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Una reflexión sobre las relaciones hispano-marroquíes
Paix et Sécurité Internationales – Journal of International Law and International Relations, núm. 2, 2014
Universidad de Cádiz

Notas

Paix et Sécurité Internationales – Journal of International Law and International Relations
Universidad de Cádiz, España
ISSN-e: 2341-0868
Periodicidad: Anual
núm. 2, 2014


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Cada vez que cruzo el estrecho de Gibraltar –y lo he hecho ya en muchas ocasiones- me sorprende que tan angosta vía de agua separe o una, según la época histórica que se considere, a dos mundos tan diferentes y sin embargo tan ligados a lo largo de la historia.

Que el Estrecho ha sido foso separador es evidente. El paleontólogo Juan Luis Arsuaga ha recordado el drama de los últimos neardentales, aprisionados entre el creciente éxito genético de los cromagnon y las para ellos infranqueables aguas que separaban la península ibérica del continente africano. Los últimos restos de neardentales del continente europeo han sido hallados en cuevas de Gibraltar y es factible imaginar el drama de aquellas pobres criaturas a las que se negaba espacio vital, arrinconadas hace ahora 30.000 años entre los acantilados y un mar que no podían atravesar. Igual de infranqueable que todavía hoy es el Estrecho para muchos que tratan de cruzarlo en frágiles embarcaciones en busca de un mundo que imaginan mejor y en pos del cual han dejado sus escasos ahorros en manos de traficantes desaprensivos. Con insoportable frecuencia la aventura termina mal y son muy numerosos los cadáveres de quienes no tuvieron éxito en la tentativa. Para ellos –y al margen de las actual crisis- el Estrecho continúa hoy siendo un foso de separación entre la miseria real o percibida como tal y las potenciales riquezas del nuevo Eldorado europeo cuyo engañoso resplandor llega al sur a lomos de la televisión sin fronteras que produce la globalización. Produce sonrojo ver esas masas que tratan desesperadamente de saltar las verjas que rodean Ceuta y Melilla, como si el primer mundo satisfecho se defendiera del asalto de los miserables de la tierra. Aquí todo circula: capitales, bienes, servicios… todo menos los seres humanos porque con esos se trafica.

Y sin embargo, no siempre ha sido así, no siempre el Estrecho nos ha separado:

Importar tabla Por limitarnos a épocas históricas documentadas, ya los cartagineses dominaban desde la actual Túnez tanto el África del norte como buena parte de las franjas meridional y oriental de Iberia y lo mismo hicieron los romanos, que extendieron

su imperio desde la Tarraconense a las dos Mauritanias, la Tingitana (Marruecos) y la Cesariana ( Túnez y Argelia) sin mayores preocupaciones que las de vencer la resistencia bereber encarnada en el caudillo Tacfarinas al igual que la reina Kahena resistiría más tarde a los árabes. Para los romanos, las Columnas de Hércules constituían la línea divisoria, no entre un norte y un sur que dominaban por igual, sino entre el mundo conocido del este y los espacios de ignotos e insondables misterios del oeste, donde el sol se sumergía a diario en las negras aguas de un océano sin fin. Al caer el imperio ante las oleadas de los pueblos germánicos, éstos con Genserico al frente –que conquistó Tánger y Ceuta- extendieron también su dominio al conjunto de las provincias norteafricanas, donde se instalaron los vándalos tras una fulgurante galopada histórica. Cuando Oqba llegó con el Islam triunfante al Magreb se encontró con que Ceuta estaba en manos visigodas, esto es, de un feudatario del rey visigodo de Toledo, pues este quiere la leyenda que fuera el conde don Julián, el «traidor» de los romances, quien habría facilitado el paso de la mar a las huestes árabes y sobre todo bereberes de Muza y de Tarik, a quien cabría el honor de prestar su nombre al Estrecho, y que derrotaron a don Rodrigo. Tampoco este brazo de mar disuadió el paso de esos deslumbrantes relámpagos históricos que fueron los almorávides y los almohades, esos que Sánchez Albornoz llamó «langostas del desierto» por su peculiar percepción de que caían como una plaga arrasando cuanto encontraban a su paso. Ambas dinastías bereberes rigieron con mano de hierro las dos riberas a un tiempo, mientras perdían progresivamente terreno ante el lento pero imparable avance de los cruzados cristianos de la Reconquista, que detuvieron su inexorable progresión en el lado norte del Estrecho aunque fueran innumerables los españoles islamizados que lo cruzaron para instalarse en lugares como Tetuán, Fez o Dougga. Ahí está por ejemplo Boabdil, el último de los nazaríes de Granada. Menos conocida pero trágica y fascinante es la historia de los extremeños de Hornachos que se asentaron con permiso del sultán en la casbah de Rabat y crearon allí una república corsaria que tuvo en jaque a los cristianos durante 80 años, lanzando desde «la fuerza de Salé» expediciones en busca de esclavos y de botín que no se limitaban a las costas de España, Italia o Francia sino que llegaron hasta las mismas tierras de la gélida Islandia. Y todo ello mientras trataban de negociar bajo cuerda el retorno a su añorada Extremadura de la que tan brutalmente habían sido arrancados. El duque de Medina Sidonia fue su valedor mientras el marqués de los Vélez hizo triunfar

sus tesis contrarias en el mismo Consejo de Estado que presidía el rey Felipe. Gonzálbes del Busto ha escrito su epopeya. Fueron corsarios como ellos y otros que operaban desde Argel, Trípoli, o Tetuán, junto a sus réplicas de Mallorca, Malta o Livorno quienes hicieron que durante siglos las costas mediterráneas fueran lugares inhóspitos y desiertos mientras la vida se refugiaba unos kilómetros al interior para escapar de las razzias de estos piratas a quienes, por cierto, Ibiza ha dedicado un monumento único en su género como imagino que es el que al diablo

–«ángel caído»- se erigió en el madrileño parque de El Retiro. Cuán diferente debía ser el aspecto que ofrecía el Mediterráneo de aquellas épocas en contraposición a los desmanes urbanísticos tan frecuentes en nuestras costas de hoy.

Fue en este momento histórico cuando el Estrecho que hasta entonces había unido realidades políticas homogéneas se convirtió en muro de separación entre dos mundos enfrentados, con constantes intromisiones desde el norte pues portugueses y españoles, separados o juntos, establecieron toda una cadena de fortalezas a lo largo de puntos estratégicos de la costa norteafricana, desde Trípoli a Mazagán (Essaouira), con el fin de evitar que en ellos se instalaran los turcos y de allí se pasó al colonialismo descarnado con hitos en lo que a nosotros concierne como la toma de Tetuán, la guerra del Rif, la ocupación del Sahara occidental, el Tratado de Algeciras, el régimen de Protectorado, la intervención del Ejército de África en la Guerra Civil española (antes los marroquíes habían ya sido también utilizados por la República para ahogar la revolución de Asturias de 1932)… hasta llegar a la independencia de Marruecos en 1956 que parecía augurar un período de mayor distanciamiento que, sin embargo, no ha sido tal pues la relación continúa por encima del Estrecho en forma de turismo e inversiones hacia el sur y de emigrantes hacia el norte. La geografía es testaruda.

Así pues, una primera observación que cabe realizar a los efectos de nuestra

relación bilateral es la de constatar que los contactos entre españoles y marroquíes, marroquíes y españoles han sido constantes e intensos a lo largo de una historia multisecular, durante la cual las mezclas de sangres y los intercambios culturales han tenido consecuencias más importantes que las esporádicas pero muy aireadas peleas entre nosotros. Como españoles debemos sentirnos orgullosos de un mestizaje cultural que hace que nuestra historia sea algo más rica en términos de aportes variados que las de otros europeos que no han tenido la suerte de recibir esta contribución árabe-bereber-islámica durante cerca de 800 años. Me temo que

no estamos sabiendo sacarle el partido que podríamos y ello es algo que tiene que ver con nuestro insuficiente conocimiento de ese mundo. Volveré sobre esto más adelante.

Pero estos contactos tampoco han sido necesariamente fáciles y la segunda observación que me parece pertinente formular es la de que las relaciones hispano- marroquíes han sido siempre complicadas y lo siguen siendo hoy por toda una serie de factores:

En primer lugar porque el estrecho de Gibraltar separa o une, si así se prefiere, dos realidades diferentes: Cristiana al norte, heredera de la filosofía griega y del derecho romano y musulmana al sur, heredera a su vez de las tradiciones árabe y bereber y esta diferencia da lugar a dos mundos tan ricos como distintos. Cuando uno pasa desde España a Portugal, Francia o Italia se encuentra con un paisaje humano y geográfico que podrá ser mejor o peor cuantitativamente pero que desde un punto de vista cualitativo es «más de lo mismo». No ocurre así cuando uno llega a Marruecos y se encuentra en un entorno que es diferente. Visité Marruecos como turista con mis hijos todavía muy pequeños y nunca han olvidado aquel maravilloso viaje que ha quedado grabado en sus cerebros como el más fascinante de todos cuantos hicieron en su infancia, precisamente porque les puso por vez primera en contacto con una realidad que era diferente de todo cuanto hasta entonces habían conocido.

Creo que es importante destacar las diferencias religiosas porque se quiera hoy admitir o no, la identidad de eso que llamamos España se fragua en buena medida por contraposición al Islam a lo largo de 1000 años de encuentros y desencuentros, al igual que la identidad turca se forja en la lucha contra Europa y la europea en su pugna también multisecular contra el otomano. Y esto es así aunque quizás a alguno le parezca políticamente incorrecto, como si esta afirmación de la realidad histórica menoscabara de alguna forma la separación que entre lo que es de Dios y lo que es del César nos hemos dado felizmente los europeos desde los años ya lejanos de la Ilustración a lo largo de un proceso que ha sido lento, laborioso y no exento de retrocesos -pasos de cangrejo que diría Humberto Eco- pero que hoy es un hecho irreversible. Separación entre Iglesia y Estado que no se ha producido en el Islam, que es tanto una religión como un complejo modo de vida que regula el quehacer diario de sus adherentes en sus detalles más insignificantes. En el Islam no ha habido Renacimiento, que colocó al hombre en el centro de la

creación, y tampoco Ilustración, que puso a la razón y a la duda como motores del cambio. Esta diferente concepción del hecho religioso no deja de ser una fuente de desentendimiento ante la dificultad de comprender desde nuestro mundo laico las expresiones de religiosidad pública propias del mundo musulmán por más que lo mismo ocurriera en la España de hace muy pocos años que hoy nos parecen eones. Esta incomprensión genera desconfianza y degenera en ocasiones en rechazo, temor y hostilidad abierta cuando islamistas radicales sembraron de dolor y de muerte la Casa de España de Casablanca en 2003 o atentaron de forma salvaje e indiscriminada contra gentes que se dirigían a su trabajo diario en la trágica madrugada del 11-M madrileño un año más tarde. Quiero destacar aquí, porque me parece de justicia hacerlo, que el pueblo español no ha reaccionado de forma xenófoba tras estos terribles atentados terroristas y que la convivencia con la inmigración musulmana no se ha visto afectada por estos acontecimientos, aunque con anterioridad se hubiera producido un vergonzoso incidente en El Ejido que se explica –que no justifica- como consecuencia de la alienación y de la crisis de identidad que la llegada masiva de inmigrantes está teniendo en España, país que está asistiendo con rapidez inusitada a cambios que en otros países europeos se han producido a lo largo de espacios temporales mucho más dilatados y, por tanto, con más tiempo para adaptarse psicológicamente. Pese a todo el español ha sabido distinguir entre árabe, musulmán e islamista radical, no ha respondido a los atentados sufridos con reacciones xenófobas y eso le honra. Tampoco han aparecido en España movimientos al estilo de los que la crisis económica desatada en 2008 ha hecho surgir en muchos países de Europa en contra de los que son simplemente diferentes. En España no hay partidos de extrema derecha xenófobos como en Francia, Países Bajos o Austria (solo cito tres países pero desgraciadamente son muchos más) que expulsen a los gitanos o marginen a los musulmanes…

No quiero eludir otro asunto espinoso que tiene que ver con la religión y que

no se me escapa tiene una gran carga emocional pero es un dato cierto que en ocasiones la religión, en cuanto componente muy fuerte de la propia identidad, actúa dificultando la necesaria integración de los inmigrantes musulmanes en la realidad cultural predominantemente laica del país europeo de acogida. No creo en el multiculturalismo porque veo que no ha funcionado en otros países con mayor tradición inmigratoria y creo, antes bien, que es el inmigrante quien debe hacer

un esfuerzo por adaptarse a la realidad política, social y cultural del mundo al que ha llegado. Y eso no es despreciar ninguna cultura sino trabajar a favor de una convivencia mejor que en nada favorecen los ghettos o las autoexclusiones. Es un asunto que preocupa a inmigrantes y a europeos por igual y sobre el que trabajan gentes discutidas como Tarik Ramadan, habiendo quien estima que podría emerger un Islam europeo como consecuencia de esta convivencia. En mi opinión es un ejercicio con límites y muy complicado. Se puede ceder en comidas, velos y horarios pero ¿dónde está el límite? No podemos aceptar el papel subordinado de la mujer, los castigos físicos, los matrimonios forzados, la ablación o la poligamia sin renunciar a nuestra propia identidad y sin hacer violencia a nuestros valores. Creo en los derechos humanos sin adjetivos y no me gustan los que me hablan de derechos humanos islámicos, por ejemplo. Por eso es preciso un esfuerzo integrador activo tanto por parte del que llega como del que recibe, pero me atrevo a afirmar que mayor por parte del primero. También yo me descalzo cuando entro en una mezquita.

Nuestras relaciones son complicadas en segundo lugar porque el Estrecho

de Gibraltar es una frontera distinta de las demás que tiene España (un ministro austriaco de Exteriores me dijo en cierta ocasión: «Qué suerte. Ustedes sólo tienen tres vecinos. Nosotros tenemos ¡ocho!». A diferencia de las que la separan de Portugal y de Francia, la que tenemos con Marruecos es una frontera con un país del tercer mundo con todo lo que ello significa. Con la excepción de las dos Coreas no creo que haya hoy dos países fronterizos entre los que haya tanta diferencia de nivel de vida, porque Estados Unidos no tiene catorce veces la renta de México que es la separación que hoy existe entre ambas riberas del Estrecho, a pesar de no ser España el país más rico de la Unión Europea, ni mucho menos. Este dato explica las pulsiones migratorias que se dan de sur a norte, desde África hacia Europa y desde Marruecos a España, que han estudiado a fondo Bichara Khader y Bernabé López García. No cabe duda de que por encima de la retórica el español medio ve a Marruecos hasta cierto punto a través de las imágenes que lleva la televisión a la intimidad de su hogar y donde aparecen ciudadanos que han tenido suerte y han logrado desembarcar ilegalmente en una playa antes de desaparecer en la clandestinidad, una clandestinidad que con frecuencia es de marginalidad y explotación, o que no han tenido suerte en la macabra lotería del Estrecho y sus cadáveres son impúdicamente mostrados tendidos bajo un sol inclemente y

entonces se pregunta: ¿Tan mal están en Marruecos que arrostran estos peligros para escapar?, sin saber que los que emigran no son los más pobres, que no se pueden siquiera permitir la aventura, sino los más osados y emprendedores. En cierta ocasión se ahogó en el Estrecho el cuñado de un amigo mío marroquí y el muerto era funcionario de un ministerio en Rabat y por lo tanto tenía la vida asegurada, «pero no veía futuro para sus hijos». Quizás sea un caso excepcional pero no creo que sea único. En otra ocasión estaba con el embajador de los EEUU dando una charla juntos en Agadir cuando al americano se le ocurrió preguntar quiénes entre los presentes desearían emigrar a los EEUU y todos los asistentes, incluido el gobernador que nos acompañaba en la mesa, levantaron la mano, gentes que obviamente no lo necesitaban. A veces es más obsesión que realidad. Un cálculo afirma que si se liberalizara la emigración cinco millones de africanos tratarían de llegar a Europa en las primeras semanas. Simplemente no es posible y menos aún en plena crisis económica. Como ya antes he señalado, también agitan nuestras conciencias esos terribles asaltos a las vallas perimetrales de Ceuta y de Melilla por parte de subsaharianos que han atravesado media África, arrostrando mil peligros y dificultades tras vender sus escasas pertenencias para sufragar los gastos del viaje, y a los que uno no puede por menos que desear suerte porque se la merecen por su coraje y determinación y porque aunque su marcha sea negativa para sus países de origen aportan sangre muy positiva para la envejecida Europa. De hecho nuestra demografía crece y las cuentas de la seguridad social cuadran gracias a ellos. A pesar de nuestros problemas actuales en cuanto volvamos a crecer necesitaremos inmigrantes y lo deseable sería que se encontraran medios para canalizar este flujo de forma ordenada en beneficio de todos. Mientras yo fui embajador en Marruecos traté de favorecer los contratos estables de temporada como mecanismo que permitiera ganar dinero y revertir esa ganancia al sur del Estrecho con la seguridad de poder regresar al norte al año siguiente. En todo caso, cuanto pueda hacer Marruecos para controlar el fenómeno de la emigración redundará también en beneficio de su propia imagen en España.

Un tercer elemento que complica nuestras relaciones son los prejuicios. Vale la

pena detenerse un poco en ellos porque son muy importantes en la configuración del imaginario recíproco. Ya Einstein dijo que es más fácil desintegrar un átomo que erradicar un prejuicio y aunque se hacen esfuerzos para luchar contra ellos, es mucho lo que aún queda por hacer, por ejemplo en relación con los libros de texto

que como ha señalado García Morente desde la Reconquista han contrapuesto al cristiano como algo propio frente a la alteridad del moro presentado siempre como el otro, lo ajeno. Mohamed Chakor ha estudiado el tema y sobre este asunto Eloy Martín Corrales titulado ha escrito un libro interesante: «La imagen del magrebí en España», que analiza el fenómeno entre los siglos XVI y XX. Yo mismo, sin ir más lejos, me he criado entre los tebeos de El Guerrero del Antifaz de Manuel Gago, El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós y El Cachorro de Juan García Iranzo, todos los cuales se dedicaban con entusiasmo a combatir a «la morisma» y a descalificar al Islam, aunque el último extendía también sus correrías al Caribe. No faltaban en ellos los habituales clichés y hasta el racismo más puro y descarnado. Se me dirá que eran otros tiempos y yo respondo que ya es hora de acabar con tanta patraña y tratar de conocer mejor a nuestro vecino del sur y nuestra propia historia. Todos conocemos la de la España Cristiana y no la de la España Musulmana, que es tan España como la otra y que además es maravillosa en su riqueza y sensibilidad. Hay que cambiar eso porque, además, ese conocimiento nos hará más ricos y más tolerantes.

Las fiestas de «moros y cristianos» son muy populares en todo el levante

español. Se celebran en unas 400 localidades que van de Cataluña a Murcia desde épocas muy remotas pues en Lleida comenzaron en el año 1150 y en 1668 en Alcoi, donde tienen lugar las más conocidas y espectaculares, todas ellas con un carácter alegre y festivo pues inicialmente escenifican la ocupación árabe de la localidad de que se trate para acabar celebrando la victoria final de los cristianos. Historia idealizada, pues. Durante mucho tiempo han tenido una fuerte carga de racismo y desprecio por el Islam que se va afortunadamente corrigiendo aunque todavía nos quede algún camino por recorrer y así, desde hace algunos años, se van eliminando aquellos aspectos que pueden resultar más ofensivos para los musulmanes como la colocación de una alfombra con frases del Corán sobre la que desfiló una comparsa de moros en Ontinyent (Valencia) hace muy pocos años todavía, o la costumbre que existía en Beneixama (Alicante) donde los cristianos luchan contra un muñeco colocado en las almenas del castillo conocido como La Mahoma, cuya cabeza estallaba al hacer explotar los petardos colocados en su interior en el momento culminante de la fiesta. En Bocairent (Valencia) se arrojaba La Mahoma al vacío desde lo alto del castillo y también se hacía estallar su cabeza en un alarde pirotécnico. Este último año se suprimieron los petardos y se ha abierto

un debate en el pueblo sobre si habría que dar un paso más y dejar de arrojar el muñeco desde las almenas o si bastaría con cambiarle el nombre y mantener intacta la tradición. Cuento todo esto para que se vea que hay una sensibilidad creciente que trata de conservar costumbres de muy antigua raigambre pero procurando despojarlas de aquellos elementos que pueden herir las sensibilidades de los musulmanes, por cierto cada vez más numerosos en nuestro país donde el propio Santiago, patrón de España, es conocido popularmente como matamoros y aparece con frecuencia en una iconografía que lo muestra sable en ristre sobre un caballo blanco que pisotea a moros vencidos en la batalla de Clavijo, aunque no se haya encontrado rastro histórico no ya de la participación del apóstol sino de la propia existencia histórica de la batalla. Hoy hay quien cree que el apóstol debería ser representado únicamente en hábito de peregrino. Con los judíos ocurre algo parecido y en pleno 2014 hay un pueblo castellano que debate si debe o no cambiar su nombre medieval: Matajudíos…

Los ejemplos son muy numerosos y puedo contar como anécdota personal

que cuando se celebró en Madrid la Conferencia de Paz para Oriente Medio en octubre de 1991, presidida por Bush y Gorbachov, de la que yo fui coordinador diplomático, nos dimos cuenta en el último momento de que no parecía oportuno que el Salón de Columnas del Palacio Real estuviera presidido, al menos en esa ocasión, por una magnífica estatua del emperador Carlos V, obra de Pompeyo Leoni, donde el César está representado con lanza y armadura pisoteando a un turco encadenado. Pusimos en su lugar a una Justicia de ojos vendados bastante fea. Vamos mejorando aunque confieso que no soy partidario de caer en la cursilería de pretender cambiar la historia porque no se puede ya que como demostró Stephen Hawking en su A brief history of Time, este solo tiene una dirección y no se puede volver atrás. Tampoco soy partidario de «devolver» a nadie la mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada. Me parece una memez pues, por si fuera poco, antes haber allí mezquita había una iglesia dedicada a no se qué santo. Se que los radicales salafistas que hicieron los atentados de Madrid en 2004 comparten con Al Qaeda la convicción de que hay que recuperar Al Andalus para el califato universal que propugnan y me parece una tesis descabellada, inaceptable y peligrosa. Me encontrarán siempre en frente. Tampoco soy favorable a la autocensura porque limita la libertad de expresión que tanto nos ha costado ganar y que es hoy uno de los pilares básicos de nuestra concepción del mundo. No me gusta lo que se ha

hecho con Idomeneo en la Ópera de París pero menos aún condono el salvajismo de quienes responden con la violencia bruta e irracional a las caricaturas danesas o al libro de Rushdie. O con el asesinato de Teo van Gogh. El que se sienta ofendido que vaya a los tribunales. Creo, con todo, que más respeto por las sensibilidades de los otros puede ayudar. No otra cosa es la educación en la convivencia, arte en el que la humanidad se esfuerza en progresar desde sus lejanos orígenes tribales.

En cuarto lugar y por si fuera poco, hay también elementos psicológicos importantes que dificultan una relación normal entre españoles y marroquíes y que tienen que ver tanto con cuestiones heredadas como del más rabioso presente: En España existe la sensación difusa de que Marruecos es una fuente de riesgos potenciales para nuestra paz y tranquilidad. Probablemente esto sea algo que se origine en la noche de los tiempos y que tenga que ver con la Reconquista y los piratas berberiscos, para verse luego potenciada por cuestiones más concretas como la toma de Tetuán, que tuvo una amplia repercusión pública gracias al

«relato de un testigo de la Guerra de África» de Pedro Antonio de Alarcón, que desató la vena patriótica de un país necesitado de éxitos coloniales para paliar los desastres domésticos de nuestro siglo XIX. En el mismo sentido influyeron la Semana Trágica de Barcelona en protesta por el envío de tropas al Magreb; la Guerra del Rif con las carnicerías del Barranco del Lobo, de Annual y de Monte Arruit; la sublevación del Ejército de África al comienzo de la cruenta Guerra Civil española y su participación en ella, junto con acontecimientos posteriores como la Guardia Mora que rodeaba y protegía al caudillo, la Marcha Verde en plena agonía del general Franco, los problemas pesqueros y el mismo incidente de Perejil. Todos ellos han contribuido a crear esta percepción de los marroquíes no son de fiar, que en el momento menos pensado te pueden dar un disgusto que no te esperas y de que del sur, de Marruecos, nos pueden venir y de hecho nos vienen problemas.

En sentido contrario, los mismos argumentos pero a la inversa podrían citar los marroquíes para justificar su desconfianza ante España: Ataques a sus costas desde el siglo XV, ocupaciones territoriales, agresiones armadas, régimen de Protectorado, obstáculos a su integridad territorial… pero quizás hay hoy dos elementos que superan a los otros. El primero es el rápido desarrollo económico español frente al relativo estancamiento de Marruecos, algo que en mi experiencia crea un auténtico complejo en el marroquí que ve hecho un nuevo rico a aquellos que ha conocido hace muy pocos años en situación similar a la propia. Basta

leer para darse cuenta de ello a Mohamed Choukri, que en su desgarrador Pan desnudo presenta a los españoles de Tánger (en su época dorada de paul Bowles) casi al mismo nivel económico que los marroquíes, frente a la riqueza de los demás europeos. El marroquí, en mi experiencia, soporta mal este milagro y no acepta de buen grado el ascenso español por la escala social del dinero y del poder. Parece aceptar que ingleses y franceses son más ricos, porque lo son desde siempre, pero no lo aceptan con los españoles. ¿Por qué ellos y no nosotros? parece preguntarse, para responderse acto seguido que todo ha ocurrido así no por mérito español sino como consecuencia de factores externos como la generosa ayuda a fondo perdido de Europa, y excusar de esta forma y a un tiempo tanto la creciente diferencia de riqueza entre ambos países como su propia postración económica. En este momento esta percepción ha cambiado un poco y no hace mucho que el anterior ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, mi amigo Mohamed Benaïssa, me comentaba que la crisis económica que comenzó en 2008 ha hecho que los marroquíes nos vean de otra manera, más próximos, más vulnerables, menos nuevos ricos.

El otro elemento distorsionador desde la perspectiva marroquí tiene que ver

con la impresión, simplista pero muy extendida al sur del Estrecho, de que España no desea que Marruecos levante cabeza y que prefiere verle con problemas en el Sahara para que no le complique la vida en Ceuta y Melilla y que por eso hace cosas como exigir en pesca lo que Rabat no desea o puede conceder hasta llegar a la humillación pública de Perejil. Yo se que esto es falso porque lo he vivido en directo tanto como embajador en Marruecos como cuando estuve al frente del CNI, y se que lo que a España de verdad le interesa en su frontera sur es un país desarrollado económicamente, socialmente pacífico, y políticamente estable y democrático. Un buen vecino, en definitiva. Sin desarrollo económico no puede haber ni paz social ni justicia y es difícil que la democracia se asiente sin ellas. Por la misma razón, España desea que se encuentre una solución para el conflicto del Sahara, porque con ella se eliminará un factor de eventual desestabilización y permitirá una integración económica regional (hoy Marruecos y Argelia tienen cerrada la frontera, algo inaudito en pleno siglo XXI) que nos parece esencial para que el Magreb pueda extraer el máximo potencial de sus riquezas y se convierta en un interlocutor adecuado para el proceso de integración que vive –aunque sea con altibajos- el continente europeo. Son argumentos de tal peso que es difícil que

todavía haya quien esté convencido de que España prefiere un Marruecos débil e inestable. Pero haberlos, como las meigas, los hay. Es curioso que haya sido con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero cuando se ha producido un acercamiento de posiciones sobre el Sahara entre España y Marruecos pues José María Aznar siempre fue, curiosamente, más defensor de los polisarios. Claro que el tiempo pasa, que el problema no se resolvía pese a los esfuerzos de la ONU y del propio Jim Baker, que se empleó a fondo para nada, y que Miguel Ángel Moratinos fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Moratinos es un diplomático de carrera que estuvo destinado en Marruecos y fue director general de Política Exterior para África y Oriente Medio en Exteriores antes de ser ministro. Conoce muy bien Marruecos, como también conocía Argelia y el Frente Polisario y, lo que es más importante, le gusta ese mundo. Y con él la política española, sin abandonar los principios de encontrar una solución en el marco onusiano, se fue acercando a las tesis marroquíes más próximas a la autonomía que a la independencia. Está claro que el problema del Sahara desborda a Marruecos para insertarse en el corazón de la relación bilateral con Argelia: probablemente a ninguno de los dos países le interesa por ahora una solución. Al menos en estos momentos. Es triste pero es lo que creo, los dos obtienen ventajas del contencioso mientras siga adormecido. A Argelia porque la pervivencia del conflicto le permite mantener a Marruecos encajonado entre el Atlántico, el Mediterráneo y el Sahara y ocupado en sus propios asuntos, y a Marruecos porque a medida que el tiempo pasa la marroquinización del territorio se acentúa. Rabat sabe, además, que con estados fallidos extendiéndose por una zona estratégicamente tan sensible como el Sahel (Níger, Mali..), a nadie (EEUU, Francia, España) le interesa un pequeño estado saharaui frente a Canarias porque sería necesariamente un estado poco poblado, pobre, débil e imprevisible. Los experimentos ya se sabe que es mejor hacerlos con gaseosa. Por otra parte el mantenimiento en Tinduf de un régimen corrupto de partido único ya entrado el siglo XXI es algo que cada vez se lleva menos por el mundo y que no favorece la causa saharaui.

Todos estos elementos citados complican la relación bilateral hispano-

marroquí y se traducen en contradicciones -o en lo que desde Rabat se perciben como tales- en el momento de definir una política hacia nuestro vecino del sur. En mi experiencia y a título de ejemplo cabe citar las siguientes, vistas desde la óptica de Marruecos:

- España afirma desear como prioridad de su política exterior un Marruecos fuerte y estable pero al mismo tiempo le impide completar lo que Rabat considera ser su integridad territorial tanto en el norte como en el sur: en Ceuta, Melilla y los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, y también en el Sahara. No estoy diciendo que Rabat tenga razón en sus pretensiones territoriales, sólo afirmo que Marruecos interpreta que las posturas políticas de España en relación con estos contenciosos no le refuerzan ni le ayudan a resolverlos como ella desearía para poder concentrar luego sus energías en otras cuestiones.

- España afirma querer convertirse en la defensora de Marruecos ante las instancias comunitarias de Bruselas pero luego resultamos ser sus principales competidores y quienes más trabas ponemos a la venta de, por ejemplo, pescado, naranjas o tomates marroquíes en Europa. Somos a la vez puerta y barrera de Europa.

- España afirma desear una relación privilegiada para Marruecos en la UE y apoya la libre circulación de capitales, servicios y mercancías pero la lógica de la geografía nos fuerza a ser al mismo tiempo los celosos guardianes del Estrecho, controlando los flujos humanos entre el norte y el sur por medio de un estricto sistema de concesión de visados, que muchos marroquíes perciben como una afrenta personal, y de un complejo y sofisticado mecanismo de vigilancia costera.

- España afirma desear la amistad de su vecino del sur pero no duda en humillarle públicamente en Perejil. Como reflexión propia debo expresar mi convicción de que España no pudo actuar de otra manera pues con ello habría enviado a Rabat una señal que probablemente le hubiera inducido a cometer un error más grave en un futuro no lejano. Yo creo que en aquel asunto Rabart estuvo mal aconsejado. A veces me sorprende lo mal que también ellos parecen conocernos a nosotros. No nos dejaron opción. Otra cuestión es si los peñones hoy sirven para algo más que para ser carne potencial de incidente. Es algo sobre lo que en España se debería reflexionar: fueron útiles para evitar que en esas bahías se instalaran bases otomanas en el siglo XVI, pero ¿para qué sirven hoy?

- España afirma que el desarrollo económico de Marruecos es una prioridad pero luego sólo invierte en su vecino del sur una parte absolutamente ínfima de su inversión exterior. Cuando yo era embajador en Rabat, en 2000, tan sólo el 0,3%, cuando lo lógico sería invertir en el país, crear en él riqueza, dar trabajo a potenciales emigrantes y, eventualmente y dicho con crudeza, controlar aquellos sectores en

los que su competencia pudiera hacer daño a nuestros productos. En todo caso, las relaciones económicas entre ambos se desarrollan cada día más y entre mi época de embajador y la actualidad, España se ha convertido en el principal socio comercial Marruecos, lo que pone nerviosos a los franceses y explica algunas actitudes que de otra forma no serían comprensibles (en negociaciones de pesca o durante el incidente de Perejil).

-España afirma tener un gran interés sobre Marruecos y luego lo ignora de forma habitual y sistemática en sus medios de comunicación, que rara vez ofrecen noticias sobre cuanto allí acontece. Nuestra escuela no forma a nuestros hijos en el conocimiento y el orgullo de un pasado compartido. No saben quién fue Al- Motamid y no leen El collar de la Paloma. Lo mismo ocurre con nuestra universidad o con la falta de instituciones dedicadas al estudio del Islam y de la lengua árabe aunque algo se ha tratado de enmendar últimamente con la creación en Madrid y en Córdoba de la Casa Árabe y el Instituto de Estudios Islámicos. Hay entre nosotros un conocimiento asimétrico que hace que estén los marroquíes más atentos de España y que nos conozcan algo mejor (también aquí hay campo para mejorar) que nosotros a ellos. Claro que lo mismo nos ocurre con Portugal y exactamente al contrario nos pasa a nosotros con Francia, al igual que a ésta le ocurre con Alemania sin ir más lejos.

Hoy Marruecos vive un momento fascinante de su milenaria historia con un rey joven y animoso al frente, que trata de conciliar tradición y modernidad y no retrocede ante cuestiones espinosas como la reforma de la Moudawana o la revisión de los llamados años de plomo con vistas a reparar algunos de los daños que entonces se hicieron a los derechos humanos. Se da prioridad a la lucha contra la pobreza, a la alfabetización y al desarrollo de las infraestructuras como bien conocen las regiones septentrionales del reino, sometidas a un abandono de cinco décadas. Pero Marruecos, que no tiene suficiente capacidad de ahorro interno para crecer, necesita invertir en seguridad jurídica y esforzarse en la dura pugna internacional para captar inversiones creadoras de empleo, al tiempo que continúa progresando en el camino hacia la democracia y se afianzan las instituciones representativas en circunstancias no siempre fáciles entre otras cosas por la falta de lluvias, por el fuerte proceso de urbanización interno que hace que cada año se desplacen millares de personas del campo a la ciudad, donde hay dificultades para encontrarles trabajo y darles la asistencia que precisan sobre todo en los primeros

momentos, y por la permanente actitud de un sector de islamistas radicales que siguen rechazando su participación en el libre juego político interno. El régimen, con el rey al frente, tuvo la habilidad de ver venir la llamada primavera árabe y se puso al frente de la manifestación con las reformas (también constitucionales) necesarias para desactivar la mecha de la bomba que se aproximaba. Algo parecido hizo también Jordania aunque el monarca hachemí no tenga el pedigree del Sultán al Muminim, el príncipe de los creyentes y descendiente del Profeta. Esta doble legitimidad del soberano de Marruecos, que es a la vez jefe político con amplias competencias y líder religioso, da una estabilidad añadida al sistema político marroquí (en la medida en que sus decisiones políticas pueden ser discutidas pero es inviolable cuando actúa como líder religioso), mientras integra en el juego con habilidad al sector más moderado y posibilista de los islamistas marroquíes y busca ese complicado equilibrio entre tradición y modernidad que la monarquía alauita juega con maestría inigualable. El rey sabe que tiene que hacerlo pronto porque el desarrollo económico y social está cambiando muchas cosas en Marruecos y que lo hace a gran velocidad. Sabe que no tiene todo el tiempo del mundo a su disposición.

Por su parte España se encuentra inmersa en un proceso de ombliguismo

exacerbado como consecuencia de la crisis económica, social e institucional que sufrimos, del altísimo porcentaje de desempleados, del desafío soberanista catalán, de la crispación política existente entre los principales partidos políticos del país, de la corrupción que los corroe por dentro, de la alienación de los ciudadanos y de su incapacidad para trabajar juntos en los grandes problemas que tenemos planteados y que se refieren a cuestiones tan graves como la educación o la estructura político-constitucional del Estado, por citar solo algunos. Un papelón. Creo que los españoles no nos merecemos esta crispación, igual que creo que nuestros políticos no están a la altura de lo que el país necesita en uno de los momentos más difíciles de los últimos años que son, por otra parte por otra parte

–con sus luces y sus sombras- los mejores de nuestra historia contemporánea. Parece como si tuviéramos que resucitar a los viejos fantasmas cada vez que las cosas nos van bien. Los americanos llaman a eso dispararse en el propio pie, como hacían los cow-boys principiantes a quienes se les descargaba el colt en el pie cuando trataban de desenfundar rápido.

La consecuencia es que en ambos países la prioridad es la política interna y

ello, paradójicamente, puede tener efectos positivos porque contribuye a calmar algunos excesos del pasado. En mi opinión España ha dejado de tener una política exterior digna de esa nombre. La tuvo con Felipe González y la tuvo con José María Aznar -pues ambos tenían una visión del mundo y de nuestro lugar en él- y dejó de tenerla con Rodríguez Zapatero (que ni entendía ni le preocupaba el mundo exterior, quería más Soria y menos Siria, como decíamos en el palacio de Santa Cruz) a pesar de los esfuerzos meritorios de Moratinos, y no la ha recuperado con Mariano Rajoy y su ministro de Exteriores, que no conoce el mundo árabe y que parece paradójicamente más preocupado y ocupado con Cataluña que con el mundo internacional. No estoy seguro de que ninguno tenga una idea clara de cómo desean que sea España dentro de 10 ó 15 años, están muy ocupados echando balones fuera, sea de desempleo, de Gurtel o de Cataluña. Mala cosa, podemos andar mal en política internacional con el Medio Oriente o con China, pero desatender África del Norte es suicida. La consecuencia es que la relación bilateral ha entrado en un período de adormecimiento y para que nadie se preocupe diré que eso no es necesariamente malo a la vista de la historia pasional y frecuentemente irracional que tiene nuestra relación bilateral.

Pero los viejos problemas no han desaparecido y así seguimos teniendo serias

diferencias de opinión sobre el presente y el futuro de Ceuta y Melilla; sobre cómo solucionar el contencioso del Sahara treinta años más tarde; sobre cómo garantizar unas inversiones que se ven afectadas por problemas que tienen que ver con una seguridad jurídica que mejora pero que continúa siendo insuficiente; con cómo luchar contra la corrupción; sobre cómo delimitar nuestras aguas tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico y cómo explotar en beneficio mutuo las reservas de petróleo que al parecer existen entre el continente africano y las islas Canarias; sobre cómo impedir el tráfico de droga por el Estrecho mientras el Rif sigue siendo el gran suministrador de cannabis no ya a España sino a toda Europa; sobre cómo gestionar con eficacia los esfuerzos en marcha para controlar la inmigración irregular, convertida hoy en la preocupación principal de los españoles por la gran alarma social que despierta y por los muertos que ocasiona y que tampoco es un problema menor para Marruecos, convertido involuntariamente en necesario lugar de paso para tantas y tantas personas que desean cruzar como sea el estrecho de Gibraltar y poner el pie en Europa. Entre otros problemas de menor entidad, que también los hay.

Estos problemas no han desaparecido. Siguen ahí. La novedad es que España y Marruecos han decidido conscientemente «encapsularlos» y evitar que entorpezcan el desarrollo de las relaciones, lo que nos permite a ambos un amplio margen de colaboración en los ámbitos más diversos y con atención especial a nuestros vecinos inmediatos de las regiones del norte de Marruecos. Por ejemplo en el ámbito de la lucha común contra el terrorismo islamista que nos azota a ambos (Casablanca en 2003, Madrid en 2004) y en el terreno de la cooperación con otros países de la región y también extrarregionales para la estabilidad de un Sahel cada vez más inestable por la debilidad de los países que lo integran y la gran cantidad de armas que hacia él han afluido desde los arsenales de Gaddafi, caídos en manos de bandidos y contrabandistas de toda laya. Pero tampoco debemos engañarnos pues ya digo que las diferencias y los desacuerdos entre España y Marruecos no han desaparecido y los problemas siguen ahí aunque ahora estén adormecidos. Es imperativo y sería inteligente aprovechar esta circunstancia para que el entramado de relaciones entre nosotros, lo que cuando era director general de Política Exterior para África llamaba nuestro colchón de intereses, siga engordando y haciendo cada vez más caras las crisis bilaterales que inevitablemente seguirán produciéndose mañana o pasado mañana, a veces por sorpresa y sin otro motivo que la conveniencia de la política interna marroquí. No nos hagamos ilusiones, porque nuestra relación tiene desde siempre forma de dientes de sierra, de manera que a períodos de bonanza siguen ineluctablemente otros de crisis. Lo importante no es estar en todo de acuerdo, eso es de todo punto imposible entre dos estados vecinos con tal intensidad de relaciones en todos los ámbitos y además sería muy aburrido, lo importante es ser capaces de enfrentar nuestras diferencias en un ambiente constructivo, de respeto mutuo y con voluntad de encontrar terrenos de entendimiento y de acuerdo. Este es el clima que debemos afianzar juntos aprovechando la actual coyuntura y si no lo hacemos porque no tenemos ojos más que para la política interna, habremos desperdiciado una buena oportunidad. No hay que hacerse ilusiones, somos capaces de eso y de mucho más.

Decía Churchill que cada día se le ocurrían diez ideas pero sólo una de ellas

era buena y el problema era saberla distinguir. También hay políticos que hacen predicciones y luego tienen respuestas preparadas para cuando no sucede lo que han anunciado. Y como profetizar no es fácil (sobre todo si la profecía se refiere al futuro, que decía el gitano), yo seguiré el consejo de aquel sabio funcionario que

afirmaba que cuando se hace prospectiva es posible dar cantidades y dar fechas pero que nunca se debe cometer el error de darlas juntas. Me conformo con una idea muy sencilla y muy clara: España y Marruecos comparten un espacio geográfico muy pequeño en un mundo cada día más globalizado. Dentro de 10, 100 ó 1000 años podrán pasar muchas cosas en el mundo y sin duda ocurrirán, muchas más de las que hoy podemos imaginar, y como consecuencia de ellas habrá cambios hoy imprevisible, como que España y Marruecos dejen de existir. Una cosa, sin embargo, no cambiará a menos que suceda un cataclismo de dimensiones telúricas y es nuestra vecindad geográfica a ambos lados del estrecho. Podemos elegir entre enfrentar los problemas juntos o hacerlo por separado. Para mi la respuesta es obvia. Coincido con el rey Hassan II cuando afirmaba que no hay que insultar el futuro porque lo compartiremos. Queramos o no.



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