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Alberto Giordano, El giro autobiográfico. Rosario, Beatriz Viterbo, 2020, Clásicos Reunidos, 244 páginas
Orbis Tertius, vol.. 26, núm. 33, 2021
Universidad Nacional de La Plata

Libros

Orbis Tertius
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 1851-7811
Periodicidad: Semestral
vol. 26, núm. 33, 2021

Giordano Alberto. El giro autobiográfico. 2020. Rosario. Beatriz Viterbo. 244 pp.

Con independencia de los sucesos globales, para Alberto Giordano el 2020 debe haber resultado un año sorpresivo por lo grato de poder reunir dos propuestas editoriales que le devolvieron parte de su propia obra desde una mirada externa y transformadora. Me refiero, en primer lugar, a Volver a donde nunca estuve. Algo sobre mi padre (julio de 2020) publicado por la editorial chilena Bulk Editores y, por otro lado, a la nueva edición de El giro autobiográfico (agosto de 2020) a cargo de la editorial rosarina Beatriz Viterbo. Pienso que recibir la propia obra transformada por manos ajenas, siempre que sea —como en este caso— el resultado de un trabajo cuidadoso y productivo, debe ser motivo de sorpresa porque multiplica las oportunidades no solo de reconocer lo propio en el otro, sino de algo más importante: descubrir que se puede devenir otro en lo propio. Debido a la fuerte identificación de Giordano con Roland Barthes como ensayista, la perspectiva de que esto último estuviese en el horizonte de posibilidades probablemente haya constituido un gran motivo de alegría.

Hasta el momento, Giordano lleva publicados tres volúmenes de diarios: El tiempo de la convalecencia (Iván Rosado, 2017), El tiempo de la improvisación (Iván Rosado, 2019) y Tiempo de más (Iván Rosado, 2020). A partir de la lectura de estos diarios, Alfonso Mallo (Bulk) le sugiere extraer solo las entradas que en diversos aspectos trataban de su padre y armar una versión especial de criterio temático. Después de un trabajo de seis meses de selección y reordenamiento, de las manos editoriales de Mallo nace Volver a donde nunca estuve y, también, por el efecto que produce la condensación de las entradas, el personaje de un Giordano hijo en trance de duelo por su padre fallecido. Lo paradójico del título traza una línea difusa entre la nostalgia por un presente marcado por la ausencia paterna y un repliegue que permite la emergencia de un devenir impersonal capaz de catapultar al personaje y al escritor hacia una metamorfosis inesperada. Si algo de esto hay en Volver, desde luego se debe al encuentro de una escritura aventurada a la incertidumbre de lo íntimo con la destreza afectuosa de una edición. Quizás por esta razón, a pesar del poco tiempo en que se conocen, Giordano se refiere al vínculo con Mallo como una “amistad de toda la vida” (p. 7).

Otra de las propuestas que Giordano recibió durante el 2020 vino de parte de Carolina Rolle (Beatriz Viterbo), esta vez para reunir en un solo volumen los dos títulos que abarcan los ensayos abocados al ya famoso “giro autobiográfico”. Así, a El giro autobiográfico en la literatura argentina actual (Mansalva, 2008) se le suma Vida y obra. Otra vuelta al giro autobiográfico (Beatriz Viterbo, 2011), además de cuatro ensayos, dispersos en diversas revistas culturales, bajo el título de “Insistencias”. La agrupación de todos estos textos sobre escrituras autobiográficas permite construir una imagen de Giordano como crítico-ensayista en la que, desatendiendo las exigencias homogeneizantes de las instituciones culturales preocupadas por asir la actualidad, se muestra abocado a la tarea de entrar en relación de intimidad con la legítima rareza de cada escritura. Este volumen de El giro autobiográfico inaugura una nueva colección de la editorial, llamada “Clásicos Reunidos”, junto con un segundo título: Cuatro ensayos de César Aira. Imagino que, casi treinta años después de haber sido los autores que acompañaron el inicio del proyecto editorial de Beatriz Viterbo allá por 1991 –ese año se publicaron Copi, de César Aira, y Modos del ensayo, de Alberto Giordano–, la idea de que una nueva colección recupere sus participaciones inaugurales es otro motivo de alegría. Y, sobre todo, teniendo en cuenta que también recupera y celebra, de alguna forma, otros tantos años de una relación de amistad entre Giordano y Aira.

El mote de “clásico” puede resultar incómodo si se lo usa en su cariz monumental para detener la vida de una obra. La inscripción borgeana de la editorial, con la que Giordano comulga, nos invita a darle una vitalidad renovada a los textos de este nuevo volumen de El giro a través de la redefinición de clásico que propone el autor de los Nueve ensayos dantescos. Una forma de responder a esta invitación es conjeturar acerca de los diversos comienzos (en detrimento de un origen mitologizador) que podrían haber puesto en movimiento la escritura ensayística de Giordano en este volumen. Es probable que uno de ellos se haya dado allá por 2002 en un viaje de regreso de Montevideo a Buenos Aires, en el que Giordano lee por primera vez, gracias a la recomendación vehemente de Elvio Gandolfo, el Diario de Ángel Rama. Otro, indudable, es la lectura del Diario de duelo de Barthes. Quizás, otro comienzo menos probable esté en Los misterios de Rosario, cuando Aira toma su nombre (entre muchos otros) para volverlo literatura y esa maniobra, aunque ficcional en el sentido radical de la expresión, le haya suscitado a Giordano la inquietud de saber cómo (se) contaría su vida si él mismo estuviese encargado de hacerlo. Pero si realmente queremos utilizar la noción de comienzos de manera crítica, nos conviene entonces buscarlos no en el pasado, sino en el futuro de la obra. Por eso, es posible identificar otros comienzos de El giro en cada uno de los cuatro volúmenes de diarios de Giordano para leerlo desde allí. El más indicado, para mí, por la feliz contingencia de ser también un proyecto editorial que le devuelve al escritor su propia obra desde una exterioridad, es Volver a donde nunca estuve. Leer El giro como si hubiese tenido su inicio en Volver es otra forma en la que el libro de Giordano se metamorfosea.

Desde las líneas iniciales al primer prólogo del nuevo volumen de El giro, Giordano aclara que, más allá de que el título sirviera para identificar una tendencia del presente, sus resonancias extravagantes fueron diseñadas con la particular intención de captar la atención del periodismo cultural. Como conoce la reducción homogeneizante con la que operan dichas instituciones, Giordano planta el señuelo para cargarse con la tarea de ajusticiar la singularidad de los textos adscriptos al giro autobiográfico y cuya lectura escribe: independientemente de los temas que traten —esgrime nuestro justiciero— la clave es reparar en la intensidad de una escritura abocada a la imaginación de posibilidades de vida. Esa sería una de las respuestas a una entrevista realizada por un reconocido diario de tirada nacional. Por dirimirse en el campo de la prensa, la empresa enseguida se le arruina. Esa respuesta “justa en su inevitable complejidad” (p. 16) que ponía a raya la torpeza del periodismo cultural se desvanece en el aire, nunca llega a los lectores del diario e, incluso, desaparece de los propios registros del entrevistado.

Algo del mismo tenor sucede cuando Giordano se ve obligado a ofrecer justificativos que prueben que el giro autobiográfico identificado en la literatura argentina actual es parte de un movimiento más abarcador que involucra otras formas de arte y que, además, el conjunto se encuentra subsumido a un proceso globalizador de alcance mundial. Giordano mismo señala su incapacidad para percibir procesos generales y, por eso mismo, apresura torpemente el proceso generalizador en una nota al pie (p. 50) para sacárselo de encima con premura. En el segundo prólogo explicita las razones:

No me interesa especular en términos de época o tendencias actuales, tal vez porque carezco de las facultades necesarias para poder hacerlo; mi propósito es más discreto: entrar en intimidad con la intimidad de algunos escritores, eso que desconocen de sí mismos aunque lo muestre su escritura, para convertirlos en los personajes de una comedia humana hecha de autocomplacencias y fugas a lo desconocido, poses, narcicismo y raptos de impersonalidad (pp. 96-97).

Casi quince años después, no dudamos de la efectiva emergencia del fenómeno identificado por Giordano, incluso a niveles mundiales. Lo que para las instituciones culturales se manifiesta como el (auto)boicot (al)/del justiciero y la torpeza del incapaz, para el lector que quiere entrar en “intimidad con la intimidad de algunos escritores” es la delimitación de un territorio donde afirmar una ética. Si la reivindicación de la escritura que quiere tener un vínculo con lo íntimo se descarta por enrarecer los propósitos reductores de un periodismo interesado en dilucidar el presente de una vez y para siempre, la ética ensayística de Giordano asume con soberanía la pose del justiciero torpe porque le resulta conveniente para propiciar el encuentro siempre singular entre la rareza propia y la del otro. Para acompañarlo en la empresa, solo hace falta entrar en sintonía con su lectura detenida y cuidadosa, como cuando, a propósito de las memorias fragmentarias y discontinuas de Raúl Escari en Dos relatos porteños (Mansalva, 2006), dice: “Escari se convierte en artista al contar su vida tal y como verdaderamente la vivió porque ese acto diario inaugura cada vez una forma nueva de existencia. Sin arte (invención de un tono) no hay renovación de la vida y sin vida nueva (aparición de otros afectos) no hay arte” (pp. 31-32).

Ser torpe para la generalización y la homogeneización es la condición de posibilidad que el crítico-ensayista habita para poder estar atento y disponible a la emergencia de formas nuevas de existencia.

Otro comienzo posible que creo distinguir entre los ensayos de El giro se puede ubicar en los diarios de ajedrecista que Giordano llevaba en su adolescencia. “Cuando me preguntaban por qué lo hacía [dice Giordano], apelaba a la coartada pedagógica: el registro y el autoexamen minucioso podrían contribuir a mis aprendizajes. En verdad lo hacía para jugar al autobiógrafo, para usar mi vida como materia de un libro imaginario” (Halfon, 2020). Identificar un comienzo posible es también imaginar cómo uno hubiese querido que se produzca ese comienzo, del mismo modo en que las entradas de un diario de ajedrecista no solo registran la manera en que se dieron las partidas jugadas durante la jornada, sino que además imaginan cómo le hubiese gustado que se den al jugador-diarista. En la escritura y la lectura, la recuperación de un registro siempre está contaminada de lo imaginario, el umbral que distingue esos dos dominios a veces se vuelve difuso e incierto. En algunas ocasiones esa indistinción, incluso, resulta conveniente. Eso es precisamente lo que nos enseña Giordano cuando lee los desdoblamientos del sujeto diarístico en detrimento del valor documental que puedan tener: “Reconocer o imaginar esos momentos singulares en los que la aparición de un gesto enunciativo que muestra más de lo que la notación registra hace que la imagen del diarista, esa que fue construyendo día a día hasta darle la consistencia de un carácter, se desgarre” (p. 163, el subrayado me pertenece).

Cualquier notación autobiográfica está sujeta a esta oscilación que solo encuentra su justa manifestación en la predisposición de una lectura capaz de desplazarse en los umbrales y convertir esa incertidumbre en una potencia.

Algo del jugador de ajedrez que cede a la pulsión diarística aparece en el ensayo sobre los textos autobiográficos de Daniel Link, allí donde el ensayista se queda pensando cómo podría haber resultado la partida cuando los sucesos ocurridos coartaron un desenlace. Según indica Giordano, Link confiesa que le resulta difícil relacionar sus textos con el mentado “giro autobiográfico” y prefiere denominarlo “imaginación intimista”. El escritor-ajedrecista allí vuelve a abrir la partida tratando de comprender las razones por las que la frase acuñada podría generar confusiones e, incluso, encuentra a su contrincante en un punto medio con una propuesta mixta: el “giro intimista”. Adelanta dos peones, los pierde y hace un enroque. Ahora que la partida está iniciada, entiende que esta apertura puso en una situación de vulnerabilidad precaria a “la heterogeneidad entre lo íntimo y lo privado (nuestro juguete teórico más preciado)” (p. 59), por lo que divisa las formas de disponer los argumentos para que, en dos o tres movimientos oblicuos de alfil, tomen a la reina contrincante.

En Volver a donde nunca estuve, el Giordano diarista recuerda una escena de escritura en la que, para hacer algo con la tristeza que le suscitó haber tenido que dejar al padre en una clínica de rehabilitación, toma registro de un momento feliz: “la imagen de papá esperándome en la plataforma de llegada de una estación de ómnibus, o mejor, la de papá en el momento en que me reconoce entre los pasajeros que descienden” (2020, p. 73). Por el gusto de demorar un poco más la conclusión de esa notación, el diarista descompone la imagen del arribo y el encuentro en la descripción de cada uno de sus momentos, y remata: “Acabo de llegar y, sin decir nada y sin saberlo, papá me da lo mejor que un padre le puede dar a un hijo: la certidumbre de que es bienvenido” (2020, p. 74). El viaje y el encuentro son temáticas recursivas entre los ensayos de El giro (como en “Una antropología de lo fugaz” o “El giro autobiográfico em Gávea”), pero lo que es definitivamente distintivo de la escritura ensayística de Giordano en este libro es la voluntad generosa de dar la bienvenida a las legítimas rarezas de los autores cuyas escrituras intima.

Como nos enseñan los textos que Giordano comenta, lo que su lectura crítica nos muestra una y otra vez, es que, cuando la vida pasa a través de las palabras, eso que pasa es del orden de lo inacabado, un suceso que nunca termina de ocurrir. Algo de eso se produce cuando el mismo Giordano hace un paso al frente y se diferencia de entre la multitud de lectores de diarios íntimos (p. 43), de lectores de Pardo (p. 59), del público y sus preferencias (p. 61), del coro (p. 62), de los que perseveran en el deseo de la verdad autobiográfica (p. 66) y de amigos lacanianos (p. 77), siempre para darles la bienvenida a las tensiones que enrarecen el acto autobiográfico. Si leemos El Giro desde Volver, el libro de ensayos sobre escrituras autobiográficas bien podría ser la persecución de esa bienvenida por otros medios. Tan generosa es esa actitud que incluso los cierres más estereotipados pueden devenir otro:

Una primera lectura de este final [dice Giordano a propósito de En la pausa de Diego Meret], acaso la más acertada, deplora la concesión a la idea de cierre. La retórica dominante en el resto del libro, la de la suspensión, hacía prever algo menos convencional. La segunda lectura imagina que la reconciliación con lo que adviene es tributaria de una verdad a la que el autobiógrafo accedió narrándose. Si jamás volverá a ningún lado, jamás estará del todo en ningún lugar. La ambigüedad que lo despega del pasado aliviana la anticipación del futuro. Hay modos de ausentarse sin desaparecer: es la lección de la pausa (p. 130).

Con Giordano, podríamos decir: hay modos de volver a donde nunca se estuvo, esa es la lección del giro autobiográfico.

Referencias

Giordano, A. (7, junio, 2016). Papeles y amistad. Rosario 12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-54934-2016-06-07.html.

Halfon, M. (22, nov., 2020). Entrevista a Alberto Giordano acerca del giro autobiográfico y la pasión del ensayo. Página 12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/306651-entrevista-a-alberto-giordano-acerca-del-giro-autobiografico.



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