Reseñas

Rancière, J. (2023). El tiempo del paisaje: Los orígenes de la revolución estética (F. López Martín, Trad.). Akal

Leandro A. Cuellar *
Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina

Tábano

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN-e: 2591-572X

Periodicidad: Semestral

núm. 25, e14, 2025

revista_tabano@uca.edu.ar

Rancière J.. El tiempo del paisaje: Los orígenes de la revolución estética. 2023. Akal. 128pp.. 978-84-460-5430-6

Recepción: 14 abril 2024

Aprobación: 21 junio 2024



Resumen: Rancière nos tiene acostumbrados a trabajos de filosofía política, estética, historia, literatura o cine. En este ensayo nos presenta una investigación original sobre el arte del paisaje y provoca diversas preguntas que nos formulamos en relación con la naturaleza y su categorización dentro de la estética o filosofía del arte. El tiempo del paisaje es uno de sus últimos trabajos traducidos al castellano.

Rancière nos tiene acostumbrados a trabajos de filosofía política, estética, historia, literatura o cine. En este ensayo nos presenta una investigación original sobre el arte del paisaje y provoca diversas preguntas que nos formulamos en relación con la naturaleza y su categorización dentro de la estética o filosofía del arte. El tiempo del paisaje es uno de sus últimos trabajos traducidos al castellano.

El libro se estructura en una breve advertencia del autor, cinco capítulos y un epílogo. Rancière se propondrá analizar el momento o el tiempo en el que la figura del paisaje se convierte en un objeto propio para pensar (Rancière, 2023, p. 7). En primer lugar, el autor enfatiza la relevancia que se le otorgó al significado de la palabra “arte” en su contexto histórico y filosófico. Esta reflexión, según Rancière, no puede desvincularse de su relación con la sociedad, que siempre está condicionada por sus propias leyes y estructuras. A través de este análisis, el libro nos invita a reconsiderar cómo el concepto de arte no sólo refleja valores estéticos, sino también dinámicas sociales que lo atraviesan y lo moldean. Al final de la advertencia preliminar, Rancière señala que este ensayo podría considerarse una extensión de su conocido libro Aisthesis, publicado en 2011. Esta conexión se justifica porque ambos textos exploran el vínculo entre la estética y la experiencia sensible, aunque en El tiempo del paisaje el enfoque se desplaza hacia las transiciones históricas y conceptuales que transforman nuestra percepción del arte y su función en la sociedad. De esta manera, el nuevo libro amplía y profundiza las reflexiones previamente abordadas en Aisthesis, situándolas en un marco temporal y teórico más amplio..

El primer capítulo se titula “Un recién llegado a las bellas artes”. El texto analiza la clasificación de las bellas artes realizada por Kant en 1790, en la cual se introduce el arte de los jardines como una de las formas legítimas de expresión artística. Asimismo, el autor reflexiona sobre diversos textos y autores de los siglos XVII y XVIII que abordaron la relación entre estética y naturaleza, un tema que luego sería central en la clasificación kantiana de las bellas artes. Se presenta una primera idea del arte como una habilidad práctica que se utiliza para dar forma a una materia (p. 16). Para que un arte alcance el estatuto de bellas artes, debía sobre todo producir un placer específico a partir de la imitación de la naturaleza. El problema que plantea el autor es: ¿cómo puede imitarse a la naturaleza utilizando elementos que ya forman parte de ella? Esta cuestión es especialmente relevante para Immanuel Kant al incluir el arte de la jardinería dentro del rango de las bellas artes. A diferencia de otras artes que transforman materiales como piedra, madera o pigmentos, la jardinería trabaja directamente con los productos vivos de la naturaleza, organizándolos para generar una experiencia estética en un espacio material y sensible. Kant la incluye dentro de las artes de la verdad sensible, aquellas que pueden percibirse a través de los sentidos y ocupan un espacio físico.

“Escenas de la naturaleza” es el nombre del segundo capítulo. El autor explora el concepto de naturaleza en el contexto estético de la época. El autor señala que en el Dictionnaire de l'Académie de 1764 no aparece ninguna referencia al paisaje agreste como escenario estético, sino que predominan definiciones vinculadas a la metafísica. Sin embargo, Rancière analiza una frase de Jean François de Saint-Lambert que afirma: “El arte de los jardines es superior a la pintura del paisaje: los espectáculos que pone acogen directamente las escenas bellas, sencillas, nobles que la naturaleza despliega sin ayuda del arte” (p. 32). Esta observación subraya una concepción todavía incipiente de la naturaleza como creadora de escenas estéticas, una idea que comenzará a consolidarse con obras como los Ensayos sobre la pintura de Denis Diderot, donde la naturaleza empieza a ser vista como un agente artístico en sí misma. Así, el capítulo muestra cómo el pensamiento moderno evolucionó hacia una visión más activa y creativa de la naturaleza dentro del discurso artístico.

En el capítulo tres, “El paisaje como pintura”, el autor comienza con una observación de Uvedale Price, teórico británico del siglo XVIII conocido por su obra sobre estética y su defensa de lo pintoresco como categoría intermedia entre lo bello y lo sublime. Price plantea una equivalencia entre un bello atardecer y un cuadro de un paisaje, destacando cómo la percepción estética de la naturaleza puede estar influenciada por los cánones de la pintura. Rancière señala que, según Price, quien desee comprender los fundamentos del arte de la pintura debe observar las formas de la naturaleza. En tal sentido, el arte de los jardines puede ser considerado como una parte más de la pintura. Para Rancière, se trata de aprender a mirar tanto las luces como las sombras del paisaje.

El próximo capítulo se denomina “Más allá de lo visible”, donde el autor plantea que la estética ha ignorado las categorías de lo pintoresco y lo grandioso. Rancière escribe que la naturaleza también es artista y conoce el arte del disimulo: “difumina las líneas de las montañas; aprovecha para ocultar la insularidad de una isla; hace indistinta la distancia o esconde en la niebla la base y las cimas de las montañas; utiliza la variedad de los desprendimientos de rocas dispersas en las laderas para crear una grandiosa unidad…” (p. 80). Rancière enfatiza el carácter vigoroso y enérgico de la naturaleza.

El quinto y último capítulo se llama “Política del paisaje”. Aquí, el autor escribe que un paisaje es reflejo de determinado orden sociocultural y, a la vez, político. Se puede percibir dicho orden a través del paisaje (p. 99). Escribe sobre la figura de William Wordsworth que ya lo había mencionado en uno de sus libros, Breves viajes al país del pueblo (Nueva Visión, 1991), y analiza la figura del filósofo Edmund Burke para explorar cómo éste interpretó los paisajes de la Revolución Francesa, tanto en un sentido literal como simbólico, y cómo estos reflejaban las tensiones y cambios de la época. Rancière finaliza el texto con un epílogo que aborda la recepción del arte de los jardines por parte de Hegel. En este epílogo, el autor examina cómo Hegel, en su filosofía del arte, incorpora el arte de los jardines dentro de su sistema estético, reconociendo su relevancia como manifestación artística, pero al mismo tiempo subrayando sus limitaciones frente a las artes “más altas”, como la pintura y la escultura. Para Hegel, el jardín no sólo es un espacio de belleza natural, sino también un reflejo de la dialéctica entre la naturaleza y la libertad humana. Rancière profundiza en cómo esta interpretación hegeliana cambia la percepción del arte de los jardines, convirtiéndolo en un elemento clave para entender la evolución de la estética en la modernidad.

Así, la obra de Rancière no sólo revive una categoría estética anclada en la modernidad, sino que también deja abierta la posibilidad de reimaginar nuestra percepción de la naturaleza en el presente, donde las tensiones entre arte, filosofía y ecología cobran una renovada vigencia. A partir de esto, me parece relevante preguntarnos si, hoy en día, nuestra capacidad de contemplar la belleza natural no está atravesada por las urgencias del cambio climático, lo que exige repensar nuestras categorías estéticas desde una perspectiva más consciente y comprometida, una inquietud que nace de mi lectura del texto, aunque no forme parte explícita de su propuesta.

Notas de autor

* Leandro Abel Cuellar, reside en Buenos Aires y es Profesor de Nivel Medio y Superior en la Universidad Nacional de General Sarmiento (Los Polvorines). Posee un gran interés en la obra de Jacques Rancière, especialmente en los diálogos entre filosofía y cine, así como en otras manifestaciones artísticas.
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