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Río Uruguay. Una síntesis arqueológica
Uruguay River. An archaeological synthesis
Rio Uruguai. Uma síntese arqueológica
Revista del Museo de La Plata, vol.. 4, núm. 2, 2019
Universidad Nacional de La Plata

Dossier

Revista del Museo de La Plata
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 2545-6377
Periodicidad: Semestral
vol. 4, núm. 2, 2019

Recepción: 01 Febrero 2019

Aprobación: 01 Mayo 2019

Resumen: La cuenca del río Uruguay se extiende a través de Brasil, Argentina y Uruguay y es una de las redes fluviales fundamentales para la ocupación humana del sudeste de Sudamérica. Desde sus nacientes hasta su desembocadura y desde el Pleistoceno final hasta la actualidad, este río presenta evidencias arqueológicas y etnohistóricas de ocupaciones indígenas. En este marco, este artículo constituye una síntesis regional de la historia de estas ocupaciones y del desarrollo de las investigaciones arqueológicas en los tres países mencionados. Primero, se expone el contexto ambiental y los estudios arqueológicos realizados. Posteriormente, se presentan los sitios arqueológicos y los artefactos más relevantes para la transición Pleistoceno-Holoceno, Holoceno temprano y Holoceno medio. Por último, se caracteriza el registro arqueológico Taquara-Itararé, Goya-Malabrigo y guaraní correspondiente al Holoceno tardío. La información presentada permite reconocer al río Uruguay y sus afluentes como el escenario de una compleja dinámica poblacional, caracterizada por la articulación de un gran número de poblaciones, cultural y lingüísticamente diversas, durante más de 12.000 años.

Palabras clave: Arqueología, Poblamiento sudamericano, Jê do sur, Chaná-timbú, Guaraníes.

Abstract: The Uruguay River basin spans over Brazil, Argentina and Uruguay and is one of the fluvial networks fundamental for the human occupation of southeastern South America. From its sources to its mouth and from the late Pleistocene to the present, this river shows archaeological and ethnohistorical evidence of indigenous occupations. In this context, this article offers a regional synthesis of the history of these occupations and the development of archaeological research in the three abovementioned countries. First, we provide the environmental context and the most significant archaeological works. Then, we present the archaeological sites and the most relevant artifacts for the Pleistocene-Holocene transition, early Holocene, and middle Holocene. Finally, we characterize the Taquara-Itararé, Goya-Malabrigo and Guaraní archaeological record corresponding to the late Holocene. The information presented here allows recognition of the Uruguay River and its tributaries as the scenario of complex population dynamics, characterized by the articulation of a large number of culturally and linguistically diverse populations, for over 12,000 years.

Keywords: Archaeology, South American peopling, Southern Jê, Chaná-Timbú, Guarani.

Resumo: A bacia do rio Uruguai se estende por Brasil, Argentina e Uruguai e é uma das redes fluviais fundamentais para a ocupação humana do sudeste da América do Sul. Desde suas nascentes até sua foz, e desde o final do Pleistoceno até o presente, este rio apresenta evidências arqueológicas e etno-históricas de ocupações indígenas. Nesse contexto, este artigo constitui uma síntese regional da história dessas ocupações e do desenvolvimento das pesquisas arqueológicas nos três países mencionados. Primeiro, o contexto ambiental e os estudos arqueológicos realizados são expostos. Posteriormente, são apresentados os sítios arqueológicos e os artefatos mais relevantes para a transição Pleistoceno-Holoceno, Holoceno inicial e Holoceno médio. Por fim, é caracterizado o registroarqueológico Taquara-Itararé, Goya-Malabrigo e guarani, correspondente ao Holoceno tardio. A informação apresentadapermite reconhecer o rio Uruguai e seus afluentes como o cenário de uma complexa dinâmica populacional, caracterizada pela articulação de um grande número de populações, cultural e linguisticamente diversas,durante mais de 12.000 anos.

Palavras-chave: Arqueologia, Povoamento sul-americano, Jê do sul, Chaná-timbú, Guaraní.

Introducción

El río Uruguay1 junto al río Paraná constituyen los principales colectores de la cuenca del Plata; que se extiende por 3.200.000 km2 desde el sur de Brasil hasta el Océano Atlántico y constituye el segundo sistema fluvial más extenso de Sudamérica luego de la cuenca del río Amazonas. El río Uruguay nace en la confluencia de los ríos Canoas y Pelotas, en la Serra Geral, en el límite entre los estados de Santa Catarina y Rio Grande do Sul (Brasil), y desemboca en el Río de la Plata que baña las costas de Argentina y Uruguay. Tiene una longitud total de 1.600 km y una cuenca de aproximadamente 365.000 km2. En gran parte de su recorrido constituye la frontera entre la región Nordeste de Argentina y, el sur de Brasil y el oeste de Uruguay (Iriondo & Kröhling 2008; Marcuzzo 2017) (Figura 1).

Este río presenta un régimen muy irregular, que puede ser considerado fluvial puro desde sus nacientes hasta el arroyo Ayuí Grande (Entre Ríos, Argentina), un régimen fluvio-marítimo desde allí hasta el río Gualeguaychú (Entre Ríos, Argentina) y finalmente un régimen marítimo desde allí hasta su desembocadura en el Río de la Plata (Iriondo & Kröhling 2008). A lo largo de todo su recorrido recibe el aporte de numerosos tributarios menores lo que conforma una compleja red fluvial, que se extiende decenas de kilómetros lejos del cauce principal. Siguiendo a Iriondo & Kröhling (2008) puede dividirse en una cuenca superior que va desde las nacientes hasta el río Aguapey (Corrientes, Argentina), una cuenca media que va desde allí hasta el arroyo del Molino (Entre Ríos, Argentina) y una cuenca inferior desde este último arroyo hasta su desembocadura.

El tramo superior y medio presentan un diseño de meandros flanqueados por terrazas basálticas. En estos sectores el río se caracteriza por varios saltos, correderas y restingas transversales o longitudinales al cauce (Figura 2A, B y C). Desde el embalse de la represa hidroeléctrica de Salto Grande hacia el sur, el valle del río continúa encajonado por terrazas que se intercalan con costas bajas. En el inicio del tramo inferior el valle se abre en forma suave alcanzando un ancho de 14 km al norte de Nuevo Berlín (Uruguay) (Iriondo & Kröhling 2008). En esta zona, el cauce se divide en dos brazos principales y otros secundarios que envuelven un conjunto de islas que conforman un paleodelta de 65 km de longitud, cuyo origen se remonta al retiro de la ingresión marina holocénica (7000-3300 años AP) (Cavallotto et al. 2005; Martínez & Del Río 2005; Del Puerto et al. 2011). El trayecto final del río es una amplia depresión inundada y con un cañón sumergido en su parte interior. El resto del cauce es un área anegada de escasa profundidad, que en su margen derecha presenta barreales con cheniers y en la izquierda algunos sectores con barrancas altas (Figura 2D) (Iriondo & Altamirano 1988; Iriondo & Kröhling 2008). El río finaliza en un estrechamiento producido por el avance actual del Delta del río Paraná, a la altura del Brazo Gutiérrez o Paraná Bravo, en este punto comienza el Río de la Plata (Iriondo & Kröhling 2008). En su desembocadura, el río Uruguay recibe actualmente los aportes de un sector del Complejo Deltáico, este sector que vuelca sus aguas en el río Uruguay es considerado como parte integrante de su cuenca (Iriondo & Kröhling 2008, p. 20, Figura 6; p. 294).


Figura 1.
El río Uruguay y su cuenca (área verde clara, sensu Marcuzzo 2017). Los círculos rojos indican la ubicación geográfica de los sitios arqueológicos mencionados en el artículo2. 1. Casa de Pedra; 2. Bonin; 3. Cueva Santa Bárbara; 4. RS-AN-03; 5. SC-CL-43; 6. SC-CL-43a; 7. SC-CL-45; 8. SC-CL-46; 9. SC-CL-50; 10. SC-CL-51; 11. SC-CL-52; 12. SC-CL-52a; 13. SC-CL-56; 14. Abreu & García; 15. Baggio 1; 16. SC-AG-12; 17. SC-AG-107; 18. SC-AG-108; 19. SC-AG-99; 20. SC-AG-100; 21. SC-AG-98; 22. Gine; 23. RS-PE-12; 24. RS-PE-21; 25. RS-PE-31; 26. Posto Fiscal; 27. RS-PE-29-3; 28. SC-VP-38; 29. Valdemar Stensseler; 30. Otto Aigner 1; 31. ACH-LP-01-Chapecó; 32. ACH-LP-03-Chapecó; 33. ACH-LP-07-Chapecó; 34. ACH-SU-03-C2; 35. ACH-SU-01-C3; 36. RS-ALP-AA-06; 37. Alto Alegre 3; 38. SC-U-6; 39. SC-U-53-Itapiranga; 40. Tres Bocas 2; 41. Itajubá 1; 42. Barra do Santo Cristo 1; 43. Panambi 3; 44. Cerro Cumandaí; 45. RS-IJ-62; 46. RS-IJ-68-Garruchos; 47. RS-IJ-67-Pessegeiro; 48. RS-I-50-Lajeado dos Fósseis; 49. RS-I-99-Ponta Leste 6; 50. RS-I-72-Palmito 2; 51. RS-I-97-Carumbé; 52. RS-I-70-Imbaá I; 53. RS-I-66-Milton Almeida; 54. RS-I-69-Laranjito; 55. RS-I-67-Touro Passo I; 56. RS-I-98-Saudade; 57. Los Pinos; 58. Laguna Canosa; 59. Pay Paso 1; 60. Pay Paso 8; 61. RS-Q-2B-Sanga do Salso; 62. Boca del Cuaró; 63. Puerto; 64. D-03-Calpica; 65. K-103-Albardón del Tigre; 66. K-86-Mandiyú; 67. K-87-Albardón del Tigre; 68. Arroyo Boicuá; 69. S-42-Río Arapey; 70. Piedra Pelada; 71. Zanja del Tigre 1; 72. W-52; 73. Cerro La Paloma; 74. Rancho Miño; 75. El Azul; 76. Arroyo Yarará Chico; 77. Cerro Chico I; 78. Cerro Chico II; 79. Cerro El Tigre; 80. Los Sauces I (Cigliano et al.1971b); 81. Los Sauces II; 82. Rancho Colorado I; 83. El Dorado; 84. Cerro del Tigre II; 85. Y-58-Isla de Arriba; 86. Isla de Arriba/Aruera-Corte 3 y 9; 87. Y-57; 88. Y-62-Bañadero; 89. Isla del Medio 1-Corte 1; 90. Palmera Sola; 91. Arroyo Ubajay; 92. Árbol Viejo; 93. Arroyo El Palmar 1; 94. El Potrero/El Cuatro; 95. La Yeguada; 96. Cerro de Boari 1; 97. Cerro de Boari 2; 98. Cerro de Boari 3; 99. La Correntina; 100. Cerro Lorenzo 2; 101. Ensenada del Bellaco; 102. Punta Negra Este; 103. El Cerro; 104. El Ceibal 1; 105. Sambaquí de Puerto Landa; 106. Cerros de los Pampas; 107. Cerrito de la Isla del Vizcaíno; 108. Túmulo de La Blanqueada; 109. Cerrito de Colonia Concordia; 110. Las Ánimas; 111. El Aserradero; 112. Rodeo Viejo La Nena; 113. Cerro el Indio; 114. Don Santiago.

Las riberas del río Uruguay y sus tributarios se caracterizan por la presencia de florestas subtropicales y bosques xerófilos que forman galerías (Cabrera & Willink 1980). En la cuenca superior por encima de los 500 msnm predomina la Floresta Ombrófila Mixta complementada con floresta de araucarias (Araucária angustifólia); por debajo de esta altitud se registra sobre todo la Floresta Estacional Decidual. En los interfluvios predominan los campos o pampas de gramíneas donde también se encuentran parches de araucarias (Leite & Klein 1990; Ruschel et al. 2009). En la cuenca media e inferior las galerías están compuestas de bosques y selvas ribereñas (mixtas y marginales), e intercaladas con bosques xerófilos caducifolios y palmares (Cabrera & Willink 1980; Iriondo & Kröhling 2008). Por fuera de los cauces se desarrollan praderas de gramíneas, sabanas y estepas graminosas y arbustivas. El clima es subtropical húmedo en la cuenca superior donde la temperatura anual varía entre 10° y 22º C, con inviernos fríos y heladas en el Planalto; y en la cuenca media e inferior varía entre 18º y 21º C, sin grandes variaciones estacionales. La cuenca inferior además presenta algunas características transicionales hacia un clima templado de latitudes más meridionales (Iriondo & Kröhling 2008).


Figura 2.
El río Uruguay en sus distintos tramos. A. curso superior en Águas de Chapecó (Brasil). B. curso superior en los saltos del Moconá (Brasil a la izquierda y Argentina a la derecha). C. curso medio en Salto Grande (Argentina a la izquierda y Uruguay a la derecha), la flecha señala el salto ubicado en el inicio de la cadena de islas. Nótese la Isla de Arriba, del Medio, de Abajo y la de Los Lobos a la derecha de la primera y más pequeña; actualmente todas están sumergidas por el embalse de la represa hidroeléctrica. D. curso inferior en Gualeguaychú (Estancia La Estopona) frente a la desembocadura del río Negro (Uruguay arriba y Argentina abajo). Nótense los cuatro grandes albardones que confluyen hacia el norte y se destacan por sobre la amplia llanura de inundación con bañados y lagunas que caracterizan las costas bajas de la cuenca inferior.
A. https://riosdelplaneta.com/rio-uruguay. B. https://www.diariodelviajero.com/america/saltos-del-mocona. C. Cristina Vassallo de Cettour. D. Celso Bel.

Este río ha sido objeto de interés antropológico-arqueológico desde fines del siglo XIX (p. ej. Lista [1878]1998; Figueira 1892; BIGA 1894 y Ambrosetti 1895). Desde entonces se han sucedido numerosas investigaciones, con diverso grado de sistematicidad metodológica y distintos marcos teóricos de acuerdo al transcurso del tiempo y a los cambios de paradigma dentro de la arqueología regional (véase p. ej. Rodríguez & Rodríguez 1985; Politis 1988, 2003; Funari 1994, 1999; Noelli 1999, 1999-2000 y Cabrera Pérez 2005, 2011) A partir de la década de 1960, los trabajos arqueológicos tanto en Brasil, Argentina y Uruguay comienzan a multiplicarse y se abordan temáticas diversas que incluyen por ejemplo: el poblamiento paleoindio, la tecnología lítica y cerámica, la subsistencia, el manejo agroforestal, la agricultura, la expansión de los jê del sur y de los guaraníes, y la arquitectura en tierra, entre las más destacadas.

El objetivo general de este trabajo es exponer una síntesis de la información arqueológica del río Uruguay3, desde sus nacientes hasta su desembocadura y desde el Pleistoceno final hasta el siglo XVII. En este sentido, en el apartado inicial se presenta un sumario descriptivo de los primeros estudios arqueológicos sistemáticos desarrollados en Brasil, Argentina y Uruguay. A continuación, toda la información referente al registro arqueológico se expone separada en cuatro apartados. El primero corresponde a la Transición Pleistoceno-Holoceno y al Holoceno temprano4, considerados conjuntamente. El segundo corresponde al Holoceno medio. En ambos apartados se describen de manera detallada los sitios arqueológicos con mayor cantidad de información generada sistemáticamente y con mayor número de dataciones radiocarbónicas. Para el tercer apartado, que corresponde al Holoceno tardío, debido al incremento sustancial del número de sitios arqueológicos registrados y de información sistemática, se sintetizan los rasgos generales de los tres conjuntos arqueológicos mejor conocidos (Taquara-Itararé, Goya-Malabrigo y guaraní). Al final de cada uno de los tres segmentos temporales se resumen las principales tendencias observadas en el registro arqueológico. El cuarto apartado está dedicado a un conjunto de artefactos sin cronología precisa, pero significativos para la arqueología del río Uruguay, como son las piedras grabadas y las grandes puntas líticas. Finalmente, sobre la base de la bibliografía consultada, se presenta un panorama general e integral, donde se señalan los atributos más destacados de la ocupación indígena de uno de los ríos más importantes, en términos ambientales y culturales, de Sudamérica.

Los primeros 40 años de arqueología sistemática en el río Uruguay

Los antecedentes arqueológicos del río Uruguay no son uniformes y homogéneos, debido al desarrollo teórico-metodológico de la disciplina en cada uno de los tres países involucrados y a las diferencias históricas, sociopolíticas y económicas entre cada uno de ellos (véase López Mazz 1999; Noelli 1999, 1999-2000; Cabrera Pérez 2005, 2011; Dias & Hoeltz 2010; De Souza 2012; Silva & Noelli 2016; Castro 2017; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017; entre otros). Aun así, se puede presentar una breve reseña de las investigaciones sistemáticas más significativas, desarrolladas entre las décadas de 1960 y 1990, con sus resultados más relevantes y los modelos de desarrollo cultural propuestos por distintos autores. Este recorte cronológico no desconoce los trabajos arqueológicos previos a 1960, al contrario, estos constituyen un importante aporte para el desarrollo de las investigaciones posteriores (p. ej. Serrano 1932,1933, 1950; Schmitz 1957; Bórmida 1964a y Taddei 1964). Desde finales de la década de 1990 y principios de 2000 en adelante, el contexto de las investigaciones arqueológicas constituyen historia reciente y no será abordado en profundidad en este trabajo (al respecto véase p. ej. Cabrera Pérez 2005, 2011; Saldanha 2005; Castiñeira Latorre 2008; Suárez 2011 y Castro 2017). Por el contrario, en los apartados correspondientes a la discusión del registro arqueológico, sí serán considerados los datos aportados por éstas investigaciones.

Desde mediados de la década de 1960 y principios de 1970, los estudios arqueológicos relacionados a la ocupación indígena del río Uruguay, comienzan a ser desarrollados de una manera más intensiva y sistemática tanto en Brasil (p. ej. Rohr 1966; Schmitz 1967; Miller 1969, 1987; Piazza 1969, 1971 y PRONAPA 1970), Argentina (p. ej. Cigliano 1967, 1968 y Rodríguez 1969, 1975) y Uruguay (p. ej. Cigliano et al. 1971a; Boretto et al. 1975; Baeza et al. 1977 y Díaz 1977). El mayor impulso a estos trabajos respondió, por un lado, al Programa Nacional de Pesquisas Arqueológicas (PRONAPA) desarrollado en Brasil, y por otro lado, a la necesidad de realizar un rescate arqueológico, en el territorio de Argentina y Uruguay que sería afectado por el embalse de la represa hidroeléctrica de Salto Grande, cuya construcción comenzó en 1974. En este marco, se realizaron numerosas prospecciones, recolecciones superficiales, sondeos estratigráficos y excavaciones sistemáticas; y como resultado se propusieron diversos modelos culturales para la región (véase más adelante).

En Brasil, los primeros relevamientos de Rio Grande do Sul fueron coordinados principalmente por Eurico Th. Miller y Pedro Ignácio Schmitz, e incluyeron la participación, entre otros, de Guilherme Naue,Itala Irene Basile Becker,Pedro Augusto Mentz Ribeiro,José Proenza Brochado, Fernando La Salvia y João Alfredo Rohr (p. ej. Schmitz 1967 y Miller 1969). En los trabajos de Schmitz (1967) en las zonas anegadizas e inundables de las nacientes del río Negro e Ibicuí, se registraron siete sitios arqueológicos con un total de 19 montículos5. Asimismo, en la margen norte del río Cuareim, se registraron seis sitios superficiales y uno en estratigrafía que no fue excavado. En estos últimos solo se recuperaron materiales líticos por lo que fueron incluidos en un periodo precerámico (Schmitz 1967).

Por su parte, el PRONAPA trabajó los estados de Santa Catarina y Rio Grande do Sul entre 1965 y 1971, y en general contó con la participación, entre otros, de investigadores de las universidades federales de Rio Grande do Sul (Brochado), Paraná (Igor Chmyz) y Santa Catarina (Walter Piazza); también de la Smithsonian Institution (Betty Meggers y Clifford Evans) y del Museu Arqueológico do Rio Grande do Sul (Miller) (véase PRONAPA 1970). El objetivo principal de este proyecto consistía en elaborar secuencias culturales compuestas de tradiciones y fases, que permitieran entender, primero las influencias y difusión de rasgos culturales (sobre todo la cerámica) y la migración humana; y a su vez, comprender la diversidad de los patrones de subsistencia en relación al entorno ambiental (PRONAPA 1970).

En este contexto, el PRONAPA relevó más de 1000 sitios arqueológicos en Santa Catarina y Rio Grande do Sul, muchos de los cuales fueron excavados, y propuso un modelo general compuesto por una serie de tradiciones regionales precerámicas y cerámicas. Entre las primeras están Umbu6 (Miller 1967, 1974) y Humaitá7 (Miller 1967). Umbu (ca.11.000-8300 años AP) se caracteriza por puntas de proyectil bifaciales y Humaitá (ca.6000-1000 años AP) por bifaces “bumerangoides”. Por su parte, las tradiciones cerámicas, subdivididas en fases, son el resultado de la construcción de secuencias seriadas definidas a partir del método de análisis cuantitativo de Ford (1954). Cada secuencia representaría una fase arqueológica o cultura, caracterizada por artefactos de piedra, patrón de asentamiento, entierros y por un complejo cerámico particular. Las tradiciones identificadas serían: Vieira (cerritos), Taquara, Itararé, Casa de Pedra (casas subterráneas, aterrosanelares, montículos funerarios y familia lingüística Jê) y Tupiguaraní (alfarería policroma y familia lingüística Tupi-guaraní) (Chmyz 1967, 1968; Miller 1967, 1971; Schmitz 1967, 1991; PRONAPA 1970; Prous 1992). Humaitá y Taquara serían semejantes al altoparanaense y el doradense de Menghin (1955-1956,1956) respectivamente, identificados en territorio argentino (Misiones). A pesar de las críticas recibidas por el PRONAPA y sus impulsores, muchas de estas categorías siguieron siendo utilizadas sin mayores discusiones (véase crítica por ejemplo en Noelli 1993, 1999, 1999-2000; Barreto 1998; Funari 1999 y Dias 2007).

Para el río Uruguay específicamente, se destaca el trabajo de Miller (1969, 1987) quién realizó el relevamiento y la excavación de varios sitios arqueológicos y obtuvo numerosos fechados radiocarbónicos. Este autor en principio identificó dos fases precerámicas sincrónicas [Amandaú (= Umbu) y Caaguaçu (= Humaitá)] y cuatro cerámicas [Taquaruçu y Taquara (= Tradición Taquara); e Irapuã y Comandaí (= Tradición Tupiguaraní)]. Además, en 1987 distinguió dos fases vinculadas a la Tradición Umbu: fase ibicuí con fechados obtenidos en los sitios arqueológicos RS-I-50 (12.770 ± 220 años 14C AP) y RS-Q-2B (12.690 ± 100 años 14C AP); y fase uruguay con 18 fechados obtenidos en 10 sitios arqueológicos (RS-IJ-67 y 68; RS-I-66, 67, 69, 70, 72, 97, 98 y 99) cuyas edades abarcan desde 11.555 ± 230 a 8585 ± 115 años 14C AP (Miller 1987, Tabla 1)8. Más recientemente para Brasil se pueden mencionar por ejemplo los trabajos de Noelli (2004a), Saldanha (2005), De Masi (2006), Copé (2006), Müller (2008), Dias & Hoeltz (2010), De Souza (2012), Costa Angrizani (2012), Carbonera (2014) y Noelli & De Souza (2017), cuyos resultados serán discutidos en los siguientes apartados del artículo.

En Argentina, los primeros estudios sistemáticos se focalizaron en la zona de Salto Grande9 (departamentos Monte Caseros en Corrientes, y Federación y Concordia en Entre Ríos). Los trabajos implicaron, por un lado, la participación de un equipo de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata encabezado por Eduardo Cigliano; y por otro lado, un equipo integrado por Amílcar Rodríguez y Jorge Rodríguez del Centro de Investigaciones Regionales de Concordia.

Cigliano (1967, 1968) y Cigliano et al. (1971a, 1971b), sobre la base de los trabajos previos de Amílcar Rodríguez en la zona, estudiaron varios sitios arqueológicos como por ejemplo: Cerro La Paloma, Cerro El Tigre y El Dorado y obtuvieron las tres primeras dataciones radiocarbónicas para el río Uruguay. Considerando estas últimas, junto a, criterios geocronológicos, a la variabilidad de los sitios arqueológicos y a los atributos tecno-tipológicos de sus materiales (líticos y cerámicos), los autores elaboraron una secuencia cronológica compuesta por cuatro fases culturales. La primera sería precerámica y las tres restantes cerámicas (La Paloma ca. 4000-3000 años AP; El Dorado ca. 1500 años AP; Cerro Chico ca. 1100-700 años AP; y Guaraní tardío ca. 500 años AP). Los fechados radiocarbónicos corresponden a la fase Cerro Chico y fueron obtenidos en los sitios arqueológicos Cerro Chico I (895 ± 35 años 14C AP), Cerro Chico II (770 ± 70 años 14C AP) y Los Sauces I (1090 ± 40 años 14C AP). La fase Guaraní tardío en Salto Grande estaría representada por la alfarería recuperada en las islas del río Uruguay (Isla de Arriba, Isla del Medio e Isla de Los Lobos); semejante a la registrada en el sitio arqueológico El Arbolito ubicado en el Río de la Plata (isla Martín García) y que presenta una datación radiocarbónica de 405 ± 35 años 14C AP (Cigliano et al. 1971a).

Por su parte, Amílcar y Jorge Rodríguez (1984, 1985) impulsaron y participaron en el Proyecto Antropológico-Ecológico Salto Grande (PA-ESG) iniciado en 1977, que incluía tareas de investigación y rescate arqueológico en la zona afectada por la represa. Se detectaron alrededor de 80 sitios arqueológicos, de los cuales aproximadamente el 75% quedaría bajo el agua del embalse (Rodríguez & Rodríguez 1984, 1985). Estos autores estudiaron varios sitios arqueológicos de manera sistemática y aportaron siete nuevas dataciones radiocarbónicas que son: Los Sauces II10 (1670 ± 70 y 1370 ± 70 años 14C AP), Rancho Miño (1460 ± 80 años 14C AP), Arroyo Yarará Chico (1470 ± 80 y 1180 ± 95 años 14C AP), y Rancho Colorado I (820 ± 70 y 750 ± 70 años 14C AP) (Rodríguez & Rodríguez 1985). Sobre la base de estas dataciones, además de estimaciones cronológicas relativas basadas en la estratigrafía y en algunas comparaciones tecno-tipológicas con sitios arqueológicos datados en Uruguay (Baeza at al. 1977), propusieron una secuencia temporal con tipos culturales acerámicos (Los Sauces ca. 6500-4700 años AP; La Paloma ca. 6000-2800 años AP; y Río Uruguay ca. 4500-2500 años AP) y cerámicos (Salto Grande ca. 2500-500 años AP; Cerro Chico ca. 1700-500 años AP; y Tupi Guaraní ca. 700 años AP) (Rodríguez & Rodríguez 1985).

En una síntesis posterior, Rodríguez & Ceruti (1999) distinguen para la etapa precerámica del río Uruguay entidades culturales tales como Uruguay I (11.500- 8500 años AP), Uruguay II(ca. 7000-2000 años AP), Humaitá (ca. 6000-1000 años AP) e Ivaí (ca. 6000-2000 años AP); y para la etapa cerámica Tacuara, Salto Grande, Ibicueña, Vieira, Goya-Malabrigo y Tupiguaraní. Todas tienen distintas extensiones espaciales, que a veces se suceden en el tiempo o se manifiestan sincrónicamente según el área.

Entre 1966 y 1970 Ciro René Lafon y su grupo de trabajo comenzaron a trabajar en el Nordeste argentino (NEA). Específicamente en el río Uruguay excavaron algunos sitios arqueológicos (p. ej. El Aserradero y Las Ánimas) y recorrieron la zona de Salto Grande y los departamentos Federación, Colón, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú, pero no publican detalles de los resultados obtenidos. A partir de sus investigaciones en el NEA, Lafon elaboró una secuencia de desarrollo constituida por unidades culturales individuales que conformarían un complicado mosaico arqueológico regional (Lafon 1971, 1972). Así, finalmente plantea la existencia de dos estadios, uno acerámico y otro cerámico, subdivididos en cinco periodos (I: desde el poblamiento hasta 7000 años AP que incluye el altoparanaense, catalanense y cuareimense. II: de 7000 a 4000 años AP que incluye la fase La Paloma. III: de 4000 a 1000 años AP que incluye la fase El Dorado. IV: de 1000 a 700 años AP que incluye distintas facies adaptadas a los distintos contextos ecológicos locales —p. ej. ribereños plásticos—. V: de 1300 a 450 años AP correspondería al Horizonte Guaraní) (Lafon 1972).

Para la cuenca inferior del río Uruguay es preciso destacar el trabajo de Alberto Cione, Antonia Rizzo y Eduardo Tonni (1977), donde presentan los resultados de la excavación del sitio arqueológico Cerros de los Pampas (véase Castro 2017). Este es el primer trabajo que realiza un análisis sistemático de los restos faunísticos, con el fin de caracterizar las condiciones ambientales y establecer las especies consumidas y/o utilizadas por los ocupantes del asentamiento. También se deben mencionar las investigaciones de María Amanda Caggiano, quién entre 1982 y 1983 relevó y excavó varios sitios arqueológicos (p. ej. El Ceibal 1, Cerro el Indio, El Potrero/El Cuatro,Don Santiago y Rodeo Viejo La Nena) y aportó cuatro nuevas dataciones para el río Uruguay (Don Santiago con 1300 ± 80 y 1090 ± 80 años 14C AP y Rodeo Viejo La Nena con 1420 ± 80 y 1420 ± 80 años 14C AP) (Caggiano 1983, 1984). En su síntesis de 1984, Caggiano propone un modelo de poblamiento de la región basándose sobre todo en las investigaciones de Serrano y Menghin, y en los resultados de sus propios trabajos de campo. De esta forma, plantea que el poblamiento de la región se desarrolló en dos etapas, una precerámica y otra cerámica (Caggiano 1984). En la primera reconoce la existencia de varios “complejos industriales” líticos (hacha de mano, de guijarros, de lascas, de puntas de proyectil) y uno sobre hueso (tradición cululú). Asimismo, Caggiano distingue varias entidades culturales como mocoretá, cululú, cultura entrerriana, cultura de los ribereños plásticos y tupiguaraní (Caggiano 1983, 1984).

Además de Caggiano, también se cuentan los aportes de Carlota Sempé, Antonia Rizzo y Ruth Adela Poujade desde mediados de la década de 1960 para la provincia de Misiones, donde relevan y excavan varios sitios arqueológicos (Rizzo 1977; Poujade 1992, 1995; Sempé & Caggiano 1995; Sempé & Rizzo 2000). Uno de los cuales es Panambí 3, un asentamiento guaraní, donde obtienen la primera datación para esa provincia (920 ± 70 años14C AP) (Poujade 1992, 1995; Sempé & Caggiano 1995; Sempé & Rizzo 2000). Finalmente, para Argentina, los resultados de los estudios realizados por este autor, en el río Uruguay medio e inferior, e iniciados en el año 2007 y en desarrollo, serán presentados oportunamente más abajo.

En Uruguay, previamente a la década del 1960, es importante mencionar los trabajos realizados a partir de 1955 en el norte del país, y que tendrían una marcada influencia en la arqueología de la región. Sobre la base de recolecciones superficiales y sondeos estratigráficos exploratorios en sitios arqueológicos del arroyo Catalán Chico y del río Cuareim, Antonio Taddei y Marcelo Bórmida postulan la existencia de dos “industrias” líticas precerámicas, denominadas catalanense y cuareimense (Bórmida 1964a, 1964b; Taddei 1964). La primera se caracterizaría por el predominio de instrumentos sobre lascas y la segunda por instrumentos sobre guijarros (nódulos y núcleos). Sobre la base de estudios geoestratigráficos se postula que, ambas presentarían una gran antigüedad y sus inicios estarían entre los ca. 11.000 y 10.000 años AP y entre ca. 8000 y 7000 años AP respectivamente (al respecto véase p. ej. Suárez 2010 y Cabrera Pérez 2011).

Posteriormente, en el año 1972, se iniciaron los estudios sistemáticos sobre el río Uruguay, en los departamentos de Artigas y Salto. Por un lado, trabajó un equipo del Centro de Estudios Arqueológicos de Montevideo (CEA), presidido por Taddei, y de la Facultad de Humanidades y Ciencias (FHC), dirigidos por Antonio Austral. Este equipo contaba con la colaboración del Museo Municipal de Historia Natural de Río Negro y del Museo de Historia Natural de Salto, e incluía la participación de investigadores del Instituto Anchietano de Pesquisas Arqueológicas de Rio Grande do Sul (Schmitz y Basile Becker), de la Universidad Nacional de La Plata (Antonia Rizzo, Carlos Ceruti y Héctor D´Antoni), y de la Smithsonian Institution (Meggers y Evans). Por otro lado, una Misión Internacional, financiada mayormente por UNESCO y los estados de Francia y Uruguay, llevó adelante el proyecto Misión de Rescate Arqueológico de Salto Grande (MRASG), dirigido por Annette Laming-Emperaire primero y por Niède Guidon después. En este proyecto participaron grupos de investigación de Francia, Canadá, Alemania, Brasil y Estados Unidos de América, además de estudiantes y aficionados de Uruguay, Brasil y Argentina (véase p. ej. Guidon 1977, 1979; Cabrera Pérez 2005, 2011 y Castiñeira Latorre 2008).

Entre 1972 y 1976 el equipo del CEA y sus colaboradores excavaron algunos sitios arqueológicos en Salto, como por ejemplo: Isla del Medio 1, Isla de Arriba/Aruera y Bañadero (también denominado Y-62 a partir de la MRASG); y en 1976 obtienen tres dataciones radiocarbónicas que son: Isla del Medio 1-Corte 1: 2350 ± 80 años 14C AP; Isla de Arriba/Aruera-Corte 3: 2370 ± 80 años 14C AP; e Isla de Arriba/Aruera-Corte 9: 1140 ± 100 años 14C AP (Baeza et al. 1977; Baeza 1985). Sobre la base de estos fechados y del estudio de los materiales arqueológicos, tanto de excavaciones como de colecciones particulares y de museos, Díaz (1977, 1985) elabora un esquema regional de ocupación humana que contempla tres momentos o periodos (Lítico 2, Lítico 1 y Ceramolítico) (Díaz 1977, 1985). Las dataciones más tempranas marcarían el comienzo del Ceramolítico, que correspondería ala facie Salto Grande (cultura básica del litoral de Serrano 1972). Paralelamente, sobre la base de este primer esquema cultural y de sus propias investigaciones en el sitio arqueológico Bañadero, Austral (1977) elabora para la zona de Salto Grande un modelo sobre la ocupación humana que contempla cuatro momentos (Precerámico I ca. poblamiento inicial transición Pleistoceno-Holoceno -puntas de proyectil-; Precerámico II ca. 4600 años 14C AP -placas grabadas-; Cerámico I ca. 2400 años 14C AP -incorporación de la alfarería-; y Cerámico II ca. 600 años AP -cerámica guaraní-). Estas propuestas (Austral 1977; Díaz 1977, 1985) fueron posteriormente retomadas, modificadas y/o ampliadas y sirvieron de base para las modelos de diversos autores entre los años 1970 y 1990 (p. ej. Díaz & Baeza 1977; Díaz & Fornaro 1977; Guidon 1987; Cabrera Pérez & Curbelo 1990 y Hilbert 1991).

La MRASG realizó sus investigaciones entre 1976 y 1983 en la costa del rio Uruguay, en el tramo comprendido entre los departamentos de Artigas y Salto. Los diferentes grupos de investigación que conformaban la MRASG relevaron más de 100 sitios arqueológicos de los cuales se excavaron por ejemplo: D-03-Calpica, K-86-Mandiyú, K-87-Albardón del Tigre, K-103-Albardón del Tigre, S-42-Río Arapey, Y-62-Bañadero, Y-57, Y-58-Isla de Arriba y W-52. En estos sitios arqueológicos se obtuvieron dataciones radiocarbónicas, algunas de las cuales ubican la ocupación humana durante la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno temprano (p. ej. Baeza 1985; Hilbert 1985, 1991 y Guidon 1987) (véase más adelante). El modelo de síntesis final presenta distintos momentos, señalados por diferencias tecnológicas, adaptativas y de densidad poblacional; con cronologías que van desde el poblamiento inicial hasta épocas posteriores a la conquista europea (p. ej. ca. 12.000, 10.000, 6000, 4600, 2500 y 1000 años AP). Las diferencias sustanciales entre los distintos momentos está dada por las dataciones radiocarbónicas y por la presencia de rasgos tecnológicos considerados como diagnósticos (p. ej. presencia y proporción de determinadas materias primas líticas, instrumentos de molienda y cerámica) (véase Guidon 1987; Castiñeira Latorre 2008; Cabrera Pérez 2011).

Posteriormente, con la intención de integrar los distintos esquemas y modelos propuestos con anterioridad para el área de Salto Grande, Cabrera Pérez & Curbelo (1990) proponen un modelo que presenta tres componentes, que sintetizarían, para la década de 1990, la historia ocupacional de la región (Componente inferior ca. 12.000-7000 años AP; Componente medio ca. 7000-2000 años AP; y Componente superior ca. 2000-300 años AP). Este último componente se caracterizaría por una economía de explotación de recursos fluviales y la adopción de la cerámica y la horticultura. Por su parte, Hilbert (1991, 1994) propone un modelo regional donde sintetiza e integra los modelos previos incluyendo también el sur de Brasil. Identifica dos tradiciones líticas que tendrían un desarrollo paralelo, una de cazadores-recolectores primitivos sin puntas de proyectil (catalanense ca. 9000-7000 años AP y cuareimense ca. 8000-4500 años AP) y otra de cazadores superiores especializados con puntas de proyectil (tradiciones con puntas acanaladas -paleoíndio- ca. 10.000 años AP; tradiciones antiguas con puntas de proyectil ca. 10.400-9600 años AP; y tradición tardía con puntas de proyectil ca. 4000-1000 años AP). Asimismo, reconoce un conjunto de tradiciones alfareras que se manifiestan a lo largo del río (tradición Vieira ca. 1400-300 años AP; cultura entrerriana 2500-500 años AP; cultura de los ribereños plásticos ca. 2500-500 años AP; y la tradición tupí-guaraní ca. 1500-500 años AP) (Hilbert 1991, 1994).

Para Uruguay, también se deben mencionar los trabajos desarrollados, entre fines de la década de 1960 y mediados de la década de 1970, desde el Museo Municipal de Historia Natural de Río Negro en los departamentos de Rio Negro y Soriano (Boretto et al. 1975, 1980). A partir de ellos, se definieron para la zona de la desembocadura del río Negro, aplicando método de Ford, tres fases denominadas Vizcaíno, Cerro y Yeguada (1 y 2), además de una tradición lítica (Boretto et al. 1975). Finalmente, a partir del año 2000 se cuenta con los datos de investigación de Iriarte (2001), Castillo (2004), Farías (2005), Castiñeira Latorre (2008), Suárez (2011), Capdepont (2012), Gascue et al. (2016a), entre otros (véase más adelante).

A lo largo del río, y desde fines del siglo XIX en adelante, también hay que tener en cuenta los estudios y las contribuciones, en forma de publicaciones, conformación de colecciones y/o fundación de museos, de distintos aficionados, profesores, autodidactas y coleccionistas; entre los que se destacan: Antonio Taddei, Jorge Femenías, Horacio Arredondo, Carlos de Freitas, José Henriques Figueira, Eugenio Petit Muñoz, Daniel Vidart, Néstor Oscar Vassallo, Cristina Vassallo de Cettour, Edgar Poenitz, Andrés García, Manuel Salvador Almeida, Gregorio Laforcada, Roberto Cámpora y Francisco Oliveras, entre otros (véase al respecto p. ej. Freitas 1953a; Taddei 1964; Poenitz 1970, 1971; Vassallo 1971; Díaz et al. 1980; Laforcada & Ambrosoni 1980; Almeida 1983; Hilbert 1991; Vassallo de Cettour 1995; Farías 2005; Suárez 2010; Cabrera Pérez 2011; Capdepont 2012; Castro & Del Papa 2015; Gascue et al. 2016a y Castro 2017).

Para finalizar, con las investigaciones desarrolladas entre las décadas de 1960 y 1990, se puede sostener que ellas estuvieron orientadas básicamente (aunque no exclusivamente) a la comparación y clasificación del registro arqueológico en unidades culturales discretas. En este sentido, a los efectos de organizar el registro arqueológico se aplicaron diversas categorías analítico-clasificatorias y se establecieron secuencias culturales, separadas fundamentalmente en dos grandes etapas o períodos, definidos a partir de la presencia o ausencia de cerámica (Schmitz 1967; PRONAPA 1970; Serrano 1972; Caggiano 1984; Rodríguez 2001; entre otros). Dentro de los cuales, se identificaron por ejemplo tradiciones (PRONAPA 1970; Lafon 1971; Caggiano 1984; Hilbert 1991), entidades (Serrano 1972; Caggiano 1984; Rodríguez & Ceruti 1999), complejos (Miller 1969, 1987; Serrano 1972; Caggiano 1984), tipos (Rodríguez & Rodríguez 1985), unidades (Lafon 1972; Austral 1977; Rodríguez & Rodríguez 1985), etapas (Rodríguez & Ceruti 1999), horizontes (PRONAPA 1970; Lafon 1971, 1972), fases (Miller 1969, 1987; PRONAPA 1970; Cigliano et al.1971a, 1971b), momentos (Austral 1977; Díaz 1977, 1985), componentes (Cabrera Pérez & Curbelo 1990) y facies (Serrano 1972; Caggiano 1984). Algunas de estas categorías tenían expresiones locales, duraciones temporales imprecisas o indefinidas, y estaban basadas en pocos artefactos diagnósticos y/o en materiales de recolección superficial sin contextos claros. Asimismo, en algunos casos, y en relación a la escasa profundidad temporal que se les atribuía, estos conjuntos de materiales eran identificados de manera acrítica como patrimonio de los grupos descriptos para la región por los informes de los conquistadores y las crónicas tempranas (p. ej. kaingang, chaná-timbú, guaraníes y charrúas).

De todas maneras, la elaboración de los modelos explicativos citados arriba, permitieron un primer ordenamiento parcial de la información y una discusión a escala regional de ciertos tópicos que siguen siendo estudiados en la actualidad (p. ej. el poblamiento temprano, la adopción de la alfarería y la expansión poblacional). Con el trascurso del tiempo muchas de estas categorías han sido abandonadas, discutidas o redefinidas, y algunos de los esquemas y modelos abandonados o superados (p. ej. Noelli 1999-2000; Dias 2007; Castiñeira Latorre 2008; Dias & Hoeltz 2010; Cabrera Pérez 2011; Suárez 2011; Politis & Bonomo 2012; Araujo 2015; Bonomo et al. 2015; Iriarte et al. 2016; Silva & Noelli 2016; Noelli & De Souza 2017; Suarez et al. 2017; Castro 2018 y Moreno de Sousa & Okumura 2018).

La historia de las primeras investigaciones ha ido acompañando, con menor o mayor énfasis, las distintas corrientes teóricas regionales, basadas en paradigmas de origen europeo y/o norteamericano (Politis 1995, 2003; Funari 1994, 1999; López Mazz 1999; Noelli 1999, 1999-2000; Cabrera Pérez 2011; Silva & Noelli 2016). Así, en la bibliografía se suceden, a partir de la década de 1960, nociones del difusionismo austro-alemán (p. ej. Bórmida 1964a; Lafon 1972; Austral 1977; Caggiano 1984 y Hilbert 1991) y norteamericano (p. ej. PRONAPA 1970; Serrano 1972; Rodríguez & Rodríguez 1985; Miller 1987 y Schmitz 1987). El primero es más notable sobre todo en Uruguay, bajo la influencia de la llamada Escuela de Buenos Aires, y el segundo, con un fuerte componente de determinismo ambiental bajo la influencia de Meggers y Evans, en el extremo sur de Brasil y el Nordeste argentino. Entre estas dos vertientes, la influencia francesa fue más notable en Brasil (véase Cabrera Pérez 2011). La adopción de estos lineamientos teóricos se debió en parte a la marcada influencia y participación de arqueólogos extranjeros en los proyectos más importantes de la región (p. ej. PRONAPA y MRASG) (Funari 1999; López Mazz 1999; Noelli 1999, 1999-2000; Cabrera Pérez 2011; Silva & Noelli 2016). Más tardíamente, a partir de la década de 1980, hay una marcada presencia del enfoque procesual y adaptativo, acoplado a las corrientes histórico-culturales norteamericanas preexistentes (p. ej. Rodríguez 1992, 2001).

A partir de la década de 1990 y hasta la actualidad a los estudios procesuales se suman perspectivas de la Arqueología del Paisaje, de la Ecología Histórica y los estudios de etnogénesis e historia indígena; que incorporan además datos de la lingüística, la etnoarqueología, la etnografía, la etnohistoria, la antropología biológica y la genética (véase Noelli 1999-2000; Saldanha 2005; De Masi 2006, 2009; Araujo 2007; Copé 2007, 2015; Müller 2008; De Souza 2011, 2012; Neves et al. 2011; Capdepont 2012; Costa Angrizani 2012; Silva & Noelli 2016; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017; Robinson et al. 2017; entre otros).

Las primeras ocupaciones humanas

Las ocupaciones humanas más antiguas del río Uruguay, asociadas a la transición Pleistoceno-Holoceno y al Holoceno temprano (ca. 14.000-8200 años AP), se concentran en su cuenca media, en un área que comprende el sudoeste de Brasil y el norte de Uruguay. Para el territorio argentino adyacente al río Uruguay, solo se han identificado algunos hallazgos superficiales de puntas de proyectil cola de pescado y Pay Paso, además de un lito discoidal cuya antigüedad se estima entre ca. 10.725 y 10.140 años 14C AP según hallazgos semejantes en contextos datados (Castro & Terranova 2015; Castro 2017).

En Brasil, para estos periodos, se cuentan ocho sitios arqueológicos fechados con 22 dataciones radiocarbónicas: RS-IJ-67-Pessegueiro, RS-I-66-Milton Almeida, RS-I-67-Touro Passo I, RS-I-69-Laranjito, RS-I-70-Imbaá I, RS-I-72-Palmito 2, ACH-LP-01-Chapecó y ACH-LP-07-Chapecó (Figura 1)11.La mayor cantidad de información proviene de RS-I-69, ACH-LP-01 y ACH-LP-07. En otros sitios arqueológicos con fechados tempranos obtenidos por Miller (1987) no es clara la asociación entre las edades radiocarbónicas y los materiales culturales (RS-IJ-68-Garruchos, RS-I-97-Carumbé, RS-I-98-Saudade y RS-I-99-Ponta Leste 6). Lo mismo ocurre con una datación de RS-I-69-Laranjito de 9620 ± 110años 14C AP (véase Bueno et al. 2013).

RS-I-69-Laranjito (Miller 1987; Moreno de Sousa 2017) se ubica en la margen izquierda del río uruguay (Figura 3A). Presenta cinco dataciones radiocarbónicas que abarcan desde 10.985 ± 100 a 10.200 ± 125 años 14C AP (Miller 1987). Tiene características semejantes a los demás sitios arqueológicos de la fase Uruguaí (Tradición Umbu). Presenta un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen raspadores, cuchillos, bifaces, choppers, pre-formas lanceoladas bifaciales, lascas y láminas retocadas y/o con rastros de uso sobre el filo natural, percutores, yunques y dos tipos de puntas de proyectil tempranas: cola de pescado y Tigre (Miller 1987; Moreno de Sousa 2017; Suárez et al. 2017). Las materias primas usadas son principalmente basalto, seguido por arenisca silicificada metamórfica (=cuarcita de intertrap o arenito de la Formación Botucatú o Tacuarembó, en adelante cuarcita), calcedonia, ágata y cuarzo (Miller 1987; Moreno de Sousa 2017). El conjunto lítico indica actividades de aprovisionamiento de materias primas, reducción de rodados, manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos, y posiblemente la reparación del armamento y el recambio de puntas de proyectil; además del procesamiento y consumo de animales. Sobre la base de las dataciones, Bueno et al. (2013) distinguen dos eventos de ocupación(ca. 10.800 y 10.275 años 14C AP). RS-I-69-Laranjito y otros sitios arqueológicos de la fase Uruguaí podrían ser considerados como asentamientos residenciales de actividades múltiples ocupados en varias ocasiones.

ACH-LP-01-Chapecó (Scientia 2009; Bueno et al. 2013) se ubica en la margen derecha del río Uruguay y tiene tres periodos de ocupación, uno precerámico (1,30 a 0,20 m), otro superior lito-cerámico asociado a los guaraníes (0,20 m a la superficie) y uno moderno. Para el primero de estos presenta dos dataciones radiocarbónicas de 8370 ± 60 y 8270 ± 70 años 14C AP12 (Lourdeau et al. 2014). Se caracteriza por un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen, unifaces, bifaces, piezas con retoque sumario, lascas, láminas y hojas retocadas y con rastros de uso sobre el filo natural, percutores y puntas de proyectil pedunculadas de limbo triangular. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita seguida por sílices, cuarzo, metalamito y basalto (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2014; Hoeltz et al. 2015). El conjunto lítico indica actividades de aprovisionamiento de materias primas, reducción secundaria de rodados, manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos.

ACH-LP-07-Chapecó (Lourdeau et al. 2016) se ubica en la margen derecha del río Uruguay y tiene cuatro momentos de ocupación, tres precerámicos (uno correspondería al Holoceno medio, véase adelante) y uno cerámico asociado a los guaraníes. Los dos más antiguos cuentan con siete dataciones radiocarbónicas que abarcan desde 9925 ± 45 a 8585 ± 40años 14C AP (Lourdeau et al. 2016). El conjunto lítico inferior presenta escasos artefactos líticos (n= 8): seis desechos de talla, un instrumento lascado y un percutor; todos silíceos y algunos elaborados a partir de rodados fluviales. El conjunto lítico restante está conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen una punta de proyectil, un raspador, y lascas y láminas retocadas. Las materias primas usadas son cuarcita, sílices, cuarzoy basalto (Lourdeau et al. 2016). El conjunto lítico indica actividades de aprovisionamiento de materias primas, reducción de rodados, manufactura, uso y descarte de instrumentos líticos.

En Uruguay, para la transición Pleistoceno-Holoceno y el Holoceno temprano, se cuentan siete sitios arqueológicos fechados con 57 dataciones radiocarbónicas: Pay Paso 1, K-87-Albardón del Tigre, Laguna Canosa, Y-58-Isla de Arriba, D-03-Calpica, Boca del Cuaró y Zanja del Tigre 1 (Figura 1). La mayor cantidad de información proviene de Pay Paso 1 y K-87-Albardón del Tigre. Por su parte, Y-58-Isla de Arriba y D-03-Calpica son cuestionados debido a que los fechados no están asociados directamente a materiales culturales (p. ej. Politis et al. 2004; Castiñeira Latorre 2008 y Suárez 2011).

Pay Paso 1 (Austral 1995; Suárez 2011) se ubica en la margen izquierda del río Cuareim inferior, a 16,5 km de su desembocadura en el río Uruguay (Figura 3B). Se destaca por contar con el mayor número de fechados radiocarbónicos (n= 32) obtenidos para un sitio temprano de la región; estos abarcan desde 10.930 ± 20 a 8570 ± 150 años 14C AP (Austral 1995; Suárez 2011). Se caracteriza por presentar un variado conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen raspadores, raederas, cuchillos, bifaces, choppers, chopping tools, hojas con rastros de uso sobre el filo natural, láminas retocadas, piezas con retoque sumario, percutores, perforador, cepillo-rabott y tres tipos de puntas de proyectil tempranas: cola de pescado, Tigre y Pay Paso. Asimismo, presenta una interesante asociación faunística (NISP= 186) compuesta por Equus sp., Glyptodon sp., Myocastor coypus, Rhea americana y Leporinus sp. Ninguno de estos taxa presenta evidencias de procesamiento antrópico a pesar de estar vinculados espacialmente a los artefactos líticos (Suárez 2011).

Sobre la base de observaciones estratigráficas, arqueológicas y cronológicas Suárez (2011) distingue tres componentes culturales tempranos. El más antiguo (componente 1) entre 10.930 ± 20 y 10.500 ± 25 años 14C AP; el intermedio (componente 2) entre 10.205 ± 35 y 10.115 ± 25 años 14C AP; y el más reciente (componente 3) entre 9585 ± 25 y 8570 ± 150 años 14C AP. Este sitio arqueológico es considerado por Suárez (2011) como un asentamiento residencial de actividades múltiples, ocupado en varias ocasiones, donde las principales actividades fueron el aprovisionamiento de materias primas, la reducción de rodados, la manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos, y también la reparación del armamento y la elaboración y recambio de puntas de proyectil. Además, se registró una tecnología orientada a la producción de hojas a partir de núcleos preparados. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita y ágata traslucida, y en menor proporción caliza silicificada, jaspe y basalto. Posiblemente los ocupantes de Pay Paso 1 desarrollaron una economía generalizada que incluyó la caza de megamamíferos extintos y especies actuales que incluyen roedores, aves y peces (Suárez 2011).

K-87-Albardón del Tigre (Hilbert 1985, 1991; Guidon 1989a; Suárez et al. 2017) se ubica sobre el río Uruguaypróximo a la desembocadura del arroyo El Tigre (Figura 3C). Para este periodo presenta 19 dataciones radiocarbónicas que abarcan desde 11.355 ± 30 a 8405 ± 25 años 14C AP (Hilbert 1991; Suárez et al. 2017). Hilbert (1991) identificó dos periodos de ocupación, uno precerámico (niveles estratigráficos del 9 al 5; 0,50 m) y otro superior cerámico (niveles 4 a 1; 0,40 m). Por su parte, Suárez et al. (2017) excavaron otro sector del sitio arqueológico e identificaron seis unidades estratigráficas, de las cuales la número 2 (1,30-0,78-m) y la 4 (0,58-0,25m) contienen la mayoría de los materiales arqueológicos. La unidad estratigráfica 2 se caracteriza por un conjunto lítico conformado por desechos de talla e instrumentos que incluyen bifaces, preformas bifaciales, unifaces, láminas y lascas retocadas, percutores, un molino y puntas de proyectil cola de pescado, Tigre y Pay Paso. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita seguida por ágata traslucida. Es un sitio multicomponente considerado como un asentamiento residencial de actividades múltiples, donde se realizó sobre todo manufactura, uso, reparación y reactivación de instrumentos bifaciales (Hilbert 1985; Castiñeira Latorre 2008; Suárez 2011; Suárez et al. 2017).

Laguna Canosa (Suárez 2011) se ubica sobre el río Uruguay aproximadamente a 7 km de la desembocadura del río Cuareim. A 15,5 km al oeste de Pay Paso 1 y a 53 km al norte de K-87-Albardón del Tigre. Presenta una datación radiocarbónica de 9730 ± 30 años 14C AP (Suárez 2011). Se caracteriza por un conjunto lítico conformado por desechos de talla e instrumentos que incluyen bifaces, láminas retocadas y una punta de proyectil cola de pescado y una Tigre. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita seguida por ágata traslucida. El conjunto lítico indicaría actividades de manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos, y posiblemente la reparación del armamento y el recambio de puntas de proyectil.

Y-58-Isla de Arriba (Guidon 1989b) se ubica en el río Uruguay en la Isla de Arriba. Presenta una datación radiocarbónica de 11.200 ± 500 años 14C AP (Guidon 1989b). Se caracteriza por un conjunto lítico conformado por núcleos y desechos de talla. Las materias primas usadas son principalmente calcedonia y jaspe. Además, se registraron restos cerámicos y óseos faunísticos y humanos en los niveles superiores. Es un sitio multicomponente considerado como un campamento de actividades específicas de talla, que incluyen la manufactura de bifaces y/o mantenimiento de puntas de proyectil durante la ocupación más temprana; y un asentamiento residencial de actividades múltiples para las ocupaciones cerámicas. Los artefactos líticos de los niveles inferiores no están asociados directamente al fechado (Politis et al. 2004; Castiñeira Latorre 2008; Suárez 2011).

D-03-Calpica (Guidon 1989a) se ubica sobre el río Uruguay próximo a la desembocadura del arroyo Itacumbú. Presenta una datación radiocarbónica de 9320 ± 170 años 14C AP (Guidon 1989a). Los niveles inferiores se caracterizan por un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen raspadores, raederas y lascas retocadas. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita y calcedonia. Es un sitio multicomponente considerado como un campamento de actividades específicas de talla para la ocupación más temprana. El fechado se ubica por debajo del último nivel lítico por lo que no correspondería al contexto cultural (Politis et al. 2004; Castiñeira Latorre 2008; Suárez 2011).

Zanja del Tigre 1(Suárez et al. 2011) a diferencia de los anteriores, que son sitios arqueológicos a cielo abierto, es un alero rocoso y se ubica en la Cuchilla de Haedo. Presenta dos dataciones radiocarbónicas de 8750 ± 30 y 8770 ± 30 años 14C AP (Suárez et al. 2011). Se caracteriza por un conjunto lítico conformado por desechos de talla e instrumentos que incluyen puntas de proyectil, bifaces, abradidores y piezas unifaciales. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita y calcedonia, además de cuarzo, jaspe, ópalo y basalto. Se destaca, en muy baja proporción, la presencia de caliza silicificada proveniente de largas distancias (Suárez et al. 2011). El conjunto lítico indica actividades de manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos, y posiblemente la reparación del armamento y el recambio de puntas de proyectil.

Sobre el sitio arqueológico Boca del Cuaró, ubicado en la zona de la confluencia del arroyo Cuaró Grande y el río Cuareim, se ha publicado una datación radiocarbónica de 8405 ± 20 años 14C AP (Suárez 2017). Por último, en territorio uruguayo y dentro de la cuenca del río Uruguay, es necesario mencionar los abundantes registros de puntas de proyectil cola de pescado en la cuenca media del río Negro (n= 42) (p. ej. Suárez 2011 y Nami 2013). Si bien, a partir de sus características tecnomorfológicas, son asignadas a ocupaciones tempranas, ninguna de estas puntas presenta un contexto arqueológico fechado.

En síntesis, el poblamiento inicial del río Uruguay se manifiesta en sitios arqueológicos situados sobre todo en la margen izquierda de su cuenca media. El bajo número de este tipo de ocupaciones posiblemente responda a la combinación de diversos factores como, la visibilidad arqueológica y los problemas de muestreo en un ambiente fluvial altamente dinámico; a una baja densidad poblacional y a un ritmo lento de exploración y ocupación de un nuevo territorio desconocido y deshabitado (Borrero 1999, 2015; Suárez 2017).

De acuerdo a la información disponible, la ocupación humana de este periodo se caracteriza por asentamientos relativamente pequeños, con cortos momentos de ocupación pero con redundancia ocupacional a lo largo de mucho tiempo y por una baja frecuencia de artefactos líticos (Suárez 2017). Estos asentamientos residenciales se establecieron en los márgenes de los ríos y arroyos de la red fluvial, flanqueados por bosques y floresta. Se ocuparon espacios a cielo abierto, cuevas y aleros rocosos. Desde allí se habría planificado y desarrollado la explotación del entorno mediante salidas logísticas (p. ej. Bueno et al. 2013 y Suárez 2017). La subsistencia de estos primeros pobladores sería de carácter generalista, basada en el consumo de peces, mamíferos pequeños y medianos, recolección de huevos de aves y ocasionalmente fauna pleistocénica (Suárez 2017). Algunos recursos como moluscos, insectos, miel y vegetales no deben haber sido desaprovechados.

En cuanto a la tecnología lítica, las puntas cola de pescado, cuyo rango temporal es de ca.11.500-9000 años 14C AP, están presentes en Pay Paso 1 y 8, K-87-Albardón del Tigre, Laguna Canosa, Los Pinos, Arroyo Boicuá y RS-I-69-Laranjito en Brasil (Suárez 2017), al igual que en el nordeste de Entre Ríos y el sudeste de Corrientes en Argentina (Castro & Terranova 2015). En este marco, los primeros humanos del área se podrían vincular a los cazadores-recolectores que se dispersaron por el resto del continente y con los cuales tenían conocimiento compartido, ya que estas puntas de proyectil son tecnológica y estilísticamente semejantes a las de la región pampeana y la Patagonia en Argentina, y a las del resto de Sudamérica en general (p. ej. Politis 1991; Flegenheimer 2003; Nami 2011; Castiñeira Latorre et al. 2012; Prates et al. 2013; Miotti & Terranova 2015; entre otros). Esto además indica que la ocupación del río Uruguay medio se dio de manera contemporánea a otras zonas de Sudamérica.

Posteriormente, en la región del río Uruguay medio se manifestaría la presencia de bandas de cazadores-recolectores con distintos tipos de puntas de proyectil, que algunos autores (p. ej Suárez 2011, 2017) consideran diagnósticas y que reflejarían la existencia de distintos grupos humanos a través del tiempo. En este sentido, es importante señalar que en los niveles más tempranos de Pay Paso 1, K-87-Albardón del Tigre y Laguna Canosa se registraron puntas Tigre (también en RS-I-69-Laranjito), cuyo rango temporal es de ca. 10.200-9600 años 14C AP, junto a láminas retocadas (Suárez 2011, 2017; Moreno de Sousa 2017; Suárez et al. 2017). Paralelamente, en los dos primeros sitios arqueológicos se registraron también puntas Pay Paso, cuyo rango temporal es de ca. 9600-8600 años 14C AP, y también bifaces. En este marco, la presencia simultánea de puntas Tigre y Pay Paso, bifaces y láminas retocadas en los asentamientos de la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno temprano, en una región acotada al noroeste de Uruguay y sur de Brasil, refleja posiblemente la existencia de un conocimiento tecnológico compartido entre las poblaciones tempranas de área. Estos “nuevos” diseños de puntas y la “diversificación” tecnológica posiblemente reflejen adaptaciones a nuevas condiciones ambientales y culturales locales. Entre los cambios ambientales importantes se pueden considerar la extinción de la megafauna, aumento de la temperatura y humedad, la formación e inicio de la expansión del Bosque Atlántico de araucarias y reducción de los ambientes abiertos de campos y pampas en Brasil y Uruguay (Bueno et al. 2013; López Mazz 2013; Suárez 2017).

Según Suárez (2017), hay tres complejos tecnológico-culturales cuyo elemento distintivo serían las puntas cola de pescado, Tigre y Pay Paso respectivamente. Cada tipo con una cronología particular, lo que reflejaría una respuesta adaptativa a cambios en las condiciones ambientales durante el comienzo del Holoceno. Las puntas cola de pescado, con una amplia dispersión continental y que reflejan un conocimiento tecnológico compartido a gran escala, serían reemplazadas por nuevos diseños de puntas Tigre y Pay Paso, que por el momento representarían un desarrollo local del río Uruguay medio.

La mayoría de las materias primas líticas identificadas en los sitios arqueológicos de la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno temprano implicaron mayormente un aprovisionamiento local. Pero para el caso específico del ágata traslucida identificada en Pay Paso 1 y K-87-Albardón del Tigre, bajo la forma de bifaces de gran tamaño, Suárez (2011) sugiere que su obtención se realizaba en los afloramientos del área de los arroyos catalanes y las nacientes del río Arapey Grande, en el norte de Uruguay a más de 140 km de los asentamientos, lo que implicaba un circuito de movilidad y desplazamientos. Por otro lado, este mismo autor también plantea que la obtención de xilópalos, con los que se manufacturaron algunas de las puntas Tigre, provendría de la Formación Yaguarí en el noroeste de Uruguay, a más de 250 km de distancia. Se podría plantear aquí, que no se debe descartar que parte de los xilópalos tengan su origen en el cauce del río Uruguay, en puntos más cercanos a los sitios arqueológicos. Esta materia prima está presente en las distintas terrazas del río, tanto en fuentes primarias como secundarias (formaciones San Salvador/Salto Chico y El Palmar). Un ejemplo son los afloramientos del Parque Nacional El Palmar en Entre Ríos, los cuales tienen evidencia de haber sido explotados al menos durante el Holoceno tardío (Castro 2012, 2017).

La presencia humana temprana en el río Uruguay medio implica necesariamente el uso de esta vía fluvial para la penetración hacia el interior del continente, hacia el oeste y el sur, y la colonización definitiva de los territorios interiores por los primeros cazadores-recolectores. El uso de los grandes ríos pudo verse favorecido por la abundancia de recursos fundamentales (p. ej. rocas y minerales, madera, animales y vegetales), que a su vez minimizaban el riego de exploración de una nueva región desconocida (Miotti 2010; Suárez 2017). En este contexto, se podría sugerir aquí que la carencia de buenas materias primas líticas en el río Paraná medio e inferior (p. ej. Bonomo & Blasi 2011; Hocsman 2015; Castro 2017), pudo haber sido un factor limitante para su ocupación temprana y su uso como vía de penetración al interior. Por otro lado, es claro que la ausencia de sitios arqueológicos de la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno tempano en el río Paraná, también podría deberse simplemente a los efectos de las ingresiones marinas y/o a la dinámica de desplazamientos laterales del cauce del rio, lo que pudo haber destruido las evidencias de la ocupación inicial.

El Holoceno medio y la consolidación de las ocupaciones

Para este periodo cronológico (ca. 8200-4200 años AP) se cuenta con relativamente poca información arqueológica detallada. Se destacan 13 sitios arqueológicos13 con 19 dataciones radiocarbónicas. En el río Uruguay superior (Brasil) hay cuatro sitios arqueológicos en la margen derecha y uno en la izquierda, y son respectivamente: Otto Aigner 1 con 8100 ± 30 años 14C AP (Carbonera 2014); ACH-LP-03-Chapecó con 7260 ± 60 y 6990 ± 70 años 14C AP (Lourdeau et al. 2014); ACH-LP-07-Chapecó con 7160 ± 40años 14C AP (Lourdeau et al. 2016); SC-U-53-Itapiranga con 7260 ± 100 años 14C AP (Rohr 1966; Noelli 1999-2000); y RS-IJ-62 con 3527 ± 145 años 14C AP (Noelli 1999-2000). Los ocho restantes están en la margen izquierda del río Uruguay medio (Uruguay) y son:W-52 con tres dataciones de 7610 ± 245, 6420 ± 375 y 6300 ± 315 años 14C AP (Tassé 1984); D-03-Calpica con 6040 ± 65 años 14C AP; Y-58-Isla de Arriba con 5300 ± 80 años 14C AP (Guidon 1989a, 1989b); K-86-Mandiyú con 6760 ± 100 años 14C AP; Piedra Pelada con 5030 ± 110 años 14C AP; Puerto con 4410 ± 130 años 14C AP (Hilbert 1990, 1991, 1994); Y-62-Bañadero con 4660 ± 270 años 14C AP; y S-42-Río Arapey con cuatro dataciones de 4580 ± 270, 4070 ± 100, 3940 ± 100 y 3930 ± 100 años 14C AP (Baeza 1985; Guidon 1989b). La mayor cantidad de información proviene de Otto Aigner 1, ACH-LP-03, ACH-LP-07 e Y-62-Bañadero.

Otto Aigner 1 presenta tres periodos de ocupación, uno precerámico (2,46 a 0,70 m) y dos lito-cerámicos con alfarería Taquara-Itararé y guaraní (0,70 m a la superficie). El primero se caracteriza por un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen lascas y láminas retocadas, bifaces, choppers y puntas de proyectil pedunculadas. Las materias primas usadas son principalmente cuarzo, basalto, calcedonia, arenisca, cuarcita, ágata y sílices (Carbonera 2014). Es un sitio multicomponente, donde las ocupaciones cerámicas reflejarían un asentamiento residencial de actividades múltiples (Carbonera 2014). Por su parte, la ocupación más temprana probablemente corresponda a un campamento de actividades específicas de talla, que incluyen la manufactura de bifaces y/o mantenimiento de puntas de proyectil.

ACH-LP-03-Chapecó presenta tres periodos de ocupación, uno precerámico (0,80 a 0,20 m), otro superior lito-cerámico asociado a los guaraníes (0,20 m a la superficie) y uno moderno. El primero, y más antiguo, se caracteriza por un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen, unifaces, bifaces, perforadores, piezas con retoque sumario, lascas, láminas y hojas retocadas y con rastros de uso sobre el filo natural, hachas pulidas, percutores, yunques, pulidor en canaleta y puntas de proyectil pedunculadas de limbo triangular. Las materias primas usadas son principalmente cuarcita, seguida por sílices, metalamito, cuarzo y basalto (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2014; Hoeltz et al. 2015). El conjunto lítico indica actividades de aprovisionamiento de materias primas, reducción secundaria de rodados, manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos. Este sitio arqueológico presenta características tecnológicas similares a ACH-LP-01-Chapecó; esto sumado a la proximidad espacial y las dataciones semejantes podrían indicar ocupaciones sincrónicas en toda la zona y por la misma población.

ACH-LP-07-Chapecó presenta para este periodo un conjunto lítico conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen denticulados y lascas retocadas y con rastros de uso sobre el filo natural. Las materias primas usadas son cuarcita, seguida por calcedonia, cuarzo y otras sílices (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2016). Los artefactos líticos indican actividades de manufactura, uso y descarte de instrumentos líticos.


Figura 3.
Sitios arqueológicos del río Uruguay datados entre el Pleistoceno final y el Holoceno medio. A. RS-I-69-Laranjito. B. Pay Paso 1. C. K-87-Albardón del Tigre. D. Y-62-Bañadero; la elipsis de color rojo sobre el perfil de la excavación señala conjuntos de artefactos líticos donde se han registrado algunas de las piedras grabadas.
A.Moreno de Sousa 2017, p. 2.B. Suárez 2011, p. 90. C.Suarez et al. 2017, p. 2.D.Cabrera Pérez & Gazzán 2015, p. 281.

Por último, un reciente estudio permite caracterizar mejor la funcionalidad y características de Y-62-Bañadero y sus artefactos (Cabrera Pérez & Gazzán 2015) (Figura 3D). En principio, en este sitio arqueológico Austral (1977) definió tres unidades arqueológicas: una precerámica con artefactos líticos y posiblemente puntas de proyectil pedunculadas y sin piedras grabadas (Bañadero A1); otra precerámica con artefactos líticos y piedras grabadas (Bañadero A) donde además se obtuvo una datación radiocarbónica de 4660 ± 270 años 14C AP; y la unidad más reciente con cerámica y sin piedras grabadas (Bañadero B). Por su parte, Femenías (1985) señala que no se registran diferencias significativas entre los conjunto líticos de estas unidades. El conjunto lítico está conformado por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen percutores, molinos y manos, bolas, bifaces, choppers, chopping tools, raspadores, cuchillos, raederas, muescas, piezas con retoque sumario, una punta entre muescas, una preforma bifacial y las piedras grabadas (p. ej. Femenías 1973; Cabrera Pérez 2011 y Cabrera Pérez & Gazzán 2015). Las materias primas usadas son principalmente cuarcita y calcedonia, pero también se identificó basalto, cuarzo y xilópalo. La cerámica presenta inclusiones de arena, mica y espículas de esponjas de agua dulce; cocción oxidante incompleta; decoración incisa asociada a los bordes y formas globulares, además de platos y escudillas (Cabrera Pérez 2011).

Este sitio arqueológico es considerado como un taller lítico, donde también se realizaron algunas actividades domésticas (Guidon 1989b; Cabrera Pérez & Gazzán 2015). Las principales actividades fueron la reducción de clastos y rodados, la manufactura, uso y descarte, así como también el reciclaje de instrumentos líticos. La presencia de cerámica en los niveles superiores también indicaría su uso y descarte.

En síntesis, todos los sitios arqueológicos de este periodo, registrados hasta el momento, se ubican en la cuenca superior y media del río Uruguay. Estos reflejan la permanencia humana junto a los ambientes fluviales, e inclusive algunos fechados también estarían evidenciando la reocupación de los asentamientos más tempranos y la continuidad de las ocupaciones humanas en el área (p. ej. ACH-LP-07). A su vez, varios sitios arqueológicos de este periodo (p. ej. Otto Aigner 1; ACH-LP-03, ACH-LP-07 y Y-62-Bañadero) presentan evidencias, en sus niveles superiores (fechados absolutos y/o cerámica), que señalarían reocupaciones posteriores, mostrando que, los lugares elegidos para los asentamientos tendrían ciertas ventajas, que serían aprovechadas durante el Holoceno tardío. Entre estas, posiblemente se cuente el fácil acceso a los recursos líticos de buena y excelente calidad y la concentración de recursos propia del ambiente fluvial.

La información expuesta arriba solo permite reconstruir un panorama cultural parcial sobre las poblaciones humanas que habitaron el río durante este lapso temporal. Evidentemente, para este periodo es necesario el hallazgo de más sitios arqueológicos y la profundización del estudio de los existentes.

El Holoceno tardío y la diversificación cultural

La diversidad cultural registrada en el río Uruguay entre ca. 4200 años AP y el siglo XVII, comenzó a originarse a fines del Holoceno medio y progresivamente fue llevando: a la ocupación de nuevos ambientes y a su modificación antropogénica a gran escala, a un aumento poblacional, a la diversificación cultural y lingüística, a la emergencia de complejidad y estratificación social institucionalizada, y a contactos, intercambios e integración a escala extraregional (p. ej. Hilbert 1986; Noelli 1999-2000, 2004a; Iriarte 2001; Copé 2006; De Souza 2012; Bonomo et al. 2015; De Souza et al. 2016; Bonomo et al. 2017; Castro 2017 y Noelli & De Souza 2017). Estos acontecimientos abarcaron además la cuenca del Plata en general, pero a la vez fueron parte de proceso mayor ocurrido en las Tierras Bajas sudamericanas (véase p. ej. Brochado 1973, 1984; Lathrap 1973; Eriksen 2011; Góes Neves 2011; Politis & Bonomo 2012; Frère 2014; Iriarte et al. 2017; Di Prado 2018). Por ejemplo, en el caso específico del río Uruguay, son evidentes las interrelaciones con las tierras altas del centro y Noroeste de Argentina que integran el Área Andina Meridional (p. ej. Torres 1911; Serrano 1931; Hilbert 1986; Baeza 2013; Bonomo et al. 2017 y Castro 2017).

Para este periodo, en la cuenca del río Uruguay, se han identificado más de 3000 sitios arqueológicos (Noelli 1999-2000; Copé 2006, 2015; Schmitz et al.2010, 2013, 2016; Capdepont 2012; Corteletti 2012; Costa Angrizani 2012; De Souza 2012, 2017; Bonomo et al. 2015; Silva & Noelli 2016; Castro 2017; Noelli & De Souza 2017; entre muchos otros), pero son relativamente pocos los que fueron estudiados sistemáticamente y presentan fechados absolutos. En este sentido, a partir de la bibliografía compilada, se identificaron 134 sitios arqueológicos con 273 dataciones confiables, que abarcan desde 3000 ± 120 a 30 ± 50 años 14C AP (Tassé 1984; Noelli 1999-2000; De Masi 2006; Monticelli 2007; Bracco 2009; Scientia 2009; Dias & Hoeltz 2010; Schmitz et al.2010, 2013, 2016; Iriarte et al. 2013; Carbonera 2014; Bonomo et al. 2015; Copé 2015; Corteletti et al. 2015; Gascue et al. 2016b; Lourdeau et al. 2016; Schmitz 2016; Capdepont 2017; Castro 2017; De Souza 2017; Noelli & De Souza 2017; Robinson et al. 2017; Suárez et al. 2017; López Mazz 2018; Verzi et al. 2018).

Una parte de estos sitios arqueológicos han sido identificados con algunas manifestaciones culturales bien definidas en sus atributos diagnósticos y en su dispersión espacio-temporal, y han sido integrados en los nuevos modelos regionales (Politis & Bonomo 2012; Bonomo et al. 2015; Iriarte et al. 2016; Castro 2017; Noelli & De Souza 2017). A continuación, se sintetizan los atributos más relevantes de las manifestaciones arqueológico-culturales14 mejor conocidas, como son la tradición arqueológica Taquara-Itararé (Brochado 1984; Prous 1992;Noelli 1999, 1999-2000; Beber 2005; Copé 2006; Araujo 2007; De Souza 2011, 2012; Silva & Noelli 2016; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017), la entidad arqueológica Goya-Malabrigo (González 1977; Ceruti 2003; Politis & Bonomo 2012, 2015, 2018; Castro 2017, 2018) y el registro arqueológico guaraní (Brochado 1984; Noelli 1993, 2004a; Bonomo et al. 2015). Estas a su vez, están vinculadas a los antecesores de los grupos étnicos históricamente conocidos como jê del sur, chaná-timbú y guaraníes respectivamente. Algunos de los cuales, además constituyen pueblos indígenas actuales, que continúan ocupando (con cambios y persistencias de rasgos culturales) algunas porciones de sus antiguos territorios, mostrando una historia ocupacional de más de 2000 años de duración, desde el pasado arqueológico al presente etnográfico.

Jê del sur

También denominados jêmeridionales y conocidos desde momentos históricos como kaingang y xokleng15 (poblaciones vivientes) e ingáin y kimdá (poblaciones extintas) (De Souza 2017; Noelli & De Souza 2017). Son vinculados al registro arqueológico denominado Tradición Taquara-Itararé16, que en el río Uruguay seregistra en su cuenca superior (Brasil y Argentina) y que tiene una cronología entre ca. 2180 años 14C AP y el siglo XX (Brochado 1984; Prous 1992; Noelli 1999, 1999-2000, 2004b; Beber 2005; Araujo 2007; Iriarte et al. 2008; Schmitz et al.2010, 2016; Copé 2015; De Souza 2017; Silva & Noelli 2016; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017). Esta tradición presenta una matriz cultural común en su amplia dispersión espacial pero también algunas diferencias regionales en la cultura material y en la estructura y morfología de los sitios arqueológicos. Entre los sitios arqueológicos mejor conocidos están por ejemplo: Casa de Pedra, Bonin, Cueva Santa Bárbara, Abreu & García, Baggio 1, Gine, Posto Fiscal, SC-CL-43, SC-CL-43a, SC-CL-45, SC-CL-46, SC-CL-50, SC-CL-51, SC-CL-52, SC-CL-52a, SC-CL-56, SC-AG-12, SC-AG-98, SC-AG-99, SC-AG-100, SC-AG-107, SC-AG-108, RS-AN-03, RS-PE-12, RS-PE-21, RS-PE-29-3 y RS-PE-31 (Saldanha 2005; Copé 2006, 2007, 2015; De Masi 2006, 2009; Müller 2007, 2008; Iriarte et al. 2008; Schmitz et al. 2010, 2013, 2016; Corteletti 2012; De Souza 2012, 2017; Corteletti et al. 2015; Robinson et al. 2017) (Figura 1).

Los sitios arqueológicos más conspicuos consisten en casas subterráneas, aterros anelares y montículos funerarios agrupados (Figura 4A y B). Estas estructuras tienen su mayor expresión sobre todo en el Planalto de Brasil, en el este de Santa Catarina y nordeste de Rio Grande do Sul (p. ej. Beber 2005; Saldanha 2005; Schmitz et al. 2010; De Souza 2012; Copé 2015 y De Souza et al. 2016). Las casas subterráneas o casas-pozo son depresiones en el sustrato, en general de forma circular, entre 2 y 25,5 m de diámetro y 1 y 10 m de profundidad, midiendo las más comunes entre 3 y 20 m de diámetro y entre l y 1,5 m de profundidad (Prous 1992; Beber 2005; Saldanha 2005; Copé 2006, 2007, 2015; Schmitz et al.2010, 2013, 2016; De Souza 2012, 2015, 2017). Suelen ubicarse por encima de los 800 msnm y en general se presentan en las laderas más o menos abruptas de los morros y las elevaciones, y pocas veces en sus cimas. Pueden encontrarse aisladas o aglomeradas conformando aldeas de tamaños variables17. Excepcionalmente se registran más de ocho, pero hay un caso de hasta 107 casas juntas en el valle del río Canoas (p. ej. Prous 1992; Saldanha 2005; Copé 2007, 2015; Schmitz et al. 2010 y De Souza 2017). Se consideran mayormente residencias domésticas donde se desarrollaron tareas vinculadas a la subsistencia, como el procesamiento y consumo de alimentos (p. ej. Saldanha 2005; Copé 2007, 2015 y Schmitz et al.2010, 2016).

Los aterros anelares son muros de tierra de 3 a 6 m de ancho y de hasta 1 m de altura, que cercan espacios de formas geométricas, mayormente circulares, y que frecuentemente tienen además un montículo en su centro, pudiendo también contener más de uno, de 1,5 a 20 m de diámetro y de 0,7 a 3 m de alto. Suelen ubicarse a más de 800 msnm y sus dimensiones en diámetro y altura son variables, y de acuerdo a ellas se han inferido distintas funciones (véase p. ej. Saldanha 2005; De Masi 2006, 2009; Copé 2007, 2015; De Souza 2012 e Iriarte et al. 2017). Por ejemplo, para Pinhal da Serra en Río Grande do Sul (Brasil) (aunque puede hacerse extensivo para otras áreas), De Souza (2012) plantea que los aterros de entre 15 y 30 m de diámetro con un montículo central, los cuales pueden contener entierros primarios o secundarios cremados en piras, simples o múltiples, serían cementerios de comunidades residenciales vecinas. En cambio, los aterros de grandes dimensiones (entre 60 y 80 m de diámetro)18 sin montículos serían centros ceremoniales regionales, para reuniones de una población mayor generalmente dispersa (De Souza 2012, 2015). Por su parte, los sitios arquitectónicos más complejos, que combinan aterros anelares de forma circular y/o cuadrangular y muchos montículos, evidenciarían rituales más elaborados y festines mortuorios, posiblemente de individuos de mayor estatus (p. ej. Iriarte et al.2008, 2013; De Masi 2009; De Souza 2012). En general también los aterros se consideran marcadores territoriales (p. ej. Saldanha 2005; Copé 2007 y De Souza 2012).

Las actividades realizadas, sobre todo alrededor de las casas y en algunas zonas adyacentes a los aterros, incluyen la reducción de materias primas, la manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos. También la manufactura, uso y descarte de vasijas cerámicas, y el uso y descarte de instrumentos óseos y adornos personales (Saldanha 2005; Copé 2007, 2015).

Además de estas estructuras bajo y sobre la superficie del suelo, también se registran sitios arqueológicos superficiales a cielo abierto, y que pueden ser: de actividades específicas como canteras-taller donde se realizó la obtención y talla de materias primas líticas; campamentos ligados al trabajo de apertura y mantenimiento de las rozas en las cotas más bajas cercanas a los cursos de agua; campamentos de caza y/o pesca y obtención de materia primas; campamentos lito-cerámicos de actividades múltiples o lugares con arte rupestre (véase Saldanha 2005; Copé 2007; Müller 2008; De Masi 2009; Schmitz et al. 2010; Corteletti 2012; De Souza 2012; Noelli & De Souza 2017). Asimismo, se registra la ocupación de abrigos rocosos (grutas y cavernas) para actividades múltiples o específicas, como por ejemplo el depósito colectivo de los muertos (Miller 1971; Prous 1992; Copé 2007).

La alfarería es en general relativamente escasa y se caracteriza por recipientes de tamaños pequeños (mayormente entre 12 y 22 cm de diámetro mayor), de formas abiertas y cerradas, generalmente más altas que anchas (cónicas, hemisféricas, cilíndricas) y con bases convexas (p. ej. PRONAPA 1970; Prous 1992; Saldanha 2005; Copé 2006; Müller 2007, 2008; Schmitz et al. 2010, 2013, 2016; De Souza 2011, 2012; Corteletti 2012). Se incluyen platos, cuencos, ollas y tostadores. Las superficies pueden ser lisas, bruñidas, engobadas y decoradas mediante incisión (punteado e impresiones de cestería), unguiculado, pinzado o pintura roja. La cocción es oxidante incompleta y reductora, la manufactura mediante rodetes y a veces modelado, y presenta inclusión intencional de arena con cuarzo y hematita, densa y de distribución regular (Prous 1992; Schmitz et al. 2010, 2013, 2016). La decoración se sitúa en la parte superior o en toda la vasija excepto en la base.

Se registran además torteros, estatuitas modeladas antropomorfas y en menor medida apliques modelados que incluyen asas, cabos y una figura aviforme (Prous 1992; Copé 2006, 2015; De Masi 2006, 2009; Müller 2008; De Souza 2011; Schmitz et al. 2013). Si bien estos son los rasgos generales, De Souza (2011) reconoce tres estilos diferentes, de los cuales el 2 y el 3 han sido claramente identificados en el rio Uruguay superior, sobre todo el 2 (Figura 4C). El estilo 1 son vasijas restringidas independientes de contorno inflexionado y bordes evertidos, lisas o con escasa decoración plástica. El estilo 2 son vasijas no restringidas de contorno compuesto o levemente inflexionado y bordes rectos, con decoración incisa a veces en zig-zag. El estilo 3 son vasijas no restringidas de contorno simple y bordes rectos o evertidos, con decoración unguiculada, incisa de puntos y de improntas de cuerdas y cestería, que alcanza hasta el labio de los recipientes. Finalmente, los recipientes pueden tener un uso doméstico y también ceremonial vinculado a la producción y al consumo colectivo de kifé y kiki (bebidas alcohólicas fermentadas a base de maíz y miel) (Noelli 1999-2000; De Souza 2012).

Los conjuntos líticos están en general conformados por núcleos, nucleiformes, desechos de talla e instrumentos que incluyen puntas de proyectil, bifaces, unifaces, raspadores, cuchillos, choppers, chopping tools, talhadores bifaciales, lascas con rastros de uso sobre el filo natural, picos, hachas pulidas, yunques (rompecocos), manos de mortero, alisadores de cerámica, bolas y percutores; y adornos como tembetás. Las materias primas usadas son basalto, cuarcita, calcedonia y cuarzo obtenidas en fuentes primarias (afloramientos) y secundarias (depósitos de rodados fluviales) (Prous 1992; Copé 2006, 2015; De Masi 2006, 2009; Schmitz et al. 2010, 2013, 2016; De Souza 2012). Por su parte, los artefactos óseos y de valvas son escasos e incluyen algunas puntas de hueso y también cuentas y filos sobre valvas de bivalvos y gasterópodos (Prous 1992). En cambio, se registra un gran desarrollo de la cestería y los trabajos sobre madera. Se han identificado directa o indirectamente: cuerdas, bolsas, canastas, tembetás, pendientes, bolas, aros o argollas, paredes y tubos de bambú (Miller 1971; Prous 1992; Schmitz et al. 2016).

La información arqueológica, etnohistórica y etnográfica, muestra que la subsistencia de los jê del sur se basaba en un sofisticado manejo agroforestal, con el predomino de la explotación del piñón de la araucaria, además de palmeras, raíces y tubérculos. Esto era complementado con el cultivo19 de maíz, zapallo, batata, mandioca, porotos, cará y maní; además del consumo de miel, insectos, larvas y bivalvos fluviales (Métraux 1946; Basile Becker 1976; Prous 1992; Noelli 1999-2000; Copé 2007, 2015; De Souza 2011; Schmitz et al. 2013; Corteletti et al. 2015; Iriarte et al. 2017). Los taxa provenientes de la pesca y la caza directa o mediante trampas incluyen distintas especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces (estos últimos obtenidos mediante el uso de ictiotóxicos y del pãri -una trampa de barreras de piedras o palos y trenzados que guían a los peces hacia un cesto de captura-) (Métraux 1946; Basile Becker 1976; Mota et al.1996; Noelli 1999-2000; Corteletti et al. 2015). Tanto las especies vegetales como animales podían ser almacenadas para un consumo diferido (Prous 1992; Noelli 1999-2000). También se ha registrado la presencia de algodón en contextos funerarios (Copé 2007).


Figura 4.
Tradición arqueológica Taquara-Itararé de la cuenca del río Uruguay. A. Aterro anelar con montículo central del sitio arqueológico Abreu & García (Santa Catarina, Brasil). B. Casa subterránea 1 del sitio arqueológico SC-CL-56 (Santa Catarina, Brasil). C.C1, 2 y 3 representan el estilo 1, 2 y 3 de las vasijas cerámicas según De Souza (2011). C4 y 5 vasija decorada y lisa respectivamente con formas típicas Taquara-Itararé.
A. Iriarte et al. 2017, p. 274.B.Schmitz 2014, p. 15. C1, 2 y 3De Souza 2011, p. 7.C4 y 5Schmitz 2016, p. 24.

Los jê del sur prehispánicos fueroncazadores-recolectores y agricultores; también alfareros y hábiles en el trabajo de la madera y la cestería. Asimismo, fueron arquitectos, ingenieros y constructores de casas y estructuras anelares y monticulares, con un claro fin ceremonial, ritual y simbólico (Prous 1992; Copé 2007; De Souza 2012, 2015; Iriarte et al. 2017; Robinson et al. 2017). Se caracterizan por una subsistencia y tecnología adaptada a la explotación intensiva de las tierras altas donde predominan las temperaturas bajas, y de los campos intercalados con bosque de araucaria. Las características constructivas, la morfología y la implantación sobre el terreno de las casas-pozo, respondían en parte a una estrategia defensiva de los vientos helados de los rigurosos inviernos del Planalto (Copé 2015).

A partir de la información histórica, sobre todo de los kaingang y xokleng, se conoce que cada comunidad estaba organizada horizontalmente en dos mitades patrilineales y exogámicas. En términos verticales constituían un cacicazgo complejo con dos niveles jerárquicos (caciques principales con cargos hereditarios y caciques subordinados). Esta organización social dual tendría su correlato arqueológico en las estructuras funerarias y ceremoniales (aterros y montículos), que en muchos casos se presentan en pares (Métraux 1946; Noelli 1999-2000; Iriarte et al.2008, 2013, 2017; De Souza 2012; Noelli & De Souza 2017; Robinson et al. 2017).

El origen geográfico de estas poblaciones estaría en el Brasil central, desde allí migraron hace ca. 3000 años AP, posiblemente por causas demográficas, en dirección hacia el sur y sur-oeste, ocupando gradualmente desde el valle de los grandes ríos interiores (alcanzando incluso hasta Misiones en Argentina y Canindeyú en Paraguay) hasta la costa atlántica de los estados de São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul (Noelli 1999, 1999-2000; Araujo 2007; De Souza 2011; Noelli & De Souza 2017). Particularmente, la ocupación de las tierras altas del sur de Brasil acompañó la expansión de los bosques de araucaria sobre los campos altos, que comenzó haceca. 1500 años AP, como resultado de una cambio hacia condiciones climáticas más húmedas (Copé 2007, 2015; Iriarte & Behiling 2007; Schmitz et al. 2010). De manera simultánea, estos grupos humanos, con su manejo sofisticado del ambiente, tuvieron un importante papel en la expansión de esta formación vegetal más allá de sus límites geográficos naturales, conformando una interrelación que alcanzó su máxima consolidación hace ca. 1000 años AP (Iriarte & Behiling 2007; Copé 2015; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017; Robinson et al. 2018). Durante estos momentos, el sistema de asentamiento de los jê del sur se componía de aldeas centrales de casas subterráneas, ubicadas en puntos estratégicos del paisaje, rodeadas de campamentos satélites de actividades específicas y complementarias. Al mismo tiempo, las aldeas se vinculaban estrechamente a los cementerios cercanos y a los centros ceremoniales mayores que funcionaban como puntos de agregación poblacional y referencias territoriales fronterizas (Saldanha 2005; Copé 2007, 2015; De Souza 2012, 2015; Noelli & De Souza 2017).

Chaná-timbú

Complejo étnico que incluye a los chaná, mbeguá, timbú, chaná-mbeguá, chaná-timbú, entre otros, descriptos por los primeros cronistas y actualmente extintos como grupos étnicos (véase Ramírez [1528] en Maura 2007; García de Moguer [1530] en Fúrlong Cárdiff 1933; Fernández de Oviedo y Valdés [1546-1547] 1851-1855; Schmidl [1567] 2003; Acosta y Lara 1955; Politis 2014). Son vinculados al registro arqueológico denominado entidad arqueológica Goya-Malabrigo, que en el río Uruguay seregistra en su cuenca inferior (Argentina y Uruguay) y que tiene una cronología entre ca.2050 y 510 años 14C AP20 (Ceruti 2003; Ceruti & González 2007; Politis & Bonomo 2012, 2015, 2018; Castro 2017, 2018). Las discusiones más serias sobre esta entidad, señalan que su origen posiblemente estaría vinculado a una expansión meridional de la familia lingüística arawak (véase Politis & Bonomo 2012, 2018).

Goya-Malabrigo presenta una matriz cultural común en su amplia dispersión espacial, pero también algunas diferencias regionales en la cultura material y en la estructura y morfología de los sitios arqueológicos, como es el caso del río Uruguay en comparación con el río Paraná. En el río Uruguay, sobre la base de los estudios sistemáticos más recientes (Castro 2017, 2018), se plantea que su presencia coincide con su tramo inferior (sensu Iriondo & Kröhling 2008), o sea que, se manifiesta más claramente donde el río es más ancho21 y presenta la llanura aluvial más amplia, que incluye además, grandes bancos de arena y conjuntos de islas bajas, como por ejemplo las del paleodelta y las de la desembocadura del río Negro (Castro 2017, 2018)22. Esto sugiere que probablemente, la zona comprendida entre el inicio del curso inferior y las primeras islas del paleodelta corresponda al límite septentrional de los asentamientos estables Goya-Malabrigo en el río Uruguay23.

Entre los sitios arqueológicos mejor conocidos están por ejemplo: Cerro de Boari 1, 2 y 3, Cerro Lorenzo 2, Sambaquí de Puerto Landa, Cerros de los Pampas, La Yeguada, El Cerro, Túmulo de La Blanqueada y Cerrito de Colonia Concordia (Freitas 1953a; Maruca Sosa 1957; Díaz et al. 1980; Hilbert 1991; Farías et al. 2001; Castillo 2004; Farías 2005; Bracco 2009; Gascue et al. 2016a; Loponte et al. 2016; Castro 2017, 2018) (Figura 1). Consisten mayormente en montículos (cerritos de indios) ubicados en zonas inundables (Figura 5A). Algunos fueron elevados mediante el agregado de materiales orgánicos e inorgánicos (sedimentos, artefactos, restos óseos humanos y faunísticos y restos vegetales) (Castro 2017; Castro & Castiñeira 2017). Presentan formas geométricas, mayormente elípticas y ovales, y dimensiones variables. Pueden alcanzar en su eje mayor más de 200 m largo y más 50 m en su eje menor, y hasta 7 m de altura en relación a la planicie circundante; las medidas más frecuentes varían entre 100 y 40 m de largo respectivamente y entre 1,5 y 3 m de altura. Pueden encontrarse aislados o agrupados hasta en número de tres, alineados y paralelos a la costa de un curso fluvial.

Las actividades realizadas en estos asentamientos incluyen el aprovisionamiento de materias primas, la manufactura, uso, mantenimiento, reciclaje y descarte de instrumentos líticos; la manufactura, uso, reciclaje y descarte de vasijas cerámicas; la manufactura, uso, reparación y descarte de instrumentos óseos y adornos personales; y actividades vinculadas a la subsistencia, como el procesamiento y consumo de alimentos y el descarte de sus desechos. También rituales funerarios donde los muertos eran enterrados en forma primaria y a veces secundaria conformando paquetes óseos conteniendo uno o más individuos, y en algunos casos sus huesos presentan pigmentos rojos. También se registraron canteras-taller donde se realizó la obtención y talla de materias primas líticas (Castro & Del Papa 2015; Castro 2017, 2018).

La alfarería es abundante y se caracteriza por formas abiertas y en menor proporción cerradas, con bases convexas y planas, lisas o decoradas mediante incisión de línea, punto y surco rítmico conformando motivos geométricos; apliques por pastillaje de apéndices mamelonares, alargados y en cresta, sobre todo en la parte superior de las vasijas; presencia de vertederos; cocción oxidante incompleta; manufactura mediante rodetes e inclusión intencional de tiesto molido y espículas de esponja de agua dulce (p. ej. de Uruguaya corallioides) (Castro 2017, 2018). También presenta un gran desarrollo de la técnica de modelado que se manifiesta en: apéndices biomorfos que representan aves, mamíferos y reptiles, adosados a los bordes de las vasijas; piezas denominadas campanas en cuya porción superior se erige un apéndice generalmente representando aves y en menor frecuencia seres antropomorfos; tubos con los dos extremos abiertos; formas troncocónicas con un extremo ciego y orificios laterales; probables botellas; cuentas, pipas y pesas de red; entre otros (Maruca Sosa 1957; Hilbert 1991; Farías 2005; Castro 2017, 2018) (Figura 5C y D).

Los conjuntos líticos están en general conformados por núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen raspadores, piezas con retoque sumario, yunques (rompecocos), pulidores, morteros y manos, bolas, piedras lenticulares y percutores. Las materias primas usadas son arenisca, caliza silicificada, calcedonia, sílice, silcreta, ágata, cuarzo, xilópalo, basalto y cuarcita (Hilbert 1991; Gascue et al. 2016a; Castro 2017, 2018). Las rocas y minerales fueron obtenidos en fuentes primarias (afloramientos y filones) y secundarias (depósitos de rodados fluviales y clastos). En algunos casos las materias fueron trasladadas desde las canteras hasta los asentamientos ubicados a distancias medias o largas (>60 km) (Castro 2017).

La elaboración de artefactos óseos tuvo un gran desarrollo y muchos de los taxa que fueron explotados y descartados en los asentamientos, también fueron utilizados como materia prima para la confección de instrumentos y adornos (Figura 5B). Entre los primeros se registraron horquetas, ganchos de propulsor, espátulas, agujas, tubos, biseles, bipuntas y puntas acanaladas, ahuecadas, curvas ahuecadas, planas, con epífisis, de arpón y puntas sobre espinas de peces aguzadas (Castro 2017, 2018). Los taxa utilizados incluyen peces (p. ej. Siluriformes, Doradidae y Pseudoplatystoma sp.), aves (p. ej. Ciconiidae y Rhea americana) y mamíferos (p. ej. Blastocerus dichotomus, Ozotocerus bezoarticus, Mazama gouazoubira y Chrysocyon brachyurus) (Cione et al. 1977; Gascue et al. 2016a; Castro 2017). En el caso de los adornos se registraron cuentas de collar, cuentas, tembetás, discos y pendientes. Los taxa utilizados en estos casos incluyen moluscos (gasterópodos y bivalvos) y mamíferos (Panthera onca y Chrysocyon brachyurus) (Hilbert 1991; Castro 2017, 2018).

En relación a la subsistencia,dentro del conjunto de los taxa identificados predominan los peces, seguidos principalmente por moluscos y mamíferos, y en menor proporción por reptiles, aves y anfibios. Hay una marcada tendencia hacia la explotación intensiva de especies de ambientes fluviales. Se destaca la presencia del perro (Canis familiaris) y su utilización como compañía y auxiliar de caza. Asimismo, se han registrado evidencias que indicarían que estos animales también fueron consumidos (Castro 2017). Por otra parte, si bien esta entidad arqueológica se caracteriza por el cultivo de maíz, poroto y zapallo en huertos domésticos, específicamente en el río Uruguay no se ha determinado aún la presencia de estas plantas y los estudios específicos son todavía escasos.

Algunos artefactos recuperados en este tipo de contexto arqueológico, como por ejemplo las placas de cobre y bronce procedentes del Área andina meridional y/o las Sierras Centrales de Argentina (Hilbert 1986, 1991; Bonomo et al. 2017; Castro 2017), indican la circulación de objetos exóticos a través de redes de interacción macroregionales. La organización, coordinación y mantenimiento de estas redes de interacción e intercambio entre zonas tan distantes habrían requerido de la presencia de líderes, tal como aquellos que se mencionan en las crónicas del siglo XVI (p. ej. Fernández de Oviedo y Valdés [1546-1547] 1851-1855 y Schmidl [1567] 2003).


Figura 5.
Entidad arqueológica Goya-Malabrigo de la cuenca del río Uruguay. A. Sitio arqueológico monticular Cerro de Boari 2 (Entre Ríos, Argentina). B. Instrumentos óseos, de izquierda a derecha: aguja con ojo, punta acanalada, punta ahuecada, punta de arpón, puntas con epífisis (n= 2), punta sobre espinas de pez aguzada y tubo con decoración incisa (Entre Ríos, Argentina). C. “Campanas” modeladas en cerámica, de izquierda a derecha: campana zoomorfa de Isla de Arriba/Aruera (Salto, Uruguay) (Fuente: http://arindabo.blogspot.com), campana antropomorfa de Nueva Palmira (Colonia, Uruguay) y campana zoomorfade Colonia Agraciada (Colonia, Uruguay). D. Pipa y tubo cerámico con decoración incisa (Entre Ríos, Argentina).
A. J.C. Castro. B. Fotografías de J.C. Castro. C. Bello & Bracco Boksar 2007, p. 25.D. J.C. Castro.

Los chaná-timbú prehispánicos fueron canoeros ribereños cazadores-recolectores-pescadores y horticultores; también alfareros y constructores de montículos con una alta estabilidad residencial (Ceruti 2003; Bonomo et al. 2011; Politis et al 2011; Politis & Bonomo 2012; Castiñeira et al.2013, 2014; Castro 2017). Se caracterizan por una subsistencia y tecnología adaptada a la explotación intensiva del ambiente fluvial y de los recursos del río Uruguay (Castro 2017, 2018). Cultivaron maíz, poroto y zapallo en huertos domésticos (p. ej. Bonomo et al. 2011 y Cornero & Ragnone 2015) y también tenían perros domésticos. Mediante la cerámica elaboraron recipientes utilitarios, pero también piezas que representan su mundo simbólico con una fuerte conexión con la naturaleza. Asimismo, mediante el aprovisionamiento de sedimentos y detritos (naturales y antrópicos), sobreelevaron sus asentamientos construyendo montículos en las zonas inundables, donde incluso realizaron diferentes tipos de inhumaciones. Los montículos permitieron la ocupación de las zonas anegables de la cuenca inferior y aseguraban la permanencia por periodos de tiempo más prolongados en un ambiente fluvial muy dinámico (Castro & Del Papa 2015; Castro & Castiñeira 2017). De esta forma generaron asentamientos de tipo aldeano con espacios multifuncionales y otros de actividades específicas y complementarias (Castro 2017).

Guaraníes

Su presencia en el río Uruguay es ampliamente conocida desde momentos históricos y su cultura material (también denominada Tradición Tupiguaraní) se registra con distinta intensidad por toda la cuenca (Brasil, Argentina y Uruguay)24, aunque el registro arqueológico señala una presencia mayor y más densa en la cuenca superior. Presenta una cronología entre ca.1100 años 14C AP y el siglo XIX (Brochado 1984; Noelli 1993, 2004a; Bonomo et al. 2015; De Souza et al. 2016; Iriarte et al. 2016). El registro arqueológico tiene la particularidad de ser cualitativamente “uniforme” a través de su amplia dispersión espacio-temporal. Lo que ha llevado a caracterizar a la cultura material guaraní como prescriptiva, reproduciéndose continuamente sin cambios notables (Brochado 1984; Noelli 1993, 1998a, 1999, 1999-2000; Monticelli 2007). Entre los sitios arqueológicos mejor conocidos están por ejemplo: ACH-SU-01-C3, ACH-SU-03-C2, RS-ALP-AA-06, ACH-LP-01-Chapecó, ACH-LP-07-Chapecó25, Valdemar Stensseler, Itajubá 1, Barra do Santo Cristo 1, Três Bocas 2, Panambí 3, Cerro Cumandaí (1 y 2), Punta Negra Este, La Correntina y Ensenada del Bellaco (Boretto et al. 1980; Scientia 2009; Costa Angrizani 2012; Carbonera 2014; Castro & Costa Angrizani 2014; Bonomo et al. 2015; Gascue & Bortolotto 2016; Lourdeau et al. 2016; Sempé & Caggiano 1995) (Figura 1).

Los sitios arqueológicos son mayormente a cielo abierto y su extensión horizontal y vertical es variable, dependiendo del tamaño de la aldea o del campamento y del tiempo de ocupación, y reocupación en algunos casos (Figura 6A). Las extensiones horizontales registradas más frecuentes van entre 100 y 2000 m2, pudiendo alcanzar hasta 20.000 m2; mientras que la profundidad más frecuente se registra hasta los 0,6 m, pudiendo alcanzar hasta 1,2 m en casos excepcionales. La cantidad de casas (malocas) de cada aldea dependía de la densidad poblacional, pero en general se registran desde una a varias casas en torno a una plaza central, alcanzando en algunos casos poco comunes hasta 10 unidades. Cada casa es una estructura rectangular de madera -paralelepípedo-cubierta con un techo ojival, cuyas varas clavadas en el suelo forman alrededor de la planta rectangular una forma elíptica, alcanzando las más grandes 50 m de largo por 18 m de ancho y 15 m de alto; dentro de las cuales se encontraban los fogones rodeados de piedras, los postes de la estructura y para la suspensión de las hamacas, y las áreas de las distintas actividades domésticas (Prous 1992; Noelli 1993, 2004a). Posiblemente, algunas aldeas hayan estado rodeadas de empalizadas defensivas, sobre todo en zonas de frontera; aunque algunos autores plantean que este es un rasgo posthispánico (véase Prous 1992).

Las actividades realizadas, sobre todo alrededor de las malocas y en los espacios comunes o plazas, incluyen la manufactura, uso, mantenimiento y descarte de instrumentos líticos, óseos, de valvas y adornos personales; la manufactura, uso, reciclaje y descarte de vasijas cerámicas; y actividades vinculadas a la subsistencia, como el procesamiento y consumo de alimentos y el descarte de sus desechos. También se realizaban rituales funerarios y antropofágicos; en los primeros los muertos eran enterrados alrededor de las casas y/o en la plaza central (o también en un área cercana a la aldea), en forma primaria y también secundaria en urnas de cerámica con tapa. Ambos tipos de sepultura pueden registrarse en un mismo sitio arqueológico y de manera adyacente. En muchos casos las urnas además de un individuo, cuyos huesos pueden presentar pigmento rojo, contienen en su interior pequeñas vasijas cerámicas, hachas pulidas, cuentas de valvas de moluscos y piedra, y tembetás de cuarzo y resina vegetal26 (Prous 1992; Noelli 1993; Castro 2017). Por su parte, en los rituales antropofágicos se sacrificaba a los cautivos de guerra en complejas ceremonias que incluían beberagens, danzas y el consumo de la víctima27.

Existen además, otros tipos de espacios complementarios a la aldea como son las rozas para la agricultura, la recolección y la caza, y los campamentos específicos de caza, pesca y obtención de materia primas. Todos estos sitios arqueológicos estaban conectados por senderos o caminos (trilhas), en cuyos márgenes también se sembraban cultivos y gestionaban los recursos vegetales silvestres (Prous 1992; Noelli 1993, 1999-2000). Los sitios arqueológicos guaraníes suelen ubicarse por debajo de los 400 msnm, dentro de un ambiente de floresta; particularmente las aldeas están cerca de cursos de agua menores y un poco más distantes de los cursos fluviales principales.

La alfarería es el elemento más diagnóstico de la cultura material guaraní, se caracteriza por formas mayormente compuestas, y en menor proporción, simples y abiertas; presentan bases cónicas, redondeadas o planas. Existen seis clases principales de vasijas, mayormente con un uso doméstico: yapepó (olla); ñaetá (cazuela); ñaʼẽ, ñaʼẽmbé, tembiyru o tembeʼyʼu (plato); kambuchi (tinaja); kambuchi kaguava (vaso) y ñamypyũ (tostador) (La Salvia & Brochado 1989; Brochado et al. 1990; Brochado & Monticelli 1994; Noelli et al. 2018). Asimismo, como uso secundario, los yapepó y los kambuchi también funcionaban como urnas funerarias y los ñaetá y los kambuchi kaguava de bocas más anchas, como tapas de las urnas (Figura 6B). También los ñaʼẽmbé y los kambuchi kaguava frecuentemente se usaban como acompañamiento funerario dentro de las urnas. La cocción es oxidante incompleta, su manufactura es mediante rodetes, y como inclusión se utilizaba arena, tiesto molido y en algunos casos espículas de esponja de agua dulce. Los tratamientos de superficie incluyen alisado, corrugado, unguiculado, cepillado o pintado (rojo y/o negro sobre blanco); de manera individual o combinados en una misma pieza. Las vasijas lisas, corrugadas, unguiculadas o cepilladas indican sobre todo un uso doméstico, y aquellas pintadas policromas evidencian un uso ceremonial vinculado a la producción y al consumo colectivo de cauim (bebida fermentada principalmente a base de maíz); y particularmente los kambuchi también tenían un uso ritual vinculado a la muerte (Brochado 1984; La Salvia & Brochado 1989; Brochado et al. 1990; Noelli 1993; Noelli et al. 2018). Las ollas y tinajas pueden tener hasta un metro de altura y capacidad para contener más de 100 litros de líquido en algunos casos (Noelli 2004a). Entre los artefactos de cerámica también se cuentan algunas piezas modeladas como pipas, tembetás, cucharas, torteros, cuentas y pesas de red.

Los conjuntos líticos por sitio arqueológico, en general, presentan pocos artefactos en comparación con la cerámica. Pero en suma, se cuentan núcleos, desechos de talla e instrumentos que incluyen puntas de proyectil, bifaces, raspadores, raederas, perforadores, buriles, cuchillos, piezas con retoque sumario, choppers, chopping tools, talhadores bifaciales, yunques (rompecocos), cepillos, pulidores, pulidores en canaleta, hachas pulidas, manos de mortero, molinos, bolas, piedras lenticulares, itaiças y percutores; y también adornos como tembetás, cuentas y pendientes (Prous 1992; Noelli 1993; Costa Angrizani 2012; Castro & Costa Angrizani 2014). Las rocas y minerales explotados por los guaraníes incluyen la mayoría de las materias primas disponibles en la cuenca del río Uruguay, la predominancia de alguna sobre las demás depende en general de su mayor disponibilidad regional. En conjunto incluyen basalto, cuarcita, diabasa, arenisca, calcedonia, cuarzo y caliza silicificada, entre otras. Las rocas y minerales fueron obtenidos en fuentes primarias (afloramientos y filones) y secundarias (depósitos de rodados fluviales y clastos) (Costa Angrizani 2012; Castro & Costa Angrizani 2014; Castro 2017).

La mayoría de los instrumentos eran de madera (p. ej. utensilios, armas, canoas y remos) (Noelli 1993) y posiblemente por esta razón los artefactos óseos tienen una baja frecuencia en el registro arqueológico. En conjunto se cuentan anzuelos, puntas con epífisis, bipuntas, agujas, tubos, pendientes de hueso y de dientes de roedores y felinos, y cuentas de valvas de moluscos, vértebras de pez y huesos de aves (Prous 1992; Noelli 1993). Asimismo, los datos históricos muestran que los guaraníes también usaban los incisivos de carpincho (Hydrochoerus hydrochaeris) como herramientas para raspar, cortar, perforar, grabar y alisar maderas, huesos, valvas y otros materiales. También elaboraban filos, raspadores y cepillos (plainas) sobre valvas de bivalvos y gasterópodos. Paralelamente, usaban fibras vegetales para tejidos y cestería, y plumas y semillas para ornamentos (Noelli 1993).

En relación a la subsistencia, la mayor cantidad de información proviene de fuentes históricas, y estas señalan que, en términos dietarios los guaraníes eran generalistas y, además, que la mayor proporción de sus alimentos provenía de productos vegetales, tanto de la agricultura de roza como de su sofisticado manejo agroforestal (Noelli 1993, 1998a, 1998b, 1999, 1999-2000; Noelli et al. 2019). Los cultivos más representativos son: maíz, mandioca, porotos, batata, zapallo, maní, cará, pimienta, tabaco, algodón y diversas plantas frutales (véase una lista más completa en Noelli 1993 y 1999-2000). Este manejo no solo permitía la extracción de los productos vegetales del ambiente sino que alteraba y enriquecía significativamente la distribución y la diversidad vegetal de cada región ocupada. En sus desplazamientos transportaban (y trasplantaban) algunas de sus plantas alimenticias, medicinales, simbólicas y también aquellas usadas como materia prima (Noelli 1998b). Además, la instalación de una nueva aldea casi siempre se daba dentro de una floresta secundaria, esto es, un territorio donde la vegetación “primaria” ha sido previamente manejada y modificada de manera gradual por sus prácticas agroforestales. La floresta secundaria favorece la concentración de recursos de subsistencia, no solo de vegetales sino también de animales. Cabe mencionar que la mayoría de las presas eran obtenidas mediante trampas y caza directa en las rozas o sus alrededores (Noelli 1993). Por su parte, la lista de especies faunísticas explotadas incluyen algunos mamíferos, reptiles, aves, anfibios, peces, moluscos e insectos disponibles en cada región (Noelli 1993; Malabarba & Ricken 2009). Eran obtenidos mediante recolección, caza con arco y flecha, trampas, ictiotóxicos y pãris. También ha sido documentado el uso de miel de abejas y avispas, para su consumo directo o para su procesamiento a fin de producir alimentos, bebidas, medicinas, entre otros, y de cera para la confección de diversos artefactos (Noelli 1993; 1999-2000).


Figura 6.
Registro arqueológico guaraní de la cuenca del río Uruguay. A. Sitio arqueológico Barra do Santo Cristo 1 (Rio Grande do Sul, Brasil) demarcado con línea de puntos. B. vasijas guaraníes. B1. urna funeraria conformada por un yapepó (inferior) y un ñaetá (superior) del sitioarqueológico ACH-LP-07 (Santa Catarina, Brasil). B2. yapepó del sitio arqueológico El Azul (Entre Ríos, Argentina). B3. yapepó de la zona de Salto Grande (Entre Ríos, Argentina). B4. urna conformada por un yapepó (inferior) y un ñaetá (superior) del sitio arqueológico Ensenada del Bellaco (Entre Ríos, Argentina). B5. urna funeraria conformada por un kambuchi del arroyo Santos Grande (Entre Ríos, Argentina).
A.Costa Angrizani 2012, p. 258.B1. Lourdeau et al. 2016, p. 235.B2-5 J. C. Castro.

Los guaraníes prehispánicos fueron cazadores-recolectores-pescadores y agricultores; también alfareros, canoeros, guerreros y caníbales. Se caracterizan por una ocupación espacio-temporal continua, mediante la conquista de territorios y el emplazamiento de nuevas aldeas interconectadas con las antiguas (Brochado 1984; Noelli 1993, 2004a). Cada aldea (y su cementerio o área de inhumación), con una alta estabilidad residencial, estaba integrada con la vegetación circundante, con las rozas para la agricultura, la recolección y la caza, y con los campamentos específicos de caza, pesca y obtención de materia primas (p. ej. piedra, arcilla y madera). Todo este conjunto conformaba un territorio de dominio (Tekohá) característico de la organización sociopolítica, económica y simbólica de los guaraníes. Los distintos tekohá de una misma región, delimitada generalmente por ríos, estaban vinculados entre sí mediante alianzas a través de lazos de parentesco y de reciprocidad, y en conjunto integraban una unidad territorial denominada Guâra, sobre la cual tenían derechos exclusivos de explotación de todos sus recursos y también el control de sus fronteras (Noelli 1993, 1999-2000; 2004a).

Socio-políticamente, estaban organizados en familias nucleares, las que se integraban en una familia extensa patrilineal (Teii) con 60 o más individuos. Las aldeas más grandes podían contener hasta cuatro o cinco familias extensas, alcanzando promedios de entre 300 y 600 personas, aunque hay informaciones sobre aldeas de hasta 3000 personas (véase Noelli 1999-2000). Cada familia extensa ocupaba una maloca y estaba bajo el liderazgo político y espiritual de un jefe prestigioso (por su capacidad guerrera, de cazador y agricultor, de oratoria, de entablar alianzas, de organizar importantes actividades públicas, ceremonias y fiestas, y de beber cauim); el cual a su vez estaba vinculado a todos los integrantes de la maloca por lazos de parentesco (sanguíneo, político y/o adoptivo) (Noelli 1993, 1999-2000; 2004a). Los individuos y parientes de distintas aldeas se congregaban tanto para actividades comunitarias (p. ej. construir malocas, abrir rozas y cosechar), como ceremoniales (p. ej. beberagens y rituales antropofágicos) y guerreras (p. ej. ataques a aldeas rivales y captura de enemigos) (Noelli 1993; Noelli & Brochado 1998).

Los guaraníes junto a los tupinambás, entre otros, integran la familia lingüística Tupí-Guaraní, perteneciente al tronco lingüístico Tupí. El origen geográfico de los Tupí estaría en el sudoeste de la Amazonía hace ca. 5000 años AP. Desde allí comenzaron su dispersión, por causas demográficas y ambientales, hace ca. 3000 años AP en dirección hacia el este primero, y luego hacia el norte y el sur; ocupando gradualmente distintas áreas de Paraguay, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay, donde finalmente fueron contactados por los conquistadores europeos a partir del siglo XVI (Brochado 1984; Noelli 1993, 1999-2000, 2004a; Bonomo et al. 2015; Iriarte et al. 2016).

Los tupinambás se expandieron hacia el norte y ocuparon distintas porciones de territorio desde Paraná hasta Maranhão y desde la Amazonía hasta la costa atlántica. La mayor densidad de sitios arqueológicos se registra en el este de la Amazonía y sobre todo en la faja costera del Océano Atlántico. Por su parte, los guaraníes se expandieron hacia el sur sobre todo por la cuenca del Plata, pero también ocuparon sectores de la costa atlántica desde São Paulo hasta el Rio de la Plata. La mayor densidad de sitios arqueológicos se registra entre los ríos Paranapanema en el norte e Ibicuí y Jacuí en el sur, y entre el río Paraná superior y el Atlántico (Brochado 1984; Noelli 2004a; Bonomo et al. 2015; Ozorio de Almeida & Góes Neves 2015; Iriarte et al. 2016).

Como síntesis general, de lo expuesto sobre el Holoceno tardío, es posible reconocer que la gran cantidad de sitios arqueológicos y de dataciones rediocarbónicas, ha permitido construir un panorama general bastante completo, sobre todo en relación a tres de las poblaciones indígenas con mayor presencia territorial y temporal registradas. Entre los rasgos más significativos, de la más reciente ocupación humana de la cuenca del río Uruguay, globalmente se pueden mencionar: asentamientos con alta estabilidad residencial (aldeas) integrados en un patrón de asentamiento que además incluía espacios públicos y ceremoniales con diferentes jerarquías, como así también lugares de actividades específicas (canteras-taller, talleres líticos, rozas, campamentos de caza y pesca, etc.); la adopción de la cerámica y su uso con fines domésticos, rituales y simbólicos; el desarrollo de una tecnología de navegación y circulación fluvial (canoas, remos, etc.); el amplio desarrollo de una eficiente tecnología ósea y malacológica que permitió la confección de instrumentos funcionalmente especializados y adornos corporales de diversos tipos; la extensa dispersión del cultivo de plantas domesticadas (maíz, poroto, zapallo, mandioca, algodón, tabaco, etc.); la consolidación de un sofisticado manejo agroforestal que provocó la máxima expansión de las florestas antropogénicas y el enriquecimiento de la vegetación primaria; el manejo de la fauna silvestre (tortugas, peces, abejas, insectos, etc.) y la utilización del perro; el registro de múltiples formas de inhumación, individuales y colectivas, asociadas en algunos casos a complejos rituales y festines mortuorios; la consolidación de complejidad social institucionalizada y el surgimiento de jerarquías sociales; el establecimiento de redes multidireccionales regionales y extraregionales de intercambio y circulación de bienes utilitarios y objetos exóticos con una alta carga simbólica; la consolidación de complejos sistemas de guerra y vendettas, que incluían sacrificios humanos y antropofagia; grandes migraciones, expansiones y desplazamientos poblacionales que habrían implicado interacciones, alianzas, conflictos, violencia interpersonal y guerras; el desarrollo de adaptaciones con una alta eficiencia en la explotación de los ambientes fluviales y de las tierras altas; la intensiva modificación antrópica del paisaje mediante el desarrollo de diversos tipos de ingeniería constructiva, que incluyen montículos, casas subterráneas, aterros anelares, pãris, entre otros. Específicamente, en lo relacionado a la arquitectura monumental en tierra, y en el caso de los jê del sur, esta es mayormente de carácter ceremonial y funerario. En el caso de los chaná-timbú los montículos tienen carácter dual, ritual y doméstico (p. ej. Brochado 1973, 1984; Noelli 1993, 1999-2000, 2004a; Saldanha 2005; De Souza 2012; Politis & Bonomo 2012; Bonomo et al. 2015; Copé 2015; Corteletti et al. 2015; De Souza et al. 2016; Castro 2017; Castro & Castiñeira 2017; Iriarte et al. 2013, 2016, 2017 y Robinson et al. 2017).

En general, es durante la segunda mitad del Holoceno tardío, que estos atributos alcanzan su mayor dispersión geográfica y desarrollo técnico, confluyendo en una gran dinámica poblacional y una diversificación lingüística nunca antes vista. Por su parte, el aumento demográfico, las migraciones y las expansiones, conllevan a la ocupación de nuevos territorios, lo que genera, por un lado, adaptaciones locales vinculadas al aprovechamiento y explotación intensiva de los diversos ambientes, y por otro lado, interacciones entre diversas poblaciones, lo que, a su vez, desencadena nuevos procesos sociales (asimilaciones, conflictos bélicos, desplazamientos territoriales, resistencias y reafirmación de las identidades, etc.) (Brochado 1973, 1984; Noelli 1999-2000, 2004a; Politis & Bonomo 2012; Bonomo et al. 2015; De Sousa et al. 2016; Iriarte et al. 2016, 2017; Silva & Noelli 2016; Noelli & De Sousa 2017; entre otros).

La expansión de los jê y su llegada a la cuenca del río Uruguay seguramente implicó el desplazamiento y/o asimilación de las poblaciones preexistentes en el área. Por su parte, debido a su amplia expansión continental es evidente que los hablantes de familia lingüística Tupí-Guaraní mantuvieron contactos con otros pueblos, ya sea mediante alianzas, intercambios o guerras. Así, la expansión de los guaraníes y los tupinambás hacia el sur (ca. 2000 años 14C AP) provoca el desplazamiento de los jê del sur de los ambientes costeros fluviales y marítimos, y la constricción de sus territorios sobre todo al Planalto, a los campos altos y a las nacientes del río Uruguay, incluyendo las cuencas de los ríos Canoas y Pelotas. El posterior colapso demográfico guaraní causado por epidemias entre los siglos XVI y XVIII permitió a los jê del sur retornar a algunos de sus antiguos territorios (Noelli 1999-2000; De Souza et al. 2016; Noelli & De Sousa 2017). Se podría sugerir aquí, que una situación semejante probablemente ocurrió en el río Uruguay inferior con los chaná-timbú a la llegada de los guaraníes. En esta zona hay un conjunto de sitios arqueológicos guaraníes que reflejan una ocupación más reciente de determinados puntos del espacio y posiblemente el desplazamiento de estos mismos lugares de sus ocupantes previos. Esta presencia guaraní mediante aldeas estables perdura hasta momentos posteriores a la conquista, dado que se han registrado algunos objetos europeos (véase Castro & Costa Angrizani 2014; Castro 2017). También es recurrente el hallazgo de urnas funerarias guaraníes implantadas sobre montículos construidos por otros grupos. Estas estructuras constituyen el rasgo arquitectónico más conspicuo del paisaje antrópico chaná-timbú, y por lo tanto, son el testimonio de su presencia, ocupación y permanencia en esos espacios. En este contexto, las urnas guaraníes posiblemente estarían funcionando como marcadores de presencia y dominio territorial ante los desplazados.

Para finalizar, es importante señalar que durante el Holoceno tardío algunas zonas de la cuenca del río Uruguay también fueron ocupadas por cazadores-recolectores y alfareros que no pueden ser incluidos por el momento, o simplemente no se corresponden con algunas de las manifestaciones arqueológicas o grupos étnicos mencionados arriba. En este escenario, se incluyen algunos sitios arqueológicos como los ya mencionados para la zona de Salto Grande: Cerro La Paloma, Cerro Chico I y II, Los Sauces I y II, Rancho Miño, Arroyo Yarará Chico y Rancho Colorado I, entre otros (Cigliano et al. 1971a, 1971b; Rodríguez & Rodríguez 1985); y también algunos ubicados más al sur como: Palmera Sola, Arroyo Ubajay, Arroyo El Palmar 1 y Árbol Viejo, entre otros (Castro 2017). Asimismo, la información etnohistórica de los siglos XVI-XVIII (véase p. ej. Serrano 1946, 1950; Basile Becker 1984; López Mazz & Bracco 2010; Latini 2012 y Bracco 2013), reconoce la presencia de diversos grupos étnicos ocupando la cuenca del río Uruguay, como por ejemplo: genoa-minuanos, charrúas, bohanes y yaros; pero su identificación con un registro arqueológico particular aún no ha alcanzado un avance significativo. Tal vez esto se deba en parte a que, tal como son definidos en las fuentes escritas, fueron grupos nómades muy móviles, y por lo tanto su señal arqueológica es pobre y difícil de caracterizar en sus atributos básicos. De todas maneras, queda de manifiesto que el panorama cultural de la región es un complejo mosaico donde convergen e interactúan varias poblaciones indígenas, algunas de las cuales necesitan ser caracterizadas con mayor precisión para poder integrarlas a los nuevos modelos arqueológicos regionales y así enriquecer nuestra comprensión del pasado.

Piedras grabadas y grandes puntas

Es necesario mencionar en este artículo dos tipos de objetos arqueológicos que se destacan por la singularidad de sus rasgos tecnomorfológicos; y para los cuales se carece hasta el momento de una cronología determinada con precisión y sin ambigüedades. El primero corresponde a las denominadas piedras grabadas del río Uruguay medio (Serrano 1950; Rodríguez 1969; Poenitz 1971; Vassallo 1971; Femenías 1985; Vassallo de Cettour 1995) (Figura 7G-K). Estas consisten en artefactos con carasalisadas por abrasión y pulido, las que a su vez presentan motivos geométricos conformados por hoyuelos (puntos) y surcos (líneas), producidos por abrasión o picado, que cubren parcial o totalmente la superficie de la pieza. Presentan contornos geométricos (subrectangulares, subtriangulares, elípticos, ovales, etc.) y mayormente fueron confeccionadas sobre arenisca, basalto o cuarcita. Sus dimensiones varían entre 8 y 23 cm de longitud, entre 5 y 13 cm de ancho y entre 1,5 y 5 cm de espesor; y las de mayor tamaño llegan a superar 1 kg de peso. Su función primaria es desconocida aunque algunas presentan hoyuelos y evidencias de percusión, por lo que posiblemente fueron usadas secundariamente como yunques (piedras con hoyuelos o rompecocos) o percutores (véase Cabrera Pérez & Gazzán 2015). Lo particular de estas piezas es que la inmensa mayoría procede de la zona de Salto Grande y de ambas márgenes del río Uruguay.

Hasta el momento se han recuperado alrededor de 120 de estas piezas y gran parte procede de recolecciones superficiales. El único dato cronológico asociado a piedras grabadas, recuperadas en una excavación sistemática, procede de Y-62-Bañadero, donde el componente arqueológico sin cerámica (Bañadero A) que contenía piedras grabadas fue fechado en 4660 ± 270 años 14C AP (Baeza 1985; Femenías 1985) (véase Figura 3D). En Entre Ríos algunas han sido recuperadas en sitios arqueológicos con cerámica, desechos de talla e instrumentos líticos (Rodríguez 1969; Poenitz 1971; Vassallo 1971; Rodríguez & Rodríguez 1985). En este marco, Poenitz (1971) señala que una de estas piezas procede del sitio arqueológico Los Sauces I (sensu Cigliano et al. 1971b), que cuenta con tres dataciones radiocarbónicas entre 1670 ± 70 y 1090 ± 40 años 14C AP (Cigliano et al. 1971a; Rodríguez & Rodríguez 1985). Por otro lado, Rodríguez & Rodríguez (1985) recuperaron dos fragmentos en estratigrafía en los sitios arqueológicos Cerro del Tigre II y Rancho Colorado I. Este último cuenta con dos dataciones radiocarbónicas de 820 ± 70 y 750 ± 70 años 14C AP (Rodríguez & Rodríguez 1985). En ninguno de estos casos los fechados radiocarbónicos se pueden correlacionar directamente con las piedras grabadas. Finalmente, de acuerdo a estudios y síntesis de información etnohistórica, hasta el momento tampoco existe evidencia concreta sobre la vinculación de estas piedras con algunos de los grupos indígenas que habitaron la región (p. ej. charrúas, genoa-minuanos, bohanes y yaros) (p. ej. Serrano 1946; Acosta y Lara 1961; López Mazz & Bracco 2010 y Bracco 2013).

El segundo tipo de objeto a destacar del río Uruguay (medio e inferior), son las grandes puntas líticas (Figueira 1892; Serrano 1924; Sollazo & Seijo 1932; Freitas 1953b; Ibarra Grasso 1967; Hilbert 1991; Meneghin 2004; Bonomo 2012) (Figura 7A-F). Estas presentan dimensiones que varían entre 12 y 27,3 cm de longitud, entre 5,9 y 11,7 cm de ancho (limbo) y entre 0,5 y 1,5 cm de espesor. Aquellas que han sido pesadas (n= 3; C, D y F de la Figura 7), sin ser estas las de mayor tamaño, varían entre 102 y 123 gr. Están mayormente elaboradas sobre materias primas silíceas de excelente calidad y colores poco comunes. En general, no presentan evidencias de uso, mantenimiento o reciclaje. Su manufactura requirió una gran inversión de tiempo y energía, ya que el proceso incluye la búsqueda y obtención de un nódulo de gran tamaño, de materia prima y color adecuados, a partir del cual se iniciaría la reducción y la producción de la forma-base, para la posterior formatización por parte de eximios talladores. Estas características, además del peso, hacen que la mayoría de los autores citados (a excepción p. ej. de Meneghin 2004, p. 7), no las consideren funcionales como puntas de proyectil de una lanza arrojadiza. Meneghin (2004, p.7) también menciona la posibilidad de que hayan sido “cuchillos enmangados”. Cabe además, de su uso como dagas/puñales, mencionar aquí la opción de uso como lanza de mano no arrojadiza.

A pesar de que no hay dataciones radiocarbónicas asociadas a estas puntas, Hilbert (1991) considera que corresponden al periodo precerámico de la región y Serrano (1950, 1972) al periodo Alfarero tardío (cultura de vinculaciones patagónicas) (800-500 años AP). Esta última “cultura” correspondería a los charrúas y sus antecesores inmediatos, a quien Serrano (1946) adjudica por ejemplo la punta de Monte Caseros (Figura 7A). Hasta el momento, ninguna pieza de tamaño y calidad técnica semejante ha sido recuperada en un sitio arqueológico del Holoceno tardío, a pesar de que la mayoría de los sitios registrados, relevados y/o excavados corresponden a este periodo. Esto podría sugerir que corresponden a momentos anteriores a la fase final del Holoceno, y quizá, como las dos grandes puntas de Uruguay, una cola de pescado (13,8 x 5,82 x 1,01 cm) y otra Tigre (15,3 x 5,5 x 1 cm), presentadas por Suárez et al. (2017, p. 12, Figura 10C y H), podrían corresponder al periodo cronológico comprendido entre el Pleistoceno final y el Holoceno temprano, pero aún las evidencias no son concluyentes.

Si bien las puntas de Suárez et al. (2017) tienen diseños distintos a las de la Figura 7, comparten ciertos rasgos con éstas, como el gran tamaño, el espesor delgado, el pedúnculo pequeño, la selección de una excelente materia prima y una excelente técnica de formatización. De cualquier manera, más allá de la asignación temporal de las puntas aquí presentadas, las puntas de Suárez et al. (2017) muestran que la sofisticada técnica de elaboración y la producción intencional de grandes artefactos posiblemente no utilitarios, ya estaba presente en el área desde los primeros tiempos de la ocupación humana.


Figura 7.
Puntas líticas grandes y piedras grabadas de la cuenca media e inferior del río Uruguay. A. Monte Caseros (Corrientes, Argentina). B. río Uruguay medio (Entre Ríos, Argentina). C y D. arroyo de Las Flores, cuenca inferior del río Negro (Río Negro, Uruguay). E. cuenca superior del río Queguay (Paysandú, Uruguay). F. desembocadura del río Arapey (Salto, Uruguay). G. sitio arqueológico Los Sauces (sensu Vassallo 1971, recuperada al sur del arroyo) (Federación, Entre Ríos). H, I y J. sitio arqueológico Cerro El Tigre (Federación, Entre Ríos). K. “Placa Mocoretá” del arroyo Mocoretá (Entre Ríos).
A. Serrano 1924, p. 5. B. Mariano Bonomo. C. Klaus Hilbert; D.Meneghin 2004, p. 13. E.Meneghin 2004, p. 12. F. Klaus Hilbert. G-J. German Moreira). K. J.C. Castro).

Sobre la base de la información disponible actualmente, se podría plantear aquí que las placas grabadas y las grandes puntas serían objetos que, en principio, evidenciarían situaciones simbólicas y rituales complejas, por sobre un fin netamente utilitario doméstico. A su vez, posiblemente reflejen algún tipo de diferencias interpersonales entre los individuos que las poseían y/o tenían la capacidad de elaborarlas, otorgándoles algún tipo de reconocimiento o prestigio social. Específicamente, para las piedras grabadas, su circunscripción geográfica casi exclusiva a la zona de Salto Grande, posiblemente se vincule simbólicamente con este rasgo geológico tan particular. En este sentido, también Suárez et al. (2017) plantean que las dos grandes puntas de proyectil tempranas (cola de pescado y Tigre), por ellos identificadas en Uruguay, estarían ligadas al prestigio social de algunas personas.

Consideraciones finales

La cuenca del río Uruguay presenta una secuencia de ocupación indígena desde el inicio del poblamiento de Sudamérica, durante la transición Pleistoceno-Holoceno, hasta la actualidad, y desde sus nacientes hasta su desembocadura. Desde las primeras bandas de cazadores-recolectores exploradoras dispersas en una vasta región, hasta la diversidad cultural y lingüística registrada por los primeros conquistadores desde el siglo XVI en adelante.

El río Uruguay con su amplia y compleja red hidrográfica se caracteriza por presentar abundancia de recursos vitales como agua dulce, animales para la caza, pesca y recolección, vegetales para el consumo, medicina, leña, construcción de refugios y manufactura de artefactos, y materiales líticos abundantes, de excelente calidad y, en general, de fácil obtención. Por estas razones, fue usado desde el inicio de la ocupación humana como ruta de penetración hacia el interior del continente y posteriormente como vía de dispersión, migración, expansión y circulación de personas y bienes (Iriarte et al. 2017). Si bien esta red fluvial favoreció estos procesos poblacionales también es claro que no fueron las únicas rutas utilizadas.

Durante este extenso rango temporal se dio un aumento poblacional y una diversificación adaptativa que desencadenó progresivamente la especialización tecnológica, la incorporación de innovaciones, la adopción de la agricultura, la modificación a gran escala del ambiente natural, la emergencia de complejidad socio-política y los contactos intergrupales extraregionales, entre otros aspectos (Noelli 1999-2000, 2004a; Iriarte et al.2008, 2017; De Souza et al. 2016; entre otros). Paralelamente, se fue cristalizando el conocimiento pleno del entorno ambiental y de la distribución y potencialidad de los recursos orgánicos e inorgánicos (geografías, climas, rocas, minerales, hongos, plantas y animales) de la cuenca. Esto favoreció la ocupación y el uso de diversos ambientes por distintos grupos humanos, e inclusive los mismos grupos ocuparon simultáneamente varios tipos de ambientes (p. ej. guaraníes y jê del sur; véase Bonomo et al. 2015; Iriarte et al. 2017; Noelli & De Souza 2017).

Específicamente, las ocupaciones humanas más tempranas se ubican mayormente en la cuenca media y en estrecha vinculación con ambientes ribereños. Posiblemente, esto refleja un sesgo de muestreo, tanto para las ocupaciones de la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno temprano como para las del Holoceno medio. Por su parte, las poblaciones registradas sobre todo a partir de los 2000 años AP se distribuyen por toda la cuenca. De esta forma, la tradición arqueológica Taquara-Itararé se manifiesta claramente en la cuenca superior, la entidad arqueológica Goya-Malabrigo en la cuenca inferior y los guaraníes están presentes desde la confluencia de los ríos Canoas y Pelotas, en la cuenca superior, hasta la desembocadura del río Uruguay en el Río de la Plata, en lo que corresponde a la porción final de su cuenca inferior (al respecto de esta distribución geográfica véase p. ej. Iriarte et al. 2017, p. 253, Figura 1).

Las poblaciones del Holoceno tardío, en conjunto, se caracterizan por un aprovechamiento integral de los recursos inorgánicos y orgánicos que brinda el entorno, por un mayor sedentarismo y complejidad social, por un aumento de la territorialidad y una modificación del paisaje sin precedentes (p. ej. Copé 2007, 2015; Iriarte et al.2008, 2017; Politis & Bonomo 2012; Silva & Noelli 2016 y De Souza 2017); mostrando un desarrollo paralelo a otras áreas de la Tierras Bajas Neotropicales de Sudamérica, como por ejemplo el Cerrado y la Amazonía (Acre, Alto Xingú, Pantanal y Llanos de Mojos, entre otros), y también sincrónico a los procesos culturales de Mesoamérica y los Andes, en general (Schmitz et al. 1998; Wüst & Barreto 1999; Erickson 2008, 2010; Heckenberger et al. 2008; Dillehay 2011;Schaan et al. 2012; Iriarte et al. 2017; entre otros). Esto definitivamente permite descartar la visión de “área marginal” habitada por pequeños grupos de cazadores-recolectores geográficamente aislados y con tecnologías simples (Steward 1946, 1949; Lowie 1949).

Por último, a pesar del recorte geográfico de este artículo y de su carácter de síntesis regional, la información resumida indica un panorama arqueológico e histórico heterogéneo y una presencia humana de larga duración. La que se caracteriza por una sucesión de diversas poblaciones en el tiempo y en el espacio, y cuya dinámica poblacional se inserta en una región mayor que corresponde a la cuenca del Plata, y excede ampliamente al río de los caracoles.

Agradecimientos

A Rick Rubin de Rubin y Mariano Bonomo por la invitación a participar de este volumen. A Diego Gobbo, Moira Sotelo, Klaus Hilbert, Cristina Vassallo de Cettour, Ibán Sánchez Pinto, Germán Moreira, Raúl Almeida y Celso Bel, por sus generosas contribuciones. A Francisco Silva Noelli por su lectura crítica y a ambos evaluadores por sus valiosos aportes.

Notas

1 El nombre del río proviene del vocablo guaraní Urugua´y o Uruguâ ĭ, que se traduce como río de los caracoles (Uruguâ= caracol de agua -Montoya 1639, p. 407-; ĭ= agua, río -Montoya 1639, p. 163). El nombre hace referencia a los moluscos gasterópodos de gran tamaño y abundantes a lo largo de su cauce.

2 Todos los sitios arqueológicos referidos en la leyenda de la Figura 1 son mencionados a lo largo del artículo, seguidos de las citas correspondientes donde existe más información sobre ellos.

3 Debido a las limitaciones de espacio propias de un artículo, las citas bibliográficas están reducidas. Por la misma razón, no es posible abordar en detalle todos los temas relevantes para la arqueología del río Uruguay. Para profundizar sobre algún tema particular se recomienda la lectura de los trabajos citados.

4 En este trabajo se utilizan las subdivisiones cronológicas del Holoceno propuestas por Walker et al.(2019).

5Estos montículoso cerritos, identificados con la Tradición Vieira, no están directamente relacionados a los montículos existentes en el curso inferior del río Uruguay correspondientes al Holoceno tardío (p. ej. Greslebin 1931; Caggiano 1984; Farías 2005;Capdepont et al. 2010 y Castro 2017), sino que están vinculados al fenómeno constructivo del sudeste de Brasil y noreste y este de Uruguay, y presentan fechados que van desde el Holoceno medio al Holoceno tardío (al respecto véase por ejemplo Schmitz et al. 1991; López Mazz 2001; Iriarte 2003; Bracco 2006 y Gianotti 2015).

6 Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase por ejemplo Dias (2007), Araujo (2015), Moreno de Sousa (2017), Suarez et al. (2017) y Moreno de Sousa & Okumura (2018).

7 Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase Dias & Hoeltz (2010).

8 Véase una discusión detallada sobre la asociación entre algunos de estos fechados y los materiales culturales de los respectivos sitios arqueológicos en Suárez (2011, pp. 43-44) y Bueno et al. (2013, pp. 81-82).

9 Salto Grande se denomina al sector del río Uruguay medio comprendido aproximadamente entre los paralelos 31° y 31°, 30´de latitud sur.

10 Los Sauces II de Rodríguez & Rodríguez (1985) es el mismo sitio arqueológico que Cigliano et al. (1971b) denominan Los Sauces I. También es denominado Los Sauces por Cigliano et al. (1971a); Los Sauces Norte por Poenitz (1971); y Los Sauces por Vassallo (1971), quién no distingue sectores entre el norte y el sur del arroyo.

11 Existe además un sitio arqueológico denominado Alto Alegre 3 (RS-ALP-AA-03) (Scientia 2009), ubicado en la margen izquierda del río Uruguay (Figura 1), que, a pesar de no contar con fechados absolutos, presenta un contexto estratigráfico y arqueológico semejante a ACH-LP-01-Chapecó y ACH-LP-03-Chapecó (ubicados aproximadamente a 3000 m de distancia); por estas razones es considerado por algunos autores como un sitio arqueológico temprano (p. ej. Lourdeau et al. 2014, 2016 y Hoeltz et al. 2015). También se puede mencionar el caso del sitio arqueológico RS-FA-36 que contaría con seis dataciones entre 11.710 y 9240 años 14C AP (De Masi 2006, en Carbonera 2014). Sobre este sitio arqueológico en particular este autor no ha podido acceder a más información que la presentada por Carbonera (2014).

12 Estas dataciones figuran en Scientia (2009) con leves variaciones de valores. Lo mismo ocurre con el sitio arqueológico ACH-LP-03-Chapecó (véase más adelante). De todas maneras y a los objetivos de síntesis de este trabajo estas leves diferencias no son significativas.

13 Existen otros sitios arqueológicos en el río Uruguay con fechados radiocarbónicos que corresponderían a este período o al final del anterior (SC-U-6 y SC-VP-38), pero el contexto depositacional y la asociación entre los artefactos y los carbones datados ha sido cuestionada por Dias & Hoeltz (2010).

14 Es importante tener en cuenta que estas tradiciones y entidades arqueológicas trascienden geográficamente la cuenca del río Uruguay, pero este trabajo se focaliza mayormente en el registro arqueológico vinculado a esta cuenca.

15 Kaingang y xokleng son pueblos hablantes de distintas lenguas de la familia Jê, pero comparten una matriz cultural Macro-Jê. Además de la lengua, son biológica y culturalmente distintos pero su registro arqueológico en el sur de Brasil es similar, tanto en los artefactos como en los contextos (Noelli 1999-2000;Noelli & De Souza 2017).

16 Sobre esta vinculación del registro arqueológico con las poblaciones históricas no todos los autores están de acuerdo (véase p. ej. Schmitz et al. 2010 y Copé 2015).

17Según Schmitz et al. (2010) no todas las casas serían ocupadas de manera simultánea, tal vez una o dos por cada vez que se ocupaba y reocupaba el lugar. Para una postura contraria, donde habría ocupaciones sincrónicas en gran parte de las casas, véase por ejemplo Copé (2015).

18 El aterro anelar de mayores dimensiones registrado es PM01 con un diámetro de 180 m. Se encuentra en la provincia de Misiones (Argentina), sobre la cuenca del río Paraná. Forma parte de un complejo mayor integrado por otros aterros y montículos (Menghin 1956; Iriarte et al. 2008, 2010).

19 Algunos autores plantean que aún no hay suficiente evidencia para proponer que las poblaciones prehispánicas que ocuparon las casas subterráneas eran agricultores. En este sentido, se sostiene que las evidencias existentes provienen sobre todo de contextos funerarios y no de contextos domésticos o terrenos de cultivo, pudiendo ser producto de intercambios (véase p. ej. Copé 2015).

20 Esta última fecha está dada por el sitio arqueológico La Yeguada (Uruguay) (Castillo 2004). Luego del siglo XVI comienza el colapso y desintegración de estos grupos étnicos prehispánicos, pero esto no llevó a la extinción total de los chaná-timbú, ya que actualmente se registran pocos descendientes que aún conservan conocimientos ancestrales y el lenguaje (p. ej. Jaime & Viegas Barros 2013).

21 En su curso medio el rio Uruguay corre encajonado por terrazas y su ancho varía entre 0,6 km y 1,8 km. Por el contrario, en su curso inferior, a la altura de Concepción del Uruguay (Argentina), el valle del río se abre en forma suave pasando de 1 km de ancho al norte de la ciudad a 6 km a la altura de Colonia Elía (Argentina) y a 14 km al norte de Nuevo Berlín (Uruguay). Luego de este punto, el ancho varía entre 5 y 12 km hasta su desembocadura (Iriondo & Kröhling 2008).

22 En un artículo reciente, sobre la distribución de Goya-Malabrigo, Politis et al. (2018) plantean que la amplitud de la planicie de inundación y la pendiente del río Paraná (que regula en parte la velocidad del caudal de agua), serían los dos parámetros ambientales más influyentes sobre el establecimiento de estas poblaciones. Para el río Uruguay, los autores consideran solamente la pendiente media, que cambia de 9,1 cm/km a 2,9 cm/km al pasar del curso medio al inferior (a partir de Salto Grande según los autores). Si la baja pendiente de 2,9 cm/km se combina con la zona donde el cauce del río es más ancho, se observa que la superposición entre ambos parámetros ocurre recién en el inicio del curso inferior (de acuerdo a las subdivisiones del río usadas en este trabajo y basadas en Iriondo & Kröhling 2008, p. 22), aproximadamente a la altura de Concepción del Uruguay. A partir de este punto, la llanura aluvial se expande notablemente y el río disminuye su velocidad (sobre todo en las zonas costeras donde hay estacionamiento y menor renovación de las aguas), y su capacidad de carga en suspensión (lo que ha generado el surgimiento de numerosos bancos de arena e islas); y es, desde esta zona hacia el sur, donde hasta el momento se han registrado asentamientos Goya-Malabrigo bien documentados y sin ambigüedades (Castro 2017). Esto además, coincide con el mapa de distribución potencial de Goya-Malabrigo de Politis et al. (2018, p. 299, Figura 3), que representa las probabilidades más altas de ocupación del río Uruguay, precisamente a partir de su curso inferior (sensu Iriondo & Kröhling 2008) y sobre todo desde el inicio del paleodelta, a la altura de Concepción del Uruguay.

23 En este marco, el sitio arqueológico El Potrero/El Cuatro (véase Castro 2018) probablemente represente hasta el momento, uno de un conjunto de asentamientos fronterizos en estas latitudes. Situación que deberá ser investigada con mayor profundidad.

24 Los guaraníes representan diversas poblaciones que comparten la lengua, la subsistencia, la organización social y religiosa, la mitología, la cultura material, entre otros aspectos. Si bien hay diferencias dialectales y adaptativas debido a los diversos ambientes que ocuparon, las variaciones a nivel del registro arqueológico no son significativas (Noelli 1999-2000); lo que, por otro lado, ha permitido identificarlos arqueológicamente a través de un vasto territorio.

25La ocupación guaraní de este sitio arqueológico se restringe a la presencia de una urna funeraria conteniendo restos óseos humanos, y que se asocia a una datación radiocarbónica contextual de 395 ± 40 años 14C AP (Lourdeau et al. 2016). Esta asociación probablemente sea correcta ya que en las proximidades de ACH-LP-07-Chapecó existen otros sitios arqueológicos guaraníes como ACH-SU-01-C3 y ACH-SU-03-C2 (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2016) con fechados en promedio de ca. 500 años AP; e incluso el último con urnas funerarias.

26 Para épocas posthispánicas también se han registrado urnas guaraníes que contenían placas de metal y cuentas de vidrio europeas. Este es el caso por ejemplo del sitio arqueológico Cerrito de la Isla del Vizcaíno en Uruguay (Figueira 1900; Hilbert 1991).

27Para profundizar sobre la antropofagia ritual, los beberagens y el ethos guerrero de los guaraníes y los tupinambás véase por ejemplo Fernandes (1949), Noelli (1993) y Noelli & Brochado (1998).

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Notas

1 El nombre del río proviene del vocablo guaraní Urugua´y o Uruguâ ĭ, que se traduce como río de los caracoles (Uruguâ= caracol de agua -Montoya 1639, p. 407-; ĭ= agua, río -Montoya 1639, p. 163). El nombre hace referencia a los moluscos gasterópodos de gran tamaño y abundantes a lo largo de su cauce.
2 Todos los sitios arqueológicos referidos en la leyenda de la Figura 1 son mencionados a lo largo del artículo, seguidos de las citas correspondientes donde existe más información sobre ellos. 3Debido a las limitaciones de espacio propias de un artículo, las citas bibliográficas están reducidas. Por la misma razón, no es posible abordar en detalle todos los temas relevantes para la arqueología del río Uruguay. Para profundizar sobre algún tema particular se recomienda la lectura de los trabajos citados. 4En este trabajo se utilizan las subdivisiones cronológicas del Holoceno propuestas por Walker et al.(2019). 5Estos montículoso cerritos, identificados con la Tradición Vieira, no están directamente relacionados a los montículos existentes en el curso inferior del río Uruguay correspondientes al Holoceno tardío (p. ej. Greslebin 1931; Caggiano 1984; Farías 2005;Capdepont et al. 2010 y Castro 2017), sino que están vinculados al fenómeno constructivo del sudeste de Brasil y noreste y este de Uruguay, y presentan fechados que van desde el Holoceno medio al Holoceno tardío (al respecto véase por ejemplo Schmitz et al. 1991; López Mazz 2001; Iriarte 2003; Bracco 2006 y Gianotti 2015). 6Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase por ejemplo Dias (2007), Araujo (2015), Moreno de Sousa (2017), Suarez et al. (2017) y Moreno de Sousa & Okumura (2018). 7Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase Dias & Hoeltz (2010). 8Véase una discusión detallada sobre la asociación entre algunos de estos fechados y los materiales culturales de los respectivos sitios arqueológicos en Suárez (2011, pp. 43-44) y Bueno et al. (2013, pp. 81-82). 9Salto Grande se denomina al sector del río Uruguay medio comprendido aproximadamente entre los paralelos 31° y 31°, 30´de latitud sur.
10 Los Sauces II de Rodríguez & Rodríguez (1985) es el mismo sitio arqueológico que Cigliano et al. (1971b) denominan Los Sauces I. También es denominado Los Sauces por Cigliano et al. (1971a); Los Sauces Norte por Poenitz (1971); y Los Sauces por Vassallo (1971), quién no distingue sectores entre el norte y el sur del arroyo. 11Existe además un sitio arqueológico denominado Alto Alegre 3 (RS-ALP-AA-03) (Scientia 2009), ubicado en la margen izquierda del río Uruguay (Figura 1), que, a pesar de no contar con fechados absolutos, presenta un contexto estratigráfico y arqueológico semejante a ACH-LP-01-Chapecó y ACH-LP-03-Chapecó (ubicados aproximadamente a 3000 m de distancia); por estas razones es considerado por algunos autores como un sitio arqueológico temprano (p. ej. Lourdeau et al. 2014, 2016 y Hoeltz et al. 2015). También se puede mencionar el caso del sitio arqueológico RS-FA-36 que contaría con seis dataciones entre 11.710 y 9240 años 14C AP (De Masi 2012, en Carbonera 2014). Sobre este sitio arqueológico en particular este autor no ha podido acceder a más información que la presentada por Carbonera (2014). 12Estas dataciones figuran en Scientia (2009) con leves variaciones de valores. Lo mismo ocurre con el sitio arqueológico ACH-LP-03-Chapecó (véase más adelante). De todas maneras y a los objetivos de síntesis de este trabajo estas leves diferencias no son significativas. 13Existen otros sitios arqueológicos en el río Uruguay con fechados radiocarbónicos que corresponderían a este período o al final del anterior (SC-U-6 y SC-VP-38), pero el contexto depositacional y la asociación entre los artefactos y los carbones datados ha sido cuestionada por Dias & Hoeltz (2010).
14 Es importante tener en cuenta que estas tradiciones y entidades arqueológicas trascienden geográficamente la cuenca del río Uruguay, pero este trabajo se focaliza mayormente en el registro arqueológico vinculado a esta cuenca.
15 Kaingang y xokleng son pueblos hablantes de distintas lenguas de la familia Jê, pero comparten una matriz cultural Macro-Jê. Además de la lengua, son biológica y culturalmente distintos pero su registro arqueológico en el sur de Brasil es similar, tanto en los artefactos como en los contextos (Noelli 1999-2000;Noelli & De Souza 2017). 16Sobre esta vinculación del registro arqueológico con las poblaciones históricas no todos los autores están de acuerdo (véase p. ej. Schmitz et al. 2010 y Copé 2015).
17 Según Schmitz et al. (2010) no todas las casas serían ocupadas de manera simultánea, tal vez una o dos por cada vez que se ocupaba y reocupaba el lugar. Para una postura contraria, donde habría ocupaciones sincrónicas en gran parte de las casas, véase por ejemplo Copé (2015). 18El aterro anelar de mayores dimensiones registrado es PM01 con un diámetro de 180 m. Se encuentra en la provincia de Misiones (Argentina), sobre la cuenca del río Paraná. Forma parte de un complejo mayor integrado por otros aterros y montículos (Menghin 1956; Iriarte et al. 2008, 2010).
19 Algunos autores plantean que aún no hay suficiente evidencia para proponer que las poblaciones prehispánicas que ocuparon las casas subterráneas eran agricultores. En este sentido, se sostiene que las evidencias existentes provienen sobre todo de contextos funerarios y no de contextos domésticos o terrenos de cultivo, pudiendo ser producto de intercambios (véase p. ej. Copé 2015). 20Esta última fecha está dada por el sitio arqueológico La Yeguada (Uruguay) (Castillo 2004). Luego del siglo XVI comienza el colapso y desintegración de estos grupos étnicos prehispánicos, pero esto no llevó a la extinción total de los chaná-timbú, ya que actualmente se registran pocos descendientes que aún conservan conocimientos ancestrales y el lenguaje (p. ej. Jaime & Viegas Barros 2013). 21En su curso medio el rio Uruguay corre encajonado por terrazas y su ancho varía entre 0,6 km y 1,8 km. Por el contrario, en su curso inferior, a la altura de Concepción del Uruguay (Argentina), el valle del río se abre en forma suave pasando de 1 km de ancho al norte de la ciudad a 6 km a la altura de Colonia Elía (Argentina) y a 14 km al norte de Nuevo Berlín (Uruguay). Luego de este punto, el ancho varía entre 5 y 12 km hasta su desembocadura (Iriondo & Kröhling 2008). 22En un artículo reciente, sobre la distribución de Goya-Malabrigo, Politis et al. (2018) plantean que la amplitud de la planicie de inundación y la pendiente del río Paraná (que regula en parte la velocidad del caudal de agua), serían los dos parámetros ambientales más influyentes sobre el establecimiento de estas poblaciones. Para el río Uruguay, los autores consideran solamente la pendiente media, que cambia de 9,1 cm/km a 2,9 cm/km al pasar del curso medio al inferior (a partir de Salto Grande según los autores). Si la baja pendiente de 2,9 cm/km se combina con la zona donde el cauce del río es más ancho, se observa que la superposición entre ambos parámetros ocurre recién en el inicio del curso inferior (de acuerdo a las subdivisiones del río usadas en este trabajo y basadas en Iriondo & Kröhling 2008, p. 22), aproximadamente a la altura de Concepción del Uruguay. A partir de este punto, la llanura aluvial se expande notablemente y el río disminuye su velocidad (sobre todo en las zonas costeras donde hay estacionamiento y menor renovación de las aguas), y su capacidad de carga en suspensión (lo que ha generado el surgimiento de numerosos bancos de arena e islas); y es, desde esta zona hacia el sur, donde hasta el momento se han registrado asentamientos Goya-Malabrigo bien documentados y sin ambigüedades (Castro 2017). Esto además, coincide con el mapa de distribución potencial de Goya-Malabrigo de Politis et al. (2018, p. 299, Figura 3), que representa las probabilidades más altas de ocupación del río Uruguay, precisamente a partir de su curso inferior (sensu Iriondo & Kröhling 2008) y sobre todo desde el inicio del paleodelta, a la altura de Concepción del Uruguay.
23 En este marco, el sitio arqueológico El Potrero/El Cuatro (véase Castro 2018) probablemente represente hasta el momento, uno de un conjunto de asentamientos fronterizos en estas latitudes. Situación que deberá ser investigada con mayor profundidad. 24Los guaraníes representan diversas poblaciones que comparten la lengua, la subsistencia, la organización social y religiosa, la mitología, la cultura material, entre otros aspectos. Si bien hay diferencias dialectales y adaptativas debido a los diversos ambientes que ocuparon, las variaciones a nivel del registro arqueológico no son significativas (Noelli 1999-2000); lo que, por otro lado, ha permitido identificarlos arqueológicamente a través de un vasto territorio. 25La ocupación guaraní de este sitio arqueológico se restringe a la presencia de una urna funeraria conteniendo restos óseos humanos, y que se asocia a una datación radiocarbónica contextual de 395 ± 40 años 14C AP (Lourdeau et al. 2016). Esta asociación probablemente sea correcta ya que en las proximidades de ACH-LP-07-Chapecó existen otros sitios arqueológicos guaraníes como ACH-SU-01-C3 y ACH-SU-03-C2 (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2016) con fechados en promedio de ca. 500 años AP; e incluso el último con urnas funerarias.
27 Para profundizar sobre la antropofagia ritual, los beberagens y el ethos guerrero de los guaraníes y los tupinambás véase por ejemplo Fernandes (1949), Noelli (1993) yNoelli & Brochado (1998).
3 Debido a las limitaciones de espacio propias de un artículo, las citas bibliográficas están reducidas. Por la misma razón, no es posible abordar en detalle todos los temas relevantes para la arqueología del río Uruguay. Para profundizar sobre algún tema particular se recomienda la lectura de los trabajos citados.
4 En este trabajo se utilizan las subdivisiones cronológicas del Holoceno propuestas por Walker et al.(2019).
5 Estos montículoso cerritos, identificados con la Tradición Vieira, no están directamente relacionados a los montículos existentes en el curso inferior del río Uruguay correspondientes al Holoceno tardío (p. ej. Greslebin 1931; Caggiano 1984; Farías 2005;Capdepont et al. 2010 y Castro 2017), sino que están vinculados al fenómeno constructivo del sudeste de Brasil y noreste y este de Uruguay, y presentan fechados que van desde el Holoceno medio al Holoceno tardío (al respecto véase por ejemplo Schmitz et al. 1991; López Mazz 2001; Iriarte 2003; Bracco 2006 y Gianotti 2015).
6 Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase por ejemplo Dias (2007), Araujo (2015), Moreno de Sousa (2017), Suarez et al. (2017) y Moreno de Sousa & Okumura (2018).
7 Para una revisión crítica actualizada de esta categoría arqueológica véase Dias & Hoeltz (2010).
8 Véase una discusión detallada sobre la asociación entre algunos de estos fechados y los materiales culturales de los respectivos sitios arqueológicos en Suárez (2011, pp. 43-44) y Bueno et al. (2013, pp. 81-82).
9 Salto Grande se denomina al sector del río Uruguay medio comprendido aproximadamente entre los paralelos 31° y 31°, 30´de latitud sur.
11 Existe además un sitio arqueológico denominado Alto Alegre 3 (RS-ALP-AA-03) (Scientia 2009), ubicado en la margen izquierda del río Uruguay (Figura 1), que, a pesar de no contar con fechados absolutos, presenta un contexto estratigráfico y arqueológico semejante a ACH-LP-01-Chapecó y ACH-LP-03-Chapecó (ubicados aproximadamente a 3000 m de distancia); por estas razones es considerado por algunos autores como un sitio arqueológico temprano (p. ej. Lourdeau et al. 2014, 2016 y Hoeltz et al. 2015). También se puede mencionar el caso del sitio arqueológico RS-FA-36 que contaría con seis dataciones entre 11.710 y 9240 años 14C AP (De Masi 2012, en Carbonera 2014). Sobre este sitio arqueológico en particular este autor no ha podido acceder a más información que la presentada por Carbonera (2014).
12 Estas dataciones figuran en Scientia (2009) con leves variaciones de valores. Lo mismo ocurre con el sitio arqueológico ACH-LP-03-Chapecó (véase más adelante). De todas maneras y a los objetivos de síntesis de este trabajo estas leves diferencias no son significativas.
13 Existen otros sitios arqueológicos en el río Uruguay con fechados radiocarbónicos que corresponderían a este período o al final del anterior (SC-U-6 y SC-VP-38), pero el contexto depositacional y la asociación entre los artefactos y los carbones datados ha sido cuestionada por Dias & Hoeltz (2010).
16 Sobre esta vinculación del registro arqueológico con las poblaciones históricas no todos los autores están de acuerdo (véase p. ej. Schmitz et al. 2010 y Copé 2015).
18 El aterro anelar de mayores dimensiones registrado es PM01 con un diámetro de 180 m. Se encuentra en la provincia de Misiones (Argentina), sobre la cuenca del río Paraná. Forma parte de un complejo mayor integrado por otros aterros y montículos (Menghin 1956; Iriarte et al. 2008, 2010).
20 Esta última fecha está dada por el sitio arqueológico La Yeguada (Uruguay) (Castillo 2004). Luego del siglo XVI comienza el colapso y desintegración de estos grupos étnicos prehispánicos, pero esto no llevó a la extinción total de los chaná-timbú, ya que actualmente se registran pocos descendientes que aún conservan conocimientos ancestrales y el lenguaje (p. ej. Jaime & Viegas Barros 2013).
21 En su curso medio el rio Uruguay corre encajonado por terrazas y su ancho varía entre 0,6 km y 1,8 km. Por el contrario, en su curso inferior, a la altura de Concepción del Uruguay (Argentina), el valle del río se abre en forma suave pasando de 1 km de ancho al norte de la ciudad a 6 km a la altura de Colonia Elía (Argentina) y a 14 km al norte de Nuevo Berlín (Uruguay). Luego de este punto, el ancho varía entre 5 y 12 km hasta su desembocadura (Iriondo & Kröhling 2008).
22 En un artículo reciente, sobre la distribución de Goya-Malabrigo, Politis et al. (2018) plantean que la amplitud de la planicie de inundación y la pendiente del río Paraná (que regula en parte la velocidad del caudal de agua), serían los dos parámetros ambientales más influyentes sobre el establecimiento de estas poblaciones. Para el río Uruguay, los autores consideran solamente la pendiente media, que cambia de 9,1 cm/km a 2,9 cm/km al pasar del curso medio al inferior (a partir de Salto Grande según los autores). Si la baja pendiente de 2,9 cm/km se combina con la zona donde el cauce del río es más ancho, se observa que la superposición entre ambos parámetros ocurre recién en el inicio del curso inferior (de acuerdo a las subdivisiones del río usadas en este trabajo y basadas en Iriondo & Kröhling 2008, p. 22), aproximadamente a la altura de Concepción del Uruguay. A partir de este punto, la llanura aluvial se expande notablemente y el río disminuye su velocidad (sobre todo en las zonas costeras donde hay estacionamiento y menor renovación de las aguas), y su capacidad de carga en suspensión (lo que ha generado el surgimiento de numerosos bancos de arena e islas); y es, desde esta zona hacia el sur, donde hasta el momento se han registrado asentamientos Goya-Malabrigo bien documentados y sin ambigüedades (Castro 2017). Esto además, coincide con el mapa de distribución potencial de Goya-Malabrigo de Politis et al. (2018, p. 299, Figura 3), que representa las probabilidades más altas de ocupación del río Uruguay, precisamente a partir de su curso inferior (sensu Iriondo & Kröhling 2008) y sobre todo desde el inicio del paleodelta, a la altura de Concepción del Uruguay.
24 Los guaraníes representan diversas poblaciones que comparten la lengua, la subsistencia, la organización social y religiosa, la mitología, la cultura material, entre otros aspectos. Si bien hay diferencias dialectales y adaptativas debido a los diversos ambientes que ocuparon, las variaciones a nivel del registro arqueológico no son significativas (Noelli 1999-2000); lo que, por otro lado, ha permitido identificarlos arqueológicamente a través de un vasto territorio.
25 La ocupación guaraní de este sitio arqueológico se restringe a la presencia de una urna funeraria conteniendo restos óseos humanos, y que se asocia a una datación radiocarbónica contextual de 395 ± 40 años 14C AP (Lourdeau et al. 2016). Esta asociación probablemente sea correcta ya que en las proximidades de ACH-LP-07-Chapecó existen otros sitios arqueológicos guaraníes como ACH-SU-01-C3 y ACH-SU-03-C2 (Scientia 2009; Lourdeau et al. 2016) con fechados en promedio de ca. 500 años AP; e incluso el último con urnas funerarias.
26 Para épocas posthispánicas también se han registrado urnas guaraníes que contenían placas de metal y cuentas de vidrio europeas. Este es el caso por ejemplo del sitio arqueológico Cerrito de la Isla del Vizcaíno en Uruguay (Figueira 1900; Hilbert 1991).


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