Artículos
Recepción: 17 Agosto 2016
Aprobación: 05 Diciembre 2016
Resumen: en este texto nos inclinamos sobre una mirada del envejecimiento desde una concepción filosófica de la conciencia del tiempo ya que es uno de los elementos más relevantes que no solo ha emergido en el Proyecto de investigación SABE Colombia (Encuesta Salud, bienestar y Envejecimiento), sino de la estructura misma de la vida; es más la vejez en sí misma, como fenómeno temporal, es la acumulación de tiempo en un mismo cuerpo; además, la noción de tiempo está implícita en el estudio del envejecimiento. Este artículo tiene como objetivo revelar el sentido de la conciencia temporal de la vejez o la vejez a la luz de la conciencia temporal, en tanto el tiempo se va desprendiendo de la existencia humana poco a poco hasta agotar su contenido en el cuerpo como revelación del tiempo, como huella, como rastro en donde se revela la vida misma. Para lograr este objetivo se proponen tres puntos nodales de reflexión, primero, entre la latencia y la presencia de la vejez; segundo, entre vejez y clandestinidad del futuro, y por último, el rostro de la vejez: el desprendimiento de cuerpo a través de la conciencia temporal del presente.
Palabras clave: vejez, envejecimiento, conciencia del tiempo, cuerpo, SABE Colombia.
Abstract: in this text we approach the process of aging from the philosophical view-point of the awareness of time. We consider this awareness of paramount importance not only in the course of the research project SABE Colombia (Survey of Health, Well-being and Aging, according to its initials in Spanish), but also because of the very structure of life. Moreover, old age in itself, as a time-related phenomenon, consists of the accumulation of time in a single body: therefore, the notion of time must be implicit in the study of aging. This article aims at revealing the sense of the time consciousness of old age or (in other words) at viewing old age in the light of time consciousness, insofar as time lets human existence come off gradually until its exhaustion reveals life as a time trace, as a time mark in the body. To achieve this goal, we propose three nodal points of reflection: first, between the latency and the presence of old age; second, between old age and the secrecy of future, and finally, the face of old age: the detachment of the body through the time consciousness of the present.
Keywords: Old age, aging, time consciousness, body, SABE Colombia.
1. Apertura al problema
La vejez habita en los ancianos[2] de la misma manera que éstos contribuyen a engrandecer el concepto de vejez. El cuerpo está determinado por la sucesión de instantes que se almacenen en la memoria, no sólo de la mente sino del cuerpo. La mente contiene, y es a la vez contenida, por el almacén de experiencias retenidas en la memoria, la luz que ilumina estos acontecimientos se atenúa, se disminuye con el paso del tiempo, la mente vieja pierde intensidad en la medida en que los acontecimientos se van hundiendo en el precipicio del pasado. El cuerpo, por su parte, está cargado con un elenco de experiencias que se revelan en la piel, en la sangre y en todos los órganos que acompañan la existencia de los seres humanos en el fluir temporal de la vida. Ser conciencia corporal de la vejez es ver cómo se va achicando el futuro y cómo se va agrandando el pasado.
Pensar en la vejez implica un proceso reflexivo de una multitud de disciplinas que han dirigido su atención hacia ella, de hecho existe toda una historia que revela la manera como el tema ha sido tratado, no solo por los profesionales de la salud, con el término de geriatría, cuando los temas son específicamente biológicos, físicos o fisiológicos. La historia de la vejez nos revela los momentos por los que ha transitado la percepción de los ancianos, la mirada que tenían los griegos y los romanos, lo mismo que el medioevo, en el renacimiento, la modernidad y la actualidad. Al respecto afirman Gómez y Curcio[3]: “La imagen y las representaciones de vejez y de los ancianos son casi tan antiguas como el mundo mismo, en cambio el estudio científico del envejecimiento surgió después de la segunda guerra mundial, por tanto es más joven que su objeto de estudio” (2014, p. 40). Movimiento perceptivo que le da contexto a la actualidad de los estudios y los imaginarios sobre el tema.
La importancia de pensar la vejez radica sobre todo en que es un estado al que todo ser vivo, cuando no todo lo que existe, está expuesto. Esto implica que es un fenómeno que todo el mundo, o por lo menos la mayoría, experimenta en algún momento de su vida, ya sea en carne propia o como testigo de ella. La vejez es un tema latente en la vida humana que acompaña a todo ser humano desde el momento mismo de su aparición en el mundo. Se empieza a envejecer desde el momento en que se nace. La importancia también radica en que es un tema que cobra cada vez más valor, ya sea por las connotaciones culturales que tiene el fenómeno, tales como viejo igual a enfermo, o persona en situación de discapacidad, o impotencia frente a la vida laboral, entre otros, como también frente a las dinámicas de las políticas públicas poco claras para bascular la percepción, el tratamiento, y la vida cotidiana de los ancianos en la sociedad y el Estado.
Son muchos los argumentos que podríamos elaborar para defender la importancia de la reflexión sobre la vejez, como son muchos los temas a los cuales se puede apuntar; temas como la percepción y la cultura de la vejez, la salud, los aspectos psicológicos o sociológicos. Sin embargo, en este texto nos inclinamos sobre una mirada del envejecimiento desde una concepción filosófica de la conciencia del tiempo ya que es uno de los elementos más relevantes que no solo ha emergido en el Proyecto de investigación SABE Colombia (Encuesta Salud, Bienestar y Envejecimiento), sino de la estructura misma de la vida, es más la vejez en sí misma, como fenómeno temporal, es la acumulación de tiempo en un mismo cuerpo. Además, la noción de tiempo está implícita en el estudio del envejecimiento.
En coherencia con lo anterior, este trabajo de reflexión tiene como objetivo revelar el sentido de la conciencia temporal de la vejez o la vejez a la luz de la conciencia temporal, en tanto el tiempo se va desprendiendo de la existencia humana poco a poco hasta agotar su contenido en el cuerpo como revelación del tiempo, como huella, como rastro en donde se revela la vida misma. Para lograr este objetivo se proponen tres puntos nodales de reflexión: primero, entre la latencia y la presencia de la vejez; segundo, entre vejez y clandestinidad del futuro, y, por último, el rostro de la vejez: el desprendimiento de cuerpo a través de la conciencia temporal del presente. Para esta reflexión nos apoyaremos específicamente en el fenómeno del tiempo inmanente fundado por Husserl y algunos otros pensadores como Bachelard, Levinas, Bergson, Le Breton y algunas reflexiones de Cicerón del siglo I antes de nuestra era, por considerarlo uno de los primeros que aborda el tema de la vejez; junto con ellos abordaremos otros autores con el fin de profundizar la reflexión.
2. Entre la latencia y la presencia de la vejez
La latencia de la vejez coexiste en todo ser humano, la vejez llama la carne y el alma desde lo no sido a lo que de alguna forma tiene que llegar a ser. Este fluir no siempre se da a la inversa, el devenir temporal de la vida no es unidireccional. En la vejez no existe la latencia de la juventud, en la vejez la juventud es una añoranza, quizás una nostalgia o un detonante de orgullo o quizás todas las emociones que se experimentaron en el trayecto de vida juntas, pero jamás una latencia. La presencia suicida la latencia, de la misma manera que el futuro presiona con tanta fuerza el presente hasta que lo aniquila y lo lanza a lo más profundo del abismo del olvido: “De alguna forma, podemos decir que el cuerpo animado posee recuerdos, es más, el contenido del cuerpo animado son las huellas del pasado trascritas por el tiempo subjetivo” (Vanegas, 2009, p. 597). Desde la niñez, la juventud y la experiencia de la adultez, la vejez anida oculta en el cuerpo, hasta el momento en que se revela o brota de formas múltiples en el cuerpo y en la mente, más en el primero que en la segunda; la presencia de la vejez en el cuerpo como expresión de la latencia en el fluir del tiempo se muestra generalmente por medio de arrugas, canas, parsimonia motriz, más frecuencia de patologías, y en la mente con más paciencia, más experiencia, y quizás, como se afirma cotidianamente, con más caprichos o achaques. Entre la presencia de la vejez y la latencia de la misma emerge el fenómeno del tiempo[4]4 como diría Husserl: “Al comparecer siempre un nuevo ahora, el ahora muda al pasado, y la entera continuidad decursiva de pasados de los puntos precedentes “cae”, cae de manera uniforme en la hondura del pasado” (2002, p. 51).
La existencia de los ancianos está encriptada en las retenciones que construye sobre su trayectoria de vida, estos conjuntos de retenciones siguen vivas en cada una de las exposiciones de las acciones de los ancianos, por decirlo con Bachelard: “El pasado deja una huella en la materia, por tanto pone un reflejo en el presente y por tanto siempre está materialmente vivo” (1999, p. 57). Cada huella de lo vivido coexiste en la senectud, pero a diferencia de la enunciación de Bachelard, las huellas no coexisten de la misma manera como se vivió, las huellas no son los contenidos de las vivencias, éstas son originales cuando se viven, cuando se dan a la experiencia. Algo se transforma entre el momento de la experiencia y el momento del recuerdo, de igual manera algo queda entre ambos: la huella, el eco, lo que se deprende de los seres humanos en cada momento en que transita la vida, algo que va quedando en el camino del tiempo por el que fluye la existencia. Como diría Borges en su poema límites: “De estas calles que ahondan el poniente una habrá (no sé cuál) que he recorrido por última vez indiferente y sin adivinarlo, sometido” (1980, p. 38).
El tiempo de la vejez subjetiva no está enmarcada en la temporalidad objetiva, aunque el envejecimiento puede ser medido cronológicamente, no es regulado por el tiempo cronológico, no hay indicadores temporales medibles, no se puede pensar desde la temporalidad subjetiva, para la intimidad humana no hay un estado cuantitativo de la vejez, así la normatividad y las ciencias naturales, como la biología, la anatomía y la fisiología digan lo contrario, el tiempo al que éstas disciplinas se refieren es cronológico, lineal, no es el tiempo vivido, no el tiempo de las experiencias. El tiempo cronológico, cronos (Κρόνος) como se diría en griego, hace referencia, según Aristóteles a “Es evidente, entonces, que el tiempo es número del movimiento según el antes y después, y es continuo, porque es número de algo continuo”. (1995, p. 220a), lo cual implica que es un tiempo formal, fundamental para la distribución social y para tener referentes objetivos. Como lo expone Norbert Elias “El tiempo era ante todo un medio para orientarse en el mundo social y para regular la convivencia humana. Los fenómenos naturales elaborados y normalizados por los hombres, encontraron aplicación como medios para determinar la posición o la duración de las actividades sociales en el flujo del acontecer” (1989, p.12). Pero “Mediante un análisis fenomenológico no es posible encontrar allí ni la más mínima huella del tiempo objetivo” (Husserl, 2002, p. 52). Por ello, ésta noción de tiempo es inútil para reflexionar sobre las vivencias mismas, sobre el contenido temporal de la conciencia, que para nuestro caso son las experiencias temporales de la vejez. Lo que en griego se denomina Kairos (καιρός) es el tiempo de la subjetividad, que está atado a las emociones, a los sentimientos, a los estados de ánimo.
Bajo este panorama pensar en la latencia y la presencia de la vejez cobra valor cuando pensamos en la conciencia del tiempo vivido, el ahora, el ya del viejo, esto es, la experiencia en carne y hueso. En el advenimiento de la conciencia del instante vívido de los ancianos se encuentra el ahora recordado y el ahora esperado, de tal manera que lo recordado existe como latencia rememorada y la espera se da como latencia que aún no se ha concretado en una experiencia. Entramos, entonces, al terreno de la latencia y la presencia, en tanto experiencias de la conciencia del tiempo en los ancianos. Es importante anunciar que no hablamos de los acontecimientos ni de los actos o acciones que aparecen a la conciencia en el tiempo, la latencia a la que nos referimos es al tiempo mismo, por ello, la experiencia del tiempo en la vejez hay que despojarla de los objetos de la conciencia para poder mirar la latencia purificada de cualquier objeto que se da en él.
El tiempo es latente en los ancianos, es más, es el contenido mismo de la experiencia de ser viejo o de sentirse como tal, por eso es que habitualmente se caracteriza la vejez con la cantidad de tiempo que se lleva en circulación. El tiempo es determinante de la adultez y en general de la trayectoria de vida. Así pues, en los ancianos la conciencia del tiempo es latente, tanto en el tiempo vivido, como en el tiempo que se va a vivir (lo que en fenomenología husserliana se denomina retención y protención[5] y que en términos populares se conoce como pasado y presente). El tiempo vivido de los ancianos no habita en lo sido sino en el instante del presente o de la presentificación, habita en forma de recuerdo, no obstante, el contenido es lo que en un momento de la vida pasada tuvo existencia material, por esto la conciencia del pasado no es conciencia de imagen: “El recuerdo, la retención, no es conciencia de imagen, sino algo totalmente distinto. Lo recordado, claro está, no existe ahora —en caso contrario no sería pasado sino presente—, y en el recuerdo (en la retención) no está dado como siendo ahora — en caso contrario, el recuerdo, la retención, no sería precisamente recuerdo sino percepción (impresión originaria)—” (56).
Algo del pasado queda en los adultos, en forma de retención, la cantidad de estas retenciones determina la realidad de la vejez, como diría Bachelard: “El pasado es en nosotros una voz que encontró eco. De ese modo damos fuerza a lo que no es sino una forma o, más aún, damos una forma única a la pluralidad de las formas. Mediante esa síntesis, el pasado cobra entonces el peso de la realidad” (1999, p. 50). Esta realidad (las retenciones) quedan enmarcadas como tiempo vivido, como pasar, este verbo nos muestra el sentido de lo que la vejez alberga en su contenido, pasar sobre el cual afirma Zubiri: “El tiempo se nos presenta como algo que va «pasando»: un presente se va haciendo pasado y va yendo a un futuro. El tiempo es pues, un pasar que tiene tres, que pudiéramos llamar, «partes» suyas: presente, pasado y futuro. Estas tres partes se hallan dotadas de una intrínseca unidad. Esta unidad es lo que expresa el vocablo «pasar»” (1975, p. 12). Lo que ha pasado en el sujeto se enconcha en la carne y en la mente, queda como latencia hasta que empieza a revelarse en forma de vejez, como lo afirma Machado en su Poema de un día. Meditaciones rurales: “Tras estos tiempos, vendrán / otros tiempos y otros y otros, / lo mismo que nosotros/ otros se jorobarán” (1943, p. 155).
El pasar es inevitable, se está expuesto al tiempo en forma de lo que pasa y este pasar habita en la duración, que se expresa en los seres humanos con lo que ha vivido, con lo que vive y con lo que va a vivir, con las narraciones las exposiciones y las esperas; pero todo este pasar queda, por decirlo de alguna manera, atrapado en lo que pasó. Bajo este presupuesto, la vejez es la síntesis de la temporalidad retenida, es decir, de todo aquello que se vivió y que muta su existencia original al instante en forma de recuerdo: “El tiempo está en la fuente misma del impulso vital. La vida puede recibir explicaciones instantáneas. Pero lo que en verdad explica la vida es la duración” (Bachelard, 1999, p. 15).
La existencia del pasado se revela en los recuerdos de los viejos. Los acontecimientos habitan en los mismos como latencias que siempre quieren salir, que quieren hacerse carne, que pretenden una epifanía en el mundo real: las retenciones. Lo que queda del pasado en la mente de los adultos habita como fantasmas, esto es, como presencias de ausencias. Los acontecimientos que tuvieron su existencia original en un momento del pasado, siguen vivos en los pensamientos del presente de los viejos; pero ahora sin materia, ahora solo como forma, la distancia de la ausencia los hace más borrosos, pero no menos importantes, el pasar del tiempo puede hacer más frágil la presencia de la ausencia, pero su importancia los llena de contenido y, a la inversa, una retención puede estar muy próxima en el tiempo pero carecer de importancia y por ello su existencia es muy frágil o acaso invisible y muda para el pensamiento. Los fantasmas cobran valor como actos del recuerdo, en el ahora vívido, pues ya carece de percepción: “Fantasma es la denominación precisa de los contenidos primarios de las intuiciones no perceptivas” (Husserl, 2002, p. 33).
La vejez está llena de fantasmas, de ausencias de presencias, la conciencia del tiempo pasado se enuncia en cada acción que realizan los ancianos, como una multiplicidad de espejos que miran hacia el mismo punto, como diría Bachelard: “La vida lleva entonces nuestra imagen de espejo en espejo; somos así reflejos de reflejos y nuestro valor está hecho del recuerdo de nuestra decisión. Mas, por firmes que seamos, nunca nos conservamos cabalmente, porque nunca estuvimos conscientes de todo nuestro ser” (1999, p. 66). El tiempo que se recuerda, el tiempo que trascurre desde el acontecimiento original hasta la activación del mismo, y el tiempo del recuerdo mismo se encuentran como retención en el pensamiento de los ancianos, que por ancianos son mucho más representativos en cantidad y en cualidad, evocando un poco a Husserl: “Es desde luego evidente que la percepción de un objeto temporal tiene ella misma temporalidad, que la percepción de la duración presupone ella misma duración de la percepción, y que la percepción de cualquier figura temporal tiene ella misma su figura temporal” (2002, p. 45). Diferente a las retenciones que se podrían analizar en la juventud o en la adultez, en los ancianos el tiempo del pasado ha trascendido el estado medio de la balanza de los recuerdos. Para los ancianos el elenco de retenciones es mayor al elenco de expectativas o de hechos o acciones por vivir.
La vejez, entonces, se puede caracterizar por la duración del tiempo transcurrido en la vida de un ser humano. Duración que implica la conciencia del pasar del tiempo desde el nacimiento hasta la edad adulta, en esta duración se dan las acciones y los actos, los cuales conforman los hábitos, y de ellos se desprende el ser de los ancianos. Miremos esta tesis más despacio; en cuanto a la duración afirma Bergson: “La duración es el progreso continuo del pasado que corroe el porvenir y que se dilata al avanzar. Desde el momento en que el pasado aumenta sin cesar se conserva también indefinidamente” (1948, pp. 442-443). Cuando asumimos el fenómeno de duración en tanto transcurrir de instantes, no estamos pensando en que un presente anule los presentes del pasado, por el contrario, afirmamos que el tiempo pasado no tiene cortes, todo queda en el presente como sedimentación del pasado: “En realidad, el pasado se conserva por sí mismo, automáticamente. Todo entero, sin duda, nos sigue a cada instante: lo que hemos sentido, pensado, querido desde nuestra primera infancia, está ahí, pendiendo sobre el presente con el que va a unirse, ejerciendo presión contra la puerta de la conciencia que querría dejarlo fuera” (Bachelard, 1999, p. 57).
Esto implica, entre muchas otras cosas, que los acontecimientos del pasado no son pasivos, y menos en los ancianos, en este estado temporal el pasado se hace nuevo, puesto que no ha dejado de ser, se conserva desde el momento del surgimiento hasta el momento en que aparece como recuerdo en el presente vívido, y no sólo en la mente sino, y con mucha fuerza, en el cuerpo humano: “Si considero mi cuerpo en particular, encuentro que, semejante a mi conciencia, madura poco a poco desde la infancia a la vejez; como yo, envejece. Incluso madurez y vejez no son, hablando con propiedad, más que atributos de mi cuerpo; sólo metafóricamente doy el mismo nombre a los cambios correspondientes de mi persona consciente” (74). En lo anciano habita el pasado, no solo como recuerdo que se traen al ahora vívido, sino como huellas en la carne misma, la duración de lo pasado aplasta, por decirlo de alguna manera, el pasar del presente, pero no lo anula, como afirma Bergson refiriéndose precisamente a la vejez:
Es preciso que el cambio se reduzca a un arreglo o desarreglo de las partes, que la irreversibilidad del tiempo sea una apariencia relativa a nuestra ignorancia, que la imposibilidad de la vuelta atrás no sea otra cosa que la impotencia del hombre para volver a poner las cosas en su lugar. Desde entonces, el envejecimiento no puede ser ya más que la adquisición progresiva o la pérdida gradual de ciertas sustancias, quizá las dos cosas a la vez. El tiempo tiene justamente tanta realidad para un ser vivo como para un reloj de arena, en el que el depósito de arriba se vacía en tanto que el de abajo se llena, y donde pueden ponerse las cosas en su punto dando vuelta al aparato (Bergson.1948, p. 452-453).
Retención, fantasmas, duración, pasar, en el ser de los ancianos son fenómenos que tuvieron su presente, tuvieron carne en la realidad de la existencia: pero no se quedan allí, siguen siendo en el presente de los seres humanos y se manifiestan con los hábitos; el comportamiento está hecho de hábitos, aunque no solo de éstos, pues si fuera así la libertad sería imposible, ellos conforman un elemento fundamental en la manera de ser, de pensar y de actuar en los ancianos. Los hábitos son el ingrediente, o, por lo menos uno de los ingredientes, más poderosos que conforman el ser, por ello afirma Bachelard: “Nuestras arterias tienen la edad de nuestros hábitos” (1999, p. 57). Los hábitos se logran por la repetición, pero no es un volver a hacer lo mismo, es hacer lo mismo con conciencia, con voluntad “El hábito es la voluntad de empezar a repetirse a sí mismo” (71). En cada repetición algo nuevo aparece y algo se conserva, las actividades humanas del presente siempre miran atrás para saber cómo hacer una actividad, pero en la realización de la misma algo se actualiza, por esto en toda actualización de una actividad brotan los hábitos que se construyen desde el pasado y que se proyectan al futuro: “Baste decir que el cerebro es la reserva de los esquemas motores para comprender que el hábito es un mecanismo puesto a disposición del ser por los antiguos esfuerzos. Así, el hábito diferenciará la materia del ser, al grado de organizar la solidaridad del pasado y del porvenir” (57).
Los hábitos son nociones que se construyen desde el momento mismo que se nace y se van consolidando mediante la repetición de acciones, hasta que se anclan en el pensamiento. Ahora bien, las acciones correctas es lo que en ética se llaman virtudes y las incorrectas son las que se llaman vicios. En este sentido, la fuerza de ellos se manifiesta con más poder en la adultez y con menos fuerza en la niñez, por ello la colección de hábitos que se construyen en el pasado, se hacen evidentes en el presente de los ancianos. Los hábitos constituyen el carácter: “Toda prolongación efectiva es una adjunción, toda identidad una semejanza. Nos reconocemos en nuestro carácter porque nos imitamos a nosotros mismos y porque nuestra personalidad es así el hábito de nuestro propio nombre” (74), para el caso de los ancianos tenemos muchos ejemplos que nos esclarecen este elemento, Cicerón en el siglo I Antes de Cristo, plantea literalmente: “Las armas defensivas de la vejez, Escipión y Lelio, son las artes y la puesta en práctica de las virtudes cultivadas a lo largo de la vida. Cuando has vivido mucho tiempo, producen frutos maravillosos. La conciencia de haber vivido honradamente y el recuerdo de las muchas acciones buenas realizadas, resulta muy satisfactorio en el último momento de la vida” (Cicerón, 2005, p. 8) Qué magnifica reflexión para expresar la construcción de los hábitos correctos en el pasado y ver su fruto en el presente. Pero más adelante también nos propone el filósofo y orador romano un ejemplo contrario: “No comprendo a los ancianos avaros que quieren todo para sí. ¿Puede haber alguien más absurdo que quien se preocupe de acumular más provisiones cuanto menos tiempo le quede de vida? (28).
Los hábitos, habitan en los ancianos como latencias producto del pasar del tiempo y se solidifican con la duración misma, en ella aparecen los fantasmas que cobran valor en el presente vívido. El instante de la vivencia retoma las retenciones. Pero no se quedan allí la novedad aparece en el presente, y aunque con su duración cae en el pasado, el instante vívido, hace parte de la existencia de los adultos. “Un hábito particular es un ritmo sostenido, donde todos los actos se repiten igualando de manera bastante exacta su valor de novedad, pero sin perder nunca ese carácter dominante de ser una novedad” (Bachelard, 1999, p.64). El pasado o la retención cobra valor en el presente, primero como protención, como sueño para el futuro, por ello en lo que sigue le vamos a dedicar algunas líneas a la protención, es decir, a la conciencia de futuro de los ancianos.
2. La vejez y la clandestinidad del futuro
La conciencia temporal del futuro en la vejez tiene un encanto que a la vez tiene matices de tragedia y es que parece ser que la vejez en sí misma ya es el futuro de la existencia individual, pero es un encanto porque los sueños ya están cumplidos y si no, se sabe que no se cumplieron, y esto ya es un sentimiento de completud, como afirmaría el mismo Cicerón: “El anciano, al fin y al cabo tiene lo que esperaba, por esto mismo la vejez es mejor que la adolescencia, el joven espera, el anciano ya lo ha conseguido. Aquél quiere vivir durante mucho tiempo, éste ya lo ha vivido” (Cicerón, 2005, p. 29). La conciencia de la trayectoria de la vida concluye en la vejez, por ello este estado, es un futuro que todo ser humano tiene incorporado en su haber, en su ser y en sus haceres. La vejez es futuro, y es inevitable, —aunque los medios de consumo inventen todas las estrategias para retrasarla—, ella vive latente en todo ser vivo, y la seguridad de su existencia en el después genera un sentimiento de impotencia: “Cecilio mucho mejor es todavía lo que dijo un anciano al pensar en el futuro: “¡Por Pólux, vejez, si cuando llegaras sólo trajeras un achaque, ya sería suficiente, pero cuando se vive durante mucho tiempo, se ven muchas cosas que uno realmente no quiere ver!” (13).
En la introducción afirmamos, parafraseando un poco a Bachelard, que el futuro oprime el presente de tal manera que lo asesina, y lo lanza al abismo del pasado; pues bien, de aquí podemos inferir que la naturaleza del tiempo protencivo, no existe de una manera material, pero existe como determinante del presente, su existencia, al igual que la del pasado es fantasmal, sabemos que va a llegar, tenemos la certeza la mayoría de las veces, y aunque podemos elegir su llegada también podemos mirarla, como afirma Sartre: “El futuro es lo que tengo que ser en tanto que puedo no serlo” (1993, p. 15). Retención, presentificación y protención coexisten como duración, pero el único que tiene existencia concreta es la presentifiación, allí se conciben las otras formas de tiempo: “Todo recuerdo contiene intenciones de expectativa cuyo cumplimiento conduce al presente. Todo proceso originariamente constituyente está animado por protenciones que constituyen vacíamente lo por venir como tal, y que lo atrapan, lo traen a cumplimiento” (Husserl, 2002, p. 73).
La protención es porvenir, esto es, lo que no se ha vivido aún, pero que se espera vivir, si bien los ancianos ya han vivido, por lo menos más que los jóvenes, el sentimiento de la vejez está atravesado por esta idea, la aproximación a la consumación, es decir, el sentimiento de la falta de futuro. La conciencia temporal de la subjetividad de los viejos con relación al futuro se vuelve frágil, el ahora profético empieza a enmudecerse en los relatos de los ancianos, puesto que hay más material en el recuerdo que en las expectativas de vida. La capacidad profética existe en el presente en la conciencia subjetiva de la duración, esto constituye un elemento fundamental en la vida humana, como lo declara Husserl: “Con todo, como cuestión de principio, es pensable una conciencia profética —una conciencia que quiera pasar por profética— para la que esté a la vista en expectativa cada uno de los caracteres de lo por venir; Como cuando nos trazamos un plan al detalle y, representándonos intuitivamente lo planeado lo tomamos “con pelos y señales” por así decir, como la realidad futura” (77). No obstante, esta conciencia de lo que voy a hacer en el futuro, en los ancianos pierde fuerza, por ello allí el sentimiento del final es más frecuente, el pensamiento del fin, en últimas, es el sentimiento de la identidad deteriorada: “El discurso del déficit, generado a través del deterioro del cuerpo, y en algunos casos de la expectativa de una muerte cercana, produce una transgresión a la identidad, pues se afecta la autoestima” (Arroyo; Ribeiro y Mancinas, 2011, p. 103).
El presente se consuma, en tanto el futuro se aproxima, pero el último instante del provenir no es alcanzable, cuando menos se piensa ya es pasado, pero cada proceso en el cual el futuro se hace pasado engendra un nuevo futuro, que como dice Sartre no lo podemos agarrar, no lo podemos apresar, porque el tiempo no se acaba, solo se enuncia en la nada: “El futuro no se deja alcanzar; de desliza al Pasado como antiguo futuro y el Para-sí presente devela en toda su facticidad, como fundamento de su propia nada, y, una vez más, como carencia de un nuevo futuro” (Sartre, 1993, p. 159). La carencia de futuro como enunciación de la nada se traduce en la conciencia de la vejez como la muerte, ésta constituye un fenómeno pendiente en la vida; la muerte es sinónimo de la nada a la que todo ser humano está volcado en el futuro: “El futuro es la carencia de la Presencia que la arranca, en tanto que carencia, de en–sí” (157). La muerte existe como sentimiento que se hace más fuerte entre más tiempo se vive, la muerte como fenómeno profético en el pensamiento de los ancianos, cobra más valor que en los años jóvenes, como lo reconoce Cicerón: “Pero vuelvo de nuevo al hecho de la muerte que siempre está amenazante. ¿Por qué la muerte es la desazón perenne de la vejez, cuando bien se sabe que está siempre presente y que también es común a la juventud? (2005, p. 29).
La muerte no es una experiencia propia, a lo máximo es una percepción testificada, somos testigos de la muerte de otros, pero no de nuestra muerte. Cómo afirma Heidegger: “No experimentamos en su genuino sentido el morir de los otros, sino que a lo sumo nos limitamos a asistir a él” (1993, p. 261). Por ello la muerte se manifiesta como finitud, y esto hace referencia a la conciencia del futuro: “Si realmente no vamos a ser inmortales, es deseable que todo hombre muera en su momento oportuno. La naturaleza tiene, como todas las cosas, un límite de existencia. La vejez es el final de una representación teatral de cuya fatiga debemos huir, sobre todo y especialmente una vez asumido el cansancio (Cicerón, 2005, p. 29). El futuro se hace presente a la experiencia de los ancianos con variedad de actividades, siempre cruzado por el final, por la muerte. El destino se lee en las experiencias ajenas, cada que una persona deja de existir es como un mensaje para el resto de mundo; claro cuando la muerte es en la vejez, la muerte ajena es el llamado a la muerte propia. “Solamente el tiempo no puede designar un «aún no» que no sea sin embargo un “menos ser”, no puede mantenerse alejado a la vez del ser y de la muerte más que como futuro inagotable de lo infinito, es decir, como eso que se produce en la relación misma del lenguaje” (Levinas, 2002, p. 223).
La conciencia de la muerte activa la conciencia temporal del futuro, saberse limitado, saberse finito implica saberse en el devenir del tiempo, ya que la muerte es un suceso de la vida: “La muerte en su más amplio sentido es un fenómeno de la vida, la vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un “ser en el mundo” (Heidegger, 1993, p. 269). En coherencia con el filósofo alemán, la plenitud de la conciencia de la finitud en la subjetividad de los ancianos es más frecuente que en la subjetividad de los jóvenes, la vejez llama a la muerte como conciencia de futuro: “¡Desgraciado el anciano que no considere que la muerte debe ser despreciada después de una vida tan larga! Si la muerte está ausente, la muerte se ignora totalmente, si la muerte le conduce a una situación terminal debe ser incluso deseada. No puede hablarse de una tercera disyuntiva” (Cicerón, 2005, p. 29). Ser consciente de la vejez es ser consciente de la muerte, ya que la cantidad de años nos acerca inefablemente al final, el tiempo no es plástico, no lo podemos dilatar a voluntad propia, y ser consciente de ello es asumir, no la muerte sino la vida misma, como expectativa de futuro, y no con miedo, pues es un suceso tan común que no tenemos testimonios por lo menos vivenciales de la eternidad corporal de un ser humano:
El miedo a la muerte puede existir para alguien en algún momento de su vida, pero por breve tiempo, especialmente para el anciano, puesto que una vez muerto ya no existe esa sensación. No obstante, debe ser objeto de reflexión para la adolescencia, de tal manera que no nos olvidemos de la muerte, sin cuya reflexión nadie puede sentirse tranquilo de espíritu. Es indudable que tenemos que morir, pero es incierto hasta el último momento. Por tanto, ¿quién puede tener firmeza de espíritu temiendo a la muerte, siempre amenazante? (3).
Otro elemento que se deja entrever cuando pensamos en la conciencia del tiempo futuro en la vejez es la libertad, puesto que la libre determinación de la voluntad se hace efectiva en las decisiones que se toman en el presente y se concretan en el futuro: “El yo intencional conforma la realidad de acuerdo con su facultad libre para hacer presentes nuevos significados” (Vanegas, 2007, p. 179) . Así las cosas, la libertad existe entre la tensión de ya y lo que aún no ha sucedido, el contenido mismo de la libertad acontece en el futuro y el futuro siempre es ante-mí, siempre está en el horizonte de posibilidades que se presentan en lo sido, por ello la libertad es el llamado a la legalidad visto en términos morales: “La legalidad es previsión en vista a un futuro en el que la propia libertad puede ser alienada por la brutalidad de la fuerza o el ablandamiento de seducción. La eficacia de la libertad se aplica, así, para garantizar en lo futuro la posibilidad de esta misma libertad” (Levinas, 2002, p. 41). Libertad, legalidad, moralidad, coexisten en el escenario del deber ser, lo debido cobra valor en el futuro, pues en el presente habita lo que es, mientras que en el pasado habita el ser que se conforma con los hábitos.
El deber ser en la subjetividad de los ancianos se expresa de diferentes maneras, por ejemplo, con la autonomía, la participación y la independencia; tres fenómenos que en el contexto de la vejez empiezan a ser temas muy frecuentes pues los tres se ven resquebrajados o debilitados. La autonomía como capacidad individual de tomar decisiones sin ayuda de nadie, se pone en cuestión, ser viejo es carecer de autonomía, tanto física, en la movilidad por ejemplo, como mental, en la toma de decisiones; lo mismo en la participación, generalmente los ancianos son excluidos de lo político y en general de las instituciones, del trabajo, ya que su capacidad no es la misma, se diría cotidianamente; y estos dos fenómenos se fusionan en la independencia, en la vejez la dependencia parece ser uno de los temas más apropiados, no poder hacer las cosas de la misma manera que antes parece ser el argumento más fuerte para que la sociedad niegue la independencia de los ancianos: “Yo, (Dice Cicerón en los labios de Catón) pensando en mí mismo, encuentro cuatro causas que agravan sobremanera la vejez: —primera, porque aparta de la gestión de todos los negocios. —segunda, porque la salud se debilita. —tercera, porque te priva de casi todos los placeres. —cuarta, porque, al parecer, la muerte ya no está lejos” (2005, p. 9).
El futuro carga con varias connotaciones axiológicas; en la juventud el tiempo venidero es claro, es luz, de hecho se afirma en determinadas épocas que “todo se ve color rosa” es como si el mundo se tiñera de colores en coherencia con lo que se pretende ser en el después, el mundo cambia de colores con los cambios de edad, entre más edad menos colores alegres, menos colores tranquilos, menos colores de pasión, menos rojos, menos amarillos, menos rosados, menos blanco. El mundo del futuro se empieza a oscurecer. La vejez se caracteriza por lo gris, por lo negro, en una investigación que se realizó en argentina, específicamente en Tucumán, una de las preguntas era por el color de la vejez: “Dina de Puesto de Medio piensa que “ya no es alegre como en la juventud” Tona del mismo lugar al elegir un color que identificara la vejez, nos dijo, cuando estamos ancianos ya estamos más bajoneados, más tristes… sería un Marrón”, así la vejez es una etapa “oscura”, como también dijeron el Negro… o que todo es más apagado” (Carrizo, 2013, p. 11). Por su parte Le Breton habla del “continente gris” (Le Breton, 1992, p. 141).
La conciencia del tiempo ante el viejo se viste de color de tragedia, el tiempo que aún no ha sido seguramente no va a ser, o por lo menos no va acontecer en ellos. El futuro se vuelve oscuro, se vuelve indescifrable “La situación privilegiada en la que el mal siempre futuro, llega a ser presente el límite de la conciencia- se alcanza en el sufrimiento llamado físico. En él nos encontramos arrinconados contra el ser. No conocemos solamente el sufrimiento como una sensación desagradable, que acompaña al hecho de estar arrinconado y contrariado (Levinas, 2002, p. 25). El futuro se vuelve profano para los ancianos, ya deja de ser un tema cotidiano, lo cotidiano es el pasado, no el porvenir, ni el destino, estos son términos que evocan lo clandestino, es casi una osadía pensar en el mañana, por ello la libertad misma queda condicionada por la conciencia de finitud que se despierta en los adultos mayores, dicho en términos de Levinas: “Pero la libertad deseada y voluptuosa no en la claridad de su rostro, sino en la oscuridad y como en el vicio de lo clandestino o en ese futuro que se mantiene clandestino en el descubrimiento que, precisamente por esto, es fatalmente profanación” (275).
3. El rostro de la vejez: el desprendimiento de cuerpo a través de la conciencia temporal del presente
Con la conciencia del pasado se construye la habitualidad, con la conciencia del futuro se determina el deber ser y en el presente se da la exposición, es decir, que el ser, la normatividad y el estar son las categorías existenciales que devienen de la conciencia del fluir temporal en el ser humano, para nuestro caso de la subjetividad de los ancianos, con cada una de las características que hemos expuesto hasta el momento, cuando a retenciones y protenciones se refiere. Nos toca ahora mirar estos éxtasis temporales en su forma de existencia real, es decir en carne y hueso, y esto sólo se da, en términos de Husserl, en la presentificación; en términos más coloquiales en el presente, en otras palabras, en el instante, en el ya, esto es, en la experiencia directa de los ancianos consigo mismos y con el mundo.
En realidad todo lo que hemos enunciado de lo sido y de lo que será, solo tiene realidad para la conciencia temporal en el instante, solo hay vida en la expresión de la vida, solo hay conciencia en el instante en que el ser humano se entrega al mundo en carne y hueso, el pasado no puede ser una experiencia porque ya pasó, es más, el pasado es abstracto, o como lo decíamos atrás es un fantasma, de la misma manera el futuro tampoco es la experiencia porque aún no ha sido, similar al pasado es un fantasma. Pasado y futuro, desde esta postura, no son más que teorías abstractas, porque, en últimas, no se pueden demostrar, solo se pueden comprender. No obstante, desde la fenomenología estos conceptos cobran otros valores, de hecho el pasado es lo que se retiene en el instante vívido y el futuro es la protención, es decir, lo que se espera en el instante vívido, la presentificación es el momento de la exposición del sujeto a su mundo y en el mundo: “El tiempo pasado no es tiempo suprimido; por supuesto, lo pasado no puede ser a la vez que lo presente como algo presente, pero si tiene que serlo como algo pasado; por supuesto, lo futuro no es a la vez que lo presente como algo ahora ente, pero Si en cuanto que algo esté en el futuro, y es absurdo pensar el ser-pasado y el ser-futuro como un no-ser completo” (Schelling, 1989, p. 233). La actualidad conjuga el ahora de lo retenido del pasado y el ahora de la espera:
El presente guarda aun en sus manos el pasado inmediato, sin plantearlo en cuanto objeto, y tal como éste guarda de la misma manera el pasado inmediato que le precediera, el tiempo transcurrido es enteramente recogido y captado en el presente. Lo mismo ocurre con el futuro inminente que también tendrá su horizonte de inminencia. Pero con mi pasado inmediato yo tengo también el horizonte de futuro que lo rodeará, tengo, pues, mi presente efectivo visto como futuro de este pasado. Con el futuro inminente, yo tengo el horizonte de pasado que lo rodeará, tenso, pues, mi presente efectivo como pasado efectivo de este futuro. Así, gracias al doble horizonte de retención v protención, mi presente puede dejar de ser un presente de hecho, pronto arrastrado y destruido por el transcurrir de la duración, y devenir un punto fijo e identificable en un tiempo objetivo (Merleau y Ponty, 1993, p. 89).
El rostro de la vejez conserva las retenciones y las esperas, estos dos ahora conforman el instante presente de los ancianos en situación. Los recuerdos, que no son pocos, se retienen, mucho material de ellos queda en el ahora de la subjetividad de los ancianos, y éstos además le dan contenido a la espera, la cual a su vez conforma la apertura a lo no sido, en otras palabras, conforman el horizonte de posibilidades: “Cada sensación tiene sus intenciones que conducen del ahora a un nuevo ahora, así sucesivamente: la intención al futuro, y por otra parte la intención al pasado. En lo que hace al recuerdo, también él tiene sus intenciones memorativas de futuro” (Husserl, 2002, p. 127) Todo el pasado está en el instante vívido, en forma de ahora, al igual que todas las expectativas en forma de espera, el contenido del instante, en tanto estancia que une lo que fue con lo que será, sintetiza la conciencia del tiempo en el modo de darse al mundo en forma de experiencia.
Este escenario en los ancianos cobra unos matices especiales, primero porque en ellos, como ya lo decíamos antes, es más lo que se ha vivido que los horizontes que se develan en el porvenir; segundo porque los cambios con el envejecimiento impiden que la experiencia se viva como se vivió en la juventud, tercero porque la libertad y con ella la autonomía, la independencia y la participación, en la mayoría de los casos se ve frustrada; cuarto porque el sentimiento de la muerte se acrecienta con la acumulación de tiempo. Estos elementos, entre otros, le dan un carácter especial al rostro de la vejez en la conciencia de la experiencia del tiempo vívido. A nivel corporal y de una manera tal vez un poco trágica en palabras de Bergson:
Más verosímil y más profunda es la teoría que hace descansar la disminución en la cantidad de sustancia nutritiva encerrada en el “medio interior” donde se renueva el organismo, y el aumento en la cantidad de sustancias residuales no excretadas que, al acumularse en el cuerpo, terminan por “encostrarlo”. ¿Es preciso, no obstante, con un microbiólogo eminente, declarar insuficiente toda explicación del envejecimiento que no tiene en cuenta la fagocitosis? (Bergson, 1948, p. 453).
En el instante vívido, los ancianos se dan al mundo, ya sea de forma física o psicológica, es decir, con el cuerpo o con la mente o con las dos. La experiencia es la manera como el sujeto se ocupa, está dado íntegramente a lo otro, ya sean las cosas de la realidad externa o sobre sus propios pensamientos. El hacer o las actividades, son parte de lo que se revela al sujeto en el instante vívido, el trabajo, el juego, el ejercicio, las conversaciones, alimentarse, vivir el amor; cada una de estas actividades tienen su ahora experiencial. El tiempo presente, es muy gaseoso, pero se desprende del pasado para ser presente, el cual a su vez cae también en lo sido: “El presente siempre está naciendo del pasado; un presente determinado, naturalmente, de un determinado pasado. O mejor: un determinado flujo viene una y otra vez a discurrir, el ahora actual se hunde y da paso a un nuevo ahora” (Husserl, 2002, p. 127). El rostro del viejo en el presente resplandece posibilidades limitadas pero ideales infinitos, el pensamiento los hace inmortales en lo que desean, pero su cuerpo los regresa a la realidad física, limitada, finita, se es libre en lo que se piensa, pero se es esclavo en lo que se puede hacer.
Así las cosas, la conciencia del instante vívido, se revierte en la conciencia de la soledad, el otro existe incorporado en la mente de los ancianos en tanto retenidos, o esperados, pero su presencia en la experiencia siempre es un intento fallido, por más que se quiera estar en el otro es imposible, el otro siempre es otro, no es uno mismo, por ello la búsqueda temporal del otro siempre implica un fracaso: “El tiempo sólo tiene una realidad la del Instante. En otras palabras, el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. No hay duda de que el tiempo podrá renacer, pero antes tendrá que morir. No podrá transportar su ser de uno a otro instante para hacer de él una duración. Ya el instante es soledad… es la soledad más desnuda en valor metafísico” (Bachelard, 1999, p. 11). La enunciación de la soledad como ausencia de la posibilidad de ser en los otros se anuncia en el instante, cosa que en lo ancianos cobra más valor, ya que su existencia temporal cada vez reclama la presencia del otro, un instante con el otro, compañía, amor, afectividad, solidaridad, lúdica, son elementos que se anulan con la soledad del instante de los viejos: “Me turbaría si el pensador que está en el centro de la imagen me dijera las causas de su soledad, me contara alguna lejana historia de traiciones en su vida. ¡Ah!, mi propio pasado es suficiente para aplastarme. No tengo necesidad del pasado de los otros. Pero tengo necesidad de las imágenes de los otros para volver a colorear las mías” (Bachelard, 1975, p. 57).
Ahora, si pensamos en la velocidad del trascurrir de tiempo en tanto la conciencia del ahora vivido en la duración del instante de los ancianos hay que declarar que el tiempo con el paso de la vida se hace más lento. En el trayecto de vida, hay una curva descendente en la niñez como en la juventud, el tiempo subjetivo acontece más rápido, en la medida en que se acumulan retenciones y se van agotando las previsiones el tiempo se hace menos imperceptible: “El sentimiento de la vejez traduce la aparición de la gota de agua que hace desbordar el vaso. Como la imagen del cuerpo se renueva sin cesar, refleja fielmente las aptitudes físicas del sujeto, acompaña sus transformaciones fisiológicas, el sujeto no tiene la sensación de estar envejeciendo” (Le Breton, 1995, p. 145). El cuerpo, el rostro del viejo parece negarse al tiempo del futuro, a lo no acontecido, y tal sentimiento retrasa la llegada del mañana, del después, la lentitud es característica en la duración de la temporalidad subjetiva del tiempo de los ancianos, al respecto declara el antropólogo y sociólogo francés, antes citado:
El envejecimiento es un proceso insensible, infinitamente lento, que escapa a la conciencia porque no produce ningún contraste; el hombre pasa, suavemente, de un día al otro, de una semana a la otra, de un año a otro, son los acontecimientos de la vida cotidiana los que dividen el paso del día y no de la conciencia del tiempo. Con una lentitud que escapa al entendimiento, el tiempo se agrega al rostro, penetra los tejidos, debilita los músculos, disminuye la energía, pero sin traumatismos, sin ruptura brutal. Durante mucho tiempo en la vida, los ancianos son los otros (144).
La soledad y la lentitud son rasgos del rostro de la vejez, la conciencia del desprendimiento en cada uno de los instantes vívidos le recuerda su propia existencia, el espejo del tiempo se les hace presente en cada ocupación, su cuerpo les recuerda la impotencia frente a las actividades a las que otrora se estaba acostumbrado. La vejez es tan lenta que el mismo anciano no se da cuenta cuando ya está viejo: “Como el paso del tiempo no es nunca perceptible físicamente, sugiere una sensación de inmovilidad. Se necesita un intervalo y un examen consciente para darse cuenta de que el cuerpo cambió” (145). La vejez negada, la gerontofobia, es muy frecuente en las personas adultas, los ancianos son los otros, al otro es al que le han pasado los años; muy pocas veces la vejez es una expresión que involucra la primera persona. La lentitud exhorta a la dilatación del ya vívido, para la conciencia subjetiva del tiempo de los ancianos, el tiempo es más el ahora de la experiencia que el después que depara el futuro. “Es sobre todo el recuerdo el que evoca lo que el sujeto podía hacer sin problemas el año anterior” (3).
La lentitud, la soledad de la experiencia del instante vívido que connota el rostro de los ancianos está acompañada de la paciencia. Ya no hay afán, la paciencia es un tema de la conciencia de la temporalidad, la conciencia de la ausencia de futuro genera sabiduría, laboriosidad en cada uno de los ahoras de la vida, “Las cosas grandes no se hacen con la fuerza, la rapidez o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, cosas todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, prodiga en abundancia”. O como lo diría Hölderlin en su poema Antes y ahora:
“Cuando era joven era feliz por las mañanas
Y de noche lloraba, ahora con más edad,
comienzo vacilante mi día y, sin embargo,
su final es sereno y es sagrado” (2002, p. 81).
Esto implica que la vejez no sólo contiene elementos negativos, sino, y con mucha fuerza, la vejez trae consigo el reconocimiento de lo pasado y la perspectiva del futuro: “Yo reconozco que soy más feliz con vosotros, que vosotros conmigo. Sin embargo, podéis constatar que la vejez, no sólo no es debilitada y vulnerable, sino que, por el contrario, la vejez es laboriosa y lleva siempre algo entre manos con igual inquietud que en las etapas anteriores de su vida” (Cicerón, 2005, p. 14). Tanto en la historia como en la actualidad la vejez tiene valores positivos, que se expresan con la sabiduría, la paciencia, la experiencia, la habilidad mental para determinadas labores. El rostro de la vejez trae consigo el tiempo y con el mundo que ha vivido y que tal vez no piense vivir más, la vejez trae consigo la nostalgia del dolor de la vida.
4. A modo de cierre
Vejez y tiempo son fenómenos dependientes, puesto que la vejez es precisamente la acumulación de tiempo, pero no el tiempo al que se refiere el reloj, sino el tiempo de la subjetividad, es decir, el tiempo humano, el tiempo vivido, la sucesión de experiencias que habitan en la intimidad más profunda del pensamiento de los ancianos y que aparece en sus actos del modo que lo advierte Varela “El tiempo nunca aparece distanciado, sino como objeto-sucesos que son los correlatos o el foco intencional de la conciencia temporal: los objeto- sucesos temporales constituyen el contenido de estos actos” (2000, p. 322). Visto el tiempo desde esta óptica, el acontecer temporal de los ancianos cobra valor para la reflexión sobre la gerontología, ya que no es se trata solamente de contar minutos, horas, días o años, sino penetrar en las entrañas de la duración de los seres en el mundo, en tanto humano expuesto al fluir temporal de su propia existencia.
En el ocaso de la vida la conciencia del tiempo subjetivo se convierte en el instrumento que guía al ser humano al sí mismo, lo ancianos son más ellos. Pareciera que el tiempo penetra en la mente de las personas hasta hacerles caer en la cuenta que su única propiedad es ellos mismos, que lo único que en verdad les pertenece es su propia existencia, su propia vida, su propio ser, su propio estar. Con los años se gana en propiedad de sí mismo, se es más para sí que para los demás. Los años son el insumo que hace que los ancianos se desprendan poco del mundo, la misma naturaleza parece hacer este llamado al cuerpo, el paso del tiempo despoja a los seres humanos de su vitalidad, de su fuerza, de su voluntad. Ser viejo implica desprendimiento, y ser consciente de la vejez significa saber que cada instante que se vive se ahonda en el abismo del pasado, que lo vívido es una manera de suicidar el tiempo del porvenir, pero en este asesinato del tiempo se asesina una parte de él mismo, el tiempo no transcurre solo al pasado, algo de los viejos se lleva, algo que ya no se recupera nunca.
El viejo que seremos lleva la impronta de la oquedad de la compañía; los otros alimentan la identidad, los testimonios le dan vida a la vejez y particularizan la individualidad de los ancianos. Ser es ser testificado, ser escuchado, es ser importante para los otros y para uno mismo, ser tocado es ser consciente de la existencia del otro como frontera de la propia piel y una frontera solo existe cuando se hace consciencia del otro, de la piel del otro. La caricia o el agarrón o el mínimo roce con el otro alimentan la existencia del viejo. El olor a viejo, el sabor de lo viejo, aun son procesos que le dan vida a los otros, les hace sentir que aún existen que aún son seres, parte de un lugar y de un tiempo del mundo, son espacio y son tiempo, cuando un ser humano se envejece, no lo hace solo, envejece con el mundo, el rostro del viejo es la particularización de la vejez del cosmos. El universo envejece y este envejecimiento se concentra en lo único que los sentidos de los seres humanos pueden captar, el rostro de la vejez.
La vejez abraza en su pecho el dolor, el sufrimiento y la angustia, el primero anida en el cuerpo trasegado, la piel arrugada, el cuerpo de la fragilidad; el dolor anuncia la debilidad, reduce al ser humano a su mínima expresión, el dolor no sabe de dignidad, no sabe de libertad, tan solo llega y doblega la vitalidad del cuerpo y golpea con ojos de vejez; el dolor anuncia la llegada de los años, la llegada del final, la llegada de la muerte. El sufrimiento es el llamado del alma, los estados de ánimo se fracturan, la vejez vuelve porosa el alma, poros por donde entra la indiferencia; el olvido, la ausencia de los que fueron, la ausencia de los que podían ser, y la consciencia de los que no serán; el sufrimiento no tiene un lugar en el cuerpo, lo trasciende a los confines de los acontecimientos del pasado que quedan activos en el presente del viejo, el presente que exige su exposición total a los ojos de los otros, su exposición desde la oquedad de la carne deteriorada, de la carne maltratada por el tiempo mismo. La angustia por su parte encierra a los ancianos, los arrincona, les reduce el espacio, les reduce su movilidad, les coarta la libertad; la angustia es la presencia del encierro del alma, la ausencia de puertas y ventanas, la imposibilidad de horizontes, no hay huidas, no hay posibilidades, la angustia de la vejez se teje con las puntadas del tiempo y por tanto la proximidad a la nada absoluta, la proximidad al olvido a la ausencia en los recuerdo de los otros. Los ancianos habitan en la puerta del Hades, del mundo del olvidoφ
Referencias
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Notas
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