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Deshumanización del enemigo como estrategia operacional. Del espíritu de cuerpo y la cohesión institucional al etnocentrismo militar
Enemy’s Dehumanization as an Operational Strategy. From Body Spirit and Institutional Cohesion to Military Ethnocentrism
Revista Kavilando, vol.. 12, núm. 1, 2020
Grupo de Investigación para la Transformación Social Kavilando

Artículos de reflexión derivados de investigación

Revista Kavilando
Grupo de Investigación para la Transformación Social Kavilando, Colombia
ISSN: 2027-2391
ISSN-e: 2344-7125
Periodicidad: Semestral
vol. 12, núm. 1, 2020

Recepción: 01 Abril 2020

Revisado: 01 Mayo 2020

Aprobación: 01 Junio 2020

Nuestra revista y contenidos editoriales cuentan con acceso abierto y se rigen bajo la licencia Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0)

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Resumen: Si bien es cierto que se deshumaniza al soldado para que sea moldeable a intereses institucionales bajo la premisa de la disciplina militar, es más cierto que se deshumaniza para que estos actúen en beneficio de quienes ostentan el poder.

Palabras clave: deshumanización, soldado, militarización de la sociedad, políticas de seguridad, formación, manipulación, guerra.

Abstract: While it is true that the soldier is dehumanized to be shaped into institutional interests under the premise of military discipline, it is truer that he is dehumanized so that they act for the benefit of those who hold power.

Keywords: Dehumanization, Soldier, Militarization of Society, Security Policies, Training, Manipulation, War.

Introducción

Mientras la rabia animal se propaga por medio de saliva infectada que penetra en el cuerpo a través de una mordida o un corte en la piel, la rabia social, ese sentimiento general que conduce a calificar al adverso como un espécimen indeseable, se transmite en procesos de socialización, formación y adoctrinamiento. La rabia lleva a la ira y esta no solamente a la necesidad de desvalorar al contradictor, de deshumanizarlo, sino de extinguirlo; el enemigo debe ser eliminado a toda costa. No nace de una situación específica que vulnere la integridad del individuo que lo invoca, sino de maniobras que sobre él hacen terceros para que en un futuro responda, de manera violenta, contra quien han hecho su enemigo.

El generador de la rabia social contra, supuestamente un “enemigo común”, no está exclusivamente compuesto por fuerzas estatales. La iglesia y medios de comunicación, entre otros, a través de procesos de manipulación construyen al interior de la población sentimientos de ira y rabia transmutándose en odio. Se llega a odiar tanto a un “enemigo común” que el eliminarlo no genera ningún sentimiento de culpa. Algunos victimarios entrevistados alrededor del tema de los Falsos Positivos (Rojas y otros, 2020) mencionaban sentir un dulce placer al asesinar al adversario por el beneficio social alcanzado, de ahí que no se arrepientan ni se comprometan con la No Repetición (Las2orillas, 2018).

La revista Cerosetenta, de la Universidad de los Andes, preocupada por la salud mental de la población, viene incursionando alrededor del manejo de la rabia y la ira en las instituciones castrenses. Se cuestiona acerca del enfoque y manejo que se da de esta emoción al interior de las instituciones del Estado. El interrogante de cómo la ira de militares y policías afecta la salud de los integrantes de las fuerzas armadas, cómo afecta sus familias y cómo afecta la sociedad, se intentó abordar durante los años 2003, 2004 y 2005 a partir de inconformidades registradas en el sistema de atención al ciudadano de la policía nacional y el sistema de quejas y reclamos del Ministerio de Defensa. Los pequeños hallazgos detectados incomodaron a algunos y solo se quedó en la intención. El proyecto no despegó a pesar de existir condiciones para su ejecución. No obstante, se alcanzó a observar que el trato dado por militares y policías a la población es directamente proporcional al trato que ellos reciben en las escuelas y las unidades operativas. El sistema de quejas y reclamos de entes militares y de policía tienen mucho que decir, no solamente sobre agresividad, ira o violación de derechos humanos. El Estado y sus instituciones no se encuentran interesados en esa clase de estudios puesto que afectaría imagen y credibilidad. Si en un momento reflejan cierto interés para el desarrollo de estrategias simplemente es un pequeño guiño para calmar ánimos.

Los interrogantes de la revista han llegado al escritorio, tal vez conocedores que, tanto operativa y administrativamente, se laboró durante más de treinta años en las fuerzas armadas de Colombia. Durante ese tiempo se percibió de primera mano las formas de pensar, sentir, actuar y desear de policías y militares. Se conoció la cosmovisión de las fuerzas armadas, tanto en la base como en los mandos medios y la oficialidad. Se fue testigo, no solamente de la forma cómo desde altares al interior de las fuerzas armadas se alienta a acabar con el enemigo, sino cómo desde atriles y discursos cotidianos se transporta a soldados y policías a un estado de odio que se impregna en el subconsciente por toda la existencia, se esté o no esté al servicio del Estado. Mientras jerarcas invitan a enfrentar y acabar con el enemigo, clérigos bendicen las armas no solamente para perdonar a quien asesine en nombre del Estado sino para tener una mejor puntería. El conocer aspectos culturales, convivir, vivenciar y trabajar dentro de las filas del Ministerio de Defensa, permite una mayor profundización sobre el tema y los interrogantes, máxime al abordar el estudio de fenómenos institucionales y sociales desde los años noventa, desde el quehacer de la sociología.

Aunque la pretensión de la revista es la de profundizar su análisis alrededor de algunas ideas, las respuestas a los interrogantes contienen elementos que permiten reflexionar alrededor del rol militar y de la policía; la formación y el adoctrinamiento en las escuelas de formación y especialización; el espíritu de cuerpo y la cohesión de grupo; la cosmovisión de las fuerzas armadas; el papel de las instituciones armadas en la región; la ira social; el fuero militar; la justicia penal militar; y el etnocentrismo militar y policial, entre otros. Esta razón justifica que se transcriba la totalidad, tanto de las inquietudes como de las respuestas.

¿El entrenamiento militar psicológico y físico que usted tuvo se relacionó con emociones como la ira o la rabia, es decir, cuando los entrenaban les inculcaban odio e ira hacia sus “enemigos”?

En las escuelas de formación y especialización de las fuerzas armadas –ejército, armada, fuerza aérea, policía nacional– se presenta al enemigo interno como un ser fiel seguidor de ideas comunistas, no creyente, deshumanizado, salvaje, que viola mujeres y niños, que pone bombas, contamina ríos y vuela puentes. Se presenta al enemigo describiéndolo como un ser desalmado, sin principios ni valores, un salvaje que atenta contra la existencia humana, la sociedad, la democracia, el mercado, la libre competencia, la propiedad privada. El recluta, de una parte, debe conocer lo bárbaro que es su adversario para eliminarlo, de otra parte, estar plenamente convencido de que él es el elegido para poner orden en el universo.

Aunque en Colombia conceptual, teórica y constitucionalmente –más no en la praxis– existe una diferencia entre el rol del militar y del policía, soldados y policías deben tener condiciones físicas para abatir al enemigo; la preparación no solamente busca acondicionar el cuerpo sino fortalecer la mente. Se justifica la dura preparación que los instructores dan a sus alumnos: “el entrenamiento debe ser tan fuerte que la guerra parezca un juego”, continuamente repiten. Durante la preparación se recurre a la agresión de palabra y psicológica, algunos llegan a la agresión física. Gritos, injurias, inclusive golpes, en algunas escuelas y especialidades más que en otras, se utilizan en la formación con la justificación que se debe estar preparado si se quiere ganar la guerra. La formación busca crear un carácter duro en el uniformado que le permita, en un momento específico, dar de baja al enemigo sin ninguna consideración, puesto que él es un ser deshumanizado. El canto que acompaña trotes militares y policiales, el que han querido erradicar hasta hace apenas un par de años, “Guerrilleros mataremos, su sangre beberemos, sus mujeres violaremos” no es un canto nuevo, en los años ochenta ya se recitaba en escuelas y guarniciones (Rojas, 2019).

Hasta comienzos de los años ochenta el enemigo se encontraba bien definido, eran los integrantes de las guerrillas que operaban en aquel momento: FARC, ELN, M-19, EPL, Quintín Lame, Partido Revolucionario de los Trabajadores y Patria Libre. No obstante, con el tiempo el enemigo interno fue creciendo, refiriéndonos no al número de personas o nuevos movimientos guerrilleros, sino a la actividad que desarrollan algunos grupos o personas, bien sea en pro de los derechos humanos o en ejercicio de profesiones, oficios o tareas. Grupos de inteligencia se han encargado de construir, tanto en el Estado como en el colectivo social, la idea de que todo aquel que cuestiona o critica la institucionalidad es un enemigo. El enemigo de hoy para las fuerzas armadas es todo aquel que cuestiona la institucionalidad, ponga en tela de juicio la gestión y la eficiencia de las entidades oficiales, o no esté de acuerdo con proyectos económicos que afecten el entorno de comunidades indígenas o campesinas, entre otros. A los subversivos se les ha sumado los integrantes de partidos comunistas, socialistas, de izquierda, como también líderes sociales, defensores del medio ambiente, estudiantes, campesinos, indígenas, profesores, sindicalistas y escritores, además de otros. El enemigo interno es todo aquel que no comparte la cosmovisión de derecha, y quienes no hacen parte de la cosmovisión de las fuerzas armadas.

¿Cree usted que la manera de entrenamiento ha cambiado con el transcurso de los años?

En las escuelas de formación de las fuerzas armadas el acondicionamiento físico y psicológico se realiza de manera permanente, las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Aunque existen escenarios bien definidos como el salón de clase y escenarios de acondicionamiento físico, la preparación se realiza en todos los espacios. Doctrina, conocimientos, acondicionamiento, autoritarismo y abusos se combinan en uno solo generándose un currículo oculto que gobierna los claustros académicos militares y de policía. No se encuentra descrito en protocolos ni manuales de enseñanza, pero se respira y se vive en el aula, espacios de acondicionamiento y áreas comunes y de compartimiento como casinos, cafeterías, comedores y alojamientos. Mientras que en el salón de clase el profesor transmite conocimientos alrededor de protocolos de Derechos Humanos y códigos éticos, ese mismo profesor se encarga de violar los derechos a los estudiantes y de violar los códigos, bien sea en el mismo salón o en otros espacios.

El entrenamiento no ha cambiado. Con el transcurso de los años se han cambiado las estrategias y los espacios para el acondicionamiento y el adoctrinamiento. Mientras en algunas escuelas se ha reducido la agresión física sobre el recluta, aspirante o profesional, en otras se ha incrementado técnicas para que éstos lleguen a odiar al enemigo tan intensamente que lo llegue a eliminar sin ningún sentimiento de culpa. El cambio es un mecanismo de protección evitando que la sociedad civil conozca las prácticas que se llevan a cabo al interior de las escuelas. En los claustros el aspirante y el recluta asimilan el código del silencio, la obediencia ciega y la lealtad profunda hacia superiores, compañeros y la institución. Desde allí se aprende que la lealtad se encuentra por encima de la constitución, de las leyes, de las normas, y de la vida. No es gratuito que soldados, suboficiales y oficiales sigan siendo leales hacia los generales que dieron la orden de asesinar no combatientes en campos de batalla ficticios. El trabajo desarrollado por Lewis Coser alrededor del término “instituciones voraces” permite designar organizaciones, grupos, que demandan una lealtad global.

El entrenamiento no es solamente a través de ejercicio físico, sino también mental. Se manipula y abusa psicológicamente de los estudiantes para que éstos en el futuro lo hagan con subalternos, compañeros o civiles. La jerarquía contribuye a ello, inclusive en un mismo grado quien sacó una milésima más en un curso ejerce mando sobre sus compañeros menos avanzados. Las películas y cortometrajes que se presentan en las escuelas son de guerra, invasiones, violaciones, torturas, asesinatos. Tienen el propósito de formar y deshumanizar, de orientar y enseñar. Para algunos es difícil desalojar de la memoria imágenes de la guerra de Vietnam cuando los soldados americanos llamando “micos” a los del Việt Cộng, a sangre fría, y en estado de indefensión, les pegaban un tiro de pistola en la cabeza, delante de toda la tropa. Presentan otras, pero todas buscan despertar o crear sentimientos de ira y odio hacia el enemigo en una primera instancia, a partir de allí viene la cohesión de grupo. Aunque se inculcan códigos de honor para la guerra estos se desvanecen en la cotidianidad militar puesto que a la vez se les enseña que en la guerra todo es válido. El teórico de la guerra, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz, quien se la jugó por el honor militar en la guerra, se sentiría defraudado con la formación militar moderna.

¿Cómo los integrantes de las fuerzas armadas controlan o gestionan sus emociones durante la resolución de conflictos, hay algún protocolo que deben seguir para manejar la ira?

Existen protocolos para el manejo de la ira, ya sea producto de observaciones que se le han hecho al ente militar o policial por órganos de control, o como producto de mecanismo de defensa ante un acontecimiento futuro buscando evitar demandas, salvar responsabilidades. Todo se encuentra en manuales, se encuentra definido en los procesos y procedimientos que desarrolla cada institución, cada unidad, cada especialidad. La existencia de protocolos no significa que se cumpla al pie de la letra lo que dice. Aunque se recite al pie de la letra y existan documentos en que se evidencie que se capacitó sobre ello, existe una gran brecha entre la norma y su aplicación.

El norte que orienta las acciones en la profesión militar se encuentra contemplado en el Manual de generalidades éticas para la vocación militar y en la policía en los referentes éticos, de allí se desprenden directrices. Las disposiciones son la guía para la formación curricular y extracurricular del personal de acuerdo a valores, principios y virtudes, las normas constitucionales y el compromiso con la sociedad. Al abordar los protocolos se encuentra que la institucionalidad tiene como fundamento la protección de los derechos humanos, no obstante, en el actuar militar y policial son estos los que primero los violan.

Buscando explicación acerca de la razón por la que el personal de la policía responde con acciones agresivas ante algunos requerimientos de la ciudadanía, o al momento de conocer casos de policía, en la primera década del dos mil se logró implementar un sistema de quejas, reclamos y sugerencias. El sistema no solamente permitiría conocer casos de violación de los derechos humanos sino actos de corrupción y del comportamiento del policial, tanto en el trabajo como en su hogar. El primer año de implementado el sistema logró capturar más de 13.000 inconformidades puesto que era un canal de comunicación directa entre la comunidad, los policías y la Dirección General. Las inconformidades en el sector castrense eran mayores no obstante se impartieron instrucciones. Allí se recibía información que ni los comandantes de departamento conocían. A fin de tener más elementos que permitiera estar al tanto de la problemática se realizaron en las principales ciudades del país seminarios de atención al ciudadano donde se aprovechaba para escuchar de primera mano las inconformidades, tanto de la comunidad como de los policiales.

La información permitía reorientar directrices y construir protocolos, sin embargo, a veces estos datos solo quedaban en letra muerta porque a algunos comandantes les incomodaba su contenido. Cada sugerencia, reclamo o queja era considerado como una amenaza contra la institucionalidad y un impedimento para el desarrollo de sus funciones, o para algunas actividades personales. En los años posteriores se continuó alimentando el sistema, pero dado el incremento de las inconformidades ciudadanas, y de policías y sus familias, se le dio otro trato a la información. Sin embargo, quedaron definidos los referentes éticos los que hoy en día rigen pero que incomodan a quienes se apartan de la normatividad y de la razón de ser del ente policial. Con el tiempo el contenido de protocolos éticos en las fuerzas armadas pierde vigencia, la guerra y prácticas no transparentes los opacan.

¿Qué papel juega las emociones como la ira o la rabia en el adoctrinamiento de los militares?

La ira y la rabia son combustibles que prenden el motor para que el soldado o el policía, supuestamente en campos de guerra, se enfrente al enemigo con vigor, sin miedo, sin remordimientos. Con ira y rabia se asesina más fácil y rápidamente. La ira no permite ser consecuente, máximo cuando terceros se encuentren alimentando ese sentimiento. Que alguien te grite en el proceso de formación, mañana, tarde y noche, que ese enemigo puede violar a tus hijos, a tus seres amados, que puede colocar bombas para dejar mutilados a seres humanos, se acumula en el cerebro.

Al momento de encontrarse laborando, el soldado o policía, no dudará por un segundo en acabar con el enemigo antes de que él lo haga, así éste se entregue, se coloque a buen resguardo. Pero no es únicamente en campos de guerra donde, tanto el policía como el militar, encuentra o siente enemigos. Es en toda la sociedad, en toda la geografía. Cuando se les ordena salir y buscar insumos para los Falsos Positivos, el campesino, indígena o desempleado capturado, simbolizaba al enemigo: de ahí que no sientan remordimientos al transportarlo a sabiendas que los irán a asesinar a sangre fría. Las secuelas de la formación a través del despertar de sentimientos de ira y de odio se llevan a todas partes. No dudan en dispararle al enemigo, esté armado o no, haya cumplido pena o haya sido perdonado. En el Urabá militares asesinaron unos niños, los desmembraron y presentaron la noticia atroz señalando a la guerrilla. Los medios de comunicación se encargaron de difundirla. Con el tiempo se conoció la verdad. El asesinato y desmembramiento lo hicieron militares, en alianza con los paramilitares, para desprestigiar al movimiento subversivo de la región (Semana, 2009).

El adoctrinamiento es tan fuerte que un recluta de tres semanas ya habla y diferencia muy bien quién es el enemigo. Desde allí venden a sus mejores amigos, a sus familiares, a sus comunidades. En la milicia existen cosas importantes y para el recluta un día o una semana de permiso significa demasiado. Por tiempo libre venden a cualquiera, por tiempo libre se inventan historias, por tiempo libre soldados accionaron sus fusiles durante el periodo de la política de seguridad democrática asesinando alrededor de 10.000 personas en los Falsos Positivos (Rojas y Benavides, 2017).

¿Cómo afecta este tipo de prácticas en la salud mental de los militares?

Al interior de las fuerzas armadas, algunos osados profesionales, han realizado aproximaciones al estudio de la agresividad y la ira, pero sin que se genere estrategias efectivas para su control. Se tiene en claro que el tipo de formación recibida y la forma de administrar al personal tiene fuerte inherencia en la salud mental de militares y policías. El problema es aún más profundo porque influye en la salud mental de su compañero o compañera, de sus hijos, de su entorno familiar, incluso de la sociedad. El militar adoctrinado transmite la ira y el odio en sus hogares, lentamente contamina a todos los integrantes de su núcleo familiar.

En 50 entrevistas realizadas a familiares de victimarios de los Falsos Positivos, alrededor del 95% de los encuestados defendían a quienes secuestraron, transportaron, vistieron con uniformes militares, plantaron armas, y asesinaron, a sangre fría, a las víctimas. A sabiendas de la confesión del militar sus familiares los siguen presentando como los mejores padres, esposos, hijos, ciudadanos, militares. Todo un ejemplo digno a seguir. Personal y familiares se encuentran con problemas de salud mental. El estudio Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002-2010: Obediencia ciega en campos de batalla ficticios, quiso ir más allá, de ahí que se les aplicó un instrumento para medir la percepción de familiares de quienes trabajan en las fuerzas armadas alrededor de los Falsos Positivos. Las respuestas desalentadoras coincidieron. Existen fuertes ideas de extrema derecha en militares, policías y sus familias.

En los primeros años del dos mil logramos evidenciar que el policía actuaba en la calle de acuerdo al trato recibido por sus superiores jerárquicos. Un policía que recibe maltrato verbal y psicológico por sus comandantes, al no poder responder la agresión por miedo a una anotación al folio de vida, doblarse en turno, perder el fin de semana de descanso, o que se le inicie una investigación disciplinaria o penal, acumulaba una alta carga emocional la que descarga contra la ciudadanía, contra sus compañeros, contra su familia, o en sí mismo. Detrás de todo suicidio en las fuerzas armadas existe un maltrato, una agresión dentro de las filas, claro está que dentro de los dictámenes no aparecerá la razón, se la atribuirán a un problema sentimental, a un problema familiar.

La Dirección de Sanidad del Ejército Nacional ha realizado investigaciones alrededor del suicidio. En tan sólo 14 meses, durante el 2018 y 2019, 59 suicidios de personal activo de las FF.MM se presentaron; no se contabilizan los suicidios registrados en la policía nacional. En las unidades donde más se presentan quejas por violación de los derechos humanos, agresividad contra los ciudadanos, y quejas familiares por violencia, al indagar se hallará que al frente de la unidad se encuentran cuadros de mando autoritarios, oficiales y suboficiales que no escuchan a sus subordinados, que a diario maltratan con palabras y psicológicamente al personal.

El entrenamiento, la formación recibida, afecta psicológicamente la salud de los militares, de los policías. El hermetismo que existe al interior de la vida militar y de policía impide observar las secuelas de la formación. Basta mirar no solamente el número de suicidios al interior del ente militar y policial como se ha expresado. Otro indicador de las consecuencias del adoctrinamiento militar se observar en la violencia intrafamiliar. Militares y policías, descargan su ira y odio en sus hogares. Datos sobre la violencia intrafamiliar de integrantes de las fuerzas armadas se puede encontrar en las oficinas de conciliación, pero no todos los afectados denuncian. Militares y policías han sido afectados hasta el grado de tener comportamientos sexuales anómalos con parejas e hijos; se han registrado casos de tortura y asesinato con sevicia. Quienes no calman la ira con la ciudadanía o con sus familias, encuentran en las drogas o en el suicidio un camino de escapatoria.

La ira que se enseña en las escuelas de formación es alimentada a diario. Los policías reciben presión por parte de sus comandantes, presión para lograr resultados, positivos. La institución, inclusive la misma sociedad, le exigen resultados, los presionan. A ello se suma que, aunque en la policía no se debe hablar de enemigo porque es un concepto del argot militar, el policía deja en su actuar enemigos por todos lados, algunos se convierten en enemigos de por vida, en especial aquellos que son capturados y la justicia los condena. La cárcel le permite al criminal acumular el odio por quien lo llevó tras las rejas. Cuando recobran la libertad buscan al policía que los capturó para vengarse; cuando no lo pueden hacer, sobre la esposa o los hijos del policía recae la venganza. La venganza se ejecuta, aunque el policía ya no se encuentre en servicio. En algunos casos el odio del sentenciado contra el uniformado es producto de la forma agresiva e inhumana como fue capturado: no solamente se le capturó sino que se le agredió, se le humilló, en algunos casos hasta se le extorsionó. Se desconocen estudios alrededor de la venganza de civiles contra militares.

¿Los abusos y los maltratos que muchas veces sufren los integrantes de las fuerzas armadas se relacionan con la mirada que se tiene del otro? Es decir, si a los miembros se les enseña a odiar al otro, en una resolución de conflictos puede haber un uso desproporcionado de autoridad, o resolver un conflicto es diferente cuando con el que se va a resolver es el motivo del odio y la ira.

Al contemplarse como enemigo interno, no solamente al que se levanta en armas, el Otro, el que es distinto, no existe, y si en algún momento se le reconoce, se le estigma, se le condena. Quien no se encuentra dentro de las filas del ejército y de la policía y no es familiar cercano, no es de la familia, por lo tanto, es enemigo. En las fuerzas armadas durante los últimos años ese Otro ha desaparecido, no existe, y si existe es enemigo. El uniforme es un blindaje con que cuentan militares y policías para actuar, algunos obran de acuerdo a las normas, siguen pautas éticas, protocolos, no obstante, corren el riesgo de ser categorizados por sus compañeros y superiores como cobardes, desleales. Supuestamente la autoridad los faculta para ser agresivos, para violar los derechos humanos y para cometer ilícitos.

El rol que se tenía alrededor de que el uniformado, especialmente el policía, era un especialista en resolver conflictos entre los ciudadanos, se perdió. La guerra condujo, no solamente a unificar el rol militar y el rol de policía, sino a que se perdiera la capacidad que tenía el Estado, a través de sus agentes, de resolución de conflictos. La atención primaria del servicio se ha desvanecido. El policía y el militar se vuelven parte del conflicto, cuando es que ya no hacen parte de él. Resuelven muy fácilmente situaciones, imponiendo autoritarismo, imputando comparendos para que el ciudadano pague una multa o privando de la libertad. Casos de agresiones de militares y policías sobre ciudadanos se presentan a diario, no una, ni dos, ni tres. Algunas normas son cómplices de ello, de igual que algunos sectores y agrupaciones sociales. En ciertas regiones el rol de conciliador lo tenía las FARC-EP; hoy el rol lo han asumido grupos de paramilitares gracias a la alianza entre militares y policías con grupos ilegales. Hay poblaciones donde predomina la presencia de bandas criminales y estas son las que dirigen el actuar de soldados y policías. Los paramilitares proceden y los resultados son presentados como si las fuerzas armadas los realizarán. En grandes urbes el control todavía se encuentra en agentes del Estado, pero poco a poco se es entregado a actores armados. El accionar de los combos de Medellín es un ejemplo.

¿Cómo se piensa acerca del otro/alteridad en las fuerzas militares?

No solamente es cómo se piensa sobre el Otro sino cómo se actúa sobre ese Otro. Al interior de las fuerzas armadas hay un pensamiento que gira sobre sí mismo, un pensamiento donde ellos son el centro, ellos tienen la verdad, además del poder. Y no es solamente en el grado de oficiales o en el de suboficiales, el pensamiento es general incluyendo a soldados y patrulleros. Son los llamados a imponer el orden sobre los Otros a través de las leyes, de las armas. El arma ha dejado de ser un instrumento que defiende la vida de los conciudadanos convirtiéndose en un instrumento de legalización de su cosmovisión. La cohesión de las fuerzas militares con el ente de policía conforma la gran familia de las fuerzas armadas. Han recurrido al espíritu de cuerpo como soporte estructural, de ahí se desprende su estimativo ideológico etnocentrista. Tienen como misión legal, económico y religioso, la de no permitir que comunistas o izquierdosos, como denominan a quienes no están alineados a su cosmovisión, usurpen el poder que su dios le ha legado a quienes lo ostenta. Recurren a la construcción permanente de estereotipos y se sale a trabajar con ellos. Bien reflexionaba Martín-Baró al definir el estereotipo como una camisa de fuerza, lista para colocársela al primero que se ponga a tiro. “Así, el estereotipo del “judío avaro”, o del “turco negociante”, del “comunista subversivo” o del “indio perezoso” (Martín-Baró, 1976). No es en vano que lentamente convirtieran a la policía nacional de Colombia en el cuarto componente de las fuerzas militares, ello en contra de la constitución y sin la autorización del Congreso y la sociedad.

La familia militar transciende grados de consanguinidad, estados civiles y religiosos, hasta el grado de colocarla por encima del matrimonio, de sus hijos, de sus padres y de sus hermanos. Allí es donde pasan el mayor tiempo de su vida, donde no solamente trabajan por hermandad, sino que por ella mienten, y hasta traspasan normas y leyes. La familia de las fuerzas armadas, la familia militar, se considera superior a otros grupos, otras comunidades. Distinguen fácilmente, a diferencia de ciertas profesiones, lo que es bueno y lo que es malo. Son expertos en moralidad y cuestionan permanentemente las conductas inmorales de los Otros. Abiertamente hablan de legalidad, aunque conductas ilegales gobierne a algunos de los suyos. De igual manera que otras instituciones jerarquizadas, lo manifiesto transciende lo latente, el actuar sobre lo que está escrito. Son expertos de la formalidad, aunque al desnudo la informalidad gobierne sus existencias. La guerra les ha permitido construir su propia cultura, su propia cosmovisión y es esa cultura la que les otorga elementos, exclusivos y legales, que les permite interpretar y valorar la cultura y los comportamientos de los Otros. Recurren al término traidor para referirse al compañero que denuncia actos criminales al interior de la institucionalidad y se prestan para enlodar la integridad de los Otros a través de Falsos Positivos Judiciales.

Sectores sociales y Estado otorgan facultades para que militares y policías se consideren diferentes a los Otros. Tienen su propia justicia, la justicia penal militar. Cuentan con leyes que garantizan derechos y atribuciones que otros no lo tienen. Se cobijan bajo el fuero penal militar garantizando impunidad. A fin de que no sean cuestionados por tener las leyes penales militares bajo su control, su justicia es condescendiente con oficiales y rigorosa con la tropa. Los militares viven en guetos, tienen sus propios barrios, sus propios edificios. Cuentan con sitios de esparcimiento solamente para ellos y entre ellos también existe restricciones. “Hasta en el cielo hay jerarquía” les gritan a sus subalternos en escuelas, guarniciones y estaciones de policía. Al Club Militar solamente entran oficiales militares y de la policía. Cuando un oficial es casado con un suboficial, o una patrullera, les cierran las puertas. Él puede ingresar, ella no. Cuentan con colegios donde solamente sus hijos pueden ingresar, observando siempre la jerarquía de sus padres. Sus esposas asumen la jerarquía de su compañero, la imponen, la llevan a todas partes. La esposa del general se impone ante la esposa del coronel o la del mayor. La del coronel y del mayor se imponen sobre la de capitanes, tenientes o sargentos (Rojas, 2017). Militares y policías alcanzan una asignación de retiro alrededor de los cuarenta y cinco años. El resto de la sociedad no.

¿Se deshumaniza al soldado para que sea totalmente moldeable a los intereses de la institución?

Si bien es cierto que se deshumaniza al soldado para que sea moldeable a intereses institucionales bajo la premisa de la disciplina militar, es más cierto que se deshumaniza para que estos actúen en beneficio de quienes ostentan el poder. Se deshumaniza al recluta para que en una primera instancia se vuelva leal a sus comandantes, quienes se esmeran por brindar comida, vestido y descanso. En segunda instancia serán leales al régimen, a quienes ostentan el poder. Durante el proceso de formación/adoctrinamiento se priva a reclutas de las características que lo identifican como ser humano. “Ustedes no tienen derecho al aire que respiran”, les susurran permanentemente. Les quitan la facultad del pensamiento, de la reflexión, de la crítica, de la innovación. A diario les recuerdan: “Acá ustedes no vienen a pensar sino a obedecer” y “el que manda, manda, aunque mande mal”. Les otorgan minutos para tomar los alimentos y se los privan de ellos para formarles el carácter. Les quitan lo más sagrado que puede haber en una escuela de formación: el sueño. Las escuelas, poco a poco, despojan de la sensibilidad humana a quienes llegan a ellas volviéndolos indiferente al dolor del Otro, inclusive al dolor de los propios cuando estos no alcanzan los estándares medios requeridos en cada ejercicio, en cada operación. Los deshumanizan para que no sientan empatía y compasión, al llegar a sentir se les señala de débiles, de cobardes, de “no machos”.

¿De qué forma se deshumaniza al soldado?

Desde el momento en que es reclutado el soldado se les deshumaniza al intimarlos y trasladarlos a escuelas militares donde se les obliga a colocarse un uniforme y tomar un fusil en contra de sus convicciones. En la sociedad colombiana se persiguen a quienes se encuentran en la edad para prestar el servicio militar, se les incorpora a través de batidas. En unos sectores sociales más que en otros. Nunca ha habido una batida reclutando jóvenes para el servicio en barrios de estrato cuatro, cinco o seis. Alrededor del 90% de los soldados rasos proceden de estratos bajos. Campesinos, obreros y desempleados son capturados para la milicia. A los campesinos se les arranca de su terruño, de su tierra, es contado el soldado que termine de prestar el servicio militar y regrese a su tierra. Quedan condenados de por vida en las grandes urbes para ser celadores, vendedores ambulantes o desempleados. Quienes regresan a la región, es muy posible que ingresen a un grupo armado. La deshumanización es un proceso de adoctrinamiento, proceso ideológico, religioso, de clase.

Se deshumaniza al soldado y al policía en el momento en que se les introyecta que pueden apartarse de los referentes éticos sin que ello signifique ninguna falta moral o legal. La deshumanización los lleva a responder, a lo que Bauman y Donskis denominan la adiáfora de la modernidad liquida donde sitúan, sin remordimiento alguno, ciertos actos o categorías del ejercicio militar fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales.

La escuela deshumaniza al militar, durante el trabajo se materializa la deshumanización.

Referencias bibliográficas

Bauman, Z., & Dunkis, L. (2015). Ceguera moral, la pérdida de la sensibilidad en la sociedad líquida. Barcelona: Paidós

Coser, L. (1978). Las instituciones voraces. México: Fondo de Cultura Económica.

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Las2orillas. (20 de marzo de 2018). El ex-comandante del Gaula, autor de 48 falsos positivos, no se arrepiente de nada. Obtenido de sitio web de Las2orillas: https://www.las2orillas.co/el-comandante-del-gaula-autor-de-48-falsos-positivos-no-se-arrepiente-de-nada/

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