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Recepción: 20 Abril 2021
Aprobación: 02 Agosto 2021
Resumen: El propósito de este trabajo es reflexionar sobre las narrativas históricas de divulgación que tienen como objeto a la guerrilla de Montoneros. El recorte incluye los libros Operación Primicia, de Ceferino Reato (Sudamericana, 2010), Montoneros. Soldados de Perón, ¿soldados de Massera?, de Carlos Manfroni (Sudamericana, 2012), y Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros, de Sergio Bufano (Sudamericana, 2015). La ponencia contextualiza las obras en el tránsito del régimen de memoria de los gobiernos kirchneristas, a una puja entre relatos del pasado reciente signada por el revisionismo conservador, que generó las condiciones para la irrupción del discurso negacionista. En segundo lugar, el texto plantea reconstruir los núcleos de sentido sobre la Argentina de los 70, con el objetivo de reflexionar sobre la producción de sentido común histórico alrededor de Montoneros.
Palabras clave: Montoneros, Revisionismo conservador, Negacionismo, Narrativa histórica, Progresismo intelectual.
Abstract: The purpose of this paper is to reflect on the historical narratives of popularization that have the Montoneros guerrilla as an object. The selection includes the books Operación Primicia, by Ceferino Reato (Sudamericana, 2010), Montoneros. Soldados de Peron, ¿Soldados de Massera? by Carlos Manfroni (Sudamericana, 2012), and Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros, by Sergio Bufano (Sudamericana, 2015). The paper contextualizes the works in the transition from the memory regime of the Kirchnerist governments to a struggle between narratives of the recent past marked by conservative revisionism, which generated the conditions for the irruption of the negationist discourse. Secondly, the text proposes to reconstruct the nuclei of meaning about Argentina in the 1970s, with the aim of reflecting on the production of historical common sense around Montoneros.
Keywords: Montoneros, Conservative revisionism, Negacionism, Historical narrative, Intellectual progressivism.
Ya se ha vuelto un tópico recurrente de las manifestaciones opositoras al kirchnerismo, la aparición de pancartas y consignas que condenan a esta expresión política por “montonera”. Como ha señalado oportunamente Ernesto Salas, la adjetivación denigratoria es una operación que “recupera del pasado un significante con el que una parte de la sociedad cree estar expresando algo hoy”.[1] Esta actualización de un objeto exánime —la aniquilada guerrilla de los años 70— es parte de la construcción de un sentido común sobre las izquierdas y el peronismo, que le otorga una fuerte carga historicista al relato decadentista y antiprogresista de las derechas argentinas.[2] La circulación de esta clase de discurso no es nueva, pero en la última década ha saltado de los márgenes del activismo procesista a la calle, lo que ha contribuido a popularizar la ideología de la “memoria completa”.[3] Las grandes editoriales que controlan el mercado del libro, como Sudamericana y Planeta, fueron mediadoras y agentes de este proceso de amplificación de ideas sobre el pasado, con la divulgación de historias conservadoras sobre los Montoneros, que en ocasiones se han convertido en best-sellers. Al mismo tiempo, en su catálogo aparecen historias y ensayos sobre la guerrilla peronista, con un punto de vista cercano a la cultura de izquierdas y el progresismo.
El propósito de este artículo es reflexionar sobre las narrativas históricas orientadas a la divulgación, que tienen como objeto a la organización político-militar Montoneros, y han alcanzado una importante circulación gracias a su publicación por grandes conglomerados editoriales en la última década. Es parte de un trabajo más amplio que recorre las historias sobre Montoneros de los últimos diez años, en este caso el recorte incluye los libros Operación Primicia, de Ceferino Reato (Sudamericana, 2010), Montoneros. Soldados de Massera, de Carlos Manfroni (Sudamericana, 2012) y Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros, de Sergio Bufano (Sudamericana, 2015). Esta selección, aunque no exhaustiva[4], pretende englobar la variedad de puntos de vista sobre la guerrilla peronista que ofreció el mercado editorial en el primer lustro de la década de 2010. El artículo intenta, en primer lugar, contextualizar las obras en el tránsito del régimen de memoria instalado por los primeros gobiernos kirchneristas a una situación de puja entre relatos antagónicos del pasado reciente, con la irrupción del discurso negacionista en los medios de comunicación como protagonista estelar de las últimas controversias sobre la dictadura y la guerrilla. En segundo lugar, el texto busca desmenuzar los núcleos de sentido que produce cada libro sobre la Argentina de los 70, y qué clase de público se intenta construir.
¿Cuál es la especificidad de estas narrativas sobre Montoneros? En lugar de verificar cómo se ajusta cada relato al acontecer histórico (desenmarañar si hubo un pacto secreto entre Montoneros y el almirante Emilio Eduardo Massera, o la responsabilidad de Juan Domingo Perón en los crímenes de la Triple A), aquí se trata de comprender la naturaleza de las operaciones político-intelectuales realizadas sobre Montoneros, qué estrategias de argumentación emplean, y cuáles son los usos de ese pasado en las batallas culturales del presente. Como hipótesis, se plantea que la cristalización de una sensibilidad antimontonera se corresponde con la circulación masiva de un discurso revisionista de la “memoria oficial” de los años setenta, asociado a coyunturas políticas y demandas sectoriales. Esta novedad cultural es el emergente de un movimiento más amplio de la opinión pública, cuya marca de origen fue la reacción al régimen de memoria inaugurado hacia 2003, que reformuló los principios derivados del Nunca más, e incorporó una lógica reparatoria de los derechos de las víctimas que recuperó las identidades de la militancia setentista.[5]
En la Argentina, a lo largo de las últimas décadas surgió un renovado interés por la violencia política en el pasado reciente, que alimentó una importante producción de testimonios, ensayos e investigaciones en torno a la guerrilla. La curiosidad por las ideas y los militantes de las organizaciones armadas, acompañó el proceso de repolitización de las memorias sobre los años sesenta y setenta, así como las luchas del movimiento de Derechos Humanos.[6] Esta tendencia tuvo propagandistas y detractores, pero alimentó pocos debates públicos, con la notable excepción de la polémica del No matarás iniciada por Oscar del Barco en 2004, en torno al asesinato de combatientes del Ejército Guerrillero del Pueblo por parte de sus propios compañeros. En los años kirchneristas, que incorporaron al discurso oficial la reivindicación de la militancia revolucionaria de la década del 70, floreció una narrativa conservadora de la guerrilla argentina, que tuvo una importante circulación gracias a las grandes editoriales. El éxito de autores como Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato, respondía a la demanda de un sector de la sociedad, que quería impugnar la mirada progresista del pasado reciente, juzgada como un subproducto del discurso del poder y las memorias gubernamentales. Por otra parte, el salto de las narrativas conservadoras de los pequeños sellos editoriales a los grupos empresarios como Sudamericana y Planeta, no se puede entender al margen de la política de las grandes editoriales, que moldearon la oferta cultural con la publicación de best-sellers de no ficción asociados a las coyunturas políticas.[7]
Como se ha sugerido en un trabajo anterior[8], el revisionismo de la historia reciente argentina es un fenómeno análogo a la corriente europea que Bruno Groppo denominó “revisionismo histórico anti-antifascista”. Para el historiador italiano, la revisión es una clave de la investigación histórica, ya que cada generación modifica la lectura del pasado de acuerdo a sus coordenadas culturales, y al descubrimiento de nuevas fuentes documentales. Pero el revisionismo es una operación historiográfica que, antes que apuntar a la interpretación de una época, tiene una intencionalidad política latente, como ocurre con los estudios de Ernst Nolte sobre el nazismo como reacción a la expansión bolchevique, y de Renzo Di Felice sobre la singularidad nacional del facismo italiano.[9] Giovanni Levi aporta una definición contundente cuando acusa al revisionismo de “reflejar iguales y negativas a ambas partes en conflicto”, una nivelación de posiciones que conduce a la devaluación del pasado.[10] En estos casos, la revisión del antifascismo y el bolchevismo, reducidos a una desprestigiada causa totalitaria, llevó a una rehabilitación paradójica de las derechas.
Por otra parte, el llamado negacionismo, que recibe su nombre de la corriente que cuestiona la memoria de la Shoá, no “niega” las violaciones a los derechos humanos, pero consigue minimizarlas: allá se admite el asesinato en masa de los judíos europeos, pero se argumenta que faltan pruebas contundentes sobre las cámaras de gas, los campos de exterminio, y los seis millones de muertos. Aquí se rechaza con similar vocación positivista la existencia de un plan sistemático para asesinar a miles de civiles, y se cuestiona el número de desaparecidos calculado por las organizaciones de derechos humanos. La singularidad del negacionismo argentino es que la estigmatización de Montoneros y el ERP como terroristas, junto a la rehabilitación de las “otras víctimas” de la guerrilla, reclama credenciales democráticas, y busca un lugar en el consenso antitotalitario vigente desde 1983. El mejor ejemplo es su insistencia en legitimar el accionar de las Fuerzas Armadas con los decretos de aniquilamiento de la subversión, dictados por el gobierno constitucional de Isabel Perón.
En nuestro país, el setentismo oficial declinó con las celebraciones del Bicentenario de la Revolución de mayo, que inauguraron una nueva modalidad de legitimación histórica de los gobiernos kirchneristas. El centro de gravitación del discurso legitimador en el campo de los usos del pasado ya no fue la reparación de los crímenes de la dictadura militar, sino la búsqueda de una especularidad con los procesos emancipatorios del siglo XIX. Las controversias sobre la historia argentina encontraron nuevos objetos, como la creación del Instituto Manuel Dorrego, y el tratamiento de figuras del panteón liberal en producciones audiovisuales gerenciadas por medios de comunicación estatales, como La asombrosa excursión de Zamba. Sin embargo, el fantasma del montonerismo permaneció en el vocabulario político de la oposición más conservadora, y los libros sobre la temática encontraron un nicho estable. La expansión de la ideología de la memoria completa a través de las grandes editoriales, precedió a la irrupción de los discursos negacionistas del terrorismo de Estado, que tuvieron una amplia difusión en los medios de comunicación por el pronunciamiento de funcionarios de la administración de Cambiemos durante la conmemoración del cuadragésimo aniversario del último golpe militar, en marzo de 2016. Los desacuerdos sobre el pasado reciente se concentraron en la polémica por el número de desaparecidos, y la violencia guerrillera se colocó en el mismo nivel que el accionar represivo del Estado. La complejidad sociocultural de las organizaciones político-militares quedó invisibilizada por el significante vacío del terrorismo civil, lo que terminó por obturar la problematización de la violencia política, y empobreció el debate público.
Montoneros. Soldados de Massera, o la conspiración como trama de la Historia
El libro de Carlos Manfroni Montoneros. Soldados de Massera: La verdad sobre la contraofensiva montonera y la logia que diseñó los 70, trata de probar que existió un acuerdo entre la cúpula montonera y el comandante en jefe de la Armada en tiempos de la dictadura de Videla. El autor es un abogado y columnista del diario La Nación, que saltó al centro de la escena política hacia 2015, cuando fue denunciado por hacer espionaje institucional como funcionario del Ministerio de Seguridad conducido por Patricia Bullrich. Así se conoció su pasado como redactor de la revista nacionalista Cabildo, noticia que colocó en segundo plano su profesión de consultor en temas como corrupción, fraudes financieros y terrorismo, su trabajo como docente la Universidad Católica Argentina, y su participación en el libro Los otros muertos: Las víctimas civiles del terrorismoguerrillero de los 70 junto a Victoria Villarruel, presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV). Estas filiaciones lo insertan en las redes que impugnan la mirada progresista de la historia reciente, y lo acercan a figuras públicas que los sectores afines a los organismos de Derechos Humanos caracterizan como negacionistas.
La tesis de Manfroni no es novedosa, ni exclusiva del revisionismo conservador. Las negociaciones entre los jefes montoneros y la dictadura fueron sugeridas en el documento de la “rebelión de los tenientes”, encabezada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, quien varios años después denunció en el diario Página 12 un pacto entre Massera y la Conducción Nacional, que tenía como objetivo allanar el camino de la Contraofensiva montonera.[11] Lo distintivo de Montoneros. Soldados de Massera, es que sus argumentos coinciden con el repertorio del discurso conspiracionista, que ya desde el subtítulo se anuncia con el gesto de revelar una verdad oculta opuesta a la verdad visible del poder.[12] El complot iluminado por el libro sería la vasta red transnacional con centro en la logia masónica italiana Propaganda Due (P2), que a través del almirante Massera habría utilizado a la guerrilla peronista para desestabilizar la dictadura militar. El discurso conspiracionista es un modo de intervención política que, solo desde el punto de vista de aquellos que no se lo toman en serio, aparece como prelógico o irracional. Para sus artífices y seguidores, por el contrario, las teorías del complot se basan en la razón, la ciencia, las hipótesis y las pruebas, por eso el autor se presenta en el prólogo con un tono positivista, mesurado y neutral:
“La narración que sigue constituye la descripción más aséptica y desapasionada que he podido realizar sobre los hechos de los que trata esta investigación. Los pocos juicios de valor introducidos en la obra — con excepción del último capítulo, donde expreso mi opinión personal— responden solo a la necesidad de describir una situación con la precisión adecuada o bien a las exigencias de la estética del relato, sin dejar nunca a un lado la verdad, ni aun en sus detalles (...) Por cierto, no he dejado de expresar mis propias conclusiones, pero acompañadas de las pruebas e indicios sobre los que pretendo fundarlas. Pero si alguien cree que en este libro encontrará expresiones tales como: “banda de delincuentes terroristas”, respecto de unos, o “represores genocidas”, respecto de otros, espero que haya leído este aviso antes de sentir que ha malgastado su dinero”.[13]
En efecto, el libro se legitima como una “historia documentada” despojada de adjetivaciones, para que el lector saque “las conclusiones a las que cada uno puede llegar por sí mismo”. Sin embargo, el sesgo se advierte en el modo de tratar a los actores del pasado y sus interacciones, así como en la selección de las fuentes documentales. Manfroni recurre a documentos desclasificados de la embajada de Estados Unidos en Argentina, testimonios de primera mano de altos funcionarios de la dictadura, como Jorge Rafael Videla, Jorge Eduardo Acosta y Antonio Pernías, memorias publicadas por ex guerrilleros, y una bibliografía asociada a los libros de Ceferino Reato, Juan Bautista Yofre y Marcelo Larraquy, con poca presencia de investigaciones académicas. El resultado es una valoración de Montoneros que reproduce el punto de vista de los represores, y banaliza la magnitud del terror estatal: los secuestros son “procedimientos”, los torturadores “interrogan” prisioneros, los detenidos-desaparecidos “cierran tratos” y realizan “operaciones conjuntas” con la Marina. Si la ESMA se asemeja a un club político, y Massera es pintado como un ambicioso sin escrúpulos, los guerrilleros se llevan la peor parte, retratados como terroristas, conspiradores o colaboradores de la dictadura.[14]
En su ensayo Teoría del complot, Ricardo Piglia planteó que la imaginación conspirativa es “el modo que tiene el sujeto aislado de pensar lo político (...) el complot ha sustituido la noción trágica de destino: ciertas fuerzas ocultas definen el mundo social y el sujeto es un instrumento de esas fuerzas que no comprende”.[15] Para el conspiracionismo, el motor de la historia es un pequeño grupo secreto que opera a escala global, por eso una de sus prácticas más comunes es la de establecer correlaciones fácticas entre hechos, personas y discursos que se asocian de manera arbitraria, como se advierte cuando Manfroni se detiene en el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu:
El libro Montoneros: el mito de sus 12 fundadores, de Lucas Lanusse, recuerda que en agosto de 1964 se creó el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), a instancias de Gustavo Rearte. El MRP, según la misma fuente, “tuvo entre sus tareas la organización de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP)”, buena parte de la cual fue absorbida después por Montoneros. Pero uno de los miembros de ese embrión de la guerrilla en la Argentina, que era el Movimiento Revolucionario Peronista — de acuerdo con el mismo libro—, fue Héctor Villalón; como ya está dicho, en un tiempo, delegado personal de Perón y amigo de Fidel Castro; el mismo personaje que ha aparecido, a lo largo de su vida, por casualidad o no, frecuentemente acompañado de personajes de la logia y sus aliados (...) Eugenio Aramburu me confirmó, durante nuestra entrevista, que quienes entraron a la casa de sus padres aquel 29 de mayo de 1970 eran tres o cuatro hombres, lo cual contrasta con el relato montonero, que indica que únicamente ingresaron Emilio Maza y Fernando Abal Medina. No hay un solo motivo para dudar de la palabra del hijo de la víctima. En cambio, resulta harto sospechosa la omisión de los autores del crimen. ¿Quién o quiénes más estaban allí que no son mencionados en las apologías que los montoneros acostumbraban publicar sobre sí mismos en relación con el secuestro y la muerte de Aramburu?[16]
La asociación libre de datos sueltos, descontextualizados o inverificables, dispuestos en una narrativa acusatoria, provoca un efecto de saturación interpretado como evidencia de una red virtualmente infinita. Mediante un procedimiento metonímico, que reemplaza el todo por la parte y elimina la contingencia histórica, Héctor Villalón, cercano a Propaganda Due, creó las FAP, cuyo mayor activo militante habría sido absorbido por Montoneros, quienes se asociaron al almirante Massera, miembro de P2. Para completar el cuadro, el ex montonero Luis Labraña sugiere que el secuestro de Aramburu fue montado por la KGB, quien de acuerdo a Manfroni podría estar detrás de la logia masónica.
Si en las teorías conspirativas los individuos son instrumentalizados por fuerzas ocultas, Montoneros aparece como una organización carente de agencia, con militantes sacrificados por una dirigencia cínica y corrupta, todos peones de Propaganda Due. Por eso Manfroni cree que la eficacia montonera para traspasar fronteras y realizar espectaculares operativos armados durante la dictadura era parte del acuerdo con Massera, de la misma manera que algunos ufólogos subestiman a aztecas, incas y egipcios cuando niegan que las pirámides fueron construidas por culturas preindustriales. El público al que apunta Soldados de Massera es aquel sujeto aislado del ensayo de Piglia, interesado en la trama secreta del poder y desencantado de la política, que se reconoce en la operación revisionista de equiparar negativamente a ambas partes en conflicto. En ese balance opaco, la devaluación de la experiencia de la izquierda peronista es un consumo cultural apto para aquellos lectores que buscan una genealogía montonera del fenómeno kirchnerista, sin mayores preocupaciones por la mediación entre el presente y el pasado.
Operación Primicia, las otras víctimas y el Sarajevo argentino
Hacia 2009, Hugo Vezzetti llamó la atención sobre la necesidad de reconocer, como un lado B de las revelaciones del Nunca más, a “esas otras víctimas igualmente innecesarias, las muertes producidas por la guerrilla”.[17]Operación Primicia, la investigación de Ceferino Reato sobre el asalto de Montoneros al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa en octubre de 1975, continuó el hilo de esta intervención, pero convirtió la historia del operativo guerrillero en un best-seller que vendió 30.000 ejemplares.[18] Reato es un periodista con fuerte gravitación en los principales medios de comunicación, como Perfil, La Nación, Infobae, Canal 26 y América TV, pero parte de su reconocimiento como formador de opinión proviene de los libros que ha publicado sobre los años 70. Menos conocido es su papel como asesor de prensa de la embajada argentina en el Vaticano durante la segunda presidencia de Carlos Menem, y su participación en los seminarios de Historia y Libertad de la universidad del CEMA, que contaron con la presencia de expositores como Juan Bautista Yofre, Victoria Villarruel y Ricardo López Murphy.[19]
Los hilos conductores del libro se resumen en los subtítulos de la tapa, que cumplen con el objetivo —tan afín a los medios de prensa como al marketing editorial— de atraer a los lectores con titulares provocadores: El ataque de Montoneros que provocó el golpe de 1976. El caso que destapa el escándalo de las indemnizaciones a los guerrilleros. Sobre el primer enunciado, Reato sostiene que:
“Operación Primicia fue la acción más espectacular de la guerrilla argentina en toda su historia (...) conmovió al gobierno, al peronismo y a los militares y provocó que el general Jorge Videla y el almirante Emilio Massera fijaran la fecha para el golpe militar del 24 de marzo de 1976.”[20]
Es discutible que el asalto al cuartel formoseño haya sido el operativo más espectacular de la guerrilla argentina: si se mide el despliegue militar, el ataque del PRT-ERP al batallón Domingo Viejobueno de Monte Chingolo en diciembre de 1975, implicó un mayor número de combatientes de ambos lados, y fue más temerario, dada la cercanía del cuartel a la Capital Federal y a otras unidades del Ejército. Si se elige el impacto en la opinión pública, el secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu por Montoneros parece más espectacular, ya que forzó la renuncia del dictador Juan Carlos Onganía. Sin embargo, el planteo más polémico de Operación Primicia es su signatura como causa del golpe de 1976, ya que para Reato el operativo montonero habría provocado una reacción en cadena, iniciada por los decretos de aniquilamiento de la subversión firmados por Italo Luder, y continuada por el decisionismo golpista de Videla y Massera.[21] Esta interpretación es cuestionada por periodistas como Ricardo Ragendorfer y Camilo Ratti, quienes afirman que la conspiración militar había comenzado en agosto de 1975, como reacción a las masivas movilizaciones del Rodrigazo.[22] La tesis de Operación Primicia desconoce las “innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas”[23], de las que surge el acontecer histórico. Al estilo de la vieja historiografía positivista, el copamiento se magnifica como un Sarajevo argentino, que detona un conflicto protagonizado por grandes hombres. El recurso de cargar las culpas del golpe de 1976 a la guerrilla peronista, es similar al revisionismo conservador de Nolte, que explicaba la emergencia del nazismo como una reacción brutal pero lógica frente al bolchevismo.
Otro nudo significativo del texto es la crítica a las políticas públicas de reparación a las víctimas de la represión estatal en los 70. Inserto en el boom de los best-sellers de coyuntura política, Operación Primicia supera a Montoneros. Soldados de Massera por la inmediatez con la que conjuga en presente su relato del pasado, dirigido a golpear la política de derechos humanos del kirchnerismo. En esa línea, el campo historiográfico compartiría los mismos presupuestos románticos del discurso oficialista sobre el activismo setentista:
“La mayoría de estas publicaciones se refiere a la represión ilegal de la dictadura con su secuela de miles de desaparecidos y muertos (...) Creo que ese vacío se explica por la vigencia de un paradigma que establece una continuidad entre la dictadura que terminó en 1973 y la dictadura que empezó en 1976 en el marco de una interpretación maniquea y binaria de los setenta, según la cual los buenos, los jóvenes maravillosos que se habían convertido en la vanguardia de los sectores populares, tuvieron que tomar las armas contra los malos, los militares y sus aliados del peronismo traidor, la burocracia sindical, la oligarquía nativa y el imperialismo estadounidense (...) el paradigma sobre los setenta, que está en la base del discurso del kirchnerismo y de sus aliados, orienta a la mayoría de los miembros de la comunidad de periodistas e historiadores interesados en esa época crucial: es un criterio para seleccionar temas y enfoques; les marca, por ejemplo, que no vale la pena ocuparse de qué dijeron y qué hicieron los jóvenes de Montoneros y del ERP durante los gobiernos constitucionales de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan Perón e Isabel Perón.”[24]
Al construir como antagonista a una historia y memoria oficiales, Reato ignora la magnitud y la heterogeneidad de la producción académica sobre el pasado reciente. Pero lo importante de este gesto es la práctica revisionista de generar un efecto de subalternidad, un “nosotros contra los de arriba” que tiende un puente con el lector de a pie, receloso de las instituciones y de la reivindicación partidaria de la militancia setentista. Para demostrar la parcialidad e incongruencia de la política de derechos humanos, en el libro se despliegan dos operaciones convergentes: primero, la rehabilitación de las “otras víctimas”, en particular los diez soldados conscriptos que cayeron en la defensa del regimiento. Segundo, la separación de la condición de víctima del combatiente guerrillero, ya que para Reato “no es lo mismo un desaparecido que un muerto en combate”.[25] Esta discriminación se relaciona al cobro de indemnizaciones durante la presidencia de Carlos Saúl Menem por víctimas de la represión ilegal anteriores a 1976, y su posterior inclusión en los listados de la CONADEP. Aunque el autor reclama que su tarea es periodística, y solo quiere “contar lo que pasó”, la construcción de los personajes invierte el romanticismo atribuido a la militancia revolucionaria: el jefe del operativo montonero, Raúl Clemente Yager, es frío y metódico por su formación de ingeniero químico, mientras los soldados formoseños son minorizados de forma paternalista como pueblerinos, tiernos y supersticiosos. Si Reato acierta cuando recuerda que la Operación Primicia “no fue una excursión de boy scouts”[26], la reconstrucción del ataque no investiga en profundidad qué pasó con los guerrilleros que fueron vistos con vida por última vez en el regimiento. Para el autor no hay evidencia de ejecuciones extrajudiciales, mientras el parte de guerra montonero reproducido en el anexo documental del libro, denuncia que los asaltantes heridos fueron rematados.[27] La ficcionalización de diálogos y situaciones, donde no queda claro qué parte proviene de testimonios, del expediente judicial o de la imaginación del autor, genera la sospecha de que aquí también pesó más el punto de vista del Estado represor.
La disociación entre la víctima y el combatiente guerrillero retrotrae el debate sobre las violaciones de derechos humanos por parte del Estado a 1983, cuando estaba vigente el estigma del detenido-desaparecido como subversivo y terrorista. El despojo del estatuto de víctima a los guerrilleros muertos, y la revisión del número de víctimas de la represión ilegal, cubren con un halo de sospecha a los familiares que cobraron la reparación ofrecida por el Estado. En consecuencia, la memoria del terror estatal se reduce a un problema fiscal y monetario, que cala hondo en las ansiedades del público lector por la corrupción institucional. Esta banalización de los traumas del pasado reciente preparó el terreno para la circulación masiva del discurso negacionista a partir de 2016: aunque Reato admite que las violencias guerrilleras y estatales no fueron simétricas, la afirmación parece un mantra en honor al consenso antitotalitario de la democracia consolidada —cuyos orígenes se remontan a la condena de la “violencia de ultraderecha y ultraizquierda” del Nunca más- antes que una guía heurística de su investigación. Operación Primicia termina siendo la historia de los montoneros que dispararon sobre conscriptos desarmados, una lectura afín al sentido común histórico de quienes cuestionan la existencia del terrorismo de Estado.
Perón y la Triple A, la desmesura de la violencia y el progresismo
El libro de Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros, aborda un problema sensible para la identidad política de importantes segmentos de la sociedad argentina: la responsabilidad de Perón en la creación de las organizaciones armadas paraestatales que asesinaron a cerca de dos mil personas antes de la última dictadura militar, la mayor parte militantes peronistas y de izquierda. El propósito de la pareja de autores es demostrar que los escuadrones de la muerte empezaron a operar en 1973, y que sus acciones se inscribieron en la dinámica de enfrentamientos internos del peronismo gobernante. En pos de este objetivo, realizan una prolija reconstrucción de los atentados que protagonizó la represión paraestatal, y cruzan esa secuencia con los discursos presidenciales que apuntaban a Montoneros y la insurgencia armada. Esta metodología cuestiona el lugar común de señalar a José López Rega como único vértice de la escalada represiva, pero al mismo tiempo reduce su espectro a la interna del justicialismo. En ese sentido, los enfoques que optan por peronizar o desperonizar a la Triple A se chocan con el hecho de que la represión paraestatal obedeció a lógicas tanto partidarias como estatales, que incluyó a grupos de choque sindicales y estudiantiles, miembros de la Policía Federal, y militares en actividad.[28]
Los creadores de Perón y la Triple A tienen una trayectoria diferente a la recorrida por los autores de Operación Primicia y Montoneros. Soldados de Massera. Bufano militó en las Fuerzas Argentinas de Liberación, se exilió en México en 1977, y desde allí fue uno de los iniciadores de la revista Controversia, que realizó una de las primeras autocríticas de la militancia revolucionaria setentista. Con la transición democrática, el ex guerrillero se unió al Club de cultura socialista, un núcleo de intelectuales de centroizquierda que se acercó al gobierno de Raúl Alfonsín. Hacia 2004 fundó junto a Gabriel Rot la revista Lucha armada en la Argentina, que contribuyó en esos años al boom de memorias, historias y ensayos sobre la guerrilla argentina. Lucrecia Teixidó es Licenciada en Ciencias Políticas, y junto a Bufano integra actualmente la Mesa de Discusión sobre Derechos Humanos, Democracia y Sociedad, que intenta proponer una agenda propia en el debate sobre los derechos humanos a partir de figuras como Graciela Fernández Meijide, Hugo Vezzetti, Hilda Sábato y Claudia Hilb. La pertenencia a estas redes permiten incluir a ambos autores en la generación del progresismo intelectual, corriente que —en sus variantes socialdemócratas o nacional-populares— animó el debate de ideas en la Argentina de los últimos cuarenta años. Una porción importante de estos intelectuales, entre los que se incluyen Bufano y Teixidós, se identifican con la estrategia democrática de 1983, que con el correr de los años, derivó en un “ochentismo” conservador de los principios de la transición democrática.[29] El progresismo intelectual dejo su marca en la agenda de problemas que construyó la historia reciente, que más allá de sus variantes y miradas particulares, comparte la pertenencia a una genérica cultura progresista.[30]
Aunque pertenecen a universos culturales distintos, es posible detectar vasos comunicantes entre el revisionismo conservador y algunos exponentes del progresismo intelectual. Aparte de lo anecdótico de la inclusión de Ceferino Reato entre los agradecimientos del libro, un denominador común de Perón y la Triple A y Operación Primicia es la idea de tragedia como clave interpretativa de los años 70.[31] Si para Reato el asalto al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa fue un hecho trágico que anticipó la tragedia a gran escala de la dictadura militar, Bufano y Teixidós ensayan una tautología similar:
“Lo que había comenzado con una tragedia el 20 de junio de 1973, terminaba con otra tragedia: la muerte de Juan Domingo Perón, un hombre crucial en la historia argentina. Pero su heredero no era el pueblo, tal como anunció. Tampoco una democracia afianzada, ni instituciones sólidas, ni un Partido Justicialista organizado, ni una cultura política basada en el diálogo y la tolerancia. Nada de eso. Lo que legó al morir fue un país sumido en la violencia, con un Estado en manos de bandas armadas, con una Presidenta torpe, incapaz y manipulable, con miles de extranjeros perseguidos que habían buscado refugio en un presunto oasis democrático.”[32]
Uno de los elementos más conocidos del género trágico es el determinismo: hay un destino inamovible que la voluntad del héroe no puede torcer, y cuyo desafío puede llevar a la muerte o la locura. Si las exigencias de los autores al último Perón remiten al paradigma democrático nacido en 1983 -las apelaciones a la democracia, la gobernabilidad, el diálogo y la tolerancia son ejes de la remozada agenda progresista ochentista-, los Montoneros son sujetos a la misma grilla ético-política, y retratados con atributos negativos. El más recurrente es la desmesura, que aparece como el reverso de los valores democráticos:
“Las decisiones adoptadas en el encuentro con los gobernadores y la orden pronunciada por el jefe del justicialismo rompieron los ya frágiles mecanismos institucionales que podían servir de freno. La violencia siguió y se intensificó. En ese proceso de represión influía una cultura política permeable a la desmesura y a la transgresión de las normas. Muchos años de golpes militares y proscripciones, y en consecuencia la falta de uso, familiaridad, respeto y ejercicio práctico de los recursos y poderes institucionales que ofrece un régimen democrático, facilitaban y posibilitaban un modo de hacer política y de dirimir conflictos más relacionado con la acción directa que con el diálogo y los acuerdos. Los partidos políticos opositores carecían de la fuerza o no tenían la suficiente convicción para mediar y procesar las diferencias de manera pacífica. Todo se resolvía sin más intermediación que las bombas, los tiros y el discurso acusador y descalificador. La lógica de amigo-enemigo permeaba toda la vida política en la Argentina, atravesada y contaminada por las contradicciones internas del movimiento peronista.”[33]
La desmesura como pasión exagerada también es una figura de la tragedia griega, que se opone a la moderación, y tiene como predicado a los héroes enceguecidos por los dioses.[34] Este rasgo, compartido por el montonerismo, la derecha peronista, la guerrilla marxista y el propio Perón, atravesaba la cultura política argentina de aquellos tiempos. En el mejor de los casos, los militantes de la guerrilla peronista serían héroes equivocados que habían desafiado las normas. Por eso, la lectura que hace Perón y la Triple A de Montoneros señala de manera prescriptiva los errores que cometió la organización armada, antes que reflexionar sobre las condiciones que orientaban sus decisiones en el universo cultural setentista. El análisis de la ola de ocupaciones y la política montonera que acompañó la asunción presidencial de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973, es un buen ejemplo:
“Montoneros participó activamente en ese caos de ocupaciones y contribuyó a generar recelo y temor mediante una política desconcertante no solo para los gremialistas, sino para la sociedad en su conjunto, incapaz de entender sus propósitos. A pesar de su declaración de silenciar las armas, el 4 de abril asesinó al coronel Héctor Alberto Iribarren, jefe del Servicio de Informaciones del III Cuerpo de Ejército (...) Esa torpeza política se puso de manifiesto una vez más cuando el 18 de ese mismo mes el dirigente de la JP Rodolfo Galimberti propuso la creación de milicias populares. Suponer que Perón, un hombre formado en las Fuerzas Armadas, militar por vocación, que estaba recuperando la jefatura política de la Nación, podía remotamente autorizar la formación de un cuerpo ajeno al ámbito militar, era una ingenuidad o una provocación. Que Montoneros, reivindicándose peronistas, mataran a un oficial en Córdoba y propiciaran milicias armadas era un despropósito que perjudicaba cualquier estrategia política.”[35]
En este pasaje los Montoneros se caracterizan por su torpeza, su ingenuidad y el despropósito de sus decisiones, en suma, por carecer de una racionalidad política. El argumento de Bufano y Teixidós, es que la guerrilla no comprendió la transición democrática y continuó con las acciones armadas, que se volvieron incomprensibles para la mayor parte de la sociedad. El problema de esta afirmación es que mide la toma de decisiones con los parámetros del paradigma democrático ochentista: la gente común condenaba el asesinato de José Ignacio Rucci porque “había votado por la paz”, mientras el asalto del ERP a la guarnición militar de Azul ignoraba la legitimidad de un gobierno que “había sido elegido pocos meses atrás con un alud de votos nunca visto en la historia argentina”.[36] Si se piensan las acciones en situación y se reconstruye su contexto, es necesario matizar el razonamiento: Montoneros se había acostumbrado a operar militarmente en dictadura y con Perón en el exilio, a partir de acciones armadas que les habían aportado un importante capital político. Algo parecido ocurrió con la guerrilla de Mario Roberto Santucho, cuya estructura volvió a crecer desde 1973, en paralelo al progreso de sus operativos.[37]
¿A qué lector apunta un libro como Perón y la Triple A? El título es atractivo para aquella parte del público antiperonista interesada en confirmar que el movimiento justicialista siempre ha sido una corriente política de derecha. No obstante, como sostiene en una entrevista brindada al diario La Nación, a Bufano parece importarle más convencer a un hipotético joven que mira a la guerrilla de los 70 con simpatía retrospectiva por “el heroísmo, el desprecio por la vida, el morir por la revolución y por ideales superiores. Eso nos preocupaba, primero, porque no es cierto y, segundo, porque no es un buen ejemplo”.[38] En este sentido, la obra se diferencia de los textos reseñados más arriba, ya que adhiere sin variaciones a las nociones de memoria, democracia y derechos humanos forjadas por el paradigma democrático ochentista, es guardiana de una ortodoxia progresista antes que una revisión conservadora del pasado reciente. Pero al mismo tiempo, funciona como una intervención crítica frente a la memoria oficial del kirchnerismo, que reivindicó la militancia revolucionaria de la década del 70.
Consideraciones finales
En un sugerente trabajo sobre historia, best-sellers y política, Pablo Semán argumenta que “resulta necesario historizar a los historiadores masivos y a sus lectores en relación con las formas de imaginación social”.[39] Haciendo propia esa intención, este trabajo incorporó como objeto a la producción de sentido común histórico sobre Montoneros en los últimos diez años. A partir de la crisis madurada entre fines de 2001 y comienzos de 2002, el mercado del libro dio lugar a una “historia de masas”, con títulos como Los mitos de la historia argentina de Felipe Pigna o Argentinos, de Jorge Lanata, que respondieron a una demanda de explicaciones sobre el orígen de los problemas estructurales del país. La reivindicación de los revolucionarios setentistas realizada por los primeros gobiernos kirchneristas, en sintonía con el giro militante de las memorias de los años 90, generó como reacción la emergencia de un revisionismo conservador, que tendió a nivelar el accionar de las organizaciones guerrilleras con el terror ejercido por la dictadura militar. La cercanía a los medios de comunicación de autores como Ceferino Reato, Juan Bautista Yofre y Carlos Manfroni, la acción de las grandes editoriales, y la demanda del público, convirtieron a esta corriente en una historia de masas.
Junto a la curiosidad sobre el pasado y la búsqueda de respuestas a la decadencia argentina, el lector de la historia de masas usa a sus libros como una caja de herramientas para justificar posiciones políticas e ideológicas que se conjugan en presente. Si toda historia es historia contemporánea, las historias de masas reseñadas en este texto, ignoran o debilitan las mediaciones críticas del saber histórico, que se sustituyen por analogías entre el pasado y el presente (Manfroni y Reato), o bien juzgan a los 70 desde el anacronismo de un horizonte ético-político construido sobre sus ruinas en los 80 (Bufano). La denigración de Montoneros que se menciona al comienzo del texto, cobra sentido en esta imaginación histórica marcada por la repetición. Cada vez que se demoniza a la guerrilla peronista por su pasado violento, antidemocrático o izquierdista, se presiona un nervio sensible de la actualidad política, al confirmar que los montoneros de ayer y de hoy siempre estuvieron contra el libre mercado, las instituciones republicanas y los derechos humanos. La sensibilidad antimontonera, entonces, se ha plegado a un discurso conservador que incluye a la guerrilla como un capítulo del gran relato decadentista del pasado nacional, parte del equívoco histórico de un peronismo que habría desviado a la Argentina de su destino de grandeza, identificado con la república oligárquica y el modelo agroexportador. Visto así, Montoneros reúne dos maldiciones: la anomia de la violencia política como trama inversa de la democracia restaurada en 1983, y la anomia del peronismo como desviación autoritaria y plebeya de la Argentina liberal.
Los primeros dos libros que hemos reseñado pueden ser definidas como parte del revisionismo conservador. Montoneros. Soldados de Massera es receptivo a aquella expresión del positivismo popular que exige hechos y datos duros carentes de sesgo ideológico. A contramano de esta demanda, la investigación acumula evidencias de acuerdo a los tópicos más doctrinarios del discurso conspiracionista, y considera a Montoneros como peones de una trama secreta global. En la cosmovisión de Manfroni, el dinero mueve al mundo, de allí la importancia en el texto de las finanzas montoneras, las ambiciones del almirante Massera, y los negocios de la logia Propaganda Due. La relación entre economía y deseo, atractiva para los lectores interesados por la corrupción y los excesos del poder, también aparece en Operación Primicia de Ceferino Reato, que denuncia el cobro de indemnizaciones del Estado por parte de ex guerrilleros muertos en combate. Este trabajo es un caso testigo de aquella historia de masas donde el pasado y el presente se solapan; la reconstrucción del operativo montonero en Formosa carga las culpas sobre la organización armada de la ruptura del orden democrático, mientras que la rehabilitación de los conscriptos asesinados es un tiro por elevación a las políticas de derechos humanos implementadas por gobiernos peronistas. En cambio, Perón y la Triple A puede ser visto como un trabajo que ocupa un lugar intermedio entre el revisionismo conservador, y las historias más empáticas con Montoneros y la lucha armada. Bufano coincide con Reato en señalar a la guerrilla como parte de la trágica y desmesurada “espiral de violencia” que llevó al golpe de 1976, pero se diferencia del revisionismo conservador porque adhiere al progresismo intelectual anclado al paradigma democrático ochentista. Bufano retrata a los montoneros como un grupo de militantes ingenuos y vacilantes que ignoraron las advertencias de Perón, encuadre que no supera el horizonte historiográfico legado por Richard Gillespie en los años 80, a pesar de la multiplicación de monografías sobre la “M” en las décadas siguientes.
La guerrilla argentina sigue siendo un hecho maldito de la historia reciente para la opinión pública. La “monstruosidad” de Montoneros, que se había relajado con el giro militante de la memoria noventista, retornó con fuerza en el contexto de amplificación del discurso negacionista por los grandes medios de comunicación. Sin pretender hacer mayores precisiones de un fenómeno muy reciente, puede ser útil ensayar algunas ideas sobre las diferencias entre negacionismo y revisionismo. El primero es una posición político-ideológica, una memoria que opera con argumentos similares a quienes relativizan el genocidio de la población judía europea. El segundo es una operación no menos ideológica, pero mediada por prácticas de investigación, que revisan y estigmatizan el papel de la guerrilla en los años 70. Las fronteras entre uno y otro son difusas, pero esto ocurre también porque el significante negacionismo es empleado por varios de sus usuarios como una etiqueta política e ideológica, una mancha de desprestigio que distingue amigos de enemigos. La banalización del pasado reciente corre el riesgo de romper el duradero consenso democrático fundado en los años 80, ya que se corrieron los márgenes de lo decible bajo ese paradigma. La reivindicación abierta de la última dictadura militar en las redes sociales, las performances golpistas en manifestaciones contra el aborto, y la instalación del revisionismo conservador como una forma respetable de juzgar la historia reciente, hacen pensar que, como decía Walter Benjamin en su sexta tesis de Filosofía de la Historia, tampoco los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza.
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Notas
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