Artículos Libres
Recepción: 04 Mayo 2020
Aprobación: 07 Octubre 2020
Publicación: 05 Junio 2021
Resumen: El presente artículo se propone estudiar de qué modos aparecieron representadas las niñeces en La Nueva Era, un destacado y duradero periódico local norpatagónico en tiempos peronistas (1946-1955), cuando el lema de los niños como los “únicos privilegiados” tenía plena vigencia. El escenario es la comarca Viedma-Carmen de Patagones (Río Negro-Buenos Aires), donde una capital territoriana y una ciudad confinante se funden en similitudes y particularidades. El análisis permite comprender que la atención se estructuraba con un centro y varios bordes que organizaban sentidos sobre las vidas infantiles de la comarca —y más allá también—, modélicas o marginales. A partir de estas caracterizaciones se abre un camino para reflexionar sobre las circunstancias que rodeaban aquellas vidas infantiles en espacios alejados de la capital federal, e incluso, de las grandes ciudades de la región, desde una perspectiva histórica descentrada.
Palabras clave: niñez, prensa, Peronismo, Patagonia, Argentina.
Abstract: This article aims to study the ways childhood were represented in La Nueva Era, a prominent and durable local newspaper of North Patagonia region during Peronism (1946-1955), when the motto of children as the "only privileged" was in full force. The scenario is Viedma-Carmen de Patagones (Río Negro-Buenos Aires), where a capital of province and a bordering city collide in their similarities and particularities. The analysis allows us to understand that the attention to these subjects was structured from a center, surrounded by various borders, that organized meanings on children's lives —as exemplary or marginal— in the region and beyond. Finally, based on these characterizations, a path is opened to reflect —from an off-center historical perspective— on the circumstances that surrounded those infantile lives embedded in spaces far from the Federal Capital, or other great cities of the region.
Keywords: childhood, press, Peronism, Patagonia, Argentina.
Introducción1
En el corazón del peronismo (1946-1955) la niñez se presentó en términos de particulares beneficios. Sin dudas porque estaba en el centro de una familia que se procuraba apuntalar como bastión retórico y práctico, a través de diversas medidas y discursos. Pero también porque se beneficiaba de medidas económicas e intervenciones en salud, vivienda y educación que mejoraban las condiciones de sus entornos familiares, donde cada vez se destinaba menos recursos a la cobertura de necesidades básicas.
En esa “democratización del bienestar” las familias asalariadas se vieron especialmente favorecidas. Pero aquellas en condiciones más vulnerables fueron alcanzadas por un dinámico sistema público de asistencia a la pobreza a través de la Dirección Nacional de Asistencia Social (1948) y la eficaz Fundación “Eva Perón” (FEP, 1948), con su amplia cobertura territorial para el suministro de bienes, creación de centros recreativos, colonias de vacaciones u hogares de tránsito (Torre y Pastoriza, 2002; Carli, 1999). Así, en una Argentina que corroboró el interés por garantizar atención y asistencia a la madre y al niño en su reforma constitucional (1949), los más pequeños podían beneficiarse también de iniciativas específicas —como Campeonatos “Evita” (1948), Ciudad Infantil (1948), República de los Niños (1951)—, según sus condiciones y necesidades.
De modo que las niñeces urbanas de sectores medios, asalariados e incluso más humildes eran interpeladas en sus diferentes expresiones. Pero incluso aquellas de rasgos rurales aparecían indirectamente en propuestas que procuraban el mejoramiento de las condiciones de vida en el campo.2 Pero también durante la segunda presidencia se evidenciaron los límites de la propuesta mientras se profundizaban prácticas de politización infantil tendientes a la construcción de una ciudadanía acorde a la “Nueva Argentina” (Puiggrós y Carli, 1995), antes del quiebre institucional producido por un golpe cívico-militar (1955).
Sobre estos aspectos se realizaron importantes avances historiográficos, especialmente enfocados en el escenario nacional, pampeano o porteño, en sectores medios o populares urbanos.3 Sin embargo, algunas perspectivas “extracéntricas” sobre el peronismo señalan un creciente interés por integrar correlatos locales y provinciales en el marco de discursos y acciones sobre el mundo familiar e infantil (Rein, 2009). Consideramos, entonces, valioso profundizar en realidades infantiles que también compusieron el lienzo epocal, especialmente con relación a niñeces alejadas de espacios centrales, en pequeños parajes y pueblos o escenarios rurales.
El presente artículo se propone, desde una perspectiva descentrada, prestar atención a niñeces alejadas de las grandes concentraciones urbanas, en tanto sujetos históricos. En ese sentido, consideramos que la prensa local es un sugerente resquicio a través del cual indagar sobre estas cuestiones. No se trata de pensarla como un mero reflejo de la realidad,4 sino de encontrar en sus manifestaciones representaciones socialmente compartidas sobre la niñez con rasgos propios de sus contextos.5
El escenario elegido es la comarca Viedma (Río Negro)-Carmen de Patagones (Buenos Aires, en adelante Patagones).6 Es decir, un espacio donde una capital territoriana y una ciudad confinante se enlazan, mientras lo pampeano se transfunde en lo patagónico y viceversa. En una etapa, además, en que la ciudadanía plena de una provincia se confrontaba con los límites de una vida cívica restringida, hasta la incorporación de Río Negro como provincia (1955).
En ese contexto, se propone estudiar de qué modos aparecieron representadas las niñeces locales en La Nueva Era(LNE), una notable y duradera empresa en el marco de la prensa local norpatagónica, cuando el lema peronista de los niños como los “únicos privilegiados” tenía plena vigencia. El análisis de contenido se realizó con base en 409 números, que representa poco menos que el total publicado en el periodo.
A través de las páginas del periódico interesa reconstruir cuál fue el recorte que predominaba sobre el universo infantil, cómo se representaba a las niñeces y bajo qué circunstancias.7 Es decir, ¿cuáles eran las actitudes, valores y juicios frente a temas que involucraban a niños? ¿cuáles eran los ecos del mensaje peronista sobre el universo infantil, en un espacio austral y limítrofe?
Para lograr el objetivo se brindan notas esenciales sobre el escenario local y las características del periódico, para entonces desbrozar la presencia de las diversas niñeces en sus páginas. Como resultado se vislumbra que las referencias se presentan con un centro, pero también varios bordes, que organizan sentidos sobre las vidas infantiles (modélicas o marginales) de la comarca, y más allá también. Pero que, además, se replican condiciones y dinámicas propias de las comunidades. Se sugiere, así, un camino para reflexionar sobre las circunstancias que rodeaban aquellas vidas infantiles en espacios alejados de la capital federal, e incluso, de las grandes ciudades de la centralidad pampeana.
La Nueva Era en la comarca
Las ciudades de Viedma —capital del Territorio Nacional de Río Negro, durante la etapa estudiada— y Patagones —ciudad cabecera del partido más austral de la provincia de Buenos Aires— tienen la particularidad de estar enfrentadas. Separadas por el río Negro, límite y elemento identitario, sus condiciones entrelazadas contribuyeron a considerar sus particularidades en términos de una comarca, aunque con diferencias basadas en su pertenencia territoriana o provincial.
Es oportuno mencionar que desde 1884 el Estado incorporó espacios cuyo control era incompleto. Pero la situación de los “Territorios Nacionales”, en principio provisoria, se extendió impactando en divergencias organizativas, administrativas, legales y políticas al interior nacional. Los espacios territorianos carecían de autonomía funcional o presupuestaria, con habitantes sin plena ciudadanía política (Ruffini, 2005). Con estos rasgos los territorios patagónicos presentaron un poblamiento tardío con bajos índices de población, expansión de la actividad ovina y el propósito de robustecer la soberanía nacional. En las comunidades de frontera resultantes conformadas por familias inmigrantes, se experimentó una consolidación social a través del acceso a la tierra entre burguesías locales de rápido ascenso y corta trayectoria (Bona y Vilaboa, 2007).
En ese escenario, Viedma se presentó como sede de la Gobernación de la Patagonia, capital territoriana desde 1900, y unos años después, cabecera del partido de Adolfo Alsina. A inicios del siglo XX era considerada la ciudad “más culta de la Patagonia” argentina, pues concentraba profesionales, burocracia estatal y contactos con la capital nacional (Rey y Entraigas, 1984, p. 71). Entre 1914-1947, unas cuatro de cada diez personas en el departamento eran de extracción rural,8 sector compuesto por peones y puesteros, indígenas o inmigrantes chilenos (Mases, 2007). Pero esa concentración urbana, ratificada en años siguientes, no desmerecía la importancia de la actividad agropecuaria, pues Viedma era un centro de servicios de la actividad ganadera regional.
En la otra orilla del río Negro, Patagones, destacada por su actividad portuaria, presentaba notables contornos rurales donde primaba una de las más destacadas actividades ovinas a nivel provincial.9 En las primeras décadas del siglo XX, la mitad de la población departamental residía en un campo no carente de conflictos (Ruffini, 2000). En tiempos del peronismo la población maragata prácticamente se había duplicado y el campo seguía estando más habitado que el centro urbano, una situación que se mantendría incluso en los años sesenta.10
En el centro urbano de Patagones prosperaban emprendimientos de familias “tradicionales” y extranjeras de menor recorrido, con interés en la actividad ovina y participación en la vida social, entre las cuales los matrimonios garantizaban la permanencia en puestos de poder. Como en el caso rionegrino, la vida política local se consolidaba en apellidos emparentados, siguiendo rutas marcadas por la provincia y la nación, mediante facciones locales leales al gobernante de turno (Ruffini, 2000 y 2001) que desplegaban prácticas acomodaticias reflejadas en la prensa local.
Es interesante notar que durante el conservadorismo se había identificado la pervivencia de un pensamiento nacionalista y católico a través de organizaciones juveniles, sindicales y eclesiásticas, cuestiones que habrían funcionado como plataforma para la experiencia peronista a nivel local (Bohoslavsky, 2003). Pero el peronismo inauguró una politización que excedía instancias estatales y arraigaba en una ruptura comunitaria que integró sectores excluidos, articulando políticamente a aquellos de extracción urbana y rural, donde la irrupción peronista supuso nuevas formas de representación, participación y reclamos (Barros, 2009; Mases y Rafart, 2003). Se inauguraron procesos de movilización política, afiliaciones y creación de unidades básicas, con presencia de delegados nacionales (Bona y Vilaboa, 2007) en un contexto en que la provincialización de Río Negro respondió a una estrategia para consolidar rasgos nacionales en todo el territorio (Ruffini, 2005). Es posible pensar que en la comarca Viedma-Patagones el peronismo introdujo procesos análogos y que, en ese escenario, la prensa local recuperó sus facetas.
Los emprendimientos periodísticos que florecieron tempranamente en los márgenes del río Negro fueron múltiples, aunque muchos de corta vida. El caso de LNE es, en ese sentido, excepcional. Surgió en 1893 bajo la dirección de José Boix y Domingo Bagur, y, aunque en 1903 se anunció su fin, en sólo una semana reapareció con un título apenas alterado bajo la conducción de Mario Mateucci.
El periódico marcó una trayectoria tan extensa como zigzagueante. Se vinculó primero con el radicalismo, pero a comienzos del siglo XX se inclinó más por una postura liberal, antirreligiosa y masónica. Posteriormente, su equipo editorial se alineó con el conservadorismo, simpatía sostenida en tiempos radicales y a inicios de la década de 1940 (Rey y Entraigas, 1984; Varela, 2007). Más tarde, se convirtió también en portavoz del peronismo, aunque sus antecedentes y continuidad editorial permiten suponer que fue una reconversión acorde a las prácticas acomodadizas antes referidas.11 Es posible pensar que su adaptabilidad fue una de las razones de su pervivencia en las mesas familiares a ambos lados del río Negro, dos veces por semana, durante al menos dos generaciones.
Durante el periodo analizado, la empresa periodística interpelaba en sus páginas a públicos distintos, aunque no presentaba un aspecto cercenado. En ellas fluían notas entremezcladas bajo el supuesto tácito de que los lectores se sentirían aludidos sin mayores referencias. En un esquema poco rígido, los aspectos políticos recibían especial atención con notas provinciales y locales, gracias a la labor de corresponsales dispersos en un amplio territorio. Esto sugiere una amplia circulación en ámbitos urbanos como rurales más dispersos, aunque difícil de dimensionar (Varela, 2007).
Los contenidos de LNE daban cuenta de una amplia cobertura sobre cuestiones productivas como la actividad lanar, acompañadas de avisos de compañías y tiendas de insumos, anuncios sobre reuniones de productores agropecuarios, remates y ventas de campos, pedidos de peones para establecimientos lanares o extracción de sal. Pero si en sus primeras páginas se refería, sobre todo, a un público masculino abocado a actividades comerciales y productivas, luego el tono se modificaba.
Como era común en periódicos similares, en el meridiano de la publicación aparecían nacimientos, bautismos, enlaces, aniversarios, fallecimientos, anuncios de viajes o arribo de visitantes, junto con la programación cinematográfica del Teatro Argentino (Viedma) y Garibaldi (Patagones). La sección social, de hecho, era la única que se presentaba dividida con alusiones a cada localidad. Así, del mismo modo en que Viedma y Patagones estaban enfrentadas por un rio, el pliegue entre las páginas centrales distinguía la sociabilidad de comunidades cercanas, porosas y mutuamente influidas.
El periódico era una verdadera pizarra pública donde la comarca veía reflejados eventos con resonancia en sus vidas sociales. En esas páginas anunciaban almacenes, marcas de electrodomésticos y cámaras de fotos, bazar y menaje, mueblerías, zapaterías o tiendas —como “Galli” o “El Indio”— que ofrecían un impactante surtido de sedas, lanas, fajas, zapatos, medias de seda y productos Mary Stuart. O “todo lo necesario para ser una dama elegante”, pero también una madre virtuosa que aprendía corte y confección y compraba productos, como Lactolam, para sus niños.12 No resultaba casual la selección, ubicación y apelación específica a ciertos miembros familiares, dado que desde décadas previas las publicidades se distinguían por edades y géneros, mientras prevalecía el supuesto de que mujeres y niños accedían a la prensa cuando el padre regresaba al hogar, luego de una jornada de trabajo (Bontempo, 2014).
El tenor de LNE se edulcoraba notoriamente en “Susurros”, una sección de esporádica aparición. Con un lenguaje expresivo lleno de códigos internos, desfilaban rumores de noviazgo, miradas sugerentes en reuniones sociales, maridos con esposas celosas o jovencitas que no habían podido ser cortejadas por la constante vigilancia de un cuervo (o sea, el padre). Se trataba de un minucioso reporte de los comportamientos, donde el costo de verse expuesto era resultado de cierta visibilidad en la comunidad y se veía compensado por la posibilidad de examinar a otros.
En ese punto, tanto el tipo de anuncios como de novedades indicaba contenidos dirigidos a un público femenino supuestamente interesado en temas más frívolos, aunque más entretenidos, entre notas que desvelaban una infantilización —que no era extemporánea— sobre las mujeres de la comarca. Es sugerente que estos aspectos se profundizaran entre una población “minorizada” en cierto sector del público lector. Se perfilaban, entonces, lectoras que eran madres urbanas y de clase media, dedicadas a menesteres hogareños y, por ende, elementos decisivos del consumo familiar y cuidado afectivo, por ejemplo, a través del registro de recuerdos en álbumes fotográficos familiares. En ese contexto, aparecían pocas interpelaciones a mujeres rurales, con excepción de cursos de granja de la Asociación Femenina de Acción Rural del Museo Social Argentino.13
El periódico recuperaba más adelante su tono habitual y exhibía informaciones policiales, edictos judiciales, noticias sobre robos o hurtos de enseres o animales, accidentes o delitos más graves. El río Negro constituía un personaje trágico en la trama de esos eventos, escenario de abandonos, hallazgos macabros o muertes. Finalmente, en “Informaciones comerciales” se consignaban novedades del mercado de frutos Victoria de Bahía Blanca, el mercado central o de Avellaneda, además de anuncios clasificados y avisos dirigidos a un público masculino.
Estos rasgos se volvieron más escuetos conforme avanzaba la segunda presidencia peronista (1952-1955) a través de menos páginas, notas sociales insípidas y un mayor énfasis en el ámbito deportivo y religioso. Tal vez, incidía el control sobre insumos y la propia búsqueda de un abaratamiento de costos, en función de la insistencia a que los suscriptos regularizaran sus pagos. Se acrecentaban también las referencias sobre militancia peronista, con especial mención a la sección femenina y las actuaciones de la FEP. Más allá de lo anterior, en un contexto de alusiones generales a un público masculino e incluso femenino, pero en general adulto, se advertían también sugerentes párrafos relacionados al universo infantil.
Las niñeces de la “comarca feliz”
¿Cómo eran esas niñeces que pululaban en la comarca, pero también en la amplia zona de circulación de LNE?En los albores del peronismo, el departamento rionegrino de Adolfo Alsina tenía una población de 8.317 personas, de las cuales el 20% eran menores de nueve años. Se trataba de una proporción similar a la que se podía encontrar en otros partidos de la zona, aunque en el campo, donde las familias parecían ser más extensas, representaban una proporción mayor. En cambio, Patagones contaba con una población mayor (15.287 habitantes). En el ámbito urbano, los niños de hasta nueve años apenas representaban un 6%. Pero la población maragata por entonces era mayormente rural —65% del partido— y, en el campo, los pequeños triplicaban a sus pares urbanos (República Argentina, 1951, p. 84). Los datos censales no permiten mensurar más allá de esos límites etarios, aunque es de suponer que engrosarían aún más la representación infantil en el campo (República Argentina, 1951, p. 84)
Si además se considera la usual referencia en LNE a localidades de otros departamentos o partidos vecinos, se encuentra un universo infantil mucho más amplio y diverso, en especial en el campo. En el periódico se relevaban situaciones en espacios rionegrinos netamente rurales como El Cuy, Ñorquincó o Valcheta, donde seis de cada diez personas tenían menos de 19 años y, dentro de este grupo, la mayoría no alcanzaba la primera década de vida (República Argentina, 1951, pp. 570-571). En ese escenario, por caso, un 64,5% de los habitantes de Ñorquincó no sabía leer ni escribir, en especial las mujeres. Estos números incluían a la población más joven con un escaso nivel de escolarización, lo que se condecía con una temprana integración a ámbitos productivos. De modo que buena parte de las realidades infantiles a la que refería el periódico, incluso más allá de la comarca, se advertía rural y dispersa, con altos índices de analfabetismo y carencias propias de entornos aislados.
Todo parece indicar que el campo maragato también estaba poblado por niños con escolaridades interrumpidas. En ese sentido, el periódico ofrecía reflexiones basadas en el censo escolar de 1943 que se conectaban con la deserción escolar y el analfabetismo en la zona. Se afirmaba que las causas eran las distancias, la pobreza, la negligencia parental, el trabajo infantil, la falta de asiento y el cierre de establecimientos educativos. Además, incidían la coincidencia del calendario escolar con ciclos productivos y el estado de los caminos.
El mundo infantil que rodeaba a la empresa periodística se mostraba con rasgos heterogéneos, con mayor representación rural que urbana y, en el campo, con escolaridades cercenadas y condiciones de vida atravesadas por grandes limitaciones. Sin embargo, el periódico construía modos de representación que no parecían dar cuenta de muchos de esos rasgos. De hecho, en LNE las niñeces parecían estructurarse en torno de un centro y varios bordes que replicaban ciertas condiciones y dinámicas de la comarca, al tiempo que otras quedaban en sombras.
En casa, en la plaza o en la escuela
En el corazón de las referencias periodísticas se ubicaban aquellas niñeces que tenían una mayor visibilidad, cuyas circunstancias encastraban mejor con una representación generalizada sobre lo que era comedidamente infantil.
Esa niñez usualmente aparecía en actividades familiares o sociales, entre las cuales los cumpleaños festejados al calor del hogar eran notas destacadas en el periódico (Imagen 1). En verdad, desde comienzos de siglo, se acentuaba progresivamente el protagonismo infantil en ese tipo de celebraciones, rasgos que se irían profundizando con la influencia de variaciones en el orden familiar, de instituciones como la escuela, saberes expertos y el rol de la niñez en el ámbito del consumo (Bontempo, 2019).
En efecto, los cumpleaños se presentaban como inmejorables oportunidades para exhibir aspectos relacionados con composición, estatus y trama relacional del grupo familiar. A través de un concienzudo registro, eran ilustrados con fotografías familiares que mostraban a los pequeños asistentes —niñas con vestidos, niños con trajecitos y corbatas, cada uno con su respectivo bonete— aglutinados alrededor de una mesa con una torta infaltable y otras esmeradas preparaciones. Luego de una tarde de juegos, los invitados solían abandonar la reunión con un chocolate.
Así, ciertas casas de la comunidad se abrían para mostrar esos ruidosos y alegres encuentros a veces realizados en clubes o salones, transformándose en “apuntes dulces” en el periódico local. Pero también es cierto que no todas las familias podían afrontar un encuentro festivo semejante, e incluso darlo a conocer. De este modo, los cumpleaños solían mostrar a aquellas familias de clase media, en general vinculadas al comercio o actividades profesionales en la zona urbana, y a sus invitados, compañeros de escuela y amiguitos del barrio. En el registro aparecían ciertos apellidos que permiten reconfigurar un entramado de relaciones, parentescos y amistades en la burguesía local o quienes, con más o menos suerte, aspiraban a integrarse en ella.
Más allá de la calidez de la intimidad del hogar, esa niñez también era perfilada en el centro de miradas aprobadoras a través de celebraciones comunitarias como los carnavales (De Marco, 2020). Como sucedía en otras localidades del interior, las fechas carnestolendas congregaban a numerosas familias en entusiasta actitud para asistir a “reuniones danzantes” o juegos de agua, en cantidades que siempre parecían superar los cálculos más optimistas.
Durante esas fechas, las comisiones organizadoras designaban premios para carrozas, vehículos, máscaras, conjuntos gauchescos. Pero los niños, que solían llegar en bicicletas y triciclos adornados para la ocasión, eran protagonistas indiscutidos.14 Los disfraces infantiles eran, sin duda, la nota más simpática. Sin embargo, si bien con frecuencia se repartían artículos festivos para que todos los pequeños asistentes pudieran participar, sólo algunos alcanzaban el podio (a veces, año tras año) donde eran recompensados con dinero o juguetes.15
Durante los carnavales, los ganadores eran elegidos por su gracia, pero también por la esmerada labor de sus madres en corte y confección. De modo que los concursos eran también oportunidades de lucimiento femenino, como muestra de una maternidad con múltiples destrezas que incluía una buena educación explicitada en la gracia y prestancia de sus retoños. De estas cuestiones daba cuenta el registro periodístico con fotografías, en general caseras, de niñas posando como damas antiguas, muñecas e incluso con vestidos que habían sido confeccionados utilizando el papel de las portadas de LNE, en homenaje a la distinguida empresa periodística (ver Imagen 2).
Es cierto también que se registraban espacios que convocaban a un público infantil más amplio, por ejemplo, a través de funciones cinematográficas promovidas por el municipio de Viedma, donde se acoplaba una multitud de “voces infantiles, alegres y bullangueras” y cuyo correlato en Patagones llegó a congregar a cuatro mil personas.16 Sin embargo, destacaban los eventos en que se ponían a prueba las destrezas infantiles a través de concursos o competencias, presentados como parte de una oferta de entretenimiento dirigida a las familias, cuyo análisis permite vislumbrar trazas de participación infantil en la vida comunitaria.
En ese sentido, en 1946 y 1948, se realizó el “Salón de Dibujo Infantil” con auspicio de la municipalidad de Patagones, oportunidad en que se recalcó la notable destreza escondida en ciertas contribuciones, mientras se reflexionaba sobre el promisorio futuro artístico de algunos niños y la necesidad de estimular esas capacidades.17 Una propuesta más amena resultó la “Competencia Automovilística Infantil” dirigida a niños de hasta siete años, disputada en 1954 con una nutrida concurrencia que colmó la arteria principal de Patagones. Para la actividad organizada por el Auto Club Maragato se costearon pequeños autos de propulsión a cadena y medallas para los vencedores, entre los cuales se destacó una niña. Los premios se entregaron en una confitería céntrica con la participación del propio intendente.18
Pero, en ocasiones, esa niñez ensalzada excedía los límites del hogar o eventos comunitarios y aparecía en el marco de instituciones, en general, de carácter religioso. Este aspecto se recalcaba en referencia a las primeras comuniones, a la participación infantil en las fechas pascuales e incluso por elogiadas interpretaciones de niñas del coro del Colegio María Auxiliadora, institución escolar salesiana de Viedma.19 Incluso, para festejar el Día del Niño en Patagones, el colegio y oratorio San José organizó tres días de actividades con lecciones sobre beatos, misas, primeras comuniones masivas e izamientos de bandera, almuerzos al aire libre y juegos abiertos al público infantil. La nota destacada fue el cierre con “el juicio público y la condenación del enemigo n˚1 de los niños: el diablo, que fue quemado simbólicamente en una ceremonia que arrancó nutridos aplausos” entre la amplia concurrencia.20
En ese sentido también destacaba el Batallón 32 de Exploradores de Don Bosco (Patagones), vinculado a la obra religiosa salesiana, de particular impronta en el escenario patagónico (Nicoletti, 2004). En él coincidían niños en actividades diversas que incluían amenizar musicalmente fiestas patrias. Era a través de sus clarinadas entusiastas —aunque no perfectas, como insistía el periódico— que se revivían las epopeyas de los próceres.21
Además, en relación con la intención de cultivar valores vinculados a la caridad cristiana, esa niñez, centro de la escena periodística, también aparecía activamente en eventos filantrópicos. Era recurrente que se notara su participación a través de números de danza clásica o folclórica o en bailes a beneficio de comedores escolares donde coetáneos menos favorecidos asistían para suplir su mermada alimentación e incluso recoger juguetes en el Día de Reyes.
Las cuestiones hasta aquí aludidas permiten identificar referencias sobre un segmento infantil conformado por pequeños de clase media radicados en el corazón urbano de la comarca, a veces integrados a instituciones católicas. Su participación en competencias permitía una valoración de sus capacidades (en ocasiones, también las de sus madres) mientras su espiritualidad era ponderada como como una inmejorable oportunidad para su participación social. Pero sobre esa niñez, además, se vertían expectativas de un comportamiento consumidor acorde a su edad, género y estrato social.
En una etapa de expansión del mercado editorial y multiplicación de publicidades, la prensa fue fundamental para ratificar a la infancia en el mercado, cuyo ingreso aparecía mediado por la adultez (Sosenski, 2012). En Argentina se venía consolidando una “cultura de la infancia” con rasgos particulares que incluía publicaciones periódicas específicas y avisos que estimulaban la adquisición de productos determinados en coincidencia con difundidos estereotipos de género (Bontempo, 2015). Entonces, advertir las interpelaciones infantiles a través de las publicidades permite comprender rasgos perfilados para ese grupo en un contexto atravesado por miradas propias del periodo, con particularidades locales propias.
En LNE se particularizaba en la niñez como un segmento específico con influencia en el consumo familiar, a la que se dirigían avisos de diferentes productos en las páginas sociales. Entre los más destacados había Sulky-ciclos,22 autos jeep a pedal, muñecas, juegos de mesa, monopatines y bicicletas (Imagen 3). Pero también golosinas y bombones, en un contexto en el que estos productos alimentarios desarrollaban desde décadas previas estrategias publicitarias que ligaban su consumo con una infancia feliz y plena e idealizada (Scheinkman, 2018).
Más allá de estas cuestiones, el periódico ofrecía también espacio para quienes no cuadraban exactamente en el corazón de esa niñez modélica. Como se verá más adelante, en algunos aspectos esa amalgama se disolvía para vislumbrar juicios morales y penurias. Pero mientras los más pequeños se mantuvieran en el marco de la escuela, los guardapolvos blancos permitían la integración de situaciones menos favorecidas.
En efecto, el mundo de la niñez escolarizada aparecía en diferentes facetas que el periódico registraba con detalle, como fiestas escolares o excursiones a colonias de vacaciones y marítimas. Pero también eran frecuentes convocatorias para anotar a “niños pobres” en comedores escolares o reflexiones sobre amenazas de cierre de establecimientos en lejanos parajes rurales, cuestiones que permitían vislumbrar los rasgos que adquiría esa niñez situada en la frontera de la alteridad infantil.
La escolaridad dinamizaba la vida de la comarca, pero especialmente de pequeñas localidades en espacios aislados. Al respecto se ofrecían innumerables registros de actos escolares donde se resaltaba el protagonismo infantil. Y, en un contexto en el que el periódico se dirigía a un amplio público distinguido entre quienes gozaban de una ciudadanía política plena y quienes no, las fiestas patrias merecían una particular mención.
Es importante destacar que en el escenario patagónico la escuela se afianzó tempranamente para establecer el patriotismo como reaseguro en un territorio en disputa. Fue a través de la educación formal, las efemérides y los actos cívicos que el gobierno central procuró arraigar el amor nacional en regiones alejadas. En esos eventos destacaban la solemnidad y la presencia militar en espacios representativos, como plazas y calles principales (Zaidenwerg, 2013).
Aunque durante la etapa analizada esas cuestiones estaban afianzadas, la niñez aparecía de todos modos como articuladora de sentimientos patrióticos, vínculo entre la sociedad y su hogar. Por ejemplo, las apreciaciones periodísticas en torno de las jornadas conmemorativas de la Revolución de Mayo en Viedma permiten apreciar su centralidad. En un artículo se expresaba que “los niños, sobre todo, estuvieron a la altura que correspondía” porque a pesar de condiciones climáticas (que habían amilanado a varios adultos), un puñado de ellos se había hecho presente para el izamiento del pabellón nacional.
El frio reinante y la niebla de nuestro Currú Leuvú levantaba, dábale mayor realce, una mayor belleza; el frío, la niebla… y los nueve niños con sus guardapolvos blancos, sus escarapelas al pecho y sus entusiasmos patrióticos pintados en sus rostros sonrosados (…) Fueron solos, sin que nadie los hubiera obligado (…), fueron como ese grupito de argentinos y extranjeros, por propia voluntad, para darse el gustazo de aplaudir a nuestra bandera.23
Se brindaban los nombres de los “guapos y patriotas niños”, en quienes se apreciaba un espontáneo y arraigado amor nacional. En otra oportunidad se destacaba la pureza que la devoción patriótica adquiría en la expresión infantil, cuando “el himno de los argentinos entonado por los niños de esta comarca feliz [había] subido a los cielos en ofrenda a la patria”.24 La presencia infantil en actos patrióticos daba cuenta de una cultura escolar aprehendida, su funcionalidad y vigencia en un escenario de particulares características, incluso en etapas cuando tales cuestiones estaban arraigadas. Las fotografías elegidas para acompañar las notas mostraban a escolares recitando poemas, presentando ofrendas florales a los próceres o formados en filas, cantando el himno nacional. Los niños también brotaban en los trasfondos, inmiscuidos en el escenario de los actos o las calles, entre los adultos. Aunque las efusivas referencias no aludían sólo a Viedma-Patagones, sino también a diferentes pueblos y parajes. En cualquier caso, aparecían como una garantía del espíritu cívico, incluso —o, sobre todo— donde todavía los derechos políticos no habían sido garantizados.
Aun así, no todos los niños cabían en ese limitado círculo de virtudes trazado localmente en torno de las niñeces consideradas modélicas o de aquellas menos favorecidas, aludidas sin particularidades y revestidas con un aura de dignidad que la escolarización brindaba, incluso en sus condiciones más precarias.
Alteridades infantiles: pobres, indígenas, laburantes
Más allá de las referencias infantiles que configuraban el centro de las atenciones, emergían alteridades que se agrupaban y superponían con diferentes matices en los bordes del relato periodístico. El lienzo que devolvía el periódico era variopinto y uno de los recortes más reiterados era la niñez pobre. En ese grupo se encontraban quienes vivían en los centros urbanos, receptores de diferentes acciones filantrópicas y accedían a comedores escolares donde recibían la ración de alimentos que menguaba en el hogar. Como se refirió, también estaban en forma genérica en el corazón de diferentes acciones benéficas conducidas por organismos privados y estatales.
La atención de la “niñez menesterosa” por parte de asociaciones comunitarias campeaba las páginas del periódico. En Viedma, por caso, se organizaban eventos filantrópicos dirigidos a la niñez con entregas de artículos de consumo provistos por la Confederación Nacional de Beneficencia o asociaciones de exalumnos.25 El universo infantil que cabía dentro de esas referencias era atravesado por la carencia, pero generalmente en condiciones moralmente aprobadas.
En Patagones destacaba el accionar de la Sociedad Popular de Educación y Niños Pobres (en adelante, SPENP) creada en 1937 en beneficio de chicos de 6 a 14 años. La entidad se ocupaba de donar ropa, útiles escolares, bollerías y golosinas, pero también brindaba becas de estudio y mantenía talleres de telar, corte y confección, con subvención nacional, municipal y pequeños aportes de la comunidad.26 También organizaba rifas, festivales o colectas, en tanto administraba dos comedores escolares donde se recibía a más de cien pequeños en el pueblo y en el paraje Villa Morando.
Debido a su importancia, no pasó desapercibida la capitulación de la SPENP a comienzos de 1949, cuando entregó sus bienes, documentación y archivo al Consejo Escolar de Patagones.27 Se argumentaron problemas de salud en su directora y falta de tiempo en las socias, aunque ese año habían dejado de recibir la subvención nacional de Asistencia Social. Por esa razón, luego de su disolución, siguieron realizándose “festivales danzantes” para financiar obras en curso.28
Pero mientras la SPENP menguaba, otros espacios despuntaban. Con la llegada de la FEP a la comarca muchas iniciativas quedaron bajo su órbita de acción, e incluso del Partido Peronista Femenino, que organizaba festivales infantiles en Viedma con sorteo de juguetes y actividades que llegaban “al alma pura de los niños” en memoria de Eva Perón, su “Hada Tutelar”. El extenso alcance territorial de la FEP permitía que el periódico mostrara referencias sobre niñeces en los bordes más postergados. 29
En efecto, el periódico daba cuenta de esa masa anónima de niños que aparecían recibiendo juguetes, ropa o útiles escolares provistos por la FEP en la oficina de correos. Sin embargo, los pequeños beneficiados aparecían con nombre y apellido en la organización del popular Campeonato de Fútbol Infantil “Evita”, al cual se accedía previa inscripción y revisión médica. Cada match era reseñado con minucia en la página deportiva, examinando aciertos y errores de los “cebollitas”. Incluso se constataba una participación que incluía a quienes comúnmente no lograban inmiscuirse en los focos de atención. De hecho, algunos equipos de pequeñas localidades contaban con jugadores con apellidos mapuches, lo que sugiere su integración en contraste con espacios donde estaban, en general, ausentes.
La niñez humilde de pequeños pueblos y parajes aparecía poblando comedores escolares o como objeto de intervención de cooperadoras en pueblos escondidos de la geografía norpatagónica. Por caso, la cooperadora Pro-Niñez de Cona Niyeu (Río Negro) se había empeñado en sostener un internado para que cincuenta pequeños fueran albergados para continuar con su escolarización y más de cien comieran a diario, porque como su impulsor explicaba:
En nuestra inmensa Patagonia y en esos rincones perdidos y alejadosde la civilización en que se vive completamente aislado, llega un mendrugo más de pan y una nueva letra de abecedario para aquellos que también son verdaderamente argentinos.30
Esos pequeños “completamente pobres” pero “también hijos de la tierra” vivían en el campo y no conocían —según los redactores— la más mínima expresión de felicidad. Incluso, en una misiva al gobernador del territorio se explicaba que la obra procuraba evitar que esos tiernos niños devinieran en adultos enfermos y faltos de educación “para el bienestar de ellos y de la patria”.31 De modo que acciones caritativas, sentimientos patrióticos y tareas con fines “civilizadores” quedaban vinculadas sobre una alteridad infantil atravesada por la privación, el aislamiento y diversidad étnica en entornos rurales alejados.
Una mención particular en los bordes infantiles merece la niñez indígena, presentada con frecuencia bajo el caleidoscopio dominante de la religión. El periódico pocas veces aludía directamente a este grupo, salvo para señalar lo que se consideraba un avance de la moral civilizadora en sus mermadas existencias. Un ejemplo diáfano eran las notas sobre bautismos, pero sobre todo de casamientos masivos y la resultante legitimación de los retoños, una intención que además dialogaba con el respaldo del peronismo a la familia legítima (Cosse, 2006).
El Centro de Misiones Rurales Argentinas (en adelante, CMRA) anunció en 1946 los resultados de su quinta gira cultural por Chubut y Río Negro, con bautismos multitudinarios en diversas localidades como logros destacados. En Los Menucos (Río Negro), bebés y niños de distintas edades, que en muchísimos casos aún no estaban inscriptos en el registro civil, eran parte de los singulares esfuerzos de los misioneros por legitimar sus hogares. Es decir, propender a la formación de matrimonios allí donde sus padres vivían “amancebados y fuera de la ley”.32
En ese sentido, una nota afirmaba que el gobernador territoriano Rodolfo Lebrero había procurado “persuadir a los aborígenes a regularizar su situación y la de sus hijos, de acuerdo a nuestras leyes y las prácticas cristianas”. Se efectuaron entonces ceremonias con el vicario de la diócesis de Viedma y misioneros salesianos para bendecir las uniones, además de representantes de la Defensa Antiaérea Pasiva, CMRA, Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal y funcionarios del Estado. También se repartieron donaciones de negocios locales o marcas comerciales como Nestlé y Noel, pero también medallas y dinero para los matrimonios con más hijos “legitimados”.
En efecto, bajo el título: “Más de 400 hijos extramatrimoniales serán legitimados por aborígenes de Mencué”, una nota destacaba los efectos que iniciativas de ese estilo tenían sobre la niñez indígena. En Los Menucos se anunciaba que gestiones similares habían cambiado la condición de 100 hijos naturales, y en Prahuaniyeu, también en Río Negro, de otros 93.33 Ese tipo de actos lograban movilizar los parajes de campaña, donde la gente abandonaba sus hogares para asistir a las celebraciones.34
Sin embargo, las implicancias de tales eventos eran más profundas. Una crónica concluía que los recientemente casados “ya no eran indios, eran argentinos civilizados, sentíanse ‘gente’” pero “tampoco sus hijos eran indios, ni hijos de la selva o hijos de nadie, sino ciudadanos argentinos, cristianos, hijos legítimos”.35 El tono triunfal apenas ocultaba el celebrado blanqueamiento simbólico que operaba sobre una niñez indígena territoriana que, aunque comúnmente estaba por fuera de las referencias periodísticas, emergía cuando era prohijada por la Patria.
De esta suerte, los niños indígenas en parajes territorianos quedaban inscriptos en una gesta civilizadora y evangelizadora con evidentes fines educativos que los ponía en el centro de la escena. Al mismo tiempo, se señalaban supuestos cambios en sus conductas que animaban a continuar con las tareas. Incluso algunos misioneros atestiguaban que: “los niños, antes huraños y recelosos, son hoy educados, sociales e inclinados a la piedad y no se esconden como antes cuando ven ‘un blanco’”.36
Bajo esta perspectiva, la niñez indígena aparecía como la principal beneficiaria del acople de la vida familiar a la moralidad cristiana. En inmejorables términos lo expresaba el presidente de la comisión organizadora de un casamiento masivo en Los Menucos, cuando afirmaba que “la religión de la Patagonia ha sido la cruzada moldeadora del espíritu (…) educando, suavizando, creando y moldeando los espíritus indómitos y rebeldes”. Una incursión que había tenido especial relevancia en una ternura infantil que, según su criterio —sin dudas, compartido en ese contexto—, sin los cuidados necesarios podía degenerar en actitudes pasivas, holgazanas y dependientes del accionar estatal.37
Más allá de estas referencias, en las páginas de LNE todavía había una niñez aún menos visible que aquella categorizada como andrajosa e incivilizada. Se trataba de la niñez trabajadora. Los chicos involucrados en el mundo laboral de diferentes modos aparecían más bien en fogonazos que no pretendían referirlos en particular.
Así, un céntrico local de diarios, revistas, lotería y caramelos se dirigía a su clientela para pedirle que se acercaran a buscar sus lecturas favoritas porque no era posible enviárselas por falta de “canillitas”.38 La problemática figura del “canillita”, que en décadas previas había generado profundos rechazos y temores, refería a chicos de sectores populares que se ocupaban de hacer venta callejera de periódicos retirados de puestos fijos (Rey, 2019). En este caso, más bien se encargaban de distribuir las publicaciones a domicilio. Que el reclamo apareciera en vacaciones sugiere que el problema no era por falta de tiempo infantil, más bien podría haber surgido por la aceptación de otras labores más rendidoras o incluso como estrategia para negociar pingües ingresos.
Incluso en la opacidad periodística para dar cuenta de esos pequeños “laburantes” es posible encontrar rastros de otros chicos que trabajaban en negocios de la zona como repartidores y cobradores.39 Esta era una tarea habitual que conllevaba responsabilidad y en la que se podían ocupar los mayores de doce años, aunque no pocas veces generaba problemas por dinero perdido, robado o escondido que podía derivar incluso en denuncias judiciales.40 Ese fue el caso de un chico que reunía dinero para un batallón del ejército, un club y una biblioteca de Viedma, que denunció que se lo habían sustraído mientras jugaba en el río con un amigo.41
Pero los pequeños no sólo oficiaban de “canillitas”, mandaderos en tiendas o cobradores, también realizaban labores puertas adentro en un circuito de colocación de menores (Aversa, 2010; de Paz Trueba, 2019). En ocasiones las familias alojaban niñas como personal doméstico, como lo demostraba el anuncio de un matrimonio que solicitaba una chica de 12 a 15 años para menesteres hogareños.42 En otras ocasiones, los chicos acompañaban a sus madres como sirvientas para la campaña, derivadas por el Centro de Higiene Materno Infantil.43
La niñez en escenarios rurales, sin embargo, es difícil de divisar en el registro periodístico, a pesar de su representatividad numérica. Algunas imágenes que proveía la prensa mostraban a niños cabalgando largas distancias entre sus hogares y la escuela, cuando por fortuna encontraban valiosos objetos perdidos en el camino que, en un noble gesto, restituían a sus dueños.44 Pero en general las menciones eran contextuales, a veces para destacar fatalidades que reseñan sus duras condiciones de vida y peligros a los que estaban expuestos. Son ilustrativos los casos de arrieros jovencísimos atropellados fatalmente en medio de su labor, chicos atrapados bajo los montículos de tierra que paleaban, mientras otros caían en acequias o canales de riego, e incluso en las “traidoras aguas” del río Negro, mientras cuidaban animales.45
Los niños rurales también eran, naturalmente, los principales perjudicados de un campo con privaciones como falta de acceso a agua de calidad, caminos deplorables que reforzaban el aislamiento e inexistentes salas de primeros auxilios. Esos mismos chicos, a la vez, asistían a escuelas fantasmales que carecían de locación, mientras otras funcionaban en edificios “antihigiénicos, ruinosos, con evidentes peligros y molestias para docentes y alumnos” en espacios donde la deserción escolar podía trepar al 80%, entre cierres y reaperturas cíclicas.46 La vida de la niñez en el campo de la comarca, y más allá también, aparecía dificultosamente esbozada. Pero cuando emergía de las penumbras, lo hacía en términos duros, con faltas, peligros y tragedias.
Más allá de estas niñeces urbanas o rurales, se encontraba un grupo que, aunque pudiera compartir ciertos rasgos, en la prensa adquiría ribetes propios. En general los menores aparecían en la sección policial del periódico involucrados en situaciones problemáticas, violentas o cuestionables, como “el peligroso juego de quedarse con lo ajeno”. Así, en un sentido aleccionador y precautorio, se publicaron los nombres de los presuntos involucrados con un detalle de sus incursiones por negocios, de donde extraían ropa, embutidos y cervezas.47
Sin embargo, uno de los grandes temas que se ubicaban dentro del espectro infantil de la minoridad era el maltrato del que con frecuencia eran víctimas. Este tipo de situaciones agazapadas en la frontera de lo doméstico trascendían cuando sus marcas eran inocultables, o incluso irreversibles. En múltiples casos la crónica policial corroboraba que eran los médicos quienes, convocados de último momento para subsanar lo irremediable, manifestaban sus sospechas en la comisaría local. O bien familiares de niños colocados, no pocas veces indígenas o chilenos, se acercaban a denunciar con preocupación castigos excesivos por parte de sus guardadores.48
La presencia de chicos en situaciones de vulnerabilidad material, necesidad de cuidados, seguridad y afecto, no pocas veces aparecía como la triste culminación de una serie de maltratos sostenidos en el tiempo. En ese sentido, fue resonado el caso de una pequeña chilena depositada por su padre en un hogar de custodia, donde realizaba trabajos domésticos. Su patrona, madre de dos niños, había querido devolverla al juez de menores, pero la pequeña falleció antes a causa de los múltiples y prolongados castigos. El periódico registró la intervención de médicos y policías, mientras analizaba a la mujer para comprender sus actos en el marco de una desviación del carácter femenino.49
En ese contexto también se debe mencionar la referencia a infanticidios o abandono de bebés, generalmente en zonas rurales y apartadas del centro urbano. Esas sucintas referencias, bajo graves titulares que aludían a denuncias o hallazgos macabros, regularmente se ubicaban en la sección policial. Es importante considerar que desde décadas previas la maternidad se había construido como un problema social que requería atención para potenciar la natalidad y desalentar la mortalidad infantil. Sin embargo, las miradas complacientes no siempre se condecían con las prácticas, y el aborto o el infanticidio constituían cuestiones preocupantes que se vinculaban, además, con los rincones más íntimos —y condenables— de un accionar femenino que podía ser provocado por múltiples razones (Calandria, 2017).50
En un escenario circunscrito como el referido, tales noticias causaban un particular estupor enmarcado en rasgos atribuidos a una maternidad repudiable, frente a hallazgos que, sin embargo, no lograban exponer a sus autoras. Los bordes rurales se reforzaban en la crónica periodística como espacios de carencias e inseguridades para su más joven población, incluso, en sus edades más tempranas.
Conclusiones
El periódico LNE se muestra como una interesante forma de recuperar a las niñeces de la comarca Viedma-Patagones durante una etapa en que dichos y hechos en torno de lo infantil realzaban cuidados y privilegios. El análisis de los modos en que se construían referencias y representaciones al respecto corrobora un abordaje concéntrico, división de la niñez en grupos y espacios es un rasgo reiterado, incluso, en otras publicaciones contemporáneas de otras localidades bonaerenses.
En el corazón de las referencias anidaba una infancia modélica caracterizada, en general, por pertenecer a espacios urbanos, estratos medios y familias usualmente reconocidas en el ámbito social por su actuación comercial o profesional. A este grupo se dedicaba particular atención y se destinaban incluso avisos específicos sobre juguetes y productos alimenticios, al identificarlos como elementos importantes del consumo familiar.
Esos pequeños aparecían activamente en espacios íntimos y familiares, pero también ostentaban una notable visibilidad por sus incursiones en una vida social que incluía actos filantrópicos o festivales, como los carnavales donde los desfiles infantiles generaban profunda expectativa. Estas ocasiones de lucimiento infantil, que también incluían competencias, permitían ponderar, además, el cuidado y la atención puesta por los adultos sobre sus hijos, y recibir un retorno aprobatorio por parte de la comunidad.
Pero el universo infantil en la “comarca feliz” no era homogéneo. Más allá de los afortunados que pertenecían a ese centro que recibía halagos, buenas perspectivas y atenciones, se encontraban otras niñeces vividas con menos brillo, en los bordes (a menudo, literalmente en contornos rurales y aislados). Aunque muchas de estas niñeces eran, en realidad, mayoría dentro del universo infantil, predominaba un silencio generalizado sobre sus existencias que sólo se quebraba en determinadas situaciones.
En ese sentido, la escolarización se advertía como una frontera que, en principio, unificaba experiencias infantiles, más allá de las diferencias subyacentes. También es cierto que el periódico con frecuencia marcaba una distinción entre niñeces argentinas y extranjeras, inmigrantes e indígenas, como elementos foráneos. Pero, a su vez, la argentinidad aparecía como una pertenencia envolvente, a menudo cristalizada en el accionar escolar, de allí que en los actos patrióticos las participaciones de escolares fuesen aspectos remarcados, en un espacio en que ciudadanía y argentinidad adquiría diferentes tonalidades.
Sin embargo, sobre los bordes de la atención periodística emergían otras figuras infantiles, menos agraciadas, tolerables o queribles. La niñez trabajadora en espacios urbanos, si bien aparecía de forma esporádica, permitía ubicar a la niñez en diferentes espacios, desempeñando labores en las calles o en las casas, en soledad o en compañía de familiares. Pero también desarrollando diversas ocupaciones que, en ocasiones, requerían de responsabilidad y que no pocas veces les generaba conflictos.
Con menciones que a veces parecían casuales, esas “otras niñeces” casi siempre oblicuas, figuraban en parajes olvidados, en campos lejanos, sumidos en condiciones de vida imposibles, entre el analfabetismo y el abandono. En esos contextos emergían en ocasiones niños rurales expuestos a peligros o tragedias que los encontraban, no pocas veces, en situaciones de trabajo. Pero otras veces sus experiencias se inscribían en contextos familiares indígenas que se ponían en discusión con el avance “civilizador”. Los intentos por arraigar una moralidad religiosa en esos ámbitos se presentaban en estrecha conexión con el bienestar infantil, pues se suponía que conjuraban posibles decadencias morales y espirituales en el futuro.
Las figuras más controvertidas eran, sin dudas, los menores, que aparecían en el marco de accidentes, delitos o “hechos de sangre”. Lejos de toda faceta romantizada, que se suscitaba en la niñez menesterosa objeto de acciones caritativas, estos otros chicos se veían a menudo expuestos a situaciones que generaban repudio, aunque con frecuencia cuando eran irreparables. E incluso, rodeadas de incertezas, como cuando se trataba de infanticidios que conmocionaban al público lector imposibilitado de obtener respuestas frente a las demandas generadas por el frecuente contralor moral de la maternidad.
En suma, a partir del estudio de los modos en que se representa la niñez en la prensa de estas localidades, es posible reflexionar sobre la acogida de un clima político que vertía miradas particulares sobre la niñez, pero sobre todo la pervivencia de modos tradicionales de contemplarla. Esto, además, dialoga con la intervención de aspectos cívicos, públicos, sociales, que colaboran en la elaboración de estas particulares miradas.
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Notas