Literatura
Recepción: 14 Enero 2019
Aprobación: 09 Abril 2019
Resumen: Se analiza el abordaje en prensa de dos de los momentos públicos de la polémica alrededor del libro infantil Cocorí, como evidencia de la relación entre productos culturales, racismo (misógino) y nacionalismo costarricense. El debate permite la cohesión de una comunidad (imaginada) blanca y patriarcal. En el espacio de la prensa, el discurso hegemónico traslada la condición de víctima no solo al personaje de ficción, al autor o la obra, sino hacia los mismos valores y privilegios de dominio epistemológico y supremacía del grupo mayoritario. En defensa de todos ellos, las publicaciones descalifican además la experiencia y opiniones de quienes señalan el carácter racista del texto, particularmente, mujeres negras. La revisión de la discusión sobre Cocorí durante el 2003 y el 2015 sugiere que no existe una variación significativa entre la postura de las instituciones culturales y educativas, intelectuales, académicos y la opinión pública en una década de aparentes avances en normativa antirracista y multicultural. La misma polémica advierte, finalmente, los límites de la participación política de mujeres afrocostarricenses cuando ello implica el cuestionamiento de los imaginarios nacionales.
Palabras clave: Racismo, identidad costarricense, Joaquín Gutiérrez Mangel, Epsy Campbell Barr, mujeres afrocostarricenses.
Abstract: This paper analyzes the press coverage of two of the public moments of the so-called “Cocorí polemic” as evidence of the relationship between cultural products, racism (misogynist) and Costa Rican nationalism. The debate promotes the cohesion of a white and patriarchal imagined community. Within the space of the press, hegemonic discourses victimize the fictional character, and the author, but also the values and privileges of epistemological dominance and supremacy of the majority group. Defensively, the publications also disqualify the experience and opinions of those who point out the racist nature of the text, particularly, Black women. Reviewing discussion of Cocori during 2003 and 2015 reveals no significant variation between positions of cultural and educational institutions and public opinion during a time period that supposedly saw advances of anti-racist and multicultural regulations. The controversy finally warns about the limits of the political participation of Afro-Costa Rican women when they question the national imaginaries.
Keywords: Racism, Costa Rican identity, Joaquín Gutiérrez Mangel, Epsy Campbell Barr, black women.
1. Antecedentes de un debate (en prensa): Autor, obra vs. lectura negra1
El autor chileno-costarricense Joaquín Gutiérrez Mangel escribió Cocorí en 1947, cuando según Duncan “toda la tierra estaba bajo el dominio de los imperios europeos [...] Era un mundo sin convenciones sobre Derechos Humanos, sin Naciones Unidas, un mundo colonial que enfatizaba por todos los medios la supuesta superioridad blanca-europea” (2016, p. 26). Cocorí, “el negrito”, es el protagonista de una historia de amor y búsqueda existencial, que inicia cuando una niña blanca arriba en un barco a un puerto caribeño (que desde su publicación fue asociado con Limón2) y conoce al “raro” muchacho, quien según el texto de la primera edición y las respectivas traducciones, parece un “monito”. La niña le da la flor más hermosa que tiene o podría ver, en comparación con la flora local, una rosa; luego, por causa de las preguntas existenciales provocadas por la niña blanca y su regalo, Cocorí emprende un viaje iniciático por la selva. En el desenlace vuelve donde su madre, antes incapaz de responder a las interrogantes del niño y quien lo espera con la sorpresa de que su rosa ha sido “implantada” y ha germinado en la selva tropical.
La escena ha sido problematizada por un sector de la crítica literaria; por ejemplo, mediante la identificación del cronotopo de las Indias (Chen, 2004, 2008 y Mondol, 2004) o el proceso de construcción del sujeto negro en diálogo con los discursos identitarios costarricenses (Caamaño, 2004). No obstante, el hecho de que lo blanco y europeo sea exaltado, mientras lo negro y lo local (asociado con el Caribe) resulte degradado, no exime la consideración del texto como una de las piezas más famosas en la historia de la literatura nacional, a la vanguardia en traducciones y ediciones3 y con estudios que la comparan, inclusive, con Le Petit Prince, de A. Saint- Exupéry (Flury, 2003; Jiménez, inédito)4. Los argumentos para justificar su inocuidad incluyen el reconocimiento del carácter heroico del niño negro y el motivo de la historia de amor infantil; así como el protagonismo reivindicador de otros personajes locales y animales asociados con el Caribe (Pérez, 2004; Rodríguez Jiménez, 2004; Vásquez, 2004). Complementariamente, las apologías en torno al texto cuestionado rescatan la trascendencia del mensaje principal derivado de la metáfora de la rosa y del mismo epígrafe de la novela, un soneto de Quevedo (Robles Mohs, 2004). Ambos sugieren la fugacidad de la vida, el carpe diem (González, 2007) y la sabiduría derivada de su contemplación (Argüello, 2004)5.
El contenido racista de esta obra fue analizado por una mujer afrocostarricense en 1983 y provocó la defensa pública por parte de su Autor6. El perjuicio de su lectura para la autoestima de los niños afrocostarricenses en edad escolar fue denunciado ante la Sala Constitucional en 1995 y el reclamo no tuvo lugar (Exp. 6613-95. Res. 0509-96, 1996)7. La disputa sobre la obligatoriedad de este texto en el currículo escolar por mandato ministerial y el consecuente reclamo a los osados que consideran el texto racista, trascendió a la discusión pública en prensa y en la academia en el 2003. En el 2015, el retiro de fondos públicos para el financiamiento de un musical inspirado en Cocorí revivió la discusión de la década anterior; las solicitudes de la comunidad afrocostarricense no solo fueron “encarecidamente” invalidadas, sino que esta vez, el debate (monólogo, más bien) resultó magnificado por reacciones en las redes sociales8.
En cuanto a la génesis del desencuentro, Lorain Powell Benard recuerda la simultaneidad entre la confrontación con el autor de Cocorí y el proceso de finalización de su tesis de Licenciatura en Literatura (Powell Benard, comunicación personal, 27 de febrero de 2017). Su trabajo, Lectura (en crisis) de tres obras racistas (1985), analiza dos textos nacionales y uno estadounidense, con el fin de evidenciar que la programación racista excede tanto geografía como “fama” de autor. Su corpus incluye, además de Cocorí, las novelas Mamita Yunai, del autor Carlos Luis Fallas (1940), y Sartoris, de William Faulkner (1929). Según su relato, Powell fue invitada a un programa televisivo para referirse al racismo en Costa Rica, junto a Quince Duncan, Sherman Thomas y Eulalia Bernard Little, todos ellos profesores universitarios. Durante la entrevista, emergió el ejemplo del texto infantil. Gutiérrez Mangel, reconocido intelectual, escritor, militante del Partido Comunista, profesor invitado de Literatura y posteriormente doctor honoris causa de la Universidad de Costa Rica, no tardó en responder. En un provocativo artículo publicado en el periódico Semanario Universidad, titulado “¿Hay racismo en Costa Rica?” (Gutiérrez, 1983a, p. 4), argumenta coincidir con los “profesores” en relación con la existencia del racismo en Costa Rica, pero los acusa de reducir el problema a su grupo y además, de estar sesgados en la discusión sobre el tema por su mismo color de piel. El escritor se arroja, además, la autoridad (paternidad) sobre el significado de sus textos mientras resalta su proyecto ideológico de transformación social9.
Con esta primera descalificación del análisis de los académicos afrocostarricenses en el espacio periodístico, inicia el enfrentamiento entre la entonces joven estudiosa y, como ella lo recuerda, “el gigante”, ante quien decidió no quedarse callada (Powell Benard, comunicación personal, 27 de febrero de 2017). Particularmente, en sus artículos “En la rosa viene un barco, don Joaquín” (Powell-Benard, 1983a, p. 6) y “La programación es cosa seria, ¡don Joaquín!” (Powell-Benard, 1983b, p. 4), Powell expone los fundamentos teóricos y metodológicos de su análisis sobre Cocorí. Además, identifica una serie de relaciones y símbolos que reproducen (y perpetúan) las jerarquías coloniales: de los sujetos blancos sobre los negros, de la civilización sobre la naturaleza y del conocimiento occidental sobre la ignorancia del otro. En última instancia y desde una perspectiva semiótica-estructuralista, Powell anticipa la discusión entre los productos culturales y la colonialidad del poder y del saber (Quijano, 2007)10.
Ahora bien, este estadio de la querella parece reducirse al circuito de la producción y la recepción literaria especializada. El debate ocurre durante los meses de setiembre y octubre de 1983, en el Semanario Universidad, periódico de la Universidad de Costa Rica, cuyo público meta incluye la comunidad académica e intelectual del país. En tal espacio escrito –habitus para el hombre blanco– Gutiérrez Mangel asume una postura autoritaria, condescendiente. Luego de contradecir cada uno de los ejemplos analizados por Powell, se dirige a ella naturalizando las relaciones de poder raciales y de género, además de la diferencia generacional, por las cuales él es quien puede explicar “el tema” de Cocorí: “¿Ha pensado Usted alguna vez, señorita filóloga, en cuál es el tema de Cocorí? Se lo voy a contar”, escribe Gutiérrez en su artículo “El racismo y un espejo” (1983b, p. 4). El autor, al igual que sus futuros defensores, se arroja la autoridad sobre el significado de la obra.
Este primer desencuentro entre una mujer, junto a otros representantes de la comunidad afrocaribeña, y el autor de Cocorí anticipa la tónica de una polémica en torno al nacionalismo, racismo y los productos culturales que desborda el mismo contenido del texto y la representación literaria o gráfica de sus personajes. El debate mismo se enmarca como un escenario de contacto racial (Smith, 2016a), entendido como un momento “de encuentro violento, donde los cuerpos racializados se encuentran en zonas de performance definidas por discursos y acciones de poder” (p. 11, traducción propia). Más aún, lo acaecido entre el autor, su obra y la lectora no normativa, mujer y afrodescendiente, marcará la pauta de los diferentes estadios de la discusión pública.
En consonancia con el intercambio Gutiérrez Mangel-Powell Bernard, se verifica una negación o relativización del contenido racista del texto tanto en las confrontaciones del 2003 y del 2015, como en el espacio de la jurisprudencia constitucional (Duncan, 2016)11. Se reproduce, a su vez, la misma jerarquía colonialista por la cual hombres blancos se atribuyen “la verdad” sobre el texto y sus efectos. Como corolario de este ejercicio de dominio epistémico, las ideas de quienes disientan de la norma y cuestionen el canon (literario) nacional resultan invalidadas y la relación víctima-victimario invertida (Hooker, 2017)12. Más aún, se manifiesta una eclosión de un racismo misógino que incluye el cuestionamiento de la condición ciudadana de las mujeres afrocostarricenses participantes en la discusión. Según se analizará en las siguientes secciones, cada una de estas prácticas confirma las mitologías del nacionalismo blanco, patriarcal de una comunidad imaginada, la cual, garante de una cultura costarricense, sigue siendo convocada en el espacio público de la prensa.
2. Voces públicas en el debate del 2003: las enemigas de lo costarricense
El carácter público de la llamada “polémica13 Cocorí” se acentúa en el 2003. Como se mencionó en el apartado anterior, la discusión previa parece limitarse al programa televisivo de los docentes universitarios junto con la investigadora y al consecuente intercambio de cuatro artículos entre Powell y Gutiérrez en el Semanario Universidad. Por su parte y según investigación de archivo en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, en el periodo comprendido entre el 20 de abril y el 15 de agosto del 2003 (con concentración en las últimas semanas de abril y primera quincena de mayo) aparecen al menos cincuenta reacciones escritas y gráficas14 alrededor de Cocorí en cada uno de los medios de mayor circulación del momento: La Nación, La República, La Prensa Libre, La Extra y, nuevamente, el Semanario Universidad.
El interés de la prensa parece coincidir, primero, con el cuestionamiento a jerarcas institucionales como la ministra de educación, Astrid Fischel y su viceministro, Wilfrido Blanco, y luego, hasta el propio presidente en ejercicio, Abel Pacheco. No obstante, las críticas se dirigen luego hacia otras figuras públicas, dos mujeres afrocostarricenses, quienes, de manera inédita15, coinciden en el desempeño de un puesto en el Ejecutivo y el Legislativo, Esmeralda Britton y Epsy Campbell, respectivamente. Hay una tercera representante de esta comunidad ocupando un puesto en el Estado, Elayne Whyte, quien, aunque no recibe la atención de la prensa, se reconoce a sí misma como una de las propulsoras de la solicitud de retirar el texto literario de las lecturas ministeriales, según se verá más adelante. El caso incluye, además, organizaciones de la sociedad civil, específicamente la Asociación “Proyecto Caribe”16. Tal contexto y coincidencia de actoras resulta fundamental para comprender la beligerancia y “popularidad” de este segundo estadio del debate Cocorí y su ensayo como un escenario de contacto racial, donde se sigue un “script fantasma”, que “produce y articula los límites morales y sociales de la nación” (Smith, 2016a, p. 15, traducción propia).
El 20 de abril del 2003, en la antesala de la efeméride del “Día del libro”, un primer artículo en prensa acusa la impertinencia de una circular enviada por el viceministro de educación a las escuelas nacionales recordando que la lectura del texto de Cocorí es sugerida y no obligatoria. La crítica de la medida se multiplica mediante la aparición de varias notas de prensa en los medios de mayor circulación. Ello desencadena, luego, una serie de reacciones por parte de maestros, amigos y familiares del ya difunto autor, intelectuales y figuras públicas, quienes se pronuncian sobre el yerro institucional. Ambos, notas de prensa y artículos, asumen una postura acusatoria y hasta incendiaria, primero, hacia las autoridades ministeriales y, luego, hacia el colectivo afrocostarricense, particularmente hacia las mujeres de este grupo, agentes de la medida institucional.
Efectivamente, mujeres y organizaciones afros son las artífices de esta directriz y así lo recuerdan tanto la exministra Britton, como la exvicecanciller Whyte. Durante una gira oficial a Limón, ellas consiguen acompañar al expresidente Pacheco en su vehículo y entablar una conversación acerca de su sentir y el de organizaciones negras sobre el libro Cocorí; a saber, la presencia de la novela en el aula continúa reproduciendo estereotipos y burlas racistas. Don Abel Pacheco de la Espriella les replica que el libro no es racista –como lo había determinado la Sala Constitucional17–; no obstante, y aun cuando no la comparte, escucha la demanda de las actoras políticas18. Más tarde, incluso Pacheco se pronunciará durante el debate, arguyendo que si existe un sector de la población lesionado por el texto, no procede su inclusión en las listas obligatorias de lecturas escolares19. Gracias a la anuencia –escucha que no llega a ser comprensión– del entonces líder nacional, funcionarios del gobierno entablan una reunión en Casa Presidencial con representantes de la organización afrocostarricense Asociación Proyecto Caribe, luego de la cual el viceministro de Educación Pública (MEP) envía la acusada nota sobre la lectura de Cocorí.
Tan pronto inician los cuestionamientos, las autoridades institucionales procuran exculparse de la afrenta al canon (y al imaginario nacional) aludiendo a los gestores de la misma directriz: miembros de la Asociación Proyecto Caribe y “otros grupos étnicos” que ejercieron “presión [...] para que Cocorí dejara de ser un libro de lectura obligatoria en las escuelas” (Martínez, 2003, p. 1). La prensa continúa la indagación sobre los miembros de la organización negra e identifica los nombres de Quince Duncan, Eulalia Bernard, Esmeralda Britton y Epsy Campbell, las últimas funcionarias públicas y cómplices del crimen contra el “¡Pobre Cocorí!” (Sánchez Castro, 2003, p. 10). El texto de Martínez “¿Por qué expulsaron a Cocorí?” ocupa seis páginas del periódico La Nación. Su reportaje procura recoger la opinión del director de Proyecto Caribe, Donald Allen, “quien considera que Cocorí presenta alusiones peyorativas contra los negros” y la influencia del grupo sobre el Presidente. Al mismo tiempo, arroja datos sobre la fama autoral y del texto que “también ha sido texto escolar en instituciones de México, Chile y Holanda”, “traducido a 10 idiomas” y considerado “clásico de la literatura infantil”. La nota refiere además el pronunciamiento de la empresa editorial con los derechos de publicación de Cocorí sobre la equivocación de quienes afirman que el texto menoscaba los valores de los negros cuando, “al contrario, él los enaltece”. Una de las personas entrevistadas atribuye color, género y función política a las enemigas de la obra: “A mí solo me informaron en febrero que la diputada Epsy Campbell y la Ministra Britton consideran que es muy racista” (2003, pp. 1-6).
La tónica del debate estará determinada por esa misma intercalación entre el señalamiento de los(as) culpables de la medida ministerial (lo cual no equivale a la escucha de sus motivos) y la argumentación a favor de Cocorí, como metonimia de los valores –y privilegios de dominio– de la mayoría blanca que se imaginan amenazados (Hooker, 2017). En su balance sobre la polémica y su relación con la discriminación y el racismo, Araya (2006) señala que “la denuncia no condujo a una discusión razonada y democrática sobre lo señalado, sino que estos fueron inmediatamente censurados” y más bien “fue vivido como una afrenta por algunos integrantes de la sociedad costarricense, lo que les llevó a responder defensivamente sin detenerse a considerar porqué algunos/as integrantes de la comunidad negra veían racismo en ‘Cocorí’” (p. 47).
Replicando el modelo de respuesta de la primera polémica en prensa entre el Autor y Powell Benard (y su ejercicio de poder), los ofendidos por causa de las denuncias de representantes –mujeres– de la comunidad afrocostarricense abogan por la inocuidad del texto y acusan la inseguridad de sus lectores(as) como antinacionalistas: “hipersensibles, influyentes y racistas (Matute, La Nación, 28/4/2003:18A) [...] que equivocaban el blanco, que hacían un daño al acervo cultural costarricense, pretendiendo un bien; que provocaban una “pérdida de sendero de la identidad nacional” (Dobles, La Nación, 26/4/2003:16A); que eran suspicaces” (Araya, 2006, p. 47).
En defensa de Cocorí, acuden a la prueba documental, a la jurisprudencia de la Sala Cuarta20 como garantía de que el texto no es racista y que, por tanto, la acción del MEP resulta impertinente. El proceso permite además cuestionar el carácter personal(izado) de la campaña contra el texto e imagen de Gutiérrez y su derecho a la representación del negro desde la mirada blanca (Hall, 2011). Como puede observarse en la imagen de la Figura 1, la diputada Epsy Cambpell y la ministra Esmeralda Britton se posicionan –nominal y visualmente– como las adversarias de Cocorí desde el inicio de la polémica. El nombre de Campbell aparece vinculado a “otros temas”, aunque su nombre se incluye dentro de los asociados al Proyecto Caribe. Allí se menciona también a Esmeralda Britton, ministra de Condición de la Mujer, cuya imagen se rescata “al margen” en la sección frase de la semana, con su afirmación: “Cocorí es racista y lesiona la integridad del negro” (La Nación, 2003b, p. 16A). Ambas figuras políticas (no normativas) son las adversarias, responsables de la “expulsión” de Cocorí de las aulas, según consta en la página dedicada por la prensa a la síntesis de cuanto ocurre en el país en la semana del domingo 27 de abril.
La inversión de la relación de víctima y victimario opera de manera simbólica (y efectiva). Aquella integridad del negro que se reclama lesionada no puede aspirar a una defensa, pues representantes de este grupo se hallan más bien atacando al pobre Cocorí (de rasgos exagerados) y a sus compañeros de aventuras (rosa incluida). En el nivel de la imagen de la nota preparada por Gólcher (2003, p. 16A), las figuras aparecen violentadas por un golpe y destinadas a la caída en medio del pavor y el desconcierto. Al fondo, las aulas y siluetas permanecen en claroscuro. En el nivel de su discurso, se realiza la humanización del objeto literario, mediante la apelación a una serie de afectos que permiten equiparar el texto y su personaje con un niño en edad escolar21, siempre presente en las aulas y hoy expulsado por la petición de unos pocos. La periodista inicia en estos términos su reportaje: “Su récord de asistencia fue impecable. Desde que ingresó a las aulas, en 1994, nunca faltó. Nueve años después, Cocorí tuvo que decirle adiós a los niños de primaria” (2003, p. 16A).
Para la opinión común y la lengua nacional, el autor y su memoria se constituyen como los verdaderos afectados, mientras que otros testimonios, críticas y vivencias –las cuales tienen color y género– no solo constituyen un error craso, sino que además representan una afrenta para la cultura nacional y sus valores democráticos, principalmente, la libertad de expresión. El sentido común costarricense, respaldado además por la institucionalidad cultural y educativa (academia incluida)22, además de la jurídica, asegura las mitologías del nacionalismo blanco y los privilegios de ser y decidir como mayoría de quienes imaginan “la expulsión de Cocorí” como ofensa a su idiosincrasia. La siguiente selección de títulos de los artículos de opinión, en la Tabla 1, ejemplifica el posicionamiento de la opinión pública en defensa de Cocorí y el monologismo del grupo hegemónico.
Las intervenciones en la palabra pública celebran los atributos de la figura autoral, su compromiso ideológico y la fama del texto a nivel internacional desde una retórica “asociada a la imagen fundante de la identidad nacional” (Araya, 2006, p. 48). Precisamente, dado que el debate dejó de ser literario y alcanzó el estatus de polémica sobre los valores de lo costarricense, algunos de los autores utilizan sus propias calificaciones profesionales –incluso biólogos– con el fin de justificar su postura para defender a Cocorí. En las notas y ante la afrenta de los privilegios de su condición blanca (Harris, 1993)23, se sienten autorizados para explicar a “los estimables miembros del Proyecto Caribe” su equivocación; a saber, en lugar de acudir a otros y verdaderos “ejemplos de injusticias y opresiones” atacaron, “a una joya de la literatura nacional como lo es Cocorí” (Arias Formoso, 2003, p. 15).
Una de las confrontaciones más directas, la cual provoca dos de las tres publicaciones de afrodescendientes sobre el tema durante todo el debate, remplaza la descalificación de los motivos de la organización y las mujeres negras por un insulto que recuerda el script de las relaciones sociales y los límites morales de la nación (Smith, 2016a). Se trata de un catedrático universitario, Freddy Pacheco –nuevamente, un hombre blanco en su habitus del poder epistemológico–, quien se refiere a los ofendidos por el texto como “tétricos personajes del teatro medieval, escondidos bajo las sombras de fétidos callejones, panteoneros de largas y sucias uñas que solo esperan concluir su desagradable faena de enterrar a sus enemigos” (2003, p. 18. El énfasis es nuestro). Mediante una serie de adjetivos de connotación negativa, Pacheco los acusa de esperar a la muerte de don Joaquín para “mancillar la memoria de ese gran costarricense autor de Puerto Limón, La hoja de aire, Murámonos Federico, Cocorí y otras muchas obras literarias” (2003, p. 18); es decir, el crítico alude, elevando, a la otra víctima de la polémica, la figura autoral. Se refiere a la Asociación como un “disfraz” y critica a quienes “ocultan sus caras detrás de puestos de gobierno” para realizar el “acto despreciable” de atacar al autor en su tumba. El crescendo de acusaciones del profesor continúa, les llama “pendejos” y ridiculiza el contenido de su reclamo y de la lucha anti-racista con ironía: “que hay que sacarlo de la vista de los niños escolares que al leerlo podrían adquirir la enfermedad de la discriminación racial” (2003, p. 18).
Exigiendo respeto como persona, como activista y política, Epsy Campbell responde a dichas acusaciones en el artículo “Cocorí: una larga lucha en contra de los estereotipos y el racismo” (2003). La afrofeminista subraya la influencia de su trayectoria24 en su nuevo ejercicio como figura pública en la política formal. Declara que nunca ha recibido tantos insultos (no imaginó cuánto la esperaría en el 2015) por causa de unas luchas que, contrario a quienes imaginan un repentino capricho contra el Autor, no son desinformadas, sino una “lucha desde siempre”. Campbell intenta desenmascarar el etnocentrismo de su difamador, “un hombre que, escondido detrás de la Academia, siente la autoridad sin conocimiento, ni argumentos de entrar en la discusión de un tema que de sobra desconoce”. En otras palabras, procura rescatar el valor de su palabra y experiencia para debatir las expresiones del racismo. Se presenta airosa “muy contenta y muy valiente de ser parte del impulso a esta lucha desde siempre, de haber dirigido durante años el Centro de Mujeres Afrocostarricenses25 que lucha cotidianamente contra el racismo, la discriminación y por supuesto la intolerancia de quienes se creen poseedores de la verdad” (Campbell, 2003, p. 19). Finalmente, alude al quid de la gestión de mujeres y organizaciones negras ante el Ministerio de Educación: “cientos de niños han sido llamados Cocorí en las escuelas, no como un halago sino como una burla” (Campbell, 2003, p. 19). Ello incluye a su propia hija, quien presenta el primer recurso de amparo (mencionado supra) reclamando la lectura obligatoria de Cocorí en el año 1995.
En la misma línea de una trayectoria de lucha y reclamo de respeto, Donald Allen Duncan responde en su calidad de sociólogo y director de la Asociación Proyecto Caribe en la publicación “El Doctor Pacheco y los fantasmas” (2003, p. 17). Primero, y como tendrán que aclarar la mayoría de afrocostarricenses sobre Cocorí, reconoce el mérito de Gutiérrez y aduce “no es contra el autor u otras obras, es contra algunos contenidos” (Allen, 2003, p. 17); es decir, se confirma la inmutabilidad del olimpo literario nacional. Seguidamente, justifica la seriedad de la organización y defiende que “Proyecto Caribe no es una máscara ni un disfraz, es una organización de promoción y protección de los derechos humanos y étnicos, cuya misión entre otras es facilitar procesos educativos alternos” (2003, p. 17). Allen Duncan concluye cuestionando el porqué de la violencia en la postura de Pacheco y apela, precisamente, a su derecho a disentir y no merecer un castigo por ello.
La contra respuesta del catedrático no se hace esperar y nuevamente arremete, esta vez solo contra Epsy Campbell, a quien traslada el problema de intolerancia. Si bien el nivel de insultos alcanzado por la pluma de Freddy Pacheco no se replica en otras publicaciones, mujeres afrocostarricenses resultan interpeladas por su “hipersensibilidad”, por su “miopía” en la narración de sus testimonios, vivencias y opiniones críticas y, en última instancia, por su falta de objetividad (y nacionalismo) en el desempeño de sus funciones e identidades políticas. Aun cuando se ataca a Proyecto Caribe, no se interpela, directamente, el nombre de Donald Allen o Quince Duncan. La imbricación entre dinámicas de racismo, misoginia y afirmación de los privilegios esperados por la mayoría blanca y patriarcal ocupan un protagonismo en las reacciones de defensa de Cocorí; así se evidencia no solo cualitativa, sino cuantitativamente en el espacio de la prensa.
Durante el periodo comprendido entre el 20 de abril y el 15 de julio de 2003 y en los cinco espacios periodísticos mencionados aparecen treinta y tres artículos de opinión. En el gráfico de la Figura 2, se ilustra el predominio de autores hombres (diecinueve publicaciones) y de la postura a favor de Cocorí en este conjunto (veinticinco). Los artículos que respaldan las demandas de la comunidad afrocostarricense se reducen a seis, cuatro mujeres y dos hombres de los cuales tres corresponden a autoría igualmente afrodescendiente y una de ellas, mujer. Tanto el artículo del presidente Pacheco, como el de otra autora que invita a la escucha del reclamo de la comunidad, pero se resiste a la eliminación de la lectura obligatoria y al reconocimiento de los elementos racistas del texto (Barahona Rivera, 2003) sugieren una postura ambigua.
En el espacio de la prensa, legitimador de la comunidad imaginada, la academia también sugiere su inclinación hacia la defensa de Cocorí. La Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica publican la invitación al público general a participar en sendos espacios de debate organizados por los departamentos de literatura. La primera anuncia el evento “Debate por Cocorí”, el cual cuenta con la presencia de los profesores Quince Duncan y Lorain Powell, quienes pertenecen a ese centro de estudio. En el caso de la segunda, luego de celebrar “Joaquín Gutiérrez Mangel, su obra y Cocorí” el 29 y 30 de mayo del 2003, las intervenciones de la mayoría de los doce críticos literarios participantes –ninguno afrodescendiente y en su mayoría coincidiendo en la “defensa de la obra”– se reúnen en un número especial de Káñina, Revista de Artes y Letras de la Universidad de Costa Rica (Vol. 24, 2004).
El debate se diluye con el tiempo. Algunas notas aparecen un año después encomiando las virtudes literarias de Gutiérrez y celebrando el legado Cocorí. Independientemente de que exista un sector de la población inconforme con la lectura, la fama del libro y la opinión de la mayoría resguardan su lugar de privilegio (blanco) en la memoria y en las listas “sugeridas”, aunque siempre elegidas por el cuerpo docente costarricense. La indiferencia ante la palabra de reclamo de ciudadanos y ciudadanas afrocostarricenses durante la polémica de 1983, el Recurso de Amparo de 1995 y el debate del 2003 se convierte incluso en amnesia por cerca de una década26.
3. Nacionalidad prestada: la polémica del 2015
El tercer momento de la polémica ocurre en el año 2015. El retiro de fondos públicos, del Ministerio de Cultura y Juventud, para el financiamiento de un musical inspirado en Cocorí revive las discusiones e inversión de la relación entre víctima-victimario de la década anterior. Esta vez, el debate (monólogo, más bien) se amplifica y alcanza niveles de violencia inéditos, en virtud de las reacciones en las redes sociales27. Primero, como en el caso anterior, la opinión pública se manifiesta contra la institucionalidad, esta vez cultural, que “censura” el texto literario; segundo, arremete contra la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa, personificada en las únicas de sus miembros imaginadas como responsables de amenazar los privilegios esperados para la obra y memoria de Joaquín Gutiérrez y los valores de la mayoría blanca: las diputadas Epsy Campbell Barr y Maureen Clarke Clarke28.
La publicidad en torno a la musicalización de Cocorí y su representación a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el mismo Teatro Nacional, emblema de la cultura oficial, motiva una primera acción de Maureen Clarke. La diputada dirige una nota a la ministra de cultura el 19 de marzo del 2015 manifestando su inconformidad con el respaldo institucional de productos culturales que reproduzcan estereotipos racistas. Clarke se refiere a esa nota e interpela a la jerarca por su silencio el 22 de abril de 2015, cuando la Comisión Permanente Especial de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa la convoca a una audiencia sobre el tema junto con los siguientes funcionarios: Elizabeth Fonseca Corrales, ministra de cultura; Guillermo Madriz Salas, director general del Centro Nacional de la Música; Monserrat Solano Carboni, defensora de los habitantes. Según consta en el Acta de la Sesión N.º 33 de este órgano, intervienen las y los legisladores miembros de la Comisión, Epsy Campbell Barr, Marvin Atencio Delgado, Suray Carrillo Guevara, Rolando González Ulloa y Sandra Piszk Feinzilber29. Participan, además, los integrantes de la Subcomisión de Asuntos Afrodescendientes, órgano consultivo creado por iniciativa de las diputadas Campbell y Clarke para el tratamiento de temáticas relativas a los derechos humanos de la población afrocostarricense. Los integrantes de la Subcomisión que se presentan son: Margaret Simpson, funcionaria de la Biblioteca pública Mayor Thomas B. Lynch de Limón; Walter Robinson Davis, docente universitario y exdiputado30; Angie Cruickshank de la Asociación Proyecto Caribe; Ana Matarrita McCalla, quien se presenta como asesora del diputado Abelino Esquivel y “niña sobreviviente a Cocorí hace 20 años”; Sherman Allen, asesor de la diputada Carmen Quesada y colega “sobreviviente de los estigmas que nos dan en el centro de educación por ese libro Cocorí” (Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica, 2015a, pp. 5-6). Es decir, la interlocución con la ministra de cultura se encuentra respaldada por representantes de la comunidad afrocostarricense, algunos de los cuales incluso atestiguan la experiencia de violencia simbólica31 (Bourdieu y Wacquant, 2005) experimentada a partir de la lectura de Cocorí, en términos de “supervivencia”.
Resultado de esta audiencia y pese a su inicial reticencia a los reclamos de la Comisión, la ministra de cultura cancela el apoyo al financiamiento del musical Cocorí. Su decisión de “escucha” resulta altamente cuestionada y enfrenta una serie de críticas que desembocan, incluso, en una demanda ante la Sala Constitucional por violentar la libertad de expresión32. Ahora bien, aun cuando en el espacio de la prensa las capacidades de gestión política de la ministra resultan directamente cuestionadas, los reclamos no alcanzan el nivel de ataque y violencia padecidos por los cuerpos y la integridad de las diputadas afrocostarricenses. Como se sugirió, el resto de miembros de la Comisión de Derechos Humanos tampoco fue objeto del escrutinio de la mayoría (blanca). La prensa y la opinión pública enmarcaron la discusión sobre el racismo en Cocorí como el problema de Epsy Campbell Barr y Maureen Clarke Clarke.
Tal cual sucede en los estadios anteriores, el espacio periodístico deja entrever el sesgo de la mayoría hegemónica y procede al escrutinio de las palabras y cuerpos de las mujeres negras. Las notas concernientes a la polémica posicionan a las diputadas afrodescendientes como adversarias de lo nacional e incluyen fotografías de las diputadas en gestos de reclamo o disconformidad que confirman el estereotipo de la mujer negra enojada o dura (Harris-Perry, 2011). Por ejemplo, la Figura 3 correspondiente a la imagen del reportaje preparado por Solano (2015, p. 4) permite inferir, por un lado, la continuidad de la metáfora de la expulsión escolar, es decir la humanización de texto y personaje literario desde su titular (referidos en el apartado anterior). Por otro lado, las frases “diputadas culpan”, “presión a Ministra” dejan en evidencia, otra vez, a las victimarias de Cocorí. Más aún y gracias a las imágenes elegidas, se destaca quién es la primera responsable de la expulsión, Epsy Campbell; la actitud de acecho de la segunda, Maureen Clarke; y, nuevamente, se emplea la ilustración de Hugo Díaz que prevalece en el imaginario nacional sobre el “negrito”, quien procura continuar su marcha en su estado (y representación) natural.
Un maestro de escuela escribió a un diputado solicitando la llamada de atención, porque aquellas que ocupan las curules y rechazan la cultura nacional “deberían volver a África”. El congresista refirió la impertinencia de tales actitudes durante una de las sesiones legislativas dedicada al proyecto de la reforma por el multiculturalismo constitucional en Costa Rica, cuya aprobación –paradójicamente– se discute de manera paralela a la afluencia de manifestaciones racistas contra las funcionarias públicas33. Maureen Clarke y Epsy Campbell reciben insultos y amenazas, incluso de muerte; pero aun cuando tales agravios reciben la atención de la prensa, ello no llega a redefinir los términos de la contienda. Nótese cómo, en el siguiente reportaje de Mata (2015, p. 8A), se emplea un titular y recuadro que abre la posibilidad de considerar a representantes de la comunidad afrocostarricense como víctimas (Véase Figura 4). No obstante, la imagen de la diputada Campbell y su gesto de firmeza ante la entonces defensora de los habitantes, Montserrat Solano, pone en duda el hecho de que la misma mujer fuerte y enojada –según el estereotipo de esta población (Harris-Perry, 2011)– pueda llegar a ser afectada por Cocorí y las reacciones nacionalistas.
Durante el periodo comprendido entre abril, mayo y junio de 2015 aparecen 29 notas de prensa y 31 artículos de opinión en relación con la “polémica Cocorí” en seis medios diferentes: las versiones impresas de La Nación, La Extra, La República, el Semanario Universidad y las digitales de La Prensa Libre y Costa Rica Hoy. Los primeros reportajes se inscriben en términos de censura y libertad a favor de Cocorí y sugieren un llamado de atención sobre la gestión de las diputadas negras y la ministra de cultura que escuchó sus alegatos. Al igual que en el caso del 2003, la mayoría de los artículos de opinión se inclinan hacia la defensa del “pobre” personaje, la memoria de su creador y de los valores imaginados en riesgo de la mayoría blanca; en consecuencia, se acusa la “censura” de sus adversarias: la ministra (en menor medida) y las dos diputadas, a quienes se les recuerda su lugar en la estructura social y el performance de la jerarquía racial (Smith, 2016a).
Pese a los avances en legislación y política antirracista, como la mencionada en el epígrafe del artículo y su aspiración de construir una “sociedad más respetuosa y sensible a las diferencias y enfoques particulares” (Gobierno de Costa Rica, 2014, p. 53), la discusión sobre el racismo en Costa Rica no presenta un avance significativo luego de más de veinte años del debate. Tan solo considerando la cobertura en prensa escrita sobre Cocorí en abril y mayo de 2003, y abril, mayo y junio de 2015, respectivamente, se infiere que la opinión de intelectuales, políticos y diferentes representantes de la comunidad costarricenses no varía significativamente en los dos momentos de la polémica. Tras más de dos décadas de discusión del multiculturalismo costarricense, luego de la Conferencia Durban34 y del esfuerzo de las actoras políticas afrodescendientes por promover una agenda a favor de su niñez, predomina una valoración positiva del texto, de la mano con una relativización y rechazo de la demanda de la comunidad objeto de la discriminación. Como evidencia de esta continuidad, la Tabla 2 reúne algunos de los titulares de los artículos de opinión del 2015.
Del listado, se infiere la coincidencia de títulos y la tónica de la argumentación de quienes intervienen en el espacio periodístico en el 2003. El ejercicio de autoridad se replica también mediante la referencia a la formación profesional para explicar los procesos (válidos) de recepción del texto. Por ejemplo, en el caso de los expertos literarios, el escritor Álvaro Mata Guillé (2015, p. 24A) critica la expectativa de lecciones morales desde un texto literario o su “vocación sacerdotal”. Mientras que el profesor universitario Carlos Rubio (2015, p. 28A), alude a la “falta de atestados teóricos sobre la literatura infantil” de quienes reclaman las consecuencias negativas de lectura de Cocorí; confía, además, en la capacidad de los lectores para “reaccionar, debatir y complementar lo que leen”. De alguna forma, pasan por alto el sesgo de lectura debido a los procesos de canonización del texto (Muñoz y Urrieta, 2015, p. 27A) y a que el cuestionamiento va más allá del lector adulto crítico. Por su parte, Amalia Chaverri, quien se pronuncia no solo en su razón de catedrática, miembro de la Academia Costarricense de la Lengua y, en caso de no bastar tales credenciales, como exviceministra de cultura, explica que no hay racismo en el texto y que dos frases resultan insuficientes para descalificarlo cuando además presenta a un niño héroe (2015, p. 7).
Lectores de diversas condiciones utilizan su experiencia o vínculos con Gutiérrez para defender a Cocorí. La hija del autor explica que su “hermanito”, texto y personaje, se pronuncia en contra de la discriminación y el racismo (Gutiérrez George-Nascimento, 2015, p. 27A); mientras su postura y experiencia pueden aspirar a erigirse como “verdad” sobre el texto, quienes atestiguan violencia por causa de la lectura necesitan aclaraciones para comprenderlo. Las funcionarias públicas, mujeres y negras, requieren ser aleccionadas sobre el sentido de la obra cuya interpretación ha sido “descontextualizada y su contenido existencial desvirtuado” (Diario Extra, 2015, p. 2), “¿será un caso de racismo o autoestima?”, “¿será que tuvieron un mal maestro que no les enseñó el verdadero valor de la obra o no la leyeron?” (Manzanares, 2015, p. 10. El énfasis es nuestro). Además, nuevamente son reprendidas por incluir discusiones banales (y erradas) en su agenda, cuando deberían priorizar “proyectos que lleven progreso a Limón en lugar de afectar una producción nacional” (Urbina, 2015, p. 4). El alcance político de las discusiones sobre el racismo se relativiza en la medida en que su carácter de problema se considera, cuando no importado y ausente de la democracia nacional, de escasa jerarquía: un asunto de “tontos” que “hacen prosperar esta iniciativa que deriva en intolerancia y en maniqueísmos”, de funcionarios(as) “sorpresivamente llegados al poder a saciar complejos” (Madrigal, 2015, p. 23). Estas serían las diputadas nacionales quienes, en virtud de su condición étnica-racial y la persistencia de la espacialización de la raza (Hooker, 2010), deberían abocar su labor a la provincia caribeña.
El continuum de la opinión pública en los dos momentos de discusión post-mortem del célebre y canonizado “padre del negrito” supone, finalmente, la afirmación de la voz masculina y mestiza (los “maestros”). Más aún y superando el monologismo anterior, autores hombres dominan veintidós de las treinta y una publicaciones y no existe un solo artículo de opinión de autoría afrodescendiente en los medios de mayor circulación35. Tan solo ocho artículos respaldan la postura de las diputadas, dos más que en el caso anterior: cuatro escritos por hombres, tres a cargo de mujeres y uno en la categoría mixta, para indicar autoría compartida por hombre y mujer. Nuevamente, se identifican dos casos de postura ambigua, entendida como el reconocimiento de los elementos racistas del relato, pero con una negativa a eliminar la lectura del texto en edad escolar, uno de ellos a cargo de la exministra de educación Sonia Marta Mora (2015, p. 25A). El dominio de la lengua nacional, mestiza y masculina, durante la “polémica Cocorí” del 2015, puede observarse en el gráfico presentado en la Figura 5.
A lo largo de este tercer momento de la polémica pública Cocorí y según se mencionó, llama la atención las reacciones contra la entonces diputada Campbell. Ello incluye tanto las notas de prensa que utilizan su imagen, como los artículos de opinión que la confrontan directa o indirectamente, incluso desde su herencia (y anglofiliación) afrocaribeña porque “desde luego, “Cocorí” molesta a quienes poseen ideologías y prácticas sociopolíticas que, les guste o no, suceden a través de la hegemonía del inglés” (Barboza, 2015, p. 8). Respaldada allende con reconocimientos a su labor legislativa y a un liderazgo inédito de mujer negra a nivel nacional36, esta vez –y hasta el día de hoy– resulta marcada y vigilada como la principal enemiga y victimaria de Cocorí. Epsy Campbell Barr intenta comprender este momento en que ambas diputadas son atacadas. Su reflexión deja entrever la precariedad de su estatus como política y como ciudadana costarricense:
Pero ¿qué le hicimos a esta sociedad si somos sus hijas igual que el resto? [...] Es como lanzarte a la extranjería. ‘¡Vos no sos de los nuestros!’ Digamos, perdiste la nacionalidad. Y entonces, ¿de dónde soy? [...] Entonces, como que Cocorí también evidenció un poco eso. La nacionalidad prestada de una mujer privilegiada como yo, reconocida públicamente, pero malagradecida.‘¡Malagradecida! Todo lo que le hemos dado. Todo lo que le hemos reconocido [...] ¿Y viene y nos cuestiona quiénes somos todos nosotros?
O sea, tanto permiso no le damos, ¿verdad?’ (Campbell- Barr, comunicación personal, 19 de septiembre de 2016).
La comunidad imaginada durante la polémica del 2015 y el mismo testimonio de Campbell dan cuenta de una circunstancia de expulsión de lo nacional por la cual “usted es extranjero toda la vida”. Los derechos y protección de un personaje de ficción prevalecen sobre los de la comunidad negra, que debe “casi” agradecer su permanencia en el país y la “nacionalidad prestada” (Hutchinson, 2015). La misma presencia en los espacios de poder para la mujer negra deja de comprenderse como una conquista, ganada por los esfuerzos de su comunidad y los méritos personales; más bien, se interpreta como un favor o permiso condicionado que no permite, dentro de su papel como funcionaria pública, el cuestionamiento del ser costarricense, del quiénes “somos todos nosotros”.
4. Conclusión
Cada uno de los estadios del debate Cocorí y su lugar en la prensa emergen como escenarios de contacto racial, “momentos de encuentro violento, donde los cuerpos racializados se encuentran en zonas de performance definidas por discursos y acciones de poder” (Smith, 2016a, p. 11, traducción propia). Durante la “polémica Cocorí”, las denuncias de la mujer afrocostarricense no solo resultan ilegibles para los representantes institucionales, sino además proscritas por su amenaza al nacionalismo costarricense. Mediante un “script fantasma”, que “produce y articula los límites morales y sociales de la nación” (Smith, 2016a, p. 15, traducción propia), la mayoría imaginada blanca invalida las denuncias de racismo y discriminación de las actoras políticas e invierte la relación de víctima y victimario. Más aún, y ante el peligro de una pérdida simbólica de sus privilegios (Hooker, 2017) y mediante el ejercicio de violencia simbólica, llega a cuestionar la presencia de los cuerpos de mujer negra en el espacio político y en la nación blanca.
El imperio de la palabra escrita, articulador de la comunidad imaginada, omite el testimonio de las mujeres afrocostarricenses. En el caso del 2003, los únicos momentos en los que, de manera excepcional, encontramos sus palabras directamente pronunciadas, no extrapoladas, sobre Cocorí lo constituyen la respuesta al ataque del catedrático de la Universidad Nacional por parte de la diputada Epsy Campbell Barr o la aparición residual de las declaraciones de Esmeralda Britton González, en la sección “La frase de la semana”. Como se mencionó, para el caso del 2015, la única publicación corresponde a medios digitales (89 decibeles, primero y ElPaís.cr, después), en donde la afrofeminista Pamela Cunningham Chacón manifiesta su malestar en “De Cocorí y otros demonios”, cuando reconoce
que es más importante un libro que la sensibilidad, el sufrimiento y la humillación de una y miles de niños y niñas afro y afrodescendientes de Costa Rica [...] que me ven como menos, que mis opiniones no importan y que mis sentimientos son irrelevantes, cuando de proteger un libro y su puesta en escena/musicalización se trata37 (Cunningham, 2015, párr. 7).
En sus diferentes estadios, la “polémica Cocorí” supera el ámbito de lo literario y jurídico para magnificar las ideas del nacionalismo costarricense y resguardar el imaginario de dominio blanco. Mujeres negras enfrentan la relativización de sus denuncias de racismo y de sus propios testimonios de discriminación, pues la imaginada violencia parece cometerse más bien contra la cultura, valores y jerarquías de la mayoría hegemónica. Como escenario de contacto racial (Smith, 2016a), la polémica deja entrever que la circulación de los mismos cuerpos de mujeres negras y su palabra contrahegemónica en el espacio público pueden convertirse en un problema nacional38.
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Notas