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Carta al maestro1
Revista de Investigaciones de la Universidad Católica de Manizales, vol. 15, núm. 26, 2014
Universidad Católica de Manizales

Conversemos desde las orillas

Revista de Investigaciones de la Universidad Católica de Manizales
Universidad Católica de Manizales, Colombia
ISSN: 2539-5122
ISSN-e: 0121-067X
Periodicidad: Semestral
vol. 15, núm. 26, 2014

“El maestro aprende de su discípulocuando le enseña. La intensidad del diálogogenera amistad en el sentido más elevado de la palabra” (Steiner, 2004, p. 12)

Ya hace casi 20 años que Savater (1997) iniciaba su ensayo “El Valor de Educar” con una “Carta a la maestra”, donde hacía un esfuerzo por reivindicar el papel del maestro en la formación, una labor que se hace con el corazón, con la convicción, con el amor más que con el conocimiento, con la razón o con el deber; allí afirmaba vehementemente “quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación” (p.18).

Por ello, en este texto queremos hacer un homenaje, no a todos los maestros y maestras (como de manera plausible ya lo hacía Savater), sino al maestro que nos acogió, que se entregó en cada enseñanza, en cada palabra, en cada experiencia, porque “El maestro da, pero sobre todo se da” (Mélich, 2015), a quien dio todo de sí (y lo sigue haciendo), nunca con la intención de ser un ejemplo, siempre para donarse en un ejercicio dialógico; no para presentarse como una luz a seguir, por el contrario, para caminar en la oscuridad, para sentir, para construir experiencias en las que él mismo dejaba de ser maestro para convertirse en aprendiz.

Escribimos este texto desde una distancia-cercana, no esperando la ausencia del maestro para honrar su memoria y su obra, sino para en vida dar gracias por las enseñanzas, por la confianza, por los aprendizajes, por las experiencias; por enseñarnos no un camino, sino a caminar para construir nuestros propios senderos; por eso escribimos desde la infidelidad, como desertores de su pensamiento, pues como lo denunciaba Nietzsche (citado por Mélich, 2014, p.197) “Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”. Porque la más grande enseñanza es saber que quedarse al lado del maestro, bajo sus enseñanzas, bajo sus saberes, es adoctrinarse; en cambio, el verdadero discípulo es infiel a su maestro, lo traiciona, rompe sus lazos y se pone frente a él; es decir, el maestro llega a ser maestro en tanto su discípulo deja de ser discípulo, es necesario que se quede solo para recibir a Otro, y en ese sentido, nos atrevemos a hablar con nuestras voces sabiendo que otras voces, otros discípulos, aquellos que desde la distancia siempre le recuerdan infielmente, así como nosotros, traidores, pero con un profundo agradecimiento porque esta ha sido su enseñanza.

Más allá de la reproducción adoctrinadora2 de su humanidad en sus discípulos, su enseñanza ha sido una posibilidad para desplegar nuestras propias capacidades, porque ahí él ha visto la potencia, ha generado un sentimiento radical de alteridad, un deseo insaciable de entrega hacia al otro, lo cual coincide con lo expresado, con demasiada elocuencia, por Steiner (2004, p. 102) “enseñar es despertar dudas en los alumnos, formar para la disconformidad. Es educar al discípulo para la marcha. Un Maestro válido debe, al final, estar solo”.

Este maestro, nuestro maestro, al donarse se ha quedado solo, pero no en una soledad que lo aísla del mundo o que lo encierra en sí mismo, todo lo contrario, su soledad es ahora posibilidad de encuentro y desencuentro con aquellos a quienes enseñó, es apertura hacia el otro y lo otro; ¿cómo olvidar los primeros pasos al lado del maestro?, ¿cómo no recordar su guía?; un maestro es aquel que es capaz por encima de todas las circunstancias de dejar huella, es el que no pasa de largo en la vida, es a quien siempre se le recuerda y se le agradece con la mayor infidelidad posible.

Aprendiendo a dejar huella...

En tantos atardeceres he “deseado” escribir algo para el maestro, expresarle mediante unas líneas mi imposibilidad de decirle lo agradecido que estoy de haberlo encontrado, quizás de que nuestros caminos se hayan cruzado, de ejercitarme junto a él al escucharlo (Bárcena, Larrosa y Mélich 2006), cualquier cosa que manifieste lo que no se ha dicho, cualquier expresión que permita exteriorizar eso que se siente en el “sí mismo” y que no basta, que se rebosa y se excede hacia el otro, que se sale de uno mismo y lo rompe (Leibovici, 2012), esa “necesidad de excedencia” es la que hace que me dirija al otro (al maestro, a mi maestro), ese que aguarda en su alteridad estas palabras que no espera, que no le dirán mucho, pero le mostrarán mi deseo de ir hacia él, gesto que sin duda él conoce intensamente.

Expresar al maestro unas palabras escritas es pretender que ellas le hablen, le digan algo, le alteren su humanidad, así “el texto se convierte en palabra cuando le dejamos hablar” (Mélich, 1998: 11), hablarle a él, decirle lo que aún no es posible y fisurar todo lo que se ha dicho, ese es el propósito de estos párrafos, una carta para el maestro que nos acompaña, que se ubica al lado para educar-nos, pues efectivamente “educamos porque el ser humano siempre está abierto al cambio, a la diferencia, a la crítica” (Mélich 1998, p. 108).

El maestro nos ha ayudado a educarnos, esa palabra que para él toma tanto sentido cuando escucha la voz del otro; su presencia ha dejado una huella imborrable en nuestras vidas, sobre todo, en esos tiempos en los que su presencia no estaba ahí, su rostro seguía insistentemente recordándonos los aprendizajes y las palabras enseñadas, su huella nos permitía encontrarlo, tal como lo sostiene Lévinas (2001): “Esta huella es la que interpela al ser humano en el instante del encuentro con el rostro del otro, así el primero se vuelve sujeto, ya que ese pasado inmemorial lo sujeta en una responsabilidad infinita hacia el otro” (p. 23).

Su huella que aparece con su rostro, nos ha enseñado la responsabilidad infinita para con el otro, su testimonio de vida nos ha permitido aprender la lección, ahora seguimos haciendo eso que él nos enseñó, aprendiendo a pensar; no meramente como una actividad cognitiva, sino como esa que se hace con todo lo que somos, con toda nuestra corporeidad.

Aprendiendo a pensar...

Muchos maestros han existido a lo largo de la vida, tanto en los escenarios escolares como en los espacios familiares y sociales, muchos aprendizajes, muchas costumbres, grandes responsabilidades y aventuras han hecho parte de mi caminar por el mundo.

No obstante, pocos momentos me han hecho entrar en verdaderas crisis, aquellas que desestabilizan el mundo bajo nuestros pies, que nos obligan a reformular principios y creencias, que nos obligan a transformarnos, a redescubrirnos. Esto fue lo que para mí significó el encuentro con el maestro, excedencia, encuentro conmigo mismo, encuentro con aquello que nadie me había permitido descubrir, aquello que, por el contrario, parecía que se esforzaban por ocultar. Un pensamiento divergente emerge con tan solo un pequeño incentivo del maestro, con tan sola una oportunidad, pues quizá vio lo que ni siquiera yo había podido ver en mí.

Así, sentado frente a su computador, esperaba que las palabras fluyeran para construir lo que sería mi trabajo de grado, pero esto no ocurría; la página en blanco me abrumaba y sin ninguna idea coherente que me permitiera dar inicio, escucho su palabra, su demanda, una exigencia que nunca se me había hecho, me desestabiliza, me confunde “...chino piense...” me pone en crisis, siempre me habían enseñado lo que otros pensaban, los escasos ejercicios no eran más que un parafraseo o ejercicio de comprender lo que otro había pensado, pero nunca me habían pedido tal cosa.

Estas palabras me dieron la oportunidad de encontrarme, de saber que podría construir mi propio camino, con ello, dejé de caminar detrás de él como una sombra para empezar a caminar a su lado, construyendo un sendero paralelo que con el tiempo tomó otro rumbo, pero que si miro hacia atrás con agradecimiento y alegría, encuentro su huella en mí, encuentro que no he parado de pensar, que cada día continúo respondiendo a su demanda, incluso, cuando al hacerlo he sido infiel a sus enseñanzas, he desertado de su saber para construir el mío.

Aprendiendo a agradecer...

Maestro, sabemos que estas palabras se quedan cortas para todo lo que habría que decir, insuficientes para agradecer, lo inefable se alza infinitamente ante nosotros para hacer este homenaje a usted, amigo, compañero, aprendiz.

Solo somos dos de tantas historias que han empezado a caminar a su lado, reconociendo que ha habido muchas, que otras se siguen construyendo por otras latitudes, otros campos del saber, que siguen recordándole con agradecimiento.

¡Gracias Napo!3

Referencias

Bárcena, F.; Larrosa, J. y Mélich, J-C. (2006). Pensar la educación desde la experiencia. Revista portuguesa de pedagogía, 40(1), 233-259.

Leibovici, M. (2012). Claustrofobia de sí y necesidad de excedencia. La “patética del liberalismo” según Emmanuel Levinas. Revista de la Academia, (17), p. 21-3.

Lévinas, E. (2001). La huella del otro. (Trad. Esther Cohen). México: Taurus.

Mélich, J-C. (1998).Totalitarismo y fecundidad. La filosofía frente a Auschwitz. Barcelona: Anthropos.

Mélich, J-C. (2014). Lógica de la Crueldad. Barcelona: Herder Editorial S.L.

Mélich, J-C. (2015). La Lectura como Plegaria. Barcelona: Fragmenta Editorial.

Savater, F. (1997). El Valor de Educar. Barcelona: Editorial Ariel S.A.

Steiner, G. (2004). Lecciones de los maestros. Madrid: Ediciones Siruela.

Notas

1 Este texto emerge como reflexión originada en las múltiples experiencias de dos voces que, a veces, se encuentran para expresar lo que en común tienen, y en otras, lo que desde sí mismas, desde sus propias historias, quieren compartir de su experiencia con el Maestro.
2 Al respecto, Mélich plantea que toda educación en principio es adoctrinadora.
3 Esta carta está dedicada a las enseñanzas del Maestro Napoleón Murcia Peña. Profesor Titular, Universidad de Caldas. Pos-Doctor en Narrativa y Ciencia, Universidad Santo Tomás. Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Cinde – Universidad de Manizales. Director grupo de investigación “Mundos Simbólicos: estudios en motricidad y educación”; Profesor, Maestro, Aprendiz, Amigo.

Notas de autor

(*) Jhon Fredy Orrego Noreña. Licenciado en Educación Física y Recreación, Universidad de Caldas; Magíster en Educación, Universidad de Caldas. Profesor Cinde – Universidad de Manizales.
(**) Diego Armando Jaramillo Ocampo. Licenciado en Educación Básica con énfasis en Educación Física, Recreación y Deportes, Universidad de Caldas; Magíster en Educación, Universidad de Caldas. Profesor Maestría en Educación, Universidad Católica de Manizales. Integrante grupos de investigación ALFA, Universidad Católica de Manizales, y Mundos Simbólicos: estudios en Motricidad y Educación, Universidad de Caldas.


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