Artículos de Investigación
Recepción: 06 Marzo 2019
Aprobación: 30 Abril 2019
Resumen: El artículo revisa el ascenso de las fuerzas conservadoras en los países de América Latina y el Caribe destacando el caso de Brasil. El autor plantea que esta marea conservadora no es exclusiva de la región y que se presenta a nivel global como un intento de salida a la crisis y sus efectos desestabilizadores y en ausencia de arreglos que permitan establecer las bases de un funcionamiento del capitalismo a nivel mundial con menores grados de inestabilidad e incertidumbre. A partir del recuento de los gobiernos conservadores que han ganado las elecciones en los últimos años en la región, el autor revisa el caso brasileño como ejemplo del auge de las fuerzas conservadoras en su versión más reaccionaria, aquella que se encuentra en sincronía con los valores de la extrema derecha en Estados Unidos y Europa. Finalmente, el texto pone en evidencia que la disputa entre grupos conservadores y fuerzas progresistas es un proceso dinámico, por lo que el ascenso de la derecha en la región no es algo lineal ni consolidado, de donde surge la necesidad de articular las diferentes luchas para hacer frente a la marea conservadora y comenzar a inclinar la balanza en favor de las clases, grupos y sectores subalternos.
Palabras clave: América Latina y El Caribe, restauración conservadora, crisis capitalista, derecha y ultra derecha, Jair Bolsonaro, Brasil, gobiernos conservadores.
Abstract:
The article reviews the rise of conservative forces in Latin American and Caribbean countries, highlighting the case of Brazil. The author argues that this conservative tide is not exclusive to the region and that it is present at the global level as an attempt to overcome the crisis and its destabilizing effects in the absence of arrangements to establish a basis for a proper functioning of capitalism worldwide with a lesser degree of instability and uncertainty.
Based on the count of conservative governments that have won elections in recent years in the region, the author reviews the Brazilian case as an example of the rise of conservative forces in their most reactionary version, and one that is in sync with the values of the extreme right in the United States and Europe.
Finally, the text shows that the dispute between conservative groups and progressive forces is a dynamic process, so that the rise of the right in the region is not something linear nor consolidated, from which arises the need to articulate different struggles to face the conservative tide and begin to tip the balance in favor of the lower classes, groups and sectors.
Keywords: Latin America and the Caribbean, conservative restoration, capitalist crisis, right and far right, Jair Bolsonaro, Brazil, conservative governments.
SUMARIO
1. Avanza el conservadurismo a nivel global y en América Latina / 2. La expansión de los gobiernos de derecha en América Latina / 3. Brasil: una derecha recargada / 4. A manera de reflexión final / 5. Referencias
1. Avanza el conservadurismo a nivel global y en América Latina
En los últimos años se viene presentando en América Latina y El Caribe un escenario caracterizado por el ascenso de fuerzas conservadoras, las cuales han logrado ganar presidencias, escaños, parlamentos, alcaldías y un número creciente de espacios de poder político.
La marea conservadora no es un fenómeno exclusivo de nuestra región, es una respuesta de ajuste de las élites políticas y económicas a las nuevas necesidades y formas de acumulación del capital a escala mundial. Constituye un intento de salida a los fallidos esfuerzos que se han desplegado para hacer frente a la crisis de 2008 y sus efectos, los cuales continúan desplegándose con distinta intensidad y alcance, a pesar de las recurrentes zambullidas que significan salidas parciales y temporales a dicha crisis, pese a lo cual no ha podido ser superada de manera clara.1
En este escenario incierto, con elevados grados de inestabilidad, desorden global y severas disputas entre las distintas fracciones del capital, con el capital financiero jugando un papel central, es evidente la ausencia de una estrategia de salida a la crisis encabezada por gobiernos y organismos internacionales: sea el G-7, el G-8, el G-20, los BRICS, el FMI o el Banco Mundial, lo que ha impedido el establecimiento de arreglos institucionales y acuerdos mínimos sobre las cuales deba transitar el capitalismo en el corto y mediano plazo.
Este neoconservadurismo, cuenta entre algunas de sus principales expresiones en el ámbito político con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, así como el ascenso de grupos y sectores de derecha y extrema derecha en varios países europeos, ocupando distintas instancias de poder y representación política como es el caso de Francia (con el Frente Nacional de Marine Le Pen), Italia (Liga Norte); Hungría (Movimiento por una Hungría Mejor); Polonia (Ley y Justicia); Alemania (Alternativa para Alemania); Austria (Partido Liberal de Austria) y Suiza (Unión Democrática del Centro).
De igual manera, partidos y fuerzas de derecha y ultra derecha ha incrementado su capacidad y presencia para incidir en la vida pública y condicionar en distintos ámbitos la agenda política nacional en países como Dinamarca (Partido Popular Danés); República Checa (Libertad y Democracia Directa); Eslovaquia (Partido Nacional Eslovaco); Suecia (Demócratas de Suecia); Reino Unido (Partido de la Independencia del Reino Unido); Finlandia (agrupados en el partido denominado VerdaderosFinlandeses); España (Vox), así como en los Países Bajos y Bélgica, entre otros.
El arraigo que ha venido mostrando el pensamiento conservador, se vio facilitado por la implantación desde fines de los años setenta e inicios de los ochenta,2 de la estrategia neoliberal como cuerpo doctrinal hegemónico, la cual permeó el conjunto de la vida social y cultural, introyectándose en la forma en que el mundo es vivido y concebido de manera cotidiana.
Configurado como un conjunto de políticas de orden principalmente económico, pero también como un corpus político, ideológico, lingüístico, cultural y simbólico que conlleva una forma de entender, percibir, imaginar y narrar el mundo, el neoliberalismo,3 al tiempo que promovió la privatización, desregulación, liberalización y apertura de fronteras al capital, difundió también la defensa de la propiedad privada, el individualismo, la libertad de elegir y el consumismo exacerbado, formando un consenso y venciendo en la batalla de los símbolos, las representaciones y el imaginario, convirtiendo su propuesta en hegemónica.4
Contando con este sustrato neoliberal como sólido basamento de muchas de sus propuestas, y luego de la crisis de 2008 y del fracaso de las diferentes estrategias de los principales actores globales para hacerle frente, el pensamiento conservador encontró un campo fértil para difundir y expandir sus principales valores y prácticas como el racismo; la xenofobia; el machismo; el autoritarismo; el clasismo; la homofobia; el no reconocimiento del otro; y el rechazo a lo diferente5; abriendo cauces a lo que ha sido calificado como una especie de fascismo social.6
Estos valores y prácticas culturales propios del conservadurismo, se intensifican en un contexto global de multiplicación de guerras regionales por los recursos y el control de territorio; de incremento de oleadas migratorias de millones de personas en busca de trabajo; de aumento de las políticas de contención y rechazo a las minorías y grupos étnicos en los países desarrollados; de extensión de las crisis de refugiados y las catástrofes humanitarias; y de exacerbación de los nacionalismos por parte de los gobiernos de países desarrollados, que buscan el arraigo de sus empresas ante las amenazas y peligros potenciales de un capitalismo desregulado.
La embestida del capital y la difusión del pensamiento conservador, han generado una exacerbación de las contradicciones con las consecuentes expresiones de resistencia por parte de clases, grupos y sectores subalternos que se rebelan,7 con casos representativos como el Movimiento de los Indignados en España (15-M) y Occupy Wall Street en Nueva York, que fueron replicados en numerosas ciudades del mundo, y que demandan establecer límites al poder corporativo transnacional; el fin de la evasión de impuestos que tienen como destino los paraísos fiscales; y la reversión de la extrema desigualdad que ha hecho posible que menos del uno por ciento de la población mundial concentre más del 50% de la riqueza generada a nivel planetario.8
Es en este contexto, de crisis económica recurrente y de ascenso de fuerzas y grupos de derecha y ultra derecha a nivel global, pero también de luchas y tensiones que expresan resistencias, que debe situarse el proceso de restauración de las fuerzas conservadoras en América Latina, el cual asume características propias si se tiene presente tanto el ciclo de gobiernos progresistas que antecedió a la emergencia de esta ola conservadora9, como también la propia dinámica interna de la lucha política y el conflicto social en la región.10
Es por tanto el ascenso de gobiernos conservadores en buen número de países de la región, el que será analizado en el siguiente apartado, partiendo por identificar aquellos casos en los cuales esta marea conservadora ha adquirido mayor fuerza y ha logrado tomar el poder en sus respectivos países.
2. La expansión de los gobiernos de derecha en América Latina
Con distintos niveles de avance y profundidad en cada país, habiendo tomado el control del Estado en varios de ellos y en intensa disputa en otros, las fuerzas conservadoras en la región se conforman por poderosos consorcios que controlan las telecomunicaciones y medios de comunicación de masas; por grupos financieros locales articulados al capital financiero internacional; por segmentos de la élite empresarial vinculados a las cadenas de valor a escala global; por cúpulas reaccionarias de las jerarquías religiosas, incluyendo una presencia mucho mayor de vertientes evangelistas que no habían tenido esta gravitación en el pasado; y por fracciones de la oligarquía terrateniente agroexportadora con estrechos vínculos y redes de interacción con los principales corporativos que comandan los flujos del capital a nivel mundial.
Esta derecha, que en términos generales nunca ha dejado de tener un importante papel en la toma de decisiones y en la definición de los ejes orientadores del proyecto económico y político de los países de América Latina y El Caribe, había sido parcial y temporalmente desplazada por sectores y fuerzas agrupadas en los gobiernos progresistas, y fue gracias a una serie de sucesos de orden interno y externo, destacando entre estos últimos la irrupción del conservadurismo a escala global, que volvió a reposicionarse, logrando con la captura del Estado retomar los comandos centrales del poder político en sus respectivos países.11
El primer gran anuncio que presagiaba la tormenta que iba a precipitarse sobre la región por la rearticulación de las fuerzas conservadoras, se dio con la victoria de Mauricio Macri en la segunda vuelta de las elecciones argentinas, realizada el 22 de noviembre de 2015. En dicha contienda, Macri obtuvo 12 millones 988,349 votos, y con ello logró derrotar al candidato oficialista del “Frente para la Victoria” Daniel Scioli, quien obtuvo 12 millones 309,575 votos.
Habiendo tomado posesión el 10 de diciembre de 2015, Macri inició su mandato con la aplicación de un macro ajuste estructural y una política de endeudamiento externo, que hizo revertir en su primer año de gobierno algunos de los principales logros en materia de soberanía financiera y de ampliación y ejercicio de derechos, que habían sido alcanzados en las presidencias de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner en el periodo 2003-2015.
Como los males no llegan solos, también en diciembre de 2015 los grupos y fuerzas conservadoras triunfaron en las elecciones parlamentarias efectuadas el 6 de diciembre de 2015 en Venezuela.
Con esta victoria para renovar la Asamblea Nacional, los grupos conservadores procedieron a exacerbar los conflictos políticos, ideológicos, económicos y sociales en la República Bolivariana, lo que incluyó la proclamación del Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como “presidente encargado” y su posterior reconocimiento por parte de los Estados Unidos; de un grupo de países de la Unión Europea; así como de los gobiernos de países latinoamericanos agrupados en el llamado Grupo de Lima: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú.
La derecha también se apuntó un triunfo importante en 2017, con la llegada a la presidencia de Ecuador de Lenín Moreno, quien a pesar de provenir del mismo gobierno de Rafael Correa inició a la brevedad el proceso de desmantelamiento del proyecto nacional-popular que encabezó Correa a lo largo de más de una década. El proyecto conducido por Correa, marcó una importante distancia respecto a los postulados neoliberales y produjo un mejoramiento de las condiciones materiales de vida; nacionalizando empresas que habían sido privatizadas; cuestionando el concepto hegemónico de desarrollo; incorporando en los textos jurídicos la noción del Buen Vivir y el Vivir Bien; e impulsando la reconfiguración de la matriz productiva nacional, entre otros aspectos.12
En Colombia por su parte, la derecha consolidó su presencia en el tablero de ajedrez político latinoamericano con la victoria del uribista Iván Duque, quien tomó posesión el 7 de agosto de 2018, tras derrotar al ex militante del M-19 Gustavo Petro en la segunda vuelta electoral. Con este triunfo, los grupos conservadores lograron mantener una posición geoestratégica fundamental en Sudamérica desde la cual atizar de manera conjunta con la terna Trump-Macri-Bolsonaro, las acciones que permitan cerrar la pinza de una posible intervención militar en Venezuela.
También en Paraguay, la derecha defendió la plaza que había arrebatado luego del golpe institucional que ejecutó contra el presidente Fernando Lugo el 22 de junio del 2012 y, tras disputadas elecciones, en agosto de 2018 asumió la presidencia Mario Abdo Benítez. Empresario, con instrucción militar, e hijo de quien fuera secretario privado del dictador, genocida y ejecutor de la Operación Cóndor en Paraguay, Alfredo Stroessner,13 Mario Abdo Benítez derrotó al candidato del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) Efraín Alegre, en las elecciones efectuadas el 22 de abril de 2018.
En Centroamérica por su parte, en el contexto de un colapso económico general que podría terminar de hundir a la subregión en una espiral de violencia y muerte con rasgos similares a los que se vivieron en esa zona en los años 70 y 80 del siglo XX14—y una de cuyas expresiones más visibles de dicho colapso lo constituyen las oleadas migratorias que cruzan México con destino a los Estados Unidos—, las fuerzas conservadoras y sectores de derecha y extrema derecha lograron alcanzar o retener la presidencia de sus respectivos países en Honduras, Costa Rica y Guatemala.
Por lo que se refiere a Honduras —país sumido en una grave crisis política y social que se agudizó tras el golpe de Estado institucional ejecutado desde la Suprema Corte de Justicia contra el presidente Manuel Zelaya en junio de 2009— la derecha logró imponer nuevamente como presidente a Juan Orlando Hernández, quien tomó posesión en enero de 2018 luego de aprobarse una reforma constitucional a modo que permitió su reelección.15
El inicio del nuevo mandato presidencial se produjo a pesar del pronunciamiento del grupo de observadores electorales de la OEA, que documentó numerosas irregularidades habidas en el proceso electoral y propuso su repetición16 y a pesar también de las intensas jornadas de protestas, movilizaciones, cacerolazos y paros que dejaron decenas de muertos y cientos de heridos debido a la profunda crisis poselectoral en ese país.
Fuerzas y sectores conservadores llevaron también a la presidencia de Costa Rica a Carlos Alvarado Quesada —que asumió el 8 de mayo de 2018 tras ganar las elecciones con el apoyo del socialdemócrata Partido Acción Ciudadana (PAC) y a la presidencia de Guatemala al actor y productor Jimmy Morales, quien se mantiene en el cargo pese a las acusaciones que ha venido haciendo en su contra la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala de la ONU (CICIG), que lo señala de actos de corrupción y de financiamiento electoral ilícito, y a pesar también de los constantes cuestionamientos en el Congreso y del proceso de desafuero promovido por la fiscalía de ese país.
Sin duda, la joya de la corona que vino a apuntalar el ascenso de la derecha y los grupos conservadores en América Latina y El Caribe lo constituyó la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones efectuadas en octubre de 2018 en Brasil, evento que hizo visible cómo las fuerzas más reaccionarias de la región, aquellas que se muestran en clara sintonía con la acometida de la extrema derecha en Estados Unidos y Europa, impulsaron una activa política de Lawfare para alcanzar el poder,17que es uno de los mecanismos innovadores que ha venido utilizando el neogolpismo en la región en el siglo XXI.18
Debido al limitado espacio que se dispone para presentar de manera más puntual el proceso de ascenso y expansión de las fuerzas conservadoras en la región, en el siguiente apartado se aborda solamente el caso brasileño, el cual adquiere una especial relevancia tanto por su dimensión económica, territorial, demográfica y geopolítica, como también porque constituye un caso paradigmático del avance que las fuerzas conservadoras y los grupos y sectores de derecha y ultra derecha han logrado desplegar en la región.
3. Brasil: una derecha recargada
Agrupado en las tres BBB “Bala, Buey y Biblia”, que expresan la singular combinación de militarización, agronegocio e iglesia, Jair Bolsonaro, el candidato del orden, es la expresión contundente de las fuerzas conservadoras en su versión más reaccionaria, aquella compenetrada con los valores de la extrema derecha en los Estados Unidos y Europa.19
La victoria de Bolsonaro constituye un desafío explicativo20 si se tiene presente el conjunto de factores de todo orden que terminaron por conducir a un personaje reaccionario, sin un programa político estructurado y con un discurso homofóbico, misógino, clasista, violento y racista, a desplegar un movimiento de masas que lo catapultó a la presidencia del país sudamericano.21
Para avanzar en dicha explicación, importa subrayar que la victoria de Bolsonaro se produjo después del doble golpe de Estado que sufrieron las instituciones democráticas en Brasil: el primero de ellos, el golpe parlamentario que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff como jefa del ejecutivo22 y, el segundo, que se produjo mediante la condena en julio de 2017 del ex presidente Lula da Silva, su encarcelamiento en abril de 2018 y la posterior anulación de su candidatura mediante argucias legales, cuando aparecía como favorito en las encuestas para repetir como presidente.23
Con cuatro derrotas electorales consecutivas a cuestas —en 2002, 2006, 2010 y 2014— y una tradición autoritaria y poco democrática que es parte constitutiva de la vida política brasileña,24 las fuerzas conservadoras decidieron tomar por asalto el Palacio do Planalto mediante un golpe de Estado parlamentario25 y procedieron a nombrar a Michel Temer como presidente interino el 12 de mayo de 2016.
El hecho de que Temer perteneciera a la propia coalición de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) que detentaba el poder, muestra las profundas y complejas contradicciones que son clave para entender el caso brasileño. La gestión de Temer a lo largo de sus dos años y medio de gobierno se caracterizó por la existencia de una corrupción institucional generalizada; por la acelerada descomposición del régimen político de partidos; por la socavación de los principios democráticos; por la pérdida de autonomía y soberanía políticas; por el retiro acelerado de la presencia brasileña en los principales foros globales y regionales; por la represión de las acciones de lucha y resistencia de los colectivos y movimientos que emprendieron acciones para hacer frente a las políticas de ajuste26; y por la persecución política, judicial y mediática contra los opositores al golpe parlamentario.
Sin embargo, la caída de Dilma se explica también por la falta de una estrategia política para incrementar el respaldo popular, así como también por el claro viraje en la política económica que desde 2014 impuso su administración.
La falta de profundidad en la estrategia nacional-popular durante los gobiernos de Lula y Dilma, se expresó en la ausencia de un proyecto político que promoviera la organización y una sólida educación política para potenciar sus bases de apoyo, construyendo poder popular más allá del movimiento obrero y los sindicatos, así como también en la falta de un proyecto económico que transformara la estructura productiva y la concentración de la propiedad.
Al proceder en el ejercicio de gobierno como simples administradores y no captar el sentido profundo de la política y lo que significa el Estado —un campo de lucha y disputa por la reproducción o reforma del orden social—27, una vez asumido el control del aparato estatal Dilma pretendió la conciliación de clases, buscando establecer frágiles equilibrios entre los programas sociales por un lado y los intereses de los sectores conservadores y de derecha por el otro.
Al no lograr dicho equilibrio, se produjo el paulatino alejamiento de la base social de apoyo del gobierno, así como la creciente desmovilización y pérdida de respaldo popular, elementos que contribuyeron a transformar la propuesta reformista en una opción inviable. El golpe desde arriba que se produjo tras el colapso desde abajo, fue el resultado natural de los graves errores de percepción estratégica, que condujeron a la pérdida de legitimidad y al suicidio político del PT.28
Aunado a lo anterior, y de forma simultánea, parte importante del fracaso de los gobiernos del PT tuvo que ver con la derrota clave que sufrió en términos de la disputa por el relato, En tal sentido, y a pesar de los innegables avances de los gobiernos petistas en materia de política social y disminución de la pobreza, lo que finalmente se impuso en Brasil fue una narrativa en que la corrupción generalizada, la descomposición institucional, la desconfianza hacia la política y el menosprecio por los valores democráticos fueron achacados casi en su totalidad a los gobiernos petistas.
Fue la pérdida de la disputa por el relato, de la interpretación de la realidad y de los eventos, lo que aceleró el proceso de desmoronamiento del proyecto que en su momento encabezaron Lula y Dilma, quienes fueron rebasados por el discurso pragmático y efectista de Jair Bolsonaro.
Con la llegada de Bolsonaro, se incorporan nuevamente a la palestra los militares, que de una u otra forma siempre han jugado un papel importante en la orientación de la política en dicho país; así como también las poderosas iglesias evangélicas pentecostales,29 que apostando por Bolsonaro emprendieron una agresiva cruzada para posicionar su agenda, valores e intereses, enmascarándolos tras el discurso de lucha contra la corrupción, y difundiendo conductas propias de lo que Bolsonaro calificó como del ciudadano de bien (Piñeiro; 2019), que entre otros aspectos es aquel que asume una postura en defensa de la familia tradicional, contra el aborto, contra el matrimonio igualitario y en contra del movimiento LGBTQ.30
4. A manera de reflexión final
Si bien el caso brasileño es paradigmático de los niveles de conservadurismo de los gobiernos de derecha en la región, interesa subrayar que el conservadurismo continúa extendiendo y profundizando su operación en los más distintos ámbitos: en lo económico, político, social, narrativo, cultural y simbólico en países como Argentina, Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Paraguay, Panamá, Guatemala, El Salvador, Honduras y Costa Rica, entre otros, así como también en aquellos países en los que sin haber retomado formalmente el control del Estado, sigue ganando posiciones y ámbitos de poder, ampliando espacios de influencia, e imponiendo gradualmente sus valores e intereses.
En un escenario internacional convulso, incierto e impredecible, se hace evidente la ausencia de una estrategia compartida y de un relato común que permita conciliar los intereses de los diferentes actores globales, con el fin de atenuar y distender conflictos como el que se viene dando entre Estados Unidos y China —sumidos en una intensa guerra comercial—; los que se generan entre las grandes corporativos transnacionales y los gobiernos de los países en desarrollo; o aquellos que se dan entre las grandes potencias económicas y las potencias regionales y/o los bloques emergentes, entre otros.
Es en este amplio contexto de caos generalizado, que los grupos conservadores han capitalizado sus propuestas, subrayando la urgencia de instaurar el orden a toda costa; promoviendo el racismo con un discurso nacionalista de rechazo a la población migrante, a la que criminalizan y hacen responsable de la inseguridad, el desempleo y la falta de oportunidades; extendiendo los mensajes misóginos y homofóbicos que presentan como parte de su “defensa de la familia”; combatiendo la ideología de género, para hacer frente a las luchas y el activismo feminista; y difundiendo acciones de repudio a las personas en situación de pobreza como parte de su acentuado clasismo y desprecio por la vida.31
Teniendo esto en cuenta, resulta de la mayor urgencia articular las distintas luchas para constituir redes de resistencia a la embestida conservadora y dinamizar el proceso de cambio social en sus más distintos ámbitos: por el respeto y equidad de género y contra el patriarcado; por la inclusión y reconocimiento de las minorías sexuales; por la defensa de la tierra y en contra de los proyectos hidroeléctricos y de mega minería que destruyen el ambiente y la vida comunitaria; por la defensa de la educación pública, laica, gratuita y de calidad; por el acceso a servicios de salud de cobertura universal gratuita; por un salario suficiente y condiciones de trabajo digno y estable; por el respeto a la autonomía de los grupos indígenas y pueblos originarios; por la promoción del multiculturalismo y la convivencia intercultural; por el reconocimiento al derecho a migrar y el respeto a la dignidad de los migrantes y refugiados; y por el pleno cumplimiento de los derechos humanos y las libertades.
Como ha quedado claro, la disputa entre los grupos y sectores conservadores por un lado y las fuerzas progresistas y de izquierda por otro, es un proceso dinámico sujeto a múltiples tensiones, por lo que el ascenso de la derecha en la región no es un proceso lineal y tampoco algo que se encuentre plenamente consolidado.
Así por ejemplo, en los casos de Colombia y Perú, la izquierda tuvo sus mejores resultados en las elecciones presidenciales recientes aún y cuando no ganaron el gobierno. A lo anterior hay que agregar que en los casos de Bolivia, Nicaragua y Venezuela —con sus respectivos matices— la izquierda progresista continúa en el gobierno, lo cual cuestiona el ascenso de la derecha como fenómeno generalizado. El caso de México, con la victoria el 1° de julio de 2018 de las fuerzas progresistas aglutinadas en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador, es sin duda el mejor ejemplo de las posibilidades que se abren para América Latina y El Caribe en el futuro inmediato.
En efecto, lo que ocurra en México puede servir como ejemplo de la estrategia a seguir por parte de las fuerzas progresistas en la región, al irse conociendo los resultados de un proyecto nacional-popular emergente, que va a contracorriente de las fuerzas conservadoras a nivel global y regional.
Este proyecto, con sus particularidades, puede aportar a la reconfiguración de las estrategias de resistencia y contribuir al reposicionamiento de las fuerzas populares y los movimientos sociales en América Latina, ante los múltiples y variados desafíos a enfrentar, y entre los cuales los desafíos políticos constituyen, sin duda, un factor fundamental.
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Notas
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