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Sobre la formación y la inserción laboral de los historiadores: desacoples problemáticos
Investigaciones y Ensayos, vol.. 63, 2016
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina

Dossier La historia como campo profesional: balances, dilemas, propuestas.

Investigaciones y Ensayos
Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina
ISSN: 2545-7055
ISSN-e: 0539-242X
Periodicidad: Semestral
vol. 63, 2016

Recepción: 27 Octubre 2016

Aprobación: 11 Diciembre 2016


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Sin precisar estadísticas, todos sabemos que, con posterioridad al colapso del modelo socioeconómico neoliberal en 2001, el sistema de educación superior y de investigación argentino comenzó a experimentar una sensible ampliación, como consecuencia directa de la asignación de mayores recursos por parte del Estado nacional. En ese marco, los jóvenes interesados en la carrera de Historia se fueron encontrando con más universidades que ofrecen esos estudios de grado, con una extendida gama de posgrados compatibles y con mayores posibilidades de continuar los estudios con becas para el grado y especialmente el posgrado, así como mayores oportunidades laborales a partir de la expansión del sistema de investigación, principalmente del Conicet.

Esa acelerada expansión, sin embargo, operó sobre un sistema no demasiado preparado para recibirla. Durante los años ’90 se inició cierto proceso de aggiornamiento de los estudios superiores que, tomando de modelo algunos elementos de la educación superior en los países centrales, buscaba acortar las carreras de grado, extendiéndolas hacia posgrados específicos e incluyendo títulos de posgrado, en particular el de doctorado, que pasaron de ser galardones recibidos como reconocimiento a una larguísima trayectoria a requisitos sine qua non para insertarse en el sistema académico. A excepción de este último punto, semejante aggiornamientoquedó lejos de concretarse, y las carreras de grado mantuvieron su longitud ­–formalmente de cinco años pero en la práctica abarcando cifras promedio bastante mayores, que están cercanas a los ocho años­ en la Universidad de Buenos Aires– en tanto que proliferaron los posgrados sin una vinculación explícita con el grado, mayormente centrados en temas afines a los de los profesionales disponibles o bien sumamente laxos y dependientes de la oferta circunstancial en cada casa de estudios.

En ese contexto, hay toda una serie de desacoples fundamentales en la matriz del modelo académico que se ha expandido en las dos últimas décadas y que el notable incremento de recursos desde 2003 no logró discutir de manera directa. Me gustaría referirme aquí a algunos de estos desacoples, en el bien entendido de que el diagnóstico puede contribuir a la discusión acerca de los problemas actuales de la profesión.

Uno de los desacoples que aparecen en la formación de los futuros historiadores corresponde al que existe entre grado y posgrado. Las carreras de grado se hallan demasiado determinadas por el conocimiento de datos históricos y mucho menos por el aprendizaje de estrategias de trabajo. Si bien un núcleo básico de contenidos es fundamental para la formación del historiador, y esto es particularmente necesario para quienes luego optan por la docencia en la escuela media como principal modalidad laboral, la excesiva preocupación por los datos hace que las carreras universitarias de Historia asignen escasa importancia a los aspectos teóricos y metodológicos de la investigación así como de las formas de enseñanza, que suelen quedar librados a las iniciativas individuales de los docentes. Ahora bien, la implementación acelerada de posgrados no se ha dado sobre la base de un diagnóstico de las falencias del grado sino asumiendo que los estudiantes inscriptos en el posgrado deberían acreditar una serie de estrategias que en la práctica sólo dispone un número reducido de ellos como resultado de recorridos personales antes que como efecto del tránsito por el dispositivo institucional que proporciona el grado.

En segundo lugar, otro efecto poco fructífero de la proliferación a toda prisa de posgrados en las últimas dos décadas ha sido el desacople notorio entre las maestrías y los doctorados. En este sentido, lo más frecuente en las instituciones universitarias de los países centrales es que las maestrías operan como una instancia intermedia en relación con los estudios de doctorado. Lo usual es que los estudiantes de posgrado, después de un grado más corto que los que se ofrecen en nuestro país, continúan estudios estructurados en un promedio de dos años, que desembocan en la elaboración de una tesis de maestría. A partir de allí se continúa hacia el doctorado en función de la profundización del problema de estudios bosquejado en la etapa de la maestría. A diferencia de ello, en nuestro país las maestrías y los doctorados conviven en simultáneo, de modo que es posible –y de hecho, es lo que sucede con mayor frecuencia– que los estudiantes de posgrado en Historia opten directamente por el doctorado sin elegir un estudio previo de maestría. Ahora bien, habida cuenta de que los estudios de doctorado, a diferencia de las maestrías, suelen ser abiertos y basados en una oferta irregular de seminarios, el resultado de la formación de doctores suele ser muy dispar sobre la base de lo que las propias instituciones tienen para ofrecer.

En tercer lugar, y en relación directa con lo anterior, las opciones de los estudiantes por doctorados antes que por maestrías se conectan con otro tipo de desacople, que es el que se produce entre las universidades en tanto espacios para la formación del posgrado y las agencias institucionales que suelen financiar este tipo de estudios mediante becas, particularmente el Conicet. De hecho, no existe coordinación alguna entre ambos dispositivos, lo que resulta sorprendente, cuando ambos operan en función del mismo objetivo y a partir de los mismos elencos profesionales. Esto tiene al menos dos resultados decididamente inconvenientes. Por una parte, las agencias de financiamiento suelen otorgar becas para la realización de doctorados pero no de maestrías, lo que en la práctica relega claramente a estas últimas y estimula que los estudiantes opten directamente por el doctorado, a pesar del ya referido carácter no estructurado de estos estudios. En la práctica, y paradójicamente, al desalentar las maestrías como espacio formativo más estructurado, el sistema de financiamiento atenta contra la formación misma de los doctores cuyos estudios financia. Y por otra parte, la descoordinación entre ambas instancias frecuentemente resulta en el otorgamiento de becas a estudiantes que aún no han alcanzado los requisitos necesarios –becas de doctorado a estudiantes que no han completado el grado, becas de posdoctorado a estudiantes que aún no se han doctorado–, lo que luego impacta de un modo decididamente negativo sobre los procedimientos y los criterios de las universidades para la admisión de estudiantes de doctorado o para la consecución del título doctoral. Cualquier colega que haya estado en estas instancias sabe que rechazar la admisión de un proyecto de doctorado a un estudiante que ya ha recibido una beca doctoral o solicitar correcciones a una tesis doctoral de alguien que ya ha obtenido una beca posdoctoral es visto, en el currículum oculto de las instituciones, como un acto reprobable que despoja al estudiante de un derecho que ya posee y al que parece razonable subordinar cualquier otro requisito formativo.

Hay algunos desacoples más, que repercuten más directamente en los modos de inserción profesional de los historiadores formados en las universidades. El primero de ellos es el que se deriva de la ausencia total de mecanismos de alcance nacional para el acceso a cargos universitarios. Cada universidad, cada distrito, asume que hay que privilegiar a los egresados locales por sobre los que podrían proceder del resto de las universidades de la misma patria, y los concursos suelen llegar tarde y para ratificar la regularidad de quienes ya ocupan los cargos de manera interina. En la práctica, esto afirma el clientelismo y la endogamia institucional, lo que a su vez atenta contra las posibilidades de los egresados más calificados y de la renovación académica que facilitaría la incorporación de nuevas perspectivas. Un segundo desacople es el que corresponde a la formación docente en las universidades y la inserción de los egresados en un sistema educativo que, en general, tiende a priorizar –a través de los mecanismos de asignación de puntajes– a quienes se forman en profesorados terciarios por sobre quienes lo hacen en las universidades. Y hay aún otro desacople, en este sentido, que es el existente entre el medio académico y otros ámbitos de la sociedad en los que existe un enorme potencial para la inserción de los historiadores. Las carreras universitarias, más allá del déficit que también tienen en esto, siguen apuntando casi exclusivamente a la docencia y a la investigación como salidas laborales. Nada prepara a los estudiantes ni en el grado ni en el posgrado para insertarse en otro tipo de ámbitos tales como museos o medios masivos de comunicación. Cuando tales ámbitos demandan historiadores, las respuestas se canalizan a modo individual, pero no hay pensamiento ni recursos institucionales destinados a fortalecer esas posibilidades que podrían ampliar no sólo las opciones laborales sino también la inserción de los egresados de las carreras de Historia en la vida intelectual de nuestro país.

Ciertamente, se trata de problemas para cuyo tratamiento no se vislumbran respuestas rápidas ni sencillas. Varias de estas cuestiones se relacionan con conductas académicas muy arraigadas en las universidades. Otras demandarían compromisos de transformación para los que se necesitaría un esfuerzo colectivo, que no siempre cuenta con condiciones. Respecto dela mayor parte de estos desacoples, se trata de problemas para los que un tratamiento de fondorequeriría de articulaciones interinstitucionales y estrategias de planificación respecto de las cuales ciertos organismos, como el CIN, la CONEAU y quizás otros por pensar, deberían ser ámbitos apropiados.

Es cierto también que algunas respuestas pueden darse en ámbitos más restrictos. Sin ánimo ejemplificador sino más bien con el de compartir la experiencia, me gustaría referirme muy brevemente a algunas acciones que se han llevado a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, tanto en el Departamento de Historia como en la Comisión de Doctorado. Respecto del grado, por un lado, se está trabajando en la incorporación de materias que se centren en aspectos metodológicos así como en formas de divulgación y expansión de las temáticas históricas en ámbitos no tradicionales. Se trata de atender así a los déficits formativos de la carrera, lo que a su vez puede generar condiciones para avanzar en una reforma del plan de estudios, que suele implicar un camino largo y difícil de transitar. También se está propiciando, a través de convocatorias a reuniones por grandes áreas, un diálogo inter-cátedras, que pretende entablar vínculos transversales que permitan reflexionar sobre las temáticas y las formas de enseñanza que son ofrecidas a los estudiantes, con el propósito de mejorar las herramientas conceptuales y pedagógicas que la carrera aporta a sus futuros egresados. Por otro lado, se ha aprobado un reglamento de ingreso de docentes interinos que implica un mecanismo ágil, público y transparente para la incorporación de nuevo personal, que no suplanta al concurso pero que, a la espera de esa instancia cuyos tiempos suelen ser largos, ha puesto punto final a la práctica de agregar docentes “a dedo”, lo que sujetaba esos ingresos a las voluntades de los titulares de las cátedras y redundaba en la ya referida endogamia clientelar.

Con respecto al posgrado, por una parte, avanzan, por primera vez, tres proyectos de maestrías ­­–Historia Argentina y Latinoamericana, Estudios Histórico-Arqueológicos y Estudios Culturales de América Latina­­– en los que participan nuestros historiadores, lo que potenciará las posibilidades de cursar posgrados estructurados de fuerte base histórica. Por otra parte, la Comisión de Doctorado viene haciendo esfuerzos sensibles por homologar seminarios de maestría para cursar los doctorados, lo cual no sólo amplía la oferta de seminarios disponibles para estos últimos sino también facilita la posibilidad de cursar total o parcialmente los trayectos más estructurados de las maestrías de cara al desarrollo de los estudios doctorales.

Se trata de acciones tal vez módicas, pero creo que apuntan en una misma dirección. Está claro, en todo caso, que más allá de este u otro tipo de esfuerzos, lo que es importante, en primera instancia,es que estos desacoples se hagan visibles, que los tengamos presentes. Si en lugar de ignorarlos o de ahondarlos, los advertimos y los consideramos como problemas, ya habremos dado un paso.



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