está definitivamente afirmada
por la jactancia de los vencedores? En
el caso argentino que opera con
fuerza en la generación del relato de Tununa Mercado: ¿la herencia indeleble
de la dictadura militar constituye una realidad maciza e inmodificable en las muertes
y persecuciones ejercidas?
La pertinencia
de una perspectiva crítica y emancipatoria, como la de Benjamin, no puede ser
derivada de la estructura misma de la realidad,
del estado de la situación. Porque dicha
perspectiva no está cerrada y terminada, acabada con
la muerte. La muerte misma puede
ser resignificada en la construcción de nuevas series y elevada a problema estético-político. Esa operación deja de ser arbitraria
cuando la evocación del pasado produce nuevas significaciones, y acarrea una responsabilidad en la creación.
Esta pone en cuestión el derecho
a operar despreocupadamente con el
anacronismo inevitable de toda representación del
pasado. La transferencia con ciertos sujetos
del pasado es una apuesta que implica riesgos. La problematización
de una dicotomía radical entre una memoria
arbitraria y una historiografía rigurosa,
antes que lanzarse al ruedo
simplificador de un narrativismo
“literario”, introduce la responsabilidad en los entresijos
del quehacer historiador, del estético (aquí visto
velozmente el plano literario ligado a una autobiografía situada en una compartida
experiencia exiliar) y del
teórico.
Quiero
introducir aquí un sesgo en la materialidad de una genealogía posible,
articulada en referencias autobiográficas de Mercado, afines a la tensión
autobiográfica individual y colectiva, presente en sus textos. Es inhallable
en Mercado la pretensión de plena soberanía sobre su propia actividad. Ese es
también un rasgo del “historiador materialista” benjaminiano.
Entre el 27
de octubre y el 3 de noviembre se desarrollaron en Montevideo, más
precisamente en el Museo Blanes, las cuatro jornadas del Primer Encuentro de
Literatura Uruguaya de Mujeres. La última de las secciones del Encuentro fue
dedicado a las “memorias vivas”. Fueron convocadas agrupaciones de escritoras
como el Colectivo “Memoria para armar”,
núcleos de difusión como Doble Click Editoras, y las
autoras Cristina Bausero, Melisa Machado, Magdalena Helguera, en otras, a las
que se sumó la argentina Tununa Mercado. La
contribución de Mercado se intituló “Escribir cincuenta años después”. Su tema
fue el de su ingreso a la escritura y una reflexión a propósito de una
práctica que sería inadecuado, siguiendo la reconstrucción de la autora, remitir
a un origen ideal o solo imaginativo. Las claves iniciales de la “novela de
aprendizaje” propuesta por Mercado -que en consecuencia no confundo con el
sueño historiográfico tradicional de la restitución de “lo que realmente
ocurrió”- son la copia y el registro.
Un momento
fundador es la copia, ese ejercicio que se amalgama con el aprendizaje
escolar. La redacción de cartas de amor, por entonces toda una pequeña
industria en la educación sentimental de las y los jóvenes, fue en ocasiones
un modo de ingreso al plano de la escritura: “Entre 1950 y 1955 transcurrió mi
adolescencia. Allí aparecieron otras formas de escritura [que la copia]: las
cartas para novios y el diario íntimo. Mi hermana se pasaba haciendo cartas de
amor para uso epistolar de sus amigas” (MERCADO, 2005b, p. 404). Asociado a
las cartas amorosas estaba el diario íntimo, un artefacto de autocompresión y memoria de la experiencia en la que se
constituía un sí mismo solo parcialmente formado. La propia Mercado rememora
su relación con el diario empleando criterios a posteriori:
Escribía
un diario íntimo en un cuaderno de hojas sin rayas, lisas. Lo encontré hace
cuatro años: rompí cuidadosamente esas páginas para que no quedara ni una coma
de ese transcurrir melodramático, plagado de sufrimientos, vacilaciones
adolescentes, contrariedades amorosas; era una calamidad. Pero estaba escrito,
incluso con una que otra frase rescatable (MERCADO, 2005b, p. 404).
Tales
“calamidades”, de las que se rescatan algunas frases, fueron tal vez, y sobre
todo, tránsitos performativos, en los cuales la generación de textos introduce
una instancia simbólica cuya autonomía habilita el reconocimiento de lo que
antes no estaba presente. Más adelante en su rememoración, Mercado recuerda
haber redactado en sus estudios universitarios una monografía sobre Domingo F.
Sarmiento. Primero la escribió a mano y luego la transcribió a máquina. Al
respecto puntualizó:
A medida
que copiaba con los dos dedos medios muy lentamente, mi borrador escrito a
mano, me daba cuenta, que me salía del esquema previo, que la letra a máquina
se independizaba del acto de copiar y que se correspondía con lo que pensaba,
si es que realmente pensaba, teniendo en cuenta que es casi imposible separar
el pensar del escribir. (...) Solo treinta años después, o más, acepté sin
margen de error que esa fue la primera vez que realmente escribí (MERCADO,
2005b, p. 404-405)
Otro momento
práctico-materialista se plasma, siempre según su reconstrucción, en el
quehacer de traductora, tarea calificada por ella misma como la “forma
superior de la copia”. Esa elaboración del texto remitía a otro rasgo
constitutivo en su experiencia: “la incapacidad para trabajar una ‘ficción’
que me obligaría a sacrificar el documento, el testimonio, la biografía o la
autobiografía” (MERCADO, 2005b, p. 405). Todos estos géneros en apariencia no
ficcionales son los que se entrecruzan y fecundan en la escritura que he
encuadrado dentro de las frágiles iluminaciones benjaminianas
para acercarlas a ejercicios críticos de la historiografía. Gina Saraceni lo
ha dicho con palabras adecuadas:
la
escritura de Mercado se desplaza entre géneros distintos –el relato, la
reflexión crítica y teórica, el autoanálisis, el ensayo, la ficción
autobiográfica, la anécdota, el diario, la memoria- y, desde esta indefinición
discursiva, arma y desarma la historia de una voz que es también la historia
de las múltiples versiones de su experiencia como sujeto (SARACENI, 2006).
Finalmente,
me interesa ponderar un aspecto de esa “incapacidad para la ficción”. La
interpreto como una distancia con la ideología de la autonomía de la creación
artística. Contra el proyecto como llamado “interior” a la edificación de una
criatura radicalmente nueva y en gran medida au-dessus
de la mêlée. Del mismo modo que ocurre al
“historiador materialista” de Benjamin, son otros
sujetos, otras generaciones, las que interrogan a la escritura y constriñen a
un trabajo “literario”. Nos hallamos ante la heteronomía esencial del proceder
creativo ya no atenazado en los horizontes epistemológicos de la
reconstrucción y de la prescindencia “crítica” señalada por Hans-Georg Gadamer
contra la “falta de prejuicios”:
Escribo
acompasadamente, casi siempre, hasta ahora, con materiales que han surgido de
historias heredadas por gente que considera que yo tengo que contarlas. Recojo
esos legados y los escribo a la par, como si los completara. A veces son mis
propios legados. Es decirse, atesoro objetos, presencias, relatos inconclusos,
los escribo, los sufro, los sueño y escojo el que me produce esa imponderable
deseo de responder a su llamado: ‘escríbeme’ (MERCADO, 2005b, p. 405).
Esta sección
del trabajo propuso una traslación de la problemática benjaminiana,
caracterizada como la revisión de la historiografía en términos de una memoria
posthistórica comprometida con una materialidad metódica. La deuda contraída
por Mercado en En estado de memoria
genera la textura de Yo nunca te prometí la eternidad como ejercicio de
recolección, invención y rememoración de la experiencia exiliar. Los rasgos
autobiográficos de ambos escritos, trazados en conexiones con otras
trayectorias, con otros tiempos, expuso el carácter constructivo, pero no solo
impuesto exteriormente, a la materialidad de un esfuerzo por rememorar fuera
de los cauces de una historiografía resistente a hacer el duelo de los cánones
epistemológicos del siglo XIX.
SECAO04
Conclusiones
El presente
trabajo se propuso desarrollar los matices de un problema: la dificultad de la
historiografía, en sus versiones nacionales y globales, para lidiar con las
limitaciones de su formación epistémica datada hace aproximadamente dos
siglos. No se trata de negar la relevancia de una tarea reconstructiva de lo
que realmente ocurrió. Ni de desdeñar la importancia asignada a la
documentación y la perspectiva vinculada a la producción de conocimiento
científico (el autor del presente artículo es un historiador practicante con
base institucional en una universidad). El objetivo es más bien ponderar la
urgencia de modificar, en algunos aspectos radicalmente, las restricciones de
la historiografía “normal” para plantear cuestiones vinculadas a la vida
colectiva.
La oposición
entre conocimiento y estética, entre sujeto y objeto, entre arbitrariedad y
objetividad, entre historiografía y memoria, entre otras, requiere una
profunda revisión que, considerado en el mediano plazo, revela un
conservadurismo raigal de la “ciencia histórica”. Según he observado
previamente, ese conservadurismo coexiste con una flexibilidad a incorporar
programas de investigación de índole alternativa a los protocolos vigentes,
neutralizando sus sentidos innovadores.
Los escritos
de Tununa Mercado convocados en esta argumentación
no son contrapuestos a la historiografía. En realidad, la práctica literaria
de Mercado excede la dicotomía entre una ficción literaria autonomizada versus
una investigación científica que se atarea con documentos, reflexiona sobre
sus límites y posibilidades. En unas páginas recuperadas en el volumen Narrar
después, Mercado confiesa la resiliencia de los materiales que se resisten
a entregar sus sentidos. Son “remanentes” activos que “hacen difícil el
avance” en la escritura (MERCADO, 2003, p. 19). Las dimensiones autobiográficas
de sus textos están atravesadas por interrogaciones históricas y relativas a
la memoria. Pero también se comunican con planteos propiamente históricos
vinculados con las experiencias traumáticas, los exilios y los recuerdos.
Conversan con las propuestas desarrolladas por Walter Benjamin
en las meditaciones teóricas y metódicas derivadas de su estudio sobre la
modernidad en la París del siglo XIX. De conjunto, este artículo procuró
desplegar conceptos y textos en una tarea postergada: la revisión de la
historiografía como dispositivo de saber pero también como práctica
estético-política.
Bibliografía
Benjamin, Walter.
Gesammelte Schriften. Francfort del Meno: Suhrkamp,
1975-1982.
Habermas, Jürgen. Crítica conscienciadora o
crítica salvadora (1972). In: Perfiles filosófico-políticos. Madrid: Taurus, 2000.
Löwy, Michael. Advertissement d’incendie: Une lecture des thèses sur le concept d’histoire. París: PUF, 2000.
Mercado, Tununa. En estado de memoria. Buenos
Aires: Ada Korn Editora, 1990.
Mercado, Tununa. Narrar después. Buenos
Aires: Beatriz Viterbo, 2003.
Mercado, Tununa. Yo nunca te prometí la eternidad.
Buenos Aires: Planeta, 2005a.
Mercado, Tununa. Escribir cincuenta años después. In: Melba GUARIGLIA y otros,
eds., La palabra entre nosotras: Actas del Primer Encuentro de
Literatura Uruguaya de Mujeres. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental,
2005b.
Moreiras, Alberto. La traza
teórica en Tununa Mercado.
In: Tercer espacio: Literatura y duelo en
América Latina. Santiago: Universidad Arcis, 1999, p. 389-397.
Mosès, Stéphane. El ángel de la
historia: Rosenzweig, Benjamin, Scholem. Madrid: Cátedra, 1997.
SARACENI,
Gina A. El Malestar de la
Escritura: Notas sobre Tununa Mercado. Núcleo,
2006, vol.18, no.23, p. 211-226.
Steimberg, Michael. Walter Benjamin and the Demands of History. Ithaca: Cornell University Press, 1996.
[1] Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y
por la École des Hautes Études en
Sciences Sociales (París). Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. E-mail: omaracha@gmail.com. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-4358-9121.
[2] W.
Benjamin, Ursprung des deutschen
Trauerspiels, en Gesammelte
Schriften
[en adelante GS], vol. I, parte 1, pp. 203-430. Sobre
la importancia del prólogo, ver Stéphane Mosès (1997).
[3] Para discusiones más
extensas, véase Michael Steimberg (1996) y Michael Löwy (2000).