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Apuntes sobre El llano en llamas, de Juan Rulfo
Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, núm. 70, pp. 519-527, 2021
Academia Peruana de la Lengua

Notas

Boletín de la Academia Peruana de la Lengua
Academia Peruana de la Lengua, Perú
ISSN: 0567-6002
ISSN-e: 2708-2644
Periodicidad: Semestral
núm. 70, 2021

Recepción: 01 Marzo 2021

Aprobación: 03 Julio 2021

Publicación: 02 Diciembre 2021


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

El conjunto de cuentos de Juan Rulfo, El llano en llamas, es considerado un libro emblemático en la literatura hispanoamericana. Desde el punto de vista temático, como lo ha sostenido el propio Rulfo (2016, p. 101), para la literatura en general, hay tres grandes temas: el amor, la vida y la muerte. Contando hechos cotidianos de los campesinos de su tierra, Jalisco, en México, Rulfo nos introduce de súbito en situaciones extremas, de absoluta intensidad que ponen en vilo al lector y que lo mantienen en suspenso, pegado a cada línea que va leyendo. No existen en el texto datos históricos subrayados; el lector, con el auxilio de los especialistas, puede intentar con cierta vaguedad fijarse en la época que transcurren los hechos que se narran. Algunos de estos cuentos aparentemente trascurren en las cercanías de 1929, en la época de los llamados «cristeros», que eran combatidos por el gobierno federal del presidente Calle; y otros son de una época posterior, la del presidente Lázaro Cárdenas. Este soslayo de las circunstancias históricas parece tener como finalidad que toda la situación se centre más en los personajes, sus peripecias, que en razones ideológicas. El narrador se abstiene de juzgar a sus personajes. Es así, como desde el punto de vista temático, Rulfo logra convocar el interés de lectores que se encuentran alejados del conocimiento de la realidad mexicana.

No obstante, el interés central de la obra narrativa corta de Rulfo no se halla en su temática, sino fundamentalmente en aspectos formales, puesto que sus mismos argumentos pueden ser compartidos por otros autores de distintas partes del mundo. Es tanta la importancia de la forma que, de modo genérico, puede decirse que hay una manera «rulfiana» de contar, inimitable, única. Rulfo tiene una obra de páginas no muy numerosas, pues aparte de este libro escribió la novela Pedro Páramo y el guion cinematográfico El gallo de oro. Ahora bien ¿en qué consiste esta forma de narrar? Todo lo que se puede decir es aproximado para definirla. Sabemos que, en sus años de formación, Rulfo fue un lector apasionado de Dostoievski, novelista que toca muchas veces situaciones extremas, pero que no deja huellas de su técnica en nuestro autor. Sin duda, Rulfo conoce bien a los innovadores de la técnica en el arte de narrar en el siglo XX, como Joyce, Faulkner, o Dos Passos, autores cuya principal característica es romper la línea del tiempo en la narración, no hacerla lineal, sino a saltos, yendo y viniendo de un pasado a un presente y dando la palabra, no solo en los diálogos, a narradores diferentes al omnisciente, que es como Dios, está en todas partes. Esos narradores diferentes son un narrador en primera persona, en segunda persona o en tercera persona del plural. Estos cambios de perspectiva tanto en el tiempo como en las personas que narran son administrados por Rulfo de manera concentrada, en un escaso número de páginas. Y esa sí es una característica propia, peculiar. Sus narraciones son como películas concentradas, como «cortos» densos, dramáticos, tensos y con finales casi siempre sorpresivos. Como dice Fuentes (2012, p. 124), el arte de Rulfo está precedido por el de Agustín Yáñez, que, en su novela citada arriba, El filo del agua, introduce un coro, a semejanza de la tragedia griega, que precede a la acción. En los cuentos de Rulfo siempre aparecen muchos personajes, parece que pasa siempre lo mismo y de pronto se precipitan los hechos, en casi todo los casos, mediante el descubrimiento de algo dramático que compromete a todos, una muerte, por ejemplo.

La premisa no dicha, pero que aparece en toda la narrativa de Rulfo, es que no hay remedio. El hombre haga lo que haga no puede modificar su destino, y el destino de los personajes es el dolor y la muerte. No hay ningún cuento donde la esperanza o los logros prevalezcan.

En la época que Rulfo estaba escribiendo sus cuentos de El llano en llamas, se estaba cerrando el ciclo de la novela de la revolución mexicana, ficción que escoge como protagonista al pueblo mismo campesino, con Al filo del agua, de Agustín Yáñez, publicado en 1947. El camino de Yáñez sería seguido, entre otros, por Juan José Arreola con La feria, 1963, y Sergio Galindo con La comparsa, 1964. Los dos libros principales de Rulfo fueron publicados antes que los de Arreola y Galindo, y en cierto sentido anuncian el fin de ese ciclo, pues, aunque muchos de sus protagonistas actúan en los años sombríos de la revolución, la narración soslaya los hechos centrales de ella, para referirse más bien a la manera como los hechos influyen en los personajes. Los cuentos de Rulfo narran, si vale la expresión, de manera esquinada, los acontecimientos bélicos para centrase en cada personaje.

Cada uno de los cuentos del libro posee una estructura independiente. Solo al concluir la lectura, podemos percibir una línea general que unifica el conjunto en temas y subtemas. Un gran tema es el de los conflictos familiares y, dentro de él, las tensiones entre padres e hijos. En el cuento «Diles que no me maten», una voz innominada al principio, la de Juvencio Nava, le pide a Justino, su hijo, que medie ante la autoridad para que no lo maten. Sin embargo, al comienzo no se sabe la relación de parentesco entre los protagonistas. Hay temor en Justino porque también a él lo pueden fusilar y, en consecuencia, su mujer y sus hijos quedarían desamparados. La narración empieza en forma dialogada. De pronto, la secuencia de la temporalidad retrocede al pasado y, en tercera persona, se narra que Juvencio Nava y Lupe Terreros habían sido amigos, pero que éste, siendo compadre, le negó a Nava el pasto para sus animales. Nava mató a su compadre. Luego, la narración pasa a primera persona y narra Juvencio Nava: «Y yo echaba para el monte, enredándome entre los madroños y pasándome los días comiendo solo verdolagas. A veces tenía que salir a la medianoche como si fueran correteándome los perros. Eso duro toda la vida. No fueron un año ni dos. Fue toda la vida» (Rulfo, 2016, p. 92). La narración vuelve, entonces, a la tercera persona, descubriendo la soledad del perseguido que pierde a su mujer y solo quiere sobrevivir. La puntuación del cuento, con muchas comas y puntos seguidos, contribuye a que el lector perciba la unidad de cada escena. Los cambios de situación están marcados por puntos apartes y por apartados. En el penúltimo apartado del cuento, una voz innominada, desde fuera de un local, se dirige al coronel, que resulta ser el hijo de Guadalupe Terreros, don Lupe, el asesinado. Solo se escucha la voz del coronel, desde dentro, imperturbable, decidida: «Amárrenlo y denle algo de beber para que no le duelan los tiros» (p. 97). El final del cuento prosigue en tercera persona:

Ahora por fin se había apaciguado. Estaba ahí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.

Lo echó encima del burro. Lo apretó bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.

—Tu nuera y los nietos te extrañarán —iba diciéndole—. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote, cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes y por tanto tiro de gracia como te dieron. (p. 97)

En la terminología del propio Rulfo, este es un cuento de muerte. El asesinato sobre el cual gira toda la narración es contado de forma directa. Se muestra la separación entre el padre y el hijo, la indiferencia de aquel sobre lo que pueda ocurrirles a su nuera y a sus nietos, el temor del hijo de ser involucrado en el crimen de su padre; y, por el otro lado, en la familia Terreros, se ve que don Lupe ha sido terrible con su compadre Juvencio Nava, pero que, muerto, tiene la solidaridad de su hijo, quien aprovechando el cargo de coronel decide dar muerte al asesino de su padre. En este y otros cuentos de Rulfo, la justicia se toma por las propias manos.

En el cuento «No se oyen ladrar los perros», un hombre viejo, a lo largo de todo el cuento va dialogando con su hijo al que lleva cargado, quien presumiblemente está enfermo. En la narración se va advirtiendo la distancia entre los dos. El padre le guarda rencor al hijo, pero lo traslada, en búsqueda de ayuda, en honor a la madre del muchacho. El padre pregunta y pregunta sobre alguna señal, algo que indique que llegan a un pueblo, pero el hijo no ve ni siente nada. Cuando las fuerzas del progenitor se amenguan y baja por fin su pesada carga, recién siente el ladrar de los perros del pueblo. Pero al padre no se le baja el rencor contra el hijo, pues este había andado por los caminos viviendo del robo y matando gente.

En otro cuento, «Paso del norte», un hijo le dice al padre que se va al norte para regresar con dinero y, por ello, quiere dejarle encargados a sus hijos y a su esposa. Durante el diálogo entre ambos, van aflorando los reproches del hijo al padre; le reclama que no le hubiese enseñado a decir versos, sino solamente a mercar huevos. Luego, las acciones se precipitan. Ir al norte significa cruzar la frontera con Estados Unidos, de manera que se presume ilegal, y los que lo intentan reciben una lluvia de balas y varios mueren. Al regresar, no se le ha muerto ningún hijo, pero su mujer, Tránsito, se ha ido con un arriero.

Una línea que se sostiene a lo largo de todos los cuentos es la idea de que el destino es ineluctable, que no se puede modificar. En el cuento «Es que somos muy pobres», puede sentirse esa presencia del destino. El protagonista habla de su hermana Tacha, quien tenía una vaca llamada Serpentina, a la que se la llevó el río. Esa vaca era la promesa de bienestar, pues, adosada a los propios encantos de Tacha, le podía haber permitido encontrar un buen esposo. Como toda la familia es muy pobre, el padre no hace sino lamentarse de su situación y censurar a sus hijas mayores que se han ido de pirujas, es decir, a trabajar como prostitutas, y desea que su hija menor no corra la misma suerte. En la escena final, la niña, de doce años, llora y llora, y el protagonista la abraza, y siente que los senos de la pequeña son su fuente de perdición.

Constelación de personajes se evidencia en el cuento «¡Diles que no me maten!». Los personajes son Justino; Florencio Nava, su padre; Lupe Terreros, que en realidad se llama Guadalupe Terreros; el coronel, hijo de Lupe Terreros, de quien solo se escucha la voz; la esposa de Justino, y sus hijos. La acción gira sobre el ruego que Florencio Nava lanza a su hijo Justino, le pide que interceda ante terceros para que no lo maten. Estos terceros son las fuerzas del orden bajo el mando del coronel, cuyo nombre no se consigna, pero que es hijo de Lupe Terreros. El meollo del cuento son las relaciones de parentesco y de amistad. Según el texto, en un trasfondo, las relaciones de amistad y el compadrazgo son relaciones tan profundas como las familiares.

El conflicto en el cuento «Diles que no me maten» tiene su origen en la violación sistemática de Lupe Terreros a las leyes no escritas del compadrazgo, cuando no permite que su cercano amigo Florencio Nava pueda dar de comer a sus animales en los pastizales de su propiedad, situación que se prolonga por años. Matar, o cobrar venganza, es natural en este mundo que está y no está al margen de la ley. Cerca de su ejecución, Florencio, que se ha convertido en asesino de su compadre, expone razones que parecen absurdas, como aquella de que está muy viejo. Esta manera auto conmiserativa no es patrimonio del mundo rural, pero ahí se presenta con mucha fuerza. Justino, el hijo de Florencio, aunque aparece con frecuencia en el texto, tiene un papel menor. Es el testigo de una acción que no puede impedir, y que tampoco desea hacerlo, porque tiene un miedo cerval a ser implicado en el crimen cometido por su padre.

Rulfo, sin duda, es un maestro de la técnica literaria contemporánea. Emplea indistintamente el modo directo del narrar, el indirecto y el estilo libre indirecto. El primero es el modo más conocido, se cuenta algo, como en los cuentos de niños; en el segundo tipo, los personajes hablan; y, en el tercero, se puede distinguir con alguna dificultad la voz del narrador y la de los personajes. Esta modalidad sutil es la preferida por Rulfo. Otro recurso del autor es el manejo de la línea de tiempo, que no es lineal; ocurren saltos en el transcurso. El narrador usa recursos que, siendo literarios, pues vienen del mismo Homero, han sido popularizados por el cine; por ejemplo, la narración empieza con una situación, luego retrocede en el tiempo, y nuevamente vuelve. De este modo, se van explicando conductas en el presente que tienen su explicación en hechos del pasado. El cuento «Diles que no me maten» empieza con unos diálogos, en estilo libre indirecto, situados en el presente. Los interlocutores, padre e hijo, lentamente van revelando, insinuando su parentesco; este dato escondido sirve también para atrapar al lector y conseguir que se involucre en la narración. Solo más adelante, en otro apartado que está marcado por un gran punto aparte, se pueden conocer algunos hechos más remotos. Por ejemplo, la relación conflictiva entre los compadres, Juvencio Nava, quien pide que no lo maten al comienzo de la historia, y Guadalupe Terreros, quien no deja que Juvencio pueda hacer pastar a sus animales en terrenos de su propiedad, y quien, en medio del cuento, es asesinado por su compadre.

El lenguaje que se utiliza en el libro es el español de México. Las estructuras sintácticas son las mismas que se usan en otros países; por eso, en cuanto a este aspecto formal, el libro nos es comprensible a todos los hablantes del orbe hispano. El vocabulario en ocasiones presenta dificultades para el lector, no solo porque se usan palabras propias del país, sino por algunos regionalismos, e incluso algunos neologismos propios de Rulfo. Los personajes de los cuentos se expresan con claridad y rotundidad, no sobreabundan en adjetivos, dicen las palabras justas, como suelen hablar las personas del campo en toda Hispanoamérica. Esa precisión en el manejo del lenguaje da cierto carácter solemne a lo que se dice, aunque se trate de personajes sin ninguna formación académica. En cada personaje se dan los conocidos niveles de la lengua: el de la lengua general, la norma de uso mexicana de la lengua y el idiolecto regional, los cuales conviven sin mayores conflictos.

El título «El llano en llamas» hace alusión al largo cuento del mismo nombre. Refiere a los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas irregulares que no saben bien por qué luchan. Señala la naturaleza conflictiva del ser humano y, en este caso particular, de los mexicanos, enfrentados los unos con los otros, no siempre por sabidas razones. El llano llameante bien lo podemos considerar un símbolo de la sociedad, y también símbolo de la desesperanza que se interioriza en cada individuo y lo confina en el dolor y el desánimo; puesto que, después de las llamaradas, la tierra siempre queda arrasada.

Por todo lo que se dice en estos apuntes, y lo puede confirmar cualquiera que lea el libro, sin duda, la premisa inicial se confirma: el hombre nace para sufrir y para morir, muchas veces por mano ajena.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Rulfo, J. (2017). El llano en llamas. Editorial RM & Fundación Juan Rulfo.

Fuentes, C. (2012). La gran novela hispanoamericana. Santillana.



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