Dossier
Recepción: 15 Marzo 2021
Aprobación: 11 Mayo 2021
Resumen: El advenimiento de la pandemia por Covid 19 a principios de 2020 llevó a los estados a tomar medidas rápidas procurando proteger a la población que se creía más vulnerable, les mayores. En CABA el gobierno implementó el programa Mayores Cuidados que habilitaba sitios para el aislamiento de las personas mayores en los barrios vulnerables y un registro de voluntarios para asistir a les mayores de 65 en sus casas, evitando así que se expusieran al virus. Esto tuvo una buena recepción pero también críticas que señalaron la existencia de prejuicios y la subestimación de las personas en función de la edad.
Palabras clave: Aislamiento, Adultos mayores, Programa, Política pública, Estado.
Abstract: The advent of the Covid 19 pandemic in early 2020 led states to take rapid measures trying to protect the population that was believed to be most vulnerable, the elderly. In CABA, the government implemented the Greater Care program that enabled sites for the isolation of the elderly in vulnerable neighborhoods and a registry of volunteers to assist those over 65 in their homes, thus preventing them from being exposed to the virus. This had a good reception but also criticism that pointed to the existence of prejudices and the underestimation of people based on their age.
Keywords: Isolation, Elderly adults, Scheme, Public politics, Povernment.
Introducción
Con motivo del primer año del decreto nacional que dispuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio en nuestro país debido a la pandemia por COVID-19, me pareció oportuno dar un nuevo vistazo a materiales bibliográficos, insumos periodísticos y testimoniales que han sido publicados al principio de la cuarentena, a la luz del paso del tiempo.
Para ello, me enfoqué en materiales cuyas herramientas conceptuales sirven para identificar y analizar aspectos centrales de la situación particular de les adultes mayores, presente en un video del Jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodríguez Larreta, al mismo tiempo que retomaré informes presentados en El País e Infobae.
En primer lugar se explica que la Ciudad de Buenos Aires tiene unas 650.000 personas mayores de 65 años y de ellas, más de 4 mil en condiciones de vulnerabilidad. Es por esto que en las primeras semanas del aislamiento, se puso en marcha y ejecución un programa llamado “Mayores cuidados” que brindó asistencia a través de centros de resguardo -espacios que oficiaron de refugio como parroquias, capillas o centros barriales con agua caliente, televisión y talleres de esparcimiento- en la Villa 20 de Lugano, el barrio Rodrigo Bueno, Ciudad Oculta, el barrio Padre Mugica en Retiro y la villa 1-11-14 en Bajo Flores; y asistencia logística para compras y contención telefónica a personas mayores de 60 años o que se encuentren dentro del denominado “grupo de riesgo”.
El Programa consta en un relevamiento de las necesidades de les adultes mayores y de les voluntaries inscriptos, para luego cruzar los datos mediante herramientas de geolocalización con el propósito de priorizar la cercanía y evitar la circulación de personas lejos de sus hogares. Al mismo tiempo, se pactan una serie de condiciones de seguridad e higiene con el fin de evitar a oportunistas y eludir al virus respectivamente; mediante monitoreo y evaluación constante.
En contraposición, se expone la otra cara tanto del Programa como de la situación personal, económica, psicológica y de salud de varies adultes mayores que se encuentran aislades y soles durante la pandemia, y a quienes el Programa excluye o no les resulta suficiente.
La nota del Diario El País se centra en les mayores que viven en la Villa 1-11-14, la 31 o Barrio Carlos Mugica y la Villa Cildañez, donde en al menos dos de ellas ya se registran muertes por el virus. En el artículo se expone la vida en cuarentena de aquelles que no cuentan con recursos económicos y cuya alimentación, medicamentos y asistencia depende de las organizaciones barriales y el Estado, que están trabajando en conjunto y voluntariamente para paliar las consecuencias del aislamiento. Al mismo tiempo, se destaca la imposibilidad de mantener el distanciamiento debido al hacinamiento, y al impedimento para abastecerse de elementos esenciales de cuidado tales como barbijos debido al costo de los mismos. Se expone también la negativa de varies adultes a ser trasladados a parroquias o clubes barriales por miedo a perder su pieza; como así a las dificultades que generó el cierre temporal de la salita barrial.
El artículo de Página 12, en cambio, es crítico del concepto de vejez y sostiene que existe un desconocimiento sobre la población adulta, dado que gran parte de la misma se encuentra en estado de precariedad y abandono; y, al mismo tiempo, se deja de manifiesto que les adultes mayores son muchas veces tratados como desechables y que ahora, pandemia mediante, se les infantiliza más que de costumbre.
¿Qué pasa con aquelles que no tienen teléfono o nadie que pueda hacer sus compras? En este sentido se expone una mirada crítica del Programa, y se pregunta además por aquelles cuyos ingresos se componen únicamente de la jubilación mínima; por les históricamente silenciados y apartados por su elección sexual, por aquelles a quienes el encierro les afecta más psicológicamente, y por les que están soles y no tienen a nadie a quien acudir. El Programa tiene fallas y falencias, y no alcanza al total de la población mayor de 60 años: muches quedan fuera, acentuándose así su condición de vulnerabilidad y desamparo.
Desarrollo
Con relación a los insumos analizados, es propicio iniciar el análisis con los aportes de Basta y Cavalleri (2016) para contextualizar la situación que atraviesan las personas mayores, más allá de la pandemia mundial. Las autoras describen al neoliberalismo con un núcleo institucional que es la articulación entre el Estado, el mercado y la ciudadanía. En esta articulación, el segundo se impone sobre el primero, y es frente a esto que pensamos que algunos sectores de la sociedad fueron más castigados que otros por las políticas neoliberales; es decir, que la desregulación estatal influyó de forma negativa en sectores particulares de la población como les adultes mayores, atacando sus ingresos y condiciones de vida, como así también el acceso a la salud pública. Consideramos que estas medidas que se llevaron adelante fuertemente en la década del noventa siguen vigentes y marcando las trayectorias de vida de las personas, en especial de les adultes mayores, que tuvo como consecuencia su postergación durante años.
Esto a su vez, se relaciona con la idea que desarrolla Estela Grassi (2008) acerca de cómo pensar las políticas públicas en términos de “gasto”, “eficiencia” y “eficacia”: las políticas dirigidas a adultes mayores no son prioridad porque no son productives, por lo que su postergación y el estado de deterioro actual no es novedad. Ahora bien, la pandemia dejó de manifiesto el abandono de les adultes mayores, y les puso en un lugar de riesgo frente al COVID-19. Entendemos que la mayoría de estas personas no tiene familiares a quienes pedir ayuda o asistencia, al mismo tiempo que las medidas tomadas por el gobierno en CABA prácticamente les prohíbe salir a la calle; por lo que sumado a la situación de pobreza y malas condiciones de salubridad en la que se encuentra la mayoría, podemos comprender que el deterioro en la calidad de vida de las personas mayores en nuestro país es inconmensurable, y que el mismo es considerablemente agravado por la pandemia.
En este sentido, Merklen (2013) explica que las políticas del individuo giran hoy en día en torno a la producción del sujeto individual e intentan comprometer a toda persona para que se asuma como un sujeto responsable y activo. Es decir, que actualmente el propio sujeto es dueño de su futuro, dejándolo desamparado cuando su productividad termina; entonces ¿cómo atraviesan la pandemia las personas que ya no son productivas en términos económicos y viven en condiciones difíciles? Una respuesta, aunque insuficiente, fue la que dio el Gobierno de la Ciudad con les voluntaries.
A su vez, los aportes de Alemán nos invitan a pensar al neoliberalismo no solo como una forma de comprender Estado y la sociedad “sino que es un permanente productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas, que dan forma a un nuevo tipo de `racionalidad´ dominante” (2013, s/p). Traer este aporte del autor es sustancioso porque, si bien Alemán es un gran analista del neoliberalismo y su desarrollo, es interesante retomar en este punto, como a partir de diferentes medidas, el neoliberalismo es un gran estructurador de la sociedad capitalista actual, construyendo modelos de sociedad, valores, identidades, acciones políticas, etc.; y acuerda con Puelo Socarrás (2014) quien explica que el neoliberalismo es, ante todo, un proyecto político-económico de clase y que sólo posteriormente se materializan en programas de políticas. Para este caso particular, es interesante conjugar esta breve descripción del neoliberalismo con lo planteado por Merklen (2013) para analizar la política del Gobierno de la Ciudad para la atención de les adultes mayores en el marco de la pandemia mediante el Programa “Mayores Cuidados”.
En esta línea es pertinente abordar este planteo desde dos ángulos: desde les adultes mayores como población de riesgo y sujeto de la política, y desde la utilización de voluntaries como política pública. Ambas cuestiones, si bien presentan características y afectaciones diferentes, corresponden a una lógica común en el marco del neoliberalismo.
Entonces, pensando en les adultes mayores como sujetos de política pública es preciso comenzar por plantear que tanto el Programa “Mayores Cuidados”, como gran parte de las políticas que tienen como destinataries esta población, suele proyectar un sujeto-usuario estándar estereotipado que deja por fuera las particularidades de las personas y que, en contraposición, le atribuye características erróneas como las mencionados anteriormente; infantilización, pasividad, asexuación y bondad, entre otras. Si bien no se puede pensar una política pública para cada sujeto individual, es fundamental comprender que las poblaciones que comparten algunas características, como en este caso la edad, no son homogéneas y es menester reconocer la pluralidad en estos casos. Una pluralidad que es diversa, valga la redundancia, porque tiene varios componentes para contemplar, como por ejemplo la clase, el género, la ubicación geográfica, las condiciones de vida, la salud y su acceso, la cotidianidad, entre muchas otras cuestiones que hacen a la efectividad o no de dicha política.
Entonces, ¿qué es lo que sucede con la población de adultos mayores cuando su situación se ve agravada por un contexto de pandemia? Continuando con el análisis del planteo de Merklen (2013), podemos decir que en primer lugar, es posible ver como la atención de la política pública en relación adultes mayores en general se encuentra muy postergada en la agenda estatal, y esto se debe a que, dentro de los preceptos capitalistas neoliberales, quien no produce no vale y les adultes mayores no producen, por ende la ecuación les ubica en un lugar muy desprotegido, orillándolos a la resolución individual de los problemas y a hacerse cargo de sus dificultades como si fuese una responsabilidad individual.
En segundo lugar, es pertinente traer a colación la tercerización de la atención de esta población por parte del Estado en sujetos individuales y azarosos a partir de un programa de voluntariado. Es importante hacer hincapié en esta cuestión porque consideramos que es un punto muy importante de analizar por lo que implica y los intereses que encubre. Si bien no es posible bajo ningún punto estar en contra de un acto de solidaridad y empatía -ni en este contexto ni en cualquier otro-, es importante plantear que la atención de les adultes mayores es responsabilidad del Estado; y, si la atención se enmarca en un programa estatal, no puede tener como motor la solidaridad de los sujetos que la animen. La asignación de voluntarios para realizar la contención y la logística en la vida de dicha población no puede ser la principal política pública que se proponga desde el Gobierno de la Ciudad, o incluso más fino, una red de voluntarios, -por más que esté coordinada por el Gobierno de la Ciudad-, no puede ser comprendida como un programa de atención estatal de la urgencia.
En un contexto como el que atravesamos, la población adulta es población de riesgo, y si bien la pandemia no afecta a todes del mismo modo -porque eso sí depende de las condiciones particulares de vida-, es el Estado quien debe garantizar la seguridad e integridad de les ciudadanes haya pandemia o no. En este punto, y retomando la situación particular de les adultes mayores, se puede traer a Butler (2006), quien se explaya sobre la vulnerabilidad inherente a la condición humana y su vínculo con la mortalidad y la praxis, y la desrealización del Otro ¿se conoce realmente cuáles son las necesidades tangibles, concretas y urgentes de este grupo; y cuál es la manera más rápida y efectiva para suplirlas? ¿Son realmente escuchados los miedos y los deseos de les mayores; o se cree y se da por sentado que ya se les conocen y se actúa sobre supuestos erróneos? La autora muestra su preocupación por las vidas que no cuentan como vidas: muchas veces, la vida de les adultes mayores entra dentro de aquellas que no cuentan. Si bien su análisis es en referencia a otros grupos y sujetos, su planteo nos sirve para preguntarnos acerca de cómo es posible que algunos sujetos sean merecedores -de políticas públicas, de reconocimiento, en fin, de ser escuchados y ser sujetos activos- y otros no. Si es posible coincidir con Parisí (2007) en que cualquier forma de intervención remite siempre a un otro y a un modo determinado de construir relaciones, ¿por qué para este programa no se escuchó a este “otro”, a les adultes mayores y se decidió por encima de elles?
El análisis continúa con lo planteado por Butler (2006) acerca de las vidas y el valor diferenciado que estas parecen tener según a qué sector de la sociedad, rango etario, género, y otras clasificaciones, y así es posible trazar rápida e inevitablemente una relación muy estrecha con nuestra profesión. Como trabajadorxs sociales, somos llamades a intervenir y trabajamos cotidianamente con sectores de la población que por alguna razón se encuentran en situación de vulnerabilidad, ya sea porque sus derechos han sido vulnerados o porque no se han garantizado en su integralidad, trabajamos para por y con personas cuyas vidas se encuentran atravesadas por la injusticia; y esto, se puede explicar en gran parte desde esta jerarquización de las vidas que plantea Butler (2006).
Como profesión, y acordando con Marro (2005) y Acevedo y Fuentes (2013), el Trabajo Social tiene un lugar asignado en la división socio técnica e histórica del trabajo que remite a tareas de reproducción del orden social establecido; es por esto que tenemos un lugar privilegiado a la hora de intervenir, debido a que desarrollamos nuestro ejercicio profesional directamente en la cotidianidad vívida de los sujetos. Según Parra y Basta (2014) el ejercicio profesional se encuentra atravesado por las contradicciones, los antagonismos y las particularidades socio-históricas determinadas de dicho modo de producción, entonces, si se usa este planteo para pensar la intervención profesional en el caso particular que se analiza, es necesario tener en cuenta distintos aspectos que condicionan dicha situación. Algunos de ellos podrían ser la pandemia del virus en sí misma, el contexto mundial de desarrollo del capitalismo, la conjugación de la direccionalidad estatal en distintos sentidos -una más de corte neoliberal que corresponde al Gobierno de la Ciudad, y otra de corte progresista en la conducción del Estado Nacional-, las políticas con las que contamos para intervenir, el tipo de institución desde el que nos paramos, entre otras miles de cuestiones que entran a jugar a la hora de pensar la intervención profesional en este contexto.
Con relación a esto último, Margarita Rozas Pagaza (2006) plantea que la legitimidad de la profesión tiene una intrínseca relación las políticas sociales y su ejecución, por lo que es necesario dar una discusión profunda con relación a la producción de políticas públicas que garanticen los derechos de aquellos grupos que están en condiciones desfavorables; una discusión que guíe hacia una intervención crítica y reflexiva. Esto resulta importante por lo que desarrolla Matus Sepúlveda (2014) en relación a que les trabajadores sociales debemos reflexionar sobre en qué medida nuestro propio ejercicio profesional reproduce sistemas de opresión: en esta misma línea, Marro (2005) acuerda y sostiene que la nuestra es una profesión polarizada por intereses de clase porque reproduce intereses contrapuestos y muchas veces antagónicos; es por esto que entonces, se tienen que dar instancias donde se pueda pensar la cuestión social en sus dimensiones socio-económica, socio-histórica, sociocultural y sociopolítica, con el objetivo de que abarque a les sujetes en todas ellas. A su vez, Rozas Pagaza (2006) sostiene que es importante construir con los actores el sentido político de la cuestión social y su visibilización en la esfera pública, por eso el hincapié en la necesidad de tener en cuenta a les adultes mayores a la hora de discutir políticas para elles, más allá de los diagnósticos que técnicos puedan dar sobre las situaciones. Para eso, primero es imperioso entederles, como sujetos activos de derecho; y al mismo tiempo como un actor político, que -lejos de ser pasivo- ha demostrado que puede hacer oír sus reclamos.
Por otro lado, Rozas Pagaza (2006) explica que se ha desarrollado una matriz comunitaria a través de acciones solidarias, por lo que resulta parece importante resaltar el lugar de las redes de solidaridad y los movimientos sociales tienen en esta pandemia. Muchas veces los mismos llenan el vacío que deja el Estado, como está pasando y sucede hace años, en los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires.
Es sencillo acordar en que lo que la pandemia implica, genera y generará es inacabable, por ello es pertinente recuperar los aportes de Borón (2006) quien invita a pensar cómo desde las Ciencias Sociales nos encontramos frente a un cambio de paradigma. Pensar su aporte en un contexto como el que atravesamos se vuelve fundamental ya que nos propone debatir y problematizar cual es el lugar de las Ciencias Sociales en esta situación, qué nos deja esta pandemia y cómo los cambios paradigmáticos que atravesamos como Ciencia se conjugan con los cambios paradigmáticos generales a los que nos enfrentamos como sociedad. Algunas de estas cuestiones serán retomadas en la conclusión, ya que en consonancia con lo planteado hasta aquí, es un debate muy fértil para pensar la generalidad de nuestra profesión y las Ciencias Sociales.
Conclusión
Estos debates acerca de la pandemia, sus consecuencias a nivel social y el impacto en las Ciencias Sociales, nos interpela directamente como sujetos y como profesionales; lo cual nos remite inevitable y directamente al planteo de Agamben (2008). Dicho autor retoma una discusión acerca del ser contemporáneo y su vinculación con la comprensión y aprehensión de la realidad histórico social en la que se desarrolla. En su texto, plantea que el ser contemporáneo tiene como característica principal su capacidad de recrear constantemente el ejercicio de la revisión de lo que está a la vista y lo que no, del presente y el pasado, reconociendo el carácter histórico de la realidad social que habita, y sostiene que en este recuperar el desarrollo histórico social, como relación constante y dialéctica con el pasado, reside el potencial transformador.
Estos aportes de Agamben (2008), en consonancia con los demás autores trabajados hasta aquí, afirman la oportunidad que esta situación contingente nos propone. Lejos de pensar a la pandemia como algo positivo, es posible comprender este contexto como una posibilidad de repensar algunas cuestiones y poner sobre la mesa nuevos debates o también, por qué no, revitalizar viejos. Si bien esta situación que atravesamos no tiene precedentes recientes o de similar composición que nos permita analizarla a la luz de la experiencia, creemos que es fundamental construir a partir de ella bases sólidas de discusión que permita analizar histórica y dialécticamente el pasado en conjugación con el presente, posibilitando una más clara y consciente proyección transformadora hacia el futuro. Quizá, sea el momento de pensar en aquello que propone Arias (2017) y darle sentido a su propuesta: no es posible construir conocimiento fuera de las luchas que se libran. Quizá, también, sea el momento para disputar el sentido de conocimiento en Trabajo Social desde una perspectiva latinoamericana y decolonial. Quizá, es ahora el momento para refundar un pensamiento crítico desde el Sur, una epistemología propia, no eurocéntrica, como propone de Sousa Santos (2010).
Bibliografía
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Notas