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Presentación. La historiografía de la independencia: caminos recorridos y desafíos pendientes
Investigaciones y Ensayos, vol.. 62, 2016
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina

Dossier La historiografía de la independencia

Investigaciones y Ensayos
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina
ISSN: 2545-7055
ISSN-e: 0539-242X
Periodicidad: Semestral
vol. 62, 2016

Recepción: 04 Abril 2016

Aprobación: 10 Mayo 2016

Presentación. La historiografía de la independencia: caminos recorridos y desafíos pendientes

Hacer un balance de la producción historiográfica sobre el proceso de independencia en el marco de la celebración bicentenaria del 9 de julio de 2016 es, por varias razones, un desafío complicado. En primer lugar, porque –como ocurre con todo balance o estado de la cuestión– se incluyen líneas de investigación, enfoques y autores, a la vez que quedan fuera otros que han abordado un período profusamente transitado. En segundo lugar, porque toda conmemoración centenaria de una efeméride pone en juego la pluralidad de imágenes construidas a lo largo del tiempo y la siempre tensionada relación entre historia –como disciplina– y memoria histórica. En tercer lugar, porque la “fecha” celebrada presupone definir el sentido que asumió para los contemporáneos como para quienes a posteriori ofrecieron claves de lectura sobre un acontecimiento que, sin dudas, modificó substancialmente el estatus jurídico y político de los territorios que afectaba. Y he aquí el primer problema al que nos enfrentamos, expresado en la propia nominación del hecho conmemorado: se celebra el bicentenario de la independencia argentina y, como sabemos, el acta del 9 de julio de 1816 declaró la independencia de las Provincias Unidas en Sud América. No se trata, pues, de un mero detalle nominalista sino de un punto central que pone en discusión los mitos de los orígenes de nuestra historia como nación.

Si nos detenemos en el cono sur de nuestro continente y en los territorios que conformaron el virreinato del Río de la Plata veremos que de allí surgieron cuatro estados naciones –Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay– cuyas actas de independencia fueron producto de situaciones muy diferentes. Bolivia selló su nacimiento como Estado el 6 de agosto de 1825 en nombre de las provincias del Alto Perú, para ofrendar tributo en su posterior denominación oficial a quien consideraron el protagonista de una independencia que se alcanzaba no sólo frente a España sino también frente a su anterior dependencia de Buenos Aires. En Uruguay, la primera declaración formal de la independencia es de 1825 y estuvo destinada a declarar la emancipación del Imperio del Brasil y la unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sólo tres años después, y producto del tratado de paz que puso fin a la guerra entre las provincias rioplatenses y Brasil, se creó la República Oriental del Uruguay. En Paraguay, si bien el acta de declaración de la independencia es muy tardía –data de 1842– y se elaboró en una coyuntura de conflicto con la Confederación Argentina dominada por la figura de Juan Manuel de Rosas, los mismos diputados paraguayos reunidos aquel año reconocían al suscribirla que “nuestra emancipación e independencia es un hecho solemne e incontestable en el espacio de más de treinta años” y “que durante este largo tiempo y desde que la República del Paraguay se segregó con sus esfuerzos de la metrópoli española para siempre; también del mismo modo se separó de hecho de todo poder extranjero”. Cabe destacar que, en el horizonte mental de aquellos diputados, dentro de la categoría de “poder extranjero” se incluían no sólo las potencias europeas sino también el gobierno nacido en 1810 con sede en Buenos Aires. Si a esta diversidad de independencias le agregamos las que surgieron dentro de las unidades recién mencionadas –donde el caso emblemático lo representa el territorio que conformó luego la República Argentina, dividido entre 1820 y 1853 en más de una decena de provincias autónomas reunidas bajo un laxo vínculo confederal– el cuadro de situación es, por lo menos, rico en vicisitudes y mutaciones.

Hace ya por lo menos tres décadas que los mitos fundacionales de nuestras naciones están en un proceso constante de revisión por parte de la historiografía más renovada, cuyos resultados han sido expuestos durante este prolongado ciclo de celebraciones bicentenarias que afecta no sólo a la Argentina sino a toda Hispanoamérica y al mundo Atlántico en su conjunto. Si consideramos que este ciclo evoca lo que se ha dado en llamar la “era de las declaraciones” no podemos sino inscribirlo en el acontecimiento que le dio origen con la declaración de independencia del 4 de julio de 1776 en las trece colonias británicas de América; a su vez, dicha inscripción actualiza el concepto de la “era de las revoluciones” y, por lo tanto, el hito que representó tanto la revolución norteamericana como la francesa de 1789 para comprender el proceso desatado en la América hispana precedido por los acontecimientos que culminaron con la independencia de Haití en 1804[2]. Estos acontecimientos fueron revisitados por la historiografía especializada a fines del siglo pasado y cabe destacar el impacto que –con distintos ritmos de recepción– tuvieron los debates desplegados en Estados Unidos desde la década de 1960 y, muy especialmente, los exhibidos en Francia durante el bicentenario de su revolución en nuestra comunidad historiográfica.

Cualquier balance que se realice, entonces, sobre el tema que aquí nos convoca pondrá en evidencia la internacionalización de nuestra historiografía en las últimas décadas y las íntimas conexiones con las comunidades académicas de toda América y Europa. Una internacionalización que estuvo estimulada por la profesionalización de nuestra disciplina luego del regreso de la democracia en 1983, por la capacidad de nuestras instituciones universitarias y de investigación para promover la producción historiográfica, y por las propias políticas editoriales que han multiplicado en diversos formatos la publicación de sus resultados. A su vez, los diálogos con otras historiografías se vieron beneficiados por este largo ciclo bicentenario que, en el mundo hispánico, comenzó en 2008 con las conmemoraciones en España –que recordaron el levantamiento juntista y el origen de la guerra contra Francia luego de las célebres abdicaciones de los reyes en Bayona– y que continuaron en América a partir de 2009 –para rememorar la formación de las primeras juntas– y que promete extenderse hasta la siguiente década.

La renovación historiográfica, sin embargo, precede y supera ampliamente el calendario conmemorativo, como indicó oportunamente Pilar González Bernaldo[3]. Los intercambios producidos en los múltiples eventos académicos internacionales realizados sobre estos temas en los últimos años exhibieron esa renovación y al mismo tiempo la retroalimentaron. En ese contexto de debates quedaron, más que nunca, en evidencia las nuevas preguntas que los historiadores venían formulando en torno a las dos eras mencionadas –la de las “revoluciones” y la de las “declaraciones”– y los desafíos que exigían las respuestas al advertirse que no eran reductibles una a la otra.

Las periodizaciones fueron –y siguen siendo– en sí mismas un objeto de polémica, como lo son las formas de definir los procesos bajo estudio. Los conceptos de revolución e independencia dejaron de estar naturalizados y al servicio de relatos destinados a reforzar la “consciencia nacional” o la “consciencia de clase” para ser interrogados desde nuevas perspectivas. Las escalas de análisis también fueron redefinidas en sintonía con la generalizada crítica a los modelos forjados en torno al Estado-Nación. Las matrices nacionalistas que modelaron la construcción de las historiografías fundacionales en todos los países de la región han sido reemplazadas por enfoques que, por un lado, recuperan la escala monárquica e imperial, y por el otro, prestan suma atención a las escalas locales (ciudades, provincias, regiones) según se trate del registro de análisis seleccionado. Esto no significa desestimar el papel que tuvo la construcción de los estados nacionales durante el siglo XIX sino atender a las variaciones que fue adoptando dicho proceso en sintonía con las torsiones semánticas que sufrieron los propios conceptos de Estado y Nación.

Si observamos los dos emprendimientos más ambiciosos de colecciones generales sobre la historia de nuestro país, llevados a cabo a fines del siglo XX y comienzos del XXI por una multiplicidad de historiadores, comprobamos que esta redefinición de las escalas temporales y espaciales está presente tanto en la Nueva Historia de la Nación Argentina editada por la Academia Nacional de la Historia como en la Nueva Historia Argentina editada por Sudamericana[4]. Un rápido recorrido por los tomos y capítulos que, en ambas colecciones, se corresponden con el período que aquí nos ocupa revela la heterogeneidad de periodizaciones y recortes regionales para abordar los distintos registros de análisis que exploran el tránsito del orden colonial al independiente.

En este sentido, si bien existe un consenso bastante generalizado en torno a desarmar los relatos canónicos que buscaron crear el mito de origen de nuestras naciones hispanoamericanas, dicho consenso no es monolítico sino que exhibe muy diversas posiciones respecto a cómo interpretar la(s) coyuntura(s) de ruptura. Los debates desarrollados sobre la condición de América en el orden monárquico e imperial español atraviesan todos los segmentos y campos de estudio –desde la historia social y económica, pasando por la historia política, intelectual y jurídica– y abren un abanico de opciones para periodizar los momentos de la crisis del orden colonial y el proceso revolucionario e independentista. De igual manera se debate acerca de cuáles escalas de análisis son más apropiadas para definir cuestiones clave como la desestructuración y reorientación de las estructuras productivas y de los circuitos mercantiles, la coexistencia de viejas y nuevas identidades políticas o las formas que adoptó la soberanía luego de la crisis de la monarquía española, entre otros temas relevantes.

En cualquier caso, las independencias se han reubicado en un horizonte temporal y espacial mucho más amplio que en el pasado y este dossier es una muestra cabal de esa reubicación. Como se anunció al comienzo, el objetivo es exponer balances historiográficos en los clásicos campos en los que suele dividirse nuestra disciplina –historia política, de las ideas y económico-social– y en dos áreas específicas que no podían estar ausentes en esta ocasión: la historia de las guerras de independencia y la que pone el foco en Tucumán. Los autores invitados tienen una larga trayectoria en cada uno de los campos y temas seleccionados y comparten (junto con quien escribe estas líneas de presentación) una común pertenencia generacional –si hacemos un uso flexible de la categoría “generación”– por cuanto sus respectivas carreras profesionales se han desarrollado a partir del regreso de la democracia en nuestro país. Esa común pertenencia los ubica en una doble dimensión: por un lado, fueron receptores de una apertura política e historiográfica que les permitió nutrirse de las nuevas perspectivas de análisis que comenzaban a circular en la historiografía nacional e internacional durante su formación académica; y por el otro, fueron protagonistas fundamentales en la tarea de renovación iniciada por quienes fueron sus maestros o referentes ineludibles dentro de sus respectivos campos de estudio. En todos los casos, la experiencia posterior a 1983 marcó sus trayectorias y producciones, como podrá observarse a continuación.

El dossier se abre con un balance de la historia política sobre el proceso de independencia a cargo de la Dra. Noemí Goldman y del Dr. Fabio Wasserman. En este ensayo se puede constatar el itinerario que condujo a impugnar el mito de los orígenes de la nación ya mencionado –un tema que atraviesa todos los artículos– para abrir las múltiples líneas de investigación desplegadas en las últimas décadas. Se recorren así diversos registros de análisis, desde los actores y las prácticas, pasando por las instituciones y la dinámica política, los discursos, los conceptos y las representaciones, para cerrar con un asunto clave, muy visitado desde diversos enfoques e interpretaciones: el de las identidades políticas. Muy atentos a las diversas vertientes que surgieron dentro de este amplio campo de historia política, los autores puntualizan los principales aportes de las últimas tres décadas y destacan el giro que representó la publicación de Revolución y Guerra, de Tulio Halperín Donghi[5]. Se trata de un reconocimiento que se repite en el resto de los ensayos –ampliándose a otras obras de Halperín– y que revela la incidencia del autor recientemente fallecido en todos los campos de estudio que abordan el período aquí tratado.

En íntima vinculación con los problemas planteados dentro de la historia política, el artículo del Dr. Darío Roldán se concentra en el tratamiento que ha merecido la historia del pensamiento político de la independencia. Como sabemos, las fronteras entre los campos disciplinares son siempre borrosas, por cuanto se solapan y entrecruzan temas y enfoques, y mucho más aún cuando procuramos distinguir las que atañen a la vida política y la vida intelectual. Como afirma Pierre Manent, “en la época moderna, el pensamiento político y la vida política están vinculados por un lazo inmediato e íntimo” y resultaría imposible realizar un relato del período signado por la irrupción de las revoluciones y de la filosofía política moderna sin contemplar sus conexiones, diálogos y tensiones[6].

Roldán se hace cargo de tales diálogos y recorre los enfoques y debates que desde diferentes perspectivas fueron jalonando un camino que estuvo abonado por la ya mencionada internacionalización de nuestra historiografía. El arco que traza entre el “programa completo de investigación y de reflexión sobre el proceso revolucionario y la forma de discutir su dimensión ideológica” propuesto por Halperín en 1961 en la seminal obra Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo y la potente producción iniciada en la década del ‘90, cuya marca más importante remite a la también seminal obra Modernidad e Independencias de François-Xavier Guerra, le permite abrir los problemas más significativos que, hasta el presente, fueron explorados por los especialistas[7]. La historiografía argentina se inscribió así en ese clima de nove- dades que aportaba el escenario atlántico y recuperó no sólo las migraciones y adaptaciones que desde diferentes latitudes experimentó el pensamiento político pre y post revolucionario sino también las diversas formas de abordarlos.

El balance de la historia económica y social de la independencia a cargo del Dr. Julio Djenderendjian y del Dr. Gustavo Paz comienza con una evaluación general sobre el derrotero que ha sufrido este campo en las últimas décadas. Los autores destacan, en primer lugar, el terreno que ha perdido frente a la historia política, y en segundo lugar, la escasa presencia –sino ausencia– de estudios que atiendan al largo plazo. Este panorama no debe, sin embargo, minimizar los significativos aportes que, de hecho, se detallan minuciosamente en el ensayo y que se encuentran ordenados según dos grandes áreas –la historia económica y la historia social– que –como en el caso de la historia política y del pensamiento político– se encuentran íntimamente ligadas. Se destacan así los avances y los desafíos pendientes en el campo de la historia económica dedicada a los estudios sobre la estructura productiva, el comercio, los servicios, el nivel de vida, las finanzas y la moneda; y los correspondientes al campo de la historia social que aborda temas tales como la población y la estructura social, el orden social, las elites y los sectores populares y los espacios de sociabilidad.

La Dra. Beatriz Bragoni, por su parte, realiza un balance de la historiografía académica referida a las guerras de independencia en el Río de la Plata. Tal como indica la autora, se trata de uno de los temas revisitados en los últimos años y que, nutrido de nuevos enfoques, ha ampliado notablemente sus perspectivas al considerar diversos aspectos como el anclaje social, político e institucional de las guerras, las acciones individuales y colectivas que se pusieron en escena, y las dinámicas que promovieron en todos los planos. Temas clave como la violencia, la militarización y la politización promovida por las guerras, sus modulaciones regionales, y los liderazgos e identidades políticas surgidos en ese gran escenario bélico desfilan en el ensayo destacándose los diferentes aportes y debates que estimularon los nuevos avances historiográficos.

Finalmente, el dossier se cierra con un ensayo de la Dra. Gabriela Tío Vallejo en el que Tucumán es protagonista. Más allá de la obvia razón que impone el hecho de que la independencia haya sido declarada por un congreso constituyente convocado y reunido en dicha ciudad, ese mismo acontecimiento dotó a Tucumán de una centralidad en el relato de la historia patria que no deja de marcar tensiones con el papel que le cupo a Buenos Aires en el derrotero revolucionario. Tales tensiones, que emergen desde el momento mismo en que comenzaron a celebrarse las dos fechas patrias que signan nuestro calendario cívico-festivo desde comienzos del siglo XIX, tienen aún hoy sus ecos en los debates contemporáneos. La disputa en torno a las jerarquías de las celebraciones “mayas” y “julias”, además de revelarla que se entabló entre el “centro” y las “periferias” durante todo el período, pone de relieve la naturaleza de un proceso que debe explicar la propia existencia de dos efemérides en dicho calendario. El artículo de Tío Vallejo retoma, así, el papel asignado a Tucumán por la historiografía tucumana en la historia de la nación y problematiza las diferentes interpretaciones que, desde el siglo XIX, fueron jalonando ese diálogo entre historia local e historia nacional.

La visión de conjunto que ofrece el dossier es la de un campo disciplinar consolidado. El lector podrá comprobar que a la ya indicada común pertenencia generacional de los autores se suma la de un diálogo nutrido de diversas capas de conocimiento histórico y de experiencias académicas compartidas frente a un período que, aunque extremadamente transitado desde las primeras interpretaciones que se remontan al temprano siglo XIX, continúa abriendo preguntas y espacios de investigación. Una prueba de ello es que, aún cuando no contemos con un examen “cuantitativo” de la producción historiográfica argentina dedicada a la coyuntura de la independencia en los últimos treinta años, se trata de uno de los períodos más visitados y renovados. Esta abrumadora producción sobre la etapa fundacional es, sin embargo, desigual si se discriminan las subdisciplinas que se han ocupado de ella. Como bien señalan Julio Djenderendjian y Gustavo Paz, los estudios procedentes de la historia económica y social han perdido el protagonismo de antaño para cedérselo a una historia política que se nutre de la historia cultural e intelectual, a la vez que en el interior de cada uno de ellos dominan algunos temas sobre otros según las preferencias y tendencias del momento. Tal vez la cuestión de las guerras de independencia desarrollada por Beatriz Bragoni exprese un nuevo escenario de cruces e intercambios que no parecen estar tan presentes en otras áreas.

Ahora bien, aún reconociendo las porosas fronteras ya señaladas entre cada uno de los subcampos de la disciplina y los diferentes ritmos que marcan sus respectivas producciones en los últimos tiempos, hay dos desafíos pendientes que, con mayor o menor énfasis, exhiben los ensayos de este dossier: estimular el diálogo y la consideración mutua entre los estudios procedentes de las diversas áreas del conocimiento histórico y recuperar en horizontes más olímpicos los resultados obtenidos en investigaciones que se recortan sobre reducidas escalas de análisis.

Ambos desafíos sólo pueden encararse si se plantean reflexiones que apunten al largo plazo ya las conexiones existentes entre las diversas regiones exploradas y los registros de análisis involucrados. Pero estas reflexiones podrían no ser suficientes si no se formulan nuevas preguntas que nos eviten quedar atrapados en el círculo muchas veces estrecho y endogámico en el que solemos trabajar. La apuesta pendiente no consiste en “sumar” resultados sino en atravesarlos con creatividad y con una fuerte voluntad de ampliar las perspectivas. La profesionalización del oficio de historiador exige, cada vez más, una cierta estandarización en la forma de exhibir los resultados y una adaptación a los modelos que impone una comunidad científica que, por cierto, está en gran parte regulada por otras disciplinas. Y si bien esta profesionalización permitió encauzar las investigaciones según estándares internacionales y sistemas de evaluación con criterios comunes, corremos el riesgo de perder aquellos atributos tan caros a nuestro oficio: la curiosidad por expandir nuestros horizontes y por conocer mucho más allá de lo que nuestro recorte de objeto delimita, la paciencia para detenernos a pensar sobre los problemas abordados y la vocación por encontrar en el estudio del pasado una verdadera apuesta intelectual.

Los “estados del arte” que continúan en las siguientes páginas son, pues, “mapas de rutas” que procuran recuperar los caminos ya transitados e iluminar los que aún quedan por recorrer. Y en este segundo registro que apunta al futuro es posible, como indica Roldán al cerrar su ensayo, que los presupuestos elaborados hace ya más de un cuarto de siglo –y que marcaron los rumbos de la inmensa masa crítica dedicada a las revoluciones e independencias– esté atravesando por una coyuntura que no es de agotamiento pero si tal vez de cierto “suspenso”. Este último término –que asume quien escribe estas líneas– no se identifica con la idea de “misterio” sino más bien con la de “detenimiento” y “expectativa” respecto de un horizonte que posiblemente se esté abriendo –pero que aún no es completamente visible– de nuevas formulaciones para pensar los problemas. Dicho horizonte no está pensado aquí como una demanda que busca reconstituir paradigmas o modelos de análisis hegemónicos sino, por el contrario, como un terreno plural que nos sustraiga del espacio de “confort académico” para enfrentar la tarea que tenemos por delante.

Referencias

Armitage, D. (2007). The Declaration of Independence. A Global History, Cambridge, Harvard University Press.

Armitage, D. Subrahmanyam, S. (2010). The Age of Revolutions in Global Context, c. 1760-1840, Basingstoke, Palgrave Macmillan.

González Bernaldo De Quirós, P. (2015). Independencias iberoamericanas. Nuevos problemas y aproximaciones, Buenos Aires, FCE.

Guerra, F. X. (1992). Modernidad e independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Encuentro.

Halperin Donghi, T. (1961). Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, Buenos Aires, Eudeba.

Halperin Donghi, T. (1979). Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, México, Siglo XXI.

Manent, P. (1990). Historia del pensamiento liberal. Buenos Aires, EMECÉ Editores.

Notas

1 Profesora Titular ordinaria Historia Argentina (Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario). Investigadora del CONICET (UNR – CONICET – FHyA).
2 David Armitage, The Declaration of Independence. A Global History, Cambridge, Harvard University Press, 2007; David Armitage y Sanjay Subrahmanyam (eds.), The Age of Revolutions in Global Context, c. 1760-1840, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2010.
3 Pilar González Bernaldo de Quirós(dir.), Independencias iberoamericanas. Nuevos problemas y aproximaciones, Buenos Aires, FCE, 2015, pp. 11-36.
4 La coordinación general de la colección de la Nueva Historia de la Nación Argentina editada por Planeta estuvo a cargo del Dr. Víctor Tau Anzoátegui y la coordinación general de la colección de la Nueva Historia Argentina editada por Sudamericana estuvo a cargo del Dr. Juan Suriano.
5 Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, México, Siglo XXI, 2da. ed. 1979 [1ra. ed., 1972]
6 Pierre Manent, Historia del pensamiento liberal. Buenos Aires, EMECÉ Editores, 1990, pg. 7.
7 Tulio Halperin Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961; Francis-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Encuentro, 1992.


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