Dossier
Recepción: 24 Noviembre 2020
Aprobación: 06 Abril 2021
Resumen: En este trabajo realizamos una propuesta de análisis y conceptualización de los principales procesos de transformación que se han dado en la estructura agraria uruguaya entre 2000 y 2011, vinculándolos con el tema más amplio del recambio generacional y el ciclo de vida de los hogares. Los resultados obtenidos, a partir del análisis de cohortes realizado para los distintos tipos sociales agrarios construidos, nos permitieron identificar múltiples procesos de acaparamiento de tierras, de concentración y de descomposición de la producción familiar. Con base en eso, consideramos que se logra una representación más adecuada de la compleja secuencia de cambios desatada por avance capitalista en los inicios del SXXI.
Palabras clave: acaparamiento de tierra, descomposición, centralización de capital, relevo generacional, desposesión.
Abstract: In this work we analyze and conceptualize agrarian change in Uruguay between 2000 and 2011, linking it to generational change and household life cycle. The results obtained, based on a cohort analysis carried out for different agrarian social types, allowed us to identify multiple processes: land grabbing by capital centralization, land grabbing by dispossession, smallholder land grabs and concentration of land by decomposition of family production. In this way, the paper provides an insight into the multiplicity of dimensions and levels of the land grabbing phenomenon that complements other studies more focused on the role played by large companies.
Keywords: land grabbing, decomposition, capital centralization, generational change, dispossession.
Introducción
En Uruguay, el Censo General Agropecuario (CGA) de año 2011 mostró que el número de explotaciones agropecuarias cayó 21% en una década (Piñeiro & Cardeillac, 2017) . Al mismo tiempo, las sociedades anónimas avanzaron en el control de la tierra productiva uruguaya, llegando a poseer para ese momento casi 40% de la superficie productiva total del país. Ahora bien, consideramos que estos procesos, estudiados en términos de concentración y extranjerización (Piñeiro, 2010), no han sido aun completamente descriptos. En ese sentido, cuál ha sido el grado o la magnitud del “acaparamiento de tierras”, es un tema de debate. Como indican (Oyhantçabal & Narbondo, 2018) , el caso uruguayo ha sido manejado por parte de la bibliografía sobre “land grabbing” como “paradigmático” aunque al mismo tiempo otros estudios, partiendo de una definición más restrictiva, encuentran que la incidencia del fenómeno sería mínima en Uruguay.
Así, aunque sabemos que la realidad contemporánea del agro uruguayo está signada por una metamorfosis (Carámbula, 2015) , y los procesos anteriormente descriptos se acompañaron de un aumento en la concentración en la propiedad de la tierra (unas 40 empresas agropecuarias controlarían al menos un 11% de la superficie total productiva de Uruguay (Oyhantçabal & Narbondo, 2018) , aun queda mucho por entender respecto de otras transformaciones de la estructura agraria que se dieron en este período y permiten re-ubicar la discusión sobre el acaparamiento en un marco más completo.
El campo como espacio social: los tipos sociales agrarios
Para poder avanzar en el trabajo que nos propusimos, necesitamos generar las categorías mínimas de análisis que nos permitan delimitar las posiciones de la estructura agraria (Stavenhagen, 1975; Arroyo, 1990) . En ese sentido y para el caso de Uruguay, la discusión y acumulación sobre la estructura agraria y sus transformaciones, se ha dado generalmente a partir del reconocimiento de –al menos- tres tipos sociales agrarios básicos: las dos clases básicas del capitalismo -empresarios y asalariados- y esa “clase incómoda” (Shanin, 1983) que en Uruguay se conoce como Producción Familiar[1]. La distinción entre estos TSA se fundamenta en su vínculo con la tierra (tanto los empresarios como los productores familiares controlan tierras mientras que los asalariados no) y el tipo de relaciones de producción predominantes en la explotación: según si son mediadas por salarios (empresarios) o no (producción familiar).
De modo consistente con eso, para el análisis realizado se construyó un umbral que separa las explotaciones en las que al menos el 50% del trabajo total es realizado sin remuneración del resto, en las que la mayoría absoluta del trabajo es asalariado[2]. El primer tipo de explotaciones corresponderá a la producción familiar, un tipo social agrario definido por la ausencia relativa de relaciones de producción mediadas por el salario (Archetti, 1981; Astori, Pérez Arrarte, Goyetche, & Alonso, 1982; Chayanov, 1966; Djurfeldt, 1996; Lamarche, 1993; Murmis, 1986; Oya, 2004; Piñeiro, 2004; Tommasino & Bruno, 2005). Por su parte, las explotaciones en las que la mayoría absoluta del trabajo realizado en la explotación corresponde a trabajo asalariado, corresponderán al segundo tipo, empresarial (Murmis, 1986) . A su vez, una vez generado el clivaje fundamental entre los tipos familiar y empresarial, se realizó una distinción adicional al interior de ambos, separando los casos en que la condición jurídica del productor corresponde a “Persona Física” o “Sociedad de hecho”[3], de aquellas en las que corresponde a “Sociedades con Contrato Legal[4]”. Esta distinción se justifica por dos aspectos: primero, porque resulta interesante considerar la existencia de éstos subtipos, en la medida en que el avance de personas jurídicas en la propiedad de las empresas (y la tierra) es uno de los indicadores o aspectos que caracterizan tanto al “modelo” o la “lógica” del agronegocio (Gras & Hernández, 2013; Arbeletche, Coppola, & Paladino, 2012), como al acaparamiento de tierras (Borrás & Franco, 2012; Piñeiro, 2014). Y segundo, porque la distinción resulta necesaria por motivos prácticos: una de las variables que necesitamos para el análisis que queremos realizar es la edad del productor y esta es una información que no está disponible en el caso de las explotaciones correspondientes a Sociedades con Contrato Legal en 2011.
A continuación se presenta un cuadro que resume estos criterios y los TSA resultantes:
Partiendo de este esquema, el análisis se realizará profundizando en lo que sucede en las cohortes de edades de la PF y la PE, teniendo luego un espacio en el que integraremos información correspondiente al caso de las SF y SE.
Una propuesta de conceptualización para los procesos detrás de las transformaciones
Los resultados que analizaremos a continuación permiten apreciar la expresión de procesos analíticamente distintos, tal como hemos propuesto en otro lugar (Cardeillac, 2020a; Cardeillac, 2020b). Por un lado, el avance de las explotaciones de carácter empresarial de pequeña escala, sobre explotaciones asociadas a formas de producción familiares, que advierte sobre la posibilidad de que se estén verificando procesos de descomposición de la PF (Murmis, 1986; Archetti, 1981; Chayanov, 1966) es decir, procesos por el cual algunas explotaciones de la producción familiar se transfiguran en explotaciones empresariales.
Por otro lado, la intensidad del avance de explotaciones empresariales que operan bajo la figura de Sociedades con Contrato Legal (que hacia 2011 llegan a controlar un 37% de la superficie productiva total de Uruguay), deja espacio para procesos de acaparamiento de tierras. Ahora bien, en línea con algunas reflexiones realizadas por autores como Bin (2018) o Hall (2013), consideramos que es posible distinguir al menos dos formas distintas de “acaparamiento”. Por una parte, aquel que se produce cuando las tierras anteriormente poseídas por productores empresariales, quedan en manos de sociedades empresariales de mayor escala. Para estos casos, proponemos hablar de un proceso de “acaparamiento de tierras por centralización de capital” (ATCC), ya que no se produce un avance de formas empresariales sobre tierras que no estuvieran antes en el mercado de tierras o que no fueran previamente explotadas en base a trabajo asalariado (Bin, 2018; Bonefeld, 2011; Marx, 1965) . Por otra parte, están también aquellos procesos de acaparamiento de tierras que se producen por el avance de sociedades empresariales, pero sobre tierras que previamente eran controladas por producción familiar. En estos casos, hablaremos de procesos de acaparamiento de tierras por desposesión (ATD), ya que se da un desplazamiento de la producción familiar, inaugurando así un proceso de reproducción ampliada de capital que antes no se daba (Bin, 2018; Hall, 2013; Bonefeld, 2011; Marx, 1965) .
Indicios del proceso de descomposición a partir de un análisis de cohortes
Estudiar los cambios en la estructura agraria implica analizar la estructura por edades de la población de productores. Esto, establecido en su momento por el análisis chayanoviano para la producción campesina y familiar (Chayanov, 1966; Shanin, 1983), luego ha sido trabajado con un enfoque mucho más general (Kanel, 1961; Kanel, 1963; Tolley & Hjort, 1963; Smith, 1987; Gale, 2003). La importancia de esta dimensión resulta de varios motivos, de los que podemos destacar un par: por una parte, se debe a que es conocida la existencia de un conjunto amplio de interrelaciones entre las dinámicas poblacionales asociadas al ciclo de vida[5] (migración, retiro, muerte y reemplazo) y cambios o ajustes en la cantidad de trabajo que se moviliza o el tamaño de las explotaciones. Y por otro, porque es posible conjeturar que los cambios económicos y productivos son experimentados y enfrentados de formas diferentes y con resultados también distintos, por parte de productores en diferentes edades (Kanel, 1961). Al mismo tiempo, un conjunto de hipótesis derivadas de los trabajos de Chayanov, postulan la existencia de una fuerte relación entre el ciclo de vida familiar y los cambios en las unidades productivas (Chayanov, 1966[1925]; Shanin, 1983, 1973). Según estas ideas, deberíamos observar patrones claramente distintos de entradas y salidas de la producción (incorporación de nuevas explotaciones de productores jóvenes y desaparición de explotaciones antiguas de productores añosos) en diferentes cohortes de edad, en tanto indicadores del ciclo de vida de las familias vinculadas a la producción. Adicionalmente, los procesos de diferenciación y descomposición también estarían asociados a etapas del ciclo de vida y se manifestarían en expansiones del área trabajada –aumento de la actividad económica- o cuando hubiera restricciones para el acceso a tierras, en ajustes que modifiquen la relación trabajo familiar / trabajo asalariado, -propiciando un proceso de descomposición. Por todos estos motivos, estudiar las edades de los productores resulta una tarea pertinente.
Para estudiar estos asuntos es posible construir cohortes de edad. Esto permite “etiquetar” los casos para “seguirlos” de un Censo a otro: un caso no puede dejar su cohorte, si entra o sale de la base ese movimiento será perceptible en su cohorte, salvo que sea compensado por un movimiento con sentido opuesto, realizado por otro productor que deberá ser de su misma cohorte[6].
Las tablas y gráficos que siguen discuten esos aspectos. Para hacerlo, se construyeron tramos de edades de 5 años en los CGA de 2000 y 2011, que fueran correspondientes a las mismas cohortes. Así por ejemplo, la frecuencia de productores en el tramo de edad de 20 a 24 años en 2000, corresponderá a la que observamos en el tramo de 31 a 35 años en el 2011 (se suman los 11 años que hubo entre Censos). En términos de los resultados esperados, debería ser posible observar una “corriente expansiva” asociada a edades jóvenes en las que el número de entradas supera las salidas. Esta corriente reflejaría los procesos de sucesión y relevo intra-familiar (especialmente en el caso de la PF, pero no sólo) y también el recambio generacional en un sentido más amplio: la incorporación de personas que deciden iniciarse en la actividad agropecuaria. En general, los antecedentes utilizan como umbral las cohortes hasta los 40 años[7] (Gale, 2003; Tolley & Hjort, 1963; Kanel, 1963, 1961). Luego, deberíamos observar también una “corriente declinante” asociada a las edades más avanzadas y en particular, a las cohortes que alcanzan las edades de retiro, (65 años). Por último, debería observarse una estabilidad relativa en las cohortes de edad intermedias. Esto se debe a que en esta etapa de la vida ya se han realizado las opciones laborales y por eso mismo, son edades en las que cambiar de actividad puede resultar costoso. Al mismo tiempo, éstas edades intermedias coinciden con las etapas de desarrollo del ciclo de vida del hogar que, en la teorización de Chayanov (1966[1925]), dan lugar a una expansión de la actividad económica de la explotación que se expresa o bien en aumentos de superficie, o bien en alteraciones de la relación entre trabajo familiar y asalariado (Chayanov, 1966; Archetti, 1981). A continuación se presenta la información organizada de acuerdo al procedimiento antes descripto.
Concurrentemente, las Sociedades Familiares pasaron de ser 973 explotaciones a 873 en 2011, lo cual implicó una disminución de 100 explotaciones, mientras que en el caso de las Sociedades Empresariales el número pasó de 2.175 en el año 2000 a 3.643 en el año 2011, lo que implicó que se sumaran 1.468 explotaciones.
Los cuadros 1 y 2 muestran el número de productores PF y PE de cada cohorte de edad que aparece en uno y otro Censo. Algunas tendencias son muy marcadas. Por un lado, la entrada de nuevos productores se produce con mayor intensidad entre los 26 y los 40 años y particularmente entre los 31 y 35 años para el caso de los PF, mientras que en el caso de los PE las entradas siguen siendo muy importantes hasta edades mucho más avanzadas.
Así, entre los PF 93% de los ingresos ocurren hasta la cohorte de 40 años en el 2011, mientras que en el caso de la PE hasta esa cohorte sólo se acumuló 42% de las entradas, por lo que el 58% restante se dio después[8]. Y más aún, 41% de las entradas totales a la PE se dio entre los 46 y los 60 años, edades en las que habitualmente ya se han realizado las opciones vinculadas a la actividad laboral y económica que se desarrollará en la vida activa.
El otro componente que interesa estudiar son las salidas. Al respecto, es clara la concentración de salidas en las cohortes que alcanzaron la edad de retiro (65 años). No obstante, para la PF a la tendencia anterior se suma un conjunto importante de salidas que se verifican antes de alcanzar la edad de retiro, es decir, un conjunto de salidas que se dan en “edad activa” y que podemos calificar como “salidas anticipadas”. Los cuadros que siguen resumen esas tendencias:
De acuerdo al análisis anterior, es posible ver que el cambio en el número de PF y PE se produce por un número más amplio de entradas y salidas. Así, la desaparición de 15.587 explotaciones de la PF resulta del saldo entre 18.938 salidas y 3.351 entradas. En marcado contraste, para el caso de los PE la diferencia entre entradas y salidas resulta superavitaria: las 1.658 salidas son sobrepasadas por 3.113 entradas, lo que redunda en un aumento.
A continuación se presenta un gráfico que resume los movimientos anteriores comparando el caso de la producción familiar y el de los productores empresariales.
El gráfico 1 permite apreciar los saldos entre las entradas y salidas de productores por cohorte. En el caso de los PF, hasta la cohorte que alcanza los 45 años las entradas superan las salidas. Adicionalmente, el pico de entradas se da en las cohortes entre 26 y 40 años en 2011 y más específicamente, en aquellas entre 31 y 35 años. Las salidas por su parte, superan a las entradas ya a partir de la cohorte de 46 años. Si bien los saldos no son muy elevados comparados con lo que ocurre a edades más avanzadas, sí es llamativo que en edades de plena actividad se registren tantas salidas, en contra de la tendencia que por hipótesis cabría esperar. Por último, el siguiente aspecto a resaltar es la notoria aceleración de las salidas de PF a partir de la cohorte que alcanza los 61 años.
En resumen, hay evidencia de un adelantamiento del retiro por parte de muchos productores familiares añosos pero aun en edad activa (de 61 a 65 años en el año 2011), sumado a un retiro anticipado que se puede observar ya desde la cohorte que alcanzó los 46 años y a un déficit muy marcado en términos de relevo o recambio generacional. En ese sentido, analizando conjuntamente la información del gráfico 1 y los cuadros 3 y 4, es posible arribar a nuevas interpretaciones. Por un lado, en el caso de la PF, la corriente de declive asociada a productores añosos, supera con creces a la corriente expansiva asociada a la entrada de familias de jóvenes: las salidas en las cohortes correspondientes a edades de retiro fueron 4,3 veces más que las entradas en las cohortes de “relevo”. Adicionalmente, la tasa general de salidas a entradas agrava aún más el déficit y se eleva a -5,7 debido a la existencia de un conjunto importante de salidas anticipadas. Ahora bien, ¿qué sucede con la PE? Si comenzamos analizando la tasa de salidas en las cohortes de más de 65 años con las entradas de las cohortes de hasta 40 años, encontramos un resultado llamativo: las salidas superan a las entradas en 20%. Es decir que si sólo esas cohortes hubieran participado en el proceso, en 2011 una de cada cinco explotaciones de la PE habría desaparecido. Sin embargo, entre el año 2000 y el año 2011 el número de explotaciones de la PE aumentó, confirmando el peso y la importancia que tuvo el ingreso tardío de nuevos productores.
Por último, vale la pena destacar un aspecto más señalado en el Gráfico 1 y es el comportamiento de las series para los tramos de edad de 41 a 60 años. Tal como se puede observar allí, si bien el número de salidas de PF siempre supera al de entradas de la PE también es cierto que las tendencias van en sentidos opuestos, es decir, allí donde hay un conjunto de salidas anticipadas de PF se observa también un conjunto de entradas tardías de la PE. Esto, que sin dudas por sí sólo no es evidencia suficiente de la existencia de un proceso de descomposición, sí es una condición necesaria de su existencia y válida por concurrencia evidencia en el mismo sentido que hemos presentado en otros trabajos (Cardeillac, 2020a; Cardeillac, 2020b).
Un último aspecto, por demás relevante y que puede perderse de vista por la comparación y el contraste entre las tendencias de un TSA y otro, tiene que ver con las dificultades al ingreso de productores jóvenes. Aun cuando las trayectorias observadas en las explotaciones de la PF y la PE son muy contrastantes y hasta opuestas –o compensadas- hay un punto compartido: las entradas en edades jóvenes no alcanzan en ningún caso, a compensar los retiros que se observan después de los 65 años. Aun cuando la entrada de productores en edades avanzadas compensa la diferencia para el caso de la PE, el análisis del período 2000-2011 deja en claro la existencia de trabas muy importantes para el ingreso de nuevos productores jóvenes que conduzcan un recambio generacional.
Ahora bien, todo el análisis anterior se reduce al número de explotaciones y trata conjuntamente a los diferentes estratos de superficie. A continuación se analizará de distintas formas, la superficie asociada a los TSA y las cohortes.
El recambio generacional como ventana de oportunidad para el acaparamiento de tierra
A continuación presentaremos dos tablas resumen de los saldos en el número de explotaciones y la superficie total acumulada por cohorte, junto con la variación porcentual de la superficie promedio en hectáreas con base en 2000. La columna “Saldo explotaciones” corresponde a la diferencia del número de explotaciones de productores una cohorte en 2011, respecto del número de explotaciones de productores de esa cohorte en 2000. La siguiente columna “Variación % superficie media” presenta la variación 2000–2011 de la superficie promedio de las explotaciones de productores en esa cohorte de edad. Y la última columna “Saldo hectáreas”, corresponde a la diferencia entre el número total de hectáreas acumuladas por las explotaciones de la cohorte en 2011, respecto del número de hectáreas acumuladas en las explotaciones de productores de esa cohorte en el 2000.
Como dijimos antes, para nuestro análisis los productores que superan los 65 años en el año 2011 constituyen la población “en retiro”, y los “entrantes” corresponden a su generación de recambio, los que llegaron a lo sumo hasta los 40 años en el año 2011. Tomando esas definiciones, podemos estimar cuánto del total del área que pierden los PF y los PE en el período corresponde a déficits en el relevo. En el caso de la PF, concluimos que 91,5% del área que perdió se asoció a déficits de relevo, mientras en el caso de la PE, este porcentaje es aún mayor: 94,6% del área que perdió la PE entre 2000 y 2011 se asoció a déficits en el relevo. Llegado a este punto, corresponde profundizar en el significado que tienen estos procesos, dentro de la discusión más amplia sobre el acaparamiento de tierras.
Nuestra propuesta, es que esos déficits corresponden a dos asuntos conectados pero distintos. Por un lado, el análisis realizado nos permite comprender el peso relativo que el proceso de retiro tuvo sobre la disminución del número de productores familiares por un lado, y sobre la superficie controlada por productores empresariales tradicionales por otro. Por otro lado, nos permite también conjeturar que se dio una suerte de “ventana de oportunidad” para el proceso de acaparamiento de tierras. En ese sentido, un contexto de retiro inminente o al menos relativamente próximo de un número importante de productores –y sobre todo, de productores empresariales con mucha tierra-, sumado eventualmente a expectativas poco claras de relevo, seguramente amortiguó el impacto que el avance del agronegocio[9] y las sociedades empresariales, habría generado en otras condiciones, propiciando su concreción.
Así, el análisis realizado para el caso uruguayo entre 2000 y 2011 nos permite sostener la existencia de unos procesos de acaparamiento de tierras por desposesión y centralización de capital, que fueron potenciados por factores demográficos y más específicamente, por el retiro de productores añosos tanto empresariales como familiares.
Si analizamos ahora los resultados para la PE en las cohortes de edad intermedias, vemos que la tendencia a la disminución del número de explotaciones que resultaba del relevo insuficiente, resulta contrabalanceada y superada por el ingreso tardío de nuevos productores. No obstante, este ingreso (que sí es suficiente para que el saldo final de explotaciones asociadas a los productores empresariales aumente en el período 2000 – 2011) no logra revertir la tendencia a una reducción de la superficie total controlada por la PE. El resultado, paradójico si se quiere, es que la PE aumenta el número de explotaciones en las cohortes de 41 a 65 años, al mismo tiempo que pierde control sobre 85.708 hectáreas. Esto, inevitablemente implica o bien un proceso de reducción del área de los productores que permanecieron –para lo cual carecemos de hipótesis o antecedentes- o un proceso de salidas e ingresos “sesgados”: con esto nos referimos a que debiera haberse observado un proceso de retirada o transformación hacia otras formas de producción de las explotaciones más grandes (seguramente hacia Sociedades Empresariales), acompañado de un proceso de ingreso de nuevas explotaciones con superficies mucho más pequeñas que las tradicionales para este TSA (posiblemente originadas en la PF). Siguiendo con el razonamiento, para que este último proceso haya operado, deberíamos observar al menos, que alguna característica de los PE en el 2011 sea más parecida a la de los PF en el 2000 que a la de los PE en el 2000. Dicho de otro modo, si un número relevante de explotaciones que fueron parte de la producción familiar se hubiera convertido a la producción empresarial producto de un proceso de descomposición, las características de la PE al final del período deberían acusar ese ingreso.
Un indicador importante que podemos retomar en este análisis es la superficie promedio de las explotaciones. De acuerdo a nuestro análisis, un proceso de descomposición de la PF implicaría una reducción de la superficie promedio de las explotaciones de la PE, ya que -producto de un cambio en las relaciones de producción y la predominancia de relaciones asalariadas- estarían ingresando desde la PF explotaciones con tamaños más reducidos. Esto resulta constatado en general. Pero podemos ir un poco más allá, en la medida en que mostramos que hay una parte del proceso de desplazamiento de la PF que ocurrió vinculado al reemplazo y otra en las edades intermedias. Un ejercicio posible consiste en estimar el área promedio que tendría una explotación de la PE en el 2011 utilizando la información del número de entradas ponderadas por la superficie promedio de la PF en la misma cohorte en el año 2011. Así, tres cohortes en las que se registra una proporción de entradas llamativamente elevadas en la PE a pesar de la edad, son las de 46 a 50, 51 a 55 y de 56 a 60 años. En la primera, entran 524 productores nuevos, en la segunda 445 y en la tercera 315 –acumulando así 41% de las entradas totales. Ahora bien, si éstos hubieran tenido el área promedio –o cercana- a la de las explotaciones empresariales en 2000, el promedio de hectáreas de 2011 sería igual –o muy similar- al de 2000. Esto no ocurrió ya que la superficie promedio se redujo: de 512 ha. en 2000 a 383 ha. en 2011, de 668 ha. en 2000 a 514 ha. en 2011 y de 799 ha. en 2000 a 508 ha. en 2011, respectivamente. Y si en cambio hubiese operado un proceso de descomposición “hacia arriba” importante, el promedio de hectáreas de las explotaciones de la PF en el 2000 sería un mejor estimador del promedio efectivamente observado para la PE en el 2011. A continuación se presentan los resultados:
Tanto para la cohorte de 51 a 55 años como para la cohorte de 56 a 60 años, las estimaciones del promedio de superficie de la PE en 2011 realizadas en base a la información de la PF en 2000 son las mejores estimaciones[10]. De hecho, en el caso de la cohorte de 51 a 55 años la superficie promedio estimada para la PE con base en la superficie promedio de los PF en 2000 es apenas un 4% superior a la que efectivamente se observó. Estos resultados concurren con la idea de que se registró un proceso de descomposición de la PF hacia la PE, que explica tanto una parte de las salidas anticipadas de explotaciones vinculadas a formas familiares de producción, como una parte de los ingresos tardíos entre los productores empresariales en las cohortes de edades intermedias.
El otro asunto de interés tiene que ver con la superficie que la PE pierde entre 2000 y 2011, aun cuando el número de explotaciones aumenta. Como vimos antes, la cantidad de hectáreas perdidas en predios de productores empresariales que alcanzaron o superaron los 65 años entre 2000 y 2011, fueron 1.861.675 ha. Lo interesante de esta cifra es que supera el aumento en la superficie controlada por las Sociedades Empresariales entre 2000 y 2011, (1.740.605 ha). No obstante, si asumimos que la superficie adicional aportada por PE menores de 40 años en 2011 proviene de esas mismas hectáreas que dejaron libres productores de la PE mayores de 65, el saldo (1.488.207 ha) sigue estando bastante cerca del total incorporado por las SE, aunque resulta insuficiente. Así, el análisis nos muestra que, aunque la mayor parte de las hectáreas ganadas por las Sociedades Empresariales se originaron entre los productores empresariales, también ocurrió un acaparamiento de tierras por desposesión (ATD): al menos una parte de las hectáreas perdidas por la PF entre 2000 y 2011, debe haber ido a parar a manos de Sociedades Empresariales.
Acaparamiento desde abajo y descomposición con concentración
Los cuadros que siguen presentan el cambio en el número de hectáreas controladas por los productores familiares y empresariales en cada cohorte y estrato de tamaño de la explotación. A esa diferencia 2011–2000 respecto del total de hectáreas controladas se agregan dos columnas más, la primera repite la información sobre el saldo del número total de explotaciones y la segunda, la variación porcentual de la superficie promedio. Por un motivo de espacio, no se titulará cada uno de los cuadros, en su lugar se advierte que los situados a la izquierda (10, 12, 14 y 16) corresponden a las cohortes de PF de hasta 50 ha., de 50 a 100 ha., de 100 a 500 ha. y de más de 500 ha. respectivamente, mientras que los situados a la derecha (11, 13, 15 y 17) corresponden a lo mismo para el caso de los PE.
En base a los resultados, se observa que no hay posibilidad de que haya habido un proceso relevante de diferenciación entre los PF de menor estrato, ya que las cohortes que pierden hectáreas en el estrato de 50 a 100 ha se superponen por completo con las que pierden hectáreas “anticipadamente” en el estrato de hasta 50 ha. En cambio, las hectáreas que pierde la cohorte de 46 a 50 años en el estrato de 50 a 100 hectáreas sí podrían ser parte de las que entran nuevas en esa cohorte en el estrato de 100 a 500 hectáreas. Del mismo modo, las hectáreas que pierde anticipadamente la cohorte de 51 a 55 años en el estrato de 100 a 500 hectáreas bien podrían estar comprendidas dentro de las que entran nuevas en esa cohorte en el estrato siguiente, aunque por otro lado, sólo 6.768 hectáreas de las 38.419 hectáreas que pierde la cohorte de 56 a 60 años en el estrato de 100 a 500 hectáreas podrían haber pasado al estrato de 500 o más en la misma cohorte. Ahora bien, aun en los casos en donde el número de hectáreas ganado por la misma cohorte en el estrato de superficie siguiente es suficiente como para recibir el saldo negativo de esa misma cohorte en el estrato de superficie anterior, el número de productores entrantes en general es muy inferior al número que desaparece en la misma cohorte en el estrato de superficie anterior. Por lo tanto, la evidencia no respalda un proceso de diferenciación sino más bien, uno de desplazamiento de productores relativamente más pequeños por parte de otros relativamente más grandes, es decir, una suerte de acaparamiento desde abajo (Hall, 2013) o concentración dentro de la PF.
Por otro lado, si en lugar de buscar evidencia de un proceso de diferenciación con aumento de superficie entre estratos de la PF, procuramos analizar los datos atendiendo a los resultados que cabrían observarse frente a un proceso de descomposición, los resultados son más concordantes. Así por ejemplo, vemos en la tabla 14 que la cohorte de 51 a 55 años de la producción familiar y del estrato de superficie de 100 a 500 hectáreas perdió, entre 2000 y 2011, 24.966 hectáreas y 119 productores. A su vez, vemos en la tabla 15 que esa misma cohorte en el caso de la PE tuvo un ingreso de 143 productores y 34.363 hectáreas, acompañados además, de una reducción de la superficie promedio de 3%. Si replicamos el análisis para la cohorte siguiente, observamos que la entrada de productores en la PE es de 100 mientras que la salida en la PF fue de 211, por lo que, aun cuando las hectáreas sí podrían haber pasado a la PE, es necesario que un conjunto importante de explotaciones desaparezca y sea absorbido por otras de mayor escala en la PE. En ese sentido, si bien el proceso de descomposición podría haber ocurrido, debería además haberse acompañado de un proceso de concentración de tierras[11].
En suma, si las interpretaciones anteriores se aceptan, es posible afirmar:
1. La evidencia tiende a dejar muy poco espacio para la hipótesis de diferenciación –aumento de la superficie promedio de las explotaciones vinculadas a la producción familiar en el período. Conforme se imponen a los datos las restricciones que la hipótesis del aumento de la superficie ocupada producto de un avance en el ciclo de vida del hogar exige, el espacio de posibilidad de un fenómeno como el propuesto tiende a desaparecer.
2. La evidencia tiende a confirmar la existencia en cambio, de un proceso de desaparición de explotaciones de la producción familiar de pequeña escala. Concretamente, en el caso de las explotaciones de menos de 50 hectáreas, aun cuando pudiera haber operado un proceso de descomposición, la mayoría de las explotaciones y de la superficie perdida por las formas familiares de producción habría pasado a formas de producción empresarial de gran escala, o habría sido acaparada por nuevos productores familiares también de mayor tamaño o incluso, podrían haber dejado de ser utilizadas para la actividad agropecuaria
3. En cuanto al proceso de descomposición, la evidencia nos permite conjeturar la existencia de un proceso de descomposición y concentración asociado al ciclo de vida del hogar, aunque no resulta posible confirmarlo definitivamente con estos datos[12].
Conclusiones
Los análisis realizados antes nos permiten llegar a varias conclusiones. Una primera de carácter descriptivo y muy general, resultante de la comparación de las estructuras por edad de los productores agropecuarios entre el 2000 y el 2011, indica que el período 2000-2011 ha estado caracterizado por la carencia muy marcada de entradas de nuevos productores en edades jóvenes. En este sentido, buena parte de la disminución del número de explotaciones tiene que ver con una “crisis de relevo”: la existencia de un déficit muy significativo de entradas de productores jóvenes nuevos, frente a las elevadas tasas de salida de los que alcanzaron edades de retiro.
En segundo lugar, el diálogo propiciado entre datos y antecedentes teóricos permite distinguir y fundar en evidencia empírica la existencia de dos tipos sociales con comportamientos, respuestas y trayectorias significativamente distintas frente a los mismos cambios y condiciones del entorno. Así, tanto la magnitud como el tipo de cambios que se observan entre las explotaciones clasificadas como empresariales y las clasificadas como familiares son diferentes. Y al mismo tiempo, esas diferencias son consistentes en un caso, con el tipo de respuesta y comportamiento que es esperable observar entre unidades con lógicas capitalistas y en otro con lógicas más complejas, típicas de las formas familiares de producción. Concretamente, el análisis por cohortes de edad aporta evidencia acerca de la importancia diferencial del ciclo de vida para la producción familiar y los productores empresariales.
En tercer lugar, el análisis mostró la desproporcionada ocurrencia de "retiros anticipados" entre las explotaciones de la producción familiar de menor escala –con más restricciones de acceso a tierra. Este aspecto, que se compensa en parte por un aumento también desproporcionado de ingresos tardíos entre los productores capitalistas de menor escala, representa un indicio del probable proceso de descomposición derivado de una alteración de la relación trabajo asalariado/trabajo familiar, sumado a un proceso de concentración de tierra.
En cuarto lugar, la evidencia empírica sigue aportando indicios a favor de la existencia de procesos de desplazamiento y concentración. Por un lado, resulta inevitable que un conjunto importante de familias vinculadas a la producción familiar abandonaran la actividad agropecuaria en el período, especialmente en los estratos de superficie más pequeños y al mismo tiempo, resulta claro que se produjo un acaparamiento de tierra “desde abajo” por parte de productores familiares con explotaciones de superficies mucho mayores. Así pues, deberíamos hablar de un período de “polarización” con movimientos “hacia arriba” y “hacia afuera” (Azcuy, 2012; Murmis, 1986).
En marcado contraste con estas tendencias, en el caso de los productores empresariales debe resaltarse la asociación inversa entre los estratos de tamaño y los retiros anticipados. En este sentido, la evidencia confirma la existencia de un patrón absolutamente contrastante con el de la producción familiar, comprensible en el marco de la discusión sobre las especificidades de los dos tipos sociales agrarios. Así, en un contexto de alza generalizada del precio de la tierra y en particular, de un aumento aun mayor en el caso de predios de superficies mayores a 500 ha, resulta adecuado a un cálculo capitalista maximizador ceder las tierras -en arrendamiento o por venta- y dejar la actividad.
En quinto lugar, quizá el aporte más general del artículo consiste en mostrar que la disminución del número de productores familiares observada entre el 2000 y el 2011, debe comprenderse e interpretarse asociada a fenómenos distintos y con relevancia también desigual. Por un lado, entre 2000 y 2011 hubo una elevada tasa de retiro entre los productores añosos y una muy baja tasa de entrada de productores nuevos en edades jóvenes, o de reemplazo. Esta tendencia es por lejos la más importante ya que producto de la desaparición de explotaciones de la PF cuyos responsables alcanzaron la edad de retiro, queda disponible la inmensa mayoría de las hectáreas que pierde la PF y que fueron en parte, absorbidas por Sociedades Empresariales y en parte, desafectadas a la producción agropecuaria[13]. Dicho de otro modo, detrás del movimiento “hacia afuera” de la producción agropecuaria de buena parte de los productores familiares que desaparecen, hay fundamentalmente una crisis de relevo. Por otro lado, mostramos también que existen indicios concurrentes de un proceso de descomposición de la producción familiar hacia formas empresariales. Este proceso podría estar explicando tanto los retiros anticipados observados en los estratos de menor tamaño de la producción familiar, como los ingresos tardíos acompañados de reducciones del área promedio, observados entre los PE. Y en este caso, si bien el número de productores afectados no sería tan amplio, el impacto en términos de hectáreas o superficie sí sería muy relevante.
Por último, el análisis nos permitió también establecer la importancia que tiene analizar el recambio generacional en las formas de producción empresarial. En ese sentido, la evidencia corroboró el peso de este fenómeno para comprender la dinámica del acaparamiento de tierras por centralización de capital (ATCC). Así, mostramos que casi la totalidad de las hectáreas que pasaron desde la PE a SE en el período provienen de explotaciones en las que el productor superó los 65 años. Es en este sentido que afirmamos que las sociedades que han acaparado tierras, aprovecharon la “ventana de oportunidad” o espacio generado por este proceso de retiro/relevo. En ese sentido, uno de los hallazgos más relevantes para el análisis de los procesos de acaparamiento de tierras en el período, consiste en la confirmación de que el avance acaparador, asociado a las sociedades empresariales típicas del agronegocio, se dio sobre superficies previamente controladas por productores empresariales de tipo tradicional. Lo que resta investigar aun es cuánto de ese avance de las Sociedades Empresariales en el campo uruguayo significó un desplazamiento de los actores anteriores y cuánto es en sí misma, una expresión del recambio generacional de esos mismos actores y por tanto, cuál es la relación estricta entre el recambio generacional en los sectores terratenientes tradicionales del agro uruguayo y estos aspectos asociados a la “lógica” del agronegocio.
En suma, analíticamente proponemos ordenar los hallazgos así: entre los PF con superficies menores la tendencia dominante fue la del abandono de la actividad agropecuaria y eventualmente, también se dieron procesos de acaparamiento desde abajo.
En cambio, en los tramos de superficie intermedios y mayores, constatamos evidencia concordante con otros dos procesos: un proceso de descomposición de la PF hacia la PE que habría sido acompañado de un proceso de concentración de tierra, es decir, aumento de superficie entre las explotaciones transfiguradas hacia la PE. Y adicionalmente, otro proceso de acaparamiento de tierra, en este caso por desposesión (ATD), que implicó el avance de Sociedades Empresariales en tierras previamente explotadas por la producción familiar.
Por último, en relación con los procesos de transformación ocurridos dentro de la producción empresarial, los resultados permiten constatar la existencia de un proceso de acaparamiento de tierra por centralización de capital (ATCC) potenciado por el envejecimiento de la población de PE.
Consideramos que esta propuesta de conceptualización de los procesos permite representar de un modo más adecuado la compleja secuencia del avance capitalista que ha operado en el agro, al menos para el caso uruguayo, y alerta sobre las múltiples dimensiones y niveles del acaparamiento y la concentración de la tierra, complementando otras miradas que hacen foco en grandes empresas o capitales.
Referencias
Arbeletche, P., Coppola, M., & Paladino, C. (2012). Análisis del agro-negocio como forma de gestión empresarial en América del Sur: el caso uruguayo.Agrociencia, 16(2), 110-119.
Archetti, E. P. (1981). Campesinado y estructuras agrarias en América Latina. Quito: CEPLAES.
Arroyo, M. (1990). Sobre el concepto de Estructura Agraria. Revista Geográfica, 112, 141-152.
Astori, D., Pérez Arrarte, C., Goyetche, L., & Alonso, J. (1982). La agricultura familiar uruguaya: orígenes y situación actual. Montevideo: FCU.
Azcuy, E. (2012). De la percepción empírica a la conceptualización: elementos para pensar teóricamente la estructura social de las explotaciones agrarias pampeanas. En Azcuy, Castillo, Fernández, Ortega, Pierri, Romero, & Villulla (Edits.), Estudios agrarios y agroindustriales (págs. 3-66). Buenos Aires: Imgo Mundi.
Bin, D. (2018). So-called Accumulation by Dispossession. Critical Sociology, 44(1), 75-88.
Bonefeld, W. (2011). Primitive Accumulation and Capitalist Accumulation: Notes on Social Constitution and Expropriation. Science & Society, 75(3), 379–399.
Borrás, S. M., & Franco, J. C. (2012). Global Land Grabbing and Trajectories of Agrarian Change: A Preliminary Analysis. Journal of Agrarian Change, 12(1), 34-59.
Carámbula, M. (2015). Imágenes del campo uruguayo en clave de metamorfosis. Cuando las bases estructurales se terminan quebrando. Revista de Ciencias Sociales, 28(36), 17 - 36.
Cardeillac, J. (2015). Agronegocios y sociedad rural: una relación difícil. Revista de Ciencias Sociales, 28(36), 9-16.
Cardeillac, J. (2020a). La estructura agraria del Uruguay entre 1990 y 2011: acaparamiento de tierras y descomposición de la producción familiar. Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios, 1-24.
Cardeillac, J. (2020b). Un polarizado Uruguay: tendencias en la estructura agraria 1990– 2011. Revista de Economia e Sociologia Rural, 58(4), 1-17.
Chayanov, A. V. (1966). On The Theory Of Peasant Economy. Homawood, Illinois: The American Economic Association-Richard D. Irwin, Inc.
Djurfeldt, G. (1996). Defining and Operationalizing Family Farming from a Sociological Perspective. Sociologia Ruralis, 36(3).
Gale, F. (2003). Age-specific patterns of exit and entry in U.S. farming, 1978-1997. Review of agricultural economics, 25(1), 168-186.
Gras, C. y Hernández, V. (2013). Los pilares del modelo agribusiness y sus estilos empresariales. En C. Gras, & V. Hernández, El agro como negocio. Producción, sociedad y territorios en la globalización. (pág. 365). Buenos Aires: Biblos.
Hall, D. (2013). Primitive Accumulation, Accumulation by Dispossession and the Global Land Grab. Third World Quarterly, 34(9), 1582–1604.
Kanel, D. (1961). Age components of decrease in number of farmers, North Central States, 1890-1954. Journal of farm economics, 43(2), 247-263.
Kanel, D. (1963). Farm adjustments by age groups, North Central States 1950-1959. Journal of farm economics, 45(1), 47-60.
Lamarche, H. (1993). A Agricultura Familiar: comparação internacional. Campinas: UNICAMP.
Marx, K. (1965). Capital A Critique of Political Economy. Moscú: Progress Publishers.
Murmis, M. (1986). Tipología de pequeños productores campesinos en América Latina. En M. y. Piñeiro, Transición tecnológica y diferenciación social. Costa Rica: Editores. IICA.
Oya, C. (2004). The Empirical Investigation of Rural Class Formation: Methodological Issues in a Study of Large and Mid-Scale Farmers in Senegal. Historical Materialism, 12(4), 289-326.
Oyhantçabal, G., & Narbondo, I. (2018). Land grabbing in Uruguay: new forms of land. Canadian Journal of Development Studies, 40(2), 1-19.
Piñeiro, D. (2004). El capital social en la producción familiar. Ciclo de conferencias aportes para el futuro de la granja, 40 años de INIA Las Brujas. Montevideo: INIA.
Piñeiro, D. (2010). Concentración y extranjerización de la tierra en el Uruguay. En M. Manzanal, & G. Neiman, Las agriculturas familiares del MERCOSUR. Trayectorias, amenazas y desafíos. (págs. 153-170). Buenos Aires: CICCUS.
Piñeiro, D. (2014). Asalto a la tierra: el capital financiero descubre el campo uruguayo. Capitulo V. En G. Almeyra, L. Concheiro Bórquez, J. M. Mendes Pereira, & C. W. Porto-Gonçalves, Capitalismo: tierra y poder en América Latina (1982-2012) Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay. Volumen I. Buenos Aires: Ediciones Continente.
Piñeiro, D., & Cardeillac, J. (2017). The Frente Amplio and agrarian policy in Uruguay. Journal of Agrarian Change, 17(2), 365–380.
Shanin, T. (1983). La clase incómoda. Sociología política del campesinado en una sociedad en desarrollo. (Rusia 1910-1925). Madrid: Alianza Editorial.
Smith, M. G. (1987). Entry, Exit, and the Age Distribution of Farm Operators, 1974-82. Journal of Agricultural Economics Research, 39(1491-2016-130082), 2-11.
Stavenhagen, R. (1975). Las clases sociales en las sociedades agrarias. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Tolley, G.S., & Hjort, H.W. (1963). Age-Mobility and Southern Farmer Skill: Looking Ahead for Area Development. Journal of farm economics, 45(1), 31-46.
Tommasino, H., & Bruno, Y. (2005). Algunos elementos para la definición de productores familiares, medios y grandes. Anuario 2005, OPYPA–MGAP, 267-278.
Notas