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Daniel Melo e Isabel Araújo Branco (eds.) Edición y circulación del libro en Iberoamérica desde el final de la segunda guerra mundial. Gijón, Ediciones Trea, 2020, Biblioteconomía y Administración Cultural, 140 páginas
Orbis Tertius, vol.. 26, núm. 33, 2021
Universidad Nacional de La Plata

Libros

Orbis Tertius
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 1851-7811
Periodicidad: Semestral
vol. 26, núm. 33, 2021

Melo Daniel, Araújo Branco Isabel. Edición y circulación del libro en Iberoamérica desde el final de la segunda guerra mundial. 2020. Gijón. Ediciones Trea. 140 pp.

La colección Historia de la Cultura y la Edición de la Editorial Trea, de Gijón, ya cuenta con un reconocido prestigio. El libro editado por Melo y Araújo Branco, profesores de la Universidade Nova de Lisboa, consta de ocho artículos originados en un simposio realizado precisamente en Lisboa en 2016. Me voy a permitir desordenar la prelación de esos trabajos y reordenarla según otros criterios que vayan más allá de la mera sucesión. Hay tres de ellos, los de Gustavo Sorá, Fernando Larraz y Rui Beja, que se enmarcan en lo que solemos llamar historia de la edición; los enfoques y métodos son diferentes, pero los aúna el objeto: editores y editoriales. En segundo lugar, los artículos de JoãoMoraes Filho y de Melo se ocupan de las llamadas políticas del libro y de la lectura a través de un desarrollo diacrónico y de una perspectiva comparada; podría decirse, incluso, que dialogan entre ellos, que se solapan y complementan. Por último, los tres restantes, a cargo de Isabel Araújo Branco, de Maria Fernanda de Abreu y de José Horácio Costa, son estudios sobre recepción de obras literarias, una perspectiva muy frecuente en los recientes estudios sobre la World Literature, la así llamada república mundial de las letras y los intercambios entre sistemas literarios disímiles y heterogéneos. En este orden, pues, desarrollaré mis comentarios.

Conozco muy bien los trabajos de Sorá y de Larraz: ambos tienen una rara virtud, cada vez que vuelven sobre sus temas de investigación lo hacen de modo diferente, como si en cada momento en que parece que se repiten, en verdad no lo hacen; hay otro enfoque, una mirada no prevista, una madurez reflexiva que nos dice siempre algo nuevo sobre lo mismo. En 2016 aún no se había publicado el libro de Sorá sobre el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, los dos prestigiosos sellos que dirigió desde México Arnaldo Orfila Reynal. Allí se recupera una trayectoria editorial, la de Orfila, que nunca se limita a una mera reseña biográfica, sino que se proyecta hacia la postulación de hipótesis teóricas y metodológicas. Por ejemplo, el contraste permanente entre una unidad latinoamericana que se manifiesta como un anhelo colectivo y que a menudo deriva en una frustración, en una realidad esquiva, lleva al autor a pensar el problema como un replanteo del clásico dilema entre historia y estructura. Ver la larga duración y la continuidad en el episodio y en las aparentes rupturas; advertir siempre los entramados colectivos cuando hablamos de la vida de un sujeto. Quienes estudiamos la historia de la edición debemos precavernos de cierta bibliografía laudatoria y hagiográfica que abandona la pretensión de objetividad para celebrar algo parecido a una gesta de dimensión épica; eso mismo ocurría con el Fondo de Cultura Económica: la plenitud de su grandeza opacaba subrepticiamente los lados oscuros de su historia, algunas de sus mezquindades y defecciones. Bajar del podio a Cosío Villegas y a Orfila Reynal para conocerlos mejor no minimiza sus talentos, sino que enriquece su verdad, su densidad humana y su significación social. Esa tarea, nada sencilla, es el indudable mérito de los trabajos de Sorá. En esa dirección, transforma el eco místico de la vocación como un destino en el Beruf objetivado magistralmente en las conferencias que Max Weber dictara hacia 1919.

Si hablamos de trayectorias, Fernando Larraz es un graduado en Letras que tiene la minuciosidad y la pasión por los detalles de un historiador. Siempre lo consideré un experto en leer los catálogos –literarios y de ciencias humanas, se entiende– porque en esas lecturas produce una doble articulación diría saussureana: coloca al título que analiza en sistema, entre otros títulos del catálogo, y, por otro lado, coloca a ese catálogo en diacronía, lo historiza, analiza de dónde vino, quién lo elaboró, qué impacto produjo. El artículo en análisis tiene un ordenamiento clásico: 1) antecedentes (qué ocurría en la edición iberoamericana antes de la guerra civil y el exilio); 2) articulación de la llamada cultura del exilio con los respectivos marcos nacionales (cuántos matices existieron, en cada caso, entre la nostalgia que paraliza en el pasado y en la tierra perdida y la integración plena a una realidad nueva); 3) la coyuntura de 1936 en adelante: cuánto hubo en verdad de ruptura y novedad y cuánto de continuidad en el campo editorial americano con la llegada de editores españoles; 4) de qué manera los exiliados españoles se posicionaron frente a los discursos del falangismo y al proteccionismo del régimen franquista. Como decíamos de Sorá, Larraz también deconstruye la retórica épica. De la gesta imperial de un hispanismo rancio que procuraba eufemizar con las glorias del pasado las tenebrosas acciones de una dictadura infecta se pasaba a la celebración acrítica de un exilio heroico y romantizado. Entre ambos estereotipos, la historiografía española debía reconciliarse con la verdad: el rigor y la lucidez de Larraz para estudiar el exilio español en el campo editorial ha sido un paso decisivo en esa reconstrucción.

En su artículo, Rui Beja se propone caracterizar la acción de editores y libreros en Portugal durante la década de los setenta, antes y después de la dictadura, un objeto al que define como un “campo de estudio en construcción”. Con ese fin, divide su intervención en tres apartados. En el primero se ocupa del libro al final del Estado Novo, de las tensiones que imponía la censura previa y del impacto que tuvo la irrupción del Circulo de Leitores en 1970. Como en otros países –y aquí es inevitable que piense en Argentina– la emergencia de nuevas editoriales se da en consonancia con la radicalización política e imprime un sello característico a los primeros setenta. En este punto, debo confesar que la lectura de varios trabajos del libro despertó mi curiosidad por la Fundación Gulbenkian y por la historia pintoresca del armenio filántropo; es evidente que el rol jugado por la Fundación en la transición fue clave en la transformación cultural operada en los primeros años de democracia. En el segundo apartado, Beja se ocupa precisamente del libro durante el período que se abre en abril de 1974. Saber que Portugal aún tenía hacia 1960 un 34% de analfabetismo nos da la medida de la envergadura de la tarea cultural –la “revolución cultural”, como se la denominó enfáticamente por entonces– que debió encarar el nuevo régimen. En esa tarea, resultó relevante la labor del Instituto Portugués del Libro, fundado en 1980, y sus políticas de apoyo a la edición. En el tercer apartado, sobre el libro y el desarrollo cultural, el autor se detiene en un informe sociológico sobre hábitos de lectura. Me llamó la atención la ya clásica diferenciación entre lectura “productiva” y lectura lúdica, un debate que enfrenta a intelectuales, pedagogos, escritores y bibliotecarios desde el inicio de la organización de nuestros espacios nacionales. A diferencia de otros artículos, Beja no abunda en la primera persona, aunque, podríamos decir, en ciertos momentos la primera persona se nota, teniendo en cuenta que se trata de un prestigioso editor que dirigió el Círculo de Leitores durante casi una década; esta perspectiva, lejos de lesionar el trabajo, a mi juicio lo enriquece.

Me referiré ahora a los artículos sobre políticas de la lectura y, en este punto, quisiera dejar de antemano en claro mis limitaciones, ya que es un tema sobre el que solo puedo aportar una opinión de lego. Conocí a João Moraes Filho brevemente, durante un intenso debate en el 3º Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición, en Buenos Aires en 2018; y entonces pude advertir la pasión por su tarea, la defensa enfática de sus opiniones, incluso la frustración por los logros pretendidos, que a menudo no llegan. Su artículo se ocupa de las leyes de fomento del libro en Brasil y confieso que, acaso porque no conozco demasiado del tema, su lectura me resultó aluvional y me fui perdiendo en declaraciones y fechas, debido a su estructura de avance y retroceso, según la cual cada nuevo movimiento se recupera a partir de una vuelta al pasado. No obstante, los aportes se multiplican y los datos se van organizando, tomando como punto de partida la llamada declaración de Bolivia, producida en 2003 desde Santa Cruz de la Sierra; y el Plan Iberoamericano de Lectura (Ilímita), lanzado en 2005 y patrocinado por la OEI y el Cerlalc. Si bien no se trata de un estudio comparado, las numerosas referencias al caso colombiano sirven como contraste y término de referencia para evaluar los avances en el Brasil.

Decía al comienzo que existen muchos puntos en común con el artículo de Daniel Melo, más extenso y elaborado. En el inicio, el autor explicita su perspectiva metodológica de historia comparada y la comparación alcanza a Brasil y Colombia y, correlativamente, a Portugal y España. La referencia a tres niveles de análisis (la mencionada historia comparada; el enfoque de las transferencias culturales y los procesos de cruce; y la noción de política cultural alargada e inclusiva) abre el espacio metodológico para un desarrollo en dos etapas. La primera, fundamental, se detiene en el necesario paso de una política del libro a una política de la lectura; desde una visión más patrimonialista, propia de los regímenes autoritarios, a un proceso de democratización del acceso a la lectura. En este punto, el análisis se centra en las políticas llevadas a cabo por ciertas instituciones (fundaciones, ONGs), con la convicción de que resulta imprescindible la activa participación de la sociedad civil para que el efecto democratizador no se disuelva en mera retórica ni se paralice en las burocracias propias de los Estados. La segunda etapa, del libro a la cooperación cultural y a la integración regional, se detiene en “cuatro instrumentos” a partir de los cuales se articulan las instituciones del libro con las políticas culturales: 1) el intercambio y el apoyo a la edición; 2) los premios literarios; 3) las ferias del libro (y aquí un breve excurso nos habla de la activa presencia de Portugal como país invitado en Fráncfort 97, lo que puede leerse como el prolegómeno necesario para el otorgamiento del Premio Nobel a José Saramago en el 98); 4) los encuentros académicos e institucionales. El artículo, que tiene mucho de informe, abruma con su detallada cronología; su funcionalidad, podríamos decir, es doble: por un lado, brinda insumos de muchísimo interés para la historia del libro y la lectura; por otro, resulta un aporte imprescindible para pensar la experiencia cercana y comparada en la elaboración de políticas de la lectura y, desde allí, reflexionar sobre los caminos a seguir en el futuro.

Voy a considerar, finalmente, los artículos sobre recepción literaria. El trabajo de Araújo Branco se refiere a la recepción editorial de obras de autores hispanoamericanos en Portugal, desde 1960 a 2011. La primera etapa de esa recepción está marcada por la importación de las obras del llamado boom de la literatura latinoamericana, empujada por un clima de época que tenía como fondo privilegiado la Revolución Cubana de 1959 y el gobierno de Salvador Allende en Chile que auspiciaba, con enormes obstáculos, lo que entonces se llamó una vía pacífica al socialismo. Sin embargo, esa importación no fue inmediata, sino que reconoce ciertas escalas motivadas por factores externos: uno de ellos es el éxito que pudieron haber tenido en otras lenguas, otro es la circulación y difusión de las obras a través de versiones cinematográficas, de donde el llamado –con categorías de Even-Zohar– “polisistema local” parecía responder a una lógica propia de los best sellers. Solo algunos pequeños proyectos editoriales, varios mencionados en las nutridas notas al pie del trabajo de Rui Beja, focalizaban su interés en la edición de calidad y en la publicación de nuevos autores. Así, la reseña y el riquísimo análisis de algunos casos (Neruda, García Márquez, Borges, Cabrera Infante, Cortázar, Isabel Allende, Luis Sepúlveda) apuntan a fortalecer esas hipótesis. Por ejemplo, en el temprano empuje de Blow Up, la película de Michelangelo Antonioni (1966) para la difusión de Cortázar; o el tardío renacer de la obra de Pablo Neruda, gracias al éxito de Il postino, la película de Michael Radford (1994). Me interesó particularmente la hipótesis que sostiene que Brasil resultó el principal articulador en el sistema receptor de la literatura hispanoamericana en Portugal: una certeza que podíamos conjeturar pero que nunca la había encontrado formulada con esta precisión; creo que esa hipótesis abre un campo de investigación muy productivo.

El de la profesora Maria Fernanda de Abreu es un clásico estudio de caso, en el marco de las investigaciones sobre recepción literaria: el del excepcional escritor lisboeta Fernando Pessoa. Creo que fue el año pasado que leí el estupendo libro de Jerónimo Pizarro, La mediación editorial; allí se ocupa de los enormes desafíos que representa la obra de algunos autores, caótica, desbordante, heteróclita, y se detiene en especial en Macedonio Fernández y en Fernando Pessoa, un escritor “ampliamente inédito en el año de su muerte”. Desde las primeras obras completas de la editorial Ática, los debates sobre cómo organizar el legado escriturario de Pessoa amenazan con ser infinitos. Un momento de quiebre en el conocimiento de Pessoa en Hispanoamérica, nos dice Abreu, fue el congreso realizado en la Universidad de San Pablo en 1988, en el centenario del nacimiento del poeta. Sin embargo, lo interesante del artículo es el rastreo de las más tempranas recepciones de la obra del portugués. En primer lugar, la labor descubridora y pionera, con algo de azarosa, del mexicano Octavio Paz, quien tradujo a Pessoa en una Antología publicada en 1962, introducida por un ahora célebre prólogo, incorporado pocos años después en Cuadrivio, uno de sus libros medulares de crítica literaria. En segundo lugar, y casi por los mismos años, se publican las traducciones del poeta argentino Rodolfo Alonso, por entonces muy joven; unos Poemas de Pessoa y sus heterónimos que dio a conocer la editorial Fabril de Buenos Aires en 1961. La pesquisa vuelve entonces a México para detenerse en la traducción de Francisco Cervantes de la Oda marítima, publicada en 1963, y se cierra, otra vez en Buenos Aires, con la labor de traducción, crítica y difusión que ejerciera Santiago Kovadloff, en especial en un recordado número de la revista Crisis, de fines de 1973. El cierre reproduce dos textos que son, a la vez, poesía y recepción: un fragmento de la carta que Borges le envía a Pessoa, fechada el 2 de enero del 1985 (a 50 años de la muerte del poeta) y el bellísimo poema que Juan Gelman le dedica a “un poeta portugués”.

Por último, se añade al conjunto un texto atípico, porque no es un artículo sino un “testimonio” –así lo llama el autor– y por ende se escribe a partir de una omnipresente primera persona y, además, por su brevedad. Se trata del trabajo del poeta y arquitecto brasileño José Horácio Costa, de la Universidad de San Pablo, y consta de una suerte de mise en abyme: reivindicar los años de formación de José Saramago a partir de narrar los años de formación de Costa. El autor nos cuenta las dificultades que debió sortear para terminar de doctorarse en la Universidad de Yale con una tesis sobre los primeros textos de Saramago, sobre su período formativo; la tesis se defendió, con regular fortuna, en 1994, se publicó en español en 1997 en el Fondo de Cultura Económica y encontró un lugar definitivo en el espacio crítico cuando el autor portugués, en 1998, se hizo universal. De manera que desde una historia personal se procura reconstruir la incorporación de un autor en una tradición canónica y los mecanismos, a menudo mezquinos, oblicuos, con que la academia preserva, conservadoramente, sus privilegios en el ejercicio pleno de su autoridad. El autor no afirma, con gesto egocéntrico, que él favoreció con su obra crítica al reconocimiento del escritor, sino lo contrario: que el Saramago ya canónico revalidó retrospectivamente sus intuiciones críticas y estéticas. Porque también así se construye el canon.

Y ya para terminar, una breve referencia a la Editorial Trea, que ya atesora un brillante catálogo sobre nuestros temas. Podríamos decir que desde un lugar algo marginal respecto de los centros de edición, y en compañía de la notable labor de Manuel Ortuño y Trama desde Madrid y de Ana Mosqueda y su Ampersand, fogoneada desde Buenos Aires, nos han brindado un espacio cada vez mayor para dar a conocer nuestros trabajos. Una buena señal, un evidente síntoma de que los estudios sobre el libro, la edición y la lectura han venido para quedarse.



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