Artículos Libres
Recepción: 12 Abril 2019
Aprobación: 13 Septiembre 2019
Publicación: 05 Diciembre 2020
Resumen: A partir del análisis del trabajo en el sector hotelero en la ciudad de Mar del Plata entre 1950 y 1990, el artículo se propone abordar, desde una perspectiva de género, la dimensión temporal del trabajo haciendo hincapié en el carácter estacional que revestía la actividad. Examinamos cómo el trabajo allí realizado desafiaba la idea androcéntrica de que el empleo debía ser una actividad estable y realizada a tiempo completo. Sostenemos que la heterogeneidad que caracterizó al mercado de trabajo puede ser abordada desde los usos del tiempo de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, su análisis no es un fin en sí mismo sino que permite develar aspectos más profundos del trabajo, la vida cotidiana, la familia y las relaciones de género en distintos momentos históricos. Observamos cómo la estacionalidad del trabajo influyó de forma diferencial en la vida cotidiana de los varones y las mujeres, en sus estrategias de conciliación del trabajo hotelero con otras actividades ya fueran remuneradas o no y en la construcción de identidades.
Palabras clave: trabajo estacional, género, tiempo, hotelería, Mar del Plata.
Abstract: From the analysis of work in the hotel industry in the city of Mar del Plata between 1950 and 1990, this article aims to approach, from a gender perspective, how the seasonal nature of the activity shaped the time dimension of work. We examined how the work carried out there challenged the androcentric idea that employment should be a stable and full-time activity. We argue that the heterogeneity that characterized the labor market can be addressed from the workers' uses of time. However, this analysis is not an end by itself but instead it allows us to reveal deeper aspects of work, daily life, family and gender relations at different historical moments. We observed how the seasonal work had a differential effect on the daily life of men and women, on their strategies to reconcile hotel work with other activities, whether remunerated or not and in the construction of identities.
Keywords: seasonal work, gender, time, hotels, Mar del Plata.
Introducción
En las sociedades industriales el tiempo de trabajo -productivo y remunerado- se erigió como un tiempo dominante que impregnó en mayor o menor medida los demás tiempos sociales, fue un elemento que estructuró tanto las condiciones laborales de las personas como la organización de sus tiempos vitales. Así, el tiempo de trabajo y su distribución no solo tuvo incidencia en el plano laboral de las experiencias de los sujetos sino que también influyó en sus condiciones de vida en términos generales.1
Dentro del campo de las Ciencias Sociales existe un consenso en torno a que la época de la industrialización se ha caracterizado por haber extendido al conjunto de la sociedad un sistema de horarios y, en términos más generales, un tipo hegemónico de organización de vida conforme a sus exigencias. De esta forma, las tareas realizadas por las personas y su correspondiente distribución en tiempos han estado estandarizados, regularizados y distribuidos de forma diferente entre hombres y mujeres. Los horarios de trabajo remunerado -en su gran mayoría el realizado por los hombres- eran básicamente jornadas partidas o continuadas a lo largo de los cinco o más días de la semana. Sin embargo, algunos estudios han destacado que hacia fines del siglo XX, de la mano de los procesos de flexibilización y desregulación laboral que afectaron al mercado de trabajo, los horarios de trabajo remunerado han dejado de ser estables al convertirse en variables tanto las horas de trabajo diario y los días laborales de la semana, como su distribución durante el año (Lozares y Miguélez, 2007). Ahora bien ¿para quién o quiénes se dio esta trasformación en los tiempos de trabajo? ¿Era realmente una novedad para los trabajadores y trabajadoras de todos los sectores? ¿O era, en efecto, un cambio para un modelo androcéntrico e industrial?
A partir del análisis del sector hotelero en la ciudad de Mar del Plata durante la segunda mitad del siglo XX en este artículo nos proponemos abordar, desde una perspectiva de género, la dimensión temporal del trabajo haciendo hincapié en el carácter estacional que revestía la actividad. Examinamos cómo el trabajo allí desarrollado desafiaba la idea androcéntrica de que el empleo debía ser una actividad estable y realizada a tiempo completo.
El crecimiento del sector de los servicios estuvo vinculado, principalmente, con el perfil turístico que ha caracterizado a la ciudad. Comparada con otros centros urbanos del país, Mar del Plata presentó ciertas particularidades. Su desarrollo como centro de turismo masivo a mediados del siglo XX, fue acompañado de un incremento de la infraestructura necesaria para satisfacer las demandas de los turistas. El aumento de espacios para alojamiento y, sobre todo de la hotelería, fue muy significativo (Pastoriza, 2008; Pastoriza y Torre, 1999). Éste supuso una amplia oferta de trabajo para una cantidad de hombres y mujeres de variadas edades y orígenes socioeconómicos que encontraron allí una forma de acceso al mercado laboral aunque, en la mayoría de los casos, de modo estacional (entre los meses de diciembre y marzo o abril).
A pesar de los cambios que afectaron al turismo, hasta la década del ochenta inclusive, constituyó una importante fuente de ingresos económicos para la ciudad. Según los datos brindados por un fascículo editado por la Comisión Municipal de Turismo, las personas ocupadas en hoteles y pensiones ascendían, en 1956, a 23.000, siendo la industria con mayor cantidad de trabajadores, seguida por la de la construcción, con 19.000.2 Casi, veinte años después, según los datos revelados por el Anuario Estadístico del Partido de General Pueyrredon, en el año 1974 el aporte al Producto Bruto Interno (en adelante, PBI) del sector económico comprendido por hoteles, restaurantes y comercios -servicios en su mayoría derivados del turismo- era del 26,8%, superando a todas las demás actividades económicas.3 Para 1986, ese porcentaje disminuyó unos puntos, teniendo el sector un aporte del 17,7% al PBI.4
La heterogeneidad que caracterizó al mercado de trabajo a lo largo del siglo XX puede ser abordada desde los usos del tiempo de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, el tiempo funciona como un pretexto, en tanto su análisis no es un fin en sí mismo sino que permite develar aspectos más profundos sobre el trabajo, la vida cotidiana, la familia y las relaciones de género en distintos momentos históricos (Grossin, 1974; Ramos, 2007). En ese sentido, en este artículo nos proponemos observar cómo la estacionalidad influyó en la vida cotidiana de los varones y las mujeres y en sus estrategias de conciliación del trabajo hotelero con otras actividades ya fueran remuneradas o no. Asimismo, partiendo de la premisa de que el trabajo es un importante factor en torno al cual se construyen parcialmente las identidades, en las conclusiones reflexionamos en torno a cómo influyó en dicho proceso la estacionalidad laboral (Schvarstein, 2005).
Para acceder a dichas experiencias laborales contamos con relatos de vida (Bertaux 1989 y 1999) construidos en entrevistas de carácter abierto a 15 mujeres y 10 hombres que se desempeñaron, en algún momento de sus vidas en el sector. Se trata en todos los casos de personas de diversas edades (entre 50 y 80 años), origen, nivel educativo, trayectoria laboral, residentes -al momento de la entrevista- en la ciudad de Mar del Plata. Dichas experiencias fueron contextualizadas a partir del diálogo con otras fuentes como avisos clasificados de diarios locales, convenios colectivos de trabajo (en adelante, CCT), legislación laboral y datos estadísticos.
Un trabajo de verano
En Argentina, desde principios del siglo pasado, las leyes de trabajo han sido claves para establecer las pautas de organización de los tiempos laborales. La Ley 4.661 de 1905, por ejemplo, estableció el descanso dominical. En 1907 se sancionó la Ley 5.291 que prohibió el empleo en trabajos nocturnos a mujeres y menores de 16 años. En 1929, la Ley 11.544 limitó la jornada de trabajo a 8 horas diarias o 48 semanales. Asimismo, las negociaciones colectivas, que rigieron en carácter de ley desde 1953 también buscaron delimitar las jornadas laborales diarias, semanales y anuales ajustándolas, en muchos casos, a las características que presentaba la actividad sobre la cual se regulaba. En el caso de Mar del Plata, la especialización productiva en sectores como el comercio, la hotelería, la construcción o la pesca ha dado lugar a la existencia de jornadas de trabajo muy diferentes a las jornadas tradicionales asociadas con el sector industrial.
En el caso de la hotelería, el trabajo se concentraba durante los meses de diciembre a abril e, inclusive, gran parte de los establecimientos permanecían cerrados durante el resto del año.
La relevancia que estos sectores tenían en términos de demanda de mano de obra puede advertirse en los avisos clasificados de los diarios locales. Si atendemos a los del diario La Capital,5 en los meses previos al inicio de la temporada estival puede observarse un aumento considerable tanto en la demanda como en la oferta de trabajadores/as para empleos vinculados al turismo. Para mediados de siglo, el sector hotelero era uno de los que más relevancia tenía en términos de demanda de mano de obra. Cocineros, cocineras, ayudantes de cocina, mozos, mucamas o “muchachas para tareas de limpieza”, peones de hotel, eran los puestos más demandados. A diferencia de otras ramas cuyos CCT tenían un alcance nacional, en el caso de la actividad gastronómica y hotelera existía una legislación específica para los trabajadores y trabajadoras que se desempeñaran en la Zona Atlántica.6 Esto indica que las particularidades regionales tenían una importante influencia en características que adquirirían las relaciones de trabajo.
En lo que respecta a los tiempos de trabajo, dicho CCT establecía una clara distinción entre las y los trabajadores “temporarios” y las/os “permanentes”. Los primeros debían ser contratados por un mínimo de noventa días, comprendidos entre el 1 de diciembre y el 30 de abril. Para aquellos que ingresaran luego del 25 de enero, el contrato debía ser de un mínimo de cincuenta días. Si el trabajador o trabajadora se desempeñaba algún día entre el 1 de mayo y el 30 de noviembre, era considerado permanente. En ambos casos, su jornada de trabajo no podía superar las 8 horas diarias o las 48 horas semanales (artículo 4).
No obstante, ello no significaba que en la práctica cotidiana ocurriera de esa manera. Como recordó un entrevistado, trabajador del sector de la cocina de un hotel de mediana categoría, “antes teníamos un horario de entrada y no de salida”7. En una misma línea, Pedro, mozo de un hotel de gran categoría y tamaño por más de cuarenta años, sostuvo:
Pedro:-Ahí nosotros entrabamos por ejemplo y hacíamos “la platina” que era limpiar todos los cubiertos con los mozos y después este…
Entrevistadora:- ¿A qué hora entraba?
P:- A las ocho, ocho y media. Después a las once, once y media almorzábamos, nos cambiábamos, trabajábamos hasta las tres y media más o menos. Volvíamos a las siete a cenar (…)
E-: ¿Y a la noche hasta qué hora?
P:- Hasta las once los días normales, once, once y media. Ahora, cuando había algún evento, hasta las tres o las cuatro.8
Como puede observarse, por más que el CCT estableciera una cantidad de horas máximas de trabajo, el carácter de servicio que revestía la actividad, hacía que quienes se desempeñaban en ella debieran ajustar sus jornadas laborales a la demanda. En lo que respecta al descanso, el CCT establecía que los trabajadores/as debían percibir un tiempo de descanso semanal obligatorio, el cual podía ser convenido entre el empleado y el empleador y gozarse en los períodos de menor actividad (artículo 10). En ese sentido, y avalado por el propio CCT, era muy común que las y los trabajadores se desempeñaran durante toda la temporada estival de forma continuada y que percibieran sus días de descanso al finalizar la misma.
Si bien en una ciudad como Mar del Plata el trabajo por temporada estaba ampliamente extendido, éste no constituía una alternativa igual de viable ni deseable para todos. Como han mostrado diversas investigaciones, las formas de participación en el mercado laboral diferían entre varones y mujeres y, además, variaban a lo largo del curso de vida. Si desde el lado de las y los trabajadores existían ciertas estrategias y preferencias respecto a las formas de inserción laboral posibles y deseables para hombres y para mujeres (influidas por los roles de género socialmente construidos), también estaban fuertemente condicionados por la misma oferta de trabajo.
En el caso de la hotelería marplatense existía una clara división sexual del trabajo que asignaba puestos y funciones a cada uno de los géneros. Además, las desigualdades de género también se manifestaban en los “circuitos” posibles de desplazamiento y ascenso en la carrera laboral. En general, las mujeres solo podían aspirar a la posición máxima dentro de un sector feminizado consiguiendo una mucama, por ejemplo, llegar a ser “gobernanta” o jefa del lavadero, pero no a ocupar algún puesto jerárquico del hotel. En cambio, un hombre que hubiera comenzado a trabajar en el escalafón más bajo del sector comedor podía llegar, luego de años de trabajo y experiencia, a ocupar puestos superiores y de mayores responsabilidades como la conserjería o la intendencia. Como mostraremos en el próximo apartado, esto también influía en la posibilidad de que hombres y mujeres buscaran o no el desarrollo de una “carrera laboral” en el sector.9
Sentidos y significados del trabajo estacional
A grandes rasgos, y a pesar de que no en todos los casos se daba esta manera, podemos decir que los varones adultos solían participar en el mercado laboral de forma ininterrumpida y a tiempo completo. A pesar de que en Argentina a partir de la década del ‘60 la participación de las mujeres en el trabajo remunerado comenzó a aumentar significativamente constituyendo el 21,9% de la población económicamente activa nacional en 1960, el 25,4% en 1970 y el 27,5% en 1980,10 éstas se concentraron en determinadas tareas y era más común su presencia en trabajos temporales o a tiempo parcial que la de los hombres (Recchini de Lattes y Wainerman, 1977; Wainerman, 2005; Queirolo, 2019).
En consonancia con la dinámica que caracterizaba al mercado de trabajo a nivel nacional, en el caso de aquellos varones adultos que, por diversos motivos, no trabajaban en el hotel de modo permanente, durante el resto del año realizaban alguna otra actividad que les permitiera generar ingresos económicos. En cambio, los varones jóvenes y las mujeres, principalmente con hijos pequeños o en edad escolar, eran quienes optaban por trabajar solo durante las temporadas.
Si bien la temporalidad que caracterizaba al sector era impuesta a los trabajadores y trabajadoras por la dinámica misma del turismo en la ciudad, también era utilizada por éstos en su favor buscando organizar el tiempo de trabajo de acuerdo con sus intereses. Si atendemos al relato de Elsa, una mujer de 79 años y jubilada al momento de la entrevista, que se desempeñó como mucama desde principios de los setenta y con tres hijas pequeñas a cargo, observamos que en su discurso prima la necesidad de cumplir con sus tareas como madre a la hora de optar por un empleo determinado:
Entrevistadora:-Usted después de casarse sí trabajo, pero cuando tuvo hijos ¿ya no?
Elsa:- Claro, yo pasé varios años hasta que no… nos arreglábamos… cuando tuve a las dos nenas más grandes…no, no trabajé. Pero después cuando ya tuve a la más chiquita, que habían pasado varios años, sí, ya empecé a trabajar (…) Igual cuando yo trabajaba en el hotel no trabajaba más que la temporada. Trabajaba diciembre…mitad de diciembre…enero y febrero o trabajaba mitad de diciembre hasta mitad de marzo, cuando empezaba la escuela. Así que tanto no trabajaba, yo trabajaba nada más que…
E:- En el verano…
Elsa:- Para poder estar en mi casa…
E:- Claro ¿y durante el invierno no hacía otro trabajo?
Elsa:- No, no, no. Estaba en casa todo el día con las chicas.11
Antes de trabajar en el hotel, Elsa se había desempeñado de forma permanente en un puesto con tareas similares en una clínica privada de la ciudad. Su cambio de espacio laboral se debió, principalmente, a la posibilidad de trabajar solo unos meses. Similar es el caso de Adelia, quien a sus 77 años y luego de haber trabajado más de tres décadas como mucama en un hotel de alta categoría, se describió como “de la época de antes, en que una se casaba, tenía hijos y se quedaba en la casa”.12 Su incorporación al mercado de trabajo se debió a una excepcionalidad, a una situación de fuerza mayor: la quiebra de la empresa de su marido. La necesidad económica fue la que la empujó a buscar un trabajo remunerado. Gracias a un familiar que conocía al dueño del hotel, Adelia consiguió que la contratasen durante las temporadas.
La concentración de las mujeres en trabajos temporales o a tiempo parcial ha sido explicada a partir de la división sexual del trabajo existente en la sociedad y en el seno de las familias (Barrère-Maurisson, 1991), y a partir de la influencia de los presupuestos culturales acerca de la división social del trabajo entre varones y mujeres. A pesar de las transformaciones en las relaciones de género y en los ideales femeninos y masculinos que se dieron a partir de los sesenta, siguió predominando en la sociedad una división del trabajo que le asignaba a las mujeres el rol reproductivo (cuidado de la casa y de los hijos) y a los varones el productivo (aporte económico producto de su inserción en el mercado de trabajo). De esta forma, aquellas que entraban al mercado de trabajo tenían que asumir un segundo rol (el de trabajadoras) que debían articular con aquel atribuido por mandato social desde el nacimiento (esposa, madre) (Davis, 2005; Hochschild, 1989; Navarro y Wainerman, 1979), lo cual se vio reflejado en los relatos de nuestros entrevistados y entrevistadas.
En el caso de las mujeres, la explicación de por qué decidieron insertarse en el mercado de trabajo responde al clima de ideas imperante en gran parte del siglo XX: por necesidad económica. Sin embargo, la “necesidad” no era la misma para todas y, en muchos casos, la apelación a ella puede entenderse como una justificación para legitimar su presencia en el mercado laboral, en el que quizás también estaban por otros motivos. La “necesidad” no respondía siempre a los mismos criterios sino que variaba de acuerdo a la posición social, económica y cultural de las trabajadoras y de sus familias. En algunos casos, estaba vinculada con necesidades básicas de manutención de la vivienda, alimentación o vestido de la familia. En otros, pasaba por el pago de la cuota del colegio privado de los hijos. Es decir, la percepción de la “necesidad” de cada una de las mujeres, estaba vinculada al sostenimiento de determinados niveles de consumo a los que el grupo familiar estaba acostumbrado y que, por diversas razones, con los ingresos económicos del varón no podían ser satisfechos (Lobato, 2007).
En una sola entrevista a una trabajadora el factor económico no fue el que primó en la explicación respecto a su inserción en el mercado de trabajo. Bety comenzó a trabajar como empleada temporaria de un hotel privado de mediana categoría a principios del ochenta. Según su relato, tras el fallecimiento de su madre sufrió una importante depresión de la cual solo creyó lograr salir consiguiendo un empleo, una actividad que la mantuviera ocupada, más allá de su hogar. La legitimidad que, para ese entonces, contaba el trabajo femenino entre los distintos sectores sociales hizo que fuera una salida posible a los problemas que Bety decía sufrir.
Ese tipo de explicaciones, en que se privilegian más los deseos o necesidades individuales no fueron recurrentes en las entrevistas a mujeres. En cambio, sí aparecían en las explicaciones que dieron los hombres respecto a porqué optaban por emplearse durante la temporada. Éstos lo hacían únicamente de modo estacional durante su juventud, en momentos de su curso de vida en los que aún residían con su familia de origen. Sus motivaciones para insertarse en el mercado laboral solo unos meses respondían al deseo de generar ciertos ingresos económicos pero que no eran, al menos en el caso de nuestros entrevistados, el sustento principal de una familia.
Carlos, por ejemplo, comenzó a trabajar en el año 1964, con 14 años, en un hotel de la más alta categoría. Trabajaba allí durante la temporada mientras el resto del año lo dedicaba a sus estudios secundarios cursados en un colegio nacional. Según sus recuerdos, el hotel era un espacio de trabajo anhelado por todos sus compañeros de colegio, sin distinción de clases: allí podían encontrarse desde el hijo de un criador de gallinas, el de un intendente de la ciudad hasta el de los dueños una fábrica de artículos de copetín. En el caso de Carlos, su decisión de comenzar a trabajar se debió a que, por entonces, “había otro sentido de la independencia (…) una independencia basada en el propio trabajo”.13 Similar fue el relato de Alejandro quien se inició como cadete en un hotel explotado por su papá y por su tío, a la misma edad que Carlos pero casi una década después. Su argumento fue que lo hizo para mantenerse económicamente y no tener que depender de sus padres.
En cambio, cuando los varones conformaban su propia familia, consideraban que era su responsabilidad el sustento económico de su esposa e hijos, si los había. En este momento de su vida, algunos buscaron la forma de emplearse en el hotel de modo permanente. Otros, en cambio, se alejaron de la hotelería para estudiar o para desempeñarse en otro tipo de empleo que les otorgara cierta estabilidad. Estas experiencias diversas dan cuenta de que, para los hombres, el trabajo en el sector podía dar lugar a una “carrera laboral”, caracterizada por la adquisición de un oficio y por el ascenso en la jerarquía, o ser tan solo una experiencia acotada en el tiempo, en un momento determinado de sus vidas
En ese sentido, no debe perderse de vista cómo se presenta en los relatos el marco familiar en que se insertaban cada una de estas experiencias. Como ha señalado Bourdieu, la familia puede entenderse, al mismo tiempo, como campo y como cuerpo. Si bien está constituida por agentes que poseen distintos tipos de capitales, que generan desigualdades y relaciones de poder, especialmente de género y generacionales a la vez puede ser entendida como sujeto colectivo que debe coordinar sus actividades para poder reproducirse socialmente (Bourdieu, 1994). En los casos analizados, los conflictos familiares y disputas en el seno de la familia aparecen principalmente en los relatos de las mujeres. Aunque no fuesen presentados en esos términos, se manifestaron de diferentes maneras: maridos a los que “había que convencer” para poder trabajar y que controlaban el horario de regreso, familiares que no aprobaban el trabajo, abuelas que se encargaban de cuidar a sus nietos y que reclamaban mayor presencia de la madre en el hogar, etc.
En los relatos de los hombres, en cambio, aparecía en mayor medida la imagen de la familia como cuerpo, en la que todos sus miembros conciliaban sus tareas en pos del bienestar del grupo. Ellos no buscaron argumentar su participación en el mercado de trabajo sino que la presentaron como “natural”, de la misma forma en que sostuvieron que sus esposas, mientras sus hijos eran pequeños, se mantenían fuera del mercado de trabajo. Esta lectura, sin embargo, no era exclusiva de los varones. En el caso de las mujeres, esta forma de entender a la familia aparecía de diversas maneras: en los casos en que justificaban su entrada al mercado de trabajo por necesidades de la familia y no por motivaciones personales, madres que se empleaban solo en una época determinada del año (cuando los hijos no van a la escuela), afiliaciones al sindicato que dependían de la situación laboral del marido y de su acceso al sistema de obras sociales, etc.
Una de las motivaciones que manifestaron los entrevistados y las entrevistadas para optar por el trabajo en el hotel durante la temporada estival era de tipo económico.
Cuando se interrogó a Elsa sobre la organización del tiempo en las distintas etapas del año, por ejemplo, sin que se lo preguntemos habló de las ganancias económicas que obtenía trabajando solo unos meses:
Entrevistadora:-¿Usted trabajaba en la temporada y en el invierno se quedaba con las chicas que iban al colegio…?
Elsa:-En esos años la temporada rendía…Con las mucamas que hables, mucamas grandes te va a pasar lo mismo…
E:- Sí, incluso la temporada era mucho más larga que hoy en día… hoy se corta bastante antes…
Elsa:- Y se ganaba bien.14
Como puede verse en este fragmento, uno de los elementos que menciona Elsa es que “en esos años la temporada rendía”. Un aspecto que destacan las entrevistadas cuyo marido también trabajaba o los hombres que vivían con sus familias de origen es que con los ingresos ganados durante la temporada, alcanzaba para vivir todo el año. En el caso de las mujeres encontramos que los relatos se encuentran altamente permeados por la idea de que el trabajo femenino era un “complemento” del realizado por los hombres: la mayoría de quienes señalaron que los ingresos derivados del trabajo en la temporada alcanzaban para todo el año eran, precisamente, aquellas que contaban con otro ingreso fijo durante el año producto del trabajo de sus maridos. Como señala Mirta Lobato (2007), refiriéndose a principios y mediados del siglo XX, “la noción de complementariedad fue clave en las explicaciones de la época, convirtiendo de ese modo al trabajo femenino en secundario y subordinado, en oposición al trabajo principal de los varones” (p. 91). Así, cuando le preguntamos a Susana, actual profesora del curso de mucama dictado por el sindicato Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina (en adelante, UTHGRA), y trabajadora de hotel desde su juventud a mediados de los setenta, si realizaba algún tipo de actividad que generara ingresos económicos durante el invierno, nos decía:
Sí, sí…pero yo lo hacía porque quería, porque en realidad no era necesario. Porque antiguamente, cuando uno trabajaba en la temporada, con las propinas por ejemplo, uno vivía. El sueldo se guardaba. Uno, con los cuatro meses que se trabajaba…diciembre a marzo…eran cuatro meses...entonces con ese dinero que se ganaba en la temporada, se vivía todo el invierno.15
Los relatos de los hombres fueron similares a los de las mujeres al referir a su experiencia de trabajo durante su juventud. Como recordó Héctor, quien comenzó a trabajar como cadete a mediados de los sesenta, gracias al contacto que su padre le hizo con un hotel, el salario era:
buenísimo en relación al costo de vida. Imaginate que tenés 13 años, por más que te paguen hoy como mínimo 4 mil pesos, era un montón de plata para vos. Papá y mamá pagaban todo. Vos lo único que tenías era eso para comprarte lo que te gusta, e inclusive hacías una ayuda para la época escolar. Después cuando había un fin de semana largo te llamaban.16
Probablemente, aunque no lo explicite, los ingresos que Héctor recuerda no solo estaban constituidos por el salario sino también por otras retribuciones económicas tan características en la hotelería: el laudo17 y las propinas.
Tiempo de trabajo, tiempo doméstico y tiempo privado
Además de percibir un ingreso considerable, este tipo de trabajo les permitía hacer otras actividades durante el resto del año. Como mencionamos anteriormente, durante el invierno muchas mujeres se abocaban principalmente a la realización de trabajo doméstico y de cuidados. No obstante, el trabajo por temporada también habilitaba el desarrollo de otro tipo de tareas en el invierno que brindaban un ingreso económico, como el empleo en otros trabajos, el desarrollo de actividades por cuenta propia, etc.
Tal fue el caso de Mirta quien desde la década del sesenta viajaba desde Santiago del Estero a Mar del Plata para trabajar durante las temporadas. Quedó viuda muy joven con cinco hijos de entre uno y catorce años que criar y mantener. Para Mirta, entonces, el trabajo por temporada solo no alcanzaba; se desempeñaba, también, como mucama en la temporada de invierno en Santiago del Estero entre julio y septiembre; los demás meses los ocupaba con otras tareas como preparar, desde su casa, pan o empanadas para vender. Al igual que Mirta, Bety también desarrollaba otras actividades que generaban un ingreso económico durante el invierno. Sin embargo, dichos ingresos no los usufructuaba ni ella ni su familia, sino la parroquia a la que asistía cotidianamente. Con sus conocimientos como modista, dictaba cursos de costura en la parroquia por los cuales no recibía ninguna remuneración. Si bien las mujeres que realizaban los cursos abonaban una cuota, las ganancias eran donadas a la iglesia. Ésta fue la forma que Bety encontró para colaborar con la comunidad religiosa a la que ella pertenecía y en la que participaba activamente.
De esta manera, observamos que el empleo temporario en el hotel permitía a las mujeres complementar dicho trabajo con un amplio abanico de actividades que iban desde el trabajo doméstico y el cuidado de sus hijos hasta el desarrollo de otras actividades económicas. En ese sentido, el trabajo a tiempo parcial podía ser un rasgo positivo o negativo según las necesidades de cada trabajador o trabajadora. Para aquellos y aquellas que necesitaban ingresos económicos regulares, la modalidad temporal podía significar una importante fuente de inestabilidad. En cambio, para quienes contaban con otros ingresos o si las retribuciones de la temporada alcanzaban a cubrir sus gastos anuales podía ser una fuente de flexibilidad en términos positivos.
Sin embargo, a lo largo del curso de vida ciertas cuestiones se iban transformando. No solo las necesidades individuales cambiaban sino que el contexto económico y social influía en las experiencias de trabajadores y trabajadoras.18 Mientras el trabajo por temporada constituía una interesante salida laboral para las mujeres cuando sus hijos eran pequeños, luego de algunos años, muchas buscaron la forma de insertarse de modo permanente en el mercado laboral. En el caso de algunas de nuestras entrevistadas, producto del recorte temporal realizado, dicho proceso tuvo lugar hacia los años ‘80, en la que no solo se habían transformado sus familias sino que el país y la ciudad se encontraban inmersos en una crisis económica. El turismo ya no presentaba el mismo dinamismo que décadas atrás y ello repercutía en la generación de puestos y en las condiciones de trabajo en el sector. Si bien la actividad turística perduraba como consecuencia del impulso inicial producido por el continuo y significativo crecimiento que caracterizó al período 1945-1975, hacia mediados de los setenta y, con mayor, énfasis en los ochenta, las actividades derivadas del turismo declinaron producto de la exclusión de los sectores socioeconómicos de niveles medios y bajos y por la reducción del tiempo y el consumo de las prácticas turística (Mantero, 1997).
Algunas trabajadoras lograban la estabilidad laboral deseada siendo “efectivas” (de todo el año) en el hotel y otras buscaban emplearse en labores diferentes. El caso de Lucy no fue una excepción. Mientras sus hijos eran pequeños, optaba por ocuparse en actividades que le permitieran “dedicarse a sus hijos”, desempeñándose como remalladora en su domicilio o como mucama en un hotel sindical durante la temporada. Esta situación se modificó cuando sus hijos crecieron. Luego de su trabajo en el hotel se desempeñó como personal de limpieza y repositora en un supermercado. ¿Cuáles fueron las causas que motivaron dicho cambio de trabajo?:
Me acuerdo que el jefe de personal de Toledo [una reconocida cadena de supermercados de la ciudad] me dice: “¿Qué?, ¿tuvo algún problema en el hotel o algo por el estilo?”. Mire señor hay solo un problema. Me dice: “¿Cuál?” Que ahí se trabaja tres meses y yo quiero trabajar doce.19
En el caso de los hombres, al momento de formar una familia, buscaban insertarse en el hotel de modo permanente porque, según sus dichos, requerían un ingreso económico más estable. Sin embargo, aquellos que lograron conservar sus puestos durante todo el año, recordaron que en las temporadas los ingresos eran superiores, lo que les permitía realizar una “diferencia” económica. En la época invernal, en algunos momentos de su vida, los hombres realizaban otros trabajos (además del hotel) que les permitían obtener algún ingreso extra, por ejemplo como cobrador de una mutual, empleo en una consultora de seguros, etc. Al igual que las mujeres, sus relatos también ponen el foco en su familia aunque en otros aspectos. Si para ellas el invierno estaba reservado para “quedarse en la casa con los hijos”, para los varones los trabajos complementarios que pudieran realizar eran para generar un “ingreso extra para su familia”. Mientras las mujeres privilegian su rol de cuidadora, los hombres privilegian su rol de sostén económico.
Además, cuando a estos últimos se les preguntó qué otras actividades realizaban, muchos mencionaron opciones vinculadas al placer o al ocio (a diferencia de las mujeres que estas cuestiones prácticamente no aparecieron en sus relatos). El relato de vida de Manolo, un trabajador hotelero con más de cuarenta años en el rubro, por ejemplo, estuvo estructurado en torno a dos ejes principales: su trabajo en el hotel y sus vivencias como deportista:
Me dediqué al fútbol, fui técnico muchos años. Mirá te digo… yo para poder ir a jugar al fútbol tenía que estar el viernes todo el día y toda la noche en el hotel. El sábado también todo el día. Y después el domingo, que venía el otro muchacho de día, me iba a jugar al fútbol. Y después el domingo a la noche me tenía que quedar hasta el martes en el hotel. Mirá vos si me gustaba el fútbol.20
Aunque no se lo dijera en términos explícitos, en la mayoría de los casos, un aspecto entendido como negativo del trabajo era “ir al revés de la gente”.21 Durante los meses de vacaciones o fines de semana largo, cuando la mayoría de las personas estaban descansando o disfrutando del tiempo libre, incluso las mismas familias de las y los trabajadores, la labor en el sector hotelero se intensificaba. Cuando le preguntamos a un entrevistado si hubiera preferido desarrollar otra ocupación, su respuesta inmediata aludió a las largas jornadas exigidas en el sector y a la obligación de trabajar durante los fines de semana y feriados. Esto también fue mencionado por Héctor quien estaba próximo a jubilarse:
Ahora, yo que estoy en el ocaso de mi trabajo… tenés que decir… hubiese elegido quizás trabajar en un banco, un ejemplo te pongo ¿Por qué? Porque trabajás de lunes a viernes, no trabajás los fines de semana. Acá trabajás sábado, domingo y el lunes que es feriado también los trabajás… entonces viste por ese motivo22
Como se observa en la cita, Héctor refirió al hecho de trabajar durante los fines de semana y feriados. Similares fueron las apreciaciones respecto a la labor en celebraciones como navidad o año nuevo. Para quienes se desempeñaban en el sector hotelero, en estas fechas afloraban las tensiones entre el deseo de estar con la familia y la obligatoriedad del trabajo. En ese sentido, la temporalidad de las tareas a la que debían adaptarse daba lugar a una desincronización de las actividades de los trabajadores y trabajadoras, que conllevaba el desajuste temporal entre el trabajo y el ámbito de las relaciones familiares o sociales (Lallement, 2007).
Sin embargo, esta experiencia no era similar -en términos subjetivos- en hombres y mujeres. Mientras según los relatos de los primeros este aspecto era vivido con mayor “naturalidad”, en los de las mujeres aparecía con mayor frecuencia la cuestión de la “culpa”. Manolo mencionó que si bien le molestaba no poder compartir las fiestas con su familia, “no quedaba otra: cuando la gente se divertía, vos estabas trabajando”.23 En cambio, cuando le preguntamos a Adelia si alguna de sus hijas o nietas había trabajado en el sector, sostuvo:
Adelia:- No, ninguna. Porque ellas no querían abandonar la familia… y porque yo la abandoné 20 años (…)
E:- ¿Usted siente eso por haber trabajado?
A:- Lógico porque yo no tenía franco en todo el verano cuando empecé ahí en… era como en el principio… y hacía cortado, iba y venía…estaba a la noche…estaba con…adicionando arriba para los mozos… también estaba en la recepción… todo dependía de mí.24
Es decir, mientras en los relatos de los hombres, no aparecen cuestionamientos a la temporalidad del trabajo y a sus roles de trabajadores, en los de algunas mujeres este aspecto es referido con cierta culpa. Ello puede explicarse, en parte, por los modelos de masculinidad y feminidad imperantes durante gran parte del siglo pasado. Si el modelo de masculinidad hegemónico era construido en torno a la figura del varón trabajador y proveedor económico de su familia, en el de las mujeres era central su papel de madre y cuidadora. A pesar de que la imagen del trabajo femenino como liberación del hogar (Nari, 2004) apareció, en primer lugar, dentro de las clases medias, aquellas que se identificaron con este sector y, como una entrevistada dijo,con un grupo en que se acostumbraba a que la mujer se casara, tuviera hijos y se quedara en la casa,25 la tensión entre sus prácticas, sus deseos y los mandatos sociales, atravesaban constantemente sus relatos. En cambio, los hombres interpretaban como esperable y necesaria su presencia en el mundo público y en el mercado laboral, espacios de dónde provenían gran parte de sus vínculos y experiencias sociales (Olavarría, 2003).
Conclusiones
La escisión que se dio en la modernidad entre mundo de la vida y mundo del trabajo se apoyó en definiciones y experiencias androcéntricas. A pesar de las variaciones que presentaron a lo largo del tiempo, durante el apogeo de la sociedad salarial, dichas nociones prevalecieron. El caso presentado aquí permite discutir la idea de que el trabajo era una actividad realizada a tiempo completo, diariamente, estable, con un horario determinado, ciertos días de descanso semanal y un período de vacaciones anuales. Asimismo, permite problematizar los vínculos que se han establecido entre trabajo e identidades (Thompson, 1964). Hacia fines de los setenta, algunos diagnósticos provenientes de la sociología establecieron que el derrumbe que la sociedad salarial estaba sufriendo por esos años tendría consecuencias en el conjunto de la sociedad y, principalmente, en las identidades de los trabajadores (Bell, 1976; Gorz, 1982; Offe, 1992; Touraine, 1971). Sin embargo, otras lecturas, con criterios más históricos, han discutido estos planteos cuestionando la extensión y homogeneidad del trabajo asalariado en toda la sociedad (Díez, 2001; Wagner, 1997) y el supuesto de que, durante ese periodo, las identidades se hubieran forjado prioritariamente a partir del trabajo (De Castro Pericacho, 2010; du Gay, 2007). En ese sentido, analizar las identidades a la luz de la temporalidad del trabajo, de otros aspectos de la vida cotidiana y de la forma en que ambos se interrelacionan nos permite identificar la diversidad de experiencias sobre las que aquellas se asentaban y constituían.
Cuando le preguntamos a Manolo y a Lucy como se definirían, nos dijeron:
Manolo:- Yo me siento un ídolo. Porque por donde ando la gente me saluda. Primero si me dicen Manuel es del hotel. Si me dicen ramita, del fútbol. Si me dicen vasquito, de golf (…) Soy el técnico que más años dirigió Aldosivi. Dirigí muchos años Círculo Deportivo (…) Jugué en varios clubes.26
Lucy:- ¿Cómo me definiría? Una mujer normal, que cumple con sus obligaciones que corresponden, como madre, como esposa, como laburante y, bueno, como todo.27
En ese sentido, lo relevante a la hora de analizar las identidades de los trabajadores y trabajadoras es el modo en que éstos interpretan y narran su pasado desde su experiencia del presente (Gergen, 1996). En los relatos de los entrevistados se puede advertir un “patrón clave de la estructura narrativa”. Marie Chanfrault-Duchet (como se citó en James, 2004) lo define como el elemento “que reproduce en toda la narración una matriz reconocible de conducta que impone una coherencia a la experiencia de la vida del hablante, la coherencia del yo”. El patrón refleja aspectos fundamentales de la relación del narrador con los modelos sociales dominantes y contiene juicios de valor adoptados por los entrevistados para dar sentido a su vida. Las auto-definiciones citadas anteriormente son interesantes para reflexionar en torno a las identidades de género y de clase que atraviesan a los individuos.
Si los relatos de los hombres privilegiaron su carácter de individuo, los relatos de las mujeres negaron este carácter, presentándose como sujetos dedicados a otros (generalmente hijos y marido). Más allá de su correlato en las prácticas cotidianas, los hombres y mujeres seleccionaron distintos ejes para estructurar sus narraciones. Soledad Murillo (2006) ha realizado una distinción entre tiempo privado y tiempo doméstico, según el sentido que se le atribuye a una práctica determinada. Mientras el primero se trata de un tiempo propio, personal, en el segundo domina la “entrega” a otros/as. Cada uno de esos tiempos, según la autora, está atravesado por un clivaje de género. En ese sentido, si analizamos las experiencias en términos de organización y usos del tiempo, observamos que aunque sus relatos estaban centrados en su tiempo de trabajo (por ser el que motivó la entrevista), los hombres los estructuraron en torno a una pluralidad de tiempos y de ámbitos (privados), y las mujeres focalizaron en el tiempo doméstico.
Como se observó, el tiempo de trabajo actuó como un eje sobre el que se articularon los demás tiempos sociales, tanto de los propios trabajadores como del resto de los miembros de la familia. Desde esta perspectiva, lo importante no era tanto la cantidad de horas dedicadas al trabajo remunerado sino como se concentraban o distribuían a lo largo de la jornada y del año (Ramos, 2007).
En ese sentido, las experiencias de los trabajadores y trabajadoras del sector muestran que la imagen del trabajo imperante de la sociedad salarial coexistía con múltiples y variables jornadas de trabajo ya fuera asalariadas o no. Sin embargo, a pesar de las particularidades de la labor hotelera marplatense que se derivaban de su carácter estacional, en ella los principios de la división sexual del trabajo se producían y reproducían. Como mostramos en el artículo, mientras la estacionalidad era un rasgo que lo alejaba de de las características asociadas al trabajo androcéntrico, la segmentación sexual era un denominador común a todos los empleos.
Referencias
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Notas