¿Son las humanidades (in)útiles en siglo XXI?

Sobre la utilidad de las ficciones literarias. Un abordaje desde la filosofía y la neurociencia de la narrativa

On the Utility of Literary Fictions. An Approach from the Philosophy and Neuroscience of Narrative

Martín Buceta *
Universidad Nacional de San Martín, Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

Tábano

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN-e: 2591-572X

Periodicidad: Semestral

núm. 25, e10, 2025

revista_tabano@uca.edu.ar

Recepción: 23 noviembre 2024

Aprobación: 09 diciembre 2024



DOI: https://doi.org/10.46553/tab.25.2025.e10

Resumen: El artículo tiene por objetivo señalar la utilidad de las ficciones, en particular las literarias, para la vida humana. El abordaje que proponemos es anfibio dado que busca referir dicha utilidad por un lado, desde una perspectiva filosófica y, por el otro, desde la neurociencia de la narrativa. La exposición se estructura en dos apartados principales. En el primero, se indaga el concepto de ficción y se explicita la necesidad de las personas humanas de ficcionar para subsistir y formar comunidades. En el segundo, se realiza una explicación de la función primordial de la imitación, recogiendo el concepto de neurona espejo, y se enumeran las utilidades más relevantes de las ficciones para la vida humana como: la ejercitación mental para enfrentar situaciones reales, el fomento de cohesión social, los comportamientos prosociales, y la cognición social, la introyección de normas morales, la consolidación de la identidad comunitaria y la formación de la identidad personal.

Palabras clave: Filosofía, Literatura, Neurociencia, Ficción, Utilidad.

Abstract: The article aims to highlight the utility of fictions, particularly literary ones, for human life. The approach we propose is amphibious since it seeks to address this utility from both a philosophical perspective and, on the other hand, from the neuroscience of narrative. The presentation is divided into two main sections. The first explores the concept of fiction and explicitly addresses the need for human beings to create fictions in order to survive and form communities. The second provides an explanation of the primary function of imitation, incorporating the concept of mirror neurons, and lists the most relevant utilities of fictions for human life, such as: mental training to face real-life situations, the promotion of social cohesion, prosocial behaviors, social cognition, the internalization of moral norms, the consolidation of community identity, and the formation of personal identity.

Keywords: Philosophy, Literature, Neuroscience, Fiction, Utility.

1. Introducción

Desde que recuerdo las historias son parte de mi vida. Mi madre me contaba historias sobre mi abuelo prisionero de guerra, sobre mis hermanos mayores, sobre el día de mi nacimiento, etc. También me leía cuentos, precisamente los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, “El loro pelado”, “La abeja haragana”, “La guerra de los yacarés” y, cuando no los leía, los inventaba. Muchas veces nos imaginábamos el futuro o hablábamos sobre algún evento pasado. También ella cantaba historias o recitaba poemas: “pregonadas son las guerras de Francia con Aragón, ¡cómo las haré yo triste, viejo y cano, pecador! No reventarás condesa por medio del corazón, que me diste siete hijas y entre ellas ningún varón”. Historias por doquier, siempre historias. ¿Por qué mi madre contaba, y cuenta aún a mis hijas, historias, sobre todo, sobre el pasado, sobre mi infancia, sobre mundos inexistentes, sobre hechos que no sucedieron?

Siempre que leí me pregunté, y me han preguntado también: ¿para qué sirve leer? Los lectores nos pasamos gran parte de nuestra vida leyendo historias que no sucedieron y, para muchos, leer cosas que no pasaron puede ser algo inútil. Entonces, ¿por qué consumimos ficciones?, ¿qué utilidad tienen?

Si reflexionamos podemos advertir que cuando contamos un suceso del pasado o imaginamos el futuro, no elaboramos un informe de hechos constatables, finamente delimitados, rigurosamente descriptos. Nuestras narraciones toman la forma del storytelling, son historias donde lo central no siempre son los hechos, sino el sentido con el que vamos hilando aquello que contamos. Martín Kohan explica que la ficción establece un pacto diferencial con la verdad, “no entabla una relación con un orden de verdad empíricamente verificable, no hay requerimiento de adecuación directa. Al quedar liberada de ese problema traba con la verdad una relación distinta” (2023). Justamente, los hechos no son lo más relevante –aunque así lo creamos– a la hora de narrar una historia. Esto queda en evidencia en un cuento precioso de Ted Chiang (2019) publicado en Exhalación titulado “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento” (The Truth of Fact, the Truth of Feeling) que analizaremos más adelante. La práctica de la narración de historias es milenaria y ella no se limita solamente al lenguaje, lo narrativo se expresa, como explica Brian Boyd, también en la mímica, la danza, los libros que solo tienen imágenes, o las películas (2009, pp. 130-131). Pero, ¿por qué tienen en nuestra vida tanta importancia las historias? ¿Por qué nos circundan, atraviesan, configuran y constituyen? ¿En qué reside lo atractivo, lo adictivo, de las ficciones que están por doquier? ¿Qué utilidad tienen?

Estas preguntas son amplias y, obviamente, muy difíciles de responder en unas páginas, no obstante; es posible señalar algunas utilidades de las ficciones a partir de un abordaje propiciado por la fenomenología y la neurociencia de la narrativa. Por ello, y en relación con la problemática que gira en torno a la utilidad de las humanidades en el siglo XXI, es que proponemos este doble abordaje desde la filosofía y la neurociencia de la narrativa para señalar, a partir de estudios científicamente informados y de reflexiones filosóficas, cuál es la utilidad de las ficciones literarias.

¿Por qué somos consumidores compulsivos de historias? ¿Por qué muchas veces nos contamos historias y escuchamos historias que sabemos que son falsas?

Para responder a estas preguntas la neurociencia de la narrativa pone a disposición algunas herramientas valiosas. Es importante que las ciencias humanas y la filosofía elaboren estudios interdisciplinarios, no porque esté de moda, sino porque la realidad tiene una explicación multicausal. Por esto considero necesario y fundamental que recurramos a otros campos del saber para poder dar cuenta de un problema. En esto los filósofos somos los más atrasados –o los más soberbios, diría Nietzsche–, se nos ha enseñado que podíamos explicar todo desde nuestra disciplina y que las demás eran subordinadas o secundarias. En este caso particular, apelar al mundo del estudio del cerebro sirve para advertir que algunas intuiciones de los autores que escribieron sobre la lectura y la utilidad de las ficciones se ven respaldadas por una base empírica. Además, el abordaje interdisciplinar permite ampliar la perspectiva sobre las ficciones (en particular literarias) para advertir otras utilidades y características que les son inherentes. Este abordaje anfibio permite, por un lado, identificar un conjunto de investigaciones que sostienen que las narraciones, las ficciones, modifican nuestras creencias, comportamientos, valores morales, cultura e historia personal y, por el otro, dar cuenta de ello empíricamente.

Nuestra exposición se dividirá en dos puntos. En el primero, intentaremos explicitar por qué la mente humana naturalmente produce y es permeable a los relatos indagando en el concepto de ficción e ilustrando esta utilidad primordial mediante la exposición de un cuento. En el segundo apartado, relevaremos algunas de las utilidades más destacadas de la ficción para la vida humana, las comunidades en que se desarrolla y, finalmente, sin abandonar el mentado abordaje anfibio, señalaremos la utilidad que las ficciones tienen a la hora de elaborar la identidad personal. Por último, retomaremos en la conclusión las utilidades mencionadas a lo largo del artículo.

2. Sobre la “mentira” o la necesidad vital comunitaria de producir y consumir ficciones.

Existe un escrito publicado póstumamente de Friedrich Nietzsche titulado Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral en el que podemos leer en sus primeras páginas una afirmación sugerente sobre la ficción.

El intelecto, como un medio para la conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas primordiales en la ficción (Verstellung), pues ésta es el medio por el cual se conservan los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a los que les ha sido negado, servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos o de la afilada dentadura de los animales carniceros. Este arte de la ficción alcanza su cima en el hombre. (Nietzsche, 2015, p. 10)

La palabra a la que Nietzsche se refiere y que está traducida por “ficción” es Verstellung. Otros traductores eligen “acto de fingir” o “engaño” y también “disimulo”. Laura Carugati señala en relación con este término que en su desarrollo se origina de un verbo, que se puede traducir como “calibrar” e incluso “poner algo de una manera tal que parezca distinto a lo que es”; en su forma de sustantivo y con el desarrollarse de una filosofía de la narración o del narrarse a sí mismo, refiere al “operar de la imaginación productiva como configuradora del mundo humano”.1 Esta característica está estrechamente relacionada con aquello que queremos poner de manifiesto en nuestro análisis de las ficciones y su utilidad.

Podríamos afirmar que el texto nietzscheano es un antecesor –entre muchos otros posibles– que, aunque limitado, es acertado en la consideración de aquello que la ficción nos aporta. Nietzsche, resumidamente, explicaba que la capacidad humana de ficcionar nos permite construir un mundo de verdades y mentiras en que puede desplegarse nuestra convivencia y de esa manera posibilitar la supervivencia. La imaginación es la capacidad que tenemos –nosotros que carecemos de cuernos o dentaduras– para subsistir frente a otros2. La ficción de un mundo de verdades y mentiras da cohesión a nuestro grupo y nos permite identificarnos, consolidar nuestra existencia en un marco de referencia que oculte y nos haga olvidar lo efímero y despreciable de la condición humana con relación al universo. No obstante, Nietzsche no solo no menciona, sino, creo yo, ni siquiera imagina, lo inconmensurable de las funciones posibles que la ficción puede desempeñar en nuestra existencia.

Es propicio entonces, y en consonancia con lo que queremos argumentar, recurrir en este punto a una ficción para elaborar la utilidad que estas pueden tener. En Exhalación Chiang publica un cuento titulado, “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento” (“The Truth of Fact, the Truth of Feeling”). Este relato narra dos historias, una de ellas –la que es de nuestro interés– se refiere a un pueblo aborigen, los Tiv, que están divididos en diversos clanes en un gran territorio. Este pueblo está siendo “amablemente” cercado por los europeos quienes le cobran un tributo, envían estudiosos y también misioneros. La historia se centra en la relación de un misionero, Moseby, y un habitante del pueblo, Jijingi. Su vínculo se establece en tanto que Sabe, el sabio de la aldea a la que pertenece el joven Jijingi, ha permitido que Moseby le enseñe a leer y escribir. Es relevante señalar que los Tiv son un pueblo que no cuenta con una tradición escrita, su cultura es, en su totalidad, oral. Moseby cuenta a Jijingi las virtudes de la escritura señalando que ella permite registrar lo que alguien ha dicho e incluso ayuda a ordenar el pensamiento. Jijingi enseña a Moseby el lenguaje tiv y, luego de referirle un altercado que surge en la tribu por una disputa, Jijingi le explica:

Nuestro idioma tiene dos palabras para lo que ustedes llaman «verdad». Existe lo que está bien, mimi, y lo que es exacto, vough. En una disputa los interesados cuentan lo que consideran justo; dicen mimi. Los testigos, sin embargo, prestan juramento para contar exactamente lo que sucedió; dicen vough. Cuando Sabe ha escuchado lo sucedido puede decidir qué acción es mimi para todas las partes. Pero si los interesados no mienten por no decir vough, siempre dicen mimi. (Chiang, 2019, p. 211)

Sorprendido frente a esta distinción, Moseby, el misionero, responde que en su tierra siempre ante un tribunal se jura decir vough, es decir, la verdad de lo que sucedió, de los hechos. Justo después de esta situación los europeos exigen que todo el territorio tiv se divida en ocho grupos. Los jefes, y entre ellos Sabe, se juntan varias veces a discutir quiénes deben agruparse con quiénes. Surge una disputa sobre los antepasados de cada clan en la que Sabe sostiene una posición y otros ancianos la contraria. No parecen llegar a un acuerdo y Moseby sugiere a Jijingi que consulte los registros que llevan los europeos sobre el linaje de los tiv para salvar la disputa. Al hacerlo Jijingi descubre que Sabe, el anciano de su tribu, está sosteniendo una postura inexacta y decide comunicárselo. Sabe responde:

Miras un papel para que te diga lo que ya deberías saber con esto. –Sabe se golpeó el pecho–. ¿Tanto has estudiado el papel que se te ha olvidado lo que es ser un tiv?

Jijingi abrió la boca para protestar, cuando se dio cuenta de que Sabe tenía razón. Todo el tiempo que se había pasado estudiando escritura le había hecho pensar como un europeo. Había llegado a confiar en lo escrito en un papel antes que en lo que le decía la gente, y eso no se correspondía con el espíritu de un tiv.

El informe de valoración de los europeos era vough; era exacto y preciso, pero eso no bastaba para resolver la cuestión. La elección de a qué clan unirse tenía que ser la adecuada para la comunidad; tenía que ser mimi. Solo los ancianos podían determinar qué era mimi. (Chiang, 2019, p. 223)

La disputa en cuestión y la distinción entre lo exacto y lo justo es una excusa para poder decir, casi al final del relato, lo que el narrador intenta expresar desde el comienzo y que es de suma importancia para nosotros:

La idea de que los relatos del pasado no deberían cambiar es un producto de la reverencia de las culturas alfabetizadas hacia la palabra escrita. Los antropólogos les dirán que las culturas orales comprenden el paso del tiempo de forma distinta; para ellos, sus historias no necesitan tanto ser precisas como validar la autocomprensión de la comunidad. Así que no sería correcto decir que sus historias no son fidedignas; sus historias hacen lo que tienen que hacer. (Chiang, 2019, p. 225)

“Sus historias hacen lo que tienen que hacer” –dice el narrador del cuento–, pero ¿qué tienen que hacer las historias? ¿Para qué sirven? ¿Cuál es la utilidad de las ficciones? A partir de la historia de Sabe, Moseby y Jijing, podemos descubrir algunos rasgos fundamentales de la utilidad de las ficciones para la humanidad. El sabio de la tribu conoce que sus ancestros no son aquellos que él dice que son en la disputa con los otros sabios, no obstante, entiende que a su tribu le conviene unirse con un clan cercano, los Jechira. Sabe “miente” o, mejor dicho, no dice vough, la verdad del hecho, sino mimi, lo justo, lo bueno para su clan, la verdad del sentimiento. Esta actitud de Sabe tiene como fin la conservación de su pueblo.

Según J. Gottschall (2012) “el propósito de estos mitos no es ofrecer un relato objetivo de lo que sucedió. Es contar una historia que ligue a una comunidad –es tomar la pluralidad y hacer uno” (p. 208). Las historias funcionan como un pegamento social (social glue) estableciendo valores y disvalores, aprobando comportamientos prosociales y desaprobando aquellos que socavan el tejido social. Los relatos dan una fuerte cohesión que permite a los miembros comportarse más decentemente con sus compañeros y trabajar de modo vigoroso por los intereses del grupo contra sus competidores. Esta ligazón forjada por la narración los hace más aptos para prevalecer frente a otros en tanto que comparten un sentido que les es común y esto los aúna. Los mitos nacionales funcionan de la misma manera. No importa la exactitud de sus narraciones sino su capacidad de forjar unidad bajo un mito patriótico. Se nos narra una historia que forja una comunidad, lo que era plural se torna uno.

Esta cohesión funciona como una ventaja que fortalece al grupo. No obstante, esto también estaba anticipado de alguna manera en el incipiente razonamiento nietzscheano que explicaba que el lenguaje delimitaba las fronteras de mentira y verdad para generar un sentido de pertenencia y expulsar a aquel que atentaba contra la unidad del grupo. Pero, además de esta función esencial de generar una cohesión social que forme comunidad y permita la supervivencia, ¿qué otras utilidades pueden tener las ficciones?

3. Sobre la imitación o de las múltiples utilidades de las ficciones

No es una ingenuidad (aunque pueda parecerlo) recordar que la fenomenología tiene por tarea “volver a las cosas mismas”. Por ello, en honor a esa exhortación tan simple como necesaria querría iniciar este segundo punto recogiendo un breve análisis fenomenológico que realiza Merleau-Ponty sobre la lectura en La prosa del mundo que será de gran utilidad para nuestra posterior reflexión.

Me pongo a leer perezosamente, no aporto más que un poco de pensamiento y de súbito unas pocas palabras me despiertan, el fuego prende, mis pensamientos arden, ya no hay nada en el libro que pueda dejarme indiferente, el fuego se alimenta de todo lo que la lectura va arrojando en él. Recibo y doy con el mismo gesto. He dado mi conocimiento de la lengua, he aportado lo que sabía sobre el sentido de estas palabras, de estas formas, de esta sintaxis. He ofrecido también toda mi experiencia de los otros y de los acontecimientos, todas las interrogaciones que ha dejado en mí, esas situaciones todavía abiertas, no liquidadas, y también esas otras cuyo modo de resolución conozco incluso demasiado bien. Pero el libro no me interesaría tanto si no me hablase de lo que yo sé. Se ha servido de todo lo que yo aportaba para empujarme más allá. A favor de esos signos en los que el autor y yo hemos convenido, porque hablábamos la misma lengua, me ha hecho creer que nos hallábamos en el terreno común de las significaciones adquiridas y disponibles. Se ha instalado en mi mundo. Y luego, insensiblemente, ha desviado los signos de su sentido ordinario, y helos aquí arrebatándome como un torbellino hacia ese otro sentido que voy a encontrar [...]. Entro en la moral de Stendhal a través de unas palabras de que se sirve todo el mundo, pero esas palabras han sufrido entre sus manos una secreta torsión. A medida que se multiplican esas modificaciones y que se dibujan en mayor número las flechas hacia ese lugar de pensamiento al que nunca con anterioridad había ido yo, o quizá, sin Stendhal, no hubiese llegado a ir jamás, mientras que las ocasiones en las que Stendhal las emplea indican cada vez más imperiosamente el sentido nuevo que les está dando, me voy acercando a cada momento más a él hasta que acabo leyendo sus palabras dentro de la intención con que él mismo las escribe [...]. Palabras comunes, episodios después de todo ya conocidos –un duelo, unos celos–, que antes me remitían al mundo de todos, empiezan a funcionar de repente como emisarios del mundo de Stendhal y acaban por instalarme, si no en su ser empírico, al menos en ese yo imaginario sobre el que ha estado hablando consigo mismo durante cincuenta años, al tiempo que lo iba desmenuzando en obras. Sólo entonces puede el lector o el autor decir con Paulhan: «En tal instante al menos, yo he sido tú». Yo creo a Stendhal, soy Stendhal cuando le leo, pero esto es posible porque previamente Stendhal ha sabido instalarme en él. La realeza del lector es sólo imaginaria puesto que todo su poderío lo alcanza de esa máquina infernal que es el libro, artefacto para producir significaciones. (Merleau-Ponty, 1969, pp. 18-20)

La lectura prende como prende el fuego. Al leer a Stendhal, yo soy Stendhal. Él, mediante el uso de determinadas significaciones comunes, se ha sabido instalar en mí. Esa usurpación realizada por Stendhal de mi propia interioridad, esa instalación de su pensamiento en el mío, es algo que Merleau-Ponty postula desde un abordaje fenomenológico, es decir, yendo a las cosas mismas, describiendo la experiencia de la lectura y sus consecuencias, pero que hoy también revalida la neurociencia de la narrativa.

A mediados de los años 90, Giacomo Rizzolatti realizó un descubrimiento de significativa importancia en relación con el funcionamiento del cerebro humano. Rizzolatti identificó un conjunto de neuronas motoras que se activan cuando vemos a otros realizar una actividad o también, y esto es fundamental, cuando imaginamos o escuchamos que alguien realiza esa actividad y –aunque parezca increíble– cuando pronunciamos la palabra que menta la actividad en cuestión. Por esta razón es que estas neuronas son conocidas como neuronas espejo. En su libro titulado Las neuronas espejo. Empatía, neuropolítica, autismo, imitación o de cómo entendemos a los otros (2009) Iacobini explica que nuestras neuronas espejo no solo se activan cuando vemos a otros realizar movimientos, sino también “cuando los sujetos leían las oraciones donde se describían acciones [...]. [Esto] sugiere que, cuando leemos una novela, las neuronas espejo simulan las acciones que se describen en ella, tal como si las estuviéramos haciendo” (2009, p. 97). El mismo Iacobini señala que estos resultados (propios de un experimento de Lisa Aziz-Zadeh), son de alguna manera anticipados por la fenomenología merleaupontiana:

Al activar esta cadena de neuronas espejo, el cerebro puede simular las intenciones de los demás. En palabras de Gallese: «es como si el otro se transformara en otro yo». O en palabras de Merleau-Ponty: «es como si la intención del otro habitara mi cuerpo, y la mía, el del otro». Las neuronas espejo nos ayudan a simular en el cerebro las intenciones de los demás, lo que nos brinda una amplia comprensión de sus estados mentales. (2009, p. 81)

Estas afirmaciones de Iacobini, que hasta aquí se limitan al campo de la lectura y explican por qué Merleau-Ponty afirmaba “soy Stendhal cuando le leo”, valen para todo el campo de la ficción en general. Las diversas ficciones a las que estamos expuestos activan las zonas en que se hallan las neuronas espejo permitiendo que se recorran caminos neuronales como si nosotros mismos estuviéramos experimentando los sucesos relatados mientras que determinados frenos inhibitorios impiden que realicemos esas acciones. Volpi, en la línea de lo descripto por Merleau-Ponty y lo que Iacobini señala, escribe:

Leer una novela es como habitar un mundo. Cuando me introduzco con Guerra y paz en la Rusia de Alejandro I o con En busca del tiempo perdido en la Francia de principios del siglo XX, mi cerebro se comporta igual que cuando recorro las calles de mi barrio o paseo por Zócalo de la ciudad de México. En cierto nivel, el cerebro sabe distinguir la realidad de la ficción; pero, mientras me mantengo allí, en la Rusia de Tolstói o el París de Proust –mientras leo–, mis neuronas espejo se activan con una intensidad semejante a la que experimentan frente a un escenario auténtico. (Volpi, 2011, p. 121)

Brian Boyd revalida esta experiencia explicando que:

A través de las neuronas espejo y otros sistemas estamos conectados para el contagio emocional. Imitamos a medias lo que vemos hacer a los demás, aunque un mecanismo inhibidor nos impide movernos realmente mientras simulamos. Sentimos empatía por los demás de forma automática. Sabemos cómo se sienten porque sentimos literalmente lo que ellos sienten. (2009, p. 163)

En estas neuronas se espeja aquello que el sujeto ve, oye, imagina e incluso pronuncia. Detrás de esto se encuentra un mecanismo fundamental de nuestra supervivencia que es el de la imitación. Esta posibilidad de imitar es un gran ejercicio de preparación para afrontar futuras situaciones reales. Ahora bien, si lo pensamos con detenimiento, desde que nacemos hasta que morimos estas neuronas se la pasan espejando. Desde el niño que reproduce aquella sonrisa de su madre o padre, pasando por el juego fingido de los niños (pretend play) en que elaboramos mediante la representación situaciones vitales, hasta cuando vemos una película o leemos un libro.

Detengámonos en el juego fingido de los niños que es una forma muy particular de la ficción. En el despliegue del juego fingido los niños y niñas ensayan situaciones vitales esenciales. La observación del juego de rol o dramatización de los niños (pretend play) es un fenómeno muy interesante para analizar el rol de las ficciones. Los niños juegan instintivamente, crean escenarios dramáticos y realizan performances en coherencia con los roles que se asignan. El juego de niños, el juego fingido, les permite mediante la creación de diversos personajes, monstruos, situaciones, conflictos, tratar, en última instancia, una sola cosa: problemas. El juego, sostienen los expertos, es un entrenamiento de sus cuerpos y cerebros para los desafíos de la vida adulta, están construyendo inteligencia social y emocional. (Gottschall, 2012) Además, tanto en humanos como en los animales, quienes también juegan, el juego “constituye un primer desacoplamiento de lo real, separando la agresión o cualquier otro comportamiento «serio» de sus dolorosas consecuencias para explorar y dominar las posibilidades de ataque y defensa” (Boyd, 2009, p. 180).

Mediante el juego fingido los niños, y también los adultos, representan posibles escenas de la vida cotidiana guiados por una narración. Esto nos invita a pensar que mediante las historias nos ejercitamos, ensayamos posibles situaciones vitales, las confrontamos sin tener necesariamente que atravesarlas y pagar el costo por ello.4 En las historias que contamos aparecen complicaciones, crisis y resoluciones, el héroe atraviesa una situación dramática. Mediante estas practicamos las claves de nuestras habilidades sociales. La ficción inaugura así un modo de virtualidad que permite la simulación de problemas propios de nuestra cotidianidad. Esto es fácilmente constatable, no hace falta más que pensar en nuestras vivencias cuando vemos una película o leemos una novela de terror, las reacciones que estas generan y los aprendizajes que propician. Muchos estudios informados sugieren que cuando experimentamos la ficción nuestras neuronas se disparan como si eso estuviera sucediendo. La lectura de una historia, la inmersión en una narración que genera determinadas vivencias, refuerza esos caminos neuronales y los hace más eficientes. Cuando experimentamos ficciones nuestras mentes disparan y cablean los caminos neuronales que regulan nuestras respuestas en las experiencias de la vida real. Las ficciones son, en estos términos, como explica Gottschall (2012), antiguas tecnologías de realidad virtual para simular los grandes dilemas de la vida humana. Mediante ellas nuestro cerebro practica las reacciones a los diversos desafíos que la vida presenta. Ello supone, sin lugar a duda, una ventaja frente a otras especies que carecen de este ejercicio. La ficción es un modo de simulación de escenarios vitales posibles y un campo de entrenamiento para enfrentarlos. Esto explica por qué consumimos tantas ficciones y por qué aquellos que las consumen tienen más herramientas para enfrentar diversas situaciones problemáticas.

Con relación a los procesos que se desencadenan mientras experimentamos una ficción existe un estudio muy interesante de Paul Zak titulado “Why Inspiring Stories Make Us React: The Neuroscience of Narrative” publicado en el año 2015 en la revista Cerebrum. Zak comenta que mientras volvía a su casa en un viaje en avión decidió ver MillionDollar Baby y que hacia el final de la película no pudo contener un llanto de tal magnitud que su compañero de viaje le preguntó si necesitaba ayuda. Zak dirige un laboratorio que ha obtenido resultados interesantes en relación con la oxitocina demostrando que esta tiene un efecto directo en los comportamientos prosociales.5 Aún más, agrega sobre las propiedades de esta hormona,

tras años de experimentos, que la oxitocina es el sustrato neurológico de la Regla de Oro: si me tratas bien, en la mayoría de los casos mi cerebro sintetizará oxitocina y esto me motivará a tratarte bien a cambio. Así es como criaturas sociales como los humanos se mantienen como parte de grupos sociales: obran bien la mayor parte del tiempo (Zak, 2015, p. 3).

Esta experiencia que atravesó Zak en relación con Millón Dollar Baby lo llevó a preguntarse si además de la interacción social personal, las películas pueden causar la liberación de oxitocina. ¿Qué hizo Zak con su equipo? Diseñó un experimento. Preparó dos videos distintos. El primero muestra a un padre que habla a la cámara mientras su hijo de 2 años, Ben, que padece un cáncer cerebral terminal, juega de fondo. La historia tiene un arco dramático clásico en el que el padre se esfuerza por conectar con su hijo y disfrutar de él, sabiendo que sólo le quedan unos meses de vida. El clip concluye con el padre encontrando la fuerza para permanecer cercano emocionalmente a su hijo hasta que expire por última vez. En el segundo clip, aparece el mismo padre y su hijo pasando un día en el zoológico. Esta versión no menciona el cáncer ni la muerte, pero el niño está calvo (por la quimioterapia) y se le llama “niño milagro” una vez durante el vídeo. Este clip carece de la tensión inducida por la forma típica de la historia, pero incluye los mismos personajes y se utilizó como historia de control para ver qué hace el cerebro cuando se ve un video (Zak, 2015).

¿Cuáles fueron los resultados? En el primer estudio sobre las narraciones, tomaron muestras de sangre antes y después de que los participantes vieran una de las dos versiones del video y advirtieron que la narración con el arco dramático provocaba un aumento del cortisol y la oxitocina. Resultó para Zak y su equipo revelador que el cambio en la oxitocina tuviera una correlación positiva con el sentimiento de empatía de los participantes hacia Ben y su padre. El aumento de la empatía motivó a los participantes a ofrecer dinero a un desconocido que participaba en el experimento. Zak concluye lo siguiente: “Conectamos una historia con un sentimiento y luego con un comportamiento prosocial” (2015, p. 4). La narración del otro video de Ben y su padre en el zoológico no aumentó la oxitocina ni el cortisol, y los participantes no manifestaron empatía por los personajes de la historia. Según Zak: “estos resultados sugieren que las narraciones emocionalmente atractivas inspiran acciones posteriores a la narración, en este caso, enviar dinero a un desconocido” (Zak, 2015, p. 4). No obstante, el estudio no se detiene ante estos primeros resultados sino que luego se realizan una serie de experimentos con publicidades relacionadas al consumo de drogas, accidentes automovilísticos y otros problemas del orden social haciendo que los individuos reciban oxitocina en sangre o un placebo y confirman que los primeros demuestran un comportamiento prosocial y los otros no.

En fin, este informe del laboratorio de Zak otorga una base empírica que apoya que la inmersión en una narración en la que uno se involucra emocionalmente produce cambios físicos en el cerebro que motivan actitudes muy particulares, en este caso, prosociales. Es decir que uno puede sugerir que determinadas narraciones fortalecen el vínculo social y ayudan a forjar lazos estrechos en una comunidad. Tal vez como las narraciones que Sabe contaba a los habitantes de su aldea para forjar su identidad tiv y que dicha comunidad prevalezca a lo largo del tiempo. A su vez, este mismo experimento demostró que existen cambios físicos en los individuos cuando están emocionalmente comprometidos con los personajes de una historia, cosa que, como dice Zak (2015), explicaría por qué las manos transpiran cuando vemos a James Bond o lloramos cuando muere la madre de Bambi.

Otro aspecto relevante respecto de la utilidad de las ficciones es el de la cognición social que se constituye como un activo de la comunidad gracias a las historias. Boyd explica que:

La ficción nos permite ampliar y perfeccionar nuestra capacidad de procesar información social, especialmente la información clave de carácter y acontecimiento –individuos y asociados, aliados y enemigos, objetivos, obstáculos, acciones y resultados– y metarepresentar, ver la información social desde la perspectiva de otros individuos u otros momentos, lugares o condiciones [...] El atractivo de la ficción para nuestro apetito de patrones ricos en información social atrae nuestra atención desde el juego fingido infantil hasta la edad adulta. Como nos incita una y otra vez a sumergirnos en la historia, con el tiempo nos ayuda a ensayar y perfeccionar nuestra comprensión de los acontecimientos. Sostengo que la ficción no establece pero mejora nuestra capacidad de interpretar eventos. (2009, pp. 192-193)

La ficción como dispositivo de aprendizaje social permite conocer información clave para actuar en una comunidad a la que se pertenece ayudándonos a comprender situaciones de la vida real, activando y manteniendo esta capacidad. Además, la ficción eleva nuestro rango de experiencias sustitutivas, vicarias, y nuestras opciones de comportamiento. Como sucede con el juego nos permite aprender posibles oportunidades y riesgos, estrategias y recursos emocionales para lidiar con posibles situaciones problemáticas y peligrosas.

Las mentes generan futuro: guían la acción tratando de predecir lo que seguirá. En la alta volatilidad, variabilidad y capacidad de respuesta flexible de la interacción social humana, cualquier mejora en la interpretación de situaciones y en la prueba de posibles escenarios, acciones o reacciones, utilizando no solo la experiencia personal o informada, sino también los experimentos mentales del juego fingido y la ficción, ofrece una ventaja significativa. Al igual que otras artes, la ficción se establece como una compulsión humana porque mejora un modo mental clave: en este caso, la cognición social. (Boyd, 2009, p. 195)

Por ello supone una adaptación ventajosa, tenemos necesidad de consumir ficciones para obtener información estratégica para nuestra subsistencia que está fuertemente condicionada por nuestra co-dependencia.

Por otro lado, las historias pueden apelar a lo moral y a las emociones sociales para introyectar normas en la comunidad. Las ficciones contribuyen a resolver problemas de cooperación en tanto que la motivan propiciando emociones punitivas o retributivas como la indignación y el desprecio. Las ficciones también moralizan, se cuentan historias que presentan modelos o personajes cuestionables y esas historias refuerzan nuestras posiciones. Las ficciones trasmiten un mensaje claro que moraliza castigando al que incumple y premiando al que realiza óptimamente lo esperado. La justicia poética que consumimos en las ficciones tiene que ver con hacer vivir en la virtualidad lo que queremos que suceda en la realidad, así logramos premiar, de alguna manera, aquel que actúa como el ideal comunitario establece. Las narraciones hacen funcionar mejor a las comunidades en tanto las impulsan a actuar mejor en términos éticos reforzando las normas y valores. En las ficciones se representa cómo debería ser un mundo justo (Gottschall, 2012).

Las narraciones refuerzan los comportamientos decentes, los valores comunes, fortalecen los lazos culturales, permiten adquirir una cognición social básica a los jóvenes, nos dicen qué es laudable y qué reprochable, se instituyen así como el aceite social que reduce las fricciones y homogeniza para hacer la dinámica social más ágil y productiva. Los relatos son la gran fuerza que cohesiona a la humanidad.

Al inventar personajes y eventos, al seleccionarlos para dar forma a emociones hacia conclusiones definidas, la ficción puede llenar la memoria con ejemplos concisos y convincentes, no necesariamente de escenarios que podamos revivir de cerca, sino de situaciones con suficientes similitudes emocionales y éticas a aquellas que experimentamos para proporcionar una base para nuestro pensamiento. La ficción puede diseñar eventos y personajes para provocarnos a reflexionar, por ejemplo, sobre la generosidad, la amenaza, el engaño y el contraataque. Y eficientemente evoca nuestro intenso compromiso emocional sin exigir nuestra creencia. (Boyd, 2009, p. 193)

Por ejemplo, la parábola del buen samaritano no implica que vayamos a Samaría, o las fábulas de Esopo que veamos la injusticia de una carrera entre una liebre y una tortuga, existen patrones que podemos adquirir de esos personajes y situaciones que pueden ser de gran utilidad para nosotros. La ficción invita a la problematización de diversas situaciones sin el costo de involucrarnos totalmente en ellas al mismo tiempo que nos permite introyectar modos de proceder y normas.

Por último, me parece interesante señalar la utilidad de las ficciones en relación con la identidad personal. Este tema fue ampliamente trabajado por Paul Ricoeur (2020) y alcanza su punto más riguroso y profundo en Si mismo como otro, en particular, los estudios V y VI que abordan el problema de la identidad narrativa. Este aspecto abre un campo de reflexiones enormes en torno a la construcción de una identidad mediada por las narraciones, dentro del cual, por ejemplo, podríamos situar a las ficciones del yo. Para señalar entonces algún aspecto de las contribuciones de las ficciones a la elaboración del problema de la identidad retomo un pasaje del cuento de Chiang, allí leemos:

Ahora mismo cada uno de nosotros constituye una cultura oral privada. Reescribimos nuestro pasado para que se adecue a nuestras necesidades y sostenga la historia que contamos sobre nosotros mismos. En lo relativo a nuestros recuerdos, todos somos culpables de una interpretación whig6 de nuestras historias personales, de considerar nuestros yos como etapas hacia nuestros gloriosos presentes. (2021, p. 225)

Somos narraciones de nosotros mismos. Cada uno es una narración personal de su pasado. Narración que obviamente no dice vough, la verdad de los hechos, sino que intenta ser mimi, lo justo. En el capítulo 8 de The Storytelling Animal. How Stories Make Us Humans, Gottschall (2012) explica que la memoria trabaja no recordando lo que es verdadero, sino lo que es verosímil. Una historia de vida es un mito personal sobre nosotros mismos que nos define, nos da identidad. No obstante, no es una explicación objetiva, sino un relato cuidadosamente formado, repleto de estratégicos olvidos para dar sentido. La filosofía de Ricoeur preanunciaba esto en su elaboración del concepto de identidad narrativa cuando anotaba que

A diferencia de la identidad abstracta de lo Mismo, la identidad narrativa, constitutiva de la ipseidad, puede incluir el cambio, la mutabilidad, en la cohesión de una vida. Entonces el sujeto aparece constituido a la vez como lector y como escritor [...] la historia de una vida es refigurada constantemente por todas las historias verídicas o de ficción que un sujeto cuenta sobre sí mismo. Esta refiguración hace de la propia vida un tejido de historias narradas. (1996, p. 998).

La memoria de la visión, el sonido, el tacto y el olfato se almacenan en diferentes regiones, cuando recogemos un evento pasado no lo hacemos como si fuera una grabación exacta de este sino fragmentos de información que están diseminados por todo el cerebro. Esta información es reorganizada mediante una narración para convertirla en un relato coherente y plausible mediante el cual recreamos lo que pudo haber ocurrido. Tanto el pasado como el futuro son fantasías creadas por nosotros que no existen objetivamente como las pensamos (Gottschall, 2012). El futuro es una simulación probable de aquello por venir que nos permite moldear el mundo en el que queremos vivir y el pasado es constantemente reelaborado para dar coherencia al presente y a las posibles figuraciones del futuro.

Esto no sucede por error, sino porque la memoria busca crear buenos recuerdos para poder vivir mejores vidas. Esa recreación está influenciada por nuestras esperanzas y sueños. Nosotros vivimos la historia de nuestras propias vidas, la creamos, nos envuelve, la editamos y la reescribimos constantemente. Al final del mentado capítulo Gottschall (2012) explica:

Toda esta investigación muestra que somos la gran obra maestra de nuestra propia mente narrativa –figuras de nuestra propia imaginación. Nos consideramos a nosotros mismos como algo muy estable y real. Pero nuestras memorias limitan nuestra auto-creación menos de lo que creemos, y constantemente son distorsionadas por nuestras esperanzas y sueños. Hasta el día de nuestra muerte, estamos viviendo la historia de nuestras vidas. Y, como una novela en proceso, nuestras historias de vida están siempre cambiando y evolucionando, siendo editadas, reescritas y embellecidas por un narrador poco confiable. Somos, en gran parte, nuestras historias personales. Y esas historias son más veraces que verdaderas. (pp. 286-287)

4. Consideraciones finales

¿Para qué sirven las ficciones? ¿Qué utilidad tiene leer? ¿Por qué consumimos compulsivamente historias? El breve recorrido de nuestro trabajo intenta mostrar que la capacidad de ficcionar es inherente y necesaria a nuestra condición humana. La ficción permite generar cohesión social, moralizar, aunar a una comunidad. Además, logra delimitar ideales comunes por los que trabajar y defender a un conjunto de individuos, favoreciendo así la supervivencia frente a otros competidores que carecen de esta capacidad. Así lo señala Harari cuando afirma que: “un gran número de extraños puede cooperar con éxito si creen en mitos comunes. Cualquier cooperación humana a gran escala [...] está establecida sobre mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva de la gente” (2021, p. 41).

Por otro lado, las neuronas espejo que se activan cuando nos encontramos en un estado de inmersión narrativa, nos permiten hacer de las ficciones laboratorios virtuales, simuladores de situaciones posibles, y así entrenar nuestro cerebro para enfrentar diversos escenarios. Por último, la ficción es determinante a la hora de establecer nuestra propia identidad, gracias a ella logramos realizar una síntesis de lo heterogéneo que nos permite reelaborar los eventos pasados para dar coherencia a nuestro presente, especular sobre futuros posibles y responder a la pregunta ¿quién soy?

Esas son algunas de las utilidades posibles de las ficciones literarias, no obstante, también se puede leer solo por el placer de hacerlo y nada más. Todos los beneficios de las ficciones vendrán por añadidura.

Bibliografía

Boyd, B. (2009). On the Origin of Stories: Evolution, Cognition, and Fiction. Harvard University Press.

Buceta, M. (2019). Merleau-Ponty lector de Proust: Lenguaje y verdad. SB.

Buceta, M. (2020). Merleau-Ponty y la filosofía de lo sensible como literatura. Tábano, n° 16, pp. 25-39.

Chiang, T. (2021). Exhalación. Sexto Piso.

Gottschall, J. (2012). The Storytelling Animal: How Stories Make Us Humans. Houghton Mifflin Harcourt.

Iacobini, M. (2009). Las neuronas espejo: Empatía, neuropolítica, autismo, imitación, o de cómo entendemos a los otros. Katz Editores.

Harari, Y. N. (2021). De animales a dioses: Breve historia de la humanidad. Debate.

Kohan, M. (2023, mayo 27). La ficción tiene una relación diferente con la verdad. Infobae. Disponible en: https://www.infobae.com/cultura/2023/05/27/martin-kohan-la-ficcion-tiene-una-relacion-diferente-con-la-verdad/

Merleau-Ponty, M. (1969). La prose du monde. Gallimard.

Nietzsche, F. (2015). ÜberWahrheit und Lüge im außermoralischen Sinne. Reclam.

Ricoeur, P. (1996). Tiempo y narración III. El tiempo narrado. Siglo XXI.

Ricoeur, P. (2009). La identidad narrativa. En M. Stoopen Galán (Coord.), Sujeto y relato. Antología de textos teóricos. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Ricoeur, P. (2020). Sí mismo como otro. Siglo XXI.

Volpi, J. (2011). Leer la mente: El cerebro y el arte de la ficción. Alfaguara.

Zak, P. J. (2015). Why inspiring stories make us react: The neuroscience of narrative. Cerebrum, 2. Disponible en: https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC4445577/

Notas

1 Laura S. Carugati es una profesora, investigadora y traductora argentina. Ha traducido numerosas obras del alemán al español. Lo citado aquí en relación con el término Verstellung ha sido obtenido fruto una breve entrevista en que le consulté por el uso de esta palabra en el pasaje de la obra de Nietzsche.
2 A esto mismo se refiere Volpi cuando afirma que: “La aparición del lenguaje nos otorgó una ventaja inédita: la verdadera razón de que dominemos (o al menos creamos dominar) nuestro planeta. La ficción tendría que ser vista, desde esta perspectiva, como una prolongación extrema de este calendario evolutivo [...] la ficción no sería sino una secuela natural de la imaginación, un recurso escénico del que se vale nuestro cerebro a fin de concederle cierto orden al mundo (y a la propia mente)” (2011, pp. 38-39).
3 El abordaje de la utilidad de las ficciones puede ser múltiple y, en lo personal, he realizado algunas investigaciones sobre la capacidad de la literatura para llevar a la expresión propia de su sentido la experiencia. Dicha expresión, en términos merleaupontianos, tiene que ver con la posibilidad de expresar las ideas sensibles, ideas incrustadas en la carne de lo sensible de la cual no pueden ser separadas. Como tal, la fenomenología de la literatura o fenomenología literaria tendría entonces la capacidad de establecer las bases para una nueva filosofía de lo sensible, filosofía que sería útil para expresar el sentido propio del mundo circundante, para llevar a palabra la experiencia. Para indagar en esta utilidad propiciada por un abordaje fenomenológico puede verse: Buceta, M. (2019) Merleau-Ponty lector de Proust: Lenguaje y verdad, SB y Buceta M., (2020), Merleau-Ponty y la filosofía de lo sensible como literatura, Tábano, n° 16, pp. 25-39.
4 A esto mismo se refería Paul Ricoeur cuando en relación con las ficciones literarias anotaba que estas eran “verdaderos laboratorios en los que se desarrollan experiencias de pensamiento en los que la identidad narrativa del personaje se encuentra sometida a un número ilimitado de variaciones imaginativas” (2009, p. 348).
5 La oxitocina –según Zak– es “una molécula asombrosamente interesante. Es un pequeño péptido en el hipotálamo del cerebro de los mamíferos. Está compuesto por sólo nueve aminoácidos y es frágil. La oxitocina está clásicamente asociada a las contracciones uterinas y a la bajada de la leche para la lactancia. Los estudios en animales han demostrado que bajo estrés fisiológico la oxitocina se libera tanto en el cerebro como en el cuerpo. Esto es inusual para un neuroquímico derivado del cerebro, pero proporciona una poderosa forma de estudiar la oxitocina: Tras un estímulo, los cambios de oxitocina en sangre reflejan cambios en la oxitocina del cerebro” (2015, pp. 2-3)
6 La nota del traductor del relato de Chiang sobre el término wigh es la siguiente: “A través de un sistema de referencia inmediata al tiempo presente, el historiador whig se arma de una regla general útil pero falaz gracias a la cual puede seleccionar y rechazar los hechos, así como decidir qué aspectos de esos hechos enfatizar, y a la vez interpreta su trabajo como una vigilancia ante las similitudes entre el pasado y el presente, en vez de estar pendiente de las disimilitudes” (como citado en Chiang, 2021, p. 225).

Notas de autor

* Investigador asistente de CONICET. Profesor y licenciado en Filosofía por la Universidad del Salvador (USAL) y doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Es autor de Merleau-Ponty lector de Proust: Lenguaje y verdad (SB, 2019), de Camus, Sartre, Baricco y Proust. Filósofos escritores & Escritores filósofos (SB, 2021), y de diversos artículos académicos en relación con sus línea de investigación actual que aborda la posibilidad de elaborar una filosofía de lo sensible a partir de un acercamiento fenomenológico al lenguaje literario. Es editor responsable de Metis. Revista interdisciplinaria de fenomenología. Se desempeña como profesor titular de Historia de la Filosofía Contemporánea en la carrera de Filosofía de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Es director del proyecto de investigación “El carácter simbólico de la naturaleza en la obra de Albert Camus” (UCA) y codirector del proyecto “La violencia como elemento de la historia. Perspectivas fenomenológico-hermenéuticas” (LICH/UNSAM).
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