Dossier “Muerte, política y memorias en la Argentina contemporánea”
Recepción: 21 Mayo 2021
Aprobación: 12 Octubre 2021
Publicación: 05 Diciembre 2021
Resumen: El artículo recorre algunos momentos clave de la historia de la conmemoración de los “mártires de junio”, durante la etapa de proscripción del peronismo. Se reconstruyen, primeramente, la coyuntura de la denuncia de los fusilamientos de 1956 y la gestación de los primeros homenajes en memoria de los fusilados, al cumplirse el primer aniversario del acontecimiento. En el texto se argumenta que este homenaje contribuyó a la elaboración de un martirologio peronista, el cual, nutrido a la vez de la evocación de Eva Perón y de la de otros “mártires” de la causa de los proscriptos, devino un elemento característico de su constelación conmemorativa, y tiñó de un halo trágico y vindicativo a la vez, la autorrepresentación que los peronistas se hicieron de sí mismos. Para comprender este proceso, se propone, en segundo lugar, que durante el período estudiado tuvo lugar un proceso de “democratización” del martirio, a través del cual el homenaje que originalmente evocaba a los militares fusilados en junio de 1956, y exaltaba especialmente la figura del general Juan J. Valle, se extendió al conjunto de las víctimas peronistas de persecución, cárcel y exilio, multiplicadas durante la década del 60.
Palabras clave: peronismo, rituales políticos, martirio, fusilamientos.
Abstract: This article addresses some key moments of the history of the “June martyrs” commemoration, during the years of proscription of the Peronism . As a first step, it analyzes the circumstances of the first reports against the executions in 1956 and the tribute to the victims in its first anniversary. It states that the “June martyrs” homage helped in building a Peronist martyrology, which was also made up of Eva Perón’s memory and of the tributes to other Peronists martyrs. This martyrology became a typical characteristic of the commemorative Peronist calendar, thus it coloured with tragic and vengeful tones the Peronists’ image of themselves. In order to arrive to an understanding of this, the article explains that a “democratization” of martyrdom took place during the period under analysis. Throughout this process, an homage which originally dealt with military executed in June 1956, but specially focused on the figure of general Juan J. Valle, turned into a tribute to the increasing number of Peronist victims of persecution, prison and exile, as a whole.
Keywords: peronism, political rituals, martyrdom, executions.
Introducción
Los fusilamientos de militares y civiles dispuestos por la Revolución Libertadora tras la frustrada sublevación del 9 de junio de 1956, aparecen a la mirada retrospectiva con una significación diferente de la que tuvieron en su preciso tiempo.2 Pues en la consideración de la matanza como acontecimiento histórico, en la valoración de su impacto en el mediano plazo, es difícil disociar el evento en sí mismo, del suceso político-periodístico que significó su investigación, denuncia, y la convocatoria a homenajes por los muertos, realizadas por un puñado de medios opositores al régimen de facto a lo largo de 1957, y de ahí en más. La reconstrucción de esa intervención política desde la prensa opositora al gobierno de facto, es el primer objetivo de este artículo, el cual se desarrolla en su primer apartado. Desde entonces, la conmemoración de los “fusilados” o de “los mártires de junio” –como se los conocerá en los años posteriores–, se integró al calendario ritual de los y las peronistas, componiendo una pieza clave en la elaboración de un martirologio propio, simbólicamente productiva a la hora de reinventar la identidad beligerante y lacerada del peronismo en el nuevo contexto. La interpretación de los sentidos implicados en esta peronización del homenaje, responde al segundo propósito de este escrito, y se despliega en el segundo apartado.
La evocación de los diferentes “mártires” del peronismo (del General Valle a Eva Perón),3 devino un rasgo característico del conjunto de las conmemoraciones rituales posteriores a 1955, las cuales más allá de particularidades y formatos específicos, adquirieron un tono general de vindicación y protesta. El artículo recorre, entonces, algunos momentos de la historia de la conmemoración de los fusilados en la década larga que va desde la denuncia, investigación y primeros homenajes de 1957, hasta su reivindicación por las organizaciones armadas y sectores del peronismo revolucionario de fines de los años sesentas y comienzos de los setentas. Lo narrado aquí es parte de una investigación más amplia acerca de los rituales conmemorativos y homenajes peronistas durante la época de la proscripción. Desde esta perspectiva, se consideran las prácticas de conmemoración en torno a fechas significativas del calendario ritual peronista, como claves para comprender continuidades y rupturas de esa cultura política, en las décadas que siguieron a su exclusión del gobierno de la Argentina.4
El corpus de fuentes incluye notas y documentos sobre el tema aparecidos originalmente en los semanarios Mayoría, Resistencia Popular, Palabra Argentina, Línea Dura, Compañero, preservados la mayor parte en la hemeroteca del Centro de Documentación de la Cultura de Izquierdas en Argentina; registros de la prensa masiva, algunos de los cuales fueron recogidos de los archivos de redacción de la revista Qué sucedió en siete días, y del diario Crónica, preservados en el Departamento de Archivos y colecciones particulares de la Biblioteca Nacional; y por último, algunos documentos éditos de organizaciones armadas peronistas.
La construcción del acontecimiento. Periodistas y emprendedores de memoria
Los aprestos para la contienda electoral del 28 de julio de 1957, en la que se elegirían representantes a la Convención reformadora de la Constitución Nacional (significando un primer test para el gobierno de facto), trajeron consigo cierta relajación de la censura y la proliferación de voces opositoras en la prensa. De éstas, las que expresaron en mayor o menor medida su simpatía por el peronismo, como Palabra Argentina, Rebeldía, El Hombre y Norte, con su irregular circulación y su convocatoria a votar en blanco, se sumaron a un espacio opositor a la Revolución Libertadora, que a partir de la represión a la insurrección cívico-militar del 9 de junio de 1956, había tenido sus expresiones en publicaciones no peronistas como la revista Qué sucedió en 7 días, el periódico Resistencia Popular (ambos a favor de la candidatura presidencial de Arturo Frondizi), Azul y Blanco, nacionalista católico, y otros semanarios nacionalistas como Revolución Nacional, Mayoría y Bandera Popular, todos críticas de la orientación económica y política seguida por el régimen de Pedro Aramburu e Isaac Rojas.5
La reconfiguración del arco opositor acelerada durante los meses previos a los comicios de julio, halló un acicate en la publicación en el semanario Resistencia Popular, durante el mes de mayo de 1957, de cuatro de las cartas escritas por el General Juan J. Valle, antes de su fusilamiento el 12 de junio de 1956. A ello se sumó el llamado del periódico nacionalista Palabra Argentina a un homenaje a quienes pronto se conocerían como los “mártires de junio”. Contemporáneamente, Rodolfo Walsh publicaba su investigación sobre los fusilamientos de civiles en José León Suárez, provincia de Buenos Aires, en la revista Mayoría, de los hermanos Bruno y Tulio Jacovella. Poco después esas notas se editarían en forma de libro bajo el mismo título de Operación masacre.6
Resulta significativo que la denuncia periodística acerca de los fusilamientos, así como la organización del acto en memoria de los fusilados, estuviera protagonizada por tres figuras no pertenecientes a las filas del peronismo: el radical Raúl Damonte Taborda, desde su periódico Resistencia Popular; el periodista y escritor de policiales, Rodolfo Walsh, con su investigación por entregas publicada en las revistas nacionalistas Revolución Nacional y Mayoría (y luego, en la editorial Sigla de Marcelo Sánchez Sorondo); y por último, el periodista nacionalista Alejandro Olmos, con su semanario Palabra Argentina, el cual a partir de entonces sería identificado hasta cierto punto como un periódico peronista.7
Desde tribunas periodísticas propias o bien, hospitalarias a sus pesquisas, estos singulares periodistas ampliaron con su labor y emprendimientos, el conocimiento, la indignación y el recogimiento político por lo sucedido en junio de 1956, más allá del círculo de los familiares y deudos afectados. Contribuyeron de ese modo a fortalecer la condena opositora a la represión sangrienta en que había incurrido el gobierno militar. Apenas un año atrás, la Revolución Libertadora había obtenido un significativo aunque a la larga, efímero rédito político con los fusilamientos, suscitando la solidaridad de la mayoría de los partidos políticos y la movilización espontánea de una multitud antiperonista en Capital Federal, que vivó a Aramburu en Plaza de Mayo al grito de “¡Ley Marcial!”, tal como reconstruyó Spinelli (2005, p. 80 y ss., 2004).
Fue en el semanario del ex diputado Damonte Taborda, donde se dieron a publicidad cuatro cartas escritas por el general Valle, poco antes de enfrentar la muerte en la Penitenciaría Nacional de Las Heras. Su editor no erró demasiado en la intención profética al titular “Cartas para la historia”, la edición en la que se publicaron. Ya desde el número anterior, Resistencia Popular interpelaba al gobierno acerca del tema: ¿cuántos habían sido los fusilados “en los días trágicos de junio”?8 En la presentación de las cartas dirigidas a la esposa y a la hija, y al presidente de facto Aramburu, el perfil heroico del general Valle, y de “mártir”, se delineaba sobre el antecedente de Manuel Dorrego. Aquella “figura sin estridencias”, decía el periódico al presentarla, “no imagina que, de un golpe, está entrando en la Historia”. Si bien Resistencia Popular alegaba una misión informativa –y no política–, para justificar la publicación de las cartas, no se privaba de expresar la expectativa de que “nuestra juventud” leyera “con amor” esas misivas, y pudiera “incitar al gobierno y al pueblo” a abandonar “las cóleras horrendas”. Y advertía:
Quizás ésta sea nuestra última oportunidad para que la sangre no siga engendrando a la sangre, y con la publicación de las cartas de Valle –estremecidos todos por la nobleza y valentía varonil de los sacrificados– podamos cerrar el período negro del odio, entre argentinos, militares y civiles.9
El parangón con Manuel Dorrego cuyo crimen Resistencia Popular consideraba la “causa inmediata de la larga tragedia de nuestra vida política y social” –una cita de la Vida de Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez–, fue retomado por Palabra Argentina, tanto como la exaltación de Valle a la categoría de “mártir”. La apelación a esta figura de la cultura occidental venía insinuada, de hecho, en la letra de las propias cartas de Valle publicadas: se insinuaba en la conocida imploración de la carta a Aramburu (“Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos”, que el periódico de Damonte Taborda recortó para titular sus páginas centrales); y en los primeros párrafos de la más breve carta a su esposa:
Con más sangre se ahogan los gritos de libertad. He sacrificado toda mi vida para el país y el ejército, y hoy la cierran con una alevosa injusticia.
Sé serena y fuerte. Dios te ayudará y yo desde el más allá seguiré velando por ustedes. No te avergüences nunca de la muerte de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de mi Patria.10
Como demostró Sandra Gayol (2020) a propósito de Eva Perón, la automodelación es parte de la construcción social y política del martirio. Se comprende, por tanto, que en el perfil de Valle trazado por el periódico que publicó en primicia sus cartas, y también en la propia huella dejada en estas por el militar, se recurra al híbrido entre dos figuras del sacrificio, la del héroe y la del mártir, característico del culto a los caídos de las naciones modernas, incluida la Argentina.11 Retratado como mártir de la Patria, Valle era elevado a un sitial propio en el panteón de héroes nacionales; su muerte voluntaria en pro de una causa noble, comprometía a las futuras generaciones, a la reconciliación que dejara atrás las luchas fratricidas entre argentinos.12
No casualmente, por esos mismos días, el semanario de Damonte Taborda reprodujo la nota que un año atrás había informado acerca del pedido de clemencia de Frondizi ante las autoridades de la Revolución Libertadora. Tal pedido era en 1957 interpretado como parte de la tradición de “magnanimidad” del radicalismo de Yrigoyen, al que se consideraba “expresión del pueblo argentino (…) cansado de las violencias comenzadas con el fusilamiento de Liniers (…) y solamente terminada con la pacificación que trajeron los partidos civiles”.13 Al oponerse a la política económica y social del régimen cívico-militar, al exigir la libertad de presos políticos y gremiales, la publicación que fogoneaba la candidatura presidencial de Arturo Frondizi por la Unión Cívica Radical Intransigente (en adelante, UCRI) hablaba en nombre de los radicales que, desde 1930 en adelante, habían sufrido “en carne propia la enorme afrenta y vergüenza de ser tratados como parias en la propia Patria”.14 El destinatario del mensaje no eran sino los peronistas: su experiencia de persecución y proscripción –parecía sugerir la hoja de Damonte Taborda– reeditaba una historia por la que ya había pasado el radicalismo en tiempos anteriores.
Casi contemporáneamente a la publicación de las cartas de Valle, Palabra Argentina organizó una “Marcha del Silencio” en homenaje a los fusilados. El periódico que organizaba la manifestación reconoció en las difusión de tales cartas, la “virtud de provocar parejo estremecimiento colectivo”.15 Su real impacto, sin embargo, todavía en 1964 era circunscripto por Salvador Ferla (1983) al “campo limitado que le brindan semanarios políticos de reducida circulación y sin que la prensa comercial se dé por enterada” (p. 208), por lo que se lamentaba de la ausencia de una “conciencia nacional del crimen del 9 de junio” (p. 201).
La convocatoria del semanario de Olmos a un acto “por los muertos”, para el mes de junio, reiteró insistentemente que no se trataba de una “manifestación partidaria”, sino destinada a reunir a todos a quienes, sin compartir la misma posición política, “les duela en el alma la sangre de argentinos derramada”. La “marcha cívica” fue convocada a Plaza San Martín de la ciudad de Buenos Aires, para depositar ofrendas florales al pie del monumento “de Aquél –decía la nota de convocatoria– que nunca desenvainó su espada para derramar sangre de hermanos”. Se preveía que un sacerdote diera un responso por la paz y la concordia en la patria. Así, la invitación era a comulgar en el terreno sagrado de la pertenencia a la Nación, a través del tributo al máximo prócer de su historia.16
El llamado a este acto de homenaje constituyó la ocasión para Palabra Argentina, de exaltar a Valle como héroe y mártir, y por extensión, para referirse a los fusilados como los “mártires de junio”. “Desde hacía rato nuestro pueblo estaba necesitado de ejemplos heroicos”, arrancaba la nota de apoteosis de Valle. “Junio de 1956 fue una esplendorosa floración de heroísmos”, continuaba. Lealtad, magnanimidad, señorío, eran las virtudes que los militares sublevados frente a la Revolución Libertadora, muertos en honor a esa causa, devolvían a una sociedad a punto del “encanallamiento colectivo”.
Nadie hubiera creído posible que un coetáneo nuestro, en plazo tan perentorio, pudiera ascender al retablo de nuestros héroes a compartir el homenaje de veneración del pueblo a la par de San Martín y de Belgrano (…) Valle se entregó libremente, premeditadamente, corajudamente (…) La autodeterminación de su entrega al enemigo constituye la primera y fundamental premisa en su proceso relámpago de canonización civil.17
La crónica de las dramáticas, últimas horas del general a punto de ser fusilado, narró los detalles de su entrega voluntaria, determinación que en la reconstrucción del semanario lo cubría de “gloria en presencia misma del victimario”, es decir, sin necesidad de que Aramburu cayera del gobierno. Junto a este panegírico del jefe de la insurrección militar, el testimonio de “Susanita Valle” (la hija del general Valle), ilustrado por una foto que la mostraba sonriente (“Cuando el crimen ‘legalizado’ no había tronchado su hogar”), desgranaba un conmovedor relato de sus intentos por salvar a su padre, y del último diálogo con él.18
A pesar de la interpelación a las emociones de los lectores, el tono dominante del retrato del mártir era por demás solemne, tallado en el molde marmóreo de los próceres de la patria. Sobresalen allí los rasgos tipificados en la tradición clásica de la muerte heroica, donde la celebración de la gloria del héroe muerto en combate queda a cargo de las siguientes generaciones, y en la que el individuo conmemorado posee virtudes que lo distinguen de la mayoría. Tales tópicos, sin embargo, se hallan en el retrato de Valle fusionados con la figura del martirio de tradición cristiana, en la cual quien se inmola lo hace por la verdad de una causa.19
El acto de homenaje convocado para el 8 de junio, finalmente, no fue autorizado, aunque hay indicios de que la manifestación tuvo una concurrencia significativa. Olmos estuvo preso por la convocatoria, y una edición de Palabra Argentina fue secuestrada.20 El periódico Resistencia Popular difundió, a su turno, la convocatoria a un acto por la misma fecha que era parte de la campaña por Frondizi presidente, en plaza Once. Postergado por una prohibición policial, varios miles de personas habrían alcanzado de todos modos a reunirse. Contra “la política del hambre y la constituyente trampa”; o “contra el revanchismo y los fusilamientos”, se habían convocado estas movilizaciones. En el acto, finalmente hablaron José M. Aponte, Arturo Zanichelli y Raúl Damonte Taborda.21 En el campo frondicista, la revista Qué de Rogelio Frigerio se sumó a la reivindicación de la figura de Valle y del levantamiento de junio del 56, al cumplirse un año de los fusilamientos (Ferla, 1983, p. 210).
Para una generación de nóveles peronistas de aquel tiempo, estos emprendimientos periodísticos y de memoria en torno a los fusilados, ensancharon las oportunidades de comprometerse políticamente, de nuclearse y manifestarse en pos de una causa, en coincidencia con la reactivación política fruto del llamado a elecciones.22 En la memoria de una joven activista de entonces, por ejemplo, fue durante el primer aniversario de los fusilamientos de junio, en un acto en la Penitenciaría de la Av. Las Heras, en Capital, donde conoció a Susana Valle y reencontró a ex compañeros de colegio con los que empezaría agruparse políticamente (Mabel Di Leo, como se citó en Anzorena, 1989, p. 47). La importancia de esta conmemoración (y de otras) está presente en otros registros testimoniales, como el de un militante de la Juventud Peronista de La Plata:
Nuestras actividades mayores eran organizarnos para el 17 de octubre, el 1° de mayo, el 26 de julio y el 9 de junio que había que ir al cementerio para hacer el gran despelote por los muchachos que habían sido masacrados en León Suárez, en el 7 de Infantería, en la penitenciaría de la calle Las Heras (Carlos Villagra, como se citó en Anzorena, 1989, p. 62).
Otros peronistas jóvenes en esa época han recordado que fue en las “Marchas del Silencio” y en la tarea de difusión de Palabra Argentina, donde conocieron pares con los que se reconocerían políticamente, mientras que hasta entonces se habían movilizado en la pequeña escala de la familia, el barrio o la afinidad personal (Jorge Rulli. como se citó en Monzón, 2006, p. 552; Envar El Kadri, como se citó en Cersósimo, 2008, p. 28). Además de las “marchas”, movilizaciones o actos “cívicos”, estos recuerdos suelen registrar otro formato de conmemoración, recurrente por aquellos años: las misas. Sin dudas, fueron las ofrendadas en memoria de Eva Perón las más regularmente convocadas y, probablemente, las más concurridas, a la luz de distintos documentos de la época (Ehrlich, 2015; Gorza, 2016). De conjunto, ambas conmemoraciones (por Eva Perón y por los fusilados) aportaron el tono infausto y doliente al calendario ritual peronista. Y fue desde el mismo semanario de Raúl Damonte Taborda, desde donde se denunció públicamente el robo del cadáver de Eva Perón, cuyo reclamo integraría, desde entonces, la conmemoración de cada aniversario de su muerte.
A la larga, la evocación de los “mártires de junio” y la de la figura de Eva Perón, consideradas de conjunto, resultarían productivas simbólicamente a la hora de recrear la identidad del peronismo en un sentido beligerante, en lucha contra su exclusión del sistema político. Ambas conmemoraciones cimentaron la construcción de un martirologio peronista en la década larga que siguió al 55, al que se fueron incorporando nuevas víctimas de la represión policial o militar, y en lo que constituyó un signo de cierto recambio generacional en las filas partidarias. Mediante análogos rituales conmemorativos como la misa de difuntos y las “marchas del silencio”, o a través de la invocación de la noción del martirio, los y las peronistas homenajearon año tras año a sus muertos, a la ex primera dama y a quienes murieron fusilados bajo las balas de la “Revolución Libertadora”, mientras que nuevas víctimas de persecución, cárcel y exilio, se sumaron a la cadena de rememoraciones y vindicación. La violencia represiva desatada sobre activistas peronistas durante los intentos de manifestarse públicamente en esos años, fungió de material de elaboración de una narrativa martirológica que fue actualizada cada vez que se evocó a los diferentes “mártires del peronismo”, en una enumeración que incluía al General Valle y a Eva Perón, pero también a Felipe Vallese, Máximo Neumann y los que se sumarían en la segunda mitad de la década del 60.
La democratización del martirio
Al cumplirse el segundo aniversario de los fusilamientos, había transcurrido un mes de la asunción de Arturo Frondizi como nuevo presidente de la Argentina. El peronismo en su conjunto se encontraba a la expectativa de recuperar la legalidad, y de medidas que revirtieran las inhabilitaciones y confinamientos de dirigentes y militantes. Frondizi había resultado electo para la primera magistratura del país con el concurso del voto peronista, tras un pacto alcanzado con Juan Perón. En esta coyuntura, el organismo que intentaba regir la vida partidaria de este conglomerado político, pautó como acto central de homenaje a los “mártires de junio”, una discreta misa en la Iglesia Cristo Rey de Lanús Este.23 La convocatoria a los actos conmemorativos prescribía con detalle que “en todo el país, aun en los lugares más apartados (…) el pueblo tomará la iniciativa en la realización de este homenaje que rinde el peronismo: hará celebrar misas recordatorias y depositará ofrendas florales”.24
Junto a las prescripciones para el desarrollo de los homenajes, se sumó la difusión de una misiva del Comando Superior del peronismo, que instaba a estar prevenidos
contra los grupos provocadores infiltrados, que no vacilan en utilizar la fecha del 9 de junio para llevar adelante tentativas de divisionismo. Los peronistas deben desoír toda incitación al desorden y ajustarse a las consignas que emanen del Comando Táctico Nacional.25
Con tales directivas probablemente se pretendía desautorizar la “marcha del silencio” que organizaba en paralelo Alejandro Olmos, el director de Palabra Argentina, quien un año atrás había levantado la causa de los fusilados impulsando una manifestación similar. La ortodoxia peronista consideraba que la marcha de Olmos configuraba una provocación al flamante gobierno.26 Así las cosas, la misa de Lanús alcanzó una concurrencia importante, y luego del oficio religioso, se transmitió un mensaje de Perón por los caídos el 9 de junio (concitando su voz “la emoción inenarrable” de los presentes), a lo que siguió el canto de la “Marcha Peronista”, y de “Evita Capitana”.27
Esta exaltación de los “mártires de junio” oficializó, en primer lugar, la incorporación a la tradición partidaria de una nueva “fecha trágica y gloriosa” –como la llamó Perón–, quedando consagrado el carácter peronista de la causa por la que habían muerto quienes, hasta poco tiempo antes, no habían sido merecedores de la bendición del líder.28 Por otro lado, en el texto que Perón firmó conjuntamente con Cooke, se hacía notar que no eran los fusilados tras el levantamiento de Valle y Tanco los únicos mártires del peronismo: no era la suya “la única sangre peronista derramada por la Patria”. “Otras fechas, igualmente cruentas –proseguían Perón y Cooke–, jalonan la marcha de nuestra insobornable defensa de la soberanía y de la justicia social (…) Hemos dejado la Historia sembrada de mártires que sucumbieron ante el odio homicida de la oligarquía”.29 De ahí que –abundaba el argumento–, si el “General Valle y los héroes que con él cayeron”, jamás serían olvidados, no lo serían tampoco “ninguno de los que hallaron la muerte o sufrieron cárceles, exilios y torturas defendiendo los ideales reivindicadores del Peronismo”.30
Al contrario del homenaje de un año atrás, centrado en la memoria de los oficiales sublevados contra la Revolución Libertadora y, especialmente, en la glorificación del Gral. Valle y las virtudes propias de su estatus heroico, el liderazgo peronista reivindicaba como propios a estos muertos, pero agregaba que la gloria no debía limitarse a los militares insurrectos: correspondía en cambio distribuirla entre todos los caídos y perseguidos del peronismo, recientemente multiplicados. En otras palabras, se trataba de democratizar el martirio. Desarrollando esta línea, el semanario que se editaba entonces como “Órgano del movimiento”, cuando tuvo que informar sobre los numerosos homenajes por los fusilados a oficiarse en iglesias y cementerios del país, eligió titular su tapa en relación con los bombardeos de plaza de Mayo del 16 de junio de 1955: “Bautismo de sangre peronista”, definió.31
Si se presta atención a la gráfica de esta edición de Línea Dura, se puede advertir que, entre el contenido de los titulares y la imagen en fondo de agua de tapa, la diagramación produce un solapamiento, una cierta ambivalencia o yuxtaposición entre el referente de los “mártires de junio” (del año 1956) y el “bautismo de sangre peronista” del 16 de junio (del año 1955), durante los bombardeos que fueron la antesala del golpe que derrocaría a Perón, tres meses después. En relación con la imagen en fondo de agua –una silueta masculina al momento de caer acribillada–, si bien parece evocar la figura de un fusilado, para que tal asociación sea incontestable, falta la imagen del fusilador, presente en la tradición de representación iniciada con la obra de Goya, y que por contraste, sí está en los dibujos inspirados en el artista español que ilustraron las ediciones de Resistencia Popular.32 El dibujo de Línea Dura podría remitir por el contrario a la figura de un hombre asesinado por balas o esquirlas anónimas, como en un bombardeo, o como el miliciano de la guerra civil española que inmortalizó la fotografía atribuida a Robert Capa. La nota que desarrolla el contenido de los titulares provee, de hecho, una sucinta cronología del día de la “sorpresiva y pavorosa agresión al pueblo de Buenos Aires”, cuyo saldo fueron centenares de víctimas.33 Cuatro fotografías de los ataques y destrozos en la zona de Plaza de Mayo, en junio del ‘55, comparten por lo demás la doble página central del periódico con fotos que documentan las misas y ofrendas a los “mártires de junio”, en las Iglesias y cementerios de la ciudad y provincia de Buenos Aires, durante junio de 1958.34
La gráfica de la edición habilita, por tanto, la confusión entre los dos junios (de 1955 y 1956) y, de esa manera, los homenajes a los “mártires de junio” –originalmente ofrendados a las víctimas de los fusilamientos– se hacían extensivos al conjunto de los peronistas fallecidos, o víctimas de torturas, cárceles y exilios, desde junio de 1955 en adelante. “Mártires” resultaban, en suma, todos ellos. En sentido inverso al imaginario elitista e individualista del heroísmo militar o de las culturas milicianas, el discurso martirológico peronista exaltó a sus héroes anónimos, a las víctimas de la persecución más generalizada y difusa que sufrió el conjunto de los y las peronistas, en los años de la proscripción de su partido.
Toda narración de la historia implica una valoración de los acontecimientos en el marco de una secuencia temporal. Es en ésta, en la interrelación de un acontecimiento con otro, donde se produce el sentido, el cual no viene dado de antemano ni está adherido al acontecimiento (Portelli, 1997). A fines de la década de 1950, el 16 de junio era una fecha disputada por el antiperonismo, que en 1958 ofreció al pie del monumento a San Martín, su propio homenaje para conmemorar los tres años de la primera estocada contra el gobierno de Juan Perón. Este carácter problemático de la fecha del 16 de junio, en la medida en que resultaba un símbolo de la inminente victoria de la “Revolución Libertadora”, puede haber inhibido en esos años su consagración en el calendario conmemorativo peronista. Ciertamente, el recuerdo del bombardeo de Casa de Gobierno y de la masacre de centenares de civiles ponía en evidencia el carácter asesino de los golpistas, pero también llamaba la atención sobre la debilidad y falibilidad políticas del gobierno de Perón en los meses previos a su caída. El homenaje a los “mártires de junio” se consolidó a la larga en asociación al 9 de junio, en conmemoración de los militares y civiles fusilados tras la insurrección fallida contra Aramburu y Rojas. La fecha, junto a la autopercepción de los peronistas como víctimas de represión y persecución, simbolizó una actitud de rebeldía frente al statu quo imperante, significado que se hacía presente cuando se recordaba a quienes arriesgaron sus vidas al levantarse ante el régimen de facto.
Sin dudas, contribuyó también a la persistencia de esta fecha la resonancia de la investigación de Rodolfo Walsh sobre los fusilamientos de José León Suárez, publicada originalmente en la prensa nacionalista, y editada luego como libro en el mismo año de 1957 (Walsh, 1996, p. 249). Y aquí es interesante notar que, al contrario del propósito declarado por el autor, cuya intención fue investigar y denunciarlos fusilamientos de civiles “por separado” de los de los militares comprometidos en la sublevación (para mejor revelar el carácter criminal de los autores intelectuales y materiales de la matanza) (Walsh, 1996, p. 231), la distinción hasta cierto punto quedó diluida, en la medida en que la conmemoración de los “mártires de junio” se peronizó.35 El apellido del General Valle llegó a convertirse, con el correr de los años, en “símbolo de definiciones y de liberación”, para peronistas identificados con el nacionalismo revolucionario.36 Su figura fue reivindicada como la del “general revolucionario”, frente a posiciones consideradas reaccionarias.37 En sintonía con esta relectura de mediados de los años sesenta, los estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA al realizar su homenaje a los “mártires de junio”, lo hicieron en el mismo acto en que homenajeaban a los guerrilleros de Salta y a Felipe Vallese.38
Esa tendencia a releer en clave peronista y revolucionaria la insurrección militar fallida de 1956, coexistió con la vigencia de los actos conmemorativos organizados por la “Comisión popular permanente de homenaje a los héroes y mártires del 9 de junio”. En el acto que ésta preparó en el Cementerio de la Chacarita, en junio de 1964, sus oradores fueron Salvador Ferla y un militar, el capitán Arrechea. Luego, en una misa vespertina en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Belgrano, participaron militares, legisladores y dirigentes del peronismo y del neoperonismo (además de algunos de los hijos de los militares fusilados).39 La prensa que informó sobre estos actos de homenaje eligió recoger, sin embargo, los dichos de Andrés Framini y de Delia Parodi en sendos mitines en sede sindical y proselitista. En presencia de Susana Valle, Framini instó a la unión entre pueblo y ejército. Parodi, por su parte, entregó la ficha de afiliación de Juan Perón al Partido Justicialista: era el símbolo del deseo del líder peronista –dijo Parodi– de regresar pacíficamente a la Argentina.40
Para ese entonces, la conmemoración de los sucesos de junio de 1956 se vio reactivada con la segunda edición del libro de Walsh, y la publicación de Mártires y verdugos, de Salvador Ferla (1983 [1964]).41 La invocación de la noción de “mártires”, y su extensión difusa al conjunto del movimiento peronista, se hacía presente en cada acto público en que los y las peronistas tenían ocasión de representarse a sí mismos, y a su lugar en la sociedad argentina. El propio Perón, en un mensaje transmitido durante el masivo acto del 17 de octubre de 1964 en Plaza Once, Capital Federal, al final del ritual “minuto de silencio” en memoria de Eva Perón, y del encendido de antorchas a las 20.25 hs., puso su propia figura bajo la mencionada estela martirológica: “aún me queda la vida misma para ofrecerla al pueblo si es necesario”. Acababa de evocar a Eva Perón y a “los mártires del peronismo”, tras expresar su “decisión inquebrantable” de retornar ese año a Argentina.42
Conclusiones
A mediados de la década del 60, el homenaje que había despuntado en 1957 con las denuncias periodísticas de dos extranjeros al peronismo, Rodolfo Walsh y Raúl Damonte Taborda, y con el emprendimiento de memoria de Alejandro Olmos, resultó integrado al calendario ritual y al repertorio político peronistas en tal medida, y fue resignificado hasta tal punto, que tiñó de un halo trágico y heroico a la vez, la autorrepresentación que los partidarios de Perón se hicieron de sí mismos, en esos años. Dos cuestiones quedan, así, planteadas a partir de lo analizado hasta aquí.
Por un lado, el desarrollo durante el período estudiado, de un proceso que se podría llamar de “democratización” del martirio, por el cual el homenaje inicialmente destinado a las víctimas militares de los fusilamientos de junio del 56, y centrado en la figura heroica y de mártir del general Juan J. Valle, se extendió al conjunto de los caídos y perseguidos del peronismo, desde las víctimas de los bombardeos de junio del ‘55, en adelante. Si el liderazgo peronista aceptó incorporar a su panteón a los muertos en la represión del levantamiento frustrado, encabezados por los generales Valle y Tanco, en esa misma incorporación quedó resignificada la figura del martirio (respecto de su forma acuñada en los primeros homenajes), siendo extendida al conjunto de las víctimas de persecución, cárcel y exilio, multiplicadas durante la década del 60.
Por otro lado, la consolidación y peronización del homenaje a los “mártires de junio” transformaron la totalidad de la constelación conmemorativa del peronismo fuera del poder. En una creciente amalgama de sentidos y sentimientos, el recuerdo de los “mártires de junio”, junto a la omnipresente evocación de Eva Perón y, luego, la incorporación de otros muertos o perseguidos peronistas al recuerdo ritual en sus concentraciones públicas, dotaron a esa identidad de una faz martirológica y vindicativa que permeó el carácter de protesta de las manifestaciones. Cada una de las fechas rituales de este calendario conmemorativo, con sus repertorios específicos, e incluida su fecha central del 17 de octubre que no conmemoraba ninguna tragedia, integró la evocación de diferentes “mártires” (del General Valle a Eva Perón), configurándose como uno de los rasgos salientes de la cultura política peronista durante la década posterior a 1955.
La historia que siguió en su precipitado curso de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta argentinos, puso en evidencia, en primer lugar, la productividad simbólica de la memoria de los fusilamientos de junio, al quedar asociada a la consumación de un hito clave de la historia reciente, como lo fue el secuestro y asesinato de Pedro Aramburu, a manos del “Comando Juan José Valle” de Montoneros. El “fusilado 28”, tal como lo denominó Ferla, en el epílogo de 1972 a la tercera edición de su obra (1983, p. 301). En segundo lugar, el decurso histórico-político argentino de esos años vio consolidarse la extensión del sentido martirológico en la representación de la experiencia de diferentes grupos del peronismo insurgente (Campos, 2007). Las proclamas con que se dieron a conocer organizaciones como las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Montoneros, reservaron un lugar clave a las matanzas de junio de 1955, y a los fusilamientos de junio de 1956, en la justificación de su accionar y advenimiento a la lucha política (Baschetti, 1988, pp. 297-299; 2004, pp. 49-53). En una de las expresiones emblemáticas del sindicalismo combativo de esos mismos años, la del programa del 1° de mayo de 1968 de la CGT de los Argentinos, se encuentra también la vocación de homenajear a los “mártires de la clase trabajadora”, asesinados o encarcelados (Baschetti, 1988, pp. 277-284). La continuidad entre aquellos y estos mártires; entre los civiles y militares masacrados en los dos junios de 1955 y 1956, y las/los militantes peronistas perseguidos, detenidos o caídos, fueran guerrilleros o no, a fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970, constituye uno de los hilos tramados en la tradición inventada de las organizaciones armadas peronistas de los años setenta, que con tanta potencia habitó, y habita la historia reciente.
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Notas