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LA FIGURA DEL DOBLE COMO CRÍTICA DE LA ÉPOCA VICTORIANA EN EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE
Gramma, vol.. 32, núm. 65, 2020
Universidad del Salvador

Trabajo de cátedra

Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
vol. 32, núm. 65, 2020

Recepción: 08 Junio 2020

Aprobación: 17 Julio 2020

Resumen: En El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), Robert Louis Stevenson construye un personaje doble: el respetado doctor Henry Jekyll y el bestial Edward Hyde. Por una parte, la particularidad de que ambas identidades conforman una misma persona sobrepasa la clasificación realizada por el austríaco Otto Rank en El doble (1914). Por otra parte, el aspecto siniestro en Hyde es construido desde el punto de vista de Utterson, Enfield y Lanyon, tres personajes que representan la aristocracia londinense del siglo xix, por lo que la noción del doble freudiano como opuesto siniestro no recaería, entonces, en la dualidad misma del protagonista, sino en una visión crítica de la sociedad victoriana de finales del 1800. Hyde y Jekyll, como partes de un todo, se erigen, así, como una feroz crítica a la doble moral victoriana: se transforman en una proyección corpórea del decoro y de las buenas costumbres, que la alta sociedad mantenía en lo público, y la sordidez e inmoralidad que aquella trataba de negar y ocultar.

Palabras clave: Stevenson, Doble, Siniestro, Moral Victoriana, Abyección, Crítica.

Abstract: In Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1886), Robert Louis Stevenson builds a double character: the respected Dr. Henry Jekyll and the bestial Edward Hyde. The peculiarity that both identities make up the same person surpasses the classification made by the Austrian Otto Rank in Der Doppelgänger (1914). In addition, the sinister aspect in Hyde is constructed from the point of view of Utterson, Enfield and Lanyon, three characters that represent the London aristocracy of the nineteenth century, so the notion of the Freudian double as sinister opposite would not fall, then, not in the duality of the protagonist itself, but in a critical view of Victorian society in the late 1800s. Hyde and Jekyll, as parts of a whole, thus emerge as a fierce criticism of Victorian double standards: they become a corporeal projection of decorum and good manners that high society maintained in the public, and the sordidness and immorality that it tried to deny and hide.

Keywords: Stevenson, Double, Sinister, Victorian Morality, Abjection, Criticism.

Hipótesis

Publicado en 1886, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde trata sobre una de las obsesiones más grandes del escritor, poeta y ensayista escocés Robert Louis Stevenson: la división de la personalidad. Aunque el autor británico ya se había ocupado del tema en dos piezas teatrales tituladas La doble vida —en colaboración con William Henley— y en el cuento «Markheim» —publicado por primera vez en The Broken Shaft: Tales of Mid Ocean. Unwin’s Christmas Annual, en 1885—, fue en El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde que Stevenson trabajó el tema de manera acabada y perfecta. Paradójicamente, la construcción del personaje de Edward Hyde como doble siniestro del Dr. Henry Jekyll no se enmarca en los cánones definidos por el psicólogo austríaco Otto Rank en su trascendental estudio de 1914, El doble; ni tampoco en las características analizadas por el también austríaco Sigmund Freud en «Lo siniestro», artículo publicado en 1919.

Lo particular de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, es, en primer lugar y como señala Jorge Luis Borges en las clases sobre literatura inglesa que dictó en la Universidad de Buenos Aires, en 1966—recopiladas por Martín Arias y Martín Hadis, y editadas en Borges profesor, en 2019—, que «… cuando Stevenson publicó su libro, lo publicó como si fuera una novela policial: solo al final sabemos que esos dos personajes son dos caras de un mismo personaje» (2019, p. 305). La intención del narrador escocés de escribir una novela policial desplaza, entonces, el foco de lo fantástico (que aparece al final, cuando se descubre la verdad), hacia un mundo más realista para que concuerde con las características propias del género. De esta forma, el personaje de Hyde se aleja completamente de Jekyll y, si no fuese por la confesión final del doctor, la nouvelle cobraría un sentido completamente diferente.

La segunda particularidad, y es la que se expondrá en el presente trabajo, es la singular construcción del doble que hace Stevenson. Edward Hyde es, como manifiesta el propio Jekyll, parte del atribulado doctor. Hyde es la mancha de maldad que se encontraba en el interior de Henry Jekyll y que, gracias a un brebaje, sale a la luz. Ambos son uno, por lo que Hyde no puede ser nunca su opuesto, sino que es la parte de un todo, que es el mismo Jekyll. La condición de alteridad real, de opuesto y de reflejo, se entabla, en cambio, con los narradores de la historia: el abogado Utterson; el pariente lejano de este, Mr. Richard Enfield; y el Dr. Hastie Lanyon. Los tres personajes, en especial el primero, son quienes focalizan la narración. Nunca sabemos cómo es y qué hace Hyde, sino a través de la mirada de estos personajes —junto con otros menores que funcionan como testigos, como el mayordomo Poole o la empleada doméstica que atestigua sobre el asesinato de Sir Danvers Carew— y sus encuentros con el doble.

Tanto Utterson, como Enfield y Lanyon, e incluso Poole, representan una parte de la Inglaterra victoriana, el lado hegemónico y aristocrático. Y es desde esta mirada victoriana que se construye lo siniestro en Hyde, ya que este representa su opuesto: la Inglaterra de los «bajos fondos», del Soho, de los lupanares, de la amoralidad. La Inglaterra que la nobleza niega y pretende ocultar con un manto de decoro, moral y buenas costumbres. Como frente a un espejo, Utterson, Lanyon y Enfield miran dentro, y la imagen que se les devuelve es la de Edward Hyde: una imagen que desnuda todas las miserias de una sociedad que construye una pintura pública artificial de moral, mientras que, en un ámbito privado, mantiene y utiliza lo que públicamente considera indecoroso. Lo siniestro en Hyde no se construye, entonces, desde sí mismo, como indica Sigmund Freud, como condición de lo unheimlich, sino a partir de una mirada externa que no reconoce el objeto como parte de su misma sociedad. La condición de marginalidad, de figura que interpela a la sociedad, y no la del doble, es lo que a Hyde vuelve siniestro y que, por esa misma razón, se transforma, según el trabajo que la filósofa francesa Julia Kristeva plasmó en Placeres de la perversión (1980), en la pura abyección.

Edward Hyde y la Amplificación del Doble

Somos consumidores, subproductos obsesionados por un estilo de vida. Asesinato, delito, pobreza… son cosas que no me incumben. Lo que sí me importa son las revistas de famosos, una televisión con 500 canales, el nombre de alguien en mi ropa interior…

Tyler Durden, El club de la pelea

En su clase de literatura dedicada a la figura del gran escritor escocés (con quien compartió la obsesión por el tema), señaló que, para Stevenson, el doble es «… la idea de que un hombre no es dos, la idea de que si un hombre incurre en una culpa, esa culpa lo mancha» (Borges, 2019, p. 306). Esta lectura de Borges se sostiene en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y es una explicación válida para el accionar del atormentado doctor, quien, al principio de la historia, disfruta de su «doble vida». Si bien el mismo Jekyll concluye, en su confesión, que «… el hombre no es esencialmente uno, sino esencialmente dos» (Stevenson, 2013, p. 64), para luego agregar: «Fue en mi propia persona y en el aspecto moral como aprendí a reconocer la fundamental y originaria dualidad del hombre» (Stevenson, 2013, p. 64), esta confesión, aunque aparenta, no contradice lo analizado por el autor de «El Aleph»: el hombre es una unidad conformada por dos partes: una buena, otra mala. «Y así al principio el doctor Jekyll bebe el brebaje —que si hubiera habido en él una mayor parte de bien que de mal, lo hubiera convertido en un ángel— y queda convertido en un ser que es puramente malvado, cruel y despiadado, un hombre que ignora todos los remordimientos y los escrúpulos», remarca Borges (2019, p. 306) sobre el torturado doctor. Edward Hyde, entonces, es Jekyll. Es su parte amoral, pasional e inescrupulosa. Esa porción suya que Jekyll no puede mostrar en público; que lo inunda de culpa, pero que lo seduce y que le es incontrolable.

Stevenson construye a Edward Hyde como a una persona totalmente distinta al Dr. Henry Jekyll. Hyde es pequeño, morocho y más joven que su prestigiosa contraparte, mientras que el doctor es, en la descripción del abogado Utterson, «… un hombre de cerca de cincuenta años, de gran porte, bien proporcionado y rostro limpio…» (Stevenson, 2013, pp. 22-23). El primero vive de noche, en lugares indecentes (en un momento, Hyde le indica a Utterson que vive en el Soho, una zona marginal de la Londres de la época); ingresa y egresa de la casa del doctor por una puerta trasera que da a su laboratorio, que se encuentra en una calle tan oscura y sórdida, que a Richard Enfield le cuesta vincular con el Dr. Jekyll. En cambio, su «otro yo» es un respetable miembro de la alta sociedad victoriana, como también lo son sus colegas, Utterson y Lanyon. Esta distinción obedece al interés de Stevenson por concebir El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde como una novela policial. Si bien el título sugiere cierta dualidad, y, a través del relato, el lector va descubriendo la estrecha y extorsiva relación existente entre ambos (construida siempre desde la perspectiva de Utterson, quien, dadas las características de los dos personajes, sospecha que Jekyll está siendo chantajeado), el autor escocés hace todo lo posible para que no se revele la verdad, sino hasta el final, con la confesión del doctor.

En 1914 el psicólogo austríaco Otto Rank publicó El doble, un notable estudio sobre esta figura en la literatura, dondese enfocó, con mayor profundidad, en la obra del romántico alemán E.T.A. Hoffman. En este valioso y pionero estudio, Rank señaló tres modos distintos en que aparece la figura del doble en la literatura. El primero es la sombra o reflejo donde «… el misterioso doble es una división independiente y visible del yo» (Rank, 1982, p. 42). En esta figura, el pacto con el diablo es un tópico repetido (Borges ve la trampa del diablo en el ingrediente que Jekyll no puede encontrar para la preparación del brebaje), donde «… el espejo y la sombra son como imágenes que se aparecen al yo como sus semejanzas» (Rank, 1982, p. 39). El segundo es el doble físico que «… adopta una forma relacionada de modo más distante, como en las comedias de identidades equivocadas» (Rank, 1982, p. 51). En este tratamiento, las «… figuras reales del doble se enfrentan entre sí como personas reales y físicas, de similitud externa poco común y cuyos senderos se cruzan» (Rank, 1982, p. 42). La tercera y última forma de construir el doble es la «… representación por la misma persona de dos seres distintos separados por la amnesia» (Rank, 1982, p. 51).

Tanto como en el reflejo como en el doble físico y el doble construido por amnesia, el psicólogo austríaco afirma que se produce, en mayor o en menor medida, la confrontación con el doble: «El impulso de liberarse del extraño oponente en forma violenta corresponde a los rasgos esenciales del motivo…» (1982, p. 47). De acuerdo con las características estudiadas por Otto Rank, el doble construido por Robert Louis Stevenson encajaría, en principio, en la primera de ellas: Hyde sería la sombra o reflejo del yo verdadero, que es Henry Jekyll. Sin embargo, el personaje de Edward Hyde no es reflejo del doctor, sino parte suya, como ya se mencionó. Se encuentra en las antípodas del doctor, pero, simultáneamente, es el doctor. Stevenson, como indicó Borges, concibe al hombre como una unidad al que el mal mancha, y aunque se ajusta a varias características estudiadas por Rank (el pacto con el diablo, el espejo roto, la muerte final), no cumple con el rasgo fundamental: el notorio vínculo entre ambos. Hyde y Jekyll son completamente opuestos, tanto física como moralmente, pero complementarios porque son dos caras de una misma moneda. No obstante, la oposición y la falta de vínculos entre ambos se acentúan porque la historia es narrada desde la perspectiva de Utterson, de Enfield y de Lanyon, y no desde el mismo Jekyll. La intención de Stevenson de abordar El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde como una novela policial genera que se mantenga oculta hasta el final la real conexión entre ambos personajes y no haya forma de que el lector sospeche de que se estaría tratando de la misma persona. Como tampoco lo sospechan Utterson, Enfield, Lanyon, ni Poole, el mayordomo, y como sí sucedería en caso de que Hyde se ajustase a las convenciones señaladas por Rank.

En su estudio, Rank afirma que siempre se pone el «… acento en la persecución por el doble, que se ha convertido en una entidad independiente y que siempre, y en todas partes, se yergue como un obstáculo contra el yo» (1982, p. 40). Pero el doctor no se siente amenazado por Hyde, al menos al principio de la historia. De hecho, Jekyll protege y apaña a su doble, y lo convierte en el único beneficiario de su testamento: «… todas sus posesiones pasarían a manos de su “amigo y benefactor, Edward Hyde”» (Stevenson, 2013, p. 12), y le pide a su amigo y abogado, el Sr. Utterson, que lo proteja: «… lo tolerarás y velarás por sus legítimos intereses» (Stevenson, 2013, p. 24). Ciertamente, con el correr de la trama, Hyde se convierte en un problema para Jekyll, en especial cuando asesina a un hombre, y el afligido doctor, desesperado de culpa, ve cómo su oscura vida privada amenaza su pulcra y honorable vida pública.

¿Jekyll es el «perseguidor» de Hyde? ¿Es su intención principal, durante toda la historia, acabar con Edward Hyde? Y viceversa, ¿es la obsesión primigenia de Hyde acabar con el doctor? En su declaración final, Jekyll revela sus teorías sobre la naturaleza dual del hombre y, sobre todo, de las suyas propias, y se pregunta lo siguiente: «¿Pero cómo hacer para separarlos?» (Stevenson, 2013, p. 65), para luego confesar: «… elaboré una sustancia capaz de debilitar esa facultad y suscitar una segunda forma corpórea, no menos natural en mí, por ser portadora de elementos más viles de mi propia alma» (Stevenson, 2013, p. 65). Jekyll, entonces, logra extraer de sí su parte maligna y siniestra, y adopta el nombre de Edward Hyde. Así, durante la primera parte de la historia, Jekyll no persigue ni quiere acabar con Hyde —ni Hyde con Jekyll—, sino que ambos se ven como la solución a su dualidad. Incluso llega a confesarle a su amigo y abogado Utterson «… siento un tremendo afecto por ese joven» (Stevenson, 2013, p. 24): liberado de la culpa que lo carcomía (culpa que construida a partir de la moral victoriana), Jekyll abraza su lado siniestro.

En la segunda parte de la historia, más precisamente después del asesinato de Sir Danvers Carew, el doctor comienza a padecer las actuaciones de su doble. No obstante, este padecer, que lo lleva invariablemente a la muerte, no es producido por un enfrentamiento entre ambos, que, en el caso de las figuras estudiadas por Rank, se genera por la necesidad de que uno sobreviva sobre el otro, sino por la culpa y el remordimiento por sus propias faltas. Borges, en su clase de literatura inglesa sobre Stevenson, señalaba que «[e]n la superstición escocesa, el doble se llama fetch, que quiere decir “buscar”. De modo que cuando alguien ve a su doble es porque se ve a sí mismo» (2019, p. 303). No hay un real enfrentamiento entre ambos, simplemente porque son uno y tienen conocimiento sobre el otro. No hay ningún misterio oculto entre ellos. Sin embargo, la situación inmanejable y la culpa por sus acciones llevan al doctor a buscar una solución: Henry Jekyll se suicida, y, por consiguiente, Edward Hyde muere. En las líneas finales de su confesión, el Dr. Jekyll revela: «Y así, dejo mi pluma, cierro mi confesión y con ella, pongo fin a la vida del infeliz» (Stevenson, 2013, p. 82). Otto Rank indica que la liberación violenta del doble certifica que «… la vida del doble tiene una muy estrecha vinculación con la del propio individuo» (1982, p. 47). Si bien Hyde no cumple con las convenciones del doble, no deja de ser un doppelgänger, ya que se ajusta al motivo común que Rank encontró entre todos los tipos analizados.

El doble maligno del doctor Jekyll o, mejor dicho, su parte maligna se maneja en un ámbito distinto al del doctor, habita una zona distinta y marginal (en el Soho) y, a diferencia de su contraparte, parece vivir prácticamente de noche. No le interesa atormentar a Jekyll, como lo haría el doble reflejo de Rank, pero sí atormenta, con su presencia «infernal», a la Londres victoriana. En la traumática anécdota que Richard Enfield le cuenta al Sr. Utterson, describe el único temor de Hyde: la rígida moral de la época. «Era evidente que hubiera preferido escapar, pero algo en la actitud del grupo le dio miedo y finalmente se rindió» (Stevenson, 2013, p. 8). El grupo lo conformaban él mismo, los parientes de la niña golpeada, y la policía. Hyde se convierte en reflejo, en una sombra que se yergue en la vereda opuesta a la nobleza victoriana representadapor los tres personajes por cuya mirada se conoce la historia: Utterson, Enfield y Lanyon. De hecho, el Dr. Jekyll, que también es un miembro respetable de la sociedad, solo intenta liberarse de Hyde cuando este comienza a manchar su reputación pública: «Pensaba en mi propia reputación que ha quedado expuesta por este odioso asunto» (Stevenson, 2013, p. 32).

El Sr. Utterson, abogado, uno de los mejores amigos de Henry Jekyll y principal personaje por cuya óptica atraviesa la historia; su pariente lejano y compañero de caminatas, el Sr. Richard Enfield; y el Dr. Hastie Lanyon, antiguo amigo tanto de Jekyll como de Utterson. Es la particular mirada de estas tres figuras, representantes de la nobleza, lo que construye la imagen de Edward Hyde. Y a diferencia de otros personajes menores, como el mayordomo Poole o la sirvienta que presencia el homicidio de Sir Danvers Carew, y que solo son testigos de un hecho, Utterson, Enfield y Lanyon miran, juzgan, condenan; elevan o elogian el objeto o la situación observados.

El primero que retrata al doble de Jekyll es el Sr. Enfield, quien, al comienzo del relato, le cuenta a su amigo Utterson una situación extraordinaria que le sucedió durante una noche: un hombre chocó a una pequeña niña y no solo no se detuvo a auxiliarla, sino que la pisoteó de manera inescrupulosa. Este acto de crueldad —Borges analizó en sus clases que el mal, para Stevenson, consistía «… ante todo, en la crueldad gratuita» (2019, p, 305)— es lo que llamó la atención de un caballero tan embebido en los valores victorianos como Enfield, que, junto con un policía (institución cómplice para el mantenimiento de cualquier sistema), enfrentó al agresor con toda su moral ejemplificadora. Juntos le exigieron que adoptara un comportamiento responsable y adecuado para lo que acababa de realizar. El infractor, que es pura pulsión maligna, termina escabulléndose de las consecuencias éticas y hasta legales con el pago de una suma de dinero. Edward Hyde es claro en sus términos: «Si desean sacar partido del accidente —nos dijo—, naturalmente estoy indefenso. Un caballero siempre trata de evitar el escándalo. Díganme cuánto quieren» (Stevenson, 2013, p. 7). El honorable Enfield y el policía, en lugar de rechazar este innegable soborno, lo aceptan y, aunque ofrecen el dinero para la niña damnificada, la situación se resuelve con un acto de corrupción que los involucra. Así todo, la mirada aristocrática y, por lo tanto, hegemónica del Sr. Richard Enfield describe a Hyde como un monstruo y omite involucrarse en un acto indecente: «Supongo que no parecerá gran cosa narrarlo de este modo, pero la visión fue infernal. Aquel hombre no parecía un ser humano, sino un juggernaut» (Stevenson, 2013, p. 6).

Esta escena inicial de la nouvelle enmarca una sutil crítica hacia la doble moral victoriana: Enfield, representante de la alta sociedad, se enfrenta, cara a cara, con un hombre que no se ajusta al decoro social de la época y, en consecuencia, condena su falta de ética. Sin embargo, pasa por alto (y también Utterson) haber participado en un acto de corrupción. La particularidad de Edward Hyde es que genera pavor, repugnancia y hasta odio en la aristocracia victoriana, inicialmente, porque no pertenece a ella. No hay nada a priori siniestro en Hyde, pero tanto Enfield como Utterson, Lanyon, e incluso Poole sienten algo maligno en él, pero ninguno puede precisarlo. Cuando Utterson le pregunta a Enfield por la apariencia física de Hyde, este responde: «Debe ser deforme en algún sentido. Da una fuerte impresión de deformidad, aunque no sabría especificar por qué. Su apariencia es realmente fuera de lo común y, aun así, no podría mencionar un solo detalle anormal» (Stevenson, 2013, p. 10). La mirada hegemónica victoriana se ve obligada a observar lo que intentaba mantener oculto: los marginales, los pobres, los desclasados de Londres. Y al hacerlo, los condena porque son una amenaza concreta, la prueba de la moral artificial que pregonan. Hasta Poole, el mayordomo del Dr. Jekyll, miembro de una clase social inferior, pero funcional a la estratificación moldeada por la nobleza, cuando trata de describir qué es lo que asusta de Hyde, falla: «Entonces se habrá dado cuenta [le dice a Utterson], como todos nosotros, de que hay algo raro en él, no sé cómo decir..., algo que produce un escalofrío en la médula» (Stevenson, 2013, p. 48). Eso que Poole y Enfield, pero también Lanyon y Utterson, no pueden describir podría explicarse como «lo siniestro».

Lo Siniestro y lo Abyecto en Edward Hyde

Una de las principales características del doble, y en el caso de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es aún más pronunciada por los ambientes y las escenas que construye Stevenson, es su relación con lo siniestro. En el famoso artículo de Sigmund Freud titulado «Lo siniestro», el médico austríaco asegura que uno de los temas literarios que mejor encarnan lo unheimlich es el doble: «Es preciso que nos conformemos con seleccionar, entre estos temas que evocan un efecto siniestro, los más destacados. […]. Nos hallamos así, ante todo, con el tema del “doble” o del “otro yo”, en todas sus variaciones y desarrollos» (2020, p. 8). Freud caracteriza lo siniestro como «… un concepto que está próximo a lo espantable, angustiante, espeluznante…» (2020, p. 1). El doble, en calidad de ser siniestro, genera angustia y espanto, tanto para el lector como para los personajes. El doctor Hastie Lanyon, al recibir a Hyde en su casa, confiesa: «…me impresionó particularmente la extraña expresión de su rostro[…]. Por último, y no menos importante, la rara, subjetiva turbulencia que me produjo su cercanía» (Stevenson, 2013, p. 58).

Esta sensación de angustia y de temor se genera por la particularidad de lo siniestro, que reúne un aspecto familiar y conocido con otro novedoso y extraño, de manera simultánea y repetida. Estacualidad indica, además, una interpelación hacia el Yo verdadero. Lo unheimlich, como un espejo deforme, nos espanta porque nos muestra lo que no queremos ver sobre nosotros mismos y que intentamos reprimir y esconder. «Lo siniestro sería aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás», dice Freud en su estudio, y agrega: «… lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro» (2020, p. 2). Es así que la relación simultánea entre algo familiar, pero extraño, provoca lo unheimlich: «Puede ser verdad que lo unheimlich, lo siniestro, sea lo heimlich-heimisch, lo “íntimo-hogareño” que ha sido reprimido y ha retornado de la represión, y que cuanto es siniestro cumple esta condición» (2020, p. 11). Sin embargo, como se estableció anteriormente, las particularidades narrativas de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde esconden la condición de doble de Edward Hyde hasta el desenlace final. No hay nada que la mirada de los personajes victorianos encuentre familiar en Hyde. Tampoco ellos comprenden que exista un vínculo entre Hyde y Jekyll, y hallarlo estimula las sospechas de Utterson, el desprecio de Enfield y el temor de Poole y Lanyon. Asimismo, Jekyll crea a Hyde de manera consciente, por lo que no hay, desde su perspectiva, efecto siniestro, puesto que Hyde no le es una figura extraña.

Freud ve que la existencia del doble es una innegable amenaza al yo, que ataca y critica, como un reflejo maligno, toda la estructura «yoica del Uno». «El carácter siniestro solo puede obedecer a que el “doble” es una formación perteneciente a las épocas psíquicas primitivas y superadas, en las cuales sin duda tenía un sentido menos hostil» (Freud, 2020, p. 8). En este sentido, Hyde es un ser siniestro porque está conformado por la maldad que anidaba en Henry Jekyll, y que este intentó reprimir y quitar de su vida pública: «Así fue como muy tempranamente comencé a ocultar mis placeres; cuando llegó el tiempo de la madurez y pude reflexionar sobre mis progresos y mi posición en el mundo, tomé conciencia de que estaba inmerso en una vida de profunda duplicidad» (Stevenson, 2013, p. 63). Pero Edward Hyde no ataca a Jekyll. O al menos no es su primera intención. Como se estableció anteriormente, Hyde es un doble que surge del interior Henry Jekyll; es su parte maligna que se vio obligado a ocultar para adecuarse a las reglas de la sociedad victoriana. Crear a Hyde es una solución para sus problemas. Ambos, tanto Hyde como Jekyll, viven en aparente armonía, hasta que Hyde comete un homicidio, y Jekyll siente que no puede dominar su «parte malvada». La amenaza se hace real cuando el doctor se da cuenta de que pasa más tiempo como Hyde que como Jekyll. Y al descubrir la fantástica verdad, el foco del problema se desplaza hacia la crítica: Hyde no puede vivir en el mundo victoriano de Jekyll, ni Jekyll puede permitirse destruir su reputación y dejarse llevar por los placeres que siempre lo sedujeron y atormentaron. Así entonces la figura de Hyde no amenaza, realmente, a Jekyll, sino a la moral de la época. La desesperación de Jekyll-Hyde crece progresivamente cuando el Sr. Utterson comienza a investigar al «extraño» Edward Hyde, ergo, a partir de que el peso moral de la Londres victoriana empieza a cercarlo desde su ética.

Tanto Enfield como Lanyon y Utterson, como también Poole y la testigo del homicidio, reconocen que no hay nada «anormal» en Hyde. Sin embargo, sienten una fuerte aversión hacia él. Edward Hyde es juzgado y condenado mucho antes de asesinar a Sir Danvers Carew. Y es a partir de la perspectiva victoriana, desde la mirada y los encuentros con Utterson, con Enfield y con Lanyon, que el doble adquiere la condición de siniestro. Lo unheimlich en Hyde es construido, entonces, por estas miradas hegemónicas, ya que la amenaza de este seres contra ellos mismos. Edward Hyde es un personaje diferente a lo que las reglas de comportamiento dictaban para la época: «Yo siempre mantengo este principio [le dice Enfield a Utterson]: cuanto más raro me parece el caso, menos pregunto» (Stevenson, 2013, p. 9). Edward Hyde es un marginal, un outcast que se encuentra en el fondo de la sociedad victoriana.

La dimensión de lo siniestro para Freud es, más allá de las percepciones, inherente al objeto. Un objeto familiar, pero extraño a la vez; reprimido, y que regresa de forma repetida y caótica. No obstante, Hyde, como se ha visto, no posee el carácter siniestro en él, sino que produce espanto en oposición al carácter victoriano representado por la mirada hegemónica de quienes «cuentan» la historia. De esta forma, el doble representado por Edward Hyde se aleja de la clasificación realizada por Otto Rank y de las particularidades de lo siniestro explicado por Sigmund Freud. Hyde es un doble, sí, una sombra y reflejo, pero no de Jekyll, sino del establishment victoriano representado por Utterson, por Enfield, por Lanyon, por Poole y por los sirvientes. El encuentro entre estos personajes con Hyde y su mirada especialmente condenatoria de los hechos constituye lo unheimlich en él. Y así, lo siniestro, que está separado del objeto, deja de serlo y se transforma en abyección. La filósofa francesa Julia Kristeva, en su estudio Poderes de la perversión, afirma que lo abyecto es «… aquello que perturba la identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas», y agrega: «[Lo abyecto] señala la fragilidad ante la ley» (2006, p. 11).

Por un lado, el encuentro de Utterson y del resto con Hyde les generó repugnancia y aversión: «Desde el primer momento en que lo vi, aquel hombre me produjo una enorme repugnancia, y lo mismo les ocurrió, naturalmente, a los parientes de la niña» (Stevenson, 2013, p. 7). Por otro lado, ninguno de los personajes que se encontraron con Hyde pudieron relacionarlo con alguien tan familiar para ellos como el doctor Henry Jekyll. Incluso, al comienzo del texto, Enfield no reconoce que la puerta por donde entró Hyde, en un edificio al que describe como oscuro y sórdido, es el laboratorio del doctor. Y mucho se asombra y desconfía Enfield de su validez cuando Hyde le entrega un cheque firmado por el mismísimo Henry Jekyll: «Me tomé la libertad de decirle al caballero en cuestión que todo aquel asunto me parecía sospechoso y que en la vida real un hombre no entra a las cuatro de la mañana en un antro como ese para salir al rato con un cheque por valor de casi cien libras firmado por otra persona» (Stevenson, 2013, p. 8). Enfield no deja de asombrarse de que Jekyll y Hyde tengan un vínculo. Utterson tampoco, pero él cuenta con más información que su compañero de caminatas. A esta característica Kristeva la entiende como una diferencia esencial entre lo abyecto y lo unheimlich. Como se dijo anteriormente, lo siniestro cuenta con una carga familiar y extraña a la vez. Lo abyecto, en cambio, «… se construye sobre el no reconocimiento de sus próximos: nada le es familiar, ni siquiera una sombra de recuerdos» (Kristeva, 2006, p. 13).

De este modo, Stevenson coloca un espejo, no frente a Jekyll, sino frente a la aristocracia inglesa y la obliga mirar dentro. Y el reflejo, la sombra que devuelve, es el Sr. Edward Hyde: personaje que produce abyección porque los aristócratas no lo reconocen como familiar, pero los interpela. Hyde es lo que sobra, lo que la sociedad trata de esconder debajo de la alfombra. En la Literatura y el mal, el filósofo francés George Bataille afirmaba que «[e]l lado del Bien es el de la sumisión, el de la obediencia. La libertad es siempre una apertura a la rebelión y el Bien se vincula con el carácter cerrado de la regla. El propio Sartre llega a hablar del Mal en términos de libertad» (2000, p. 272). Hyde es la abyección, la repugnante sobra que quiere esconder una sociedad moralmente hipócrita y desigual, que se para frente a ellos y les reclama y desafía. Es el Mal que rompe las reglas, la pasión que desafía el decoro y que rompe los cimientos victorianos.

La Sociedad Victoriana y la Sombra de Hyde

Robert Louis Stevenson publicó El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en 1886 bajo el reinado de Victoria i. Monarca trascendental del Reino Unido, la reina Victoria gobernó desde 1837 hasta 1901, y, en su honor, se denominó prácticamente a todo el siglo xix británico como la «época victoriana». Durante su reinado, Gran Bretaña se convirtió en la principal potencia mundial, fruto del comercio con sus cientos de colonias desperdigadas por todo el globo. Además, la Primera Revolución Industrial (1760-1840) industrializó el país y le otorgó grandes ventajas sobre el resto de las potencias (sobre todo, Francia y Alemania). La Revolución Industrial también generó una oleada migratoria proveniente del campo a las ciudades, y urbes como Londres, Birmingham y Cardiff crecieron exponencialmente. Esta época, heredera del pensamiento moderno del siglo xviii, continuaría con sus ideales de progreso ilimitado —progreso económico y científico, que alcanzaría a todas las clases sociales—, aunque el advenimiento de una nueva clase producto de la Revolución Industrial —el proletariado— construiría una realidad que chocaría con esta visión moderna, y que la Inglaterra victoriana intentaría ocultar.

El filósofo argentino Nicolás Casullo define la modernidad como

… un mundo de representaciones que, desde la Razón ordenadora, refundó valores, saberes y certezas. Estableció paradigmas para la acción y la reflexión, para la crítica y la utopía. Fijó identidades para la multiplicidad de lo real, denominadores comunes para el acceso al conocimiento y códigos de alcance universal para interrogarse sobre las cosas y los fenómenos (1993, p. 18).

Robert Louis Stevenson está inmerso en el pensamiento moderno. En sus clases, Borges recordó un artículo del escritor escocés, titulado «Polvo y sombra», donde afirma que «… no sabemos si existe o si no existe Dios, pero sabemos que hay una sola ley moral en el Universo» (2019, p. 296). No obstante, el escritor y ensayista escocés fue lo suficientemente lúcido como para criticar también su tiempo. Casullo agrega: «Esta construcción de la escena de la historia, si bien se expresó como permanente conflicto de intereses y contradicciones económicas, sociales, nacionales y políticas, tuvo, sin embargo, como suelo sustentador aquel universo narrativo que propuso el imperio de la razón» (1993, p. 18). La razón (o la moral para Stevenson) domina la escena, aunque no puede esconder los «sobrantes»: los marginados, las prostitutas, los pobres, los obreros, la explotación laboral, el trabajo infantil. Un progreso capitalista que se creía emancipador y absoluto para todas las clases, pero que, en realidad, dejó miles y miles en el camino. Un siglo después, el fracaso del discurso hegemónico provocará la crisis

Ante esta realidad doble, el Londres victoriano se erigió como una sociedad moralmente hipócrita. En su ensayo titulado Londres victoriano, el escritor español Juan Benet afirmaba: «… será en la ciudad donde se producirá la abismal división entre “los dos países”, […], donde una nueva y restringida clase de riqueza descansa sobre una nueva y extendida clase de pobreza» (1989, p. 48). La época victoriana se caracterizó por un fuerte sentido moral de disciplina y de puritanismo; paralelamente y de manera oculta, se desarrollaba una contraparte de adulterio, pobreza y prostitución. El mecanismo de las clases acomodadas era no reparar en lo marginal. Juan Benet denuncia lo siguiente:

El mejor procedimiento para negar el fenómeno era no verlo; y no solo negarse a mirarlo, sino hacer todo lo posible para ocultarlo. Sin duda el estiramiento de las actitudes y la rigidez de las costumbres que caracterizan a la era victoriana son en buena parte consecuencia de alejar la parte más fea de la realidad, de rodear con todo un aparato de graves maneras la mala conciencia y de imponer un distanciamiento enfundado en una moralidad cortada a la medida de la peor voluntad de no traspasar ciertos límites, más allá de los cuales está el pecado (1989, pp. 48-49).

Esta idea de «dos países», uno debajo del otro, es el núcleo crítico de la nouvelle de Stevenson. Hyde, personaje siempre visto desde la mirada y la narración de otros personajes análogos a la Inglaterra victoriana, es mostrado como un ser ajeno a la moral y a las costumbres que rigen la época. Pasional, vehemente, terriblemente iracundo, maleducado, egoísta y, luego, en lo que sería quizás una justificación por la condena moral (los malos, aunque revolucionarios, siempre pierden), homicida. Utterson, Enfield, Lanyon y el mismo Jekyll, en cambio, representan la Inglaterra de la alta sociedad, que es quien dicta las reglas; la que condena, enaltece, niega u oculta. Estos personajes de clase alta se ven obligados, dadas las circunstancias de la historia, a observar a Hyde, su reflejo-sombra. Son obligados, entonces, a enfrentarse a ese «segundo país» al que refiere Benet: la Inglaterra que subyace, como un mar inmenso y tumultuoso, bajo una finísima tela moralizante.

Esta mirada puritana, llena de reglas de conducta, hacia lo marginal es lo que genera lo abyecto. Kristeva dice que «[l]o abyecto está emparentado con la perversión. […]. Su rostro más conocido es la corrupción. Es la figura socializada de lo abyecto. Para que esta complicidad perversa de la abyección sea encuadrada y separada, hace falta una adhesión inquebrantable a lo Interdicto, a la Ley, Religión, Moral, derecho» (2006, p. 25). Lo abyecto se opone a lo vertical, a lo hegemónico, a lo institucional. En el caso de la Inglaterra victoriana, es lo pasional, lo primitivo, lo animal. Y en este sentido, dice Benet: «Con frecuencia se ha atribuido a la propia reina Victoria un papel dominante en la dirección y señalamiento de los usos, modas y costumbres de su época. Su carácter severo, avaro y puritano […] contagiaron a la corte y a las clases altas que a su vez las impusieron a toda la sociedad» (1989, p. 49). De este modo, ante este puritanismo moral y hegemónico, para el cual «[h]acer una pregunta es como arrojar una piedra» (Stevenson, 2013, p. 9), como dice Enfield y al cual Utterson felicita, surge la respuesta de lo abyecto, de la perversión, del Mal encarnado por el Sr. Hyde. Bataille es determinante: «Un juego de enfrentamientos que rebotan está en la base del movimiento alterno de la fidelidad y rebelión, que es la esencia del hombre» (2000, p. 190).

En su confesión, Jekyll se declara «… heredero de una gran fortuna, dotado de excelentes cualidades, inclinado por naturaleza al trabajo…» (Stevenson, 2013, p. 63), pero también, dueño de una «… profunda duplicidad», que le daba culpa y que intentaba ocultar por todos los medios. Jekyll se siente liberado a sus pasiones cuando se transforma en Hyde, eximido de la culpa que lo carcomía y entregándose a sus pasiones y placeres sin que tenga consecuencias en el mundo puritanamente reglamentado de la sociedad victoriana, hasta que ese mundo de moral rígida, encarnado por el perseguidor Utterson, no le dejó otra salida que la muerte.

Conclusión

La figura del doble siniestro en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es completamente singular: escapa a las clasificaciones analizadas por los austríacos Otto Rank y Sigmund Freud, en una forma en que amplía el alcance del tópico hacia un lugar crítico y realista. La intención de Stevenson de escribir una novela policial, su concepción de la naturaleza dual del hombre y la crítica a la doble moral victoriana (arraigada en la idea de una moral ordenadora de Stevenson, como analizó Borges) construyeron un «doble-doble»: Hyde, en tanto doble del doctor Jekyll, es reflejo monstruoso de la sociedad victoriana de la época.

Es desde la perspectiva de Utterson, de Enfield y de Lanyon que se proyecta la figura infernal de Hyde: la imagen de un ser demoníaco, siniestro, pero que, sin embargo, no pueden describir ni definir qué es lo que lo vuelve monstruoso. Los tres personajes, miembros respetados de la alta sociedad, marcan una posición desde la ideología hegemónica de la época y dividen aguas para lo que está moralmente bien y es aceptado, y lo que está moralmente mal y debe ser objeto de sospecha y de condena. Lo siniestro en Hyde se convierte, así, en un constructo externo al no ajustarse a los cánones éticos de la época. Esta separación de lo siniestro del objeto lo lleva a transformase en abyección: una respuesta externa de repugnancia y pavor hacia lo que no es familiar, pero también subversiva contra el sistema dominante.

Edward Hyde genera abyección en todos sus interlocutores porque es la respuesta a una verticalidad hegemónica. Es la nobleza quien marca las reglas, las buenas costumbres, el deber ser. Y Hyde, su reflejo deforme, es pura pulsión arrasadora. Pertenece al orden del Mal porque no conoce de reglas ni de moral y, aunque Hyde lleva al extremo la desobediencia hasta el punto tal de convertirse en un asesino, es un ataque ferozmente sutil a la moral, hipócrita, de la época. Jekyll y Hyde, como dos partes opuestas que constituyen un todo, se convierten, entonces, en una metáfora crítica e implacable de un país que, como el atormentado doctor, intentó reprimir, sin éxito, su costado maldito.

Referencias Bibliográficas

Bataille, G. (2000). La literatura y el mal. Buenos Aires: elaleph.com

Borges, J. L. (2019). En Arias, M y Hadis, M. (eds.). Borges profesor. Curso de literatura inglesa. Buenos Aires: Sudamericana.

Benet, J. (1989). Londres victoriano. Barcelona: Editorial Planeta.

Casullo, N. (comp.). (1993). El debate modernidad / Posmodernidad. Buenos Aires: El Cielo por Asalto ediciones.

Freud, S. (1919). Lo siniestro. Recuperado el 10 de febrero de 2020, desde www.librodot.com

Kristeva, J. (2006). Poderes de la perversión. Buenos Aires: Siglo xxi Editores.

Rank, O. (1982). El doble. Buenos Aires: Ediciones Orión.

Stevenson, R. L. (2013). El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Buenos Aires: Colihue.

Notas

* Estudiante de cuarto año de la Licenciatura en Letras de la Universidad del Salvador (USAL). Correo electrónico: alvaroithurbide@hotmail.com


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