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La Historia de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas en Vigilia del almirante de Augusto Roa Bastos
The History of The Indies of Friar Bartolomé de Las Casas in Vigil of The Admiral of Augusto Roa Bastos
Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica, vol.. 46, núm. 1, 2020
Universidad de Costa Rica

Literatura

Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica
Universidad de Costa Rica, Costa Rica
ISSN: 0377-628X
ISSN-e: 2215-2628
Periodicidad: Semestral
vol. 46, núm. 1, 2020

Recepción: 29 Mayo 2019

Aprobación: 03 Julio 2019


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 3.0 Internacional.

Resumen: El artículo analiza la presencia intertextual de la Historia de las Indias de fray Bartolomé de las Casas en Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos. Esto significa localizar y estudiar cómo funcionan los intertextos en Vigilia. En particular, el juego intertextual contribuye a elaborar las figuras del Almirante y de Las Casas a partir de aspectos polémicos de la conmemoración del quinto centenario del descubrimiento que, en el caso de Colón, responden a las preguntas de si realmente fue el descubridor y si obraba guiado por un afán evangelizador. En Vigilia la opción fue la respuesta negativa, a contrapelo de la de Las Casas, quien vio en el genovés la mano de la providencia y las buenas intenciones. Con respecto a Las Casas, hay una cesura a su apología de Colón y se escenifican sus radicales provocados por su lucha a favor de los indígenas. En ambos casos se advierte un sesgo humorístico. Roa juega con la Historia para asentar su proyecto de presentar al Colón “común”, no a un personaje mítico o emblemático. Y no lo hace desde el rigor de la historia, sino con la persuasión ficcional que confronta las miradas incapaces de advertir el sesgo colonialista de la figura del Almirante glorioso.

Palabras clave: retórica, intertextualidad, crónicas de Indias, novela histórica, Latinoamérica.

Abstract: This article analyzes the intertextual presence of friar Bartolomé de las Casas’s History of the Indies in Vigil of the Admiral of Augusto Roa Bastos. Hence, it means to locate and analyze how the different intertexts function in Vigil. Particularly, the intertextual game contributes to the creation of the different images related to the Admiral, and Las Casas, originated on several polemic aspects derived from the commemoration of the quincentennial of the discovery of America. In the case of Columbus, the issues concerning the fact of being the true discoverer, and if he acted motivated by true evangelizing motives, are answered. In Vigil, the answers are negative, in clear opposition to Las Casas, who saw in the Genoese the intermission of the providence and his good intentions. In addition, there is a caesura towards Las Casas’s apology of Columbus, staging his radicals as a consequence of his fight for the indigenous people’s rights. In both cases, a humorous bias is noted. Roa plays with history by using the fictional persuasion in order to consolidate his project of presenting a more “common” side of Columbus (contrary to his mythical or emblematic image), and by using the fictional persuasion rather than the accuracy of the aforesaid history. Thus, confronting those points of view unwilling to notice the colonialist bias of the glorious image of the admiral.

Keywords: rhetoric, intertextuality, chronicles of the Indies, historic novel, Latin America.

Vigilia del Almirante (1992) de Augusto Roa Bastos participa e incluso escenifica en ciertos aspectos la álgida discusión sobre la vida de Cristóbal Colón y el sentido actual del descubrimiento que tuvo lugar para conmemorar los 500 años del arribo del genovés a tierras americanas1. Con el paso del tiempo, sobre todo a partir del siglo XIX, Colón se erigió como símbolo y/o mito cargado de muy distintos valores y sentidos más que una persona de carne y hueso. No hay duda de que también se transformó en un hito ideológico. Roa persiguió ir, no sin una fuerte carga lúdica que nota Ezquerro (1993, p. 133), tras la sombra ambigua del navegante: el ávido y perspicaz aventurero de carne, reconocido por sus contradicciones, deficiencias y prestidigitaciones.

Este proyecto narrativo pudo haber sido arduo pues la documentación que permitía el margen de certidumbre histórica a quien le sigue la pista al Almirante no es escasa y, además, como sucede desde los primeros biógrafos del genovés, con frecuencia se encuentra confundida entre la apología y la denostación. No obstante, la intención de Roa no fue la de desbrozar toda la maraña de las incertidumbres, resquicios, verdades de diferentes calibres, llanas mentiras y leyendas, sino, junto con las notables ficciones de cuño histórico, tejer con ellas su intuida figura del Almirante. Las incertidumbres, ambigüedades, leyendas y falsías que rodean al personaje son la materia prima de su novela. Y, yendo más allá de los inseguros contornos de figura histórica, idóneos para la interpretación y la reflexión de la más variada índole, Roa coincide con el erudito Paolo Emilio Taviani en que “la vida de Cristóbal Colón fue una verdadera novela” (1991, p. 8).

También para la literatura, la figura del Almirante ha sido un campo fértil. Particularmente a través del drama2, la biografía novelada y la novela histórica de diversas tallas, tiempos y latitudes, se le ha dado vida desde muy distintas perspectivas3. En la actualidad, la narrativa en torno a Colón se ha convertido en un punto de interdicción y coincidencia entre la literatura y la historia, de encuentro y desencuentro entre el rigor de la ciencia histórica y los fueros de la ficción, pues ambas han intuido, construido y comunicado un probable Almirante a los ojos del lector. Pero este afán de mostrar un Colón convincente no es solo problema de fueros literarios o rigores científicos, porque en el modelaje de la figura del genovés intervienen decisivamente en las ideologías políticas. Así, frente a un Colón situado como portador de la civilización y la religión verdadera se responde con un Colón protagonista e inaugurador de la expansión colonial europea alrededor del mundo.

Al acercarse al genovés, los novelistas latinoamericanos de fines del siglo XX tuvieron como piedra de toque el afán de calibrar los resabios “colonialistas” del descubridor, operación que significa, en términos generales, desenmascarar a Colón, despojarlo de sus buenas intenciones morales4 y denunciar los resabios del espíritu colonial europeo que pervivía a flor de tierra o soterradamente en la conmemoración del arribo de Colón a América5.

Sin embargo, ante la opción de erigir una figura con sólidos e indubitables trazos colonialistas6 a la cual denostar, Roa Bastos optó por un trazado poroso; propuso una narrativa que se vale de algunas de las varias imágenes de Colón que se han ido acumulando en la historia y la literatura. Puede decirse que se dio a la tarea de cuestionar certidumbres y clichés propios de la historia oficial –o “literaria”, al decir de consuelo Varela– tanto como de las maniqueas, pero también a encauzar algunas de las voces que han construido la figura del Almirante en el transcurso de los siglos. Así, Roa parece decir al lector que no puede aspirar a verdades, y sí a adquirir una idea global de lo que fue o de lo que pudo haber sucedido en el pasado. El lector, entonces, se ubica frente a la “historia adivinada, una de las tantas de posible invención sobre el puñado de sombra vagamente humana que quedó del Almirante” (Roa, 1992, pp. 11-12).

Para representar a este Colón multiforme, el novelista paraguayo ensambló fragmentos de obras de varios cronistas de la Colonia, biógrafos e historiadores de nuestro tiempo y escritores de varios siglos. Entre los cronistas escogió la Relación acerca de las antigüedades de los indios de fray Ramón Pané, Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería, Vida del Almirante don Cristóbal Colón de Hernando Colón, Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas, Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara y Comentarios reales de Garcilaso de la Vega, el Inca. Y es posible que haya más textos y crónicas del siglo XVI, pero cuya presencia no advertimos.

Entre los historiadores y biógrafos de nuestro tiempo, recurrió a Juan Manzano Manzano, quien exploró exhaustivamente en Colón y su secreto la existencia y papel del hipotético Piloto anónimo, y Jakob Wasserman (Colón, el Quijote de los Océanos). Esta interacción entre textos historiográficos propicia que en el curso de la novela dialoguen las distintas voces e imágenes históricas del navegante así como su tratamiento multifocal completado por obras literarias entre las que sobresale El Quijote.

Para la integración de estas obras en Vigilia, desempeñan un papel decisivo las dos voces más importantes figuradas como personajes7 en el relato, la del Almirante y la del narrador, quien, no sin sesgo irónico, se define como “copista” de los textos colombinos. El narrador orquesta el juego intertextual escenificando su actitud crítica hacia la propia verdad de su narración-reflexión o hacia la validez de los documentos que comenta y en ocasiones incorpora a su discurso. Así sopesa algunas de las versiones más relevantes elaboradas en torno a los hechos y personalidad del Almirante, y lo hace emitiendo juicios y proyectando los hechos desde la actualidad, y con frecuencia con las grandes libertades del anacronismo y los datos falsos, “deliberados pero no arbitrarios ni caprichosos” (Roa, 1992, p. 12). En cambio, la voz del Almirante da cabida a otras obras al amparo de un monólogo en el que examina su vida desde el momento final. No hay duda, pues, de que el escritor paraguayo le concede un importante sitio al juego intertextual para representar con riqueza de sentido la complejidad de la contradictoria y enigmática vida del genovés, presentida a través de las fuentes e interpretaciones muchas veces yuxtapuestas y en ocasiones confrontadas.

En el entramado intertextual de Vigilia del Almirante (1992), la Historia de las Indias (concluida en 1561) de fray Bartolomé de las Casas (1484-1566) tiene un papel crucial. Dejando de lado el Diario de abordo del primer viaje del genovés, es la crónica de Indias a la que más acude la novela. La historia de Las Casas es el relato más importante para comprender la conquista y colonización tempranas desde una perspectiva alterna, al igual que para documentar la vida de Colón. Sin embargo, en Vigilia del Almirante la imagen del genovés que se le atribuye a Las Casas no corresponde substancialmente a la propuesta por el dominico: por un lado, los elementos que invisten la figura del Almirante que resultan cruciales para el biógrafo, como la elección providencial, el papel mesiánico, el designio evangelizador y la visión adánica del indígena son revisados y cuestionados en la novela. Pero no se borran por completo las huellas de la operación de documentación histórica –podría decirse un tanto laxamente–, sino que se escenifica el juego intertextual entre Vigilia del Almirante y la Historia de las Indias. Por otro lado, como parte de la estrategia narrativa de la novela y de apropiación del texto de Las Casas, se presenta a fray Bartolomé mediante algunos rasgos que no le corresponden al personaje trazado por la historia. Así, en la novela, gracias al contraste con la forma como comprende Las Casas al Almirante en su relato, se da pie a un retrato moral de un Colón mucho más terrestre, mucho menos dibujado con coloraciones religiosas. Este movimiento apunta a lo que Roa Bastos denomina en su proyecto novelístico: “recuperar la carnadura del hombre común, oscuramente genial, que produjo sin saberlo, sin proponérselo, sin presentirlo siquiera, el mayor acontecimiento cosmográfico y cultural registrado en dos milenios de historia de la humanidad” (1992, p. 11)8.

De esta forma, teniendo en consideración la importante presencia de la Historia de las Indias en Vigilia del Almirante, el objetivo de nuestra investigación es localizar y analizar los aspectos más notables del juego intertextual. Se localizan tanto en el trazado de la figura del Almirante como en Las Casas, que no solo es el autor de la historia sino también testigo –de vista y de oído– y protagonista relevante.

Por supuesto, en el planteamiento de la localización de los intertextos hay dificultades, la mayor de todas es la poligénesis, porque en la memoria de cualquier autor necesariamente conviven diversos textos de manera imprecisa. La situación se torna particularmente compleja en Vigilia porque la misma Historia de las Indias reúne como fuentes obras –y pasajes internos de estas obras– que aparecen intertextualmente en la novela. Y también se advierte la ambivalencia con respecto al texto matriz pues con frecuencia hay inversiones y contrapuntos con respecto a este. Por otra parte, con esta indagación pretendemos dar una respuesta a las inquietudes de Seymour Menton (1994, p. 346) acerca del juego intertextual de Vigilia al parecer en ocasiones “gratuitously inserted”9. Esperamos aportar algunos elementos que ayuden a clarificar el texto.

1. Colón, Las Casas y la Historia de las Indias

Antes de iniciar el análisis de Vigilia, conviene hacer algunas precisiones en torno a fray Bartolomé, su historia y Colón, el protagonista. A Las Casas se le ha llamado el “apóstol” y “procurador” de los indígenas americanos, porque con su obra y acciones promovió el respeto a sus vidas y culturas frente a la política agresiva del imperio español. Debido a su porfiada oposición a la expansión colonial ibérica respaldada por la violencia, se trocó en un duro censor de los conquistadores, encomenderos, autoridades reales y letrados que favorecieron la prédica del Evangelio “a lanzadas”. Esta actividad acusadora lo situó, sin razón, como el creador de la “leyenda negra antiespañola”, según la cual España es una cruel y déspota nación (Bataillon, 1976, pp. 14-15); pero también lo ubicó como el precursor del anticolonialismo (Friede, 1974) y de los movimientos de liberación latinoamericanos e indigenistas (Gutiérrez Merino, 1992).

Aunque no fue un historiador de profesión, el dominico escribió entre 1527 y 1561 (Pérez Fernández, 1994, pp. 19-21) una historia muy extensa y ampliamente documentada en la que aparece como un angustiado testigo y censor del rumbo violento de la expansión ibérica por el mundo. Escribió no solo para documentar, archivar los acontecimientos y confrontar las historias de López de Gómara, Fernández de Oviedo y Anglería, sino también para actuar persuasivamente –pues su historia era una poderosa arma más (Salas, 1986, pp. 228-234)– en la pugna por el cambio de la política indiana fincada en el despojo de propiedades, territorios y soberanías de los indígenas.

El principal personaje de la Historia de las Indias es Cristóbal Colón; Las Casas hace de él un héroe cristiano y le dedica multitud de páginas para revelar los cambios de una vida signada por las virtudes necesarias para emprender el viaje de descubrimiento, la elección providencial, los errores y los sonados infortunios (Casas, 1965b, pp. 27- 30). Y es también una excelente ocasión para la reflexión moral (Varela, 1992, pp. 177-182), pues por las pautas ejemplares propias de la historia, le resultó importante exponer cómo obra Dios sobre quienes conquistaban a los indígenas. Así, muestra cómo un hombre que llegó a tan alto sitio con el favor divino pronto desciende vertiginosamente. Explica el dominico que este ocaso es una muestra ejemplar del “divinal castigo” que habría de caer también sobre quienes conquistan los pueblos del Nuevo Mundo. Sin embargo, en el caso del Almirante, considera el castigo como una corrección que le impidió seguir pecando y así poder salvar su alma.

El dominico, como historiador y biógrafo, no produce un aséptico relato, sino que despliega, junto a los hechos, un conjunto de evaluaciones y argumentos que en forma alguna descartan la esfera emotiva propia de la oratoria sacra para juzgar la conducta de Colón. Además, es importante resaltar para nuestro estudio que el retrato de Colón actúa como un espejo frente al cual el obispo muestra que la adversidad que enfrentó cuando quiso remediar la política indiana deriva de sus concesiones a los poderosos, pues se consideró también un elegido por la providencia, cuyo propósito es el de resguardar a los indígenas de la violencia hispana. Es un retrato ejemplar que contrasta con el de Colón.

La Historia de las Indias es un detallado y original relato de la expansión ibérica hasta 1521 que recoge datos de primera mano, pues su autor llegó al Nuevo Mundo en 1502. La narración de las vicisitudes del Almirante se desarrolla en los tomos I (escrito de 1527 a 1556) y II (elaborado entre 1558 y 1559); el primero reseña los acontecimientos que trascurren entre 1492 a 1500; se concentra en los datos biográficos de Colón con los propósitos no solo de explicar el descubrimiento, sino también de mostrar su papel preponderante. Este desarrollo permite pensar que se ha construido paralelamente una biografía del Almirante (Saint Lu, 1986, p. XVIII). El segundo, que engloba los acontecimientos que sucedieron desde 1501 a 1510, sigue la tónica del anterior y el tercero que concluye en 1521, muestra ya a fray Bartolomé como uno de los protagonistas. Por supuesto, esta historia es muy diferente a las actuales, selladas por el método científico, proceso que implica la minuciosa crítica de las fuentes, el rigor en la interpretación de los datos y un afán explicativo ajeno al providencialismo (Hanke, 1965, pp. LXXIV-LXXIX). La Historia de las Indias sigue otros propósitos de marcado carácter pragmático: la honra y gloria de Dios; la salvación de los indígenas que están siendo “acabados” por la política violenta y explotadora hispana; la disculpa de los reyes de España por la “tiranía”, señalando que trataron de implementar políticas justas y cristianas; la exposición de la injusticia de la guerra que a nombre de Cristo se hace a los indígenas; el cuestionamiento de la fama y el honor a los españoles que se “vanaglorian” de sus matanzas, y archivar los hechos que acontecieron en los de los primeros tiempos de la colonización española (Casas, 1965a, pp. 19-21).

Además, es importante resaltar que Las Casas echó mano de fuentes orales y escritas relevantes para construir la biografía del Almirante, consultó los documentos que había reunido para sustentar su defensa de los indígenas y el acervo bibliográfico y documental de Hernando Colón. Este se encontraba conformado por los legajos que permitían a los herederos de Colón reclamar a la Corona el cumplimiento de las Capitulaciones de Santa Fe: títulos y derechos –transferibles a herederos– de Almirante, virrey y gobernador general de Indias y cuantiosas ganancias por tributo y participaciones en sociedades. A esto hay que agregar su cercanía con el entorno familiar del Almirante y su temprana experiencia en el Caribe, pues llegó a las Indias en 1502. Contando con esta experiencia y documentación, amén a su formación, Las Casas confrontó a los historiadores que situaron a Colón como un participante común (uno más) de los sucesos del descubrimiento. Fray Bartolomé se convierte, entonces, en historiador al tiempo que en apologeta del genovés.

Fray Bartolomé, por último, ajusta esta defensa del Almirante con el discurso legitimador providencialista y mesiánico de la empresa descubridora mediante explicaciones y pruebas a favor de la legitimidad de las Capitulaciones de Santa Fe. Esto es, dicho con otras palabras, el fraile sevillano muestra, junto a una hermenéutica providencialista, otra de carácter legal que enseña los documentos probatorios que finalmente obran a favor del genovés y de sus herederos. En el trasfondo de estas consideraciones está la idea de hacer justicia al Almirante.

Entonces, el perfil biográfico de Colón en la Historia de las Indias es el de un héroe elegido por la providencia para realizar la hazaña del descubrimiento de Indias y, sobre todo, porque su aventura está encaminada, providencialmente, a trasladar la palabra del Dios a las Indias Occidentales. Según este proyecto, las adversidades que padeció Colón son pruebas que fortalecen la voluntad y acrecientan la nobleza de espíritu de quienes Dios eligió para cumplir sus propósitos. Así, fray Bartolomé mostró y realzó la voluntad de Colón para sobreponerse a la adversidad mediante extensos comentarios –deudores de la oratoria sagrada– para conseguir los soportes que le permitieran realizar su viaje y la peligrosa travesía por el Mar Tenebroso. También dio cuenta de su estrepitosa “caída”, cuyo origen sitúa en el desvío del camino que Dios le había trazado. A los ojos de Las Casas, el periplo vital de Colón es el del caballero cristiano que ejerce la prudencia, justicia, temperancia y fortaleza, virtudes que adquieren consistencia cristiana debido al papel que juega el temor a Dios. Mas, dice Las Casas con obvia intención apologética, la fidelidad del Almirante a los monarcas sobrepujó a la de Dios y lo extravió:

fue tan demasiada que, por servirlos, él mismo confesó con juramento en una carta que le escribió de Cáliz cuando estaba para se partir para el poster viaje, que había puesto más diligencia para los servir que para ganar el Paraíso [...] y tengo yo por cierto que aqueste demasiado cuidado de querer servir los reyes y con oro y riquezas querer agradallos y también la mucha ignorancia que tuvo, fue la potísima causa de haber en todo lo que hizo contra estas gentes errado (1965a, p. 331).

2. El juego intertextual

Una vez que se presentó brevemente la Historia de las Indias, junto con su autor y su representación de Colón, veamos cómo está inscrita en Vigilia del Almirante. Pero antes conviene hacer una breve precisión conceptual: las relaciones entre la Historia de las Indias y Vigilia del Almirante se consideran a partir de la noción de transtextualidad propuesta por Gèrard Genette, sin embargo, se utiliza en el estudio el término intertexualidad debido a que tiene mayor aceptación en la actualidad, como Genette mismo lo reconoce. Este autor propone un concepto amplio de intertextualidad que denomina transtextualidad: “todo lo que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos” (Genette, 1989, pp. 9-10), y sitúa entre los cinco tipos de transtextualidad10 una noción más restringida de intertextualidad a la cual define como “una relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, eidéticamente y frecuentemente, como la presencia efectiva de un texto en otro” (1989, p. 10). Genette (1989, p. 12) enfatiza que los textos que se sitúan dentro de otro no permanecen aislados o incomunicados; como producto del azar, se integran en el texto receptor por medio de un proceso de reescritura que lo enriquece gracias a diversas operaciones transformadoras que permiten a las reinscripciones adquirir nuevos significados. A esto llamamos juego intertextual.

2.1 Colón el predestinado11

Un aspecto muy relevante desde el punto de vista del juego intertextual, el cual aparece constantemente en la novela, es la idea que el Almirante fue “elegido” por Dios para ejecutar sus designios12. En este punto es muy complicado afirmar taxativamente qué pasajes provienen del texto lascasiano, debido a que faltan elementos discursivos precisos (citas textuales explícitas o no, alusiones más o menos fieles y referencias); sin embargo, una pista que inclina levemente la balanza es el pasaje en el cual el Colón de ficción afirma que Las Casas lo considera un predestinado; este fragmento realmente sintetiza la visión providencialista que Las Casas13 –el autor de la Historia– tiene de Colón:

Soy un predestinado, un elegido de Dios. Lo ha dicho sin ambages otro elegido de Dios: Bartolomé de las Casas. En este caso debo considerar las innumerables vicisitudes a que soy sometido como el camino iniciático de los elegidos que deben atravesar las pruebas de su enriquecimiento y purificación espiritual antes de llegar al estado de santidad interior, de purificación, de glorificación, que sirva a la causa de la mayor gloria de Dios y de los hombres (Roa, 1992, p. 111)14.

La idea de que Colón es un predestinado, un elegido por Dios es fácilmente identificable en la Historia de las Indias porque el dominico señala en varias ocasiones que la adversidad es más bien una prueba que califica al elegido para cumplir la voluntad divina que, en el caso de Colón, es descubrir el Nuevo Mundo y propagar así el Evangelio:

Las Cosas grandes y de que Dios tiene mucha estima, como son las que han de resultar en honra y gloria suya y en provecho universal de su Iglesia, y finalmente para bien y conclusión del número de sus predestinados, apenas se alcanzan [...] sino con innumerables dificultades, contradicciones, trabajos y peligros [...] porque ésta es una de las leyes inviolables que tiene puestas en su mundo en todas las cosas que por su jaez y naturaleza son buenas. Por estas razones aparejó Dios a Cristóbal Colón incomparables angustias y tentaciones que le quiso probar (1965a, p. 187).

Con respecto a la idea de “purificación” o “santidad interior” del elegido, no se advierte ninguna afirmación de Las Casas en este sentido, aunque sí asegura que Colón era un hombre piadoso, muy temeroso de Dios. Y, continuando con la calificación del predestinado, el fraile destaca que entre los atributos notables de Colón, necesarios para alcanzar su objetivo, está el de la capacidad de perdonar las ofensas: “Paciente y muy sufrido (como abajo más parecerá), perdonador de injurias” (1965a, p. 33). En cambio, en un incisivo pasaje de la novela, el narrador contrapuntea esta afirmación: habla del “alma dúplice” del genovés de Vigilia, quien no perdona las ofensas, sino solo simula el perdón: “consumado maestro en el arte de simular las ofensas inferidas a su persona y los daños causados a sus bienes y privilegios –cosa que le ocurrió con los propios Reyes Católicos–” (Roa, 1992, pp. 168-169).

Existe la posibilidad de que la fuente del pasaje sea la Vida del Almirante de Hernando Colón, quien tiene una visión providencialista sobre su padre, pero la plasma en términos diferentes a los de Las Casas15. El erudito destaca que su progenitor fue dotado de todos los elementos necesarios para cumplir la hazaña descubridora, e incluso su mismo nombre (Cristóbal, cuyo significado interpreta como portador de Cristo, y Colón que asocia con la etimología de paloma, símbolo del Espíritu Santo) ya contenía su destino (Colón, 1947, pp. 28-29); mas no dice nada de las adversidades con las que, según Las Casas, Dios pone a prueba a los elegidos y menos aún de sus pecados colonialistas que finalmente hundieron a Colón.

2.2 El Colón corsario

La construcción de la imagen del Colón como un marinero vagabundo en la novela tiene como punto de referencia que el joven Colón de la historia participó en la batalla de Cabo San Vicente (1476) en las costas de Portugal, curiosamente del lado de los filibusteros de Colombo el Mozo, no del de la flotas mercantes, de quienes luego fue empleado. Las Casas, sin la pretensión de desdorar la imagen del héroe, afirma que fue parte del grupo corsario, versión que se retoma en la novela, pero profundamente trasformada por la situación grotesca de que Colón ocupa como instrumento de salvación en el mar el cuerpo del mencionado pirata:

Acaeció que la nao donde Cristóbal Colón iba o llevaba quizá a cargo, y la galeaza con que estaba aferrada se encendiesen con fuego espantable ambas, sin poderse la una de la otra desviar [...] el Cristóbal Colón era muy gran nadador y pudo haber un remo que a ratos le sostenía mientras descansaba, y así anduvo hasta llegar a tierra, que estaría poco más de dos leguas de donde y adonde habían ido a parrar las naos con su ciega y desatinada batalla (Casas, 1965a, pp. 34-35).

La lucha fue desigual. No era aún la batalla de Lepanto que sucedió mucho después, pero en cierto modo la anunciaba como una caricatura. En poco tiempo nuestros hombres fueron acuchillados y los barcos hundidos o incendiados [...] Salté al mar y empecé a nadar en dirección a la costa. En el desesperado bracear me topé primero con un remo que boyaba entre las olas, luego con el hinchado cadáver de un pirata francés (Roa, 1992, p. 152).

Unas líneas después, en la novela, se agrega la distancia: “Durante las dos o veinte leguas de la travesía, no lo recuerdo si fueron menos o más” (Roa, 1992, p. 152); en cambio, en la historia se establece que tan solo fueron dos.

Como se dijo, no hay certeza al atribuir este intertexto a Las Casas, porque el pasaje está narrado de manera similar en la Vida del Almirante don Cristóbal Colón (Colón, 1947, pp. 39-40), que es una de las fuentes más importantes de la Historia de las Indias, aunque el relato de Las Casas, abundante en detalles, incluye consideraciones semejantes a las de Hernando Colón16.

2.3 El viaje de descubrimiento

El viaje de descubrimiento es el segundo punto más debatido alrededor de la conmemoración del V Centenario; el otro es el significado del viaje de Colón visto desde la actualidad. La pregunta es si Colón había descubierto efectivamente América. La respuesta negativa destaca que el genovés siempre pensó que había llegado a Asia o que los verdaderos descubridores eran los indígenas o los vikingos o un marinero que le había dado la pista del viaje al genovés. Estas reflexiones forman parte de la novela, pero la más relevante es la del Piloto Desconocido “co-protagonista” de la novela, dice Roa Bastos (1992, p. 390).

Los acontecimientos narrados en el Diario del primer viaje de Colón funcionan como eje narrativo de Vigilia del Almirante, pues verdaderamente se puede pensar en una amplia reescritura. El Colón de la novela, en vigilia y agonizante en su cama, hilvana, en un único relato de viaje, los acontecimientos de sus cuatro viajes a Indias en un monólogo en el que parece que su memoria y conciencia fallan debido a las equivocaciones y anacronismos.

Es importante recalcar que los relatos de los viajes de Colón son bastante escuetos; en cambio, la Historia de las Indias al tratar la vida de Colón con frecuencia proporciona más elementos, aclaraciones y comentarios acerca de los hechos. De ahí la posibilidad de que ciertos intertextos tengan su origen en el relato lascasiano. En este apartado se tratan los intertextos en torno a la carta de Toscanelli a Colón, la búsqueda de la nave portuguesa de las pistas de Colón, la sublevación de la tripulación y el Piloto Desconocido.

2.3.1 La carta de Toscanelli a Colón

Según Las Casas, la misiva del “físico” (médico, aunque también se ocupaba de los asuntos relativos a la naturaleza) Paolo Toscanelli dirigida a Colón es uno de los soportes más firmes del genovés para concebir como factible su viaje a Oriente atravesando el Atlántico. La carta porta un encabezado aclarando a Colón que le envía una copia de la epístola que previamente había hecho llegar a Fernán Martins, amigo del remitente. El origen de la carta es la petición del rey Alfonso V de Portugal a Martins de que opine acerca de la viabilidad de la ruta a Asia (islas de las Especias) navegando hacia el poniente; este, para fundar mejor su respuesta, pidió a Toscanelli su parecer, quien respondió afirmativamente, basado en las suposiciones geográficas de Ptolomeo, en cuya geografía imaginaria la tierra resultaba mucho más pequeña. Sin embargo, los expertos marineros y los eruditos portugueses dejaron de lado esta opinión. Y cuando Colón la empleó de nuevo como prueba en sus audiencias en España, al parecer no surtió efecto alguno en la primera de ellas y es posible que sí en la segunda (Heers, 1992, pp. 122-123).

Las Casas creyó importante esta carta para explicar los motivos de la conducta de Colón y la incorporó en su Historia, mas no siguió la carta original, sino la copia que hizo Colón, en latín, y que el cronista tradujo al español. La polémica suscitada en torno a esta carta tiene que ver con que si efectivamente tuvo como destinatario a Colón; todo parece indicar que no, pues Colón ni contaba con autoridad alguna ni tenía lazos de amistad con Toscanelli, como lo indica Arranz (2006, p. 159). Entonces, posiblemente la reprodujo a hurtadillas, pasando por alto la estricta política de secrecía de Portugal sobre las rutas de las navegaciones y los descubrimientos que patrocinaba (Arranz, 2006, p. 161). En la novela se recobra esta situación polémica y toma partido de la tesis de la picardía de Colón, pero añadiéndole más picante, pues regresa unas copias falsificadas no los originales:

Me ocupé de buscar la carta y el mapa, hasta que los encontré. No me fue difícil sustraerlos. En pocos días los retorné a su legajo [...] Devolví las copias, no los originales, en las que por supuesto omití los datos que podían revelar las pistas de la exploración a los entremetidos y curiosos de la corte (Roa, 1992, p. 165).

En Vigilia la posible presencia de la carta, en la versión de Las Casas, es perceptible gracias a unas breves frases. En un principio cuando marca, al inicio, el remitente tiene lugar con la breve denominación de Toscanelli como “Paulo Físico” (Roa, 1992, p. 47), frase que aparece en tres ocasiones en la misiva transcrita por Las Casas. Indica la remisión del autor de la carta a Colón en dos ocasiones: “A Cristóbal Columbo, Paulo, Físico, salud” (1965a, p. 63) y otra a Martins: “A Fernán Martínez, canónico de Lisboa, Paulo, Físico, salud” (1965a, p. 63). Sin embargo, estos datos no resultan suficientes dado que estas mismas referencias se hallan también en la Vida del Almirante de Hernando Colón (1947, pp. 46-47).

Con respecto al contenido de la carta de Toscanelli, en la novela se resume la idea global, que se sujeta, en resumen, a dos ideas: las riquezas inconmensurables de las Indias: “Paulo Físico Toscanelli escribió en su carta que en los reinos del gran Khan los templos y las casas reales17 tienen techos y columnas de oro y que la gente más pobre va cubierta con vestiduras tachonadas de oro, perlas y pedrería” (Roa, 1992, p. 47). Y en la Historia se lee: “sabed de que de oro puro cobijan los templos y las casas reales” (Casas, 1965a, p. 64). Este pasaje permite recrear la obsesión del oro de Colón, pero también los orígenes de su obcecación, compartida plenamente por sus contemporáneos, acerca del mito de la inconmensurable riqueza del Oriente. Por otra parte, también las palabras marcadas con cursivas permiten señalar con alto grado de certeza que los intertextos que refieren la carta de Toscanelli a Colón provienen de la Vida del Almirante (Colón, 1947, p. 47).

El siguiente fragmento lo comparten también Hernando Colón y Las Casas; tiene que ver con el aspecto más relevante para el plan del genovés, la distancia entre Cipango y Catay con las costas ibéricas: “Paulo Físico afirma que sólo por no ser conocido el camino a esas tierras todas están encubiertas, pero que sería muy fácil llegar a ellas” (Roa, 1992, p. 49). Se observa la alusión a un pasaje de la carta de Toscanelli: “el muy breve camino que hay de aquí a las Indias” (1965a, p. 63)18, pero puede provenir tanto de Las Casas como de Hernando Colón (Colón, 1947, p. 47).

2.3.2 La búsqueda de la carabela portuguesa de la ruta de Colón. El instante decisivo para ir a Castilla

Uno de los episodios decisivos por el que la providencia condujo a Colón –siempre según Las Casas– es su llegada a Castilla desde Portugal, salida tortuosa pues al parecer tenía cuentas pendientes con la justicia. La narración del dominico muestra que el rey Juan II de Portugal sí había sido tocado por las ideas de Colón, pero los privilegios y rentas que a cambio solicitaba no le parecieron razonables. Entonces, a espaldas del Almirante, envió una expedición para explorar la ruta oceánica sugerida por el genovés:

Los datos del Piloto coincidían, casi punto por punto, con las indicaciones de Toscanelli, y éstas con el globo náutico de su amigo Martín Benhaim, salvo ese desajuste de las 300 leguas, según ya dije. Pedí una nueva entrevista al rey Juan. No me la concedió. Por el canónigo me enteré de que el monarca había enviado en secreto una carabela a buscar el oriente por la ruta de Toscanelli. La carabela no encontró tierra en ninguna dirección.

A su regreso naufragó en una de las islas de las Hespérides. El piloto contó que no había hallado tierras en ninguna dirección en seiscientos leguas a la redonda. Cuando lo supe suspiré con alivio. Un poco más y se habría convertido en otro protonauta predescubridor (Roa, 1992, p. 166).

El rey, con cautela, inquiriendo y sacando de Cristóbal Colón cada vez más y más, determinó [...] de mandar aparejar muy secretamente una carabela, proveída de gente portoguesa y bastimentos, y lo demás, y enviarla por el mar océano, por los rumbos y caminos de que había sido informado Cristóbal Colón, sin que bien alguno para otro saliese de sus reales manos. Con este propósito despacho su carabela [...] después de haber andado muchos días y muchas leguas por la mar sin hallar nada, padeciesen tan terrible tormenta y tantos peligros y trabajos, que se hobiesen de volver destrozados, desabridos y mal contentos, maldiciendo y escarneciendo tal viaje, afirmando que no era posible haber tierra por aquella mar más que la que había en el cielo (Casas, 1965a, p. 151).

Como se ha podido advertir, no hay cita literal o referencia directa de textos, sino a las ideas que asentó el subtexto lascasiano. La Historia enfatiza la dificultad real de cruzar el mar Océano y así la hazaña de Colón; en cambio, el fragmento de Vigilia, apunta hacia la geografía fantástica medieval, que situaba las míticas Hespérides en medio del Atlántico, y al mismo tiempo hacia la posibilidad de que los marineros fueran otros “predescubridores”. Pero también es preciso acotar que el pasaje no se distingue claramente de otro de Vida del Almirante, de Hernando Colón (1947, p. 65). Puede pensarse en este caso así como en los anteriores en la poligénesis.

2.3.3 La sublevación de la tripulación

El episodio de la rebelión de los marineros despunta en la novela por el tratamiento carnavalesco del muy escueto registro del Diario de abordo del primer viaje, donde prácticamente se dice nada. En cambio, Las Casas abunda en algunos detalles, desarrolló este suceso a partir de los rumores que escuchó cuando recién había llegado a Indias y muy probablemente también de lo que le contaron los deudos del Almirante y de la información que se vertió en el marco de los pleitos colombinos. En resumen, expuso que el Almirante no había querido regresar –como lo aseguraban sus críticos, en el marco de los pleitos colombinos, con la intención evidente de restarle los méritos y derechos que le correspondían como descubridor–: “por todo lo dicho queda bien claro y confundido el error de algunos, y que inventaron y osaron decir que Cristóbal Colón había desmayado y arrepintiéndose del viaje, y que los Pinzones hermanos, lo habían hecho ir adelante” (Casas, 1965a, p. 199).

Los probables desarrollos intertextuales en torno al episodio de la rebelión son variados. El primero tiene que ver con la falta de viento, factor imprescindible para la navegación de altura. Cuando se presenta la calma chicha –y los sargazos–, los marineros se angustian luego de muchos días en el mar desconocido. Aquí Las Casas hace un comentario acerca del primer viaje de Colón:

siempre llevaban un viento porque por la mayor parte de todo el año corren brisas, que son vientos boreales como Nordeste y sus colaterales por aquesta mar, y la mar tan mansa que debían estar en otro mundo y regiones diversas de las del mundo de allá, y que no ternían viento con que se tornar (1965a, p. 188).

En cambio, el Colón de Vigilia desesperado por la calma impreca a los vientos y al mismo tiempo les pide que muestren su poder ayudándole a continuar el trayecto, mas esta efusión deja ver el estado delirante de Colón, postrado en la cama de su agonía:

la falta de viento y la inmovilidad de las naves los pone al borde de la locura. Quiera Dios enviarnos pronto los más rápidos vientos: el áfrico, el euro, el aquilón, el volturno, él ábrego, el noto, el lóbrego, el descuentacabras, los más terribles monzones, estesios y altanos... ¡Soplad con fuerza, vientos avaros y mezquinos ¡Soplad con furia, míseros y renegados eunucos! ¡Soplad, impotentes cabrones ¡Inflad vuestros fláccidos carrillos! Soplad con todo el poder de vuestros agujereados pulmones! (Roa, 1992, pp. 58-59).

El tono extraviado de su recuerdo se refleja en la mezcla de vientos reales como el aquilón, el ábrego y el áfrico, con vientos deificados de los griegos como el noto, el euro, y los monzones, con otros que confunde con vientos: “lóbrego”, “descuentacabras”, “estesios”, “altanos”. La tripulación, al no advertir los vientos que pudieran servir para retornar, y contando siempre con la sensación efectiva de que se apartaban aún más de su tierra, iniciaron el conato de motín, del que muy poco se dice en el Diario del primer viaje19 y que fue ampliamente desarrollado en la novela y en Las Casas:

A la puesta del sol el pregonero cantó, al dictado del Almirante, 584 leguas ya mareadas desde la Isla de Hierro. La cuenta que el Almirante guarda para sí son 707 leguas. Aquí la gente ya no pudo tolerar el engaño evidente. Le intimaban a detenerse a no pasar adelante. Lo conjuraban a volver. Los tripulantes gritaban sin parar que el hombre de la Liguria los ha engañado, que los va a perder en el Mar Tenebroso, que nunca podrán volver. Ya enfurecidos, capitanes y marineros, imprecan con insultos y anatemas terribles contra el Almirante y proclaman que le van a echar al mar (Roa, 1992, p. 275).

y todo cuando vían y les acaecía, echándolo siempre a la peor parte y a mal, por lo cual las murmuraciones y maldiciones que antes consigo mesmos decían y echaban a su general capitán y a quien le había enviado, comenzáronalas a manifestar, y desvergonzadamente decirle en la cara que los había engañado y los llevaba perdidos a matar, y que juraban tal y cual, que si no se tornaba, que la habían primero a él de echar al mar (Casas, 1965a, p. 188).

Es importante aclarar que no hay marca alguna que haga afirmar con certeza que este intertexto proviene de Las Casas. Su origen puede estar también el capítulo XX (Colón, 1947, pp. 82-84) de la Vida del Almirante de Hernando Colón, pues lo narrado por él coincide de manera general con la Historia de las Indias.

2.3.4 El Piloto Desconocido

Uno de los temas más debatidos en torno a Colón es si previamente a su viaje tuvo conocimiento de la existencia de las tierras americanas. Se han señalado ya los indicios de que sabía más de lo que expresaba sobre el lugar de destino de su viaje. A esta conclusión –o sospecha– llegaron varios de sus contemporáneos y compañeros de viaje, quienes se preguntaron cómo fue posible la precisión con la cual localizaba e identificaba las tierras deseadas y los varios aciertos de sus movimientos en el mar. De ahí las sospechas de un previo conocimiento del Nuevo Mundo y de la borrosa figura del Piloto Desconocido.

La historia o leyenda del Piloto anónimo, “predescubridor” de América, tiene un amplio desarrollo en Vigilia. Incluso, en los “reconocimientos”, Roa Bastos declara que es el “verdadero co-protagonista” de la novela. Y para sopesar el valor de esta figura consultó a un nutrido grupo de historiadores –todos notables especialistas españoles en Colón y su tiempo– particularmente Juan Manzano, cuyo libro Colóny su secreto “confirmó lúcida y visionariamente la existencia real del predescubridor Alonso Sánchez, verdadero co-protagonista de esta Vigilia” (Roa, 1992, p. 390).

Sin entrar en los pormenores de las diferentes versiones, la historia del Piloto Desconocido cuenta que al retornar de América reveló a Colón la ubicación así como la ruta exacta de las tierras de ultramar poco antes de morir. En Vigilia, el narrador hace el recuento de las diversas versiones de los cronistas y las examina a la luz del saber histórico moderno (Roa, 1992, pp. 67-81); también Colón aborda sobre este personaje y se refiere a él valiéndose de unos cuantos elementos de las versiones de los los cronistas, lo que hace difícil situar con precisión los intertextos lascasianos. No obstante, existen pistas que permiten pensar que la Historia de las Indias está presente, aunque puede haber coincidencias con otras versiones.

Entre los cronistas, la versión más desarrollada en torno al Piloto es la de la Historia de las Indias20, pues su autor es un documentado y antiguo poblador que no desea escatimar los méritos descubridores del Almirante a la luz de los “pleitos colombinos” (como es el caso de Fernández de Oviedo). Y la existencia del Piloto, según el dominico, no afecta la fama ni los méritos de Colón porque lo verdaderamente relevante del descubrimiento es el significado religioso y el cumplimiento del designio de la Providencia. Sin embargo, prefirió afirmar que no hay certeza con respecto a la existencia del Piloto, pues su origen son rumores, aunque muy extendidos:

Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía), y que iba cargada de mercaderías para Flandes o Inglaterra, o para los tractos que para aquellos tiempos se tenían, la cual corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino dizque a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió (Casas, 1965a, p. 70).

Luego, continúa abundando en torno a las tormentas y los descubrimientos previos de tierras en otras latitudes, señalando que gracias al mal tiempo los barcos con frecuencia se alejan de sus rutas, todo ello expuesto con referencias y citas de autoridades antiguas y contemporáneas. Teniendo a la vista estos datos, considera demostrada la factibilidad histórica del relato del Piloto Desconocido, y agrega que retornó, pero la tripulación murió por enfermedad durante el trayecto o apenas desembarcada; sin embargo, unos días más de vida le bastaron al Piloto para informar al Almirante de las rutas hacia las tierras localizadas al otro lado del mar Océano.

Ahora, alrededor de la leyenda del Piloto Desconocido y del secreto que guardó Colón, hay algunos fragmentos que translucen la presencia de la Historia de las Indias en Vigilia; el primero lo cuenta el vehemente y escéptico narrador, y, aunque el contexto de la frase es diferente, no hay una clara intención trasformadora, más bien hay un homenaje al texto referido, la transcribe casi literalmente. Este pasaje proviene de la parte IX (cuyo título es “¿Existió el Piloto Desconocido?”) y que trata de la comparación y evaluación que elabora el narrador de las versiones de la existencia del Piloto. El cotejo siguiente proviene del resumen realizado por el narrador de la novela del relato histórico de Las Casas:

Para fray Bartolomé de Las Casas, amigo de juventud y panegirista del Almirante, obispo de Chiapas y defensor de los indios, el piloto descubrió al marinero ligur todo ello que había acontecido y dióle los rumbos, los caminos que había llevado y traído y el paraje donde esa isla fuera hallada, lo cual todo traía por escripto. Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión, y lo que entre nosotros los de aquel tiempo y en aquellos días se platicaba y tenía por cierto en las Indias (Roa, 1992, p. 75).

El cual [...] descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido, y dióle los rumbos y caminos que habían llevado y traído, por la carta del marear y las alturas, yel paraje donde esta isla dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escripto. Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión y lo que entre nosotros los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije seplaticaba y tenía por cierto, y lo que dizque eficazmente movió como a cosa no dudosa a Cristóbal Colón (Casas, 1965a, p. 73).

Lo marcado con cursiva muestra la estrecha cercanía de los textos. Las leves modificaciones provienen de un afán de acercar la prosa de Las Casas al lector contemporáneo: cambiar la frase “la carta del marear y las alturas” por “rumbos” tiene sentido así. El factor común entre ambos textos es que Colón guardaba celosamente el secreto de la ruta que le había revelado el Piloto, que era un rumor con valor de certeza. Este secreto, como un leitmotiv, asoma de diversas maneras y ocasiones en la novela.

Una de las manifestaciones de este motivo en la novela es la afirmación de que el genovés actuó como si ya conociera la tierra americana, como se asevera en la Historia de las Indias. Para apuntar este hecho, Las Casas utiliza la metáfora de que posee la llave que abre la puerta de tierras ocultas o “encubiertas” del Atlántico occidental. Y en la novela el narrador se encarga de señalar la procedencia de su metáfora: “A este fenómeno [el encubrimiento] corresponde pues, en cierta medida, la leyenda del Piloto Desconocido, cuyo secreto el Almirante trató de guardar celosamente en el arca de siete llaves que le atribuyó metafóricamente el dominico Las Casas” (Roa, 1992, p. 77). Y también lo afirma el Almirante:

Yo sé que esas tierras están ahí donde las voy a buscar, como si las tuviera guardadas dentro de una cámara bajo siete vueltas de la llave. La llevo cosida al forro de mi destino. Lo dirá mi amigo y futuro panegirista fray Bartolomé de las Casas convertido después en defensor de los indios, tratante de negros, en uno de los inventores de la leyenda negra, contra los blancos (Roa, 1992, p. 61).

Aunque en la Historia fray Bartolomé menciona una sola cerradura, no siete, evidentemente el cambio obedece a que el Colón de Vigilia demuestra un perceptible apego supersticioso a los números y sus significados –puesto que revelan su ser, su destino y las contingencias del futuro–. Pero el número siete destaca el manido origen hebreo del Almirante, pues simbólicamente es muy importante para la cábala.

Contrastemos ahora un pasaje de la novela con el subtexto lascasiano para observar la reescritura de este importante motivo, más expresivo o simbólico que narrativo:

El Almirante tenía la certidumbre de que iba a descubrir tierras como si en ellas personalmente ya hubiera estado (lo cual por cierto yo no dudo). Fue, pues, que el Almirante concibió en su corazón certísima confianza de hallar lo que pretendía, como si este orbe lo tuviera metido en su arca y sólo él hobiera la llave della (Roa, 1992, p. 75).

Esto, al menos me parece que sin alguna duda podemos creer: que, o por esta ocasión o por las otras, o por parte dellas, o por todas juntas, cuando él se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia llave tuviera (Casas, 1965a, p. 72).

De nuevo asoma el símbolo de la llave en la Historia cuando el fraile comenta acerca del momento en que Colón formula sus peticiones a la Corona y su tozuda certidumbre: “sino con toda entereza perseverar en que una vez había pedido; y al cabo, con todas estas dificultades, se lo dieron, y así lo capituló, como si todo lo que ofrecía y descubría, según ya dijimos, su llave en un arca lo tuviera” (Casas, 1965a, p. 167). Y lo reitera en otros pasajes con contundencia: “Fue, pues, así concebida en su corazón certísima confianza de hallar lo que pretendía, como si este orbe tuviera metido en su arca, por las razones y autoridades y por los ejemplos y experiencias suyas” (Casas, 1965a, p. 148). Y más adelante se lee, ahora con mayor énfasis, lo asentado de manera reiterada por fray Bartolomé:

Pero, pues parece que Dios, antes de los siglos concedió a este hombre las llaves deste espantosísimo mar, y no quiso que otro abriese sus cerraduras oscuras, a éste se le debe todo cuanto destas puertas adentro haya sucedido y cuanto sucediere en todo género de bondad, de ahí aquel mundo se haya de acabar (Casas, 1965a, p. 329).

En fin, concluye el narrador, siempre suspicaz hacia la verdadera historia del Almirante a partir de la leyenda del Piloto Desconocido: resulta más veraz la tradición oral que la escrita: “pasó por fin al dominio común. Lo que confirma el natural y simple hecho de que la tradición oral es la única fuente de comunicación que no se puede saquear, robar ni borrar” (Roa, 1992, p. 79):

Los habitantes de aquella isla tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros, no muchos años. Bien podemos pasar por esto y creerlo o dejarlo de creer, puesto que pudo ser que Nuestro Señor lo uno y lo otro lo trujese a la mano, como para efectuar la obra tan soberana que determinaba hacer y que fue hecha con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito (Roa, 1992, p. 77).

Pero en la verdad. Como tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hobiese, como arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y muchos menos de los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo o dejarlo creer, puesto que pudo ser que nuestro Señor lo uno y lo trujese a las manos, como para efectuar obra tan soberana que por medio dél, con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito determinaba hacer (Casas, 1965a, p. 72).

2.4 Una visión global del Almirante

El último intertexto por considerar corresponde a una visión global del Almirante tomada de la Historia, con una mínima diferencia, como se puede ver en las dos columnas. En la novela, el fragmento está en los capítulos VIII y IX, en los que el narrador inquiere por la existencia del Piloto Desconocido. El intertexto de la Historia aparece inscrito de tal manera que asume un papel contrastante puesto en boca del narrador, que cree en el Piloto Desconocido, en la picardía del Almirante y que no considera en forma alguna a Colón elegido de Dios para realizar el viaje de descubrimiento. En cambio, el texto de Las Casas alude más bien a un resumen de la intención apologética del Almirante que dirige la Historia de las Indias; es una breve perorata a favor del Almirante luego de que censurara la parcialidad de los testimonios rendidos ante jueces de los marineros de palos adversos a Colón en el marco de los “pleitos colombinos”:

Por todo esto yo censuro y reprocho las contradicciones y contraverdades de los fiscales del Rey porque se sepa la verdad y no se usurpe la honra y gloria que se le debe a quien Dios eligió para con tan grandes trabajos y sacrificios descubriese e inventase este orbe, y porque siempre me desplugieron las persecuciones que vide y sentí que injustamente se movían contra este hombre, a quien tanto le debe el mundo (Roa, 1992, p. 75).

Cierto, estas preguntas harto exceso contra la verdad contienen, y cuasi todas, que son muchas, son de la misma manera. He querido declarar estos defectos aquí, porque se sepa la verdad y no se usurpe la honra y gloria que se le debe a quien Dios había elegido y eligió para que con tan grandes trabajos descubriese, haciendo nuevo inventor deste orbe, y porque siempre me despluguieron las persecuciones que vide y sentí que injustamente se movían contra este hombre a quien tanto le debía el mundo (Casas, 1965a, p. 299).

La reproducción es casi textual. La diferencia está entre la palabra “inventase” y la frase “haciendo nuevo inventor desde orbe”. En ambos textos la palabra “inventar” tiene un significado distinto: la novela retoma la acepción actual y general de “Narrar como verdaderas cosas que no lo son” (Moliner, 1998, p. 91) y alude a la falsa percepción de Colón de las identidades geográfica y humana del Nuevo Mundo, motivo por el cual en lugar de “descubrimiento” se habla de “encubrimiento”. En cambio, la historia apunta hacia el significado de “descubrir”, de develar algo que estaba oculto: “sacar alguna cosa de nuevo que no se aya visto antes ni tenga imitación de otra” (Covarrubias, 1998, p. 740).

3. Presencia del Bartolomé de las Casas de la Historia de las Indias en Vigilia del Almirante

Después de Colón y del Piloto Desconocido, de entre los personajes importantes en la novela, destaca fray Bartolomé de las Casas. La razón es el relieve de su obra y vida para entender a Colón. La figura del clérigo recibe un tratamiento crítico del narrador de la novela con cierta parcialidad al defender al Almirante en la Historia de las Indias, así como guiños de complicidad del Almirante por la misma razón. Visto como personaje, adquiere rasgos que no siempre corresponden a los establecidos y consensuados por la historiografía. Por ejemplo, el fraile sevillano es al mismo tiempo biógrafo y entrañable amigo del genovés, como lo afirma el narrador: “fray Bartolomé de las Casas, amigo de juventud y panegirista del futuro Almirante, obispo de Chiapas y defensor de los indios” (Roa, 1992, p. 75); o como el mismo personaje Colón lo destaca: “lo dirá mi amigo y futuro panegirista Bartolomé de las Casas” (Roa, 1992, p. 61). Por supuesto, hay aquí una flagrante ficción pues Las Casas no estableció lazos de amistad con Cristóbal Colón.

Pero, ¿cómo se inserta el fray Bartolomé de la Historia de las Indias en la novela más allá de las meras referencias a su autoría de la obra? Primero hay que tener presente que el dominico no solo es biógrafo del Almirante, sino también de sí mismo; cuenta su propia historia testimonialmente y en términos apologéticos para desmentir a López de Gómara y Fernández de Oviedo que censuran acremente su fracaso de la colonización pacífica de Cumaná (1520-1521). Además, como parte de esta estrategia destaca su vida ejemplar, esto es, su dedicación a contener la violencia colonial. Esta autoreferencia hace suponer que en Vigilia las alusiones a ciertos pasajes y rasgos de conducta del dominico provienen de la Historia de las Indias y no del resto de su abundante obra de denuncia.

El primer fragmento recobra uno de los más notables aspectos autobiográficos de Las Casas: el de sus llamadas “conversiones”. Fray Bartolomé señala en su relato dos fuertes cambios en su conducta: el primero (1514) sucede cuando comprende que todo era “injusto y tiránico todo cuanto cerca de los indios en estas Indias se cometía” (Casas, 1965a, p. 386) y que, por tanto, constituía “una ofensa a Dios”. El segundo es cuando reconoce que el fallido acto de colonización de Cumaná –que pretendía la evangelización pacífica a cambio de beneficios materiales para los colonizadores y la Corona– se originó por la voluntad de Dios de no “servirse de él” como colono. Entonces se convirtió en sacerdote dominico y se recluye en el monasterio de La Plata (Casas, 1965a, pp. 383-388). A esta conversión remite particularmente este fragmento en el que Colón se dirige a fray Bartolomé: “Lo bueno del ser humano es que tenga sus estaciones y sus cambios, ¿no es verdad, suavísimo y discreto Bartolomé? Cuando tú hayas recibido los hábitos de Santo Domingo, ya habré tomado yo los del otro mundo” (Roa, 1992, p. 61).

Otras reinscripciones se caracterizan ya no por la comparación de las identidades entre el Colón de la novela y Las Casas de la historia sino por el traslape de las personalidades. Se trata de un pasaje en el que fray Bartolomé recrimina a Colón su conducta hacia los esclavos africanos:

En sus paseos volvieron a hablar del proyecto de Indias. Fue entonces cuando el ligur dio a su amigo el consejo de que una vez descubiertas las Indias y cristianados los indios, aprovechara la trata de esclavos negros llevándolos del África al mundo recién descubierto para aliviar el trabajo de los naturales. El futuro dominico y uno de los presuntos inventores de la Leyenda Negra sobre las atrocidades de Indias, se mordió el labio superior y quedó pensativo. Sólo un instante después murmuró: “¡A su merced se le ocurre cada cosa que parece dos!...” (Roa, 1992, p. 185).

Como es sabido, a fray Bartolomé se le ha venido atribuyendo la sugerencia inicial de aliviar el trabajo de los indígenas con la importación de esclavos africanos. Es parte de su leyenda negra que se completa con el odio a los españoles. Es probable que este párrafo aluda a algunos de los pasajes de la Historia de las Indias en los que, arrepentido, el autor cuenta que los encomenderos, en vista de que los indios morían con rapidez, propusieron que Las Casas gestionara la introducción de esclavos africanos de Castilla para suplir a los indígenas en las plantaciones, y fray Bartolomé aceptó:

algunos vecinos que tenían algo de lo que habían adquirido con los sudores de los indios y de su sangre, deseaban tener licencia para enviar a comprar a Castilla algunos negros esclavos, como vían que los indios se les acababan. Y aún algunos hobo [...] que prometían al clérigo Bartolomé de las Casas que, si les traía o alcanzaba licencia para poder traer a esta isla una docena de negros, dexarían los indios que tenían para que se pusiesen en libertad (Casas, 1965a, p. 275)21.

Otro caso de traslape de identidades entre Colón y el dominico es reconocible por la asimilación de la “conversión” a los indios de Las Casas (pasaje ya referido) a la metamorfosis de Colón, que al momento de expirar se convierte a la causa de los indígenas en términos muy semejantes a como fray Bartolomé de la Historia entendía la reforma de la política indiana que impulsaba: restituir a sus dueños lo robado. Aunque no podemos citar un pasaje específico del texto que a ciencia cierta garantice la intertextualidad, pues es una constante en el discurso lascasiano expuesto ya desde 1537 (Queraltó, 1976). Pero lo que es evidente es el traslape de identidades entre estos dos personajes, situando significativamente en medio a la figura del Quijote. El traslape es evidente, pues Las Casas es un personaje realmente quijotesco dada su desmesurada y caballeresca lucha por la justicia22. En efecto, el cambio radical en Colón sucede cuando decide corregir su testamento disponiendo que se devuelvan a sus legítimos dueños las propiedades que había usurpado. Es el quijotesco Las Casas el que está atrás del discurso de Colón

Item tercero: Mando que todas las tierras y posesiones que se me han atribuido en recompensa de un descubrimiento que no ha sido hecho por mí, y de una conquista que he comenzado y que va contra todas las leyes de Dios y de los hombres, sean devueltas a sus propietarios genuinos y originarios [...] Esto se hará por mediación del Consejo de Indias y de sus legítimas autoridades con el refrendo de la Corona española (Roa, 1992, pp. 386-387).

En este fragmento resuena la lapidaria idea de Las Casas con la que ejerce su estrategia de presión a las conciencias de los conquistadores, que consiste en señalar que sin restitución de lo robado por la fuerza de las armas queda solo el dramático y cierto panorama de la “damnación eterna” debido la injusticia realizada. Y es gracias a la restitución que manda en el testamento que Colón está en posibilidad de salvarse en la novela, situación que adquiere la forma de un retorno a su ser verdadero y a un fin de sus angustias provocadas por su desmesurada ambición. O, dicho en términos del Quijote, vuelve a la cordura23:

Yo fui loco y muero cuerdo. Fui Almirante, Visorey Gobernador perpetuo de todas las Indias ¡Ah locura de los que ponen su quimera en los honores y riquezas de este mundo! No vuelvo a ser ahora más que el grumete ligur, el peregrino de la tierra y del mar, el judío errante convicto y converso, que siempre fui con honra y sin provecho (Roa, 1992, p. 382).

Otros intertextos tocan el desempeño de fray Bartolomé como biógrafo y apologista del Almirante, afirma el narrador:

Más tarde el Almirante tratará de verter como puede, en su Libro de Memorias, el relato del sueño. La relación fue suprimida después por el dominico Las Casas o por su hijo Hernando, sin saber que el Almirante también la había relatado a Pedro Mártir de Anglería (Roa, 1992, p. 79).

El contenido de esta referencia no apunta hacia los acontecimientos narrados en la Historia, sino que resultan puramente una libre elaboración, pues a todas luces resulta inverosímil el registro de los sueños en una crónica como la de fray Bartolomé. Sin embargo, este hecho abona a la muy sonada suposición de que Las Casas no fue suficientemente fiel a los textos colombinos, o que hizo algunos acomodos interpretativos para apuntalar la figura de Colón frente a sus detractores. En esta dirección, el narrador dice acerca del fingido Libro de las Memorias de Colón: “Bartolomé de las Casas, exégeta del Almirante, hombre justo y apasionado, y Hernando [...] se abstienen de mencionar en sus libros estos pasajes o de deslizar sobre ello la menor alusión” (Roa, 1992, p. 337). En fin, en la novela asevera el narrador que Las Casas “corrige casi todos sus escritos y diarios de navegaciones” (Roa, 1992, p. 213).

Acerca del afán de Las Casas por corregir los textos, el narrador expone su apreciación general del sacerdote en cuanto biógrafo de Colón: “tuvo una percepción equívoca del Almirante, ensayó la más discreta hagiografía que un hombre santo y veraz, aunque equivocado, haya podido componer sobre un fabulador de supercherías” (Roa, 1992, p. 213). De igual forma, el Colón de la novela también habla de esta manipulación de sus textos: “El dominico Las Casas y mi hijo Hernando reescribirán a su modo todos estos papeles borroneados de sudor y de mar. Pondrán en ellos cosas que no han sucedido o que han sucedido de otra manera, muchas otras que no conozco” (Roa, 1992, p. 219).

Por último, conviene plantear la homología entre Vigilia del Almirante y la Historia de las Indias en cuanto a forma textual (Urdapilleta, 2018, p. 171). En el primer texto, el narrador cuenta y comenta los actos de Colón y le cede la palabra al genovés para que narre su historia en primera persona. En la Historia de las Indias, Las Casas, considerado como autor, resume los relatos de Colón, aclara dudas, los comenta y reflexiona, y ocasionalmente deja la voz directa del Almirante cuando se ocupa del Diario del primer viaje, y lo indica con esta frase: “Estas son palabras formales del Almirante”. En este sentido hay que tener presente que la bitácora del primer viaje –el pretexto más relevante para Vigilia– ha llegado al presente gracias a una copia manuscrita del dominico, traslado que probablemente sigue muy de cerca el texto colombino, aunque sea una síntesis, que luego utilizó con algunas modificaciones en su Historia.

Conclusiones

Las relaciones intertextuales entre Vigilia del Almirante y la Historia de las Indias suceden, como cabría esperar, en torno a la personalidad y peregrinaje de Colón, pero también alrededor de Las Casas, muy importante biógrafo y apologista del genovés, y personaje central de su propio relato. La Historia de las Indias emerge levemente, no solo por la brevedad de algunos de los intertextos, sino sobre todo por el nivel de modificación en el marco de un discurso que con relativa frecuencia imita la ortografía y el habla de los cronistas, y de manera más directa cuando los intertextos se identifican a partir las referencias a Las Casas como autor de la Historia o a los contenidos de ella aludidos. En este juego intertextual principalmente se incorporaron sucesos de la vida de Colón que resultan polémicos a la luz de la conmemoración del V Centenario (si efectivamente fue el descubridor de América y si obraba en América con afán cristiano), y la mayor parte provienen de hechos no desarrollados en los textos colombinos, sino de la narración o interpretación de Las Casas.

Varios intertextos permiten en la novela establecer un contrapunto en el tratamiento apologético del Almirante efectuado en la Historia de las Indias porque frente al insistente discurso de Las Casas que refiere la vida del Almirante a la elección providencial, en Vigilia esta es solo fruto de la casualidad; tampoco hay un hombre bueno dotado de todas las cualidades necesarias para realizar el descubrimiento, sino un errante y vicioso marino capaz de desplegar su pícara astucia para perseguir compulsivamente el poder y la riqueza. En fin, en el amplio juego intertextual de Vigilia enderezado a mostrar lo que el narrador de la novela llama el “alma dúplice” del Almirante, el entramado intertextual que proviene del pretexto lascasiano permite replicar un tanto la idea de un Almirante bueno y providencial, pero errado, que domina la historia del dominico. Aunque el testamento final de cuño lascasiano que dicta el Almirante de la novela consiente la idea de quitar el lastre colonizador que hundió a Colón en las tribulaciones, para dejar a flote al marinero errante que siempre fue.

En lo que toca a la presencia intertextual en Vigilia de fray Bartolomé como personaje y autor de la Historia de las Indias, concluimos que responde a la intención de enfocar una de las miradas fundadoras del mito de Colón, pero también de su historia. El narrador censura que el dominico se trueque, siendo un precursor de los derechos de los indígenas, en apologista crédulo –y hasta falaz– del Almirante, y el Colón de la novela afirma que su futuro biógrafo le habrá de inventar algunos aspectos de su vida. No obstante, se permite el juego con la imagen de fray Bartolomé, pues el Almirante adquiere un rasgo notable de Las Casas, cuando sus reclamos a la corona de propiedades y títulos se mudan en restitución de lo robado a los indígenas.

En fin, el juego intertextual con la Historia de las Indias desempeñó un papel crucial en el sentido de Vigilia del Almirante, texto construido en gran medida a partir del diálogo de visiones y perspectivas sobre el genovés. Se trató de concertar el juego de las voces que permiten entender la figura de Colón relatada con la técnica del palimpsesto, la de las múltiples escrituras sobrepuestas. Este juego evidencia que para asir la figura de Colón se requiere de la variedad de matices que lo develen no solo como hombre de su tiempo (descifrado en la medida de lo posible), sino también del presente. Este diálogo permitió revelar los resabios colonialistas que aún se blanden para mantener una figura egregia del genovés. Pero también podemos suponer que Vigilia muestra lúdicamente la imposibilidad de la certeza sobre la vida del Almirante a partir del trabajo de los historiadores: el azar y la duda tienen su lugar. Sin duda, el tratamiento de una fuente histórica como la Historia de las Indias revela una crítica a la parcialidad de su autor en lo que toca a Colón.

Esta forma de representación calidoscópica (Cornejo Parriego, 1996, p. 458) del Almirante permite poner en entredicho el proceder de la llamada “historia oficial” (Aínsa, 1991, pp. 18-19) o incluso el de la historia misma (Menton, 1993, p. 36), vista como discurso científico. Aunque siempre es ilustrador tener en cuenta, como lo señala Consuelo Varela (2003), la notable estudiosa del genovés, que la comprensión romántica moderna de la figura histórica del Almirante le debe mucho a las “historias literarias” de Washington Irving y Alphonse Lamartine o a la falta de rigor de quienes tratan de dilucidar, desde un discurso aparentemente histórico, la figura el Almirante.

Concluimos también que el trabajo intertextual con la obra de Las Casas permite la idea de Roa Bastos de mostrar la “carnadura del hombre común”, operación que no confluye necesariamente en los cauces de la verosimilitud, del realismo o de la certificación de lo real que implica el uso de fuentes. Más bien conforma el entramado estético-persuasivo del relato, que decidió entrar de lleno en la pugna político-ideológica en torno a la imagen de Colón suscitada por el debate en torno a la conmemoración de los quinientos años de su arribo a América. Sin embargo, esta movilización de las estrategias de representación o de visibilidad no proviene de la idea de soportar la “verdad”, o como diría Ricoeur, la fidelidad a la memoria, el asunto propio de la historia, sino desde otra forma de representación en la que la literatura tiene un alcance cognitivo en el discurso social pues ostenta, al igual que la historia, el carácter de redescripción, pero tiene un modo referencial diferente, tal como lo plantea Ricoeur (1995, p. 152). Por esta razón, el filósofo francés no habla de construir la verdad fática de hechos ficcionales, sino de la verdad del mundo de los valores representados a través del mundo de ficción propio del lenguaje metafórico o simbólico, pues es absurdo decir que la ficción compite con la historiografía por la “verdad” (que siempre es hipotética, pues es un constructo) de la representación de acontecimientos empíricos pasados en forma de hechos; teóricamente, más bien la complementa en el más pleno sentido que señala Ricoeur siguiendo a Aristóteles: proyecta lo que pudo haber sido, y cada novelista expone lo que desde su punto de vista pudo haber sido24. Desde ahí, la novela hurga en la memoria, pero poniendo junto a la dimensión estética afanes político-ideológicos25. Así, el lector se sitúa ante una representación de Colón de Roa Bastos diferente a la de Carpentier, Posse, Aridjis y Fuentes, todas ajenas a la comprobación y a las cautelas hermenéuticas necesarias para que el historiador controle su representación y la preparare para comunicarla –acto también persuasivo– al lector que mantiene las expectativas de leer un texto histórico. No obstante, estas representaciones ficcionales son también importantes respuestas sociales pues son compartidas por grupos. Es decir, no pueden ser calificadas sin más como representaciones fieles o infieles del Almirante, sino que muestran una perspectiva evaluativa contenida en una visión político-ideológica del contexto, que hay que desentrañar. De esta forma el hecho de que las novelas no sean discursos descriptivos no implica su irrelevancia en los debates en torno a la conmemoración del V Centenario.

En el caso de Roa Bastos no hay lugar a dudas de que escribe para un público que se opone al rumbo inicial que habían tomado los festejos en torno a la figura de Colón, en los que permeaban ideas colonialistas, como lo indica el propio autor. Y, por supuesto, está a favor de una historia crítica profesional rigurosa, consciente de que sus verdades solo son hipótesis26, como la que en torno a Colón y su mundo practican Juan Gil, Consuelo Varela, Paolo Taviani y Juan Manzano, a quienes agradece su ayuda para escribir su novela. Por supuesto, más allá de la historia, pero frente a ella, queda siempre el texto provocativo que pone la alerta al lector contra los resabios colonialistas de la que podría decirse mala historia (por su falta de rigor), pero desde el poder simbólico de la ficción. Y en el juego persuasivo-representacional de Vigilia desempeñó un papel notable la presencia intertextual de la Historia de las Indias y de su autor, aunque quizá este sutil juego sea poco percibido, en su raíz, por el lector.

Referencias

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Notas

1 Nuestro artículo participa del proyecto Identidades culturales en América Latina y el Caribe. Perspectivas a partir del pensamiento crítico latinoamericano (9492/2018/CI), financiado por la SIEA de la UAEMéx.
2 La primera obra de ficción en torno a Colón es la comedia El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón (1599) de Lope de Vega.
3 Ilan Stavans (2001) hace un sintético y acertado seguimiento de estos relatos en poco más de dos siglos (aunque también aborda otros géneros literarios). Asimismo hay una serie de narraciones que aparecen calificadas como históricas, pero que en realidad acaban siendo llanas mentiras, no ficción. García Ramos (2008) elabora una síntesis de las extravagantes tesis pseudohistóricas recientes sobre Colón: tesis de Colón templario, hijo natural del papa Inocencio VIII, súbdito de Aragón o la más chocante: que nació en América. Consuelo Varela, por otra parte, destaca que la imagen de Colón ha ido modificándose con el tiempo. Doce años después del descubrimiento es un genovés, que al servicio de los reyes de Castilla, había hallado tierras maravillosas. Luego, tras la publicación de las crónicas de Fernández de Oviedo y López de Gómara, continúa Varela, es que Colón adquiere identidad. En el sigo XVI Varela hace el inventario de textos sobre Colón a los que considera acertados en su apreciación de la personalidad del Almirante (Varela, 2003, pp. 422-430). Luego, la historia del genovés prácticamente caerá en el olvido. Fue el romanticismo literario y pictórico el encargado de refrescar la memoria acerca de la existencia de un héroe olvidado durante más de trescientos años. “Así nació un hombre mítico” (Varela, 1992, p. 13). Esta perspectiva “se conservó intacta y es la que transmitieron las obras literarias” (Varela, 1992, p. 14). Aunque hay que matizar: al parecer Varela está pensando en narraciones previas al ciclo que inauguró El arpa y la sombra, obra que, dicho sea de paso, le pareció atinada.
4 Entre las novelas más destacadas sobre este asunto se encuentran El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier, Los perros del Paraíso (1983) de Abel Posse, Cristóbal Nonato (1987) de Carlos Fuentes, Memorias del Nuevo Mundo (1988) de Homero Aridjis, Las puertas del mundo (una autobiografía hipócrita del Almirante) de Herminio Martínez (1994) y El rostro oculto del Almirante (1996) de José Rodolfo Mendoza.
5 Las diferencias en la forma de conmemoración con respecto a 1892 son notables, pero hay evidentes continuidades en la censura del Almirante o bien en su enaltecimiento. El cambio más notable, más allá de la diversidad de los conceptos, proviene del menor peso del factor religioso en la argumentación. El estudio de Bernabeu (1987) es clave para comprender las diferencias.
6 Roa Bastos advierte el propósito anticolonialista de su novela en la presentación del texto compilado fragmentariamente en El País: “He creído con ello contribuir en mi condición y dentro de mis limitaciones de escritor de ficciones a la formación de una conciencia crítica del descubrimiento; conciencia crítica anticolonialista” (14 de octubre de 1992, parr. 3).
7 La otra voz es la del “ermitaño”, que narra la parte XLVIII (Roa, 1992, pp. 354-361).
8 La aspiración de aprehender al “hombre común” es también el objetivo de la biografía Cristóbal Colón –Retrato de un hombre de Consuelo Varela– y esto implica un intento de desmitificación: “Este libro pretende, muy modestamente, presentar al Colón hombre. A un hombre cargado de defectos, pero también de virtudes, al que trataremos de desmitificar, si ello es posible” (Roa, 1992, p. 13).
9 “Insertado gratuitamente”.
10 Las demás son paratextualidad, architextualidad, metatextualidad e hipertextualidad (Genette, 1989, pp. 10-12).
11 Hasta bien entrado el siglo XVIII, la escritura de la historia seguía el “tiempo de Dios”. Según Dosse, “el sentido de la sociedad occidental es el que le atribuyen los clérigos, quienes honran en la historia la realización de un plan ya determinado por Dios. La historia se convierte en una teología estricta animada con consideraciones vigorosamente morales” (2004, p. 166).
12 Alain Milhou (1983, pp. 189-265) muestra extensamente las características del providencialismo de Colón.
13 Queraltó (1976, pp. 363-376) expone con suficiencia la visión providencialista de la historia de Las Casas.
14 Al respecto dice fray Bartolomé: “y así creemos que Cristóbal Colón en el arte de navegar excedió sin alguna duda a todo cuantos en su tiempo en el mundo había, porque Dios le concedió cumplidamente más que a otro estos dones, pues más que a otro del mundo lo eligió” (1965a, p. 33).
15 Fray Bartolomé fue realmente el segundo biógrafo de Colón: su Historia de las Indias, siguiendo otro formato y agregando otras fuentes, en ciertos aspectos continúa, aunque también disiente respetuosamente de Vida del Almirante don Cristóbal de Colón de Hernando Colón, el bibliófilo y erudito hijo del Almirante. Este la elaboró entre 1537 y 1539, en un ambiente muy poco favorable a la memoria del descubridor, y como respuesta directa a la historia de Fernández de Oviedo que invalidaba los reclamos colombinos señalando que las Indias ya habían pertenecido a la Corona en tiempos del fabuloso rey Héspero. Se publicó póstumamente en Venecia (1571) en una traducción italiana incompleta. El original en español está perdido. Vale recordar que hubo intentos de invalidar la obra atribuyéndosela primero a Hernán Pérez de Oliva (Henry Harrise) y al mismo fray Bartolomé de las Casas (Rómulo Carbia).
16 Como simple referencia crítica a este acontecimiento es importante tener presente a Heers (1992, pp. 47-51) que asegura que la narración del hecho es un mero juego retórico de Las Casas, quien más bien sigue convenciones para narrar los episodios de batalla y naufragio.
17 Utilizamos las cursivas para resaltar sobre todo las palabras, frases o fragmentos que permiten de manera más precisa establecer u orientar la comparación para establecer los intertextos.
18 Esta frase también está textualmente en la Vida de Hernando Colón (1947, p. 47).
19] El miércoles 10 de octubre se lee en el Diario: “Aquí la gente ya no lo podía çufrir: quexábase del largo viaje, pero el Almirante los esforçó lo mejor que pudo, dándoles buena esperança de los provechos que podrían aver, y añidía que por demás era quexarse, pues que él avía venido a las Indias, y que así lo avía de proseguir hasta hallarlas con la ayuda de Nuestro Señor” (Colón, 1989, p. 28).
20 Las demás versiones de cronistas que aparecen en la novela son las de Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara y Garcilaso de la Vega, El Inca.
21 Fray Bartolomé, atento a la posición del enunciador en la escritura histórica, se refiere a sí mismo como “el clérigo”.
22 Hay tres planos de del uso de la figura del Quijote para remitir al Almirante de la novela: uno es el del alucinado por los libros, el que inventa a América a través de la geografía y etnografía imaginarias del Medioevo. Otro el del alucinado por el poder y la riqueza, que al final de sus días descubre que son meras quimeras. Darse cuenta de esto significa cordura. Esta situación no es, por decirlo con breves palabras, del todo identificable con don Quijote. El último sucede cuando Colón elabora otro testamento que corresponde plenamente al espíritu caballeresco cuyo núcleo ideal de conducta es la búsqueda de la justicia. En torno a la simbología y papel del Quijote en Vigilia, Houde (2014, pp. 186-193) aporta una lectura más detallada.
23 Con respecto al final de la novela, Lefere (1999, p. 541) destaca que es poco afortunado en cuanto es “demasiado happy end” y porque proporciona una imagen que no cumple con el cometido de la novela de recuperar al Colón humano, y podría suponerse que cercano a la imagen documentada. Lo que finalmente significa Roa con este final, con la especie de conversión carnavalizada de Colón, es que es solo un ambicioso, errante y pícaro marinero, que hace lo que le tocó hacer a partir de su mundo marinero; es el Colón que no supo gobernar ni tratar con los círculos del poder.
24 Paul Ricoeur distingue claramente entre relato histórico y el de ficción: los considera “claramente un binomio antinómico”. La diferencia radica en el “pacto de lectura”, que si bien no está formulado expresamente, estructura “expectativas diferentes por parte del lector y promesas diferentes por parte del autor”: “Al abrir una novela el lector está ante un mundo irreal, con respeto al cual es incongruente cuando y donde ocurrieron las cosas; en cambio, está propenso a tener una voluntad de asentimiento siempre y cuando la novela le parezca interesante. Al abrir un libro de historia, el lector espera guiado por la solidez de los archivos, en un mundo de acontecimientos que sucedieron realmente. El lector abre su ojo crítico y exige, si no un discurso verdadero comparable al de un tratado de física, al menos un discurso plausible, admisible, probable y en todo caso honesto y verídico; educado para la persecución de la falsedad, el historiador no quiere tratos con un mentiroso. Hay una propuesta de hacer una reconstrucción aproximada de lo que un día fue ‘real’” (Ricoeur, 2004, p. 344).
25 La formulación exacta empleada por el narrador de Vigilia: “¿Cómo optar entre hechos imaginados y hechos documentados? ¿No se complementan acaso en sus oposiciones y contradicciones, en sus respectivas y opuestas naturalezas? ¿Se excluyen y anulan el rigor científico y la imaginación simbólica o alegórica? No, sino que son dos caminos diferentes, dos maneras distintas de concebir el mundo y de expresarlo. Ambas polinizan y fecundan a su modo –para decirlo en lenguaje botánico– la mente y sensibilidad del lector, verdadero autor de una obra que él la reescribe leyendo, en el supuesto de que lectura y escritura, vivencia e intuición, realidad e imaginación se valen inversamente de los mismos signos” (Roa, 1992, p. 66).
26 Esto significa que la historia es un conocimiento con pretensión de ser preciso, acumulativo, y en permanente proceso de revisión, enriquecimiento y refutación.


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