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Entre el juego de la guerra y el político.El caso de las milicias de catalanes en las invasiones inglesas al Río de la Plata
Claves. Revista de Historia, vol.. 6, núm. 11, 2020
Universidad de la República

Tema Central

Claves. Revista de Historia
Universidad de la República, Uruguay
ISSN-e: 2393-6584
Periodicidad: Semestral
vol. 6, núm. 11, 2020

Recepción: 04 Octubre 2020

Aprobación: 11 Noviembre 2020


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: El proceso de creación de milicias provinciales, durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, ha sido visto como un cambio importante en la participación política popular en el espacio rioplatense. La aparición de estos nuevos elementos, en un momento de desestructuración de sistema virreinal, los convirtió en piezas clave en las luchas entre los nuevos grupos de poder que emergieron mientras duraban los combates militares. Los posicionamientos de los grupos milicianos ante estos cambios, lejos de estar definidos desde un inicio, comportaron debates y confrontaciones internas y externas por situarse en el nuevo tablero político. La intención de este artículo es analizar el caso de tres de esas nuevas milicias, concretamente las compuestas por grupos de catalanes, para poder revisar algunos aspectos de estos procesos. Por un lado, quiero mostrar los conflictos que se dieron entre la nueva forma de concebir la participación política de esos milicianos y otras posturas, más tradicionales. Así mismo, también quiero analizar la lucha interna dentro de un grupo miliciano, por su re-posicionamiento político, el cual acabó provocando un importante cambio de alianzas en las nuevas relaciones de poder

Palabras clave: Miliciano, Invasiones inglesas, Catalanes, Participación política.

Abstract: The process of creation of provincial militias, during 1806 and 1807's British invasions, have been seen as an important change in the people's political participation in the River Plate zone. The emergence of these new elements, in a ENTRE EL JUEGO DE LA GUERRA Y EL POLÍTICO… moment of disestablishment in the viceroyalty, made them key pieces in the battles between new power groups that were born while the military combats were taking place. The stance of the militiaman groups toward this changes, far of being defined since the beginning, make arise debates and internal and external fights to take its place into the new political chessboard. The goal of this article is to analyse the case of three of these new militia, specially the ones made by groups of Catalan people, in order to review some aspects of this procedures. First, I want to show the conflicts that took place between the new way to understand the political involvement of that militarmen and other more traditional stances. Then, I also want to analyse the internal fight between members of a concrete militia group, for their political repositioning, which provoked an important change of alliances between the new power relationships.

Keywords: Militiamen, British invasions, Catalans, Political involvement.

1. Introducción

El proceso de creación de milicias provinciales durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, ha sido visto por la historiografía como un cambio importante en la participación política popular en el espacio rioplatense. La aparición de estos nuevos sujetos políticos, fruto de una necesidad concreta y en un momento de desestructuración de sistema virreinal, los convirtió en piezas clave en las luchas entre los nuevos grupos de poder que emergieron mientras duraban los combates militares. Sin embargo, hasta la fecha, son pocos los estudios que analizan de forma particular a cada una de ellas.[1] Es importante mencionar que, si bien en la estructura defensiva virreinal ya existía la figura del miliciano, este ejercicio no era visto por la población rioplatense como un espacio atractivo en el que ejercer. Las invasiones inglesas significaron un nuevo modelo miliciano, que sí fue aceptado por las capas de comerciantes y, en especial, por las clases populares (Johnson 337).

Los posicionamientos de estas nuevas figuras frente a los cambios que se estaban produciendo en el tablero sociopolítico, lejos de estar claramente definidos, comportaron debates y confrontaciones internas y externas a la propia milicia. La intención de este artículo es analizar estas transformaciones poniendo el foco en dos de estos grupos, concretamente, los compuestos por población de origen catalán. Por un lado, quiero mostrar cómo se desarrollaron los conflictos que se dieron entre la nueva forma de concebir la participación política de estos milicianos y otras posturas, más arraigadas en el sistema tradicional de relaciones. Así mismo, también profundizaré en como las luchas internas en los liderazgos de las milicias, en algunos casos, llegaron a reposicionar políticamente a todo su conjunto, afectando al equilibrio de fuerzas entre los grupos de poder del virreinato.

El porqué de la elección de las milicias de catalanes, tanto los Miñones de Montevideo, como los de Buenos Aires y los llamados Patriotas de la Unión,[2] responde a una doble consideración. Por un lado porque la mayoría de sus oficiales, comerciantes llegados después del Reglamento de Comercio Libre de 1778, responden a una nueva forma de entender el comercio.[3] La evolución de Cataluña durante las llamadas reformas borbónicas, produjo una generación de comerciantes más dinámicos y adaptativos, lo cual puede servir para entender la evolución de los posicionamientos de varios de sus miembros durante esa convulsa primera década del siglo XIX (Yáñez 685). La segunda consideración, es que esos tres grupos fueron los primeros a proponer su formación a las autoridades, con el aval de los comerciantes catalanes. Pese a esto, es necesario recalcar que aunque se use el calificativo de catalanas, no se debe sobreentender una unidad entre ellas, ni entre sus propios miembros ya que estos grupos respondieron a diferentes intereses, tanto colectivos como personales, así como jugaron un papel distinto en los conflictos políticos que abrieron las invasiones.

En cuanto al significado del concepto político para analizar la participación de las milicias, no se ha trasladar a su percepción actual, con un grupo homogéneo que tiene un sistema organizado, con un programa definido o una postura clara, todo lo contrario. Se ha de entender como el posicionamiento, de grupo y personal, que estas milicias hicieron frente a las diferentes propuestas —nuevas o tradicionales— que ofrecieron los diferentes grupos de poder del virreinato, en las que buscaban beneficiarse. Es por eso que se las puede considerar a la vez sujetos activos creados por una coyuntura específica, inmersas en un proceso de desestructuración virreinal, pero también herramientas utilizadas por esos grupos de poder, para llevar a cabo sus objetivos. En definitiva, un proceso de retroalimentación.

Por lo tanto, lejos de analizarlas como elementos puntuales generados para un único conflicto bélico, y como parte de una conflictividad política estructural, estas milicias se inscribieron en otros dos niveles de conflicto. Uno local, como parte de las luchas políticas entre los mencionados grupos de interés —viejos y nuevos— que orbitaban en las estructuras virreinales mientras el conflicto armado se estaba produciendo. Se ha de entender que la propia desestructuración del sistema, les sirvió de excusa para recuperar/ganar los espacios de poder que se iban abriendo. Finalmente, un tercer nivel de conflicto, basado en los enfrentamientos personales dentro de las propias milicias. Esto fue un signo más de cómo se estaban rompiendo los conceptos corporativos típicos del Antiguo Régimen y, poco a poco, se reforzaban los intereses personales y los conceptos modernos de individuo o ciudadano.

Este proceso de participación no debe entenderse de forma aislada, sino que forma parte de un debate historiográfico, bastante actual, que analiza cuáles fueron las formas de participación popular en el período tardo colonial, en la bisagra con los procesos revolucionarios. Así, algunos análisis revisan como el cambio político que introdujeron las invasiones, ayudó a la aparición del pueblo como sujeto político (Di Meglio), lo cual a su vez y comportó la re-significación de algunos conceptos que ya se utilizaban (Goldman y Di Meglio). Gracias a los nuevos aportes que se están haciendo, la imagen sobre la participación de los diferentes sectores sociales en los procesos de cambio, es un poco más nítida.

2. Las creaciones milicianas

No ahondaré en el contexto que dio lugar a las invasiones inglesas, ni en el desarrollo de las acciones que llevaron hasta la primera victoria rioplatense, del 12 de agosto de 1806, en el proceso conocido como la Reconquista.[4] Solo cabe decir que la derrota de España, y su aliada Francia, frente a Inglaterra en 1805, dejaron a esta como la máxima fuerza marítima del momento. Esto comportó que, las líneas de contacto comercial y administrativo entre la Península y sus colonias quedaran cortadas, acabando con el ideal de las reformas borbónicas de optimizar el control sobre los territorios americanos (Fontana 10). Para el caso rioplatense, a esto se le ha de añadir la endémica falta de efectivos militares para defender la gran frontera con la colonia portuguesa de Brasil, los ataques de los indios y las posibles invasiones extranjeras. Es por eso que, a la llegada de los 1.500 efectivos ingleses que desembarcaron en la costa de Quilmes el 25 de junio de 1806, estas iniciaron una campaña arrolladora que culminó con la caída de Buenos Aires el día 27. Esta derrota tuvo como consecuencia, la percepción generalizada de la falta de profesionalidad de las autoridades —y de las grandes familias— de Buenos Aires. Al virrey y al resto de oficiales les achacaron la rápida pérdida de la ciudad, la falta de voluntad de armar a la población y el haber antepuesto la salvación de los caudales reales, a las acciones militares. Muestra de esto fue, la marcha del virrey Rafael de Sobremonte, que fue vista como una huida cobarde, pese a que estaba estipulado en los planes de defensa, si bien no tan pronto como lo hizo.

Hubo entonces una reacción interna y externa a la ocupación inglesa de la capital. Por un lado, desde Montevideo, el gobernador Pascual Ruiz Huidobro organizó una expedición para reconquistar Buenos Aires, dejando un contingente en la ciudad, para evitar un ataque inglés. Aparte de las exiguas tropas de línea que habían en el apostadero, los comerciantes catalanes presentaron una petición al Cabildo de Montevideo el día 16 de julio para la creación de una milicia de catalanes que acompañaran a las fuerzas reconquistadoras como infantería ligera, al igual que una compañía de corsarios liderados por Hipólito Mordeille. En ella, detallaron cuáles eran las obligaciones del cuerpo, así cómo debían vestir, quién debía recibir sueldo o qué armamento llevarían. [5] Esa compañía de 120 milicianos se llamaron de Miñones, nombre de una milicia tradicional catalana, y estuvieron liderados por Rafael de Bofarull y José Grau, que habían sido teniente y alférez en el Tercio de Tarragona durante la Guerra de la Convención (1793-1795). En ese texto también acreditaron que otros milicianos contaban con experiencia militar «en los ejércitos del rey». Si bien se presentaron como voluntarios, también dejaron escrito que, aquellos que necesitaran un sueldo durante la campaña, debían ser pagados por las autoridades. Por tanto, tal y como destaca Bofarull en sus informes, parece casi seguro todos ellos fueran en verdad excombatientes reconvertidos en comerciantes, u otros trabajos, para garantizarse los ingresos en tiempos de paz.[6]

Finalmente, la comandancia de la fuerza reconquistadora fue cedida por Huidobro, al capitán de navío Santiago de Liniers, francés que servía desde hacía años a la corona española.[7] Después de haber estado en Buenos Aires, cruzó el río con la información de los movimientos de resistencia que se estaban haciendo. Llegó el 16 de julio a Montevideo.

En la capital supo de los planes que, pocos días después de la invasión, diferentes personas habían empezado a organizar para sabotear a los ingleses, a la espera de la llegada de fuerzas que los rescataran. Concretamente conoció al grupo, que empezó a llamarse la junta «de los catalanes», liderado por el matemático y comerciante catalán, Felipe de Sentenach, el también comerciante —y catalán— Gerardo Esteve y Llach, y otros miembros como José Franci, Miguel de Ezquiaga, Pedro Miguel de Anzoátegui, Juan de Dios Dozo y José Fornaguera, también catalán.[8] Ellos idearon un doble plan de acción que combinaba una acción dentro y fuera de la ciudad. Por un lado, excavar dos minas por debajo de la ciudad para colocar explosivos en el Fuerte donde habitaba el nuevo gobernador inglés, y en uno de los principales cuarteles de la ciudad, el de la Ranchería. Utilizando una técnica de reclutamiento por niveles, donde cada enganchado solo conocía a quien le había contactado, consiguieron un buen número de efectivos, parte los cuales fueron instalaron en un campamento fuera de la ciudad, en una chacra llamada del Perdriel (Williams 17-19). La idea fue entrenar a sus fuerzas, así como almacenar armas y demás enseres, a la espera de la llegada de las fuerzas de Montevideo. Estas operaciones fueron financiadas por los comerciantes entorno al Cabildo de Buenos Aires, que oficialmente no se oponía a los ingleses, pero ayudaba en estas labores.

Es importante remarcar para futuros acontecimientos, la anexión obligada que tuvieron que hacer del pequeño grupo liderado por Juan Vázquez Feijoo y Juan Trigo, por las reiteradas indiscreciones que cometían y que ponían en peligro al resto de acciones.

Finalmente, las bombas de los túneles no fueron utilizadas, pese a las quejas de Esteve y Llach, por la llegada de las tropas de Liniers el 3 de agosto. Estas, habían podido cruzar el río sin grandes problemas, más allá de un clima poco propicio, y muy pronto vieron aumentado su número con muchos vecinos de la campaña de Buenos Aires y de los huidos de la derrota que se produjo el 1 de agosto en el Perdriel, donde los ingleses se enfrentaron por primera vez a una fuerza organizada de habitantes de la ciudad. Las tropas de Liniers entraron en Buenos Aires y en la noche del 11 y el día 12, como parte del ataque final, los Miñones de Montevideo tuvieron una destacada acción, aunque también fueron tildados de aguerridos, temerarios y poco dados a someterse a la disciplina. Cabe destacar que según sus estatutos, y también estará presente en la constitución de los Miñones de Buenos Aires, esta milicia solo obedecía las órdenes del general de la campaña, Liniers, y no al resto de oficiales militares.[9]

El 12 de agosto se arrió la bandera inglesa en el Fuerte de Buenos Aires. Una de las consecuencias inmediatas de la primera victoria, fue la convocatoria el 14 de agosto de un Cabildo Abierto —Congreso General en las actas—, donde se debía decidir el plan a seguir para prepararse ante la llegada de los refuerzos ingleses. El virrey todavía estaba fuera de la ciudad, y por tanto, las decisiones políticas fueron tomadas por el resto de instituciones virreinales —Real Audiencia, Cabildo y corporaciones—, junto a los jefes militares que habían participado en los combates, entre ellos el ya mencionado Rafael de Bofarull, así como los comerciantes y personalidades destacadas de la ciudad. Entre ellos, se puede encontrar al comerciante gallego Pedro Cerviño, o a los catalanes Jaime Nadal y Guarda o Jaime Llavallol,[10] que acabarían siendo los líderes, u oficiales destacados, de las nuevas milicias.

Este acto, tan público y con tanta influencia de las clases populares, puede ser visto como una nueva forma de hacer política, con la aparición de unos líderes populares y una masa con voz para opinar (Johnson 338). Como muestra de ese ambiente político que se estaba viviendo, el Cabildo dejó constancia en sus actas de saber que estaban contraviniendo las leyes virreinales al nombrar a Santiago de Liniers como Comandante de Armas.

… se pidió resolución a instancia del Pueblo sobre quién debía tener el mando de las armas, y se respondía que la Ley tercera título tercero libro tercero de Indias determinaba y mandaba, que la Capitanía general fuese propia y privativa de los SS. Virreyes; en cuyo supuesto y en el de que la misma ley habría margen para satisfacer a los deseos de la Tropa y del Pueblo declarados en favor del Señor don Santiago Liniers, nombrándolo de su Teniente el Excelentísimo Señor Virrey, era de esperar que S. E. condescendiese en dar este gusto a la Tropa, que tan bien merecido lo tenía. Mas no satisfecho el Pueblo manifestó deseos de asegurar mas el mando en el Señor Liniers; se condescendía a sus suplicas, se le ofrecía su cumplimiento prometiéndolo desde los balcones de la galería de este Cabildo, y se dio comisión a los SS. don José Gorvea y Badillo, Fiscal del Supremo Consejo de Indias, y don Lucas Muñoz y Cubero, Regente de esta Real Audiencia, y don Benito de Iglesia, Sindico Procurador general de Ciudad, para que hablasen con el Excelentísimo Señor Virrey Marques de Sobre Monte…[11]

Ya en el cargo, Liniers comenzó a organizar las fuerzas para el nuevo ataque inglés. Así, los Miñones de Montevideo volvieron al apostadero para reforzar las exiguas defensas de la ciudad. Pese a su reconocimiento por la ayuda prestada, hubo un incidente relacionado con las presas capturadas durante el ataque, que dio muchos quebraderos de cabeza a Liniers. Sin entrar en detalles, mencionar que por sus estatutos, los Miñones reconocían como presa aquellas propiedades que estuvieran en manos inglesas y que ellos liberaran, como fue el caso de la Renta de Tabacos, propiedad del rey (Salas, vol.1, 330 y 334). Finalmente, parece que la petición fue denegada, lo que comportó nuevas quejas de los miñones montevideanos.

Los comerciantes catalanes Jaime Nadal y Guarda, Jaime Llavallol, Juan Larrea y Olaguer Reynals, a semejanza de lo que ya hicieran sus vecinos en Montevideo, elevaron una petición al Cabildo el 19 de agosto de 1806 para organizar una milicia de Miñones de Buenos Aires, la cual fue aceptada por Liniers el día 6 de septiembre.[12] En su composición destaca un gran cambio con respecto a sus antecesores, todos los oficiales presentados son comerciantes o artesanos reconocidos. Así se ve cómo se produjo un cambio de concepto, desapareciendo la experiencia militar como base y consolidándose esa novedad como reflejo del cambio de actitud de los comerciantes, ya que las milicias ofrecían varias oportunidades de las que ellos carecían. Esto no fue una característica única de los Miñones, ya que si se analizan el resto de cuerpos, la mayoría de sus dirigentes y oficiales formaban parte del grupo comercial, tanto peninsular y criollo.[13] Unos ejemplos son, Pedro Cerviño como líder del tercio de Gallegos, Cornelio Saavedra para el de Patricios o Prudencio Murguiondo para el de Cántabros. Tal y como menciona Fabián Harari en su análisis sobre la milicia criolla de los Patricios, lejos de formarse estas con oficiales entrenados militarmente, estuvieron organizadas con un gran número de comerciantes. Según este autor, esto refuerza la idea que «en la milicia predomina el carácter político frente al estrictamente militar, aún en sus comienzos» ((b)156).

Algo que si diferenció a estas nuevas milicias en sus procesos de organización fue la petición, o no, de un sueldo para los soldados y la búsqueda de ayudas para los uniformes del cuerpo. Para el caso de los Miñones de Buenos Aires, dejaron claro en su organización que ellos no recibirían ni sueldo ni raciones aunque estuvieran en campaña, y que los uniformes correrían a cargo de los propios soldados, dejando el abastecimiento del armamento para los que no tuvieran a cargo de las autoridades. Esto puede llevar a pensar que, o bien la intención era buscar un informe favorable ante las autoridades una vez acabos los enfrentamientos, o la mayoría de sus componentes disponían de una fuente de ingresos que le permitía centrarse en la milicia. Esto contrastó con otros cuerpos, que sí demandaron un sueldo para los que tuvieran que dejar sus actividades, como por ejemplo el cuerpo de Gallegos, que pedían sueldo y ración en campaña para aquellos que «viven de su trabajo personal, y que cuando tomen las armas les cesa toda agencia» (De Castro 6-7). Por su parte, el nuevo cuerpo criollo de los Patricios, necesitó tanto de las ayudas que el Cabildo les concediera, como del capital del propio comandante del cuerpo, Cornelio Saavedra (Harari 9). Estos pocos ejemplos sirven para mostrar cómo estos nuevos cuerpos milicianos, pese a esa mencionada dirección comercial, estuvieron formados por individuos con diferentes necesidades.

Para mostrar este vínculo comercial, en el siguiente cuadro se especifica la actividad principal que tuvieron los diferentes oficiales del cuerpo de Miñones de Buenos Aires, así como su relación con la institución comercial más importante, el Consulado de Comercio.

Relación de los oficiales del Cuerpo de Miñones de Buenos Aires y el comercio


La información sobre la participación en el Cabildo está extraída de (Kraselsky 291-294).

Pero lo más destacable es que el petitorio de los catalanes se avanzó a la proclama oficial que Liniers hizo el día 6 de septiembre, convocando a toda la población a organizarse en milicias provinciales, tanto peninsulares, como criollas y de castas. Una prueba que me permite reafirmar que se adelantaron al resto, está en el hecho que Liniers en la proclama del 9 de setiembre, cita a los catalanes para el día 10 como primer grupo a presentarse en el Fuerte para presentar su milicia ya formada (Salas, vol.1 334 y 336). Es curioso que fueran los primeros, ya que no eran el grupo comercial de más peso en la ciudad —como sería el caso de los vascos y los gallegos—, ni tampoco el más numeroso.

Con respecto al grupo de Sentenach y Esteve y Llach, inmediatamente después de la primera victoria, se reunieron con el resto de su grupo para constituirse como milicia. El 17 de agosto elevaron al Cabildo de Buenos Aires la propuesta para crear la que sería conocida como los Patriotas de la Unión, avanzándose incluso a los Miñones. Fueron anexionados al arma de artillería y quedó claramente vinculada al entorno del Cabildo y de los grandes comerciantes monopolistas, como Martín de Álzaga.[26] Los miembros originales de la junta se reservaron los puestos de oficialidad, con Sentenach y Esteve y Llach como comandantes, y con José Fornaguera como sargento mayor, tras la muerte de Tomás Valencia. El resto, fueron nombrados capitanes de las ocho compañías de las que estuvo compuesto el cuerpo.[27] Los primero conflictos vinieron por parte de Trigo y Vázquez Feijoo, que se quejaron por no haber sido incluidos entre sus oficiales. Es necesario indicar que fueron reiteradas las indiscreciones que ambos tuvieron cuando fueron nombrados responsables del campamento del Perdriel, durante la invasión. Al no conseguir sus propósitos, incluso reclamaron al propio Martín de Álzaga para que les recompensara por sus esfuerzos, a lo que este dijo que se avenía a lo que dijeran «los catalanes».27' Como se verá más adelante, esta pugna interna será clave para entender una consecuencia de las luchas de poder del 1 de enero de 1809.

A partir de la institucionalización de estas nuevas milicianas, los grupos de poder que estaban emergiendo en la sociedad virreinal empezaran, sutilmente, a buscar su apoyo para ganar los espacios de poder que la desestructuración virreinal había traído (corte de comunicaciones con la metrópolis, huida del virrey, victoria de las fuerzas virreinales pero de mayoría civil…). Pese a esto, no fue hasta 1807 que este proceso empezó a verse más claro. Una primera muestra de esto es que, en un afán por recompensar los apoyos durante la Reconquista, tanto Liniers como el Cabildo, las dos fuerzas cercanas, que poco a poco, se convertirían en los ejes de dos tendencias enfrentadas, buscaran introducir los más cercanos en los informes enviados a la corte o en los reconocimientos públicos. Posiblemente en esta clave se pueda leer la exigencia de Sentenach y los suyos para que Liniers rehiciera el informe que envió a Manuel Godoy, ya que en él no se comentaba nada del plan de los túneles ni de las aportaciones del grupo de sabotaje.[28] También es cierto que esa política de mercedes, de premios, era algo usual en el sistema virreinal, como muestra que fuera el mismo Sentenach el que protestara ante el Cabildo porteño por no condecorar a Anzoatregui y Ezquiaga por su actuación en el Pedriel y sí a Juan Martín de Pueyrredón, cuñado del alcalde de Primer Voto (Salas, vol.1, 336-337). Es decir, el problema no fue tanto que premiaran a unos, si no que no lo hicieran a los otros.

Muy pronto, estas milicias percibieron que ciertamente eran unas fuerzas indispensables para el virreinato, deseadas por los grupos de poder y con posibilidades de influir en las decisiones políticas —como en el Cabildo del 14 de agosto— o lucrarse, con cargos, premios en metálico, exenciones fiscales, etc. Este fue el inicio de su participación política como elemento de presión, propio y ajeno, que fue variando sus acciones, individuales y/o colectivas, a medida que evolucionaban los propios hechos.

3. 1807: el cambio

Buenos Aires estaba parcialmente preparada para un nuevo ataque inglés, cuando la plaza de Montevideo cayó en manos inglesas el 3 de febrero de 1807. Desde octubre del año anterior, las operaciones inglesas en la Banda Oriental estaban dando sus frutos. Con la llegada de las tropas del teniente coronel Thomas J. Backhouse, se iniciaron una serie de pequeñas conquistas que culminaron con la ocupación del apostadero a la llegada de la segunda parte de los refuerzos, unos 4.500 efectivos a cargo del general Samuel Auchmuty. Más tarde, con la aparición de los refuerzos del teniente general John Whitelocke, fortalecieron las defensas de la ciudad, instauraron el libre comercio y prepararon el siguiente ataque a Buenos Aires, con un ejército de aproximadamente 12.000 hombres (Roberts 242 y Gallo 27 y 29).

Pese a la defensa que hizo la población de Montevideo, quiero destacar dos factores que desfavorecieron la resistencia de la ciudad. Por un lado, las autoridades de Buenos Aires no hicieron caso de los petitorios del gobernador Huidobro para el envío de refuerzos, materiales bélicos y de construcción que necesitaban para preparar sus defensas ante la llegada de los ingleses.[29] Además, volvió a quedar clara la difícil posición del desprestigiado virrey Sobremonte. Tras su salida de la ciudad y el resultado del cabildo abierto del 14 de agosto, vio que la oposición social e institucional en la capital, era muy fuerte. Por ello acabó trasladándose a Montevideo, donde también encontró el rechazo generalizado, incluyendo al propio gobernador Huidobro. Esto produjo varios conflictos protocolarios y obligó al virrey a trasladarse a un campamento extramuros. Con la llegada de los ingleses, sus acciones militares no fueron mejores —una carga de caballería que no llegó a acometer—, lo cual se sumó al recuerdo de su actuación en Buenos Aires y provocó que finalmente, también se le acabara culpando de la caída de Montevideo (Roberts 271-72, 277).

En esas acciones de defensa de la ciudad, también intervinieron los Miñones de Montevideo, pese a que hicieron varias modificaciones en sus estatutos, que fueron finalmente aprobados. Los puntos más destacables fueron: estar siempre en la avanzada de los ataques, mantuvieron las cláusulas sobre las presas (al ser los primeros en atacar tenían más opciones de recibir premios), reclamaban 50 pesos para aquellos que habían ido a Buenos Aires, lo cual muestra que no consiguieron los beneficios de la Renta de Tabaco y los uniformes corrían a cargo de las autoridades.[30] Todo ello vuelve a mostrar que estos milicianos procedían de un grupo económico-social diferente al de los Miñones de Buenos Aires, ya que las reiteradas demandas de financiación y premios mostraban su dependencia económica de estas acciones. Tras la caída del apostadero en manos inglesas, algunos de los huidos de la ciudad partieron hacia Buenos Aires, entre ellos, 100 Miñones liderados por Grau que fueron anexados a la milicia homónima, como la 7a y 8a compañía.

El 9 de febrero, en medio de grandes protestas contra el virrey, en Buenos Aires se crea una Junta de Guerra que el 10, decide destituir al virrey Sobremonte, asumiendo la Real Audiencia el mando interino, que en diciembre traspasará a Santiago de Liniers. La Junta de Guerra estuvo formada por casi la misma estructura del Cabildo Abierto de 1806 y participaron con voz y voto, Jaime Nadal y Guarda — Miñones— y Felipe de Sentenach —Patriotas de la Unión—.[31] Por lo tanto el peso de los comandantes de las milicias, en una toma de decisión tan importante, fue importante. Autores, como Gabriel di Meglio y Noemí Goldman, han destacado que en ambos momentos, el Cabildo Abierto y la Junta de Guerra, la presencia del Pueblo y el uso de esa palabra, adquirió un nuevo sentido. Si bien es cierto que era un elemento aceptado en la retórica colonial, tanto para designar un lugar como a sus habitantes, en este caso adquirió un nuevo significado ya que a partir de entonces ese Pueblo devino un sujeto activo de la actividad política y de la vida pública (Di Meglio y Goldman, 131 y 134).

Es importante destacar, además, que ese año que se había producido ya un cambio significativo en la dirección del Cabildo porteño. Se habían celebrado unas nuevas elecciones de miembros y Martín de Álzaga había sido elegido como alcalde de primer voto. Este rico comerciante, muy vinculado al sistema monopolista, ya había tenido anteriormente algunas oposiciones con el virrey —y también con Liniers, en la conocida como conspiración de los franceses de 1795— y por tanto, se puede entender que favoreciera los ataques contra Sobremonte. Fue en esta coyuntura, cuando el Cabildo abandonó la pasividad política que había mostrado años antes, centrado en vigilar los intereses económicos de sus miembros, para recuperar algunos de los espacios de poder que tenía anteriormente (Socolow 141).

Para el caso que nos ocupa, he de destacar un episodio que no ha sido mencionado en otros estudios y que muestra la importancia política de los conflictos internos en las milicias. El 17 de febrero, mientras estaba realizando unos ejercicios de entrenamiento con los Patriotas, Felipe de Sentenach se vio envuelto en un enfrentamiento contra sus propios oficiales, incluyendo a su segundo, Gerardo Esteve y Llach. Parece que el detonante fue la queja que hicieron por no haber cobrado aún sus prests,[32] lo cual derivó en un conflicto mayor que supuso la detención de Sentenach y sus oficiales. [33] Tras los interrogatorios, Esteve y Llach acusó a Sentenach de infidencia, al asegurar que había afirmado querer independizar a los territorios rioplatenses de la monarquía, lo cual suponía uno de los peores crímenes en la legislación virreinal. [34] Inmediatamente ambos fueron separados de sus cargos, quedando Fornaguera como comandante interino de los patriotas.

Todo el proceso se llevó a cabo de una forma muy extraña. Pocos días después, Sentenach fue alejado de Buenos Aires y enviado a Mendoza, en cambio, Esteve y Llach quedó retenido en su domicilio. Poco tiempo después, fue puesto en libertad por intercesión del propio Santiago de Liniers. En una carta a la Real Audiencia, el Comandante de Armas apeló a las dificultades que corría la carrera comercial de Esteve y Llach y añadió que no se podía seguir la causa por encontrarse Sentenach fuera de la ciudad.[35] Esteve y Llach participó en la Defensa, nombre que se le dio a la segunda invasión inglesa, como segundo comandante de los Patriotas, mientras que Sentenach, aún primer comandante del cuerpo, siguió recluido hasta 1808, cuando le dejaron volver a Buenos Aires para que se le realizara el juicio. Como analizaré, en este momento ya se había producido el cambio de lealtades de los Patriotas.

Por otro lado, los Miñones de Buenos Aires fueron protagonistas de varios incidentes con las autoridades militares y, en especial con Francisco Javier de Elío[36], recién llegado de España. Este, trató a las compañías de catalanes que tuvo bajo su mando en el fallido intento de reconquistar la ciudad de Colonia, en la Banda Oriental, como si fueran milicias sometidas al rango militar. Estas se negaron a ser responsables de las acusaciones que Elío vertió sobre ellas y fueron tratadas por este como insubordinadas. Finalmente, los Miñones fueron relevados y retornados a Buenos Aires, donde Liniers los integró al sistema de defensa de la capital (Martínez 119-122).

En el asedio que, poco tiempo después, los ingleses hicieron sobre la capital, Elío volvió a verse envuelto en una controversia con los catalanes, y también contra una pequeña dotación de los Patriotas que lideraba el propio Esteve. Finalmente, estos fueron a juicio por injurias contra el enviado de Elío, José Piris Feliú, enviado de Elío (Fortín 244-255). Ambos grupos respondieron con fuerza, reafirmando su posicionamiento de no someterse a los cargos militares. Además de estos episodios, otras milicias también tuvieron algunos conflictos con las autoridades virreinales, las cuales quisieron restringir las amplias libertades que tenían ya, como por ejemplo, discutir las órdenes en asamblea o llevar armas en la ciudad, lo cual reitera la diferencia con las anteriores formaciones milicianas (Anónimo 166 y Salas, vol.2, 237).

4. Después de las invasiones

Tras la segunda victoria contra los ingleses, el 6 de julio de 1807, las autoridades virreinales no levantaron el estado de alarma, ya que, a causa de las conflictividades a ambos lados del océano, no descartaban una tercera tentativa más numerosa.[37] Lo cierto es que, estas fuerzas de ciudadanos en armas, únicamente se mantuvieron en aquellas ciudades que habían sufrido la invasión inglesa, sin llegar a generalizarse en todo el virreinato (Rabinovich 45). El mantenimiento de las tropas en armas, y sueldo, provocó que las arcas virreinales quedaran exhaustas. Es por eso que en la Junta de Guerra que se celebró el 27 de julio de 1807, se decidió que a excepción de los Patricios, las tropas de caballería criolla y los Patriotas de la Unión, el resto de cuerpos quedaran en armas pero sin sueldo (Beverina 350).

El Cabildo vio en esta decisión una pérdida de influencia de los grupos monopolistas y un avance de la influencia criolla en la sociedad. Los Patricios, la milicia más amplia y de composición, favorecía a los intereses de Liniers ya que, tal y como analiza Mariana Pérez, este fue percibido entre los criollos y los peninsulares alejados del sistema monopolístico, como una figura que los había apoyado, frente a las instituciones tradicionales y a los privilegiados como Álzaga (Pérez 46). Como analizaré más adelante, los Patriotas tampoco estaban ya en la órbita del Cabildo, así que este presionó para evitar que estas fuerzas fueran las únicas que quedaran como vigilantes de la seguridad de la ciudad. Álzaga, que volvió a ser elegido como alcalde para 1808, llegó a proponer que utilizaran a las milicias peninsulares, pero sin sueldo. Finalmente, se decidió que fueran todos los grupos los que continuaran con prest. Es importante entender que, para una amplia capa de la sociedad, este ingreso fue la única contribución estable con la que contaban.

A partir de 1808, y en medio de estos conflictos locales, se pueden observar cambios en los posicionamientos de algunos miembros de las milicias de catalanes. Así, por ejemplo, comerciantes como el síndico Juan Larrea, empezaron a mostrarse más favorables al comercio libre, alejándose del encorsetado sistema monopolístico, del cual en esencia, él era un beneficiado (Tjarks). Otros, como Domingo Matheu, empezaron a remarcar que las autoridades españolas no cuidaban su imperio y que él, sin estar a favor de la independencia, entendía que estos territorios se sintieran desamparados.

… este pueblo es el único seguro; en todas partes el pueblo bajo está fermentado, quieren un gobierno propio, nada esperan de bueno de España, cuando no lo puede para sí; nuestros vecinos nos quieren saltear, sin escarmentar en los ingleses; armamento no nos ha mandado España, luego hay que agenciárnoslos, ya estamos acostumbrándonos a bastarnos, Ios mandones buscan su negocio y amigos dignos de ellos; no soy de los adulones ni he de sufrir que pícaros y traidores y cobardes que desprecio u odio se me pongan encima; la madre debe fomentar a sus hijos y si los deja esquilmar, o son brutos o buscan su remedio donde lo hay (Matheu 46(2262)).

La elección de estos dos personajes para mostrar la evolución de los posicionamientos dentro de la oficialidad de los milicianos catalanes no es casual, puesto que ambos acabaron formando parte del gobierno autónomo instalado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, como únicos comerciantes, como únicos peninsulares.

En cuanto a los Patriotas, Esteve y Llach continuó alejando a la milicia —y a sí mismo— del entorno del Cabildo, así como continuó disfrutando de la protección del entorno de Liniers, como queda claro en varios episodios ocurridos en 1808. El 24 de septiembre de 1808, los Patriotas fueron citados ante el Cabildo para pasarles revista. Según el informe que Esteve y Llach pasó a Liniers, fue en este encuentro cuando Gaspar de Santa Coloma, designado como enlace entre esa milicia y los capitulares, le recriminó al comandante catalán que hubiera hecho ciertos cambios dentro de las compañías del cuerpo, sin el consentimiento del Cabildo. Las relaciones entre ellos ya estaban tensas, pues de forma reiterada, los capitulares le habían exigido que clarificara ciertas cuentas del cuerpo que no estaban demasiado claras. Es por eso que no es de extrañar que ante el comentario, siempre según el informe de Esteve y Llach, Santa Coloma le dijera que «en el Cuerpo no había otro Comandante que el Excelentísimo Cabildo», el catalán le replicara que «no conocía al Excelentísimo Cabildo por Jefe de las Armas, solo al Excelentísimo Señor Virrey, que es a quién pertenece este». Parece que seguidamente, hubo una amenaza del cabildante de dejar de pagarles los sueldos a los Patriotas, a lo cual Esteve y Llach vaticinó que «no faltaría quien lo hiciese».[38] Y así fue. En medio de estos desacuerdos, y con la excusa de reorganizar las finanzas para aligerar los gastos milicianos, el virrey Liniers comunicó al Cabildo que, a partir de noviembre de 1808, los sueldos de los Patriotas los pagaría la Tesorería General del Ejército y Real Hacienda.38' Por lo tanto, los capitulares perdieron de esta forma la única presión que todavía tenían sobre la milicia de artillería.

Otro ejemplo fue el juicio de Felipe de Sentenach, pendiente aún de realizarse. El 8 de marzo de 1808, el catalán pidió permiso al Cabildo para volver a Buenos Aires para seguir la causa.43 En junio de ese año, declarado inocente, lo cual abría la puerta a que Esteve y Llach fuera acusado de falso testimonio, pero no fue así. Tampoco se le devolvió el cargo de primer comandante, que de facto, continuó ejerciendo Esteve y Llach. Finalmente, Sentenach escribió a Liniers pidiéndole que publicaran su inocencia por todo el virreinato, limpiando su nombre para el futuro, ya que la falsa acusación que le habían hecho era por «un crimen de alta traición» y podía dificultarle la vida. También pidió que, aunque después lo dejara, le dejaran volver a su cargo para limpiar su honor y que luego, devolviera el cargo.[39] En vez de eso, Liniers le ofreció una Comisión del Real Servicio para crear una fábrica de pólvora en Cochabamba (actual Bolivia), lo cual podría verse como compensación por agravios sufridos. Pero no llegó a marcharse de la ciudad.

El Cabildo, en su lucha contra Liniers, interpretó la resolución del caso como una maniobra política del virrey, para defender a los de su entorno. En las actas del 17 de noviembre los capitulares criticaron que no se hubieran iniciado las acciones contra Esteve y Llach, «más cuando está tan manifiesto y decidido en animo del Excelentísimo Señor Virrey en llevar adelante su determinación y exonerar de todo pago a los falsos delatores de Sentenach, como lo ha hecho de las penas a que se hicieron acreedores».[40]

Por último, como última prueba del cambio de los Patriotas, cabe mencionar que Esteve y Llach, también inició un proceso contra el resto de sus antiguos compañeros. Acusó a Dozo —que era el que llevaba las cuentas de la milicia—, Fornaguera y Ezquiaga de protestar contra él, y de «molestar de continúo a la Superioridad con sus cabilocidades y ningún respeto ni subordinación a ella». Además, los acusó de ser los instigadores de unos pasquines subversivos que aparecieron hacia finales de 1808.[41] Ante esta denuncia, Liniers mandó encarcelar a Ezquiaga y a Dozo en la sumaca La Aranzaru desde noviembre de 1808 a finales de enero de 1809. Por lo tanto, a finales de ese año, del grupo original creado por Sentenach y Esteve y Llach, quedaban muy pocos, y el cambio de tendencia de la milicia ya fue definitivo.

Por su parte, los Miñones de Montevideo se disolvieron después de la Defensa, para reaparecer años después. Sus miembros apoyaron un nuevo proceso político, provocado por la situación en Península, que amplió la división entre las dos orillas del río.[42] Sin entrar en detalles de qué supuso la sublevación de la población española en 1808 contra las autoridades francesas, así como la aparición de diferentes juntas territoriales de gobierno, se ha de mencionar que este proceso sirvió, en el Río de la Plata, como arma más de lucha política interna que se estaba viviendo. [43] Elío, designado por Liniers como gobernador de Montevideo tras la Defensa, aprovechó el desconcierto que se produjo por la escalonada llegada de noticias sobre la situación en España. Estas, en poco tiempo, anunciaron un cambio de dinastía en el trono en la figura de José Bonaparte, así como la sublevación juntista que apoyaba a Fernando VII, de los, en teoría, depuestos Borbones.[44] En este momento, Elío junto con el Cabildo de Montevideo, crearon una junta propia —siguiendo el ejemplo de la Península— que desoía las órdenes del virrey Liniers, acusándolo de ser favorable a los enemigos de España, por su origen francés, y por haber mantenido comunicación con Napoleón, cuando este era aún aliado. Seguramente, detrás de esta acción estuviera también la idea de decantar la balanza de poderes en Buenos Aires hacia los posicionamientos cercanos a Álzaga, compartidos en gran medida por Elío. La junta fue apoyada por los comerciantes del apostadero, entre ellos algunos catalanes tan importantes como Miguel Antonio Vilardebó, así como los antiguos miembros de los Miñones (Frega 255, 259-60).

5. 1809: el fin de las milicias

Todos estos conflictos, políticos y personales, estallaron el 1 de enero de 1809 en la conocida como asonada de Álzaga, que significó la desaparición de las milicias de los Miñones —también de las de Gallegos y Vascos— y la consolidación de Cornelio Saavedra como el líder que mantuvo a Liniers en el poder. La idea de los cabildantes y su entorno fue la de combinar la nueva elección de sus miembros, con una convocatoria popular en la Plaza Mayor para pedir «Junta como en España» y «¡Viva el Cabildo y muera el mal gobierno! ». La lista de los elegidos estaba compuesta por personajes claramente contrarios a Liniers, y lo que esperaban era que este se negara a aceptarla, pero lo hizo. Mientras estos delegados estaban en el Fuerte, se inició la concentración popular y de las milicias cercanas al Cabildo. El problema fue que ninguna de las dos tuvo el éxito que buscaban. Fue en este momento cuando los éxitos populares conseguidos por Liniers, y las lealtades conseguidas por Saavedra, que supo del intento de asonada por unos espías que tenía, dieron sus frutos (Di Meglio 88-89). Así, y rompiendo los argumentos que han querido ver en este conflicto una única dicotomía, criollos contra peninsulares, se observa como la asonada puso en juego todas las contradicciones políticas, sociales y económicas, generadas en los últimos años, tal y como se muestra en el siguiente cuadro (Halperin Donghi 153-154).


Cuadro general de los bandos enfrentados en la asonada del 1 de enero de 1809

Así, las milicias de peninsulares no vinculadas al comercio monopolístico se posicionaron con Liniers puesto que, al igual que los criollos, los cambios introducidos les estaban beneficiando más que el sistema tradicional. Una excepción fue Agustín de Orta y Azamor, que era segundo comandante del tercio de andaluces pero también fue elegido sexto regidor y alférez real para el Cabildo de Álzaga. Sin embargo no fue un caso aislado, ya que dentro de los propios Patricios también hubo oficiales, como el segundo comandante Antonio José del Texo, que se posicionaron con el Cabildo. Esto se pudo deber, en parte, al rechazo que todos ellos tenían al poder personalista que iba acumulando Saavedra, tanto en la milicia, como en el virreinato (Harari 13). Por su parte los cazadores correntinos, criollos, estaban anexionados al tercio de vascos, favorables a Álzaga. La actitud de Mariano Moreno, entonces secretario del Cabildo, ha sido muy discutida, pero se puede analizar como un posicionamiento táctico en aquel momento de ruptura. Por lo tanto, la participación de las milicias en los conflictos políticos, en este caso también se muestra como una elección personal, o de búsqueda del beneficio.

En este conflicto, muchas testigos sitúan a los Miñones como participantes activos en la plaza, incluso nombran a Juan Larrea como uno de los oficiales presentes.[45] En cambio, Domingo Matheu no participó. Este comerciante había ido evolucionando sus concepciones políticas, entendiéndolas como a quién dar apoyo, y en este caso decidió no posicionarse ni con su milicia, ni con aquellos que defendían el sistema donde él era un beneficiado. El caso de los Patriotas fue el más significativo puesto que, cuando el Cabildo reclamó su apoyo, Esteve y Llach se negó y siguió las indicaciones de Saavedra. Esta colaboración con el jefe de los Patricios, se mantuvo en el tiempo, hasta el retiro de Esteve en 1811. Es bastante significativo que en su autobiografía, el propio Saavedra le menciona junto a otros como, «Mis compañeros de armas don Gerardo Esteve y Llac [sic], comandante de la artillería de la Unión;…» (Saavedra 26).

Por lo tanto, al no contar con un número superior de apoyo social ni de milicias y sin contar con un arma tan determinante como la artillería, la disolución de la protesta en la plaza fue bastante rápida. Tampoco pudieron conseguir presionar políticamente a Liniers, ya que el éxito dependía en parte del apoyo popular al proyecto del Cabildo. La Real Audiencia no apoyó a los cabildantes ya que estaba más preocupada en evitar trastocar, al menos en las formas, el sistema político vigente, ya que podría abrir caminos que no les interesaba tomar. En definitiva, fue Saavedra el que sostuvo a Liniers frente a Álzaga y los suyos, con el apoyo del resto de cuerpos y otros oficiales, y no la figura del virrey Liniers (Harari(b) 214). Por lo tanto, el comandante de Patricios se convirtió en una de las figuras más influyentes del poder virreinal defacto, tanto por su prestigio como por su fuerza real, ya que después de las acciones que se emprendieron contra los complotados, no quedaron fuerzas que se opusieran a su influencia, lo cual le benefició para los posteriores procesos de 1810.

Es importante ver hasta qué grado se llevó esa represión, ya que con ella se cerraron varias de las conflictividades ya comentadas. Los tres tercios de milicias cercanos al Cabildo —Vascos, Gallegos y Catalanes—, fueron disueltos y sus honores eliminados. También se persiguió a sus oficiales, se les arrestó o fueron depuestos de sus cargos públicos, tal y como le pasó a Juan Larrea en su cargo de síndico. Sin embargo, unas declaraciones de Domingo Matheu, pueden llevar a pensar que esas detenciones buscaron algo más que castigar a los participantes de la asonada. Según el testimonio del comerciante:

… 28 o 30 soldados de los Patricios con un alférez y un sargento, que parecían venían a saquearme, según con la furia que entraron, y la «primera voz que dieron fue»: «venga usted preso»; a lo que les reconvine no permitiéndole pasar más adelante; pero de todas maneras querían llevarme preso, y tantas fueron las reconvenciones que les hice, que últimamente me dijeron «tenían orden de llevar a todos los catalanes presos» (Matheu, 50(2266)).

Por lo tanto, parece que uno de los primeros objetivos fue desmontar totalmente a las milicias que podían ofrecer una alternativa a que los Patricios devinieran la fuerza oficial de la ciudad y, porque no, aprovechar esa represión para actuar contra los comerciantes-oficiales que, hasta entonces, participaban del sistema comercial privilegiado. Así, se apostó un bergantín y un bote armado en la boca del Riachuelo y se dispuso que una compañía de Húsares patrullara la costa para evitar las fugas. Además, se intervino el correo de la ciudad para evitar la propagación de las ideas juntistas, reteniéndose todas las cartas que fueran dirigidas a las personas indicadas por Juan de Almagro, asesor general y auditor de guerra.[46] Estas acciones, también permitieron solucionar los graves problemas de las arcas de la ciudad, ya que por ejemplo, se aprovechó una denuncia secreta para allanar la casa del comerciante Esteban Villanueva, donde se incautaron unos 240.000 pesos que tenía escondidos en el sótano de su casa desde la primera invasión. En muchas de estas acciones, el nombre de Esteve y Llach y de los Patriotas estuvieron presentes:

El día nueve a las once de la mañana, se apoderó de la casa el sargento mayor de plaza don José María Cabrer, el comandante de artilleros voluntarios don Gerardo Esteve y Llach, y una compañía de patricios. Inmediatamente intimóse a nombre del virrey para que manifestase los caudales de mi suegro que dijeron estar guardados en un sumidero secreto, me sostuve en que nada sabía de aquel dinero creyendo que de este modo evitaría su escandaloso saqueo.[47]

En la detención del miñón, Ramón Malaret, «fueron a la casa del declarante, el comandante de artillería de la Unión don Gerardo Esteve y Llach, un capitán de Patricios y tres individuos más».47'

También en las acciones directas contra el Cabildo se puede ver el interés por eliminar a los opositores políticos. Tras detener y expulsar sin juicio, con destino a Carmen de Patagones, a los principales cabildantes —Martín de Álzaga, Juan Antonio de Santa Coloma, Esteban Villanueva, Olaguer Reynals y Francisco de Neyra y Arellano—, algunos vieron extraño que días después, el resto de los miembros de la corporación estuvieran en la calle, tal y como escribe Juan Manuel Beruti en sus «Memorias curiosas»:

Ha causado novedad a los críticos y políticos sensatos, ver libres cinco señores capitulares, cuando éstos deben de tener el mismo delito que los expatriados, pues si aquéllos tienen causa, éstos deben de tener la misma, y si éstos salen sin causa, aquéllos deben estar igualmente sin ella […]. Lo cierto es, que a los expatriados no se les han confiscado los bienes, que es la pena por la ley, que tiene con pérdida de la vida, los cabezas de un motín, lugar de oírseles muy poco han tenido en sólo una noche presos, a ellos se les ha permitido nombrar apoderados, luego ¿qué misterios encierra esto? Lo que más se cree es, el que son muy pudientes, y de haberlos puesto en libertad, era dar margen a que picados siguieran sus pretensiones adelante, y por obviarlo hasta el sosiego general los ausentan. (Beruti, 99(3745)).

La corporación, a partir de entonces quedó bajo la observación del propio Liniers, que ya se encargó de evitar que recuperaran la influencia política que habían tenido anteriormente. Así, tal y como también se puede entender el primer juicio a Sentenach, estas penas respondieron «… no como simples consecuencias de reglas de derecho o como indicadores de estructuras sociales, sino como técnicas específicas del campo más general de los demás procedimientos de poder» (Foucault 30). Fue el poder re-instalado, sin oposiciones, el que tuvo los métodos coercitivos en sus manos.

Otro ejemplo fue el juicio que se inició pocos días después contra Álzaga, Sentenach y Ezquiaga. Este nuevo proceso quiso, en esencia, redibujar la memoria que habían dejado estos personajes de su actuación en las invasiones inglesas. Iniciado como un juicio por la asonada, donde Liniers puso a unos fiscales poco imparciales, muy pronto fue ampliado a una segunda acusación, realizada por Juan Trigo.[48] En ella, imputaba a los tres de haber hechos comentarios infidentes durante las invasiones, tal y como habían acusado a Sentenach en 1807. El juicio fue muy extenso, con una duración que abarcó desde enero de 1809, hasta julio de 1810, contó con 87 testigos y ocupó unas 936 hojas de expediente.[49] Lo más significativo fue que cuando Liniers fue sustituido como virrey por Baltasar Hidalgo de Cisneros, este decidiera reiniciar el juicio, omitiendo la denuncia por la asonada y cambiando los fiscales. Estos, ahondaron más en los testimonios y vieron muchas incongruencias en sus declaraciones las cuales, casualmente fueron más abundantes en los que eran contrarios a Álzaga o no fueron beneficiados por los Patriotas de Sentenach. El juicio finalizó 18 meses después, con la absolución de los tres acusados, y por tanto, una nueva acusación de falso testimonio para los acusadores, Vázquez y Trigo, que no llegaron a cumplir condena por fugarse de la ciudad. Esta victoria tampoco les comportó ninguna recompensa, es más, le denegaron a Sentenach el derecho a volver al cuerpo de artillería «por evitar nuevos males».[50]

La junta montevideana se mantuvo hasta la llegada del nuevo virrey, y no tuvo problema en deshacerse a su petición, ya que esta se había creado para oponerse a Liniers. Hasta entonces, había llevado a cabo una política de desprestigio del virrey, llegando a rescatar en el mar a los cabildantes expulsados por la asonada. Estos, como miembros poderosos del sistema virreinal, hicieron llegar sus críticas sobre Liniers a España y provocaron, en cierta medida que decidieran cambiarlo por Cisneros. Con el proceso revolucionario porteño, iniciado el 25 de mayo de 1810, se confirmó la separación de las dos orillas, en dos modelos diferentes de entender la situación política. Con el retroceso de la soberanía en España, por el avance francés, el Cabildo de Buenos Aires se vio con la potestad de reasumirla y, tras un Cabildo Abierto protegido por las milicias existentes y dirigidas por Saavedra y Esteve y Llach, se depuso al virrey y se erigió una junta autónoma, con la única presencia peninsular de Larrea y Matheu. Fue entonces cuando volvieron a surgir los Miñones de Montevideo como tal. Iniciados los conflictos entre ambas ciudades, y con Gaspar de Vigodet como nuevo gobernador de Montevideo, Rafael de Bofarull volvió a presentar sus servicios, y los de su milicia, a las autoridades del apostadero, que mantenían el vínculo virreinal tradicional.[51] Posteriormente sufrieron dos largos asedios, en 1811 y 1812-1814, ya que las autoridades montevideanas mantuvieron su fidelidad al Consejo de Regencia que mandaba en España y a la nueva junta que se formó en Cádiz. Como mencionan los papeles oficiales, los Miñones formaron parte de las tropas que lucharon en la batalla del Cerrito de 1811 y, su líder, Rafael de Bofarull, fue uno de los que juró lealtad a la constitución de Cádiz (Acuña, vol.1, 115 y Ribeiro 524-525). Este cuerpo, se mantuvo fiel a la monarquía hasta 1814, cuando tras la caída de Montevideo, la resistencia realista en el Río de la Plata dejó de ser una amenaza para los nuevos gobiernos revolucionarios.

5. Conclusiones

Para la sociedad rioplatense, la constitución de las milicias en el conflicto contra la invasión inglesa, significó la entrada de una gran parte de la población dentro de otras esferas de poder que hasta entonces no habían podido. En este proceso, he querido remarcar como la comunidad catalana tuvo un papel destacable, ya que supieron adaptarse a las nuevas realidades, y vieron la oportunidad de participar de los conflictos, ya fuera para la obtención de beneficios —como era normal en los procesos bélicos— o para poder formar parte de los grupos que iban ganando cotas de poder mientras la estructura virreinal tambaleaba.

Las dos milicias de Miñones, la de Montevideo y la de Buenos Aires después, fueron propuestas avanzadas al resto de cuerpos y respondieron a las dos etapas que vivió el concepto miliciano. La primera, la de la Banda Oriental, con una base de exmilicianos, con un criterio bélico y unas peticiones económicas vinculadas a las presas de guerra. En cambio, la segunda etapa, que se podría asimilar a la milicia porteña, estuvo dominada por los comerciantes, en una especie de salto de clase, que también hicieron el resto de milicias provinciales. Además, posiblemente por esta composición, a medida que el contexto político local y de la monarquía fue cambiando, los individuos de estas milicias, empezaron a re-posicionarse según sus intereses. Para el caso de los Patriotas, queda claro que el estudio de la relación sus miembros sirven de ejemplo para entender los cambios internos que se produjeron en el virreinato por medio de la lucha entre sus grupos de poder. Los usos políticos de la justicia, las luchas por las influencias sobre estos grupos, jugaron un papel muy importante en su evolución.

Si bien he destacado estos tres grupos como un todo, queda claro que solo a través del análisis exhaustivo de sus componentes, sus conflictos y evoluciones, es decir, de sus excepciones, se podrá enriquecer aún más el estudio de este complejo momento de cambio. Además, sería interesante compararlos con las otras formaciones milicias que lucharon en las invasiones y también, con las de otros territorios americanos y el peninsular. Si bien el contexto rioplatense es bastante particular, y supuso una aceleración en su proceso revolucionario, esto no descarta que se puedan encontrar puntos en común en esta inicial participación popular en la política. Es por eso que es necesario huir de los conceptos cerrados, si el espacio para escribir lo facilita, lo cual muchas veces es una gran dificultad para los investigadores, por la falta de documentación clara que sirva para ubicar a todos los agentes implicados.

6.1.1. Fuentes Primarias

Archivo General de Indias (AGI), Signaturas ARRIBADAS, CONTRATACIÓN e INDIFERENTE.

Archivo General de la Nación (AGN-Arg), Sala VII y Sala IX.

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6.1.2. Fuentes Editas

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Beruti, Juan M., «Memorias curiosas», Biblioteca de Mayo, Tomo IV: Memorias Autobiografías-Diarios y crónicas, Buenos Aires: Senado de la Nación, 1960, pp.1(3.647)-504(4.150).

Gazeta de Madrid.

«Documentos relativos a los sucesos ocurridos en Buenos Aires el 1º de enero de 1809», Biblioteca de Mayo, Tomo XI: Sumarios y expedientes, Buenos Aires: Senado de la Nación, 1961, pp.1(10407)-301(10707).

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6.2. Bibliografía

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Notas

[2] Pese a que esta milicia no se definió como de catalanes, pues contaba con miembros de toda la Península y criollos, muy pronto fue definida como tal por ser catalanes ambos comandantes y otros miembros destacados.
[3] El sistema monopolístico, que en teoría terminó con este reglamento, había creado una clase comercial privilegiada, que era la beneficiaria de un modelo en el cual solo ellos, con permiso del rey, podían comerciar en las colonias, previo paso por la ciudad de Cádiz, para su control. Esto les otorgaba gran poder (económico, social y político), ya que ellos eran los que, de facto, controlaban la oferta y generaban en muchos casos la demanda, para obtener más beneficios. Con la llegada del comercio libre, los lazos políticos y sociales de estos grupos no desaparecieron, y sí se amplió algo —no demasiado— el número de participantes en el comercio. Para este artículo es interesante reseñar que, generalizando, el mayor número de comerciantes que se beneficiaron del circuito comercial eran de origen vasco y gallego, y posteriormente, catalán.
[4] Pese a que son bastantes las obras que analizan este episodio, destacaré entre otras: Alejandro Gillespie. Buenos Aires y el interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806 y 1807 (Buenos Aires: Vaccaro, 1921), Carlos Roberts. Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807)y la influencia inglesa en la independencia y organización de las provincias del rio de la plata. (Buenos Aires: Talleres Gráficos de la Sociedad Anónima Jacobo Peuser, 1938), Pablo Fortín, Las invasiones inglesas. (Buenos Aires: LAMSA, 1967), Juan Carlos Luzuriaga, Una gesta heroica. Las Invasiones inglesas y la defensa del Plata, (Montevideo: Torre del Vigía Ed., 2004), Klaus Gallo, Las invasiones inglesas (Buenos Aires: Eudeba, 2004) o Alberto M. Salas, Crónica y diario de Buenos Aires: 1806 y 1807 (Buenos Aires: Biblioteca Nacional, 2013).
[5] Para consultar la propuesta: Expedientes sobre la invasión inglesa de Montevideo y Buenos Aires, Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, Sección Gobierno, Audiencia de Buenos Aires, Buenos Aires, 555,11, Doc.22,.
[7] Para ampliar información sobre el personaje, se puede consultar: Paul Groussac, Santiago de Liniers, Conde de Buenos Aires. (Buenos Aires, Moen y Hermano, 1907), Bernardo Lozier Almazán, Liniers y su tiempo, (Buenos Aires, Emecé Editores, 1989) o Horacio Vázquez-Rial, Santiago de Liniers. (Madrid, Encuentro, 2012).
[9] Expedientes sobre la invasión inglesa de Montevideo...
[13] Para una visión rápida de todas las milicias, tanto de peninsulares como de criollos, creadas después de la Reconquista, consultar Beverina, 335-339.
[15] AGI, Signatura INDIFERENTE (SI), 2115, N.58. Es la petición de licencia de su mujer, Teresa Bruguera y Reynals, para pasar con su hijo a Chile para encontrarse con su marido, del comercio.
[20] Se menciona en el pasaporte de su sobrino, José Botet y Marsillach. AGI, (SI), 2128, N.61
[21] Citado en Kraselsky 289, como mercader
[26] Para ampliar información sobre el personaje, se puede consultar: Enrique Williams Álzaga, Fuga del General Beresford, 1807. (Buenos Aires, Emecé, 1965); Martín de Álzaga en la reconquista y en la defensa de Buenos Aires 1806-1807. (Buenos Aires, Emecé, 1971) y Bernardo Lozier Almazán, Martín de Álzaga: historia de una trágica ambición. (Buenos Aires, Ediciones Ciudad Argentina, 1998).
[32] Según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE: «Parte del haber del soldado que se le entregaba en mano semanal o diariamente».
[36] Para profundizar en este complejo personaje, es recomendable leer el trabajo de Carmen García Monerris y Encarna García Monerris, La nación secuestrada. Francisco Javier Elío, Correspondencia y Manifiesto. (Valencia, Publicacions Universitat de Valencia, 2008).
[37] La propuesta para una tercera invasión surgió tras la noticia de la derrota de Whitelocke. La idea era enviar un mayor número de fuerzas, bajo el mando de Arthur Wellesley, futuro duque de Wellington, al cual acompañaría Beresford y, según Carlos Roberts, también Francisco de Miranda. Finalmente estas fuerzas, que ya estaban embarcadas, fueron reconducida para ayudar a los sublevados españoles contra las fuerzas de Napoleón tras los levantamientos de mayo de 1808 (Roberts 44).
[42] Ya existían grandes divergencias entre las dos orillas, anteriores a las invasiones, pero también derivadas de la crisis económica que trajo ese conflicto, incluso por el propio reconocimiento sobre la participación en estas. Este fue un pleito que se dirimió en la Península con los delegados de las dos ciudades.
[43] Para hacerse una idea general, consultar Manuel Chust (coord.), 1808: La eclosión juntera en el mundo hispánico, (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, Colmex, 2007).
[44] Dada la extensión y temática del artículo, no entraré a analizar las abdicaciones de Bayona, el Motín de Aranjuez, la partida de la casa de los Braganza de Portugal a Brasil, las aspiraciones de Carlota Joaquina, etc.
[48] Para ampliar la importancia y el desarrollo de este juicio, consultar David Martínez, «Los tres juicios a Felipe de Sentenach», Naveg@mérica. Revista electrónica, n.23, 2019. He de mencionar que, pese a que Sentenach fue asimilado a la causa de la asonada, muchos testigos lo situaron en su casa.


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