Reseñas
Recepción: 02 Febrero 2017
Aprobación: 21 Febrero 2017
Montoya P.. Los derrotados. 2012. Colombia. Sílaba. 320pp.. 978-958-57165-5-1 |
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“Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma),
para imaginar que nos ha pasado algo en la vida”
(Piglia, 2015, p. 35).
Pablo Montoya escribe en el idioma de la memoria; es un autor nada extranjero al recuerdo. En este sentido, en sus obras de alcance literario se aparta del lenguaje académico, para procurar así que el lector resulte atraído por su prosa, por el mundo de ficción levantado por el escritor sobre soportes de un recuerdo permanente. Montoya escribe en el idioma de muchas memorias, crea una prosa extendida en el recuerdo, de vuelta al pasado; que actualiza en su considerable trabajo, el cual transita esencialmente por la reflexión, el ensayo y la escritura de ficción. Mundos difíciles por los que se mueve con acierto literario y estético, como bien es sabido y dado su reconocimiento nacional e internacional.
El autor al parecer vive cotidianamente en el mundo de la escritura; muy seguramente, porque la memoria es débil y suele dejar escapar lo que se aplaza, lo que luego es difícil de recuperar para extenderlo sobre el papel como tela silenciosa que sabe contar. No deja pasar momentos de la historia lejana y reciente del país; los toma en su forma de recuerdo, los interpreta, los pasa por el cedazo de la ficción para enterar a los lectores de lo que ocurrió con los hechos, con las razones, con las sinrazones que los provocaron. Solo las palabras escritas —también las que se dicen— desentrañan lo sucedido, lo que misteriosamente sigue reservado en el lugar “oscuro” y lejano de la memoria capaz de conservar lo acontecido, así esto intente desaparecer del corazón de sus portadores: los hombres.
Libros sobre la memoria, libros para hacer memoria, libros desmaquillados de amnesia. Libros que como puertas se abren sin necesidad de llaves ni de dispositivos para conducir a otras páginas; libros que transportan a otros títulos desprovistos de olvido; son los libros de cuentos, libros de prosa poética, libros de ensayos y novelas a los que Pablo Montoya ha titulado, entre otros: La sinfónica y otros cuentos (1997), Habitantes (1999), Adiós a los próceres (2010), Cuaderno de París (2006), Solo una luz en el agua: Francisco de Asís y Giotto (2009), Música de pájaros (2005), Lejos de Roma (2008), Réquiem por un fantasma (2005), Los derrotados (2012) y Tríptico de la infamia (2014).
Títulos de los que salen paisajes, mujeres, hombres, próceres, cartas, confesiones sin absoluciones, sin lágrimas… Y el sueño nuevo de una creación más, pues el autor de una obra ya considerable, como bien se registra en la producción del reconocido y premiado escritor, deja ver que definitivamente es un creador que lee y, en consecuencia, sabe del mundo que habita, territorio desde el que levanta su morada. Parece que escribe para huirle a la arcada provocada por el mundo ruidoso; que escribe para conseguir lo otorgado por la escritura: catarsis, liberación del miedo y el pesar, como hermosamente lo aprendimos de Aristóteles, filósofo que bien teorizó la tragedia y nos deja asistir a una representación trágica en el mundo lejano, hoy reconocido por sus ruinas y por un legado que no pasa.
Ojear y leer las obras del escritor y profesor universitario Pablo Montoya es hacer un recorrido por un tiempo que, aunque haya pasado, deja el rastro del recuerdo, de ese sitio, de esa historia a la que hay que volver. Así, en un título como Los derrotados se pasa la página no para hacer homenaje al eufemismo que permite aferrarse al olvido; sino para todo lo contrario, para volver en especial a un personaje —según mi experiencia con la lectura de la novela—, a Francisco José de Caldas, cuya vida y obra son reconstruidas bellamente, además de otros hechos que sirven de esencia y escena temática de esta ficción.
1. La historia de las derrotas
La novela Los derrotados, escrita por el profesor Pablo Montoya, explora dos procesos históricos trascendentales en la historia de Colombia: uno, el de la Independencia, que para el caso se centra en la figura de Francisco José de Caldas; y otro, el de la conformación de grupos con ideales de “izquierda”, que describe la historia política de Antioquia y del país.
Los derrotados sirve como fuente interesante e ilustrativa de lo acontecido en una época cuyo pasado ya es historia para generaciones que no vivieron los hechos convertidos en relato, en particular lo relativo al sabio Caldas, así como para quienes conozcan superficialmente los motivos desde los que se gestó parte del conflicto armado en el país en general, y en Antioquia en particular.
La coyuntura histórica narrada está compuesta de dos aristas: la primera, relacionada con la reconstrucción biográfica del sabio Caldas, y la segunda, con el surgimiento de los grupos de “izquierda” en el país. Son momentos diferentes y aparentemente sin punto de encuentro en la novela, que se leen en una alternancia de capítulos dedicados al sabio explorador y a contar una historia de construcciones, ideologías y decadencias vividas antes, pero presentes hoy, cuyo rostro de diario o de biografía da lugar a un largo y detallado relato constitutivo de la que bien puede calificarse como novela histórica.
El Liceo Antioqueño, amplio espacio de bloques rectangulares levantado en las orillas del cerro El Volador, lugar que por tanto tiempo albergó a maestros y estudiantes hoy contadores de otras historias, se constituye en un espacio explorado por el narrador para contar lo sucedido con una generación, y en particular, lo ocurrido con tres amigos: Santiago Hernández, Pedro Cadavid y Andrés Ramírez, precursores de una historia de sueños congelados en la imagen fotográfica; sueños que sirven de guía y se constituyen en la razón para las luchas y afanes con los que conviven los derrotados.
Lo interesante de esta publicación es la forma como se obtiene el diálogo entre un pasado lejano y un pasado próximo; de un tiempo de próceres y de hombres “convertidos en patrimonio de la gente”, y de una época resucitada por obra del recuerdo, para hacer confluir el hecho de la realidad en el texto de ficción. Es una manera de significar una realidad siempre dramática, porque dramáticas son sus gentes, portadoras de una historia cargada de problemas de todo orden.
La novela, Los derrotados, muestra a un autor que acude a una amplia búsqueda documental de diversas fuentes (cartas, diarios, documentos de archivos, noticias y apuntes encontrados), conjunto de materiales que le sirven para reinventar vidas e historias como la de Caldas. Esta pesquisa se privilegia por los materiales y fuentes que subyacen a la novela; sin embargo, la orientación de la obra toma el rumbo de una narración paralela que da cuenta de la génesis y accionar del Ejército Popular de Liberación (EPL), así como de otros grupos protagonistas de la violencia política en Antioquia. Así, se detalla un levantamiento de esta otra historia: de las vicisitudes, de las desesperanzas; aunque como lectora prefiero el desarrollo de un único texto sobre Caldas, de quien hay pasajes valiosos, además de bellamente logrados a lo largo de esta curiosa narración, de esta singular novela.
En Los derrotados hay una novela en que lo histórico alcanza un tono de poesía, como una forma de confirmar que los hechos del desasosiego también pueden narrarse con dicha fuerza, sin restarle importancia a las fatigas de las luchas, a los sueños frustrados, a los cuerpos masacrados, a los pasos oscurecidos, a los llantos congelados, a la esperanza que no llega, que no alcanza.
La novela consigue una fenomenología de la memoria, en cuanto procura una vuelta de la mirada aguda, ante la evidencia de que el “sistema trata de borrar, de hacer desaparecer”; se esfuerza por narrar el pasado, por contenerlo en la página sobre la que cae el recuerdo; insiste en hacerlo permanente a través de las líneas que una vez leídas permiten pensar que la evidencia es imposible de ocultar.
La experiencia de leer una novela tejida gracias a la hebra suelta de la tela de la memoria lleva a que el lector se ponga del lado del mundo narrado, viva ese mundo ajeno y próximo a la vez, y se sienta no como un asistente a lo que cuenta la prosa, sino como alguien que está ahí para procurar preguntas esenciales para lo que lee y para su existencia. Es el peso de la literatura, es lo que le da valor, es lo que la hace existir. Es lo que insiste en la vida de quien la acoge desde su creación o desde su disfrute, ofrecido por los resultados materializados en cuerpo de novela, narración, poesía… en una obra que puede leerse.
Es lo que ocurre con Los derrotados, una novela que se lee con la vivencia que cuenta y con la historia que recuerda; su contenido, la razón de lo sucedido en la juventud a un grupo de jóvenes afiliados a pasiones comunes e ideales cercanos, permite entender que ese pasado no fue levantado en un escenario efímero, tampoco es fugaz la historia contada acerca del joven investigador Caldas, asistido por el deseo de saber y por la curiosidad de quien no deja agotar la pregunta para evitar ver extinguir el conocimiento.
La novela, una de las más sobresalientes y —juzgo— una de las menos atendidas por la crítica, tiene la cualidad de conducir a reflexiones en las que tanto el olvido como la memoria son materia y suelo del conflicto que encarna el pesar de la desmemoria; una forma de retirarse de la historia, de seguir condenados a la desaparición definitiva.
La historia de Los derrotados se cuenta en medio de bocanadas de memoria. Y aunque la memoria nunca la tenemos entera, completa, las páginas de esta novela permiten pensar, decir que somos el recuerdo que sobrellevamos. De lo contrario, quedaría el olvido, cuya fuerza conduce a que el ahuecado silencio sea único, irreversible; sea silencio.
Referencias
Montoya, P. (2012). Los derrotados. Medellín: Sílaba.
Piglia, R. (2015). Respiración artificial. Barcelona: Anagrama.