Reseñas
Recepción: 12 Septiembre 2021
Aprobación: 02 Octubre 2021
Battilana Carlos. La lengua de la llanura. 2021. Buenos Aires. Caleta Olivia. 94pp.. 978-987-8430-05-8 |
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Datos de la Obra
Battilana, C. (2021). La lengua de la llanura. Buenos Aires: Caleta Olivia. ISBN 978-987-8430-05-8
Sabe la llanura que un manojo de signos no es más que el desierto regresando del fuego
Carlos Battilana, «Historia de la eternidad»
Quizá por su carácter de poesía reunida, en Ramitas, libro que recoge todos los poemarios de Carlos Battilana escritos hasta 2018, se advierte, ya desde el título (la cercanía afectiva que convoca el diminutivo de una palabra que habla, a la vez, de la naturaleza y también de la infancia, que es decir del tiempo, de lo que queda y de lo que con él se va), un gesto: el volver la mirada hacia lo pequeño del mundo familiar y, en estrecha ligazón, del mundo natural, senda esta última por donde la poética battilaniana se conecta con los versos del río y del Litoral, desde Juan L. Ortiz o Hugo Padeletti hasta Estela Figueroa o Diana Bellessi, por mencionar solo algunos nombres capitales del panorama argentino. Pero ahora es la llanura la que se asoma en una mirada que vuelve a cruzar esas dos series (lo familiar y la naturaleza). Y digo se asoma porque la voz que teje Battilana pacientemente no se arroga la potestad de la sentencia rotunda, sino que, más bien, se acerca a lo que no puede ser dicho, a lo que permanece como enigma, palabra cuya forma plural da título, de hecho, al poema que abre el libro, y al que pertenecen estos versos finales:
Ahora observa las piedras alrededor. Una a una. Despreocupada.
El futuro —dice— es un pequeño territorio
que se mira con afecto,
amorosamente
y sin verdadera comprensión (p.13).
De eso se trata esta lengua de la llanura: no tanto de comprensión, sino más bien de afecto, como el que se advierte en «Visiones»:
Los hablantes de una lengua que habitaban una tierra profunda
al sur
de la región austral
designaban cada una de las
plantas y flores
con un nombre particular
sin considerar el conjunto (p. 49).
El sujeto lírico, lejos de ver allí una falta que haga de esta lengua una inferior, no apta para el pensamiento abstracto, ve, en cambio, «un amor particular por cada nervadura / por cada brote pequeñísimo, / por cada tallo» (p. 50).
Carlos Battilana nació en Paso de los Libres, Corrientes, en 1964, pero reside en Buenos Aires. Escribió, con La lengua de la llanura, once libros de poesía: Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005), Materia (Vox, 2010), Presente continuo (Viajera Insomne, 2013), Narración (Vox, 2013), Velocidad crucero (Conejos, 2014), Un western del frío (Viajero Insomne, 2015) y Una mañana boreal (Club Hem, 2018). En 2018, como queda dicho, el sello Caleta Olivia publicó Ramitas. Poesía reunida (1992-1998) y, en 2020, la Universidad Nacional del Litoral y Vera Cartonera dieron a conocer Luz de invierno, una antología de su obra lírica. Como ensayista, es autor de El empleo del tiempo. Poesía y contingencia (El Ojo del Mármol, 2017). Compiló y prologó Una experiencia del mundo (Excursiones, 2016), que reúne las crónicas periodísticas de César Vallejo, y prologó, en coautoría, Nuestra América, de José Martí, editado por la Biblioteca del Congreso de la Nación (2019).
Lengua atenta al brote, al tallo, a las «pequeñas hojas amarillas» que caen («Lecciones de botánica», p. 19), a los «pastizales marrones y charcos moribundos que anuncian el hambre» («El hambre», p. 21), la lengua de la llanura que da nombre al libro se dice en lo que se reserva secreto: en la llamativa voluntad de la brisa de «Lecciones de botánica», en la manifestación pavorosa de «la piedra dura de lo inhóspito» de «Pesadillas». O en la cercanía de lo que se oculta, como esa «fuerza» de «Pasiones»:
Serena la lluvia que cae en esta mañana de la llanura. Los orígenes del fuego nunca se descifrarán, no obstante, con dulzura, con calma adquirida en las tormentas y los vendavales, una mujer sonríe, acaricia con dedos finos el cabello, la piel de un hombre que descansa, aligerado, en la tierra, cerca de una fuerza, no muy lejos del mar (p. 37).
En ese misterio que anida en lo pequeño, hay una también una fe: bien puede nacer en «un atado / de pastos y yuyos» (p. 35), según «El principio del fuego», o en la hoguera nocturna (el fuego —a menudo compartido— atraviesa buena parte de los poemas) de «Historia de la eternidad», que la voz battilaniana dice como «una imagen que se parecía, casi de modo literal, a la primera visión de un dios» (p. 53). Y hay, claro, un tiempo que recorre el libro todo y que se adivina en el ritmo pausado de versos como, por ejemplo, los de «La lentitud de la tierra», que cito completo:
Las piedras envejecidas
son esto: una larga
acumulación,
una ruinosa acumulación
que se separa de la vida.
El aire, los finísimos hilos que sostienen el aire,
pertenecen al amor
a la siembra tardía
de aquello
que no
se junta
ni se acumula (p. 39).
Ecos de ese decir sereno y cercano, y de ese tiempo oscuro se oyen todavía en Trance (la sección que completa el libro), en un poema como «Estado de gracia», donde el sujeto lírico, abrigado en lo abierto, dice al hijo:
me dejo proteger
por la intemperie
que te ha sido concedida
por la gracia de los lagos y los ríos
de los vientos
del azar
con que te arrancaron los días
infinitamente.
O en «Una imagen del agua», que cierra el libro, y cuyos versos últimos bien podría leerse en clave metapoética:
Trato
de concentrarme en el pasto
que veré mañana,
el rocío fresco
del alba
trato de esperar
una forma de belleza
y nombrar con serenidad
el lado bueno
de las cosas,
aquello que podemos oír
o tocar
—el grillo de la noche, los tallos silvestres—
apenas
con un suavísimo roce, el movimiento crucial (pp. 81-82).
Una lengua, en suma, que toca, o más bien que roza el canto del grillo, el crecer del pasto, para decirlos en esa pequeñez que sostiene lo que no puede nombrarse. He ahí la sabiduría de la llanura.
Notas