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México, i9X3
Orbis Tertius, vol.. 25, núm. 32, 2020
Universidad Nacional de La Plata

Dosier: ¡Viva Puig!

Orbis Tertius
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 1851-7811
Periodicidad: Semestral
vol. 25, núm. 32, 2020


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.




Elegir México como lugar de la muerte. La tierra donde los vivos conviven con los difuntos. Donde los perros Xoloixcuintles, con sus cuerpos carentes de pelo y sus orejas gigantes como las de murciélagos, son los encargados de llevar sobre sus lomos a sus amos al Mictlán. Los indicados para conducirlos por el río correcto, donde se atraviesa lo que en otras culturas es algo trascendente y aquí, en estas tierras, es parte de una especial comprensión del mundo. Como si Manuel Puig hubiera previsto que alrededor de su muerte estarían presentes otras muertes. Como si todo lo asimilado en el Hollywood de pueblo, el de su infancia, o en los estudios reconstruidos de Cinecitá, no hubiese sido un mal sueño, o más bien el pretexto fabuloso para pertenecer, junto a Male, su madre, de quien no se separó más a pesar de su errancia por el mundo. La única mujer con la que mantuvo un estricto, estrictísimo, pocas veces visto en su vastedad y en su impecable construcción, vínculo epistolar. Cada carta un universo Puig. De ellos dos. De esa fantasía que tuvieron que inventar, de la cual debieron aferrarse para escapar de la realidad plana, vil, cerrada en sí misma, de un poblado de la pampa argentina. Luego de las grandes bellezas de Italia, de la agitada y moderna vida de Nueva York, donde aparte de las cartas a su madre se atrevió a narrar viñetas sórdidas. Encuentros fugaces. Impresiones tan abiertas y crudas, que no se atrevió a dejar por escrito en ninguno de sus libros. Las crónicas de Nueva York fueron su Hell's Kitchen. Su libro de Nueva York, en cambio, estaba circunscrito a las cuatro calles que circundan Washington Square, ese mismo Washington Square de Henry James. Depurado por los interminables paseos entre un joven que hacía de enfermero, de paseador de enfermos, para sostener sus estudios universitarios. El Manuel Puig de Brasil, romántico a su manera. Voyeur de los amores semi urbanos. De esos acercamientos de cuerpos insuflados por la música popular romántica de la época. Amores en los arbustos bajo la melodía de Roberto Carlos. De Waldir Soriano. O narrando no una vida de Río de cuerpos desnudos, de la alegría desbordada entre la miseria propia de Copacabana, Ipanema y Leblón. No, al contrario, dos viejas lloran sus penas de lo que deben soportar en un gris Buenos Aires. Asfixiante. Agobiadas las dos por las penurias de la vida. Calaveras mexicanas. Día de Muertos, que celebra el Cónsul de Malcom Lowry. Cuernavaca. Manuel Puig camina por las mismas calles por las que, precisamente un Día de Muertos, Firmin muere en la puerta de la cantina El Farolito, y su cuerpo es arrojado luego a una barranca, como un perro. Como mueren diariamente miles de seres. De manera anónima. Mujeres, cuyos rostros vemos en todas las esquinas. En los postes de alumbrado. En las estaciones de gasolina. Carteles que no tienen un fin definido. Avisos que nunca encuentran a nadie. Porque es imposible hallar a la misma mujer repetida en esos afiches hasta la saciedad. ¿Manuel Puig lo sabía? ¿Estaba consciente de que las Orquídeas a la Luz de la Luna sólo podían encontrar una escenografía semejante para ser llevada a cabo? De allí su interés por entender el lenguaje mexicano, que luego plasmó en las que daban la impresión de transcurrir todas en la cantina El Farolito. No existe una explicación coherente para tomar la decisión de habitar el lugar de la muerte feliz, por decirlo de alguna manera. Y menos aún la de internarse, por un mal menor, no una emergencia, en un sanatorio de esos que cuentan con la sala de embalsamamiento en la parte trasera. Decisión correcta. Fin de la novela no escrita. De la ficción que nunca llegó a alcanzar pues le faltaba el lenguaje escrito para lograrlo. Pero, un momento, aún contaba con un cuerpo vivo para lograrlo.



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