Reseñas bibliográficas
Recepción: 02 Junio 2020
Aprobación: 15 Julio 2021
Félix Frías (1816-1881) es presentado en el trabajo del historiador Diego Castelfranco como un pionero del laicado moderno en la Argentina del siglo XIX. Mediante un trabajo de corte biográfico, la trayectoria de este intelectual le sirve para presentar y analizar cuestiones más amplias como la configuración de nuevos lenguajes políticos y su inclusión en ellos del elemento católico, los problemas que según la intelectualidad de la época debía enfrentar el país y la influencia de las redes de sociabilidad en estos diagnósticos.
Castelfranco se propone, por un lado, superar los trabajos biográficos, que en su mayoría recayeron sobre escritores confesionales, que más allá de sus matices presentan al pensamiento y producción de Frías como un conjunto de ideas inmutables. Por otra parte, seguir el camino de los trabajos -más acotados- iniciados por José Di Stefano e Ignacio Martínez, que permiten comenzar a ubicarlo por fuera de las posturas más dicotómicas en el marco de los lumbrales de laicidad pensados para Argentina.
Las redes intelectuales, los ámbitos de sociabilidad y los lenguajes políticos en diferentes espacios geográficos juegan un papel importante en el trabajo del autor. El primer escenario presentado es la Buenos Aires rosista que opera de telón de fondo para la Generación del 37, para luego dar paso a su exilio en Bolivia, Chile y Francia, y ver cómo estos países lo empujaron a dar un viraje en su pensamiento hasta llegar a otorgar una centralidad a la religión católica desde el ultramontanismo. En cada una de estas paradas de su recorrido en el exterior Frías se empapó de las realidades locales y se vinculó con distintos ámbitos que lo llevaron a complejizar su pensamiento sobre lo que consideraba que era mejor para Argentina, alejándose de lo planteado por sus colegas de generación. Sus pensamientos fueron volcados en distintos medios de comunicación y luego en la función pública, adaptando su mensaje a la particularidad de los receptores.
Este material se enmarca dentro de la perspectiva de la historia intelectual que busca superar la dicotomía entre el estudio de los textos producidos por los intelectuales y sus soportes materiales y las redes donde fueron recibidos, apelando también a herramientas y metodologías aportadas desde la historia social.
La Generación del 37 es la protagonista del primero de los siete capítulos del libro. El principal énfasis está puesto en caracterizar las discusiones de la época en materia religiosa, y en ese marco la Joven Generación presentó un corpus con ciertos puntos en común en donde cobraba importancia el cristianismo en su alianza con la filosofía para cambiar las costumbres locales y fundar un nuevo orden. Se apelaba a principios evangelistas pero no era mencionada la religión católica.
En el segundo capítulo Castelfranco se adentra a analizar cómo fue el derrotero de Frías que permitió que termine siendo el único de dicha Generación que puso en el centro de su discurso a la Iglesia Católica. Al igual que el resto tuvo que emigrar y el primer destino de su exilio fue Bolivia y desde allí ejerció su labor como periodista. En este país empezó a ver al cristianismo como un elemento externo que debía guiar al pueblo en el camino hacia la democracia, sin apelar todavía al referente católico por estar ligado a sus ojos al despotismo rosista.
Este último punto comenzó a cambiar en el exilio chileno, destino abordado en el tercer capítulo. La red formada por los exiliados le resultó fundamental a Frías para terminar haciéndose cargo rápidamente de uno de los periódicos más importantes, estos exiliados encontraron en el país trasandino un ejemplo latinoamericano de orden y progreso estable. Castelfranco retoma los artículos periodísticos de Frías como un elemento a través del cual se puede ver el viraje del pensamiento de dicho intelectual, en donde ya no hacía alusión a un cristianismo como una matriz universal, sino que su hincapié estaba puesto en el catolicismo, y especialmente en el clero católico como elemento fundamental para el orden social.
La producción escrita de Frías se vio incrementada en el último de sus destinos en el exterior: Francia, proceso investigado en el capítulo IV remarcando su transformación en un “escritor católico”. En ese país abandonará el concepto del progreso indefinido del historicismo romántico propio de la Generación del 37 para construir un nuevo lenguaje político a partir de dos procesos: su vínculo con una red de sociabilidad conservadora mediante encuentros presenciales y correspondencia y luego de observar con sus propios ojos la Revolución del 48, y pasar a considerar al socialismo como un elemento negativo que podría llevar a la anarquía. Frente a este panorama su diagnóstico era que las naciones hispánicas requerían de un poder fuerte que asegurara el orden, otorgándole un alto grado de protagonismo a la religión católica e incorporando a Roma, es decir, al poder del papa, como un elemento central. Sus escritos como corresponsal iban dirigidos particularmente al público conservador chileno.
El siguiente capítulo se aboca al retorno de Frías a Buenos Aires y su transformación en una de las figuras más importantes del laicado católico gracias a su participación en periódicos y su cercanía a asociaciones católicas europeas. Con el telón de fondo de la libertad de cultos aceptada por la Constitución Nacional, en el marco del primer umbral de laicidad, el publicista adaptará su lenguaje político a un público menos receptivo al que estaba acostumbrado en el exilio. Catelfranco estudia no solo cómo depuró su discurso, dejando de lado ciertas marcas teológicas, sino cómo también lo adaptó al ámbito donde se pronunciaba. Mientras en la Legislatura, tras acceder a la Cámara de Diputados, se abocó a discusiones vinculadas a otras temáticas; a través de la fundación de un nuevo periódico y otros canales de difusión se encargó de intentar demostrar que un proyecto de sociedad vinculado a la religión no era retrógrado ni fanático. Tras la caída de Rosas, se dieron las condiciones para la apertura de nuevos espacios propicios para las discusiones religiosas, las cuales estaban centradas entre los clericales y los anticlericales a partir de discusiones sobre el grado de injerencia del Estado en los asuntos de la Iglesia y el papel del patronato; Frías se transformó en uno de los principales representantes del primer grupo.
En el penúltimo capítulo el historiador se aboca al discurso del intelectual frente a dos polémicas. La primera de ellas es el conflicto religioso santafesino en 1867. Tras dedicarse a ser senador nacional desde 1862 y “secularizar” su discurso, su momento de mayor participación fue en torno a las leyes laicas del gobernador santafesino Nicasio Oroño, cuya polémica desbordó el ámbito provincial, su voz será una de las principales defensoras de la posición clerical pero apelando a elementos “seculares” y utilizando a autores que no se inscribían en el ámbito del catolicismo.
Por otra parte, cuando comenzó a sesionar en 1870 la Convención Constituyente de Buenos Aires con el objetivo de adecuar la constitución Frías se encontraba en Chile. Este episodio, y su participación en el en el ámbito de la esfera pública, sirve de pie para mostrar las diferencias que se fueron gestando en el laicado porteño, incluso entre los actores que adherían al catolicismo ultramontano pero que tenían distintas interpretaciones en torno al análisis de la sociedad y las libertades modernas desde diferentes lenguajes políticos.
Finalmente, el último capítulo del libro aborda los años finales de su trabajo y vida. La última tarea legislativa que ejerció Frías fue como diputado nacional por cuatro años desde 1875, en ese contexto tuvo lugar el debate sobre la libertad de la enseñanza, analizado por el autor para identificar cómo una discusión que estaba por fuera del campo político se comenzó a colar en la Legislatura: cómo pensar a la religión en la Argentina que ya estaba consolidada y qué hacer con ella. Frías, abandonando en cierta medida la moderación de los años anteriores, la mostraba como el garante de las libertades de los hombres. De esta forma quedaba abierto un debate que se iba a intensificar en los años posteriores.
La figura del intelectual será recuperada en la década del 80 cuando se intensificaron los conflictos entre los católicos ultramontanos y quienes aspiraban a un proyecto laicista para identificarlo como un pionero en defender la causa del catolicismo en Argentina, un ejemplo que todos los católicos debían seguir.
Luego de recorrer el trabajo de Diego Castelfranco puede concluirse que representa una obra destacada a la hora de analizar las transformaciones de la intelectualidad de la Argentina del siglo XIX, sus ámbitos de sociabilidad, lenguajes políticos y sobre todo la forma de pensar a la religión en el nuevo escenario. Dios y Libertad rescata a un intelectual que presentó matices en su pensamiento y debió adaptar su discurso al medio donde lo estaba enunciando en el marco del primer umbral de laicidad del país.