Artículos libres
Recepción: 06 Mayo 2020
Aprobación: 27 Julio 2020
Resumen: En este artículo nos aproximamos al estudio de las sociabilidades urbanas vinculadas a los clubes de fútbol barrial en la localidad rionegrina de San Carlos de Bariloche durante las dos últimas décadas del siglo XX a través del estudio de caso de una institución y su ámbito vecinal. El estudio cualitativo de las redes y lazos sociales desde una perspectiva microhistórica nos permite identificar procesos de conformación, avances y retrocesos en relación con el desarrollo de estas entidades como espacios identitarios y de interacción social, teniendo en cuenta los cambios socio-económicos y culturales del contexto. Durante los años ochenta y noventa, la ciudad tuvo un crecimiento acelerado que trajo consigo un aumento de la segregación social y espacial, al calor de la aplicación de políticas neoliberales y las dificultades del Estado para brindar servicios a los barrios periféricos. Se trata de un período contradictorio que permite ver las potencialidades de los clubes para generar experiencias asociativas, pero que también deja al descubierto sus limitaciones. Analizamos las relaciones que el club Don Bosco construyó con los barrios cercanos y con otras entidades; y el lugar que ocupó en la integración de su heterogéneo entorno socio-territorial. También abordamos la sociabilidad informal que se desarrolló por fuera de la vida institucional.
Palabras clave: sociabilidad, clubes, barrios, fútbol, Bariloche.
Abstract: In this article we study urban sociabilities linked to neighborhood football clubs through the case study of an institution and its environment in the Rio Negro town of San Carlos de Bariloche during the last two decades of the 20th century. The qualitative study of social networks and ties from a microhistorical perspective allows us to identify processes of formation, progress and setbacks in relation to the development of these entities as spaces of identity and social interaction, taking into account the socio-economic and cultural changes in the context. During the 1980s and 1990s, the city experienced rapid growth that brought with it an increase in social and spatial segregation, in the heat of the application of neoliberal policies and the difficulties of the State to provide services to the peripheral neighborhoods. It is a contradictory period that allows us to see the potential of the clubs to generate associative experiences, but also reveal their limitations. We analyze the relationships that Don Bosco club wove with nearby neighborhoods and other entities, and the place it occupied in the integration of its heterogeneous socio-territorial environment. We also address informal sociability that developed outside of institutional life.
Keywords: sociability, clubs, neighborhoods, football, Bariloche.
Introducción :
En las últimas décadas, se han publicado importantes trabajos en los campos de la historia social y la sociología del deporte acerca del lugar asignado al fútbol en la construcción de una identidad nacional en Argentina, frente a la diversidad de realidades locales; y en la implantación de una cierta masculinidad hegemónica, cuyos discursos fueron mutando de acuerdo con los diferentes contextos socio-políticos a lo largo del siglo XX (Alabarces y Rodríguez, 1996; Alabarces, 2002; Frydenberg, 2013). De igual modo, se ha indagado en su constitución como fenómeno de masas, fundamental en el proceso de modernización cultural de las principales ciudades, a partir de las primeras experiencias asociativas en los clubes y a medida que la práctica y el espectáculo deportivo se integraban a la cotidianeidad de la población en los primeros años de dicha centuria. Entre otras cuestiones, se ha trabajado en las áreas centrales del país acerca del uso del fútbol como medio de propaganda política por parte de distintos sectores sociales; su empleo como instrumento para “educar” a los pueblos; el rol de los medios de comunicación; la difusión de valores; el fenómeno de la violencia; y la constitución del fútbol como un deporte que, según las aspiraciones, podía dar mayores oportunidades de movilidad social a las clases populares. En algunos de estos trabajos se han podido observar tanto los procesos de democratización como la reproducción de las desigualdades sociales a través del fútbol y su entorno socio-cultural (Rinke, 2007).
Sin embargo, consideramos que muy poco se ha indagado y problematizado en la historia reciente acerca de las relaciones sociales que, desde “abajo”, ha motivado la práctica futbolística en los clubes y la estrecha vinculación de estos con los barrios populares y medios en ciudades del interior del país. Y esta falta de abordaje se destaca mucho más en regiones como la zona del Nahuel Huapi y la localidad de San Carlos de Bariloche, en donde las prácticas deportivas históricamente respondieron a dinámicas particulares propias de la compleja realidad de una sociedad fronteriza que tuvo una tardía incorporación en la esfera del Estado nacional. En este punto, no queremos dejar de mencionar el trabajo precursor de Javier Nestares (2017), que explora las causas que motivaron la creación de la Asociación de Deportes y Fútbol Libre en la ciudad (fundada en 1986 como la principal entidad dedicada al fútbol amateur) y su posterior consolidación institucional. El autor se adentra en un caso de organización de los sectores populares en torno al asociativismo deportivo como medio para poner en discusión y analizar algunas de las tensiones existentes en la compleja sociedad barilochense.
Ahora bien, atendiendo al estado actual de las producciones -esbozado muy someramente-, en este artículo vamos a aproximarnos al análisis de las sociabilidades urbanas vinculadas a los clubes de fútbol barrial en San Carlos de Bariloche durante las dos últimas décadas del siglo XX a través del estudio de caso de una institución particular y su ámbito vecinal. Ello con el fin de identificar procesos de conformación, avances y retrocesos en relación con el desarrollo de estas entidades como espacios identitarios y de interacción social, teniendo en cuenta los cambios socio-económicos y culturales del contexto. Específicamente, abordaremos la trayectoria histórica del Club Social y Deportivo Don Bosco, que funcionó entre los años 1986 y 1997, dedicado a la actividad del fútbol infantil. Durante su existencia, esta institución deportiva se constituyó como una de las más importantes del oeste de la ciudad, conocido como la zona de “los kilómetros”.1 El club tenía su sede en el barrio homónimo ubicado cerca de la entrada a la Península de San Pedro, en el kilómetro Nº 19,5 de la Avenida E. Bustillo, es decir, en el sector del ejido urbano más alejado del centro de la ciudad. Es un barrio de clases medias y populares, con orígenes a mediados del siglo XX y con crecimiento a partir de la dinamización de la actividad hotelera durante los años sesenta. El área de alcance de la institución abarcaba también a otros barrios de composición socio-económica muy diversa en un área de baja densidad poblacional.
Nos interesa destacar los años ochenta y noventa como un momento en que la ciudad de Bariloche tuvo un crecimiento acelerado y desorganizado, lo que trajo consigo un aumento de la segregación social y espacial, al calor de la aplicación de políticas neoliberales y el aumento de las dificultades del Estado para brindar servicios a las áreas periféricas de la ciudad. El contexto del retorno de la democracia en Argentina en 1983 y las nuevas configuraciones barriales fueron propicias para la emergencia de algunas experiencias asociativas como la conformación de clubes de fútbol. Sin embargo, el último cuarto del siglo XX también es considerado, en términos generales, como una etapa de decadencia de esas instituciones vecinales en el país, como resultado de la valorización del paradigma del individualismo y la exacerbación de los postulados liberales de la economía (Zambaglione y otros, 2013). Por eso, se trata de un período contradictorio que permite ver las potencialidades de los clubes para generar integración social a través del asociativismo, pero que también deja al descubierto las limitaciones de esta forma de sociabilidad.
Estas características de la realidad a nivel “macro” nos llevan a explicar las estrategias particulares de funcionamiento de los clubes locales en los diferentes momentos y frente a la escasez de políticas públicas que fomenten sus actividades. Como parte de ello, analizaremos, en su dimensión histórica, las complejas relaciones sociales espacializadas que la institución deportiva tomada como estudio de caso tejió con su barrio y con otras entidades (similares o diferentes). También reflexionaremos sobre el lugar que ocupó el club en la integración de los vecinos de los sectores medios y populares de su entorno territorial, considerando la heterogeneidad socio-espacial que existe en la zona oeste de la localidad rionegrina.
De esta manera, reconstruiremos la estrecha vinculación entre el club y su ámbito barrial, la cual estuvo mediada por la sociabilidad deportiva, en medio del proceso de crecimiento urbano en Bariloche en el último cuarto del siglo XX. Los clubes, al igual que las juntas vecinales, las bibliotecas populares y otras instituciones educativas que fueron creadas a partir del impulso de la apertura democrática, construyeron un entramado de redes sociales que muchas veces dieron paso a vínculos relativamente igualitarios y acciones sociales que motivaron la inclusión vecinal. Asimismo, permitieron la participación de los sectores populares en el espacio público y fomentaron sentimientos de pertenencia. Simultáneamente, generaron mecanismos para afrontar las crisis y desarrollar sus organizaciones, aunque no siempre con éxito, como es el caso de la entidad seleccionada, ya que también se trató de un proceso marcado por las crisis económicas y la fractura social. Dicho desarrollo dependió de las iniciativas de las dirigencias y de las relaciones de solidaridad tendidas por los vecinos, más que de cualquier tipo de intervención sistemática por parte del Estado.
Cabe aclarar, no sólo abordaremos la sociabilidad urbana dada a partir de los vínculos motivados por la organización asociativa del club Don Bosco, sino también la dimensión de la sociabilidad informal (que tuvo lugar en las “canchitas”, plazas, salones de eventos, entre otros espacios) que se desarrollaba por fuera de la vida institucional, pero que estaba estrechamente ligada con ésta. Es a través de este último tipo de sociabilidad que continuaron desarrollándose las redes relacionales alrededor de la práctica futbolística en el oeste de la ciudad una vez que desapareció la estructura asociativa formal del club. Aquí resulta fundamental observar de qué manera las transformaciones socio-económicas y culturales del período elegido influyeron en la modificación de los ámbitos y tipos de sociabilidad.
Propuesta teórico-metodológica para el estudio de la sociabilidad en un club barrial
Desde un abordaje microhistórico, buscamos indagar en los modos de sociabilidad de una población barrial/local determinada y reconstruir las relaciones establecidas entre los diferentes actores implicados. Como parte de ello, empleamos las redes sociales a modo de herramienta teórica para estudiar la sociedad, el fútbol y las instituciones populares dentro de una realidad particular. Entendemos cada una de éstas como “un complejo sistema de vínculos que permiten la circulación de bienes y servicios, materiales e inmateriales, en el marco de relaciones establecidas entre sus miembros” (Bertrand, 1999: 120).
El estudio cualitativo de las redes e interacciones sociales, en su dimensión histórica y espacial, resulta fundamental para llevar a cabo el tratamiento micro que nos va a permitir comprender la complejidad de los procesos sociales y analizar las problemáticas de un club específico y su entorno. A su vez, consideramos los diferentes contextos locales y nacionales que atraviesan la realidad abordada, para comprender las relaciones y acciones en las que participaron dichos actores en un marco más amplio. Los sujetos sociales están condicionados por esos contextos, pero sus decisiones no están determinadas, ya que existe un margen de libertad para la agencia individual o grupal. Éstos integran múltiples redes que estructuran lo social y por medio de las cuales tiene lugar esa agencia. Los vínculos (es decir, el contenido de las redes) remiten a un campo construido a partir de la existencia de relaciones más o menos sólidas entre los diferentes sujetos, que ocupan posiciones dentro de los lazos. Las amistades, enemistades, afinidades y solidaridades son importantes en el estudio de esos vínculos, los cuales responden a distintas intenciones y finalidades de los actores a partir de sus cambiantes elecciones y estrategias.
Por otra parte, el concepto de sociabilidad ayuda a entender las articulaciones de la vida popular en el tiempo libre y sus diversas expresiones en un marco espacial y temporal concreto. El siempre citado Maurice Agulhon lo definió como “el campo que integra las relaciones interindividuales que se desarrollan en el seno de los grupos intermedios (de las sociabilidades urbanas), aquellos que se insertan entre la intimidad del núcleo familiar y el nivel más abstracto de las instituciones” (Escalera, 2000: 2). Y a eso sumamos el aporte de Cucó i Giner (2008), quien afirma que “a nivel local, las relaciones y prácticas de sociabilidad conforman redes y grupos sociales que son dinámicos y variables y se hallan inscritos en las formas de vida cotidiana” (66).
La sociabilidad deportiva en torno a los clubes y/o el deporte facilita la constitución de la base social de ciertos espacios urbanos que actúan como ámbitos unificadores y creadores de una determinada identidad popular en la ciudad (Navarro, 2006). Allí, las distintas relaciones se articulan en niveles como el familiar y vecinal, donde la proximidad geográfica y la interacción cotidiana suscitan el encuentro en la calle, “potreros”2 y otros espacios. En esa sociabilidad juegan las confluencias personales por gusto, afinidad y valores compartidos (Maza Zorrilla, 2001). Por eso, es fundamental en la construcción de identidades vinculadas a espacios comunes, y contribuye a explicar las acciones colectivas. Cabe decir que la pertenencia a una red no determina las acciones de los sujetos, pero sí influye en sus prácticas, así como también las lógicas del contexto socio-económico en que se desenvuelven.
En este trabajo conectaremos las interacciones de los sectores populares y medios en torno a un club con las dinámicas de los barrios de Bariloche. Planteamos el club como un espacio de sociabilidad, generador de un entramado de redes sociales que dieron paso a vínculos identitarios y acciones alrededor de la práctica futbolística. A su vez, entendemos al fútbol como una construcción social que funcionó como “círculo” de sociabilidad colectiva. Los círculos de sociabilidad son el lugar de relaciones y de vínculos específicos elegidos por los actores, en función de determinados intereses y proyectos (Bertrand, 1999: 122-123). En este caso, nos referimos de un modo amplio a la actividad del fútbol barrial, la cual tuvo una incidencia en las formas de vincularse y en el accionar de cada uno de sus participantes.
El estudio del deporte y sus instituciones permite un acercamiento a los ámbitos de sociabilidad, las conductas de los actores y sus simbologías (Urbina Gaitán, 2015: 43). Este campo (que se encuentra conectado con otras dimensiones de la realidad social) posee redes complejas que nos llevan a indagar de qué manera las asociaciones se crean y se desarrollan. En ese proceso, el deporte contribuye a la construcción de la identidad de un grupo, ya que motiva el surgimiento de un sentimiento de “nosotros” frente a un “ellos”. A la vez, la sociabilidad deportiva trae consigo la producción de sentidos y moralidades que son construidas al calor de las relaciones que tienen lugar en las instituciones (Hang, 2018). Destacaremos la carga moral y política contenida en el propósito de generar integración social en el club Don Bosco, la cual resultó fundamental a la hora de orientar la agencia colectiva.
Aquí vale diferenciar la sociabilidad formal que se desarrolla a través de asociaciones como los clubes, generalmente con una clara intencionalidad; y la sociabilidad informal, de carácter más espontáneo, que se da en la cotidianeidad por fuera del encuadre institucional; aunque eso no quita que ambas formas puedan confluir y complementarse. Por esto último es que ambas manifestaciones no tienen que ser pensadas como radicalmente distintas y separadas. En palabras de Montilla Salas (2012), suelen estar “entrelazadas, paralelas, solapadas, y presentan múltiples conexiones entre sí” (358). Nuestro estudio parte del interés por las dos formas de sociabilidad, y el análisis de las interacciones sociales justamente da cuenta de su estrecha ligazón.
La aplicación de un enfoque microhistórico nos permite problematizar situaciones particulares, y, de este modo, complejizar los grandes relatos construidos a nivel “macro”, aunque ello no significa renunciar a la explicación de los procesos globales. Según Bertrand (1999), esta práctica historiográfica aporta un estudio relacional que ayuda a comprender el lugar ocupado por los individuos y su actuación como parte de estrategias colectivas, teniendo en cuenta el contexto y rescatando la heterogeneidad de la realidad abordada. Además, permite llevar adelante una historia social a través de las vinculaciones de los sujetos en una compleja trama de interacciones que se expresan de diversas formas en el espacio y en el tiempo. Como parte de ello, la microhistoria resulta un gran aporte al estudio de los sectores populares, con el estudio de sus redes relacionales, y con el tratamiento de sus comunidades.
La metodología, entonces, apunta a que la observación microscópica, el conocimiento detallado de una cuestión “pequeña” como pueden ser un club, las personas que lo conforman y su ambiente barrial, nos habilite a abordar temáticas nuevas o echar luz sobre aspectos antes no observados dentro de fenómenos más estudiados como pueden ser la problemática del crecimiento urbano y las consecuencias del neoliberalismo sobre los sectores populares en Bariloche. Asimismo, el juego de escalas nos permite percibir la complejidad de las relaciones sociales y extraer conclusiones más amplias acerca de las dinámicas vecinales, sociales e institucionales en la región.
El estudio local de una ciudad norpatagónica resulta enriquecedor frente a la gran cantidad de trabajos que estudian la historia del fútbol y las instituciones deportivas en las áreas centrales del país, dejando de lado las realidades particulares vividas en las zonas del interior. En este sentido, la reducción de la escala de observación favorece un cambio de perspectiva para analizar la problemática de los clubes que ya ha sido tratada por nuestra comunidad epistémica. También otorga la posibilidad de reconocer lógicas y dinámicas diferentes, regionales y “desde abajo”.
Una vez dicho todo esto, y de modo más específico, emplearemos una estrategia de investigación basada en el estudio de caso como método para explorar en profundidad la realidad particular de un club de fútbol y su escenario territorial, pero apuntando a comprender cuestiones de mayor alcance (Neiman y Quaranta, 2006). Para ello, vamos a analizar las relaciones sociales implicadas y el contexto en que se desenvolvieron. La elección del club Don Bosco se debe a su ubicación urbana como entidad perteneciente a un área periférica de la ciudad, y al hecho de llegar a ser una de las organizaciones deportivas amateur más populares del oeste de Bariloche. Sus actividades dinamizaron la interacción comunitaria y la construcción de redes en la zona de “los kilómetros” que dieron paso a vínculos y acciones orientados a generar inclusión social en una época de intensificación de los procesos de segregación socio-espacial en Bariloche. Aquí es importante observar de qué manera las transformaciones sociales, económicas y culturales en los años ochenta y noventa repercutieron en los espacios y los modos de sociabilidad.
Como parte de la metodología seleccionada, reconstruiremos la estrecha relación entre el club y su ámbito barrial, la cual estuvo mediada por la sociabilidad deportiva. En este punto, tanto las instituciones como el barrio son construcciones sociales, productoras de realidades materiales y culturales que dan lugar a significaciones y lazos identitarios como resultado del devenir histórico de una sociedad determinada (Ignacio, 2013). El anclaje vecinal resulta fundamental en el análisis de las relaciones espacializadas, el marco socio-histórico en el que se desenvolvieron y la conformación de identidades. De esta manera, prestamos especial atención a la forma en que Don Bosco se insertó en su contexto territorial a través de los cambiantes lazos establecidos por los vecinos. Para eso, realizaremos un reconocimiento de la zona de influencia del club barrial y de los principales espacios de interacción. Junto a las bases territoriales, las variables de clase, género y edad que se cruzan en la compleja realidad social también son dimensiones que influyen en la configuración de la sociabilidad (se trató de un club de fútbol infantil con una mayoría de socios varones).
El análisis intensivo del universo “micro” está orientado a construir descripciones detalladas de los hechos estudiados a través del empleo de todas las fuentes disponibles. Ahora bien, la sociabilidad informal y la sociabilidad a través de organizaciones barriales plantean problemas en cuanto al acceso a documentos escritos. De hecho, la institución seleccionada como estudio de caso dejó escasos registros de sus diez años de actividad. Por eso empleamos entrevistas como la principal técnica de recolección de datos a través de los testimonios de los actores (dirigentes, jugadores y vecinos).3 A su vez, la información construida en las mismas fue profundizada con el análisis de algunos documentos conservados por dirigentes y allegados a Don Bosco. Esto incluye actas, correspondencia, notas, entre otros. Además, revisamos artículos de prensa de periódicos locales y regionales.
Antecedente: El poblamiento del oeste y el club de los curas salesianos
El crecimiento del oeste de Bariloche se vio dinamizado a partir de la edificación del prestigioso hotel Llao Llao entre 1938 y 1940, por obra de la Dirección de Parques Nacionales, destinado al turismo de elite. Simultáneamente, Vialidad Nacional llevó adelante el asfaltado de los 25 kilómetros de la ruta que conecta el centro de Bariloche con la zona del hotel (la Avenida E. Bustillo). Los principales asentamientos a lo largo de este tramo se encontraban en Puerto Moreno (Km. 10) y en la entrada a la Península de San Pedro (Km. 20). En este último sector se emplazaron la escuela primaria Nº 48 (fundada en 1921) y el colegio salesiano Cardenal Cagliero, creado en 1945.4 En torno a estas instituciones se desarrolló el poblamiento más cercano al Llao Llao, especialmente a partir de los años sesenta, cuando Bariloche se consolidó como ciudad turística de reconocimiento internacional. Así fue como nació el barrio Don Bosco, motivado por la actividad hotelera en el sector más alejado del centro de la localidad. Muchos de los pobladores eran leñeros y empleados que trabajaban en los hospedajes de la zona.
Los orígenes del Club Social y Deportivo Ex Alumnos de Don Bosco se remontan a las actividades del colegio Cardenal Cagliero. Dicho establecimiento, dirigido por la congregación salesiana, funcionaba como internado para niños y jóvenes varones. Hacia mediados de los años cincuenta, un grupo de egresados de la institución educativa, acompañados por los curas, entre los cuales se destaca el padre Enrique Miche,5 se encargó de organizar un equipo de fútbol para los jóvenes y adultos del barrio. El impulso dado a este deporte estaba estrechamente ligado al interés por dar continuidad a la formación en valores cristianos inculcada en el colegio a los pupilos. De esta manera, se sugería la asistencia a misa como instancia previa a los partidos.6
Cabe destacar, desde finales del siglo XIX, la obra educativa de los salesianos en la Norpatagonia abarcó, junto a la educación escolar, la intervención en las horas de ocio de los niños y jóvenes, al igual que la mediación en otros aspectos de la vida de los fieles (Nicoletti, 2016). Las prácticas físicas y, de modo más específico, el fútbol, fueron fomentados por los curas en sus instituciones educativas y en la visita misionera por cada uno de los parajes y localidades de la región como instrumento para complementar dicha formación.
La organización del club Don Bosco llegó a contar con aproximadamente treinta miembros, en su mayoría de la población aledaña, que se reunían en un pequeño local a metros del Cardenal Cagliero.7 La actividad deportiva se desarrollaba en un predio ubicado frente al colegio, también propiedad de los salesianos. Este potrero, utilizado desde el inicio de los asentamientos en la zona, se constituyó como uno de los primeros espacios destinados a la práctica del fútbol en Bariloche. Allí asistían otros equipos informales o representativos de hoteles e instituciones. De hecho, la actividad futbolística en el oeste estuvo dinamizada por los campeonatos inter-hoteles que solían tener como protagonista al club Llao Llao (fundado en 1955).8
Don Bosco participaba en certámenes barriales que contaban con la presencia de otros combinados de la ciudad, siendo estos el antecedente de lo que después se conoció como “fútbol libre” (no federado). Así, por ejemplo, el club de los kilómetros formó parte de los torneos organizados entre 1959 y 1973 por el cura salesiano Juan Carlos Videla en el casco urbano de la ciudad. Diversos espacios públicos fueron escenario de aquellos encuentros. Estos convocaban masivamente a niños y jóvenes, pero también (en menor medida) a adultos de distintos puntos de Bariloche (Nestares, 2017). La asistencia a misa era obligatoria para participar, lo que da cuenta de una estrategia de largo alcance empleada por la Iglesia para ganar adeptos entre los sectores populares a través de la práctica deportiva. Más allá de este uso instrumental, el fútbol fue un medio que hizo posible la integración social y espacial en una ciudad que comenzaba a crecer hacia el sur, pero también en el oeste. Don Bosco se hacía presente en dichos certámenes a pesar de las dificultades que por aquel entonces existían en el transporte entre el principal núcleo urbano y las zonas más alejadas en el camino a Llao Llao.
Hasta el día de hoy -y desde aquella época-, debido a la gran extensión del ejido urbano en Bariloche, buena parte de la población del oeste tiene que desplazarse diariamente varios kilómetros para realizar sus actividades cotidianas en el centro o dentro de esa misma zona. Esta característica espacial de la ciudad ha influido en los modos de sociabilidad. En el oeste, las personas ubicadas a uno o dos kilómetros de distancia suelen considerarse como “vecinos”. Y esto se resalta mucho más ya que se trata de un contexto de baja densidad poblacional. Como afirma Téllez Infantes (2003), “un ámbito espacial conlleva unas determinadas formas de comportamiento, de comunicación y de interacción social” (575). De esta manera, las largas distancias no fueron obstáculo para que la entidad deportiva se convirtiera en un núcleo que congregaba a vecinos del “lejano oeste”, que, además, asistían a las mismas instituciones educativas.
Las actividades del club presidido por los curas se desarrollaron hasta los años setenta, una vez que los religiosos decidieron mudarse paulatinamente al centro de Bariloche luego de la construcción del colegio Don Bosco (1967), administrado por la congregación salesiana. Luego de ello, el antiguo establecimiento fue utilizado como casa de retiro y, más adelante, se constituyó como hospedaje turístico.
Refundación y auge del club Don Bosco (1986-1990)
Desde la segunda mitad del siglo XX, la ciudad de Bariloche creció de manera acelerada, sin planificación y regida por la lógica del mercado de tierras. Esto trajo consigo serias dificultades al Estado municipal para brindar servicios públicos a los sectores más distantes respecto de la principal mancha urbana. La predominancia del turismo como actividad económica, el crecimiento demográfico y la heterogeneidad social contribuyeron a la conformación de una ciudad con gran segregación socio-espacial.
Como resultado de este proceso, en los años ochenta se instaló en el imaginario local la idea de Bariloche como la ciudad de las “dos caras”: por un lado, “el centro”, la cara que mira hacia el lago Nahuel Huapi, vinculada al turismo y con buenas condiciones socio-económicas; y, por otra parte, la zona conocida como “el alto”, ubicada hacia el sur, con una población integrada en gran medida por migrantes latinoamericanos e internos que vive bajo condiciones muy desfavorables. Esta visión dicotómica, reproducida por los medios de comunicación, excluyó las diversas realidades sociales existentes dentro de la zona oeste. La heterogeneidad en Bariloche más bien permitiría hablar de una ciudad de múltiples caras (Matossian, 2011).
Durante dicha década surgieron numerosas juntas vecinales que buscaron hacer frente a las demandas que el Estado no podía satisfacer. Así fue como se creó en 1988 la Junta Vecinal del Barrio Villa Don Bosco9 para atender las necesidades particulares de la población ubicada entre los kilómetros 19 y 21 de Bustillo, que hasta ese entonces había permanecido bajo la órbita de la Junta Vecinal Llao Llao. El oeste se encontraba en un proceso de crecimiento poblacional, siguiendo la tendencia del resto de la ciudad,10 y se tornaba más acuciante la ausencia de servicios básicos.
La organización comunitaria se vio favorecida por el retorno de la democracia en Argentina en 1983, cuando se instaló desde las esferas gubernamentales un discurso de defensa de la institucionalidad y la participación ciudadana. Frente a la intensificación de los procesos de segregación socio-espacial, también emergieron numerosas experiencias asociativas en los barrios de Bariloche, como clubes, bibliotecas populares e instituciones educativas de gestión social. Las nuevas asociaciones no sólo tenían el objetivo de tramitar y administrar la provisión de servicios y de infraestructura, sino también satisfacer las necesidades educativas y recreativas de una población en crecimiento que demandaba espacios de socialización y de inclusión. Por lo tanto, se trató de un contexto propicio para la aparición de entidades dedicadas al fútbol en Bariloche. En este proceso, la construcción de las identidades deportivas y la configuración de los barrios fueron simultáneas y con una influencia recíproca. En la zona oeste podemos mencionar, en 1986, la fundación del club Arco Iris del barrio Virgen Misionera (Km. 7 de la Avenida de Los Pioneros), como parte de un proceso de organización vecinal destinado a paliar la marginalidad que padecían los vecinos del sector (Arancibia Agüero, 2019). Las estrategias de esa experiencia, motorizada por la Iglesia, estuvieron dadas por la regularización de terrenos ocupados, la educación y la evangelización.
En este mismo momento tuvo lugar el resurgimiento del club Don Bosco, por iniciativa de un grupo de vecinos del sector oeste más alejado del centro de la ciudad, que conformaron un equipo de fútbol con niños de los barrios cercanos para favorecer, entre otras cosas, su integración social.11 Si bien los objetivos eran diferentes, se buscaba reactivar las actividades deportivas que habían sido impulsadas por los salesianos en los años cincuenta y sesenta. El punto de encuentro era, una vez más, el potrero ubicado frente al ex colegio Cardenal Cagliero, el cual se constituyó como el principal ámbito de articulación entre la territorialidad y la acción social. Este predio era sede de eventos sociales y seguía siendo usado para la práctica deportiva de diversos equipos de fútbol barrial. Sobre la base de estas relaciones informales, la creación del club proporcionó un marco institucional que permitió el desarrollo de nuevas redes sociales en ese espacio. Sin embargo, más allá del campo de juego, el club no contaba con una sede social que visibilizara los procesos de toma de decisión. Las reuniones de la comisión directiva generalmente se realizaban en una vivienda particular o en la escuela Nº 48.
La emergencia del club estuvo ligada al devenir histórico barrial en medio de la etapa de mayor crecimiento urbano en Bariloche. En este punto, el Estado municipal no actuó como regulador de las relaciones entre las entidades deportivas y su ámbito territorial, lo que guarda conexión con las dificultades para brindar servicios a las áreas periféricas de la ciudad. Más bien, su rol se limitó sólo a legitimar a las instituciones que fueron surgiendo, autorizando formalmente sus actividades, pero no a través de políticas sistemáticas para su desarrollo y consolidación. Frente a esta discreta presencia estatal, los clubes como Don Bosco pudieron crecer gracias a las relaciones establecidas en el “pacto entre barrio y club” (Ignacio, 2013: 16), a partir de los lazos de solidaridad tendidos por los vecinos y las iniciativas dirigenciales. La institución encontró su fundamento en las acciones llevadas adelante por los salesianos en la zona décadas atrás y halló en el barrio el soporte territorial en el cual apoyar su identidad.
Las actividades de la incipiente organización contaron con el apoyo de numerosas familias de la zona abarcada entre los kilómetros 19 y 23 de Bustillo. Con esta base, el Club Social y Deportivo Don Bosco fue fundado el 6 de septiembre de 1986 y el gobierno de la provincia de Río Negro le otorgó su personería jurídica como sociedad civil ocho meses después.12 Al momento de su creación se estableció el objetivo de realizar “obras de interés general”, incluyendo dar fomento a actividades sociales, deportivas y culturales abiertas a toda la comunidad.13 Como parte de ello, se propuso priorizar la práctica deportiva de los niños y se decidió que éstos no abonen cuota social. Más allá de los ambiciosos objetivos fundantes, el club se dedicó sustancialmente al fútbol. Si bien el estatuto de la asociación prohibía todo tipo de discusión política,14 no se puede ignorar la existencia de una carga moral y política contenida en la intención (y elección) de generar inclusión social a través del deporte, la cual orientó en gran medida las acciones colectivas, los discursos y los vínculos producidos en la sociabilidad.
La zona contaba con otras dos instituciones que llevaban varias décadas dedicadas a la práctica del fútbol: el club Colonia Suiza y el club Llao Llao. Sin embargo, ambas entidades tenían constantes vaivenes en la conformación de categorías infantiles, priorizando el fútbol para mayores o la actividad de otros deportes como el ciclismo. De esta manera, y gracias a las mejoras en el transporte público, Don Bosco se convirtió en un receptáculo para los niños del “lejano oeste”, en su mayoría estudiantes de la escuela primaria Nº 48.
A la par de su creación, fue uno de los clubes fundadores de la Asociación de Fútbol Infantil Bariloche (AFIB), la cual se encargó de organizar y sistematizar la actividad deportiva para los niños en la ciudad.15 Esto resulta destacable considerando que históricamente el fútbol infantil en la localidad se había caracterizado por carecer de un encuadre institucional unificado. Frente a este panorama, las entidades que contaban con equipos para menores decidieron asociarse para organizar campeonatos y motivar la inclusión por medio del deporte.16
Con este anclaje institucional y con su propia personería jurídica, los salesianos aceptaron cederle a préstamo a Don Bosco el terreno ubicado frente al antiguo internado. Si bien los curas ya no tenían presencia efectiva en el ex colegio, apoyaron las actividades llevadas adelante por el club. Por eso, contribuyeron con los insumos necesarios para el sembrado de la “canchita” -como se denomina popularmente en la localidad a los espacios vecinales empleados para la práctica futbolística-. La condición del préstamo era que el club se comprometiera a mantener el predio y acondicionarlo.17 El sembrado se realizó a fines de los años ochenta, en ocasión del Primer Torneo Internacional de Fútbol Infantil organizado por la AFIB en 1989. Allí participaron equipos de Santa Fe, Córdoba, Bahía Blanca, Chile y combinados locales.18 El campo de juego de Don Bosco fue sede de este certamen, junto con la cancha del club Estudiantes Unidos y el Estadio Municipal. Posteriormente se realizaron otros torneos de carácter nacional e internacional en Bariloche en los cuales Don Bosco hizo de anfitrión en su campo de juego, hospedando a los visitantes en casas de vecinos o en el Cardenal Cagliero.19
A su vez, los equipos de Don Bosco realizaron numerosos viajes fuera de la ciudad para disputar partidos y torneos en otras localidades, lo cual era posible a través de las redes asociativas que la AFIB tejía con instituciones similares en el resto de la Argentina, pero también en Chile y Brasil. La idea de dicha organización era llevar equipos foráneos a jugar a Bariloche y, a la vez, fomentar que los niños de los barrios pudieran conocer otros puntos del país.20
A fines de los años ochenta, el desarrollo institucional y los viajes podían concretarse gracias a lo recolectado a través de diversas actividades que el club organizaba para recaudar fondos. Ejemplo de ello eran la realización de rifas, ventas de empanadas y la preparación del buffet en los días de partido. Con el mismo objetivo, la entidad deportiva llevó adelante bailes, curantos, la celebración de ramadas y la realización de domas y jineteadas en el predio de la cancha. Algunos de estos eventos sociales, que contaban con gran asistencia de los pobladores de la zona, se hacían en espacios alquilados o prestados por otras instituciones cercanas tales como el club Llao Llao, el club de Regatas, la escuela Nº 48 y el hotel Laguna El Trébol. Todo ello era posible con el trabajo que realizaba la dirigencia en conjunto con vecinos agrupados en una “comisión de padres”, la cual tenía una notable participación de mujeres y el aporte de comerciantes del sector.21 En dichos encuentros se consolidaron vínculos vecinales, familiares e institucionales. Además, cabe destacar, en los primeros años el club contó con la ayuda de una empresa turística que prestaba sus colectivos para movilizar a los equipos de Don Bosco hacia distintos puntos de la ciudad y hacia otras localidades cercanas.22
A través de los lazos de solidaridad generados a partir de la organización comunitaria, el club pudo hacer frente a los efectos de la crisis hiperinflacionaria que azotó a la Argentina entre 1989 y 1990. El incremento acelerado de los precios aumentó los niveles de pobreza de la población en todo el país. Además, el peso de las políticas de ajuste aplicadas por el gobierno nacional recayó sobre los sectores populares a través del crecimiento del desempleo y la baja del valor de los salarios (Ortiz y Schorr, 2006). Esto confluyó con las características de la sociedad local, en medio de un proceso de crecimiento urbano que marginaba a esos sectores. Los efectos de la crisis impactaron sobre el desarrollo de las instituciones barriales que habían surgido con el impulso de la apertura democrática. Como mencionamos, Don Bosco sobrevivió a esta coyuntura gracias a dichos lazos, los cuales encontraron en el fútbol un importante elemento articulador.
En estos primeros años, la procedencia de los jugadores que asistían al club era principalmente del área de los kilómetros más alejada del centro de Bariloche. Esto incluía barrios muy heterogéneos en cuanto a su composición socio-económica. Así, por ejemplo, el radio de influencia del club abarcaba tanto la zona aledaña al hotel Llao Llao como el Parque Villa Llanquihue. Este último, ubicado en el Km. 23 de Bustillo, se constituyó como un barrio caracterizado por padecer condiciones de marginalidad similares a las de Virgen Misionera y la mayoría de los barrios de la zona sur de la ciudad. El loteo de Villa Llanquihue se realizó alrededor de los años cuarenta, y desde allí su poblamiento se dio de manera paulatina, muchas veces a través de tomas de tierras. En los años noventa, el sector tuvo un crecimiento acelerado como resultado de un proceso migratorio que atrajo a personas de otras provincias. Los asentamientos se caracterizaron por las condiciones habitacionales precarias y la escasez de servicios públicos (Guevara, Paolinelli y Nussbaum, 2018).
Frente al abandono institucional, las poblaciones más distantes respecto del centro de la ciudad desarrollaron otras formas de participación (complementarias) por fuera de la esfera de las juntas vecinales. En este punto, los clubes barriales se convirtieron en ámbitos de sociabilidad de gran importancia a través de los cuales se difundieron valores democráticos. Allí, los sectores populares pudieron interactuar y visibilizar su presencia en el espacio público. Las asociaciones como Don Bosco favorecieron la igualdad en las relaciones, así como también la apertura institucional, en gran medida porque permitieron a diversos individuos participar en esferas que antes eran inaccesibles para ellos (Chapman Quevedo, 2015).
De esta forma, el club de los kilómetros se constituyó como un espacio de contención para numerosos niños y jóvenes atravesados por múltiples problemáticas sociales y familiares. Mucho más en un contexto marcado por la crisis económica a nivel general, con el consecuente aumento de la pobreza y la desocupación. En este sentido, la institución fomentó la integración social de los sectores heterogéneos que conformaban los barrios del oeste de Bariloche. Aunque los dirigentes carecían de formación específica, se bregaba por la educación de los niños, así como también por su inclusión sin importar sus diferencias socio-económicas.23 Por eso, si bien se buscó mejorar aspectos técnicos y tácticos, el club priorizó la dimensión recreativa del deporte, desde una concepción democratizante, por encima de su fase puramente competitiva.
Por otra parte, en la cotidianeidad, las actividades institucionales y deportivas en Don Bosco implicaban la realización de reuniones asamblearias o de la comisión directiva, junto a otras de carácter más informal en ámbitos públicos o privados (en canchas, la calle, viviendas particulares). En estas instancias se intensificaron los vínculos entre los socios, pero también con otros equipos y con entidades diferentes con las que se compartían intereses (Reyna, 2011). Ejemplo de esto último eran la escuela Nº 48 y la congregación salesiana, que apoyaron la función social ejercida por el club con los niños. La relación con los demás clubes no se limitó sólo al momento concreto de los encuentros deportivos en las canchas y gimnasios de la ciudad; sino que también incluía reuniones de delegados, intercambios de correspondencias y la organización de actividades en conjunto. Cada jornada de partidos conllevaba importantes desplazamientos de población, favoreciendo la interacción de vecinos de barrios alejados entre sí en torno a una actividad común que los congregaba.
Como venimos diciendo, Don Bosco se convirtió en un punto de encuentro para niños, jóvenes y adultos, generando un sentido de pertenencia. A su vez, la práctica futbolística en la institución y las actividades culturales dieron paso a otro tipo de relaciones de carácter más informal y espontáneo, favorecidas por la convivencia y la proximidad geográfica. Así, el fútbol trascendía el ámbito del club, llegando a otras “canchitas” de la zona oeste, donde la práctica era realizada de forma completamente recreativa por amigos y conocidos, sin respetar las formalidades reglamentarias. Las categorías deportivas se mezclaban constantemente y hasta solían incorporarse personas que no formaban parte de la institución.24 Algunos ejemplos de estos espacios públicos eran la plaza principal del barrio Villa Llanquihue, y terrenos desocupados que eran identificados por los vecinos de la zona con el nombre de sus cuidadores, como “la cancha de los Ceballos” y “la cancha de Roberto”.25 El alcance de los vínculos de afinidad generados por el deporte, más allá del marco institucional, da cuenta de la confluencia constante entre modos de sociabilidad formal y otros de carácter informal, y la difusa distinción entre ambos. Como resultado, los encuentros en los ámbitos espaciales mencionados contribuyeron a la construcción de una identidad social de los habitantes del oeste como pobladores “de la zona”.
Crecimiento e “implosión” del club (1991-1997)
Los años noventa estuvieron marcados por la aplicación de políticas neoliberales en todo el país impulsadas por el gobierno de Carlos Menem (1989-1999). Dichas medidas se basaban en la libre circulación de mercancías y de capital, la reducción del gasto público, las privatizaciones y la desindustrialización. Como consecuencia, se produjo un aumento de la desocupación y la flexibilización laboral en la mayoría de los sectores de la economía. Además, crecieron los niveles de pobreza y exclusión que afectaron a un porcentaje importante de la población argentina. Estos efectos, junto con la valorización del paradigma del individualismo, generaron procesos de des-ciudadanización y desarticulación de los lazos sociales. Las limitaciones a las organizaciones populares se vieron agravadas en Bariloche por los procesos de segregación en los barrios como resultado de la falta de planificación urbana que marginó a los sectores de bajos recursos, dando lugar a grandes contrastes sociales dentro de la ciudad.
El neoliberalismo tuvo implicancias que repercutieron negativamente en los clubes barriales. Por eso, la década es señalada como un momento de decadencia de estas instituciones.26 El menemismo se propuso terminar con la “ineficiente” administración de los recursos económicos del Estado en materia deportiva, cuestionando las presuntas prácticas clientelares y el carácter discrecional en la distribución de fondos por parte de los gobiernos anteriores (Levoratti, 2016). Para eso se impuso una lógica mercantil que iba de la mano de la reducción del gasto público. Se planteó que el Estado no debía ser el único actor responsable del financiamiento del deporte, sino que era necesaria la participación del sector empresarial y de la propia sociedad civil. En este sentido, la temática fue degradada dentro del ámbito de la política nacional como resultado de distintos cambios en la estructura de la administración pública.27
El gobierno empleó en esta época el concepto de “deporte social” para referirse a aquel “protagonizado por la gente”. Este espacio era valorizado como un medio idóneo para la formación del “hombre” a través de la difusión de determinados valores éticos y morales. Desde el plano discursivo se defendió “el desarrollo de todas las áreas del deporte, acorde con los medios de que se dispone” (Decreto 382/1992). Pero lo cierto es que el deporte social quedó relegado frente al deporte de alto rendimiento y la realización de eventos de envergadura nacional e internacional.
El club Don Bosco no fue ajeno al contexto neoliberal. La etapa dorada de la institución en la segunda mitad de los años ochenta, que había sido posible con apoyo de los vecinos de la zona, llegó a su fin a comienzos de la década siguiente. Pronto surgieron algunas diferencias con el encargado designado por los salesianos para hacerse cargo de la administración del antiguo colegio Cardenal Cagliero, en su nueva etapa como hospedaje turístico.28 El pleito llevó al club a abandonar el predio de la cancha. Como resultado, la dirigencia se vio obligada a buscar un nuevo espacio para continuar con la práctica deportiva. La institución obtuvo permiso para trasladarse a un predio cercano, ubicado a pocos metros del anterior, que, de acuerdo con los testimonios orales, formaba parte de unas tierras que eran propiedad de William Reynal, fundador de Austral Líneas Aéreas.29 Era un campo inundable en el cual el club proyectó acondicionar la cancha más grande de Bariloche.30 Sin embargo, las pretensiones de hacer algo más que un “potrero” chocaron con la escasez de recursos. Además, ya no se contaba con el apoyo de los salesianos, que había sido fundamental en la primera etapa.
Por otra parte, el club creó nuevas categorías año tras año y se fueron sumando niños y jóvenes de orígenes cada vez más diversos. Primero provenientes de otros barrios del oeste como Colonia Suiza, Villa Don Orione, Pájaro Azul, Playa Bonita y Virgen Misionera. Luego, comenzaron a acercarse niños oriundos del casco urbano. Como resultado, la organización del club se dividió en dos por motivos operativos, para reducir gastos de transporte (se conformó un equipo de trabajo en el “centro” para entrenar a los niños provenientes de “la ciudad”).31 Cabe destacar, en esta época la actividad del fútbol infantil local fue impulsada por la Liga de Fútbol Bariloche (LIFUBA, la liga oficial), que en 1994 absorbió la organización de la AFIB, creando su Departamento Infanto-Juvenil.
Por aquel entonces, Don Bosco también conformó una categoría de fútbol mayor que compitió en los campeonatos de la “Primera B” de LIFUBA.32 A diferencia de la máxima categoría del fútbol local, la “Primera A”, que demandaba altos costos para participar, la divisional “B” daba cierta apertura a clubes “barriales”, ya que los costos eran menores y no existía la condición excluyente de contar con una cancha propia que cumpliera con ciertos requisitos reglamentarios.33 El paso del club por esta categoría a mediados de los años noventa fue exitoso, logrando campeonatos que le permitieron disputar un torneo norpatagónico. Sin embargo, la dirigencia de Don Bosco decidió rechazar en más de una ocasión el ascenso a la “Primera A”, debido a los requerimientos que conllevaba la transición del amateurismo al semi-profesionalismo.34
Esa elección por el amateurismo no refiere sólo a la práctica deportiva, sino también a la gestión institucional. Como afirman Pujadas y Santacana (2003) en su estudio, “si bien esto plantea ya inicialmente un alto grado de voluntarismo y compromiso con la entidad y con la propia disciplina deportiva, también se convierte a menudo en un primer filtro social y una selección insalvable para los sectores económicamente menos favorecidos” (511).
Paradójicamente, en su etapa de mayor crecimiento deportivo, el club comenzó a presentar dificultades económicas e institucionales. A partir del aumento en la cantidad de categorías, los gastos de funcionamiento eran cada vez más onerosos. Sin el cobro de una cuota social (sólo de carácter voluntario) y sin ingresos por la recaudación de entradas, la entidad se sustentaba con recursos aportados por los propios dirigentes y colaboradores. Esta limitación dejó truncos algunos proyectos para atraer nuevos socios, tales como la conformación de categorías femeninas y el desarrollo de otros deportes.35
Fue en este momento que Don Bosco buscó desarrollar nuevas estrategias relacionales para asegurar su supervivencia institucional. Como parte de ello, la comisión directiva organizó partidos y actividades en conjunto con otros clubes para recaudar fondos. Además, buscó reforzar la estructura asociativa a través de una alianza con el club Llao Llao. Sin embargo, la fusión fue efímera debido a diferencias entre ambas dirigencias.36
A contracorriente de las nuevas exigencias y la incorporación de mayor cantidad de jugadores (el club llegó a contar con cerca de doscientos niños y jóvenes),37 el apoyo de los vecinos fue haciéndose cada vez menor. Por diversas razones (principalmente desplazamientos por motivos laborales), algunos dirigentes se alejaron de la institución, de manera que, promediando la década, eran muy pocas las personas que mantenían la estructura de Don Bosco. En efecto, la comisión directiva tuvo serias dificultades para cumplir con sus obligaciones societarias.
El cambio del terreno de la cancha y la descentralización de las actividades del club, con la incorporación de socios provenientes de otros puntos distantes de la ciudad, conllevaron una cierta pérdida del anclaje territorial de la identidad institucional. A esto se sumó la falta de una sede social que permitiera otorgarle mayor solidez a su espacialidad. Junto con el acrecentamiento de las desigualdades y la polarización social, la desterritorialización fue una característica fomentada por el capitalismo globalizado en su etapa neoliberal, calando incluso en el ámbito vecinal. De hecho, autores como Alabarces (2002) hablan de una atomización de la sociedad en torno a identidades barriales fragmentadas. Esto se acentuó en sociedades como la de Bariloche en su etapa de mayor crecimiento urbano. Con la intensificación de los procesos de segregación, surgieron clubes sin una clara pertenencia territorial, o ésta se volvió difusa; mientras que en algunos barrios comenzaron a convivir más de un modesto club o un “equipo-club” (pertenecientes a distintas ligas o asociaciones) que se disputaron la identidad del espacio. En definitiva, el contexto neoliberal limitó la potencialidad de los clubes sociales para construir sólidas relaciones vecinales. Como muestra nuestro estudio de caso, el paso por las instituciones se volvió más flexible para numerosas personas. En muchas ocasiones, la pertenencia de algunos socios se limitó a la participación de sus hijos en las categorías deportivas de acuerdo con su edad, sin tener una continuidad luego de ello.
Por otra parte, desde su fundación, el club Don Bosco no contó con subsidios u otro tipo de aportes sistemáticos por parte de los sucesivos gobiernos nacionales, provinciales y municipales para garantizar la vida institucional. Tampoco pudo obtener el patrocinio de empresas en una época de crisis generalizada. No afianzó sus lazos con otras entidades de su entorno barrial, como la junta vecinal (igualmente afectada por el contexto), ni reestableció las relaciones con los salesianos. Sin estos apoyos, hacia 1997 la situación del club resultó insostenible para la comisión directiva, y la asociación se disolvió.
Los clubes que pudieron sobrevivir a esta época hostil para el asociativismo deportivo fueron aquellos en los que el voluntarismo funcionó mejor para adaptarse a las incertidumbres del momento, gracias a las redes de solidaridad establecidas por los vecinos o las iniciativas particulares de algunas dirigencias. Las dificultades y la precariedad fueron la regla en la mayoría de los clubes barilochenses. Sólo algunos lograron diversificar sus actividades para ampliar su base societaria, y optimizar la gestión de los recursos. La organización de partidos y la realización de rifas fueron un paliativo importante, pero no siempre aseguraron la continuidad de las actividades.
Reorganización de los lazos de sociabilidad en torno al deporte
Luego de la desaparición del club Don Bosco, las categorías que habían sido conformadas debieron dispersarse. Muchos niños y jóvenes de la zona se acercaron al club Llao Llao, que comenzaba a desarrollar con más fuerza el fútbol infantil38. Los jugadores mayores continuaron compitiendo en partidos informales y en campeonatos “relámpago”, repartidos en diversos equipos de los kilómetros y del resto de la ciudad, muchos por fuera de la organización de la Liga de Fútbol Bariloche.39 Esta situación duró cerca de dos años, hasta que los diferentes combinados del oeste, que se reunían a jugar en distintos potreros, decidieron aliarse para conformar un sólo equipo que pudiera participar en la liga local. Para ello se reflotó el antiguo club Puerto Moreno del barrio Pájaro Azul (Km. 10 de Bustillo), que había tenido sus años dorados a finales de la década de 1970, pero que permaneció al borde del abandono durante la mayor parte de los ochenta y noventa.
La organización trabajó para afrontar los requisitos que exigía la liga oficial. De esta manera, se reacondicionó la cancha de Puerto Moreno, en un terreno propiedad del Centro Atómico Bariloche; se conformaron las categorías de fútbol mayor; y se impulsaron actividades para recaudar fondos. Las bases de la refundación de este club fueron, en gran medida, las relaciones construidas por Don Bosco en la zona durante sus años de existencia. Además, la participación de la “nueva” entidad en el fútbol federado fue posible a través de una alianza establecida en 1999 con la Asociación Vecinal Pájaro Azul, la cual cedió su personería jurídica (hasta el año 2003).40 La institución obtuvo importantes éxitos deportivos y pudo solventar su presencia en los torneos oficiales con el aporte de la Asociación Vecinal. Además, el sostenimiento institucional fue posible gracias al trabajo de pocas personas que desempeñaban múltiples funciones, siendo recurrente la figura del “jugador-dirigente”.
Resulta significativo que el resurgimiento de este club se haya dado en el peor momento económico de la Argentina, cuando la situación social golpeaba de forma más dura a los barrios. Esto forma parte de una época contradictoria, marcada por la “fragilidad asociativa” (Reyna, 2018), pero donde los clubes y el fútbol no perdieron su potencialidad para generar integración social en el espacio público. Las transformaciones socio-económicas y culturales del período más bien dieron paso a una transformación de los ámbitos y tipos de sociabilidad. En el oeste de Bariloche, la sociabilidad informal a través del fútbol entre amigos y conocidos continuó operando de manera subyacente luego de la desaparición de Don Bosco, pudiendo reencauzarse luego en un marco institucional diferente. La nueva organización se reconocía oriunda del barrio Pájaro Azul, pero apeló, de modo más amplio, a una identidad del oeste, lo que permitió darle un anclaje territorial mayor y aumentar su masa societaria.
La crisis del 2001 en Argentina deriva de los efectos de las políticas neoliberales aplicadas durante los años noventa por los gobiernos nacionales, provinciales y municipales que causaron el empobrecimiento de amplios sectores de la población. Esas políticas impactaron sobre la actividad del turismo en Bariloche, aumentando aún más los niveles de desigualdad social. Además, se manifestaron a través de un modelo de ciudad favorable a los intereses inmobiliarios, lo que dificultó el acceso a la propiedad de la tierra y agudizó las lógicas de exclusión. De hecho, a comienzos del nuevo milenio, el barrio Villa Don Bosco fue lugar de una importante toma de terrenos que abarcó varias manzanas. Situaciones similares se vivieron en otras barriadas del oeste como Alto Campanario y Villa Jamaica, junto a las ya mencionadas ocupaciones en Villa Llanquihue y Virgen Misionera (Guevara, 2018). Todo ello contribuyó a complejizar aún más el panorama social en el sector, al asentarse nuevas poblaciones junto a las preexistentes.
En este contexto, el club Puerto Moreno permitió que jóvenes varones de los barrios marginados de la zona de los kilómetros y del casco urbano pudieran ser integrados a través del deporte. Esto se vio favorecido por los lazos y vínculos entablados durante los años de reorganización del fútbol en el oeste por medio de la realización de campeonatos informales. A su vez, la alianza con la Asociación Vecinal Pájaro Azul, la obtención del campeonato de la primera categoría local y la cobertura periodística de las campañas del equipo reforzaron el reconocimiento del club por parte de los vecinos de su propio barrio.
Posteriormente, la institución llevó adelante la conformación de categorías de fútbol infantil a partir del año 2004, retomando el legado del extinto club Don Bosco. Este proyecto apuntó a contener a los niños y satisfacer sus necesidades recreativas frente a la dura realidad social, en un contexto en el cual continuó agravándose la problemática de la marginalidad que afectaba a muchos jóvenes de los barrios populares. Dicho proceso, si bien fue austero, estuvo acompañado por una preocupación institucional por formar técnicos y dirigentes, optimizar la administración de los recursos, e introducir mejoras de infraestructura en el predio del club.
Reflexiones finales
En las últimas décadas, el estudio de la sociabilidad ha otorgado legitimidad al tratamiento de nuevas temáticas para la investigación histórica. Tal es el caso de las relaciones sociales motivadas por el deporte y los clubes barriales. En este artículo desarrollamos el estudio cualitativo de las redes e interacciones sociales y las formas de sociabilidad dentro de una realidad local particular. En este caso, aquellas que emergieron alrededor de la actividad de las instituciones dedicadas al fútbol en Bariloche en la historia reciente. La observación microanalítica de un club, con las personas que lo conforman y su entorno barrial, nos habilitó para complejizar desde un nuevo punto de vista las problemáticas del crecimiento urbano y las consecuencias del neoliberalismo sobre los sectores populares y sus organizaciones. La reconstrucción de las relaciones sociales en su dimensión histórica y espacial nos acercó a la comprensión de las dinámicas vecinales, sociales e institucionales a nivel barrial/local y “desde abajo”. Para eso, tuvimos en cuenta las transformaciones socio-económicas y culturales del período seleccionado, que repercutieron en la modificación de los espacios y las formas de sociabilidad.
Analizamos la manera en que el club Don Bosco se insertó en su contexto territorial a través de las cambiantes redes relacionales establecidas por los vecinos en las últimas dos décadas del siglo XX. Identificamos la institución y las distintas “canchitas” de la zona oeste de Bariloche como ámbitos de encuentro y de construcción identitaria, en articulación con los niveles familiar y vecinal, donde confluyeron la cercanía geográfica y las simpatías compartidas. Se trató de espacios generadores de un entramado de interacciones que dieron paso a vínculos y acciones a partir de la práctica futbolística.
Explicamos las dificultades y estrategias de funcionamiento de dicha entidad en diferentes momentos, destacando los años ochenta y noventa como un período en que Bariloche tuvo un crecimiento desorganizado que trajo consigo un proceso de segregación socio-espacial agudizado por la aplicación de políticas neoliberales en el país y el aumento de los inconvenientes del Estado para brindar servicios públicos a las áreas periféricas de la ciudad. En este marco, reconstruimos las relaciones que Don Bosco tejió con su entorno barrial y con otras instituciones a partir de la iniciativa de los vecinos de favorecer la inclusión de los niños y jóvenes en un contexto de marcada heterogeneidad social en la zona oeste. De esta manera, vinculamos las interacciones de los sectores medios y populares y la conformación de sus identidades en torno a los clubes con las dinámicas urbanas de Bariloche.
El período seleccionado es una época contradictoria en la que, por un lado, las experiencias asociativas y las demandas de integración social se vieron fomentadas por el clima de apertura institucional a partir del retorno de la democracia; mientras que, por el otro, se acrecentaron las contradicciones y las lógicas excluyentes en la ciudad. En esta coyuntura, los intereses del sector inmobiliario se vieron favorecidos en detrimento de las demandas populares por tierra, servicios y espacios de recreación. Las limitaciones a la sociabilidad en los clubes fueron acrecentadas por la crisis económica a fines de los años ochenta y por las políticas neoliberales que promovieron el individualismo y el debilitamiento de los ámbitos de interacción colectiva en los noventa.
Identificamos algunos cambios y continuidades en los procesos sociales y las dinámicas del club Don Bosco en ese período, incluyendo el desarrollo de sus estrategias para adaptarse a dichas transformaciones y contradicciones (aunque ello no necesariamente aseguró su subsistencia). Como venimos diciendo, ésta y otras entidades similares se convirtieron en ámbitos de sociabilidad que dieron lugar a un entramado de vínculos interurbanos. Estos, a su vez, generaron sentimientos de pertenencia e identidades que se reconfiguraron en los diferentes momentos históricos. Por otra parte, las asociaciones barriales difundieron con bastante éxito la democratización del acceso al ocio. Se trató de ámbitos de integración para diferentes sectores sociales que compartían actividades, valores, afinidades y relaciones. Allí, diversos grupos pudieron manifestar su presencia en el espacio público y experimentar la participación ciudadana en un marco de relaciones relativamente igualitarias. A su vez, como vimos en el caso de Don Bosco, gracias a los vínculos generados en la organización colectiva, los lazos sociales trascendieron el marco institucional, por ejemplo, en los eventos culturales (que no siempre tenían que ver con la agrupación deportiva pero que reunían a sus integrantes y a otros vecinos) y en algunos encuentros improvisados en potreros.
Las redes generadas por el club en la segunda mitad de la década de 1980 se asentaron sobre otras anteriores que los curas salesianos habían establecido impulsando actividades físicas en el oeste durante los años sesenta. Luego, se desarrollaron a través de relaciones con otros clubes y con organizaciones como la Asociación de Fútbol Infantil Bariloche, que propició la formación de un círculo de sociabilidad en torno al fútbol barrial e hizo posible la creación de vínculos de más largo alcance. La institución favoreció los intercambios en la zona de los kilómetros y el desenvolvimiento de acciones orientadas a generar inclusión social, lo cual era una elección que tenía una carga política y moral. A su vez, los lazos entre los pobladores de las barriadas cercanas son los que hicieron posible el crecimiento de la institución en su primera etapa, afrontando la crisis económica en el final de la década. Es decir, dicho desarrollo dependió de las redes de solidaridad tendidas por los vecinos más que de algún tipo de intervención estatal.
De igual forma, la estructura del club se derrumbó cuando esos lazos sociales se desarticularon en los años noventa, en el contexto neoliberal que impactó negativamente en las organizaciones populares. En Don Bosco las dificultades institucionales se dieron a la par de un crecimiento deportivo que “superó” las capacidades de la entidad. Al no contar con recursos propios, el club era sostenido sólo con el aporte de los propios dirigentes, a la vez que la colaboración de los vecinos fue haciéndose menor. Las características de la etapa de fractura social y el impacto económico limitaron el desarrollo de estrategias de supervivencia tales como la alianza con otras instituciones y la implementación de nuevas actividades que generen ingresos. Sin embargo, la sociabilidad informal a través del fútbol continuó operando de manera subyacente, pudiendo reencauzarse luego en una organización diferente.
Entonces, no sólo abordamos la sociabilidad urbana dada a partir de los vínculos motivados por la experiencia asociativa del club Don Bosco, sino también la dimensión de la sociabilidad informal (en las “canchitas”, plazas, salones de eventos) que tenía lugar por fuera de la vida institucional, pero que estaba estrechamente ligada con ésta. A través de este último tipo de sociabilidad continuaron desarrollándose las redes relacionales alrededor de la práctica futbolística en el oeste de Bariloche una vez que desapareció la estructura del club.
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Notas
Información extraída del testimonio de Milton C., vecino del barrio Don Bosco. Entrevista realizada el 19 de abril de 2019.
Información extraída del testimonio de Roberto V., dirigente del club Don Bosco y de la AFIB. Entrevista realizada el 6 de abril de 2019.
Información extraída del testimonio de Marauro Jaime O. y Gustavo O., dirigentes y técnicos del club Don Bosco. Entrevista realizada el 7 de abril de 2019.
Información extraída del testimonio de Luis M. y Facundo M., jugadores del club Don Bosco. Entrevista realizada el 13 de abril de 2019.
Información extraída del testimonio de Gabriel F., Claudio A. y Ariel R., jugadores del club Don Bosco. Entrevista realizada el 21 de abril de 2019.
Entrevista a Marauro Jaime O. y Gustavo O.
Nota firmada por el presidente de la Asociación Vecinal Pájaro Azul, Nicolás Linker, enviada a la comisión directiva del club Puerto Moreno, el día 25 de enero de 2002.