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La “paz caliente”: impactos del militarismo de Estados Unidos en el sistema internacional
The “Hot Peace”: Impacts of United States militarism on the international system
Política Internacional, vol.. 2, núm. 7, 2020
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García"

NOTAS

Política Internacional
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", Cuba
ISSN: 1810-9330
ISSN-e: 2707-7330
Periodicidad: Trimestral
vol. 2, núm. 7, 2020

Recepción: 01 Junio 2020

Aprobación: 15 Junio 2020

Resumen: Impactos del militarismo de Estados Unidos en el sistema internacional

Palabras clave: militarismo, Estados Unidos.

La “paz caliente”: impactos del militarismo de Estados Unidos en el sistema internacional

Las primeras expresiones del militarismo y el armamentismo han sido identificadas con la aparición del Estado y las sociedades divididas en clases antagónicas.

Este fenómeno del militarismo tiene raíces remotas. Tomó su mayor auge con la expansión del Complejo Militar-Industrial estadounidense en la época de la segunda posguerra mundial. Ya en los siglos xix y xx, los clásicos del marxismo habían estudiado los orígenes del militarismo. Quiero recordar que para Lenin “el militarismo moderno es el resultado del capitalismo. Es, en sus dos formas, una ‘manifestación vital’ del capitalismo: como fuerza militar utilizada por los estados capitalistas en sus choques externos (Militarismus nach aussen, según dicen los alemanes) y como instrumento en manos de las clases dominantes”.

Con el surgimiento del arma nuclear y la conquista del espacio en el siglo xx, el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista lidereado por Estados Unidos impulsó un creciente programa de militarización en la Tierra y en el espacio ultraterreste, y las élites gobernantes norteamericanas utilizaron una parte considerable de los recursos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar. Ese enorme poderío fue erigido en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global.

En la coyuntura internacional actual, todas las sociedades se encuentran estremecidas por las tensiones militares. El sistema internacional no escapa a ese axioma y Estados Unidos no ha vacilado a recurrir a la fuerza militar para solucionar sus diferendos o para protegerse de una amenaza real o potencial.

La carrera de los armamentos es intemporal, general y multiforme, porque en ella participan todas las regiones del mundo y todos los tipos y sistemas de armas nucleares o convencionales. La militarización, en tiempos del coronavirus, es más injustificable que en otros periodos de la historia de la humanidad, porque implica la utilización de considerables medios humanos, materiales, financieros, científicos y comerciales que podrían utilizarse para los enfermos y combatir la peligrosa enfermedad que amenaza a todos los pueblos.

La presencia, especialmente en los países del Tercer Mundo, de bases militares y arsenales desproporcionados representa un peligro permanente para el mantenimiento de la paz y la estabilidad mundial. La supremacía militar que ostentan Estados Unidos y sus aliados europeos le permite accionar preventivamente contra países del Tercer Mundo, como ocurrió contra Libia, mediante manipulados argumentos humanitarios.

Lo incomprensible en esta hora compleja es la invariable conducta unilateralista y agresiva del gobierno de Donald Trump, quien ha amenazado con incendiar aún más el ya de por sí convulso Medio Oriente con sus amenazas y chantajes contra Irán, destruir a Venezuela con un absurdo desplazamiento de unidades navales, para una supuesta intervención militar, cuyos engañosos argumentos sostienen que el presidente Nicolás Maduro promueve el narcoterrorismo en la región y constituye una “amenaza” a la llamada seguridad nacional de Estados Unidos. Queda claro que para Estados Unidos no tiene significado la Proclama de América Latina y el Caribe como “Zona de Paz”, establecida por los Estados miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2014, en una de sus Cumbres en La Habana.

En un escenario geopolítico global caracterizado por los cambios tectónicos en la correlación de fuerzas internacionales de una breve y convulsa unipolaridad hacia una inestable multipolaridad del sistema internacional, que a mediano y largo plazo emergen Rusia y China con un poderío integral que cuestionará la hegemonía estadounidense en casi todos los terrenos, incluyendo el militar, los gastos militares a escala mundial aumentaron en el 2019 hasta su cifra más alta en los últimos diez años.

Lo ilustra el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo cuando refiere que se produjo un aumento global de un 4 % en 2019 en comparación con el año anterior, impulsados, en gran parte, por el significativo crecimiento del presupuesto militar de Estados Unidos, cuyo gasto subió en un 6,5 %, lo que significa un incremento de 53 400 millones de dólares hasta alcanzar el total de 684 600 millones, el mayor en la última década.

El aumento de los gastos militares de Estados Unidos está directamente vinculado a la política exterior agresiva y unilateralista del gobierno de Donald Trump. Justamente, en un contexto de histeria contra Rusia y China, el 10 de febrero de 2020, el gobierno estadounidense ratificó esa orientación mediante una propuesta denominada: “Un presupuesto para el futuro de América”, en el que proyectó 4,8 billones de dólares para el militarismo, y se solicitó más de 700 millones de dólares para contrarrestar la influencia de Rusia a nivel global. Unos 740 500 millones de dólares serían destinados al gasto de guerra nacional, y también 20 300 millones de dólares para reforzar los programas de defensa antimisiles para el año fiscal 2021 y 3 200 millones de dólares para financiar el desarrollo de armas hipersónicas, que es un aumento de casi 500 millones de dólares comparado con 2020.

Con el sobredimensionamiento de los gastos militares, el unilateralismo de la Administración Trump desdeña el funcionamiento de los Organismos Internacionales y la existencia del Derecho Internacional. Se evidencia en el abandono del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) en 2019 y, con anterioridad, del acuerdo nuclear con Irán firmado por cinco potencias, denominado Grupo 5 + 1, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este y del sistema antimisil de Estados Unidos hacia las fronteras de Rusia.

Estados Unidos despliega su “defensa” antimisil de manera consistente, enérgica e intensiva, lo que genera preocupación y respuestas asimétricas en la dirigencia rusa. Como si fuera poco en la Tierra, Estados Unidos no ve el espacio exterior como un bien común global y firmó una orden para la extracción comercial de los recursos naturales de la Luna.

El plan estadounidense de emplear proyectiles interceptores contra un objetivo que imita un misil balístico intercontinental confirmó que comenzaron a probar su sistema de defensa antimisiles contra Rusia. Las pruebas de la última modificación del misil SM-3 Block IIA contra un objetivo, que equivale a un misil balístico intercontinental, se encuentran en la misma lógica de desarrollar un proyectil, lo cual está a disposición de unos pocos países. Estados Unidos ensaya esos tipos de armas estratégicas para contrarrestar directamente a Rusia y crear capacidades que puedan devaluar los medios de disuasión nuclear rusos.

Ahora solo existe un documento para controlar el desarme: el Tratado de Limitaciones y Reducción de Armas Estratégicas defensivas (START), que vence en febrero de 2021, y no sabemos todavía si existe la posibilidad de concretar una negociación que permita su actualización y vigencia.

Han existido contactos entre Estados Unidos y Rusia para discutir el futuro del control de las armas nucleares estratégicas. Las conversaciones ruso-estadounidenses probablemente se centren en la ampliación del nuevo Tratado START, que limita a 1 550 la cantidad de ojivas nucleares estratégicas desplegadas por ambas partes.

Desde hace mucho tiempo, Rusia ha reiterado a Estados Unidos la importancia de prolongar la vigencia del nuevo START, por otros cinco años, sin precondiciones, pero no ha obtenido una respuesta satisfactoria, pues la Administración de Donald Trump ha vinculado la negociación a un régimen reformado sobre el desarme nuclear que incluya también a China, por sus nuevos desarrollos en armamentos estratégicos y nuevas tecnologías militares. Por su lado, Rusia ha propuesto la posibilidad de incluir otras potencias occidentales como Francia y el Reino Unido; mientras que China, que hasta ahora no ha aceptado la propuesta estadounidense, prefiere el respeto al multilateralismo en el tema del desarme nuclear mediante la participación de todas las potencias nucleares y no en un reducido grupo de tres superpotencias militares impulsoras, mediantes acuerdos de desarme, de una carrera armamentista o arquitectura de seguridad internacional hegemónica.

Cuando estas divergencias prevalecen entre las tres principales potencias nucleares, Estados Unidos invierte miles de millones en la modernización de su tríada estratégica nuclear, que constituye la principal prioridad del presupuesto de guerra para asegurar un poderío nuclear que ofrezca mayor seguridad, pues solo podría usar una fracción de sus armas nucleares de manera segura, sin matar a sus propios ciudadanos con una serie adversa e involuntaria de efectos ambientales en cascada.

Los científicos consideran que 100 ojivas nucleares son adecuadas para la disuasión nuclear en el peor de los casos, mientras que el uso de más de 100 armas nucleares frente a cualquier país –incluido el mejor posicionado estratégicamente para manejar las consecuencias involuntarias–, incluso con suposiciones optimistas de ninguna represalia, causaría un daño inaceptable a la propia sociedad estadounidense.




Hay que recordar que Estados Unidos posee actualmente más de 3 000 de esas armas. La modernización del arsenal nuclear de Estados Unidos, para dotarlo de nuevas capacidades, eleva la probabilidad de que las empleen y genera preocupación mundial, porque también intenta aumentar la gama de armas nucleares de baja potencia, y esto favorece una disminución del umbral para el uso de las armas nucleares, cuya argumentación se basa en las supuestas amenazas de Rusia y China, con la intención de legitimar sus acciones militaristas.

En este dilema de seguridad entre potencias nucleares, la pretendida seguridad absoluta estadounidense se convierte en factor de inseguridad para otras potencias nucleares y Estados no nucleares, las que gestionan su propia seguridad con nuevas armas nucleares e incentiva los gastos militares y la espiral de la carrera armamentista en un sistema internacional de proliferación nuclear con todos los peligros que significa para la supervivencia de la especie humana.

Lo anterior, como si fuera poco, se ha visto acompañado de un plan de más de 20 ejercicios para el 2020, entre los que se encuentran las maniobras Defender-Europa 2020, con el fin de entrenar el traslado de 20 000 soldados estadounidenses a Europa.

Los ejercicios Defender-Europa, con la participación de 37 000 soldados y oficiales de 19 países de la Alianza Atlántica, es una de las mayores maniobras militares, desde que finalizó la “Guerra Fría”, y estaba previsto se celebrara justo en la misma fecha en que Rusia festejaría el 75 aniversario de la derrota del fascismo alemán en la Gran Guerra Patria. Los militares estadounidenses y europeos tenían concebido trasladarse a los territorios de Polonia y países del mar Báltico, teniendo el territorio de Alemania como centro logístico, pero la acelarada expansión de la pandemia del nuevo coronavirus (COVID-19) interrumpió estas peligrosas maniobras militares, las cuales seguramente serán retomadas cuando finalice la crisis global provocada por la plaga del coronavirus.

El unilateralismo estadounidense puede interpretarse como una reacción de la superpotencia ante la pérdida relativa de hegemonía global en el contexto de la transición intersistémica hacia la multipolaridad. De ahí que en la reciente 56 Sesión de la Conferencia de Seguridad de Múnich, otras potencias intentaron definir a grandes rasgos el concepto de “desoccidentalización” (westlessness) que consiste en que Estados Unidos y Europa pierden paulatinamente la iniciativa estratégica, “arrebatada” por China y Rusia, cuyas capacidades económicas y militares, en su conjunto, han ido en ascenso.

La estrategia unilateralista estadounidense ha tratado de debilitar a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y la cooperación militar entre Estados Unidos y la India ha ganado importancia. Los ejercicios militares Estados Unidos-India y Brasil deben intensificarse en el futuro inmediato. Pero igualmente la colaboración diplomática estratégica en ámbitos como Afganistán, Irán, Corea del Norte o los mares de la China, uno de los principales escenarios de tensión. La India es un componente integral de la estrategia de Estados Unidos en la región Indo-Pacífico, y pieza clave para su éxito en el empeño de doblegar a China.

Esa alianza creciente entre India y Estados Unidos afecta inevitablemente a los BRICS y acentúa escenarios de conflictividad en lo inmediato. El Brasil de Bolsonaro, pese a mantener la escala de los negocios con China, su primer socio comercial, al retirarse de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, también dejó en evidencia que se subordina a la estrategia diplomática y militarista estadounidense. Este es otro pilar de los BRICS que ha sido neutralizado por Donald Trump y requiere de atención y estudio académico.

Para concluir, quiero expresar que, en este juego político global, resultan trascendentales las propuestas de Rusia y China para prevenir la carrera de armamentos en el espacio ultraterrestre. La diplomacia rusa ha denunciado el propósito estadounidense de desplegar misiles de entre 500 y 5 500 kilómetros de alcance –prohibidos en 1987 por el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio– en Europa, Japón, Corea del Sur y algunas islas del Pacífico.

Sin duda, el militarismo de Estados Unidos en el siglo xxi continúa impulsado por un Complejo Militar-Industrial cada vez más y más imponente, cuya justificación yace en su retorcida doctrina de seguridad nacional y belicosas estrategias político-militares patrocinadoras de la denominada disuasión nuclear.

No son los tiempos de la Guerra Fría, pero la “paz es caliente” y las actuales concepciones politico-militares de la política exterior de Estados Unidos conducen inevitablemente al unilateralismo. Aunque no se trasladen todas sus prescripciones a la práctica de la política internacional, representan una gran amenaza para la diplomacia mundial en el ámbito multilateral, así como para las relaciones bilaterales entre los Estados, en un sistema internacional planetario e interdependiente en pugna transicional hacia la multipolaridad.

En las conclusiones del panel, el MSc. Santiago Pérez Benítez, Subdirector del Centro de Investigaciones de Política Internacional, explicó la tradicional actuación de la política exterior de los Estados Unidos en el ámbito multilateral, sin desestimar el unilateralismo, acentuado, en distintos períodos históricos, por intereses geopolíticos o económicos de la superpotencia, pero sin perder de vista que el unilateralismo es característico de la política internacional marcada por las relaciones de poder, y es también una proyección utilizada por otras potencias, en condiciones de aguda competencia geopolítica, en una época de graves problemas globales y escenarios internacionales convulsos que generan incertidumbre.

Referencias

Dr. C. Rodríguez Hernández,Leyde E. (2020). La “paz caliente”: impactos del militarismo de Estados Unidos

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