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Recepción: 21 Agosto 2019
Aprobación: 01 Agosto 2020
Autor de correspondencia: marinacampusa@gmail.com
Resumen: En las páginas que siguen reconstruimos las trayectorias individuales y colectivas de jóvenes militantes a fin de identificar aquellos ámbitos sociales que los y las iniciaron en la práctica política y colaboraron en su socialización y formación militante. Nos preguntamos entonces: ¿cuáles fueron los factores que influyeron en su politización?, ¿cómo se caracterizan las experiencias, actores y contextos que los y las llevaron a meterse en la política partidaria? A partir de estas inquietudes revisamos, desde entrevistas en profundidad, quiénes son y de dónde vienen, sus historias y entornos familiares, amistades y lugares de transición.
Palabras clave: socialización política , militancia , aprendizajes , juventudes , trayectorias.
Abstract: In the following pages we reconstruct the individual and collective trajectories of young militants in order to identify those social spheres that initiated them in political practice and collaborated in their socialization and militant training. We ask ourselves: what were the factors that influenced their politicization? How are the experiences, actors and contexts that led them to get into party politics characterized? Based on these concerns, we review, from in–depth interviews, who they are and where they come from, their stories and family environments, friendships and places of transition.
Keywords: political socialization , activism , learning , young people , trajectories.
I. PRESENTACIÓN
El presente trabajo explora la trayectoria de jóvenes militantes de agrupaciones políticas de la ciudad de Resistencia (Chaco), con el objeto de analizar los factores que contribuyeron a su politización en tanto antecedentes de su incorporación al mundo político y su práctica política posterior. Intentar comprender el porqué de la participación política no puede responderse de manera lineal o unicausal, sino en el cruce de diversos elementos, donde toman importancia experiencias, personajes y hechos en distintos momentos de la vida de las personas. Nos proponemos indagar en las especificidades que cobran las distintas vivencias, figuras de vinculación con la política, así como los saberes, códigos y destrezas que se movilizan productos de tales contactos.
Los procesos de socialización política cobran central relevancia, los entendemos como desarrollos abiertos y prolongados a través del tiempo (Martuccelli, 2007; Alvarado, Ospina–Alvarado & García, 2012), que nos permiten considerar los espacios, momentos y personajes articulados en tanto procesos continuos y dinámicos que habilitan la incorporación de esquemas para la interpretación del campo político y de disposiciones para la acción en él. Tal como rescatan Débora Imhoff y Silvina Brussino (2016) el desarrollo y aprendizaje político se realiza por medio de relaciones específicas con los contextos en donde se insertan los actores, articulando un proceso doble que reconoce las influencias de la estructura social al igual que un rol activo por parte de los sujetos «para construir su propio sistema de representaciones» (p.42). En ese sentido se destaca el fuerte componente social, dado que es en relación con otros y otras donde los actores activamente pueden construir sentidos sobre las experiencias que atraviesan (Benedicto y Morán, 2003).
Los interrogantes sobre los procesos de politización vinculados a las vías de entrada a la política han orientado numerosos trabajos principalmente desde la historia, sociología y la ciencia política. Los encontramos de manera fragmentada en el país, donde sobresalen los estudios sobre elites centrando su atención en las características de elencos dirigenciales, sus atributos y habilidades para ejercer el poder político en distintos momentos históricos (De Imaz 1977). Destacamos los trabajos de Marcela Ferrari (2008) sobre los cambios en los elencos políticos en el radicalismo cordobés; de Virginia Mellado (2011) quien indaga a través de un abordaje prosopográfico las elites mendocinas entre 1983–1991; Paula Canelo (2011) revisa los cambios y regularidades en las carreras políticas de senadores nacionales (1976, 1983 y 1989) y los de Mariana Gené (2019) sobre los círculos de sociabilidad, los procesos o pruebas de ingreso a la política del personal jerárquico del ministerio del interior de la nación. A nivel regional, si bien se registran aportes que abordan las organizaciones partidarias y sus actores, como los de María del Mar Solís Carnicer (2009, 2010) sobre los partidos políticos en Corrientes, principalmente el peronismo, para la primera mitad del Siglo XX, al igual que los de Mayra Maggio (2016) sobre el surgimiento del peronismo en la provincia del Chaco, entre otros (Soprano, 2003; Leoni y Solís Carnicer, 2012), la pregunta por el background de los actores es más limitada. Sin contar que si avanzamos en el tiempo existe una gran deuda con el estudio de los partidos de la provincia desde la segunda mitad del S.XX en adelante.
Además, recuperamos los trabajos de la sociología francesa del compromiso militante (Fillileu, 2001; Agricoliansky, 2001; Becker, 2009) que prestan central atención a los trayectos de los actores para el análisis procesual del involucramiento político. Esta línea ha tenido desarrollo en el país, especialmente en los estudios sobre juventudes, línea de discusión en la que se enmarca este trabajo (Vázquez, 2013; Cozachcow, Nuñez y Roizen 2015; Grandinetti 2015; Núñez y Cozachcow 2016). Nos detenemos en los procesos de politización y las características de sus «entradas» al mundo político, en línea con los debates sobre la militancia juvenil en el país aportando a la identificación de matrices comunes al igual que analizar la evolución y transformación de tales procesos.
A partir del trabajo de campo advertimos que las formas de ingreso a la agrupación de la mayoría de las y los jóvenes, no se dan a tientas ni desprovistos de lecturas y contactos previos con la política. Todo lo contrario, existe una vinculación que nos habla de una serie de conocimientos y aproximaciones anteriores, ya sea a través de su familia, de amigos y amigas militantes, parejas, como también militancias anteriores. Al adentrarnos en sus historias se despliega toda una red de vínculos y contactos que responden a sus recorridos personales y al verlas en paralelo podemos observar trayectos similares.
En principio, la pregunta por la forma de ingreso a una agrupación arroja tres vías principales: la familia, las amistades y la militancia previa. Sin embargo, cuando profundizamos la mirada reponiendo las trayectorias logramos ver otros matices en los recorridos. Estos antecedentes los consideramos como factores influyentes en tanto fuente de marcos de sentido, recursos y condicionamientos para su práctica política.
Este artículo retoma los resultados de una investigación que se propuso reconstruir los itinerarios juveniles de militancia en agrupaciones político partidarias chaqueñas, de acuerdo a un abordaje de enfoque cualitativo, cuyo principal insumo fueron 21 entrevistas en profundidad a integrantes de las juventudes de Acción Chaqueña (ACHA)[2], la Juventud Radical (JR)[3], La Cámpora (LC)[4] y el Partido Obrero (PO)[5], seleccionados a partir de la técnica de bola de nieve. Si bien el trabajo de campo se realizó durante 2015–2017, el período al que refieren las entrevistas retoma el recorrido de vida que transcurre aproximadamente durante la primera década del 2000.
De esta forma, seguimos de manera cronológica el trayecto vital de las personas entrevistadas, y organizamos el escrito en dos aparatados. En primera instancia desglosamos los procesos de socialización política familiar y sus influencias para la militancia. Mientras que en el segundo nos detenemos en la construcción del camino propio, retomando las incursiones en distintos ámbitos de participación.
II. MARCAS DE ORIGEN: SOCIALIZACIÓN POLÍTICA FAMILIAR
De las vinculaciones que presentan los y las jóvenes con la política, la familia es una de las principales. Es una organización central que delimita «un microcosmos de relaciones con su propia estructura de poder y fuertes componentes ideológicos y afectivos» (Jelin, 2003: 43). Las relaciones ancladas en su seno reproducen patrones sociales, políticos y culturales que tienen efectos diversos y amplias multiplicaciones, estarán ligadas por ejemplo, a la organización de redes sociales. A su vez, en diálogo con los estudios sobre élite políticas (Bardaró y Vechioli, 2009; Canëdo, 1997, 2002), podemos analizarla como grupo social vinculado al ejercicio del poder.
En este apartado reflexionamos sobre la especificidad de los vínculos familiares en relación a la construcción de imaginarios, lazos y motivaciones que se movilizan en la competencia política, más que restringir la mirada a una simple transmisión familiar de mandatos. Las entrevistas nos plantearon diferentes vinculaciones con el mundo político. El pasado de la familia se presenta como un capítulo previo de las militancias actuales de los y las jóvenes, sus recuerdos nos traen a lugares y actividades no muy lejanas a la que ellas y ellos llevan adelante en su práctica militante.
Es de destacar que en los procesos de socialización política familiar emerge una figura central alrededor de la cual se organiza la vinculación con el mundo político. De acuerdo con ello, presentamos tres grupos de familiares siguiendo la relación y roles que estas figuras ocuparon y ocupan en las agrupaciones: un primer grupo que expone un (1) Linaje político; aquellos que se distinguen como (2) Mediadores políticos y finalmente los y las (3) Familiares no partidarios.
1. LINAJE POLÍTICO: FAMILIARES CON ROLES DESTACADOS
Las organizaciones partidarias a su interior cuentan con una división del trabajo político que establece una diferenciación entre roles con sus respectivas responsabilidades, existen entonces distintos modos de ejercicio y práctica política que responden a una organización interna, modos de trabajo y estándares diferenciales para evaluarlos (Abal Medina, 2002; Alcántara Sáez, 2012). Es así que las divisiones internas de las agrupaciones responden en cierta medida a la disputa y reconocimiento por el control de los roles jerárquicos y los recursos que están asociados a ellos. En ese sentido, la actividad política dentro de estos márgenes no puede estudiarse desencastrada de las organizaciones y situaciones en las que se ejerce (Gené, 2014). En efecto, a partir de los relatos identificamos un mundo que se mueve en, reafirma y tensiona tales jerarquías.
En este grupo encontramos a madres y padres profesionales que ocupan o han ocupado roles de autoridad en los espacios partidarios y a su vez han logrado obtener cargos electivos, tanto legislativos como ejecutivos a nivel municipal y provincial. Se desprende de sus relatos el vínculo con la política en estrecha relación con la historia de sus familias, donde el posicionamiento en el espacio político está marcado desde ese lugar jerárquico. Convergen aquí los casos de tres militantes de la Juventud Radical, es de notar que este tipo de vinculación familiar solo lo registramos en jóvenes pertenecientes al radicalismo. Uno de los factores para pensar esta característica es que, por el promedio de edad de las personas entrevistadas[6], la etapa que refieren en los relatos se da durante las gestiones de gobiernos radicales en la provincia (1995–2007), al igual que en la ciudad de Resistencia (1999–2011), contexto de oportunidad que privilegia estos accesos.
Esteban[7], contador de 27 años. Integra una «familia radical»[8] que se destaca por tener en su seno a figuras, funcionarios y legisladores del radicalismo regional. Se describe a sí mismo dividiendo su tiempo entre su trabajo profesional en un estudio contable y la política, que define como su tarea «más social». Ramiro, por su parte, trabaja en el área administrativa la Cámara de Diputados provincial, tiene 30 años y milita en la JR donde ocupa un rol orgánico. Cuenta que además estudia economía y es papá de una nena. En su caso relata que además de que sus padres son profesionales –madre y padre abogados– los dos «son políticos», afirma. Finalmente, ubicamos en este grupo a Marcos, estudiante de derecho de 22 años. En su caso vino a estudiar a Resistencia desde su ciudad natal, Villa Ángela, donde ya militaba en el radicalismo desde los 16 años. Destaca que ocupa un cargo orgánico, otra de las características que comparte con los jóvenes de este grupo, rasgo que como explica Pedrosa (2011: 122) es muy valorado por las y los militantes radicales ya que «dan mucha importancia a la estructura partidaria y a los cargos que ésta prevé para la conducción de la organización en todos sus niveles».
Esteban explica que su vínculo con el radicalismo «ya viene de sangre», manifiesta que es «doblemente radical, por nacimiento y convicción», detalla como forma de constatación los cargos destacados que han ocupado desde su abuelo hasta sus hermanos tanto en Resistencia como en Formosa. Al igual que Ramiro, cuya relación política con el espacio la plantea desde sus «ancestros», destaca dentro de ese linaje un ex presidente del país. Un hito familiar es que su padre «estuvo militando en el proceso de creación de la Franja Morada, en el ‘68 o ‘69, con Storani[9] y Karakachoff»[10]. Vemos en sus relatos que la historia del partido se mezcla con la familiar, donde los parientes son personajes influyentes en el devenir del radicalismo y al mismo tiempo figuras entrañables de su seno parental, dando cuenta que no es otra cosa que la historia de la propia familia.
Mientras que Marcos destaca que desde chico le «inculcaron la militancia política», menciona que su padrino de bautismo es un ex intendente de su ciudad, su abuelo fue concejal al igual que su padre en varias oportunidades y como mayor escalafón recuerda que llegó a ser candidato a intendente. Experiencia de la que rescata la siguiente escena:
«cuando mi papá había sido candidato a intendente el recuerdo que tengo es que cuando llegábamos al comité, él bajaba y todos los saludaban y yo tenía que bajar con mi sillita roja de plástico, iba y me sentaba adentro, tenía siete, seis años».
El registro posiciona a los actores en un lugar de jerarquía, reconstruye una situación desde la figura de un líder, de un personaje influyente que ocupa una posición de poder. El lazo con el partido proviene de la relación estrecha que las figuras familiares supieron construir y ellos retoman. Leticia Canëdo (1997) señala que la socialización temprana en actividades políticas como si fueran eventos familiares son instancias educativas que marcan la incorporación de valores con relación al espacio político al igual que formas de comportarse.
Es de notar que identificamos ausencias en la literatura sobre el radicalismo en lo que respecta al análisis de las redes internas y más aún en lo que refiere a los vínculos familia–partido (Pedrosa, 2011; Malamud, 1997; Tcach, 2002). Reconocemos ciertos rasgos que presentan la continuidad familiar de la política en términos de élite (Canêdo, 1997; Mellado, 2011; Pedroso De Lima, 2009), donde la socialización política familiar refuerza la simbología y valores del radicalismo y a su vez los lazos del parentesco los incorporan a una red de vínculos con personajes influyentes.
En estos jóvenes el interés por otro espacio político no apareció, la decisión de iniciar la militancia y la elección del partido se presentan como la continuidad natural de sus entornos, sin rupturas ni tensiones. Tal como destaca Leticia Canêdo (1997) el tipo de educación que marca pertenecer a una familia de políticos los inscribe en una identidad y memoria familiar, donde los procesos de socialización política refuerzan reglas y valores en pos de una predisposición o sensibilidad que los hace sentirse en su lugar. Entonces, al momento de iniciar su militancia contaban con la diversidad de recursos que la familia partidaria les proporcionaba: saber los pasos que dar y con quiénes, donde resalta la figura de mentores que en muchos casos eran sus propios familiares.
2. MEDIADORES POLÍTICOS: FAMILIARES DE RANGOS INTERMEDIOS
El partido de acuerdo con su organización interna, se expande de manera sectorial y territorial, despliega a su paso tareas y funciones necesarias para posicionarse en ese mapa. El esquema se sostiene a partir de la división del trabajo interno donde podemos distinguir roles intermedios, quienes se hacen cargo de las tareas de organización y vinculación con el territorio (Rosato, 2003). Se trata de aquellos personajes que guardan similitudes con los conocidos en el imaginario social como punteros y más específicamente en la literatura que reconstruye la militancia peronista de los noventa. Nosotros lo encontramos cercanos a la figura de «mediador político» que propone Auyero (2001) para referirse a la persona que media entre el referente o el partido y las demandas del territorio. Se trata del trabajo de base que se realiza, ya sea a lo largo del año, manteniendo la presencia de la agrupación en el territorio, y aquellos que se abocan a las campañas electorales.
En este grupo la vinculación está marcada por una figura fuerte de la familia, quienes en su mayoría se desempeñan en distintos ámbitos estatales y se presentan como personaje único en el que se concentra ese lazo con la política. Si en el anterior los y las jóvenes establecían la relación a través de la continuidad de una trayectoria familiar, aquí es a partir de la influencia de una sola persona y a través de la lealtad a ella se la manifiesta al partido.
Es el caso de María, ama de casa de 24 años y militante de Acción Chaqueña. Cuenta que es mamá de un nene de tres años y que vive con él y su marido en Barranqueras. Ella es la referente de la Juventud del partido y a su vez se encarga, junto a otras militantes mujeres de abrir y cerrar el local, de limpiarlo y mantenerlo «siempre ordenado», tareas por la cual recibe una beca.
María recuerda que desde muy chica fue su papá quien la movilizó hacia la política, «nos atrajo al partido, a que nos guste… con mi papá siempre anduve, nunca le fallé a la familia por así decirlo». A través de sus palabras vemos de manera clara la continuación de una especie de legado familiar en donde fallarle al partido significa traicionar lealtades familiares. El lazo de adhesión que marca la sangre instaura un compromiso y organiza un universo de militancia al que le debe dedicación. De acuerdo con la antropóloga Virginia Vecchiolli (2005), quien estudió las relaciones de parentesco con la práctica política en los colectivos de derechos humanos, la base de la sociabilidad que une a los militantes con la política responde al componente afectivo que otorga el mundo familiar.
También encontramos en este grupo a Lorena, enfermera de 33 años y militante de la Juventud Radical. Hija de padres separados, explica que fue su mamá quien sacó adelante su familia compuesta por ella y sus dos hermanos, tras perder contacto con su papá. Lorena explica su vinculación con el radicalismo a partir de un cambio en la militancia de su mamá, una bibliotecaria que en ese momento se acababa de separar; relata que antes integraba una agrupación peronista en la localidad donde vivían:
«Y después por un tema de salud de mi abuelo, que cuando necesitó le dieron la espalda y ahí justo un intendente radical le dio la mano y después empezó de a poquito a involucrarse. Después de ahí ella empezó a militar en el radicalismo. Cuando a ella la vuelven a buscar (desde el peronismo), ella les dijo que no».
Emerge un aspecto interesante a indagar, el lazo con el partido o el referente político se plantea en términos de reciprocidad, donde el vínculo con la política toma otros matices y se tramita en la resolución de problemas puntuales. Observamos que la misma se construye sobre la base de la existencia de una relación personal entre el referente y la mediadora –la madre de Lorena– y a partir de o en respuesta a ese «favor fundacional» (Auyero, 2001) se realiza el trabajo político. Expone, asimismo el valor que le otorga la mamá de Lorena a ese tipo de respuesta que termina marcando su alejamiento y como extensión hacia la percepción que ella misma puede hacerse sobre los tipos de expectativas de tales relaciones. Tanto para María como para Lorena la adhesión al espacio es en respuesta a un vínculo primario muy fuerte como es el del padre y la madre, no obstante, despliegan a partir de ellos una serie de presupuestos y valores que irán cimentando el lazo propio con el partido. En ese sentido Julieta Quirós (2017) señala que la base de tales relaciones fortalece compromisos morales e intercambios de valores materiales e inmateriales como propios y constitutivos de la productividad política.
En este grupo también ubicamos a Luis, quien trabaja en la Cámara de Diputados de la provincia. Tiene 25 años, milita en la JR hace más de tres años y explica su llegada al espacio por su papá quien representa la relación que lo une al partido. Hace memoria y relata la siguiente escena, donde vemos no solo la historia e involucramiento familiar sino la serie de tareas asociadas a la militancia de su papá.
«desde que era así de chiquitito (señala con la mano) sé que ando con mi viejo, que él sí es militante de toda la vida… donde había bolsones de mercadería y yo iba le retiraba el ticket y les daba. Los días de elecciones andábamos con él en el remis llevando y trayendo gente. Pero no sabía, no entendía muy bien qué era eso».
En este grupo la demarcación de la división del trabajo político con relación a la estructura de la agrupación se presenta más clara. En comparación con el grupo anterior, donde la política aparece asociada a tareas dirigenciales, aquí se refieren a un trabajo «de base». Cobra importancia la noción de trabajo político, que de acuerdo con Julieta Gaztañaga (2010) se trata del trabajo que tiene por objetivo conseguir un voto a favor, literal y simbólicamente y que se encuentra atravesado por numerosas variables. La vinculación familiar proporciona no solo la cercanía con el partido sino saberes prácticos con relación a los repertorios de acción del universo de militancia, una vez que ingresan al espacio saben cómo moverse en el territorio, al igual que lo hicieron sus familiares, quienes se constituyen en principales apoyos en ese camino.
Los procesos de socialización política familiar entonces serán diversos de acuerdo a los grupos de pertenencia, al vínculo que los mismos familiares construyen con la agrupación. La posición que ocupa un personaje de primera línea marca una serie de disposiciones y marcos de acción distintos a la de aquellos que ocupan un rango intermedio. Mientras que las y los dirigentes ocupan cargos orgánicos que confieren roles directivos y/o se encargan de tareas en calidad de candidatos que integran las listas en posiciones expectantes, quienes ocupan un rango intermedio se encargarán de organizar y llevar adelante el trabajo territorial. Los universos militantes que movilizan los y las jóvenes estarán fuertemente vinculados a los de sus familiares, a sus posiciones, valores y tareas que se desprenden de ellos, con los que más adelante pondrán en diálogo en el ejercicio de la militancia propia.
3. FAMILIARES NO PARTIDARIOS
Destacamos en este apartado los entornos familiares que reconocemos como favorables a la politización, condensado en la figura de algunos parientes que presentan antecedentes de participación en diversas organizaciones políticos y sociales. Estos personajes habilitan la discusión y el debate político al interior de los espacios cotidianos e involucraron en sus militancias a los y las jóvenes. En este grupo observamos vínculos familiares variados, a través de distintas figuras con trayectorias variopintas quienes presentan el interés por la política como posible y en términos positivos. Ubicamos aquí las historias de Rosa, Lucas y Mica.
Rosa es profesora de letras tiene 34 años y milita en el PO, cuenta que tiene su tiempo repartido en tres escuelas de nivel secundario, el que le demanda su hija Victoria de 5 años y la militancia. Vivió en Buenos Aires hasta los seis años, después se mudaron a San Martín, allí vivió hasta los 18 cuando fue a Resistencia para estudiar en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE).
Al momento de explicar «de dónde viene» su vínculo con la política abre un abanico de entradas iniciales: ser hija de padre militante que tuvo que exiliarse durante la última dictadura cívico militar y lo que la marcó haber leído el «Nunca Más». El hecho de pertenecer a una familia peronista, con la que recuerda cantar la marcha a los 4 años y con quienes le «apasiona» discutir sobre política. Para dejar las cosas más en claro explica que «el problema es dónde vas a militar, no si vas a militar o no», y cuenta como una gran lección que ella y todos sus familiares aprendieron «que las discusiones políticas no se tienen que dar delante de la abuela», a modo de no alterarla por ver a sus hijos e hijas, nietos y nietas discutiendo.
Lucas, es militante de LC y tiene 28 años, trabaja en la Oficina de Trata e intenta acomodar sus horarios para continuar sus estudios de abogacía. Siempre vivió en Fontana con sus abuelos maternos y su hermana, hasta que se fue a vivir solo y se mudó a Resistencia, donde circuló por distintos barrios.
Se toma su tiempo al tener que contar sus vínculos iniciales con la política y en un intento por ordenarlos refiere primero a su abuelo que fue concejal radical y después a su papá peronista. No obstante, los cuenta como hechos anecdóticos y a continuación posiciona con más importancia el contacto con su tío que militaba en HIJOS, destaca que sus conversaciones lo «adoctrinaron». Uno de los hechos que considera como trascendentes al momento de explicar su relación con la política es el involucramiento de toda su familia en la iglesia evangélica: «creo que gran parte de lo que milito es por el cristianismo y no por otra cosa… como que me formaron muy chiquito con eso». Lucas explica que esa experiencia le dio el aprendizaje de un modo de trabajo y contacto con los otros que trasladó luego a su militancia, marca la cercanía entre las máximas del «cuidado al prójimo» con «la patria es el otro».
Por su parte Mica, tiene 25 años y milita en el PO hace cinco años, cuenta que es portera en una escuela primaria donde resalta que el ambiente tranquilo a diferencia del Hospital Perrando, su anterior trabajo. Se describe como inquieta porque siempre está interesada en hacer algo y recuerda que vivió parte de su infancia en Buenos Aires hasta que sus padres se separaron y se mudó con su mamá a Resistencia.
A diferencia de Rosa y Lucas, Mica registra como referente de militancia más cercana a su mamá, a quien describe como «muy activa» y cuenta entre risas que muchos de sus allegados le atribuyen el haberla convertido en «piquetera», debido a la cercanía entre sus militancias:
«mi mamá ya era delegada barrial en Buenos Aires en una organización que se llamaba Frente de Trabajadores Combativos, ella había quedado desocupada cuando cerró una fábrica (…) despidieron a todos y se empezaron a organizar en los barrios».
Más tarde cuando regresaron a la provincia, porque su mamá es chaqueña, participó en comisiones barriales, a las cuales la llevaba con ella porque no tenía con quien dejarla. Luego ya de grande, militaron juntas en la Federación de Organizaciones de Base. Estas incursiones desde chica con las organizaciones sociales significaron para ella la inmersión en un tipo de práctica política en clave de lo que Vommaro denomina como proceso de ampliación de las fronteras de lo político, resaltando la «politización de la vida cotidiana y el espacio social que diluye los límites entre lo público y lo privado» (Vommaro, 2013: 11). Se distancia de esta manera de una lógica de práctica política en sentido partidario, construyéndose en oposición a ella en red con las diversas relaciones que el barrio sus actores y problemáticas posibilitan (Merklen, 2000; Quirós, 2006; Svampa y Pereyra, 2009).
El haber crecido en estos entornos marca una relación inicial con la política, sirven como formas primarias de percepción, de entendimiento y comprensión de los márgenes en los que se mueve. Sin duda la familia es el primer espacio en que «sin entender mucho» se percibe algo que más tarde ya no se presenta como extraño o desconocido sino, todo lo contrario, cargado de familiaridad. Como señala Leticia Canêdo (2002) el involucramiento precoz con la política evidencia el «rol pedagógico familiar». Ciertamente el lazo de los familiares con posiciones específicas nos plantea una primera vinculación, pero no solo con los entornos de participación política –partidarios o no– sino también con los esquemas que se desprenden de las posiciones que ocuparon y/o ocupan los familiares, los cuales nos brindan otros matices al vínculo que familia y política ofrecen. En otras palabras, más que el contacto, estas experiencias pueden traducirse en percepciones sobre comportamientos, proyecciones esperables de tales relaciones y saberes prácticos que hacen a la política accesible.
A continuación, desarrollamos las experiencias de participación política que va delimitando la construcción de un camino propio para cada militante. Es de destacar que las y los jóvenes que presentan familiares con linaje político y mediadores, no rescatan otras experiencias que describan como significativas para su entrada al mundo político. No obstante, quienes presentan familiares no partidarios registran otras incursiones que las y los van acercando a las organizaciones partidarias.
III. EL CAMINO PROPIO
Desandar los recorridos siguiendo la línea de tiempo que marca el trayecto vital de los y las jóvenes nos llevó a identificar las incursiones iniciales en experiencias participativas como organizaciones estudiantiles y sociales. Es así que la mayoría cuenta con un recorrido amplio e iniciado desde temprano en espacios que van desde agrupaciones religiosas, culturales, estudiantiles y políticas. A modo de organización concentramos las experiencias de participación en dos grupos de acuerdo a los tipos de organizaciones. Definimos por un lado la (1) Militancia estudiantil y por otro las (2) Militancias encadenadas. Las cuales son relevantes al momento de analizar, no solo las formas de involucramiento con la práctica política, sino también al considerar los marcos de sentidos y las redes sociales que les permiten el acceso posterior a los espacios político partidarios.
1. MILITANCIA ESTUDIANTIL
La ciudad de Resistencia es una de las sedes de la UNNE, la universidad regional[11] que cuenta con una larga trayectoria de movilización estudiantil. Uno de los hechos más importantes que marcó la visibilización del movimiento como actor político fueron las movilizaciones para evitar la privatización del comedor universitario en 1969, que culminó con el asesinato del estudiante Juan José Cabral desencadenando lo que se conoció como «el Correntinazo», que inauguró la etapa de otros movimientos populares como el «Rosariazo» y «Cordobazo» (Zarrabeitia, 2007; Millán, 2010; Campusano, 2017).
Actualmente, es la Facultad de Humanidades la que presenta una mayor movilización estudiantil, expresado en la diversidad de agrupaciones que se mueven en su interior, y donde podemos localizar las experiencias de los y las entrevistadas. A modo descriptivo podemos mencionar que existe una preponderancia del radicalismo, un rasgo de ello es el liderazgo de Franja Morada en los centros de estudiantes de siete facultades del total de once con las que cuenta la UNNE, las restantes se dividen entre distintas agrupaciones de izquierda y referenciadas con el arco peronista. Además de la vinculación con el mismo sector que han mantenido por tradición quienes han sido rectores de la universidad.
Al analizar la práctica política en la UNNE rescatamos ciertas características. Una conocida por quienes habitan los pasillos del Campus Resistencia –donde ubicamos las experiencias que aquí analizamos– y utilizado a modo de referencia para quienes andan «desorientados», son las marcas que podemos ir reconociendo al caminar por la estructura edilicia de forma casi laberíntica del campus, dado que las distintas facultades que allí tienen su sede (Humanidades, Ciencias Económicas, Ingeniería y Arquitectura) no están en edificios separados sino que se continúan unas a otras. Las pegatinas en las paredes indican cuando «estás entrando a Humanidades» y si ya no hay carteles «es porque te pasaste y llegaste a Económicas». Sin duda es un rasgo que identifica y diferencia, desde sus paredes, a unas unidades académicas de otras y nos ayuda a comprenderlas como espacios de militancia, con más efusividad en Humanidades y Arquitectura a diferencia del «orden» en Ingeniería y Económicas.
La Facultad de Humanidades es una institución con altos niveles de movilización no solo estudiantil sino también docente. Un antecedente fueron las asambleas de las carreras de Letras y Filosofía en los años 2012 y 2013 que agrupaban a estudiantes independientes y a miembros de las agrupaciones que movilizaban distintas demandas estudiantiles. Como recuerda Lucía, profesora de filosofía de 28 años y militante del PO, que en esos años era parte de La Comisión «un grupo que se reunía todas las semanas para lograr por ejemplo nuestra participación (de las y los estudiantes) dentro del Departamento de Filosofía». Estos grupos eran espacios privilegiados para el intercambio y vinculación de las y los jóvenes.
Las pegatinas en los pasillos, a su vez sirven de demarcación para las «mesitas» de cada agrupación, que de acuerdo a la época del año estarán más o menos movilizadas. Se trata de un contexto en el que la participación política es más evidente y quien esté involucrado en alguna de ellas se mueve por un espacio conocido de referentes y problemáticas. Es así que, los modos de llegada de los y las jóvenes a estos espacios apelan a esa red de conocidos, compañeros y profesores y de preocupaciones. Como plantea Paula Pierella, la universidad pública no es solo un espacio de formación de índole científico–profesional, sino por sobre todo «una instancia de producción de subjetividades y experiencias culturales» (Pierella, 2014: 27). A diferencia de la secundaria, se plantea como un ámbito «más politizado» en tanto escenario de militancia. Uno de los factores centrales es la del gobierno universitario, que introduce como rasgo distintivo la posibilidad del voto, ocupar cargos electivos e intervenir en las elecciones con posibilidad de incidencia, actividades entendidas en términos de derechos y obligaciones que van posicionando al y la estudiante como ciudadana afectando el transcurso de su vida universitaria (Carli, 2012; Blanco, 2016).
Las experiencias en las que se involucran ocupan una mayor centralidad, de las que se desprenden toda una red de sociabilidades, organizan sus rutinas, amistades y actividades. Estos lazos y vivencias les sirven como aprendizaje de las prácticas y de un autoconocimiento con respecto a sus propias habilidades e intereses y también con relación a las limitaciones que empiezan a percibir de las distintas agrupaciones y movimientos. La universidad se les presenta entonces, como un «micromundo» al que no se suelen trasladar los resultados del «afuera», por ejemplo, Laura, becaria de posgrado de la UNNE de 28 años que milita en LC, cuenta que su desafección de la JUP se dio después de las elecciones de 2011. En la provincia se producía el afianzamiento del justicialismo kirchnerista a través de la reelección de Jorge ‘Coqui’ Capitanich como gobernador tras obtener el 66% de los votos, integraba el círculo más cercano de la presidenta Cristina Fernández, quien también obtuvo su reelección ese año. Sin embargo, la facultad se mostró inmutable a esos resultados, ella recuerda que «fue re feo, ganamos en todos lados y acá perdemos, mal perdemos».
Situación similar atravesó Rosa (PO), quien integraba la agrupación Contrakultura conformada por estudiantes independientes de las Asambleas, menciona que entre los integrantes empiezan a decidir la opción de sumarse a los movimientos sociales. Se encontraban preocupados por lo recluida que parecía estar la militancia universitaria de los problemas sociales:
«nos dimos cuenta que el afuera de la universidad era completamente desconocido, entonces decidimos abrirnos para tener una llegada más a los movimientos sociales… empezamos a tratar de participar más en lo que serían las luchas sociales».
Este proceso se da en el contexto de mayor efervescencia de las organizaciones sociales, que vivió la provincia desde fines de los noventa con el surgimiento de las organizaciones de desocupados producto de altos niveles de desocupación y tras una inundación ocurrida en la provincia en el año 1998 (Román, 2010). Es así que la agrupación, inicialmente estudiantil, en su intento por salirse del atomismo universitario comenzó su inserción en el territorio, iniciando de esa manera su involucramiento con el Movimiento 17 de julio, al cual se integraría de forma completa más tarde.
2. MILITANCIAS ENCADENADAS
Al seguir de manera cronológica los trayectos, advertimos que las militancias se van continuando y superponiendo por momentos, dando paso a la creación e involucramiento en otras y anticipando el ingreso a la agrupación partidaria. En este apartado recuperamos experiencias variadas, desde los recorridos en organizaciones religiosas y sociales hasta las primeras incursiones en el terreno partidario, las mismas significaron prácticas que definieron con más precisión sus intereses. Tal es así que quienes atravesaron por distintas experiencias se posicionan desde un lugar de mayor «conciencia» y «madurez». Entendemos esta etapa como la antesala de su paso a la agrupación actual, reforzando la decisión por ella y no otra.
Las experiencias nos muestran la evolución del compromiso militante y la experimentación de la práctica política, que imprime y fortalece rasgos que incorporarán en su propia militancia (Fillieule, 2001; Bargel, 2005; Agricoliansky, 2001). Esos procesos se dieron tras la crisis de 2001, donde se puso de manifiesto el agotamiento de la sociedad salarial, la provincia no fue ajena a esos procesos donde el «barrio» se convirtió en el anclaje necesario y obligatorio para los sectores populares y buscaron construir sus representaciones y organizaciones, en ese marco se dan las incursiones de los y las jóvenes.
Nos encontramos con recorridos que se vinculan a las militancias anteriores, como en el caso de Lucía (PO), quien a través de un cursillo que habían organizado con el grupo de estudiantes independientes de Filosofía conoce a un representante de la pastoral carcelaria y a partir de ese contacto organiza con otros compañeros La Bicicleta Cultural, un colectivo integrado por estudiantes que realizaban talleres de filosofía todos los sábados en la Cárcel de Mujeres. Al igual que Mica (PO), quien tras su paso por la Asamblea de estudiantes independientes conoce a un profesor que la invita a participar de la FOB y empieza a desarrollar clases de apoyo escolar en el barrio Takai en la localidad de Puerto Tirol. Experiencia con la que inició su militancia territorial y que la involucró cada vez más, cuenta que tras las clases «terminaba hablando con los padres y bueno te empiezan a contar los problemas que tenían en el barrio, me llevó a querer conocer un poco más y ahí empecé a hacer trabajos más barriales… de organizar los reclamos barriales».
En cambio, para otros representan las primeras incursiones en grupos organizados, como en los casos de Luis (JR) y Lucas (LC) quienes a partir de sus familiares integraron grupos juveniles religiosos. Se involucraron en voluntariados abocados a la asistencia social y llevaron adelante actividades para resolver con los vecinos sus problemas. Estas experiencias impactaron de distintas maneras en la subjetividad política de los jóvenes, exigieron y demandaron de ellos una mayor percepción y cambios sobre sí mismos, como por ejemplo para poder comunicarse con la gente aprendieron a «hablar simple», a tomar posiciones de liderazgo, a organizarse y sobre todo a «ponerse de acuerdo», entender que «las personas son todas muy distintas» y que es necesario ser más «tolerante» y «escuchar».
Emergen de sus relatos algunos rasgos que el tipo de práctica política le imprime a su militancia, que son transversales a todas las agrupaciones, pero definitorias si las pensamos con relación a los espacios posteriores en los que culminarán. Por un lado, aparecen aquellas que son necesarias para sostener la cotidianeidad de las actividades y tareas a nivel interno, reforzando los lazos entre pares y por otro, hacia afuera en la vinculación con el territorio entendido como los espacios de consolidación de relaciones sociales donde lo que está en juego es la producción y reproducción de la vida y por lo tanto terreno de disputa entre distintos actores sociales (Svampa, 2012; Vommaro, 2014).
Este encadenamiento o sucesión de militancias no solo sirvieron de puente entre un espacio y el otro, sino que también influyeron en la formación de un saber hacer militante, sobre cómo moverse, organizarse en grupos y sobre todo el tipo de trato y vinculación con las y los otros, saber cómo hablarles por ejemplo o el valor que tiene para algunos el pasar a «tomar un mate». También, podemos entender como legado de las experiencias previas de participación, a las redes de contactos. Como explica Lucas (LC) quien por su militancia en la iglesia evangélica «conocía mucha gente», lo que le fue de gran ayuda para su actividad en la agrupación política con la que continuó –La Jaureche–, en donde emprendió la tarea de organizar un merendero barrial, la cual se le hizo «más fácil» porque sabía qué hacer al momento de llevar adelante esa tarea, porque básicamente «ya lo había hecho antes».
En estas instancias nos encontramos con jóvenes que están más involucrados con la práctica política. La militancia ya representa una de las actividades de mayor importancia en su vida cotidiana: trabajan y militan o estudian y militan o las tres actividades a la vez. Si en su momento la militancia universitaria se presentaba como aislada o limitada, es ahora la falta de estructura lo que restringe y obstaculiza su acción. Soledad es militante de La Cámpora, tiene de 29 años y actualmente ocupa un cargo electivo. Por su parte, cuenta que en la única agrupación que participó antes de entrar a la «orga» fue La Juventud Pingüina[12]. En la que ya habían encontrado un límite como organización, la cual se enfocaba en el trabajo territorial e involucramiento con el desarrollo de algunas políticas públicas nacionales. En su relato manifiesta que se daba cuenta que sin una «estructura» en la que apoyarse no era posible organizar las actividades y asegurar la práctica política:
«teníamos la intencionalidad de trabajar el territorio, pero no había una estructura… el tipo de organización política que tiene una orgánica y una estructura definida que permite darle prolijidad a la política, porque sucedía que todos los compañeros nos ocupamos de todo y en la política genera desinteligencia».
Mientras que desde la otra vereda a Lucía (PO), desde la Bicicleta Cultural, experimentaba un proceso similar: «me di cuenta que no estar organizada, que no tener una línea política clara en común hace que las cosas se diluyan, porque ese grupo después se tornó muy a lo hippie». Es así que tanto Lucía como Daniela desde dos posiciones ideológicas distintas, empiezan a tener las primeras aproximaciones a sus agrupaciones actuales, se acercan a sus actividades y llegado el momento, eligen dar el paso y sumarse, una a LC y la otra al PO.
Estas experiencias fueron centrales y fundadoras de una forma de práctica política, de reconocimiento de un saber hacer y reflexividad en cuanto a la definición del interés y sobre todo desde qué lugares comprendieron como legítimos e indicados militar.
IV. CONCLUSIONES
Comenzamos este trabajo preguntándonos cómo los y las jóvenes deciden meterse en la política partidaria y reconstruimos las experiencias y personajes influyentes, poniendo central atención en las vinculaciones con los espacios partidarios, los esquemas y marcos de sentido que se mueven detrás de tales actores y situaciones. Tras este recorrido nos aproximamos a la influencia de los procesos de socialización tanto de los entornos primarios como aquellos transitados al inicio de su juventud, se destaca que los procesos de politización no son lineales y la multiplicidad de «entradas» contribuyeron a incorporar un saber–hacer que las y los acercaron a las organizaciones de militancia y serían decisivos para sus prácticas políticas en ellas. En línea con los aportes de la sociología del compromiso militante desde un análisis procesual (Becker, 2009), estas fases nos permiten acercarnos a elementos explicativos para comprender el compromiso y el devenir de las y los militantes en sujetos políticos.
Es así, que crecer en ambientes donde la discusión política no es «algo raro» se constituye como una de las formas de socialización política sostenida y una entrada privilegiada al mundo político. En esta dirección, distinguimos los diversos matices que toman las relaciones entre familia y política, donde se destaca el vínculo con familiares que ocuparon u ocupan roles en los partidos quienes brindan una entrada directa a la organización. La especificidad que adquieren los marcos heredados y compartidos con los y las jóvenes está marcada por las posiciones de tales figuras en las estructuras de partidarias, los aprendizajes que movilizan de estos entornos refieren al universo militante que se desprende, ya sea de posiciones dirigenciales o de mediadores.
Las primeras experiencias de participación les platearon la construcción de un camino propio, así nos detuvimos en las que se dieron de acuerdo a los trayectos biográficos y los lugares por donde transitan tradicionalmente: la universidad, el barrio, la iglesia. La universidad plasmó un escenario de participación política con reglas, actores y problemáticas más claras, en donde observamos que tales marcos delimitaron nuevos procesos de aprendizaje y autoconocimiento: vincular contexto de militancia con actores y demandas de acuerdo a tradiciones políticas e ideológicas.
Seguirles el paso a los y las jóvenes, significó descubrir la diversificación de los contextos militantes. Les propusieron otros desafíos en donde la evolución del compromiso crece y se afianza marcado en la delimitación de sus intereses y acercándose hacia las puertas de los partidos. Las experiencias de organización las y los envuelven en discusiones, compartiendo espacios con actores y problemáticas que tienen que resolver. La práctica política de esta manera toma mayor protagonismo y se vuelve más consiente y comprometida.
Lo analizado en el desarrollo de este trabajo invita a la reflexión sobre el proceso de configuración de la y el militante político, atendiendo los diversos factores que se ponen en juego en el devenir de sus carreras militantes. El artículo muestra que no se tratan de entradas unidireccionales al campo político, sino que están relacionadas con incursiones variadas que conjugan aspectos subjetivos, sociales, familiares, ideológicos, afectivos y culturales, los cuales dan lugar a la construcción de múltiples militancias con múltiples anclajes.
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Notas
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