¿Son las humanidades (in)útiles en siglo XXI?
Las humanidades en función social
Humanities in social function
Tábano
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN-e: 2591-572X
Periodicidad: Semestral
núm. 25, e9, 2025
Recepción: 12 octubre 2024
Aprobación: 03 noviembre 2024
Resumen: En este trabajo se lleva a cabo una reflexión en torno de las humanidades. Entre otras cosas, se considera la situación en la que se encuentran actualmente y la necesidad de repensar su rol social, así como también se plantean algunos desafíos a futuro. Se aborda el impacto que tienen las condiciones de trabajo de los humanistas tanto en los resultados obtenidos como también en la determinación de su función en relación con la sociedad. Se analiza, finalmente, la necesidad de restablecer algunas de las características básicas de las humanidades, tales como la actitud crítica de desafiar el status quo.
Palabras clave: Humanidades, sociedad, rebeldía, status quo.
Abstract: This paper reflects on the humanities. Among other things, it considers their current situation and the need to rethink their social role, as well as some challenges for the future. The impact of the working conditions of humanists on the results obtained as well as on the determination of their role in relation to society is addressed. Finally, the need to reestablish some of the basic characteristics of the humanities, such as the critical attitude of challenging the status quo, is analyzed.
Keywords: Humanities, Society, Rebellion, Status quo.
Quienes nos dedicamos a las humanidades somos plenamente conscientes de que la historia (“de la filosofía”, en el caso al que me referiré en lo que sigue) nos provee de material invaluable para reflexionar acerca de la situación actual. En este sentido, hay un pasaje de los Principios de la filosofía de Descartes que me gustaría traer aquí como disparador. Recordemos que Descartes concebía que los cuerpos son como máquinas, de manera que la diferencia entre los mecanismos artificialmente producidos por el hombre y las “máquinas naturales” radica únicamente en el grado de complejidad interna que poseen los cuerpos naturales, con sus múltiples partes y movimientos. En este contexto, Descartes observa que:
si hubiese máquinas tales que tuvieran los órganos y la figura de un mono, o de cualquier otro animal desprovisto de razón, no tendríamos medio alguno de conocer que no eran, en todo, de la misma naturaleza que esos animales. (AT VI, p. 56. Traducción: Descartes, 2004, p. 97)
Al decir esto, Descartes no estaba pensando en la posibilidad que tengamos los humanos de producir mecanismos de tal complejidad, sino más bien en la potencia de las explicaciones mecánicas para dar cuenta de los fenómenos de la naturaleza. Si quisiéramos ir un poco más allá de Descartes y sin intención, ciertamente, de hacer una lectura precisa de la historia de las ideas, la concepción reflejada en el pasaje cartesiano podría interpretarse de una manera un poco distinta si la miráramos desde el punto de vista de la Ilustración. En efecto, apoyado en el ideal del progreso del desarrollo científico ilustrado, un hombre de ese tiempo podría haber interpretado el pasaje cartesiano como una invitación a desarrollar mecanismos cada vez más complejos, al punto de poder idealmente alcanzar mecanismos de la complejidad de las máquinas naturales.
Ahora bien, en todo caso, el pasaje cartesiano tiene todavía una restricción significativa, a saber: el mecanismo natural de referencia es siempre un animal “desprovisto de razón”. De alguna manera (y continuando con la laxitud en la reconstrucción histórica), en la actualidad el hombre ha encarnado un nuevo desafío, que, en cierto modo, podemos pensar que se inscribe en esta misma secuencia histórica. Me refiero al desarrollo no ya de un cuerpo de altísima complejidad, sino de una especie de res cogitans artificial (para seguir con el lenguaje cartesiano). En otras palabras, si tradujéramos el pasaje cartesiano a la actualidad, en una lectura de inspiración ilustrada, podríamos preguntarnos: si desarrolláramos una inteligencia artificial de la complejidad y el funcionamiento de la inteligencia humana, ¿podríamos distinguirla de la inteligencia de un ser humano?
Naturalmente, este hipotético caso supone una concepción bastante estrecha de la inteligencia humana, en la medida en que se detiene casi exclusivamente en los aspectos “computalizables” de la razón humana, representables más o menos aproximadamente de un modo algorítmico. No está en discusión aquí el hecho de que la inteligencia humana no puede limitarse a esto. Tampoco es intención de esta breve reflexión considerar los alcances, actuales o posibles, de la inteligencia artificial. De más está decir que estas cuestiones son dejadas de lado solamente por cuestiones metodológicas, a los fines del objetivo perseguido en este comentario, a pesar de ser vitales tanto para el hombre como en general para las humanidades en la actualidad. Pues, por ejemplo, ¿cómo entender la injusticia sin esa sensación de ardor en nosotros que manifiesta su rechazo? Sea de ello lo que fuere, el punto aquí es claro: traducido el planteo inicial de inspiración cartesiana al contexto actual, podría pensarse que hay cierta expectativa, y, por qué no, paradójicamente, cierto temor, por la posibilidad de desarrollar una inteligencia artificial que no se distinga del aspecto de la inteligencia humana traducible a la lógica binaria. ¿Podría un artefacto producido por el hombre, para decirlo en términos que recuerden al célebre texto de Scheler (1938 [1994]), alcanzar su singular puesto en el cosmos?
Formular en estos términos la presente reflexión podría generar sorpresa a más de uno. Al fin y al cabo, puestas las cosas de este modo, parece darse un contraste muy fuerte entre la confianza y la expectativa puesta en las capacidades de la humanidad de desarrollar una inteligencia de tal complejidad, por un lado, y la desconfianza en la razón como guía adecuada para conducir a la humanidad en el sendero hacia un futuro mejor, por otro. Dicho esto en otros términos, el sesgo ilustrado de la enunciación recién referida entra en conflicto con la incredulidad del “metarrelato” (permítannos utilizar esta célebre expresión popularizada por Lyotard 1989) del progreso de las ciencias y en general de las capacidades de la razón. El proyecto ilustrado es mirado con desconfianza en una era post-ilustrada como la nuestra. ¿No deberíamos entonces revisar los presupuestos tácitos del planteo?
Exploremos esta posibilidad. Hagamos, primero, una observación sobre los modos posibles de poner en igualdad de condiciones cosas que en rigor sean dispares. Permítannos utilizar para esto el modelo de una balanza. Dos cosas diferentes pueden equilibrarse en una balanza, por un lado, si se añade peso al elemento que originariamente pesaba menos. La lectura que antes llamé “ilustrada” puede interpretarse de este modo, es decir, como un camino “ascendente” que consiste en robustecer la inteligencia artificial hasta el punto de virtualmente equiparar a la inteligencia humana, al menos en algún aspecto. En este sentido, la máquina equipararía al animal racional. No obstante, un equilibrio podría obtenerse también por otro camino, el inverso del anterior, a saber: no mediante el fortalecimiento de uno de los elementos, sino por el debilitamiento del otro. Aplicado esto a nuestro caso, no se trataría de que la máquina equipare al hombre, sino el hombre a la máquina, por decirlo así. En vez de un equilibrio alcanzado por un camino ascendente, lo logramos por un camino descendente.
Ensayemos lúdicamente qué resultaría de despojar al hombre de algunas notas distintivas suyas que, en principio, no asignaríamos o no estaríamos del todo seguros de asignar a un mecanismo artificial. Por ejemplo: quitado el espacio para la creatividad, ¿en qué se distinguiría el ser humano de un reloj de agujas? Si censuráramos toda expresión de ironía, ¿no nos asemejaríamos más a nuestro teléfono celular que a nuestros padres? Si nos dejaran de apesadumbrar las situaciones injustas de la vida, ¿no seríamos al fin y al cabo tan indiferentes ante las cosas como podría serlo el televisor mediante el cual nos anoticiamos de muchas de estas injusticias? ¿No seríamos tan apáticos como las cosas inertes, que, precisamente por eso, carecen de pathos? Finalmente, si anulamos todo espacio para la rebeldía, ¿no nos ceñiríamos en nuestra vida a cumplir las normas del mismo modo en que lo hace un software cualquiera? ¿Hay acaso algo más deshumanizante que el acatamiento incuestionado de toda norma por el mero hecho de ser una norma? Me refiero aquí, como se observa, a la rebeldía entendida en un sentido amplio, como la capacidad de incumplir reglas, de ser transgresores, incluso en el más mínimo sentido intelectual de la expresión, es decir, como “pensar por fuera de la norma”. ¿No sería dramático garantizar el cumplimiento de las reglas sin importar el trasfondo? Al fin y al cabo, el cumplimiento irrestricto de la ley es una cosa muy distinta de ser justo. Ser un soldado de la ley, un “legalista”, puede no tener nada que ver con tener a la justicia como un valor humano de relevancia. Sobran los casos en la historia en los que las acciones justas implicaron rebelarse ante la ley. El legalismo, como forma de fariseísmo de la vida, no entiende de justicia. En fin, como se observa, este ensayo lúdico revela unos pocos resultados, que seguramente puedan ampliarse. Si el camino que aquí propongo les parece racional, los invito a ir más allá y a extender esta reflexión.
El “proceso descendente” del que resulta la descripción anterior exhibe, a mi juicio, una imagen que refleja aproximadamente la situación actual. Quizás sea en este sentido una imagen más cercana de lo que podría parecer a simple vista. Vivimos una época con claras tendencias a la estandarización de lo humano, que en buena medida puede ser vista como el resultado de un progresivo resignar de las características distintivas no sólo de la humanidad en general, sino de cada ser humano en particular. La estandarización es una forma muy superficial y, en mi opinión, dañina (al menos en muchos casos) de equidad o, si se prefiere el término, de igualdad. Esto lo podemos ver en el sistema de educación en general, que, por estandarizar planes de estudio, resigna las habilidades individuales. Asimismo, consideramos, por ejemplo, la igualdad ante la ley como un valor supremo, probablemente confundiéndolo con la justicia. En ocasiones funcionamos, individual y socialmente, como mecanismos. Un mecanismo cumple con las reglas que determinan su funcionamiento, pero no las discute. Las aplica por igual ante toda situación. No es su tarea discutirlas. Nosotros muchas veces funcionamos del mismo modo. El mundo está lleno de legalistas.
Pues bien, ¿qué diremos de las humanidades en todo este contexto? La pregunta es compleja y amerita ser abordada desde distintos enfoques. Me pregunto, en primer lugar, dónde y cómo están las humanidades en la actualidad. Quisiera aquí hacer una distinción, con el objetivo de ubicar y entender mejor el contexto de esta reflexión. Por un lado, señalemos, aunque pueda parecer trivial hacerlo, que las humanidades son el ámbito de trabajo en el que nos desenvolvemos quienes nos dedicamos a ellas. Pertenecen a las humanidades, por otro lado, los resultados que derivan de ese trabajo y que trascienden por completo el ámbito del trabajo de los que nos dedicamos a ellas. No hay nada de extraño en esta distinción, que es análoga, por ejemplo, a la diferenciación entre el trabajo de un ingeniero y una obra de ingeniería. La obra de ingeniería tiene un impacto que excede al ingeniero. El trabajo del ingeniero es realizado a su vez en función de la obra por producir y del impacto que de ella se espera. Con las humanidades podemos decir algo análogo: del trabajo de los humanistas resultan obras cuyo impacto trasciende al autor. Y allí termina la analogía, pues el contexto del impacto del trabajo de los humanistas y de los ingenieros es distinto. Sea de ello lo que fuere, lo que este ejemplo trasluce es que las condiciones de trabajo repercuten en las obras resultantes. En este respecto, la situación de las humanidades no es ajena a la del tiempo en que vivimos, lo cual se conecta con lo que observamos anteriormente: las humanidades están sometidas al mismo movimiento que caracteriza a nuestra época. La estandarización ya alcanzó nuestro quehacer, nuestras profesiones, o más en general, en tanto que somos humanistas, a las humanidades.
Las humanidades (y, con ellas, los humanistas) están por lo general encerradas en las academias. Estamos enclaustrados, ensimismados. El sistema académico argentino actual tiene una configuración que a todas luces no fue concebida para las humanidades y que, sin ahondar en demasiados detalles, describiré como una “lógica de laboratorio”. La vida académica transcurre fundamentalmente en laboratorios de investigación (o la denominación que corresponda a cada área), bajo la lógica de un minucioso trabajo de especialización. Los espacios de transferencia del conocimiento, que propiciarían el impacto del trabajo académico en la sociedad, a regañadientes pueden anexarse al trabajo de laboratorio. Lo que es claro, en cualquier caso, es que, en el sistema actual, el trabajo académico y los espacios de transferencia corren por carriles paralelos que en pocas y calculadas ocasiones (una dedicación simple) pueden intentar converger. Quiero que mi opinión sea clara en este punto: la especialización es necesaria también en las humanidades. Simplemente lamento que la lógica no sea otra, una lógica de trabajo que permita tener un impacto más significativo en la sociedad, tanto en general como en particular en la formación de futuros profesionales. Una lógica en la que el laboratorio y la universidad (o el ámbito que corresponda según el caso) no corran en paralelo, sino que se atraviesen permanentemente, retroalimentándose de un modo más íntimo.
El resultado de la falta de esta dinámica lleva a que el intelectual no tenga hoy en día un rol social, un impacto en la sociedad, como el que podría tener. En el desarrollo del workshop a partir del cual resultó este trabajo, los participantes observamos con claridad que preguntarse por la utilidad de las humanidades es hacer una pregunta que no tiene lugar, es decir, que es incorrecta desde el momento en que es planteada, pues su formulación incluso puede ser engañosa y maliciosa. No es que la pregunta sea inadecuada porque no da en el clavo, sino porque en las humanidades no se trata de martillar. ¿Por qué tendríamos que siquiera ensayar una respuesta a una pregunta mal formulada? Pero esto no es todo. En el workshop también observamos que el hecho de que la pregunta por la utilidad de las humanidades no tenga sentido no significa que no podamos preguntarnos por su función en vistas a la sociedad en la que se insertan quienes se dedican a ellas. En mi opinión, la mera formulación de esta pregunta nos lleva a replantear el escenario en el que trabajamos, el sistema estándar para el conocimiento “científico” en general que tiene reglas claras y bien definidas, pero que, en su formulación actual, no parece ser el más adecuado para las humanidades. Me pregunto incluso si no es contrario al espíritu de las humanidades. Conocemos al dedillo los reglamentos de nuestra profesión. En nuestro ámbito de trabajo, somos legalistas. A esto hay que sumarle que desarrollamos nuestra labor de una manera muy solitaria, es decir, de un modo completamente ajeno a la dinámica social. Investigamos de manera solitaria, publicamos de manera solitaria, e incluso en cierto punto hasta está mal visto que sea de otra manera. Estamos solos, aislados y cumpliendo reglas de espaldas a nuestra realidad y contexto social.
Tristemente, lo peor quizás esté aún por venir. El proceso de aislamiento al que están sometidas las humanidades, que es contrario a su naturaleza, las pone en terapia intensiva, pero, mal que mal, aún laten. Aquí estamos. La perspectiva futura, sin embargo, parece ser un doloroso proceso de desfinanciación, que inevitablemente nos empuja hacia la nada, a lo largo de un proceso cansador y ciertamente desmoralizante. Hasta aquí, respetando a rajatabla las reglas del sistema, participamos de eventos académicos, como el workshop que motivó estas reflexiones (“¿Son las humanidades (in)útiles en el siglo XXI?”), eventos que se desarrollan en pequeños espacios, con el objetivo de que, de tanto en tanto, hablemos entre nosotros. Pero ahora parece que el espacio lo necesitan para otra cosa. Primero, el aislamiento y luego, la quita de recursos. Probablemente este movimiento no afecte solamente a las humanidades, aunque no hay dudas de que, en su caso, es además dirigido a consciencia y con ensañamiento. Lo que es claro es que es una situación frente a la cual nosotros, los que nos dedicamos a las humanidades, no sabemos bien qué hacer. Más tarde o más temprano, algo tiene que cambiar.
Antes nos preguntábamos dónde están las humanidades hoy. Ahora podemos reorientar la pregunta y pensar dónde deberían estar, o quizás mejor, dónde quisiéramos que estén. Quizás la respuesta no sea en este caso demasiado compleja. Al fin y al cabo, ¿dónde deberían estar si no es donde siempre estuvieron? ¿Dónde, sino desafiando el status quo? ¿Haciendo qué, sino siendo las guardianas de lo humano? Las humanidades estimulan la creatividad, nos invitan a “animarnos a pensar” y a transgredir los límites que nos son impuestos. Las humanidades desafían la estandarización. ¿Nos deberíamos contribuir a este desafío? ¿No tendríamos que comenzar quizás por cuestionar la lógica de trabajo en la que estamos inmersos, pero que no contribuye a que nuestros mejores resultados tengan el impacto deseado? Probablemente las humanidades siempre hayan tenido un cierto rol de “resistencia”, es decir, han sido reactivas frente a las circunstancias existentes, frente a eventos, movimientos, actores o, en general, aspectos de la sociedad. Voy a decir algo que no es políticamente correcto (fundamentalmente porque en general lo políticamente correcto va en dirección a la estandarización): hay cosas que no tienen que cambiar. El papel de las humanidades es una de esas cosas.
Pues bien, ¿hay algo que podríamos hacer para que las humanidades estén donde deberían estar? ¿Qué tratamiento podemos aplicarle a este paciente en terapia intensiva? Quizás podamos comenzar con lo que nunca debimos dejar. Tenemos que hacer lo que siempre han hecho las humanidades: estimular la creatividad, la transgresión, el sentido de justicia, la ironía y tantas otras cosas que me puedan ayudar ustedes a señalar en este punto. “Estimular”, digo, a un otro, a alguien más que a nosotros. Antes señalé que considero que hay cosas que no tienen que cambiar. ¿No deberíamos analizar de qué manera intervenir hoy en el ágora, en la escena pública? Si creemos que las humanidades tienen un papel y una función importante en la sociedad, ¿no deberíamos primero contribuir a que esto se torne visible? ¿No tendríamos en ese caso que trabajar en el alcance, difusión o popularización de las humanidades? Solo de este modo, al fin y al cabo, podremos invitar a los miembros de la sociedad a pensar, a sentir, a vivir de un modo más personal y auténtico.
Lo interesante es que, si este objetivo parece sincero, el modo en que pueda cada uno contribuir a su consecución va precisamente a contramano de la estandarización. En la arena, cada uno esgrime sus propias armas. Celebro en este sentido la habilidad que tienen los que saben transmitir el modo crítico de pensar. Me asombro de quienes logran que sus interlocutores aborden sus propios problemas según el modo característico de las humanidades. Admiro a quienes logran estimular la discusión cordial y argumental en cualquier contexto. Valoro a quienes transmiten la pasión por entender que el punto de vista ajeno enriquece al propio. Solo si las humanidades (y con ellas los humanistas) se involucran en las discusiones de nuestro tiempo podrán lograr que los más variados actores sociales reconozcan su valor. No para nuestro propio beneficio, sino de todos, distributiva y colectivamente hablando: para todos y cada uno de los miembros de la sociedad.
Referencias
Descartes, R. (1897-1910). Oeuvres de Descartes (publicadas por Charles Adam y Paul Tannery). Vrin. [Citado como AT, seguido del tomo (en números romanos) y del número de página].
Descartes, R. (2004). Discurso del método (traducción, notas e introducción de Mario Caimi). Colihue.
Lyotard, Jean-François (1989). La condición postmoderna. Teorema.
Scheler, Max (1938 [1994]). El puesto del hombre en el cosmos. Losada.
Notas de autor
Información adicional
1: Una versión anterior de este escrito fue presentado en el Workshop “¿Son las humanidades (in)útiles en el siglo XXI?” realizado en la Pontificia Universidad Católica Argentina el 11 de julio de 2024.