Avances de investigación
Recepción: 14 Junio 2021
Aprobación: 23 Agosto 2021
Resumen: Este artículo tiene por objetivo describir la trayectoria de pobladores del Barrio Nonguén, en la ciudad de Concepción, a partir de la construcción de sus memorias colectivas. Estas memorias surgen desde sus propios relatos, y se estructuran en torno a dos dimensiones: a) relación con el entorno, y b) vida en comunidad y organización social. Para esto, se realizaron entrevistas grupales y entrevistas individuales a pobladores y dirigentes fundadores del barrio, durante los años 2019 y 2020, y también se consultó fuentes secundarias. En síntesis, los relatos dan cuenta de transformaciones significativas en las relaciones sociales, en la vida colectiva, y en el paisaje físico y natural del barrio, en un contexto sociopolítico de consolidación del modelo neoliberal en el Chile. Finalmente, se plantea que la construcción de memorias colectivas es un soporte fundamental para fortalecer la identidad comunitaria, al mismo tiempo que posibilita intervenciones sociales estratégicas y sostenibles.
Palabras clave: memorias colectivas, identidad, modelo neoliberal, intervención social.
Abstract: This article aims to describe the trajectory of residents of barrio Nonguén, in the city of Concepción, from the construction of their collective memories. These memories arise from their own stories and are structured around two dimensions: a) relationship with the environment, and b) life in community and social organization. For this, group interviews and individual interviews were conducted with residents and founding leaders of the neighborhood, during the years 2019 and 2020, and secondary sources were also consulted, in summary, the stories account for significant transformations in social relations, in collective life, and in the physical and natural landscape of the neighborhood, in a sociopolitical context in which the neoliberal model is consolidated in Chile. Finally, it is proposed that the construction of collective memories is a fundamental support to strengthen community identity, at the same time that it makes it possible to carry out strategic and sustainable social interventions.
Keywords: collective memories, identity, neoliberal model, social intervention.
Introducción
El Valle Nonguén, situado al noreste de Concepción, es uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad y tiene su origen a comienzos de la década del sesenta. Durante las décadas siguientes se va a ir perfilando una identidad colectiva centrada en dos rasgos principales: su carácter de barrio semi- rural, y su activa vida organizacional. Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas, el barrio ha experimentado importantes transformaciones, tanto en lo concerniente al paisaje y el entorno natural, así como en relación con la vida comunitaria y organizacional de sus pobladores. Dichas transformaciones se producen por las formas en que los actores sociales del barrio han ido produciendo sus relaciones, pero también por las políticas públicas implementadas por diversos gobiernos y autoridades locales, todo en el marco de consolidación de un modelo social y económico sustentado en el mercado. Este estudio pretende dar cuenta de dichas transformaciones, a partir de la construcción de memorias de pobladores que han tenido la posibilidad de ser testigos y protagonistas de los cambios y trayectorias de la vida social del barrio desde sus orígenes. La construcción de estas memorias integra los relatos y recuerdos que los pobladores remueven y actualizan en la conversación colectiva, la valoración que hacen sobre esos relatos y recuerdos, y su contraste con el presente.
Este ejercicio de construcción de memorias colectivas es también, y simultáneamente, un ejercicio colectivo que reafirma y reconstruye identidades barriales de formación histórica. Sobre este tema, sostenemos que no es posible concebir la memoria colectiva sin comunidad, así como no podría llegar a existir comunidad sin memoria. Sobre esta relación entre memoria y comunidad, Jaques Le Goff asegura que la memoria es el elemento esencial de la identidad comunitaria y advierte que la ausencia y la pérdida de memoria colectiva, en los pueblos y naciones, pueden generar graves perturbaciones en las identidades colectivas (Le Goff, 1991). En el mismo sentido, tal como señala Bauzá, el acto de recordar nos permite dotarnos de identidad (Bauzá, 2015), en tanto que Candau sostiene que, en esta búsqueda conjunta de identidad y memoria, resulta fundamental relevar lo que él denomina memoria de los orígenes, donde destaca la importancia que tiene para la memoria y la identidad, aquellos momentos originales, las causas primeras. (Candau, 2006)
Desde ese punto de vista, el acto mismo de recordar debe ser visto como un proceso que nos permite afirmar nuestra identidad., ya que, como sostiene Feierstein, construir recuerdos es, al mismo tiempo, construir identidad (Feierstein, 2012). En esta misma línea se plantea Elizabeth Jelin para quien incluso el trabajo que hace la memoria y la identidad, por sí solas, y por sí mismas, deben enfocarse en una labor de mantenimiento de la coherencia y la unidad (Jelin, 2020). Para Jorge Larraín, en tanto, la identidad es un conjunto de cualidades con las que una persona o un conjunto de personas se ven íntimamente conectadas (Larraín, 2014), y opera el mismo proceso que en las memorias, en tanto las identidades personales con las identidades colectivas están interrelacionadas y se necesitan recíprocamente, puesto que no es posible concebir la una en ausencia de la otra. En este sentido, el mismo autor señala que una identidad colectiva es el medio y el resultado de las identidades individuales, a las que recursivamente organiza. (Larraín, 2014). La memoria colectiva, será entonces la encargada de articular las biografías compartidas por grupos o comunidades, y establecer un relato con el que los miembros de un grupo o comunidad se puedan sentir “identificados”. Sobre esta necesidad de Identidad, José Bengoa (2018b) advierte que, en la sociedad moderna, existe cada vez con más fuerza, un reclamo de identidad colectiva que se vincula a la necesidad de lograr reconocimiento, pero asumido, no como un intento de invisibilización o eliminación del otro, sino como la posibilidad de construir comunidad. Este aspecto se vincula a la noción de identidad colectiva como una construcción relacional e histórica, y, desde esta perspectiva, debe ser considerada como un proceso siempre abierto. Inacabado y en constante construcción. A propósito de este carácter histórico, dinámico y relacional de la Identidad, Jorge Larraín (2014) plantea que la identidad colectiva no debe centrarse sólo en la pregunta ¿qué somos?, sino, también ¿qué queremos ser?
En términos metodológicos, la información presentada en este trabajo es el resultado de la aplicación de entrevistas individuales y grupales, a pobladores y dirigentes históricos del barrio durante el año 2019 y comienzos del 2020. En relación con su grado de estructuración, las entrevistas fueron semiestructuradas, y tal como señala Flores, este tipo de entrevistas no se da en un contexto de libertad, sino que posee un fin preciso y determinado que viene prescrito por los objetivos del estudio (Flores, 2009). Por otro lado, las entrevistas fueron de tipo focalizada, puesto que existió un guion previamente elaborado, que sirvió como marco de conversación. Finalmente, se realizaron consultas a fuentes secundarias, tales como revistas, periódicos y libros de historia local y nacional.
Entre los principales resultados del estudio, destaca el hecho de que las transformaciones en la vida social y cotidiana de los pobladores del Valle Nonguén, refieren a la pérdida progresiva del sentido colectivo, de la solidaridad, y de la capacidad de generar organización social. Del mismo modo, el entorno natural y la relación de los y las habitantes con el medio ambiente, han experimentado un deterioro importante durante las últimas décadas, lo que ha impactado también en la vida cotidiana de las personas. Estas transformaciones también han tenido incidencia en las formas en que los pobladores se representan y construyen su identidad barrial, la que hoy es más difusa y menos nítida, en comparación con décadas anteriores. Dichas transformaciones se dan, finalmente, en el contexto de consolidación del modelo neoliberal en el país, el que, de acuerdo con la percepción de los y las entrevistadas, privilegia las lógicas individuales en desmedro de las asociaciones colectivas, y los intereses económicos por sobre los derechos de las personas y de la naturaleza.
Las Memorias Colectivas
La literatura sobre el tema de memoria es tan extensa y diversa como sus clasificaciones y formas de abordarla. Son numerosos los autores que han realizado aportes significativos en esta materia, y que abordan el tema indistintamente desde la filosofía, la antropología, la historia o la sociología. Más allá de todas las clasificaciones posibles, este trabajo toma como referencia el concepto de memoria colectiva, concepto original del sociólogo francés Maurice Halbwachs, desarrollado en su libro póstumo llamado, precisamente, “La mémoire collective”, publicado en 1950. Para entender la noción de memoria colectiva, hay que considerar algunos aspectos que resultan importantes para este estudio:
a) Los actos de rememoración son siempre colectivos. Sobre este tema, Daniel Feierstein (2012) señala que la memoria se construye con otros y a partir de otros. Esto significa que se requiere de la presencia de otros y otras, aun tratándose de hechos que nos atañen sólo de manera individual. Halbwachs (2004a) es enfático en señalar que, aun tratándose de hechos en los que hemos estado involucrados individualmente y de manera solitaria, los recuerdos que de ellos tenemos siguen siendo colectivos, y son los demás quienes nos lo recuerdan.
b) La memoria es un espacio donde coexisten y se tensionan los recuerdos y los olvidos. Esta relación recuerdo-olvido es consustancial a la memoria, y a propósito de lo mismo, Jöel Candau (2006), plantea que los miembros de una sociedad o un grupo, lo único que realmente comparten es aquello que olvidaron de su pasado en común, o, dicho de otro modo, la sociedad se encuentra menos unida por sus recuerdos que por sus olvidos. (Candau, 2006)). Por otra parte, la selección de recuerdos que realiza una sociedad suele ser un proceso dificultoso, no exento de problemas, puesto que tiene que definir, no sólo qué es lo que se debe recordar, sino también, sustentado en qué principios. Por lo tanto, tal como lo sugiere Ricoeur, el recuerdo y el olvido requieren encontrar una justa medida de equilibrio en la memoria (Ricoeur,2013). Bauzá, a propósito de la obra de Harald Weinrich titulada “Arte y crítica del olvido”, pregunta qué es lo que se debe conservar en la memoria y qué es lo que se puede olvidar, y finalmente, ¿en arreglo a qué principios, marcos éticos y valóricos, se adoptan estas decisiones? (Bauzá, 2015).
c) La existencia de marcos temporales y espaciales. Estos marcos son imprescindibles para la construcción de memoria, ya que, tal como afirma Halbwachs, situamos nuestros recuerdos en un espacio y en un tiempo, sobre cuyas divisiones, nos ponemos de acuerdo con los demás (Halbwachs, 2004b). En el mismo sentido, Feierstein (2012) sostiene que dichos marcos temporales y espaciales operan como puntos de referencia, cuya importancia radica en que nos permiten fijar los recuerdos, darles un sentido, articulándolos con elementos que aparecen como fijos o estables (Feierstein, 2012). Hay que precisar eso sí, que para Halbwachs, el marco espacial presenta distintas dimensiones, a saber: entorno material, espacio jurídico, espacio económico, y espacio religioso (Halbwachs, 2004b). Los tres últimos espacios se constituyen de agrupaciones sociales que aparentemente no poseen base espacial, pero que operan como determinantes y referentes para la construcción de memorias, y cada una constituye un marco espacial autónomo, aun cuando en muchos aspectos sus intersecciones son inevitables. Sin embargo, este trabajo pone el foco principalmente en la influencia que ejerce el entorno material sobre las memorias colectivas.
d) La memoria se construye con relatos. Esto implica que el lenguaje aparece como el principal elemento narrativo. Tal como sugiere Hugo Bauzá, el recuerdo se encuentra estrechamente vinculado a la capacidad de narrar, puesto que el relato objetiva el recuerdo (Bauzá, 2015). En esta relación entre hablar y recordar, Roberto Aceituno (2013) sostiene que se puede recordar sólo porque es posible hablar, o callar, y se hace necesario precisar que el callar también es parte del lenguaje, un lenguaje que carece de palabras, y en este caso se vincula a la omisión, al silencio y al olvido (Aceituno, 2013). Por otro lado, hay que entender los relatos como una fuente oral, una narración, y en ellos, tal como señala Alicia Gartner (2015), se describen situaciones, caracterizan personas y se cuentan breves historias y anécdotas (Gartner, 2015). No existe, eso sí, un solo relato, sino una pluralidad y diversidad de relatos, en los cuales nos vemos envueltos. Para Candau, por ejemplo, es difícil hablar de una memoria unificada, y lo que existe, son más bien memorias fragmentadas, que además en muchas ocasiones se ven enfrentadas entre sí (Candau, 2008).
e) La memoria como representación. Hablar de memorias, para Elizabeth Jelin no es hablar del pasado, sino del presente, puesto que la memoria es la manera en que los sujetos construyen un sentido del pasado (Jelin, 2017), por lo tanto, un hecho del pasado está siempre sujeto a reinterpretaciones, que contienen intenciones y también expectativas. En la misma línea argumenta Feierstein, para quien la memoria debe ser entendida como un proceso a través del cual se le otorga un sentido y se interpreta a un conjunto caótico de percepciones, imágenes y registros (constituyen “escenas”), lo que confiere a la memoria un carácter creativo, de construcción, y no meramente reproductivo (Feierstein, 2012)
Aspectos Metodológicos
En términos metodológicos, el trabajo recoge y analiza relatos provenientes de un grupo de 25 pobladores del barrio Nonguén, para lo cual se aplicaron entrevistas individuales y grupales durante el año 2019 y los dos primeros meses del año 2020, entrevistas que fueron semis-estructuradas y focalizadas fundamentalmente en torno a dos dimensiones:
a) El entorno físico. Se refiere a las características medioambientales del sector, su geografía, su emplazamiento físico, sus condiciones materiales, y la relación entre éste y sus habitantes
b) Vida en comunidad y organización social. Se refiere a las características de la vida comunitaria del barrio, su sociabilidad, sus niveles de asociatividad y organización.
Las memorias en torno a estas dimensiones están compuestas principalmente de relatos, lo que se complementa con consulta a fuentes secundarias para complementar la descripción del contexto histórico y político. Dichas memorias además se configuran en torno a un marco temporal que está subdividido en tres etapas o períodos:
a) 1960 a 1973: década de oleadas migratorias campo -ciudad
b) 1973 a 1989: refiere al período de vigencia de la dictadura militar en Chile,
c) 1990 en adelante: periodo post dictadura y retorno de la democracia al país.
Resultados
1. El Entorno físico y su transformación
A mediados de la década del sesenta, decenas de pobladores provenientes de distintos sectores de la ciudad de Concepción y de otros sectores rurales cercanos a la ciudad, llegaron a instalarse a un sector denominado “Chacra Castellón”, dando origen a uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad y conocido, hasta el día de hoy, como Valle Nonguén. Durante esta década, el contexto sociopolítico se caracterizaba, entre otros aspectos, por un elevado déficit habitacional y un alto nivel de demandas populares por acceder a viviendas. Este incremento en la demanda de viviendas obedece al aumento vegetativo de la población, pero principalmente al aumento de población migrante proveniente de áreas rurales, la que, tal como afirman Hidalgo y Sánchez, se da como consecuencia de los procesos de reforma agraria que se estaban aplicando en el país (Hidalgo, Sánchez, 2007). El Ministerio de Vivienda y Urbanismo[2] intentaba generar políticas habitacionales que permitieran una mayor cobertura, especialmente a los sectores populares, sin embargo, los esfuerzos desde el Estado resultaban insuficientes frente a una demanda cada vez más creciente. Del mismo modo, las organizaciones sociales y los movimientos de pobladores impulsaron con mucha fuerza “tomas de terrenos”[3] que se propagaron por todo el territorio nacional y que tuvieron su mayor apogeo durante la década del setenta. Estamos frente a escenarios sociales donde se tensionan las demandas sociales, la organización comunitaria y las políticas habitacionales desde el Estado. Al mismo tiempo, las ciudades van adquiriendo una fisonomía donde las desigualdades sociales se van plasmando en el paisaje, y el casco urbano de la ciudad se va extendiendo hacia las periferias.
Durante las entrevistas, el primer período, desde 1960 a 1973, es representado desde un conjunto de experiencias cotidianas ligadas a lo fundacional, en un sector con fuerte identificación rural y escasamente urbanizado, pese a su cercanía geográfica con el centro de la ciudad. Tal como plantean Arias y Restrepo, hay que tener presente que las décadas del cincuenta y el sesenta, se caracterizan, en toda américa latina, por una fuerte crisis migratoria campo-ciudad, principalmente hacia los márgenes de ésta, lo que contribuyó a modificar el paisaje y la fisonomía de las ciudades (Arias, Restrepo, 2019). En este caso, a partir de 1960, comienzan a llegar las primeras familias al sector de Nonguén, organizadas en comités y cooperativas que compran terrenos en un sector conocido como “chacra Castellón”, bordeando el estero Nonguén. Algunos vecinos fundadores describen el ingreso al valle Nonguén, desde el camino principal, como una “trocha”, un camino de tierra y oscuro. Es, en ese tiempo, un paisaje rural en la periferia del centro urbano de Concepción. Se recuerda las antiguas condiciones de pobreza, la precariedad material y urbanística, pero se valora y se destaca también las características del entorno natural, y sus ventajas, tal como señala una de las pobladoras más antiguas del sector: “esto era un verde y lindo valle, ahora está muy invadido…esto era un paraíso”.
El Estero ocupa un lugar importante en el relato evocativo y es referido por sus características físicas y paisajísticas, pero también por su relación con experiencias de asociatividad, con el grupo de amigos o la familia. El Estero ha sido escenario de lavanderas, pescadores, bañistas, amigos y parejas. Pero también evoca desbordes, inundaciones, y lodo. Todo eso permanece presente en la memoria. Por otro lado, el valle y el bosque proveían de manera regular frutos y alimentos silvestres, tal como se desprende del siguiente relato: “En ese tiempo se iba a buscar el changle, la mora, las castañas, los corales, también se comía mucho camarón, y en las noches de verano subíamos a ver las luciérnagas”.
El período siguiente, que abarca casi toda la década del setenta y toda la década del ochenta, va a ser un período de transición en la transformación del entorno natural y del entorno físico. Se recuerda y percibe como un período lento, pero continuo, en materia de urbanización. La pavimentación del eje central, y único ingreso al valle, va a marcar un hito importante, pues mejora la conectividad del barrio y con eso se genera mayor ingreso de personas, nuevas viviendas, más allegados. Se inicia un proceso de continuo poblamiento, proceso que va a consolidarse aún con más fuerza durante el período siguiente y que a la fecha persiste. Algunas organizaciones medioambientalistas del sector incluso sugieren que el valle está emplazado en un área de la ciudad que actualmente es de “sacrificio inmobiliario”. En la actualidad, es percibido como un entorno más extraño, con más cercos, con gente de mayores recursos económicos, que comienzan a poblar parcelas en el sector más cercano a la Reserva Nonguén.[4]
Con los años, se hace manifiesta y persistente la contaminación del estero y también se va modificando la relación de éste con los y las habitantes. Se reconoce que durante las últimas décadas se produjo un deterioro progresivo en la relación cotidiana de las personas con su entorno natural (el estero, el bosque, la flora y la fauna del valle), al mismo tiempo que el paisaje se tornó más urbano, más integrado y mejor conectado con el centro de la ciudad. Esto último, es parte de un proceso que Arias y Restrepo (2019) denominan “colonización popular” y que se refiere a la forma en que las comunidades transforman un suelo urbano en barrio, mediante la activación de la solidaridad y la participación comunitaria. Sin embargo, persiste cierta nostalgia de la ruralidad perdida, y probablemente a esto se refiera José Bengoa cuando afirma que nuestra cultura urbana es nostálgica de una ruralidad perdida en la lejanía de los tiempos (Bengoa, 2018a).[5]
En síntesis, los relatos dan cuenta de tensiones existentes en un eje que incluye los beneficios de la modernización del barrio, por un lado, versus, sus implicancias negativas, entre las cuales destacan el deterioro medioambiental, la desvinculación con la naturaleza, y la transformación del paisaje.
2. Vida en comunidad y organización
En términos generales, el primer período (1960 -1973) es recordado y valorado porque la vida en comunidad, según la percepción de sus habitantes, era más cohesionada, más solidaria y con mayor integración y participación social. Se recuerda que, al llegar el grueso de las familias al sector, éste ya estaba poblado por pocas familias, algunas de muy buena situación económica. Se le conocía como la chacra Castellón, en alusión al apellido de una de las familias propietarias del lugar. Sin embargo, la diferencia en la tenencia de recursos no se recuerda como una variable de división o segregación, no obstante, en los años posteriores esa diferenciación va a derivar en una polarización de posiciones entre “momios” y “upelientos”.[6] Sin embargo, los primeros años son recordados por las relaciones de confianza entre pobladores y pobladoras, y sin la existencia marcada de delincuencia, consumo de drogas o microtráfico, como va a ser la tónica en los años posteriores, principalmente desde la década de los noventa en adelante. Sólo se recuerda un alto consumo de alcohol, principalmente de algunos hombres. Surgen recuerdos en torno a la vida en comunidad, a las relaciones sociales, entre vecinos, grupos de amigos y amigas, donde se compartían experiencias significativas. Aparecen aquí los recuerdos de la primera sede social, las caminatas y paseos a las vertientes, ubicadas en el camino hacia la Reserva Nonguén. El estero y el bosque aparecen como escenografía bucólica y recurrente para la socialización entre amigos o “pololos”[7]. En síntesis, se evocan y proyectan imágenes que componen el significado de la vida colectiva, compuesto por los almacenes del barrio, sus clubes deportivos, las calles de tierra, y todas las viejas formas asociativas.
En términos de organización social y participación, esta primera etapa de asentamiento se asocia a la existencia de un espíritu colectivo, de cooperación, y de solidaridad. Este momento fundacional es importante porque, por una parte, va a definir y delimitar quiénes serán los pobladores, pero también va a sentar las bases, simbólicas y materiales, de la fisonomía y las características del barrio. Se reconocen, además, en un contexto sociopolítico de alta efervescencia ante los cambios políticos y sociales impulsados en el país, durante toda la década del sesenta y principios de la década del setenta.[8] Por lo mismo, se reconoce a vecinos y pobladores que en ese período destacaban por un marcado compromiso político y social, y que fueron parte importante del movimiento que organizó a los primeros pobladores, formaron la primera junta de vecinos o el primer centro de madres, y son reconocidos y reconocidas en su rol de líderes de esa primera etapa. La junta de vecinos, el centro de madres, el club deportivo y la brigada de liberación obrera, son las organizaciones formales aludidas, sin embargo, se enfatiza en que existía más participación social, asociada a mayor cantidad de actividades y acciones comunitarias, algunas vinculadas a proyectos con el Estado, como el ahorro para la vivienda a través de la CORVI[9], otras asociadas a organismos no gubernamentales, iglesias o estudiantes universitarios que realizaban trabajos voluntarios. Entre las acciones más relevantes de la época, destacan la creación del Comedor Abierto, la creación del primer Centro de Salud (Policlínico), el apoyo por parte de los estudiantes de la Universidad de Concepción y la Universidad Técnica del Estado (hoy, Universidad del Bio Bio) y otras actividades autónomas, como las “mingas”[10] para la cosecha de papas, o la organización de rondas de guardias, para impedir toma de terrenos y defensa de los propios. Tal como señala una de las entrevistadas: “se ha ido perdiendo eso, antes se sembraban porotos y papas, y en las cosechas de papas se hacían mingas, que consistía en unos almuerzos comunitarios y ahí toda la gente llegaba”.
El segundo período, bajo el gobierno de la dictadura cívico militar (1973-1989), va a condicionar de una manera mucho más directa esta variable, porque tempranamente las organizaciones políticas de izquierda, las organizaciones comunitarias y de pobladores y las organizaciones sindicales, van a ser víctimas de una política represiva, directa y permanente, por parte de las agencias policiales, pero también desde las agencias estatales civiles (municipios, oficinas públicas). Es una política represiva que busca la inmovilización a través del miedo, principalmente. Durante los primeros años de dictadura, muchas personas que hacían trabajos voluntarios en la población tuvieron que abandonar el barrio por razones de seguridad. En este grupo había sacerdotes y estudiantes, y también se recuerdan casos de pobladores y dirigentes sociales que fueron acusados de tener armamentos o “encubrir terroristas”.
Existen recuerdos compartidos, respecto de situaciones, de liderazgos, y organizaciones que generaron acciones de resistencia cultural, social y política contra la dictadura. Pero también existen ciertos olvidos, omisiones y silencios que se fueron instalando colectivamente, ya sea por seguridad o por miedo. Durante las entrevistas algunos de esos olvidos y silencios fueron rescatados desde relatos individuales, y progresivamente fueron detonando recuerdos más colectivos. Eso sucede por ejemplo con casos de pobladores que fueron detenidos, relegados, torturados y de otros de los cuales nunca más se tuvo información. Se sabe de casos de torturados, de personas detenidas desaparecidas, pero es una información fragmentada y escasamente socializada.[11]
Con el tiempo se hizo frecuente el ingreso de camiones y tanques militares para amedrentar, allanar viviendas y llevarse detenidos. Dichos recuerdos son más silenciosos, implican sentimientos de dolor y de pérdidas. Se recuerda observando por las ventanas a los militares que bajaban de los camiones y el miedo que eso producía. Por razones de seguridad, los propios pobladores destruyeron y quemaron libros, fotografías, discos o cualquier otro elemento que pudiera comprometer su seguridad y la de sus familias. Son recuerdos dolorosos que quedan en la retina de los pobladores que los vivenciaron, tal como aparece en el siguiente relato: “con mi hermano, escuchábamos carreras y balazos y la gente decía “andan buscando comunistas”, “mataron a un comunista”. Con mi hermano mirábamos escondidos por la ventana y veíamos como los milicos corrían para allá y, disparaban al aire, después corrían para el otro lado, y lo mismo”
Por otro lado, está muy presente en el relato, el hecho de que las juntas de vecinos fueron intervenidas por militares y carabineros. Sin embargo, el asedio represivo de la dictadura, con los años, fue generando rechazo y resistencia cultural y política. Se crearon espacios de resistencia, que van a cumplir un papel importante en el desarrollo de la identidad colectiva y la participación social. Es el caso de la agrupación cultural “Los Copihues”, que se organizó en colaboración con una ONG evangélica. Los jóvenes comenzaron también a expresarse a través de la música y el teatro, principalmente, y con los años se consolidarán dos organizaciones que permanecen hasta el día de hoy: la Biblioteca Comunitaria y la Radio Comunitaria (Radio Nonguén). El Comedor Comunitario,[12] evocado como una de las organizaciones más significativas del barrio, fue capaz de canalizar energías y esfuerzos por parte de las mujeres para hacer frente al hambre y la pobreza que se instaló con fuerza en los primeros años de la década de los ochenta. El comedor funcionó por varios años y se abocó, principalmente, a la alimentación de niños a través de un modelo de autogestión. Sobre su origen, las fundadoras señalan que nació como una necesidad de ayudarse mutuamente en tiempos de severa crisis económica en el país, y así lo recuerdan: “pensamos que había familias que pasaban hambre, que había niños de los mismos presos políticos y ahí empezamos a hacer el comedor”
Junto con el comedor comunitario, la organización más relevante en la memoria de pobladores es el Policlínico de salud, organización dirigida y compuesta sólo por mujeres, y que se origina precisamente en un Taller de Mujeres, quienes consiguen cooperación internacional de Ong´s de Suiza y Suecia. Los recursos se generaban a través del envío de arpilleras[13] que eran comercializadas en dichos países. Con los años el policlínico se transforma en Consultorio de Salud y hoy es reconocido como el CESFAM (Centro de Salud Familiar) de Nonguén, dependiente del Servicio de Salud de Concepción. La evolución y trayectoria de este proyecto comunitario se representa con orgullo y con afecto. Se transmite también como parte de un proyecto colectivo que imprime identidad al barrio.
Podemos sintetizar que el golpe de estado y la dictadura militar, durante las décadas del setenta y ochenta, determinan un marco social que imprime huellas profundas en la retícula social del sector. Es un período paradojal, ya que por un lado emergen recuerdos que remiten a sentimientos de angustia, de pérdidas, de constante miedo: “De repente aparecían militares y pacos allanando y llevándose detenidos a pobladores…algunos nunca más los vimos”.
Pero, por otro lado, principalmente desde la segunda mitad de la década del ochenta, emergen recuerdos de resistencia, de solidaridad y de unidad. En ese período se realizan “ollas comunes”, festivales, aniversarios de la población, emergen grupos culturales, bibliotecas comunitarias. Es decir, la memoria colectiva, evoca una respuesta colectiva y esperanzadora en tiempos de oscuridad y desesperanza. Tanto el primer período como el segundo, se les tiende a representar desde la nostalgia, que implica siempre sentimientos de pérdida, pero que, a pesar de aquello, como sostiene Bengoa, aporta el elemento subjetivo a la historia, enriquece el alma, nutre las conversaciones largas, aunque muy pocas veces logra ser objetivada (Bengoa, 2018a).
Con el término de la dictadura y la recuperación de la democracia,[14] se inicia un nuevo período y también un nuevo contexto en torno a la participación comunitaria y la organización social. A partir de 1990 se inicia un proceso de consolidación del modelo económico y social implantado durante la década anterior. Muchos jóvenes, que fueron protagonistas en la lucha contra la dictadura y participaban de la organización barrial, se casaron, formaron familias y se fueron del barrio. Pero también se asume que la gente deja de participar en actividades comunitarias, y se insiste en la idea de que las personas que lucharon por el retorno a la democracia delegaron el protagonismo político en los partidos políticos y sus dirigentes (la “clase política”). Con el tiempo esto va a producir, en los jóvenes principalmente, lejanía con la política y sus representantes, y también descrédito con el sistema democrático en general. Se reconoce, sin embargo, que esto sucede en el contexto de un modelo social y económico que privilegia lo individual por sobre lo colectivo y la competitividad por sobre la cooperación, y que aquello pudiera explicar esa apatía creciente de las personas a organizarse y participar.
Pero, junto con los efectos de la modernización y el desarrollo tecnológico, también se aluden otras razones. Las dirigentas y dirigentes más antiguos perciben que los pobladores más jóvenes asumen que los temas más urgentes están resueltos: alcantarillado, electrificación, pavimentación, adelantos en infraestructura, equipamiento urbano, y que eso genera poco espacio para participar en demandas colectivas “concretas”. Si bien es cierto, aún existen algunos Comités de Vivienda y Adelanto que trabajan en la solución habitacional de sus familias, éstos no logran articularse con otros temas o demandas del barrio. También existen algunos talleres de Adultos Mayores que trabajan con programas del Estado y del municipio. En ambos casos se señala que son acciones “institucionalizadas”, con poca autonomía.
Sin perjuicio de lo anterior, también se logra identificar intentos de organización durante los últimos años, en torno a problemas medioambientales, principalmente, por parte de jóvenes, pero muchos de ellos no son originarios y no viven en el barrio, y tampoco han tenido la capacidad de articular un movimiento más integrador, que incluya otras temáticas. Se valora aquello, pero se estima insuficiente. También se reconocen quiebres y fisuras intergeneracionales, y eso se expresa en la falta de espacios y oportunidades de encuentro entre generaciones. Tampoco se aprecia en la juventud interés porque eso se produzca. Se asume, en ese sentido, que a los jóvenes no les interesa ni motiva vincularse con los mayores, al menos no en la forma en la que se hacía en las décadas anteriores.
Quizás las últimas experiencias de asociatividad evocadas como genuinas del barrio y que produjeron un encuentro - y re- encuentro – entre pobladores, se relacionan con el terremoto del 2010 (27/F) y las semanas siguientes a su ocurrencia, tiempo durante el cual hubo que generar articulación y organización. Había que organizarse, tomar acuerdos, resolver problemas, generar liderazgos. Se hizo necesario cuidar el agua, distribuir alimentos, organizar vigilancias. Por último, se percibe como cambios importantes el aumento en el consumo de alcohol y drogas entre los jóvenes, especialmente la pasta base, lo que se relaciona con presencia de microtráfico en torno a familias y sectores focalizados. Eso lo asocian con conductas “antisociales” y de poca empatía de parte de los jóvenes con la comunidad y se asocian a otras imágenes de la vida colectiva: aparece el barrio “peligroso”, el de la violencia, de la delincuencia y el tráfico de drogas. Al respecto, una de las dirigentas señala: “aquí hay varios adictos a la pasta base, estamos en el mapa rojo de la droga. Hay harto microtráfico y aquí hay distribuidores, gente que vive aquí, que tiene grandes casas, los portones cerrados hasta de cuatro metros”.
En síntesis, estos últimos treinta años representan un deterioro y desgaste progresivo de la participación social y de la vida colectiva y organizacional. Es un período que se asocia a la apatía, y en donde se percibe primacía de los intereses individuales por sobre los intereses colectivos. Las décadas del noventa y dos mil, son percibidas como fases de consolidación y exacerbación del modelo neoliberal. Durante la última década, sin embargo, se han levantado voces y organizaciones con demandas medioambientalistas, pero aún no se les reconoce como actores relevantes, en la medida que aún no han sido capaces de dinamizar una acción colectiva más consistente y estratégica. Se caracteriza este período también por la progresión constante de desconfianzas hacia las instituciones estatales y privadas, las iglesias, los partidos políticos, y algunas organizaciones territoriales, como las juntas vecinales, principalmente. También se enfatiza la desconfianza interpersonal, entre vecinos, vecinas, y entre familias.
Conclusiones
No es posible comprender a cabalidad las historias y los relatos barriales, sino es en el contexto de una historia urbana más amplia, que la cobije y le otorgue sentido. De alguna manera, la historia del barrio Nonguén, asociada a estas memorias, es la historia de muchos barrios de Chile, en tanto sus pobladores ocupan espacios sociales similares y han tenido que enfrentar el mismo tipo de problemas y desafíos. Estas memorias, en tanto representaciones y en tanto construcciones sociales, describen una trayectoria de vida comunitaria asociada a la consolidación de un modelo económico y social que va fragmentando y segregando la sociedad, atomizando la organización social y privilegiando lo individual por sobre lo colectivo. Como sostiene Bengoa, el actual modelo económico genera una “modernización compulsiva”[15] que tiene por objeto reemplazar los sentidos colectivos por las lógicas del mercado, basadas en la transacción (Bengoa, 2018, a). El reconocimiento del modelo económico neoliberal como contexto y como base estructural, revela que éste no sólo ha impactado en la vida social y comunitaria, sino también en la relación de los pobladores con su entorno natural y físico. Se constata al respecto un deterioro socioambiental persistente y progresivo que ha afectado principalmente al estero y la flora y fauna de su bosque. Los recuerdos de un pasado que interpela, se erigen en el presente como fantasmas que asolan desde la nostalgia. Sobre la nostalgia, habría que acotar que tiene una doble dimensión, sobre la cual advierte Bengoa ya que, por una parte, debe ser entendida como el recuerdo que es reconocido y valorado positivamente, pero al mismo tiempo se puede convertir en un sentimiento doloroso de pérdida, de la inevitabilidad del tiempo (Bengoa, 2018a).
Los relatos recopilados, otorgan valor a un conjunto de acciones y procesos de resistencia ciudadana contra el modelo económico y la dictadura cívico militar que lo implantó, principalmente en la década del ochenta. Aparece como una resistencia social, política y cultural, que se asocia a la existencia de un espíritu colectivo, de lazos de solidaridad y de capacidad de organización. Este aspecto también produce una tensión dicotómica por cuanto su evocación se asocia a la solidaridad, al trabajo colectivo, a la participación y la organización comunitaria, en la misma medida que se asocia a un contexto que provoca sentimientos de dolor, de miedo y de pérdida. Aquí también aparece el silencio, la amnesia, cosas que se quisieran olvidar. Y es que la memoria siempre nos lleva a esa tensión entre recuerdos y olvidos que tienen que articularse, para establecer cuáles silencios y omisiones son permitidas y cuáles no. Y para las comunidades esos procesos de selección de olvidos y recuerdos, sin duda, pueden resultar difíciles y dolorosos.
Un tercer aspecto para considerar tiene relación con la identidad. Bengoa (2018b) plantea que la identidad se recupera a través de la memoria, y en ese sentido la identidad recuperada es el lenguaje compartido, el nombrar de la misma manera las cosas, la capacidad de reiniciar gestos de comunidad. Resulta interesante constatar que efectivamente los recuerdos van hacia el pasado, se actualizan, y desde ahí, proyectan nuevos desafíos hacia un futuro deseable. En nuestro estudio uno de los rescates primordiales desde el pasado, refieren a una vida en comunidad más integrada y cohesionada, y con relaciones sociales basadas en las confianzas. Uno de los aspectos más relevantes, precisamente, se refiere a la necesidad de recomponer las confianzas colectivas y los lazos sociales fragmentados. Cabe señalar, finalmente, que el ejercicio de construcción de memoria barrial sienta las bases para los procesos de intervención social orientados a generar transformaciones. Tal como afirma Carballeda , una estrategia de intervención sustentada en la construcción de memorias colectivas debiera orientarse a desentrañar los aspectos simbólicos de la vida social, tanto en aquellos concernientes a las significaciones individuales, como colectivas (Carballeda, 2012), para lo cual, se deben implementar nuevas metodologías de intervención, que sepan adecuarse a estos nuevos escenarios sociales y que posibiliten cimentar relaciones sostenibles, basadas en el diálogo y en la profundización de espacios democráticos, abiertos e inclusivos.
Referencias bibliográficas
Arias, O. y Restrepo, J. (2019). CENAPROV y el crecimiento urbano de Pereira 1973-1987. Otra mirada a la construcción barrial de Pereira desde sus márgenes. [Tesis de Maestría Universidad Técnica de Pereira, Colombia]. https://hdl.handle.net/11059/11015
Aceituno, R. (2013). Memorias de las cosas. Ed. Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile.
Bauzá, H. (2015). Sortilegios de la memoria y el olvido. AKAL.
Bengoa, J. (2018a) La comunidad perdida. Identidad y cultura: desafíos de la modernización en Chile. Catalonia.
Bengoa, J. (2018b). La comunidad reclamada. Identidades, utopías y memorias en la sociedad chilena actual. Catalonia.
Candau, J. (2006). Antropología de la Memoria. Ediciones Nueva Visión.
Candau, J. (2008) Memoria e Identidad. Ediciones del Sol
Carballeda, A. (2012). La intervención en lo social. Exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales. Paidós.
Feierstein, D. (2012). Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio. Fondo de Cultura Económica
Flores, R. (2009). Observando Observadores: una introducción a las técnicas cualitativas de investigación social. Ediciones UC.
Garretón, M.A., Cleaves, P., Gereffi, G. y Hartlyn, J. (2004). América Latina en el siglo XXI. Hacia una nueva matriz sociopolítica. LOM Ediciones.
Gartner, A. (2015). Historia oral, memoria y patrimonio. Ediciones Imago Mundi.
Halbwachs, M. (2004) La Memoria Colectiva. Zaragoza, España: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria. Ediciones Antrophos
Hidalgo, R. y Sánchez, R. (2007) Del conventillo a la vivienda: casas soñadas, poblaciones odiadas. En Sagredo, R. y Gazmuri, C (comp.). Historia de la vida privada en Chile (pp. 49-83). Taurus.
Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (2007)., Volumen I, tomo 1, Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación.
Informe de la Comisión Nacional sobre prisión política y tortura (2005). Ministerio del Interior Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura.
Jelin, E .(2017). La lucha por el pasado. Siglo XXI Editores.
Jelin, E. (2020). Elizabeth Jelin, Las tramas del tiempo, familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales. CLACSO.
Larraín, J. (2014). Identidad Chilena. LOM Ediciones.
Le Goff, J. (1991). El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Ediciones Paidós.
Ricoeur, P. (2013) La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica.
Weinrich, H. (1999) Arte y crítica del Olvido. Ed. Siruela.
Notas