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¿Cómo afecta el modelo agronegocios los usos del territorio?
How does the agribusiness model affect land use?
Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural, vol.. 11, núm. Esp.23, 2021
Universidad Nacional de Quilmes

Dossier

Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural
Universidad Nacional de Quilmes, Argentina
ISSN: 2250-4001
Periodicidad: Semestral
vol. 11, núm. Esp.23, 2021

Recepción: 05 Julio 2021

Aprobación: 01 Agosto 2021

Introducción

Desde su fundación en 2011, la revista Estudios Rurales publicó más de una veintena de artículos que abordaron directa o indirectamente la inserción territorial del llamado “agronegocio”. Se trata de una producción intelectual más que interesante sobre un tipo de agricultura que ha sido frecuentemente cuestionado en cuanto a su vocación de construir territorios rurales, e incluso ha sido a veces calificado de a-territorial… En cuanto a esto último, un autor como Haesbaert (2013) ha claramente mostrado que no es “menos territorial” que otros modelos de agricultura, pero claramente tiene sus propias escalas y modalidades de inserción. El mismo autor, de hecho, habla de “multiterritorialidad” para caracterizar al agronegocio. Lo importante en esta temática, es que se plantea siempre en términos históricos: la inserción territorial se puede caracterizar porque se compara con la de otro período anterior.

Girbal-Blacha y Cerdá (2011) desarrollan un abordaje de historia regional en el cual definen “el territorio” como una tensión entre a) “la” realidad, b) lo construido por los actores en esta realidad y c) lo imaginado por los mismos así como los modelos discursivos que son de suma importancia. En su caracterización de las etapas del territorio, estos autores movilizan dos ejes que utilizaremos en este artículo: el trabajo humano y la explotación de la Naturaleza. De este trabajo podemos también utilizar su construcción de tres grandes períodos. Primero la Argentina moderna agroexportadora de la “Generación del ‘80”. Un país recientemente moderno en la gran aldea mundial, con un papel de “Granero del mundo”, pero que es en realidad “un país abanico” (Blacha, 2017), o sea una realidad moderna extractiva estructurada por la red de ferrocarriles, y gobernada por las firmas, metida en un pacto territorial que sigue siendo fundamentalmente tradicional y agrario, gobernado por los notables rurales. De 1930 a mediados de 1990, toma importancia el Estado benefactor con una burocracia técnica de cierto peso, y se crean una densidad de instituciones tal que emerge un “Sector Agropecuario” con cierta autonomía en la economía y sociedad nacional. Luego de 1995, o sea con el boom del paquete soja transgénica-siembra directa-glifosato, las empresas internacionales vuelven a tener un rol central, pero esta vez aliadas a actores nacionales que tienen explícitamente la pretensión a representar no solo un sistema productivo como lo fue en la primera modernización, sino que un modelo de desarrollo agropecuario (Albaladejo, 2017). La Argentina con esos actores aspira a ser ya no el “Granero” del mundo sino un gran productor de forrajes para desarrollados o emergentes.

Con el último período, emergen nuevas formas de agricultura que pasan a tener distintos nombres en la literatura y no designan siempre lo mismo: agricultura empresarial, agricultura industrial, agricultura financiera, nuevos productores, etc. Pero desde las representaciones es, sin lugar a duda, el concepto de “agronegocio” el que los une y en el cual se reconocen unánimemente los actores y define su pretensión a conformar un nuevo modelo de agricultura. Hoy, según Gras y Hernández (2013), este modelo domina el 80% de la producción extensiva de granos en Argentina. Según de Martinelli (2014), este nuevo modelo agroproductivo tiene “una elevada aceptación social por parte de los diferentes actores que lo conforman”, pero agrega “generando tensiones en su interior expresando una nueva cuestión agraria entre sectores que han sido expulsados y/o desplazados, y aquellos que se han apropiado exitosamente de los elementos del modelo” (de Martinelli, 2014, p. 1). Lucero y Frasco Zuker (2021) nos muestran que el modelo es muy general, va más allá del cultivo de la soja o de los cultivos extensivos pampeanos, aplicándolo al caso de la gran explotación forestal en Misiones, y esta transposición nos permite evidenciar algunos rasgos distintivos del modelo de agronegocio: el monocultivo a gran escala, una producción de commodities esencialmente para la exportación, la concentración del uso productivo de la tierra, inversiones transnacionales, mecanización extrema de las tareas, digitalización de la actividad y de los recursos, y la tercerización de los servicios entre otros. Pero me parece importante para poder caracterizar mejor al modelo y a la especificidad de su inserción en el territorio, diferenciarlo del modelo que era vigente antes de que se desarrolle: el modelo moderno clásico dominante, y hasta era hegemónico, antes de los ’90.

El modelo moderno convencional, el agropoder y la segunda modernización

Con la primera modernización agrícola de los años 1880, Argentina deja atrás su identidad pastoril, aunque había sido orientada hacia un perfil más productivo con actores como la Sociedad Rural Argentina desde su creación en 1866, y transforma una parte importante de sus espacios pampeanos para asumir el papel de un país agroexportador, utilizando para eso la inmigración europea masiva e inversiones extranjeras. Pero a partir de 1930, aparece un nuevo actor en este territorio de las firmas en abanico desde los puertos, territorio metido en un país aún agrario conducido por notables tradicionales: el Estado, y con él un nuevo horizonte moderno que emerge y será pronto acompañado por un modelo productivo inédito.

Blacha (2017) identifica la Revolución Verde como el corazón técnico de la nueva modernización del período que sigue, o sea del modelo que llama “de la eficiencia” (2017; 16) con una presencia más fuerte de este paquete tecnológico en Argentina recién a partir de los años 1960. Blacha (2017) identifica esta modernización a una nueva frontera, un nuevo proceso de expansión agrícola que se extiende de 1952 a 1985. El personaje central de esta revolución agropecuaria es el “productor”, un actor caracterizado por su búsqueda de una autonomía de decisión y su responsabilidad personal sobre una unidad productiva. Un autor como Gaignard (1989) ha perfectamente descripto este personaje, “motorizado y veloz” según su fórmula eficaz, y los cambios culturales así como de modo de vida que van de la mano de las transformaciones técnicas, en particular la residencia para muchos de ellos en el pueblo y más aún en la “pequeña ciudad activa” (Gaignard, 1989), sede de la escuela secundaria donde deben ir los hijos, ciudad que pasa a ser rápidamente un centro institucional, de consumo y de servicios para este tipo de agricultura y que llamé “agrociudad” (Albaladejo, 2013). Dueño de lo esencial de las tierras que trabaja él mismo, eventualmente con empleados, viviendo en cercanía de las mismas, todas ubicadas en la misma localidad al menos las de una unidad productiva “central”, el productor es además en general parte de los nuevos notables rurales locales.

Pero lo que caracteriza fuertemente este productor es su voluntad de “profesionalización” en el sentido de una formalización, autonomización y visibilización social de su actividad, así como la separación (sin ruptura) de esta última de los tiempos y de los espacios de la vida privada. El trabajo de los pequeños grupos (ACER de las cooperativas pampeanas de la Asociación de Cooperativas Argentinas, o CREA, o GISER en Entrerríos etc.) es parte de los más llamativos esfuerzos de profesionalización. Probablemente lo más destacable de este modelo haya sido la invención del “trabajo” en el medio rural, como actividad identificable como tal en vidas rurales que en tiempos anteriores no disociaban lo personal, lo íntimo, de la actividad agropecuaria unificando todo en el único concepto de “labor” (“la peine” según el término en francés de Pierre Bourdieu (2007)). Por otra parte, el trabajo vinculado a la actividad agropecuaria pasa a ser, desplazando o superpuesto a las solidaridades mecánicas de las comunidades agrarias tradicionales y de sus relaciones interpersonales, el cimiento social de las localidades modernizadas. Los pueblos y las pequeñas ciudades, al menos partes esenciales de su tejido social, están de ahí en más regidos por solidaridades orgánicas basadas en una actividad agropecuaria moderna.

La distinción del “trabajo” de la “labor”y su rol a nivel de identidades personales y cohesión social local en el medio rural, la voluntad de “profesionalización” del productor, son rasgos esenciales de este modelo convencional en su época de gloria, y una gran diferencia con el agronegocio. También la tecnología de la Revolución Verde, en esta época de la sociedad, debe ser interpretada como una conquista heroica sobre la Naturaleza, una racionalización del mundo que dejaba conforme gran parte de la sociedad. Profesionalización del productor, más modernidad en los territorios rurales, racionalización, eran los ejes de un gran relato (Lyotard, 1979) moderno épico portador del modelo convencional. No era necesario “publicitar” o defender este modelo con una estrategia comunicacional, las representaciones en uso en una sociedad fundamentalmente moderna lo sustentaban por si solo, pese a que, por supuesto, se oponía a los discursos y a las acciones de resistencia de los muchos que habían sido desplazados por él, o que eran sus detractores, pero siempre desde los márgenes del modelo.

El modelo del agronegocio, el biopoder y la tercera modernización

Todos los autores están de acuerdo en estimar que 1996, año de la autorización del ingreso de semillas transgénicas, es el inicio de una etapa nueva en la agricultura argentina, con el auge de un nuevo modelo de desarrollo cuyos principales actores se estiman unánimemente representados en los agronegocios. Para modelizar las modificaciones ocurridas en las relaciones entre la actividad agropecuaria y el territorio, muchos de esos autores (Blacha, 2017; Castro & Arqueros, 2018; Maldonado, 2019) utilizan la teoría del geógrafo Milton Santos (2000), que ve el espacio como un “conjunto indisoluble, solidario y contradictorio de sistemas de objetos y acciones” (Lucero & Frasco Zuker, 2021, p. 2). En función de este marco, dice Blacha (2017, p. 28) que “El campo se convierte en el lugar de los nuevos monocultivos y de las nuevas asociaciones productivas, enraizadas en la ciencia y la técnica y dependiendo de una información sin la cual ningún trabajo rentable es posible”.

El nuevo paquete técnico difundido es mucho más específico y estrecho que él de la Revolución Verde. A nuestro entender, no hay continuidad tecnológica entre un modelo y otro: estamos frente a otra modernización[1] y no una profundización de la modernización anterior como lo afirma sin embargo en general la literatura. Del mismo modo que en la segunda modernización, el agronegocio también se basa esencialmente en una innovación genética, pero esta vez enteramente producida y controlada por unas pocas firmas internacionales, y no como en la segunda modernización por sistemas de innovación y de selección asociando la investigación privada y pública a poderosas asociaciones de productores. Por eso proponemos usar aquí el término de “biopoder” de Blacha (2017) para el caso del agronegocio, y usar el vocablo de “agropoder” para el modelo anterior. Esta vez la punta de lanza del paquete, de la innovación, es el gen y no la semilla ni “el material genético” en su conjunto, y esa distinción se refuerza aún más hoy con la precisión génica de las nuevas técnicas de transgénesis llamadas CRISP-Cas9 que tienen un gran desarrollo. El origen de la selección no es más el territorio como en la modernización anterior (o sea redes territorializadas de organizaciones de productores y de organismos privados y públicos de investigación-selección), sino que el espacio confidencial y mínimo de un laboratorio desterritorializado. Y ese padrón de innovación se aplica también para la ganadería, como por ejemplo es el caso con las compras de embriones Holando en Canadá o EE.UU. Esas compras desde Argentina se hacen en base a las calidades de unos pocos genes, para definir animales que van a ser el porvenir y la orientación productiva de una de las actividades por naturaleza más íntimamente relacionada con el territorio: el tambo. Pero en realidad debería decir “históricamente vinculada al territorio”, porque en la actualidad el modelo de agronegocio tambero estabula al 100% el plantel lechero, en un intento de desterritorialización completa de la producción. El agronegocio prefiere la alta complicación, sofisticación si se quiere, de un establo informatizado con robots y con las patologías de un plantel concentrado bajo techo e hiperproductivo (elaborando una estrategia del control a través de objetos técnicos “inteligentes”, “smartobjects” en inglés), que la complejidad[2] de animales con algo de rusticidad “que caminan” en un territorio pastoril diverso imposible a controlar del todo (elaborando una estrategia en inteligencia con los procesos naturales, que podríamos llamar en contraste “elegant strategy”, y que es por ejemplo la de la agroecología). La agricultura convencional se encuentra de hecho en una estrategia “intermedia” que no le ayudó a definirse tecnológicamente.

En el cultivo emblema del modelo, además de la semilla transgénica de soja y el glifosato, tenemos que agregar otras innovaciones indisociables del paquete como la siembra directa y el silo bolsa. Con la mejor administración del ciclo del agua y de la humedad del suelo, así como la posibilidad de conservar la cosecha a bajo costo sea donde sea. Esas innovaciones permitieron técnicamente el cultivo en extensas zonas más al norte de donde se cultivaba en la región pampeana, dando la posibilidad de aprovechar costos bajos de compra y de alquileres de las tierras. Maldonado (2019; p.17) habla de fronteras agropecuarias “modernas” expandiéndose en áreas que aparecen de repente “disponibles” para el agronegocio, pero que como las fronteras anteriores no eran espacios vacíos, sino que tuvieron que ser “vaciados” incluso a veces en forma muy violenta. Blacha (2017; 33-34) nos dice que “casi cinco millones de hectáreas pasan de la ganadería a la agricultura, que se puede interpretar como una “agriculturización” de la Pampa”.

Esa expansión considerable del modelo ha sido posible también debido a lo que Blacha (2017) llama el “desdoblamiento” del sujeto agrario: quién es dueño de la tierra no es más quién pone el capital para cultivarla. Y hasta diría la triplicación del sujeto, ya que quienes la terminan cultivando muchas veces son contratistas y no quienes aportaron el capital de campaña. No hay más un productor autónomo ubicable en el territorio y responsable del conjunto del proceso. Se trata de otro tipo de empresas, de otra lógica empresarial. La “excelencia” en cada uno de los eslabones de la cadena de tareas es lo que se busca, y en particular en la gestión, pero ya no hay un proyecto colectivo de “profesionalización”, en particular porque se hace difícil una identidad compartida por semejante diversidad de actores, y también en cierta medida divergencias de intereses y ocupaciones. Sin identidad colectiva, no hay un horizonte para una eventual profesión de “productor”. Es más: no hay de hecho una palabra que identifique la base social del modelo de agronegocio ya que las que hay (productor innovador, nuevo productor,…) son todas palabras de la literatura, no de los actores. Además, parecería que el “trabajo agropecuario” (no digo la labor, ni la actividad) que era el eje del modelo anterior, está destruido por el agronegocio (Albaladejo, Arnauld de Sartre, & Gasselin, 2012). Este nuevo modelo concentra en los pueblos o pequeñas ciudades no solo ociosos pequeños rentistas agrarios ex productores, sino que también ex empleados. O sea que la otra cara del agronegocio casi se podría decir que son los planes sociales, viviendas sociales en los pueblos y los empleos municipales, que al dar algo de recursos, lugar de vida o actividad a los que perdieron sus empleos rurales, facilita la expansión del agronegocio. Revertiendo la mirada y forzándola para provocar un poco la reflexión, se podrían ver esas ayudas sociales como un subsidio al modelo del agronegocio (no al agronegocio en si) para acompañar su transformación de los territorios. Son mucho menos los que están ocupados por el agronegocio, y encontraron sin duda una ocupación y un buen ingreso, que los que perdieron un trabajo. Destruyó trabajo para los que encontraban una ocupación. Hasta un agricultor hipermoderno y exitoso de la soja me dijo, preocupado, en una entrevista en la localidad de Junín: “¿qué imagen positiva le estoy dando a mi hijo, ya que ahora me encuentro ocioso gran parte del año?”. Es que este “productor territorializado” del agronegocio del cual nos hablan Gras and Hernández (2013, p. 58), contrastado por las autoras con el “actor globalizado”, me parece que es en realidad un actor del modelo moderno anterior que no se encuentra del todo cómodo en el nuevo modelo.

Finalmente, y en coherencia con lo recién dicho,podemos decir que no hay más un “gran relato” como sí lo había en el modelo moderno anterior. Ya hemos visto con Girbal-Blacha y Cerdá (2011) la importancia de lo imaginado en la creación de territorio. La paradoja es que las preocupaciones y los llamativos esfuerzos por construir un discurso “encantador” desde los actores del modelo (ver el programa radial “darse cuenta”, “la misión” que fue el título del encuentro anual de AAPRESID en el año 2014, y el uso frecuente de las referencias al vocabulario religioso por parte de los actores del agronegocio al menos en las entrevistas que pude hacer), son probablemente el reflejo de la ausencia de un relato épico “natural” que surja de las prácticas de los actores del modelo, que compartan entre ellos y con una parte de la sociedad en general, como lo era en el caso del modelo convencional. Un “gran relato” (Lyotard, 1979) me parece que no es parecido a una estrategia comunicacional, ni a un esfuerzo colectivo de imagen[3].

Luego de treinta años durante los cuales el modelo moderno convencional convenció a la sociedad (la de aquella época…) de que el proyecto privado del “productor moderno autónomo” se correspondía con un gran horizonte de desarrollo de la nación, los productores se encuentran desde los ‘90 forzados a recordar que la agricultura es también una actividad pública, y que para desarrollar su actividad en forma privada deben simultáneamente convencer que cumplen objetivos compartidos con la sociedad (medioambiente, alimentación, contención social,…). En este contexto, actual tan demandante en cuanto a reelaborar una estrategia de inserción en la sociedad (que es también una inserción en el territorio), resulta extraño, como estrategia colectiva, el uso del viejo concepto de “agronegocio”. En efecto enfocar sobre negocios privados para identificar una actividad que sabemos fuertemente cuestionada en cuanto a su dimensión pública, no ayuda a los productores empresariales a construir esa “licencia social” que les cuesta tanto tener hoy. De hecho, existen intentos superadores con los conceptos de “Smart farming” (“Agricultura inteligente”) o “Agricultura 4.0” e incluso reflexiones desde la “bioeconomía”, pero sin lograr hasta ahora marcar una ruptura clara con la idea de “agribusiness”. Básicamente son propuestas que profundizan la digitalización de la actividad agropecuaria y su conectividad, una dimensión que se agrega y potencia la “artificialización” que había sido desarrollada por la segunda modernización. Es la reducción de la complejidad del medio natural y de la actividad a través de una gran producción de datos y de su procesamiento por artefactos “inteligentes”. La segunda modernización,con la mecanización y la motorización, reemplazó gran parte del trabajo físico del productor, la tercera apunta a reemplazar parte de su trabajo intelectual por esos procesos y artefactos “smarts” en red, con una relación muy distinta a la actividad y al territorio, así como a la Naturaleza que en la modernidad anterior.

Conclusión

Se suele presentar las diferencias entre la territorialización de los agronegocios con las de la agricultura familiar o campesina, que son obviamente muy distintas. Sin embargo, la comparación con la agricultura moderna convencional, que hemos apenas esbozada en este trabajo, permite evidenciar otrasespecificidades. Cobra incluso mayor interés esta comparación/distinción si estimamos que la agricultura convencional probablemente no es una reliquia o una etapa del pasado, sino otro modelo moderno completamente actual, pero de repente desatendido por la investigación y sin discurso propio, luego de haber sido la voz cantante durante un período de 30 años de modernización hegemónica y haber monopolizado el aparato tecnológico. Hoy, el agronegocio se presenta como un modelo que concibe al territorio y a la actividad como un sistema altamente complicado, pero enteramente manejable y desencantado, sin más “misterio”, pudiendo reducir su complejidad a través de mediciones cada vez más precisas y numerosas, así como artefactos cada vez más inteligentese interconectados. Pero una gestión “Smart” no es sinónima, y menos es una profundización, de la profesionalización territorializada del productor que era el gran proyecto del modelo moderno clásico. El desencanto del territorio (de la Naturaleza y de las relaciones sociales[4]) tampoco es el destino inevitable de la racionalización moderna que intentó diferenciar la actividad agropecuaria de los tiempos y los espacios privados, íntimos, de las personas. Para desarrollar esa idea, es esencial tomar en cuenta las permeabilidades y formas de hibridación entre los dos modelos y Bageneta (2019) nos da un ejemplo muy interesante en el caso de la cooperativa de Avellaneda que sigue con el modelo anterior en su área tradicional, y aplica el modelo del agronegocio en su enorme área de expansión en el Norte.

Pero el modelo de agronegocios produce también, o tiene influencia sobre, otros territorios que podemos llamar inducidos: los de las resistencias, los de la dependencia y los de las marginaciones. Son los nuevos barrios de las viviendas sociales en los pueblos, que pueden tener extensiones comparables al casco urbano tradicional (marginación). Son los anteriores centros de la agricultura moderna que ven disminuir su importancia sociopolítica en el territorio (marginación). Son esos nuevos centros de servicios del agronegocio, ciudades de 10.000 habitantes, sedes de las sucursales de las empresas como lo subraya Maldonado, una autora que muestra que enormes extensiones de tierras se articulan con un puñado de ciudades-servicios (Maldonado, 2019), o sea: más centros de servicios que ciudades en el sentido geográfico y sociopolítico del concepto (dependencia).

Finalmente hay que señalar el trabajo de Castro and Arqueros (2018) y de Maldonado (2019) que analizan los territorios de las resistencias al agronegocio. Maldonado nos muestra como los territorios en red del agronegocio hacen perder a los territorios locales el vínculo productivo entre los actores locales y su territorio. Castro y Arqueros estudian como las estrategias territoriales de la resistencia se adaptaron y distinguen cuatro tipos de territorialidades.

Referencias

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Notas

[1] La consecuencia del cambio de perspectiva que propongo aquí no es solo retórica. Al verlo como “otra modernización”, queda evidenciado que los organismos de investigación y extensión, en particular los nacionales, abandonaron la modernización anterior y justamente no la profundizaron, dejando de hecho al modelo anterior en el pasado, considerándolo implícitamente como una “reliquia”. Sin embargo, la mayoría de los productores del modelo anterior y sus organizacionesestán todavía en el territorio, y hasta son mayoría en la región pampeana. Pero ninguno de ellos defendió la originalidad de su modelo anterior o se propusieron aggiornarlo, ya que todos intentaron adoptar los paquetes de innovaciones y el discurso del agronegocio,aún que no esténadecuados a la mayoría de ellos (Albaladejo & Cittadini, 2017).
[2] Para la diferencia entre lo complicado y lo complejo ver Albaladejo (2021).
[3] En este sentido la hipermodernidad del agronegocio se encuentra, esta vez, en un intermedio: no consigue renunciar a un gran relato como lo hace la post modernidad, y tampoco consigue construir un nuevo gran relato moderno, al menos a la altura del que tenía el productor moderno convencional.
[4] En este modelo, todo es administrable en un sentido de beneficio para la empresa. De ahí las relaciones con el medio son Buenas Prácticas Agropecuarias, el rol social está guiado por o-los principios de gestión de la RSE Responsabilidad Social Empresarial, etc.


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