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Personas que dejan huella. José María Rotella 19 de octubre de 1951-13 de marzo de 2020
Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología, vol.. 85, supl., 2020
Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología

Obituario

Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología
Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología, Argentina
ISSN-e: 1852-7434
Periodicidad: Trimestral
vol. 85, supl., 2020

Cómo citar este artículo: Zancolli ER. Obituario. Personas que dejan huella. José María Rotella. Rev Asoc Argent Ortop Traumatol 2020;85(Supl.):S48-S49. https://doi.org/10.15417/issn.1852-7434.2020.85.4S.1178




Me resultó difícil decidir aceptar escribir estas líneas como obituario de José María Rotella. Una enorme pérdida tanto para la Ortopedia como para la cirugía de la mano. Aunque tal vez debería decir “DON” José

María Rotella. Cuando hable de sus cualidades entenderán el porqué de esa calificación.

Nos conocimos muy jóvenes, en 1978, al poco tiempo de recibirnos de médicos. Él con 26 años y mi persona con 25. En aquel año, ambos ingresamos para formarnos y trabajar en el Instituto de Rehabilitación del Lisiado bajo la jefatura de Eduardo A. Zancolli. A José lo enviaba el Dr. Jappas. Al poco tiempo, ya habíamos construido una amistad que se eternizó.

Como debería hablar tanto para los que no lo conocieron, o no tuvieron trato íntimo, como para los que sí, enfocaré estas palabras de homenaje en torno a tres aspectos: el científico, el ser humano y, por último, el amigo.

El científico Rotella consiguió premios y distinciones que solo un grupo reducido puede alcanzar. Fue Presidente de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología, de la Asociación Argentina de Cirugía de la Mano y de la Federación Sudamericana de Cirugía de la Mano. Durante años, ejerció como Profesor Titular de Ortopedia y Traumatología de la Universidad Nacional de Tucumán. Por su destacada carrera también fue nombrado Miembro Correspondiente de la Academia de Ciencias de Córdoba. Además, fue el factor creativo y aglutinante para la formación de un grupo destacado de la Ortopedia y Traumatología nacional con sede en el Sanatorio del Norte de Tucumán. Lo siguieron, porque creían en él y conocían de su enorme capacidad de liderazgo y conducción y, por qué no también, su bonhomía.

Además de todas esas cualidades y logros tan significativos, hay otro aspecto del científico Rotella que siempre admiré. En la Escuela Zancolli, nos enseñaron que no debíamos enamorarnos de lo que conocíamos, sino del porcentaje que desconocíamos. Si de algo se sabía el 95%, nuestro interés y energía debería centrarse en ese 5% que desconocíamos. Y José lo hizo carne, como pocos.

Con enorme afinidad con Santiago Fazzini se puso a su lado para ayudarlo en las disecciones del plexo braquial. Esto lo marcó a fuego para que, posteriormente, con su curiosidad científica inextinguible y sin límites, sumado a su gigantesca perseverancia en el estudio y la investigación llegó a describir una nueva concepción integradora sobre el desarrollo evolutivo del miembro superior y el plexo braquial, algo que nos deja como legado.

Si tuviera que resumir en pocas palabras este aspecto, creo que no podría calificarlo con otra cosa que como “CIENTÍFICO” (con mayúsculas).

Pasemos ahora a otro de los aspectos de los que les anticipé que hablaría: el humano. Este aspecto tiene tantas facetas como puede tener un valiosísimo diamante. Mejor, tal vez, un diamante con forma de corazón. Veamos sus distintas facetas.

A su familia la amó incondicionalmente. Para entregarles su inmenso amor no les impuso condicionamientos y los amó más allá del resultado. Siempre estuvo hiperatento a qué más podía hacer por cada uno de ellos.

Otro aspecto humano sorprendente fue su amor por su tierra. Recuerdo a principios de la década del 80 cuando visitábamos el Metropolitan Museum en Nueva York, nos dijo a mi esposa y a mí que iba a hacer lo imposible para que la cultura del noroeste argentino no terminase en un museo de otro país. Fue así que, durante décadas, fue coleccionando suplicantes, los que tanto deslumbraron a Pablo Picasso, y máscaras de las culturas alamito y cóndor-huasi para crear un museo que reflejase semejante evolución en su tierra de culturas de la era precolombina. Su soñado museo es, probablemente, lo único que quedó como proyecto trunco en su prolífica vida. Aunque debo destacar que logró publicar un libro sobre el tema auspiciado por el Senado de la Nación.

En noviembre de 1988, a los 37 años, decidió operarse con Cooley, en Houston, por un aneurisma de aorta ascendente. “¿Por qué decidiste ir allá?”, le pregunté. “Acá en Argentina tienen el 75% de mortalidad y allá el 4%”, me contestó. Fue una larguísima operación con muchos días en terapia intensiva, intubado y en coma farmacológico. Aunque nunca lo hablamos, hoy estoy casi seguro de que, entonces, tuvo algún contacto estrecho con el más allá. ¿Por qué? Porque a partir de ese hito en su vida hubo un enorme cambio. Desde entonces, la vivió como si estuviera jugando “tiempo de descuento” y con percepciones que no tenemos todos los seres humanos. Falleció 22 años más tarde por dehiscencia y filtraciones de la prótesis que le habían colocado. Cuando lo internaron en marzo de este año salió a la luz, en su historia clínica, algo que solo él sabía. Una tomografía de marzo de 2016 ya mostraba lo que había empezado a suceder con su aorta implantada. No se lo comentó a nadie de su familia, ni a sus amigos y socios. Hoy, mirando este hecho retrospectivamente, estoy seguro de que no dijo nada por amor a todos nosotros. Tal era su capacidad de amar.

El ser humano José tuvo como todos, defectos y virtudes. ¿Se enojaba? Sí, pero muy poco. ¿Tenía desatinos? Sí, pero muy pocos. Por otro lado, lideró y actuó inteligentemente con lo que se le presentó en su camino como los mejores. Fue amable con la gente como pocos. Tuvo humor, como pocos.

Resumiendo: José fue un ser humano maravilloso y lleno de amor por los demás. Con defectos en escasísimas dosis y con virtudes en altísimas dosis.

Finalmente, el último aspecto del que me comprometí a hablar: el amigo. Y seguramente va a ser el que más me cueste.

Una semana después de su muerte, Lily, su esposa, me mandó un audio. Decía algo así: “Hola Eduardo. Revisando el maletín de José, el que llevaba todos los días al consultorio, estaba su libreta de números telefónicos y adentro de ella un papel todo dobladito. Es una carta que le escribiste para su cumpleaños en 1995”.

He pensado mucho qué escribir ahora para hablar del amigo. A pesar de ser una carta íntima, entre nosotros, he decidido referirme a ella por dos razones. La primera es que hoy no he podido encontrar mejores palabras para expresarme y describir al amigo que las que tuve en suerte de poder decírselas en vida. La segunda es que consulté a su esposa al respecto y manifestó que le encantaría que hablase de ella.

TUCUMÁN, 19 de octubre de 1995.

Queridísimo Rote:

En este cumpleaños te quiero regalar algo diferente. Algo que todavía nunca te regalé. Algo que nada de lo “material” puede expresar. Quiero regalarte palabras de mi mente y de mi corazón.

La vida me ha regalado algunas cosas maravillosas para esta encarnación. Una de las principales sos vos. La amistad de un ser como vos es uno de los mayores privilegios con los que un ser humano puede ser premiado.

Admiro tu corazón, tu bondad y tus condiciones profesionales.

Juntos hemos pasado buenas y malas, pero todas como hermanos. Sos como un hermano de sangre, pero un hermano elegido. Un hermano que seguramente hubiera elegido si me hubieran dado la posibilidad de elección antes de nacer. Por mis creencias, estoy seguro que fue así.

Sos una de las mejores cosas que me llevo como patrimonio de esta Vida.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Información adicional

Conflicto de intereses: Los autores no declaran conflictos de intereses

Cómo citar este artículo: Zancolli ER. Obituario. Personas que dejan huella. José María Rotella. Rev Asoc Argent Ortop Traumatol 2020;85(Supl.):S48-S49. https://doi.org/10.15417/issn.1852-7434.2020.85.4S.1178



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