Gilles Deleuze: a 100 años de su nacimiento, a 30 años de su muerte

El concepto deleuzo-guattariano de agencement y su recepción en Manuel DeLanda

The deleuzo-guattarian concept of agencement and its reception in Manuel DeLanda

Pablo Pachilla *
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Juan Manuel Spinelli **
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Universidad de Morón, Argentina

Tábano

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN-e: 2591-572X

Periodicidad: Semestral

núm. 25, e3, 2025

revista_tabano@uca.edu.ar

Recepción: 14 julio 2024

Aprobación: 25 julio 2024



DOI: https://doi.org/10.46553/tab.25.2025.e3

Resumen: En el presente artículo, se rastrea el concepto de agencement en la obra de Deleuze y Guattari, siguiendo sus ajustes y modificaciones desde El Anti-Edipo (1972) hasta Mil mesetas (1980), pasando por Kafka, por una literatura menor (1975). A continuación, presentaremos el concepto de assemblage en Manuel DeLanda, atendiendo a sus versiones mínima y ampliada y procurando explicitar sus puntos de contacto y de tensión con los pensadores franceses. A lo largo de este recorrido, se intentará mostrar tanto la genealogía del concepto retomado por DeLanda, como la diferencia entre las preocupaciones a las que responden los agencements y aquellas a las que responden los assemblages. La transformación del concepto, en este sentido, da cuenta de un desplazamiento de la centralidad del lenguaje en beneficio de una ontología articulada con las ciencias empíricas y formales en la cual resultará central la noción de emergencia.

Palabras clave: Agencement, Ensamblaje, Deleuze, Guattari, DeLanda.

Abstract: In this paper, we trace the concept of agencement in the work of Deleuze and Guattari, following its adjustments and modifications from The Anti-Oedipus (1972) to A Thousand Plateaus (1980), passing through Kafka, for a minor literature (1975). Next, we will present the concept of assemblage in Manuel DeLanda, attending to its minimal and extended versions and trying to make explicit its points of contact and tension with the French thinkers. Throughout this overview, we will try to show the genealogy of the concept taken up by DeLanda, as well as the difference between the concerns to which agencements respond and those to which assemblages respond. The transformation of the concept, in this sense, shows a displacement of the centrality of language in favor of an ontology articulated with the empirical and formal sciences, in which the notion of emergence will be central.

Keywords: Agencement, Assemblage, Deleuze, Guattari, DeLanda.

1. Introducción

El concepto de agencement atraviesa la obra de Deleuze y Guattari como una suerte de hilo conductor que, lejos de mantenerse inmutable, va reconfigurándose una y otra vez; y ello, en la medida en que la teoría de los pensadores franceses se “resetea” al pasar por diferentes fases. Cabría hipotetizar que lo que señala Fujita Hirose adoptando una perspectiva eminentemente política –“[lo] que realmente hicieron en su tríptico fue, más bien, volver cada vez a analizar el capitalismo de cero, desde el punto de vista de su nueva etapa de desarrollo, inventando un nuevo conjunto de conceptos” (2021, p. 15)– podría hacerse extensivo a la propia ontología deleuzo-guattariana; la cual, bajo la forma de una teoría general de las máquinas, es desmontada y vuelta a montar durante dos décadas de escribir a (más que) cuatro manos con notables reajustes, modificaciones, agregados y supresiones. En este marco, entonces, podemos afirmar que lo que Deleuze y Guattari entienden por agencement –término relativamente equívoco, que ha sido objeto de las más variadas traducciones y, con ellas, de una amplia gama de interpretaciones– constituye el eje mismo de su producción filosófica, aunque sin dejar de estar sometido en ningún momento a ese proceso constante de mutación y transformación que afecta desde el vamos –y en cuanto tal– a su sistema ontológico.

Ahora bien, son esos cambios, son los pormenores de esa “historia conceptual” (Heredia, 2014) los que nos interesa presentar aquí, somera y esquemáticamente, con el propósito de obtener un cuadro general de los “usos y funciones” asignados al agencement en los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia así como en Kafka, por una literatura menor (que, al menos en lo que respecta al tema que nos ocupa, hace las veces de texto bisagra entre aquellos). Sobre esta base, procederemos a una confrontación con el assemblage delandiano que no se embarcará en una mera búsqueda de semejanzas y diferencias ni se propondrá, mucho menos, examinar si DeLanda lee “correctamente” a Deleuze y Guattari o si “se aparta” de ellos en alguna medida. La cuestión es más compleja. En medio del enredo semántico –que no es menor: agencement es vertido al inglés por DeLanda como assemblage; sin embargo, en la versión castellana de A New Philosophy of Society, el término inglés no es volcado como “agenciamiento” (término que, tras varias experiencias traductológicas y no sin ciertas reservas, terminó por imponerse en nuestra lengua pero es rechazado de plano por el filósofo1, sino como “ensamblaje”–, surge una pregunta de fondo: ¿son agencement y assemblage conceptos “equivalentes” que, con sus respectivos matices, procuran dar cuenta de una misma problemática; o hay, entre uno y otro, una grieta más profunda, en la medida en que cada uno de ellos vendría a constituir la pieza clave de máquinas teóricas que, aunque sin llegar a ser incompatibles, no dejarían de responder a fines y a proyectos difícilmente homologables?

Es el propio DeLanda, con todo, quien nos brinda un criterio que puede orientarnos de manera decisiva al momento de sentar las bases de una respuesta preliminar a tal interrogante. La assemblage theory cuya formulación le atribuye a Deleuze –pero aclarando que “gran parte de ella [tuvo lugar] en colaboración con Guattari” (2006, p. 3)– no ocuparía más que unas “relativamente pocas páginas” (p. 3) en las que, para colmo de males, no pareceríamos estar ante una teoría propiamente dicha. Sin embargo, los conceptos que contribuyen a la determinación de los assemblages no solo son objeto de un tratamiento exhaustivo, sino que se hallan a su vez conectados con otros conceptos deleuzianos igualmente destacados: así, si tomamos en consideración “toda la red de ideas dentro de la cual el concepto de ‘assemblage’ cumple con sus funciones conceptuales, tenemos como mínimo –concluye DeLanda– los rudimentos de una teoría” (p. 3). Por lo demás, esto es algo que ya ha sido verificado previamente en lo que respecta al agencement deleuzo-guattariano, a saber, que “solo logra su cometido, vale decir, solo adquiere el sentido específico que lo singulariza y lo instituye como tal en la medida en que se articula a su vez con otros conceptos” (Spinelli, 2022, p. 262); con lo que se abre, así, una dimensión metaconceptual. En efecto, assemblage y agencement comportan ya, en sí mismos, una instancia de ensamble o agenciamiento; lo que justifica plenamente el hecho de que, en función de su cotejo, procedamos a la detección y al correspondiente testeo de las conexiones que los vinculan a otros conceptos clave con los que ellos forman red (DeLanda) o rizoma (Deleuze & Guattari).

2. Agencement en Deleuze y Guattari

2. 1. El Anti-Edipo

El concepto se introduce hacia el final del tercer capítulo: “Salvajes, bárbaros, civilizados”. Allí, Deleuze y Guattari plantean que la tarea del esquizoanálisis no es otra que “volcar el teatro de la representación en el orden de la producción deseante” (1972, p. 324); pero ello solo se sustenta en términos de una operación que sea capaz de sustituir “el sujeto privado de la castración, escindido en sujeto de enunciación y en sujeto de enunciado y que solo remite a los dos órdenes de imágenes personales, por los agentes colectivos que remiten a su vez a agencements maquínicos” (pp. 323-324). A pesar de su indeterminación (aquí agencement no parece significar mucho más que “enlace” o “conexión” en general), a través de una lectura atenta se pone de manifiesto que, por un lado, hay un desplazamiento de la instancia individual a la dimensión colectiva, y que, por el otro, se opera una sustitución de la figura (psíquicamente “castrada” y lingüísticamente “clivada”) del sujeto por una multiplicidad que no ha de confundirse con una mera pluralidad (los “agentes”), sino que se constituye como tal en una instancia procesual asubjetiva.

De hecho, la hipótesis que acabamos de plantear se ve reforzada cuando, en el marco de un análisis del cuerpo sin órganos, Deleuze y Guattari sostienen que este tiene dos caras: a) una en la que “se organizan, a escala microscópica, el fenómeno de masas y la catexis paranoica correspondiente” (p. 334, destacado nuestro); b) y otra en la que, en cambio, a escala submicroscópica, “se agencian los fenómenos moleculares y su catexis esquizofrénica” (p. 334, destacado nuestro). Este agenciarse, por lo pronto, se nos presenta bajo la forma de un proceso sin sujeto que hasta podría –como ya se ha sugerido (Spinelli, 2022, pp. 273-274)– ser considerado (en términos estrictamente deleuzianos) como un acontecimiento. Pero encontramos, además, una contraposición entre la organización (que, aunque no se lo afirma aquí de manera expresa, nos reenvía al plano molar) y lo que es del orden del agenciamiento (que, en cambio, se postula expresamente como algo que tiene lugar en el plano molecular); la cual –si es vinculada, a su vez, con la definición de la producción deseante como “el límite entre la organización molar y la multiplicidad molecular del deseo” (Deleuze & Guattari, 1972, p. 121)– contribuye a justificar la apreciación de que es esta última –en la que a diferencia, precisamente, de una estructura organizacional, no hay lugar para la unificación o la totalización (p. 387)– la que está en juego cuando se habla, en El Anti-Edipo, de agencements. Adviértase que, por el lado de la organización, tenemos a la paranoia; mientras que, por el del agenciarse, a la esquizofrenia. Deleuze y Guattari resaltarán, en varias ocasiones, mientras van reajustando su análisis, el carácter molar de la primera –que “maquina masas” y opera con “grandes conjuntos molares” (1972, p. 332)– en contraste con la índole molecular de la segunda.

Las restantes entradas no aportarán mayor precisión pero sí contribuirán a nuestro propósito de reponer los nexos que unen al concepto de agencement con otras piezas y engranajes teóricos de singular importancia. Se lo utiliza, en principio, en el marco de una discusión acerca del funcionalismo –que, de acuerdo con Deleuze y Guattari, es insostenible a nivel molar y solo tiene lugar “al nivel submicroscópico de máquinas deseantes, agencements maquínicos, maquinaria del deseo (engineering), pues solo en él se fusionan el funcionamiento y la formación, el uso y el montaje, el producto y la producción” (p. 342)–. Se lo introduce también cuando, en referencia a las proteínas, Deleuze y Guattari sostienen que estamos ante “[los] últimos elementos moleculares en el agencement de las máquinas deseantes y de las síntesis del deseo” (p. 345) y se plantea, en alusión a la teoría de Szondi, que esta no logró aprehender “los elementos internos o moleculares del deseo, la naturaleza de sus variedades, agencements y combinaciones maquínicas” (p. 345). Por último, junto con las máquinas deseantes, los elementos maquínicos moleculares y las síntesis, se apela a los agencements para desarrollar la teoría del sexo no humano (p. 350) y, lo que es fundamental, se los incluye (como agencements machiniques) en la definición misma del deseo (p. 352) a la vez que se establece –siguiendo la estela de Lawrence y poniendo las bases del “giro esquizoanalítico”– que el análisis tiene que dejar de lado las relaciones supuestamente humanas para ocuparse, en cambio, “de los agencements machiniques captados en el elemento de su dispersión molecular” (p. 386). Y es a través de las síntesis pasivas, cuya teoría constituye el núcleo de la ontología maquínica deleuzo-guattariana, que puede darse cuenta de cómo es que los objetos parciales “pueden formar máquinas y agencements de máquinas” (p. 388).

2. 2. Kafka

Lo que en el primer tomo de Capitalismo y esquizofrenia se enuncia de forma programática y sin mayor detalle adquiere, en este ensayo, una formidable concreción teórica. Es la enunciación, en principio, la que se torna colectiva en la medida en que ya no es atribuida a un sujeto individual, sino que pasa a ser concebida como el resultado de una composición de fuerzas heterogéneas: quien habla o quien enuncia –como se explicitará luego en “Rizoma”– nunca es uno sino muchos, una multitud (Deleuze & Guattari, 1980, p. 9) o, en cierto modo, una especie o un pueblo que, incluso, podría estar “por venir” (Deleuze & Guattari, 1975, p. 33). Hablar (o callarse, y más aún en términos “literarios”) es siempre, de manera intrínseca, un acto político.

En lo que respecta al tema que nos atañe, la tesis principal no es otra que la de que “[no] hay sujeto, [sino que] solo hay agenciamientos colectivos de enunciación” (p. 33). Y mientras que la reconstrucción cartográfica que realizamos en Anti-Edipo puso de manifiesto la intrínseca conexión de los agencements con la problemática del deseo (abordada en una perspectiva maquínica) y con el desmontaje del individuo en términos de una multiplicidad que se constituye, en cuanto tal, en el plano molecular y en el marco de una procesualidad asubjetiva, lo que apreciamos ahora –a través de la formulación de los rasgos característicos de la literatura menor– es que los agencements “forman máquina” con el “gran coeficiente de desterritorialización” (p. 29) que es propio de aquella y con el hecho de que en ella, además, “todo es político” (p. 30).

Resaltemos especialmente esta cuestión: en Deleuze y Guattari la teoría de los agencements no responde a una motivación epistemológica en sentido clásico (algo que se hará explícito en Mil mesetas) sino a un móvil estético-revolucionario que ve en aquellos una reserva virtual que los convierte en “potencias diabólicas” (p. 33). Así, los pensadores franceses no se proponen fundamentar un corpus científico ya existente ni fundar, tampoco, una “ciencia nueva”. Solo a través de una concepción del agencement que evidencie su carácter “necesariamente múltiple o colectivo” (p. 41) es posible dar cuenta del proceso de metamorfosis como línea de fuga. Por lo demás, lo que opera ya activamente en los cuentos solo puede ser tratado, en sí mismo, en el marco de las novelas (pp. 68-69): son estas, en efecto, las que están en condiciones de abordar el tema que aquellos solo pueden insinuar, a saber, que “la multiplicidad molecular misma tiende a integrarse o a dejar sitio a una máquina o, más bien, a un agenciamiento maquínico cuyas partes son independientes entre sí y no por ello deja de funcionar” (p. 68). La importancia de este pasaje es insoslayable. Aquí se plantea, por primera vez, aunque en una perspectiva “excesivamente” literaria, un rasgo crucial de los agencements que será luego incorporado por DeLanda en su teoría de los ensamblajes, a saber, el carácter “independiente” de las partes que los componen.

Ahora bien, es un hecho que en su Kafka (y a partir de las notas mismas que singularizan al escritor checo) Deleuze y Guattari ponen especial énfasis en los agencements de índole sociopolítica (pp. 70-73) que constituyen, a su juicio, la “materia animada” (p. 72) de su producción novelística. Sin embargo, hay que destacar especialmente que –con inspiración en el propio Kafka (p. 88)– no se interesan nunca en el montaje, sino más bien en el desmontaje de aquellos. Más aún: puede decirse que su escritura está atravesada por esa misma pasión de desmontaje (p. 84) que ellos detectan en la obra kafkiana (p. 85) y que está al servicio tanto de una desactivación postcrítica de las representaciones sociales vigentes como de una “desterritorialización [intrínsecamente política] del mundo” (p. 85). Escribir, escribir literariamente, hacer literatura no es otra cosa que “transcribir como agenciamientos, desmontar los agenciamientos” (p. 86).

Uno de los principales méritos de Kafka consiste en proporcionar una visión de conjunto en lo que respecta a los índices maquínicos, las máquinas abstractas y los agencements. Los primeros operan como signos a través de los cuales es posible vislumbrar esas partes que, siendo independientes, componen un agencement que, sin embargo, se mantiene enigmático: hay una máquina que funciona y, sin embargo, no sabemos muy bien cómo (p. 86). Las segundas, en cambio, se nos presentan como “completamente montadas” (p. 87) pero no funcionan o, si alguna vez lo hicieron, ya no. Donde hay un agencement propiamente dicho, en cambio, ya no tenemos ni meros indicios, por un lado, ni una máquina “muerta” (separada y trascendente), por el otro: la operación kafkiana traza una especie de transversal entre las partes y el todo, de manera tal que aquel “solo vale por el desmontaje que lleva a cabo de la máquina y la representación; y, al funcionar actualmente, solo funciona por y en su propio desmontaje” (p. 88).

Llegamos así a una instancia crucial, en la que se anticipan desarrollos de Mil mesetas que serán, a su vez, de especial interés para DeLanda. Deleuze y Guattari ponen de relieve que Kafka –en vez de proceder a “una crítica social aún codificada y territorial” (p. 89), subordinada a la lógica de la representación– implementa un “método de desmontaje activo” (p. 88) que se plasma “en una descodificación, en una desterritorialización y en la aceleración novelística de dicha descodificación y dicha desterritorialización” (p. 89). Por último, la gran importancia de Kafka consiste en que es aquí donde, en el capítulo final, se nos proporciona la primera definición completa del concepto que aquí nos ocupa; el cual es, a un mismo tiempo, “agencement colectivo de enunciación” y “agencement maquínico de deseo” (p. 145). No se trata en absoluto de dos tipos de agencement sino del desdoblamiento de este en sus dos caras, que responden –desde un nuevo punto de vista– a la tesis formulada en El Anti-Edipo acerca de que lo real se agota en aquello que pertenece a la esfera del deseo, por un lado, y al orden de lo social, por el otro (Deleuze & Guattari, 1972, p. 36).

2. 3. Mil Mesetas

Un tratamiento exhaustivo del concepto de agencement en Mil mesetas se hallaría fuera del alcance de este artículo. Nos limitaremos, entonces, a tratar algunas entradas especialmente relevantes en la meseta inicial, así como algunos puntos clave de “La geología de la moral” especialmente relevantes para una confrontación con DeLanda. Ya en “Rizoma”, Deleuze y Guattari presentan una teoría del libro según la cual este ha de ser considerado como un agencement (p. 10) que, en cuanto tal, “no tiene objeto ni sujeto” (p. 9). Comenzando por el último punto, recusan la figura del autor en la medida en que, bajo su imperio, se pasa por alto “[el] trabajo de las materias [diversamente formadas, que lo constituyen], y la exterioridad de sus relaciones” (p. 9). Se insiste, como puede verse, en la idea de un proceso autoorganizativo o autoconstituyente (que viene “de arrastre”, como hemos visto, ya desde El Anti-Edipo); pero lo que nos interesa ahora poner de relieve es el hecho de que las mencionadas materias –a través de cuyos “movimientos geológicos” (p. 9) se constituye el agencement en cuanto tal– configuran una multiplicidad –la de todo ente en general y, de manera señalada, la del ente-libro que lo postula– cuyos componentes se vinculan mediante relaciones de exterioridad. Esto resulta de gran importancia, ya que se introduce de este modo –y de manera explícita– la que ha de constituir una de las características fundamentales del concepto mínimo de ensamblaje en DeLanda,2 del que nos ocuparemos más adelante.

Pero hay más. Aquí también hallamos el que ha de ser recuperado por DeLanda como uno de los ejes constitutivos del concepto ampliado de ensamblaje, a saber, territorialización/desterritorialización. La afirmación es rotunda: “En un libro, como en cualquier cosa, hay líneas de articulación o de segmentariedad, estratos, territorialidades; pero también líneas de fuga, movimientos de desterritorialización y desestratificación” (pp. 9-10, destacado nuestro). Mientras que en El Anti-Edipo era la economía la que era proyectada a un plano ontológico, como una economía general que procuraba establecer “la identidad de naturaleza entre la economía libidinal y la economía social, planteando en primer lugar la univocidad del concepto de producción en ambos registros económicos” (Sibertin-Blanc, 2015, p. 16), en Mil mesetas es la geología la que ocupa un lugar preeminente –extendiéndose y, en ese mismo movimiento, ontologizándose; es decir, convirtiéndose en la herramienta teórica que permite dar cuenta ya no de una clase determinada de entes, sino de todo ente en general–. El libro que versa sobre los agencements –o, lo que es igual, sobre el hecho de que cualquier cosa que sea puede y ha de ser concebida como una multiplicidad– tiene que ser él mismo un agencement –y, más aún, serlo en un sentido señalado o ejemplar: “No hay diferencia”, afirman, en esta línea, Deleuze y Guattari, “entre aquello de lo que un libro habla y la forma en que está hecho” (1980, p. 10).

Recordemos, en este punto, que en Kafka se había puesto de manifiesto la doble cara del agencement, en su carácter de agencement colectivo de enunciación y agencement maquínico de deseo. Pues bien, en “Rizoma” nos encontramos con una doble operación: una, que “introduce” el primer aspecto en el segundo –“[los] agencements colectivos de enunciación funcionan, en efecto, directamente en los agencements maquínicos, y no es posible establecer un corte radical entre los regímenes de signos y sus objetos” (p. 13)– contribuyendo a ajustar, en cierto modo, la tesis previa; y otra, complementaria de esta, que plantea ahora la doble faz del agencement maquínico así reformulado: por un lado, posee una orientación territorializante “hacia los estratos, que hacen de él sin duda una especie de organismo, o bien una totalidad significante, o bien una determinación atribuible a un sujeto” (p. 10); a la vez que se abre a un proceso desterritorializante o, en otras palabras, “hacia un cuerpo sin órganos que no deja de deshacer el organismo, de hacer que pasen y circulen partículas asignificantes, intensidades puras, y de atribuirse los sujetos a los que solo deja un nombre como huella de una intensidad” (p. 10). De esta manera, cualquier cosa es susceptible de constituir y ser considerada como un agencement –algo que convendrá al proyecto realista de DeLanda, que no se limita a reconocer ensamblajes sociales, sino también naturales–; el cual, ciertamente, no se circunscribe, en la medida en que es o sigue siendo tal, a una configuración fija y estática de elementos (un “territorio” cerrado) ni experimenta tampoco una apertura a través de la cual fugarse por completo, ya que eso equivaldría a deshacer totalmente la trama de conexiones entre sus partes y, por ende, a su destrucción.

Por otra parte, en lo que respecta a la dimensión del objeto, “Rizoma” se mantiene en la línea del Anti-Edipo –que, en materia de deseo, plantea que lo único que cuenta es atender al funcionamiento de las máquinas (1972, p. 129) y no enredarse en interpretaciones (p. 474)– y postula (apelando, una vez más, al carácter ejemplar del ente libro) que no hay “nada que comprender” (1980, p. 10). Solo que ese universo maquínico en el que “todo forma máquinas” (1972, p. 8) y en el que estas proliferan, conectadas unas con otras, como “máquinas de máquinas” (p. 7), se nos presenta ahora bajo la forma de agencements vinculados entre sí (1980, p. 10) o “multiplicidades de multiplicidades que forman un mismo agencement, que se ejercen en el mismo agencement” (p. 47) –y que, en definitiva, se sustraen a todo intento por efectuar una lectura dualista de lo molar y lo molecular (un punto sobre el cual volveremos en el siguiente apartado)–.

Ahora bien, Deleuze y Guattari dejan aquí absolutamente claro lo que ya hallábamos en su Kafka, a saber, que su aproximación a los agencements privilegia la vía literaria (1980, p. 10) –algo que no será precisamente el caso en la assemblage theory de DeLanda– y que, por medio de esta, no solo eludimos la trampa ideológica –de hecho, ideología es, a su juicio, “el más execrable de los conceptos, que oculta todas las máquinas sociales efectivas” (p. 88)– sino que evitamos, asimismo, caer en la cientificidad (p. 33). De esta forma –apartándose, particularmente, del enfoque de Althusser, para quien “la teoría marxista no es ni un dogma ni una ideología idealista sino una ciencia” (Harnecker, 1967, p. 10)–, la concepción deleuzo-guattariana del agencement parecería estar participando de una discusión interna al marxismo,3 buscando una salida a su atolladero teórico, criticándolo en algunos aspectos (1980, pp. 133, 263) y reivindicándolo en otros (pp. 105, 578-579, 613), en tanto que DeLanda procurará dejarlo atrás definitivamente e, incluso, les objetará a los pensadores franceses el haber adherido a él hasta las últimas circunstancias (Ferreyra, p. 251).

Pasemos, ahora, a “La geología de lo moral”. En esta meseta, hallamos una teoría de los estratos que –como observa McNamara (2021), apoyándose en Diferencia y repetición– “permite pensar la diversidad en una serie de articulaciones materiales que configuran una compleja teoría de la espacialidad fenoménica” (p. 75). Pero ¿a qué nos referimos exactamente con “estratos”? Al hablar de ellos, Deleuze y Guattari se refieren, en general, a “capas” o “cinturones” (1980, p. 54) –pero, y aquí se introduce la dificultad– no necesariamente “geológicos” en el sentido acotado del término; por el contrario, es a través de un uso ampliado de este que resulta posible “distinguir aspectos diversos de cualquier espacio empírico, incluyendo la perspectiva física, la biológica y la socio-histórica” (McNamara, 2021, p. 75). Hay, de hecho, toda una amplia gama de estratos; como se hace explícito en la exposición del profesor Challenger, que viene a ser el personaje conceptual en torno al cual gira esta meseta (pp. 72-73): “Se pasaba por alto la inmensa diversidad de los estratos energéticos, fisicoquímicos, geológicos. Se llegaba a los estratos orgánicos, o a la existencia de una gran estratificación orgánica” (Deleuze & Guattari, 1980, p. 55). Podría decirse que, en este último caso, el “problema del estrato” no es otro que “el problema del organismo” (p. 55); o, si se quiere, el de la “organización” de las diferentes formas de vida (p. 17). No obstante, la estratificación está presente en toda multiplicidad (p. 21), “orgánica” o “inorgánica”, y adquiere de esa manera un valor ontológico.

Ahora bien, mientras que un estrato opera siempre como un substrato para otro, la “superficie de estratificación” entre uno y otro constituye, de acuerdo con Deleuze y Guattari, un agencement maquínico (p. 54). Los pensadores franceses distinguen rigurosamente entre estratos, por un lado, y agencements, por el otro. Tanto es así que estos últimos, en cuanto se hallan orientados hacia los primeros, son concebidos como un interestrato; en tanto que, en la medida en que se abren hacia el cuerpo sin órganos, son caracterizados como un metaestrato (p. 54). “Entre” o “más allá de” los estratos, según el punto de vista que se adopte, pero nunca confundidos con ellos: el assemblage delandiano, en cambio, procederá a unificar unos y otros por razones que veremos infra.

Otro aspecto que conviene destacar de esta meseta es el recurso explícito que se hace en ella a los conceptos hjelmslevianos de “contenido” y “expresión”, los cuales: a) se sustraen a toda interpretación dualista en la medida en que hay tanto una forma del contenido como una forma de la expresión (p. 58); b) son, también ellos, objeto de una generalización que les permitirá a Deleuze y Guattari utilizarlos en sentidos no necesariamente “lingüísticos”. Todo el problema reside en que, en Hjelmslev, la presuposición recíproca de expresión y contenido resulta indisociable de la función de signo: no solo esta última implica, cada vez que se da, la presencia de tales funtivos o terminales,4 sino que estos a su vez “jamás aparecen juntos sin que esté presente entre ellos la función de signo” (Hjelmslev, 1971, p. 75, destacado nuestro). Es por eso que DeLanda –para no quedar restringido, como detallaremos en lo que sigue, a temas propios de la semiótica y, con ellos, a los ensamblajes humanos– opta, al introducir el primer eje del concepto ampliado de assemblage, por pronunciarse en términos de un rol material-expresivo.

Sin embargo, Deleuze y Guattari son muy claros al respecto: la grilla conceptual hjelmsleviana5 ni se origina en el plano lingüístico ni se circunscribe a él (1980, p. 58). La suya es, al igual que la de DeLanda, una perspectiva materialista; solo que, mientras que el filósofo mexicano decide situar sin más el aspecto material (en sustitución del contenido) y el aspecto expresivo en un mismo eje, Deleuze y Guattari –inspirados por Hjelmslev– piensan la materia como algo que en sí mismo se halla “por debajo” de dicho plano: de hecho, la definen como “el plano de consistencia o el Cuerpo sin Órganos, es decir, el cuerpo no formado, no estratificado o desestratificado” (p. 58); es decir, como un ámbito en el que solo hay “partículas submoleculares y subatómicas, intensidades puras, singularidades libres prefísicas y previtales” (p. 58). Desde su punto de vista, entonces, el par contenido . expresión, lejos de ponerlo en peligro, consolida el enfoque materialista que se proponían ya en El Anti-Edipo y que se nos ofrece, en Mil mesetas, bajo una nueva luz.

Ahora bien, la gran diferencia que hallamos con respecto a DeLanda no está tanto, entonces, en la índole material del contenido –desde el momento en que este sería el dominio de las “materias formadas” (p. 58), que no se encuentran conceptualmente muy lejos de lo que aquel llama “componentes materiales” (2006, p. 12) o entes no necesariamente lingüísticos susceptibles de expresión–. Amén de toda discusión que podría darse acerca de lo que, en cada modelo, se entiende por “materia”, creemos que la ruptura se produce, más bien, en la postura que adopta cada uno de ellos con respecto a los signos. Según veremos, DeLanda toma distancia del concepto de enunciación.Si bien queda claro que, inspirado en Deleuze y Guattari, él considera que la materia es expresiva, cree necesario poner ciertos recaudos –de ahí también su cuestionamiento del concepto de “contenido”– para que no se proyecte descuidadamente a otros planos lo que es propio de los ensamblajes humanos. Aquellos, por su parte, confían en que la extensión a ámbitos no lingüísticos de la grilla hjelmsleviana se halla en cierta forma habilitada por el propio Hjelmslev y –justamente en la medida en que permitiría dar cuenta inclusode estructuras semióticas asignificantes– puede proporcionar una herramienta decisiva para testear el funcionamiento de todo agencement en cuanto tal (aunque el problema, no obstante, es cómo pensar algo así como un “enunciado” en el marco de un régimen semiótico no-humano).

3. Assemblage en DeLanda

3.1 Rara avis

Manuel DeLanda, filósofo mexicano radicado en Nueva York desde su juventud, alcanzó su importancia actual “a lo largo de una trayectoria profesional muy poco ortodoxa que comenzó con el cine, pasó por un asombroso período de autoformación en filosofía y comenzó a dar sus frutos en 1991 con el primero de sus numerosos e influyentes libros” (Harman, 2015, p. vii). Si bien no podemos en el marco que esta sección abarcar la totalidad de la amplia obra de DeLanda, lo primero que hay que decir es que el propio filósofo concibe su teoría como un desarrollo de la de Deleuze. Su libro Ciencia intensiva y filosofía virtual, publicado originalmente en 2002, se propone como objetivo dar cuenta de su sistematización de Deleuze como una suerte de aclaración para entender los conceptos que él utiliza en su propia filosofía. No es, entonces, un comentador de Deleuze, sino un filósofo extremadamente cercano que se nutre de Deleuze y que reivindica estas herramientas como sus armas fundamentales. Ahora bien, su Ciencia intensiva… no está escrito para cualquiera, sino “para apelar a una audiencia de científicos y filósofos analíticos de la ciencia” (DeLanda, 2024, p. 16). En este sentido, puede parecer, como sostiene el autor, “demasiado angloamericano para los continentales, y demasiado continental para los angloamericanos” (DeLanda, 2024, p. 11). Conviene subrayar esta cuestión de estilo que hace a la manera de pensar peculiar de DeLanda, quien acaso por no haber hecho “carrera académica” desde temprano pudo sortear esa dicotomía que ya no parece revestir mayor interés. El estilo delandiano es completamente diferente del deleuziano: si el pensamiento de Deleuze es una estrella que esparce su luz en todas las direcciones, DeLanda la recibe desde un planeta sistemático y limítrofe con el positivismo, del que se aparta por concederle realidad a los problemas y no solo a las soluciones, esto es, por su compromiso ontológico con lo virtual. Desde un punto de vista metodológico –lo cual es evidentemente sinónimo de “estilístico”–, mientras que Deleuze –más aún junto a Guattari– prolifera a los tumbos y vuelve constantemente a sus conceptos para determinarlos en sucesivos aspectos, DeLanda procede por pasos y definiciones. Así, sostiene que “es importante generar cada nivel mostrando cómo las entidades sociales que le pertenecen emergen por medio de interacciones entre entidades del nivel inmediatamente inferior” (2021, p. 48) –el método denominado bottom-up.

Varios años antes de la aparición del “realismo especulativo”, DeLanda defendía desde la tradición llamada “filosofía continental” una posición declaradamente realista. El autor concibe una ontología como el conjunto de entidades que se está dispuesto a aceptar como reales, y la divide en tres corrientes: idealismo, empirismo y realismo (2024, p. 12). Para el idealismo, la realidad se reduce a representaciones mentales (“la realidad no posee una existencia independiente de la mente humana que lo percibe”); el empirismo no comete el error de negarles realidad a “los objetos de la experiencia cotidiana” como el idealismo, pero no les concede realidad a entes inobservables, a “entidades teóricas”. Finalmente, un realismo como el que él defiende, otorga a la realidad “una completa autonomía de la mente humana, sin tomar en cuenta la diferencia entre lo observable y lo inobservable, y el antropocentrismo que esta distinción implica” (2024, pp. 12-13). Para DeLanda, Deleuze también es realista en este sentido, y tiene razón. No es menos cierto que su concepción del idealismo remite más a una figura de manual que a Hegel, Fichte o Schelling, del mismo modo que su concepción del empirismo remite a un modelo previo al fracaso del proyecto inicial del positivismo de principios del siglo pasado debido a la constatación de la inexorabilidad de la carga teórica de la observación, esto es, a tener que comprometerse de un modo u otro con entidades inobservables. Ahora bien, esta tripartición de la ontología parece indicar el principal eje de su batalla, y repite el doble juego con respecto a su audiencia: DeLanda discute, por un lado, con las lecturas de Deleuze en el marco de la French Theory desde los departamentos de literatura comparada en Estados Unidos y, por el otro –ciertamente con una menor intensidad– con la ingenuidad de un empirismo científico tosco y desactualizado. Sin embargo, lo interesante es que esta demarcación inicial le sirve a DeLanda para construir un proyecto filosófico consistente y especialmente relevante para un ecosistema teórico preocupado por descentrar el antropocentrismo como lo es el actual. En este sentido, no solo no se limita a un ejercicio talmúdico, sino tampoco a debatir extensamente con otras teorías: DeLanda propone una ontología, lo que no es poco.

3. 2 La teoría delandiana de los ensamblajes

Si elegimos este concepto es no solo por ser su traducción del concepto deleuziano(-guattariano) de agencement, sino también porque es el eje articulador de la ontología de DeLanda.6 Ya en su War in the Age of Intelligent Machines (1991), caracteriza un ensamblaje como un todo “que es más que la suma de sus partes” (1991, p. 20) y que da lugar a “propiedades emergentes” (1991, p. 30). Por su parte, en A Thousand Years of Nonlinear History (1997), el concepto da lugar a una historiografía materialista que se ocupa de ensamblajes de ciudades, plantas, especies y personas. El concepto sirve para pensar absolutamente cualquier ente, siempre y cuando sea material. De este modo, la Revolución Industrial puede ser pensada como un ensamblaje de tecnologías e instituciones (1997, p. 20), pero también el surgimiento del ecosistema en cuyo territorio se dio la Revolución Industrial puede descrito a partir de un ensamblaje de liquen y moho (1997, p. 105). Sin embargo, no es sino hasta A New Philosophy of Society: Assemblage Theory and Social Complexity (2006), así como a su continuación, Assemblage Theory (2016), que el mismo adquiere de modo explícito el carácter de meta-concepto vertebral de su propuesta ontológica. Allí, el propio autor remite el concepto a la filosofía deleuziana:

Una teoría de los ensamblajes, y de los procesos que crean y estabilizan su identidad histórica, fue formulada por el filósofo Gilles Deleuze en las últimas décadas del siglo XX. Esta teoría tenía el propósito de aplicarse a una amplia variedad de entidades que pueden ser concebidas como todos hechos de partes heterogéneas. La relación parte-a-todo, esto es, la relación entre un sistema y sus componentes, existe por doquier en la naturaleza, desde los átomos y las moléculas hasta los organismos, las especies y los ecosistemas. Todas estas entidades pueden ser tratadas como ensamblajes producto de procesos históricos –el término “histórico” está usado de manera que incluya la historia cosmológica y la evolutiva, y no solamente la historia humana. La teoría de los ensamblajes puede asimismo ser aplicada a entidades sociales, y el hecho mismo de que pueda traspasar la división entre cultura y naturaleza es evidencia de sus credenciales realistas. (DeLanda, 2021, p. 10)

En primer lugar, cabe destacar que se trata de un “discurso indirecto libre” –concepto acuñado por Deleuze para las operaciones de apropiación creadoras–, es decir, cuando DeLanda repone a Deleuze está hablando –salvando las diferencias que se dedica a aclarar– por sí mismo. En este discurso, la ontología comienza como una mereología. La relación entre todos y partes, en efecto, es “trascendental” –como se decía antaño– en el sentido de poder ser aplicada a cualquier cosa que exista. En una nota al pie no menor para propósitos filológicos, DeLanda aclara dónde se puede encontrar dicha teoría en la obra deleuziana. No remite al Anti-Edipo –que es considerado por DeLanda “su peor libro” (Yehya, 2011) debido al foco en el psicoanálisis y la influencia psicodélica de Guattari– ni tampoco al Kafka –el cual no es siquiera mencionado en la obra delandiana, acaso por su falta de interés en la literatura, o al menos en su aparente inutilidad para construir una ontología realista– sino exclusivamente a Mil mesetas –que prefiere traducir como Mil planicies–. Al interior de dicha obra, el foco ya no está puesto, como en su libro sobre tecnología bélica, en el “Tratado de nomadología”, sino que remite a ciertas secciones de “La geología de la moral”, “Postulados de la lingüística” y “Del ritornelo”, así como a la entrada “Agenciamientos” presente en el compendio final. Según DeLanda, cabría objetar que esos escasos pasajes no constituyen una teoría per se y, sin embargo, “los conceptos usados para especificar las características de los ensamblajes en estas pocas páginas (conceptos como los de ‘expresión’ o ‘territorialización’) han sido ampliamente elaborados en otros textos y están conectados con otros conceptos a lo largo de la obra de Deleuze”, de tal modo que “[t]omando en cuenta la red de ideas dentro de la cual el concepto de ensamblaje realiza sus funciones conceptuales, contamos al menos con los rudimentos de una teoría” (2021, p. 11). En este sentido, el análisis previo resulta pertinente para mostrar algunas de las conexiones principales en sus textos fuente.

El desideratum primordial de su teoría de los ensamblajes es “dar cuenta de la síntesis de las propiedades de un todo que no son reducibles a sus partes” (2021, pp. 11-12). En este sentido, su principal rival son las totalidades hegelianas, con las cuales comparte la irreductibilidad de los todos a las partes, pero no así la dependencia ontológica de los componentes con respecto al todo: en una teoría de los ensamblajes, los componentes mantienen su autonomía en vez de fusionarse en un todo indescomponible. Se trata de una autonomía relativa, puesto que se limita a la capacidad de comportarse de diferentes maneras con distintos entes, lo que puede interpretarse como una diversidad de escorzos fenomenológico pero también como una multiplicidad de mundos divergentes que sin embargo coinciden en un núcleo real.

Podría decirse que el defecto de las totalidades es para DeLanda lo que Deleuze llama, al comienzo del primer capítulo de Diferencia y repetición, “el abismo indiferenciado, la nada negra, el animal indeterminado en el que todo se disuelve” (Deleuze 1968, p. 43). Si las relaciones de exterioridad rompen este maleficio, la presencia del concepto de síntesis echaría por la borda el peligro contrario, esto es, “la nada blanca, la superficie ya tranquila donde flotan las determinaciones no ligadas, como miembros dispersos, cabeza sin cuello, brazos sin hombro, ojos sin frente” (1968, p. 43). La síntesis, en DeLanda, está puesta en uno de sus agregados en nombre propio a la teoría deleuziana, a saber, la recurrencia (relacionada evidentemente con el hábito y la sedimentación). El otro concepto clásico que DeLanda desea reemplazar además del de totalidad es el de esencia, al menos en la medida en que los ensamblajes son temporales y contingentes: “una vez que la existencia de un ensamblaje (inorgánico, orgánico o social) es explicada por un proceso histórico de síntesis, desaparece la necesidad de invocar el esencialismo para dar cuenta de lo perdurable de su identidad” (2021, p. 12). Historizadas, sin embargo, no dejan de insistir en nuestra relativamente fundada pretensión de conocer algo del mundo.

3. 3 El concepto mínimo de ensamblaje

En su Teoría de los ensamblajes…, DeLanda divide su exposición del concepto en un concepto mínimo y uno ampliado. El concepto mínimo es determinado por dos características: propiedades emergentes y relaciones de exterioridad. Puesto que el principal objetivo de dicho libro es introducir el concepto en cuestión en el ámbito de las ciencias sociales, el concepto mínimo debe ser pensado en discusión con dos tendencias que el autor percibe en las mismas, a las que llama microrreduccionismo y macrorreduccionismo. Mientras que la primera consiste en el individualismo metodológico que parte de acciones e individuos aislados y luego compone una sociedad que no resulta más que un mero agregado, el macrorreduccionismo concebiría a las personas como el resultado directo de un todo social, esto es, como entidades completamente determinadas y por ende carentes de agencia. De este modo, el concepto mínimo de ensamblaje permitiría superar ambas formas de reduccionismo, puesto que, mientras que las propiedades emergentes de un todo bloquean el microrreduccionismo (la nada blanca), las relaciones de exterioridad entre las partes bloquean el macrorreduccionismo (la nada negra).

No es menor que el concepto de relaciones de exterioridad no esté presente solo –como indicamos anteriormente– en “Rizoma”, sino que provenga ya de Empirismo y subjetividad (1953, pp. 65, 109, 113), el primer libro publicado por Deleuze dedicado a Hume. Lo que le interesa al autor mexicano de dicho concepto es que los componentes de un ensamblaje puedan mantener su identidad aun cambiando de ensamblaje, esto es, que su singularidad no dependa de las relaciones que mantiene. El peligro de un atomismo implicado por las relaciones de exterioridad se ve menguado por su complemento, el concepto de propiedad emergente, definida como “una propiedad de un todo que es producida por interacciones causales entre sus partes” (2021, p. 18). DeLanda señala con atino la ausencia de dicho concepto, al menos de un modo explícito, en la obra deleuziana: “Deleuze no usa el concepto de lo emergente para explicar por qué un ensamblaje no es reducible a sus partes, pero es poco plausible que él hubiera aceptado esa reducibilidad”, y admite que “[l]a falta de un concepto explícito para bloquear el microrreduccionismo hace que la interpretación que damos sea especulativa” (2021, pp. 18-19; cf. 2016, pp. 143). El autor toma de Roy Bhaskar (1997) la idea de que, “aunque es la interacción entre las partes la que produce y reproduce a un todo con propiedades emergentes, una vez que ha emergido el todo puede afectar a sus partes” (2021, p. 51), de ahí que los todos emergentes sean reales debido a su capacidad de actuar sobre sus componentes. Esta concepción no solo resulta coherente con la filosofía deleuziana, sino que parece agregar un importante componente explicativo.

3. 4 Concepto ampliado de ensamblaje

En cuanto al concepto ampliado, DeLanda agrega dos recursos conceptuales para explicar el cambio, a los que llama dimensiones o ejes de variabilidad: (1) en primer lugar, el eje material-expresivo y, (2) en segundo lugar, el eje territorialización-desterritorialización. Ambos ejes son relativos tanto en el sentido de graduales –es decir, todo componente posee un grado de cada polo de ambos ejes– como en el sentido de variables –esto es, un mismo componente puede desempeñar un rol en un ensamblaje y otro en uno distinto–. En cuanto al primer eje, DeLanda aclara en nota al pie que “Deleuze y Guattari usan una terminología distinta”, puesto que, “en vez de hablar de roles ‘materiales’ y ‘expresivos’ para los componentes, ellos hablan de segmentos de ‘contenido’ y ‘expresión’” (2021, p. 20). El autor subraya que, si evita esta terminología, es “porque puede hacer pensar al lector que estamos considerando aquí cuestiones lingüísticas” (2021, p. 20). Este parece ser, en efecto, el principal diferendo con el pensamiento deleuzo-guattariano: la filosofía delandiana de los ensamblajes pretende ser inequívocamente materialista de un modo que cualquier teoría que discuta con Freud o con Hjelmslev pero que los tome como punto de partida no podría serlo jamás. En este fuerte rechazo a los excesos del giro lingüístico, DeLanda es ciertamente uno de los pioneros y exponentes de las tendencias actuales que Biset (2022) ha llamado “escena postextual de la teoría”.

Un problema similar aparece con el segundo eje o dimensión. Todo componente participa de procesos que tienden a estabilizar y a desestabilizar la identidad de un ensamblaje. Siguiendo la terminología deleuziana, DeLanda denomina territorialización y desterritorialización a estos respectivos polos. Mientras que el polo territorialización estabiliza la identidad de un ensamblaje e incrementa “su grado de homogeneidad interna, el grado de agudeza de sus bordes o lo fijo de su función” (2021, p. 20), el polo contrario desestabiliza la identidad de un ensamblaje y puede impulsar su transformación hasta terminar dando como resultado un ensamblaje distinto. Ahora bien, en nota al pie, DeLanda remite a una página de Mil mesetas en la que podemos encontrar el siguiente fragmento clave:

Según un primer eje, horizontal, un agenciamiento incluye dos segmentos, uno de contenido, otro de expresión. Por un lado es agenciamiento maquínico de cuerpos, de acciones y de pasiones, mezcla de cuerpos que actúan unos sobre otros; por el otro, agenciamiento colectivo de enunciación, de actos y de enunciados, transformaciones incorporales que se atribuyen a los cuerpos. Pero, según un eje vertical orientado, el agenciamiento tiene por un lado lados territoriales o reterritorializados, que lo estabilizan y, por el otro, puntas de desterritorialización que lo arrastran. (Deleuze y Guattari, 1980, p. 112)

Al respecto, comenta DeLanda:

Los autores dan en esta página la definición oficial de ensamblaje en términos de los dos ejes de variación que discutimos. El problema es que la definición está dada como si los ensamblajes fueran solo sociales: los segmentos materiales son ilustrados con cuerpos biológicos y los expresivos son agrupados en un “ensamblaje colectivo de enunciación”. Esta caracterización no se puede utilizar para ensamblajes no humanos (a menos que cambiemos el sentido de la palabra “enunciación”). (2021, pp. 20-21)

Como vemos, la tensión se juega nuevamente en relación con el lenguaje. En efecto, es el concepto de agencement colectivo de enunciación el que le resulta problemático a DeLanda, en tanto que se puede aplicar a ensamblajes humanos pero, sin forzar excesivamente el sentido de “enunciación”, no resulta aplicable a ensamblajes no-humanos. De este modo, queda puesta de relieve la imbricación entre el materialismo y el realismo propuestos por DeLanda con el desplazamiento del antropocentrismo declarado más arriba. El proyecto delandiano se acerca en este sentido mucho más a concepciones actuales de lo real como constitutivamente semiótico-material al modo de Haraway o Latour que a las discusiones de los sesenta y setenta atravesadas por el estructuralismo.

Los componentes materiales del primer eje pueden consistir en un cuerpo biológico en el caso del ensamblaje-persona, en “un conjunto de personas orientadas (física y psicológicamente) unas hacia otras” (2021, p. 21) en el caso de un ensamblaje efímero como una conversación cara a cara, o en el conjunto formado por una construcción edilicia, cuerpos humanos y circulación de energía, alimentos y máquinas, en el caso de una institución o una empresa. Ahora bien, elucidar el rol expresivo “requiere de mayor elaboración, debido a que, en la teoría de los ensamblajes, la expresividad no puede ser reducida al lenguaje” (2021, p. 21). A la hora de pensar ensamblajes sociales, pueden concebirse como componentes expresivos el contenido de la charla y formas de expresión corporal en el caso de una conversación, expresiones de solidaridad verbales o no verbales en el caso de una comunidad, o expresiones de legitimidad de la autoridad en el caso de organizaciones y gobiernos. Sin embargo, uno de los puntos más interesantes de la teoría delandiana es su modo de concebir la existencia como intrínsecamente expresiva: todo lo que es expresa su identidad, sea esta captada o no. En una filosofía realista, sostiene, “toda entidad material o energética es capaz de expresar su identidad” (2021, p. 23). Dejando de lado los casos particulares del lenguaje y el código genético en tanto formas especializadas de expresión, DeLanda ofrece dos ejemplos sumamente sugerentes: el de los espectrogramas y el de las huellas digitales. Vale la pena leer al propio autor con respecto a los primeros:

Cuando un átomo interactúa con la luz, por ejemplo, su estructura interna crea patrones en la radiación al absorber selectivamente algunas de sus longitudes de onda. En fotografía, este patrón aparece como un arreglo espacial de bandas de luz y oscuridad (un espectrograma) que está correlacionado de modo único con la identidad de la sustancia química a la que pertenece el átomo. En otras palabras, el patrón de absorción expresa la identidad de las sustancias químicas, y esta información puede ser usada en campos como la astrofísica para identificar elementos químicos presentes en fenómenos del ámbito celeste. Los ensamblajes atómicos, entonces, son capaces de emitir signos, pero estos no juegan un papel funcional: en ausencia de astrofísicos (u otros usuarios del espectrograma), los patrones de absorción no cumplen ninguna función. (2021, p. 23)

Algo similar sucede con las huellas digitales: expresan, siempre, la identidad corporal de un determinado ser humano, aun cuando, en ausencia de técnicas de interpretación como la desarrollada por Bertillon y Vucetich, así como de una organización capaz de ponerlas en práctica, dichas expresiones permanezcan inaudibles. Este es uno de los puntos más atractivos de la filosofía delandiana, y parece traducir la intuición deleuziana sobre Spinoza que articula su tesis complementaria: el universo está llenos de gritos y susurros, sean oídos o no. El realismo delandiano adquiere así una potencia que queda relegada a un segundo lugar cuando se embarca en querellas –a veces justificadas, otras con cierta precipitación– contra el idealismo, el lingüisticismo y el constructivismo social.

Si bien estas dos dimensiones o ejes de variación son atribuidas por el autor a Deleuze, DeLanda agrega una tercera que considera ausente en su predecesor: la recurrencia, que permite dar cuenta de los procesos de codificación y descodificación llevados a cabo por los genes y las palabras en tanto que medios expresivos especializados:

Esta adición nos permitirá hacer uso de un solo término en vez de dos, ensamblajes y estratos, lo que simplificará la presentación. Los procesos de territorialización y de codificación deben ser concebidos como recurrentes, lo que implica que su repetición variable lleva a la síntesis de poblaciones enteras de ensamblajes, en las cuales hay una distribución estadística de la variación. Finalmente, dentro de estas poblaciones se dan procesos de territorialización y de codificación en los que algunos de los miembros de la población original pasan a convertirse en componentes de ensamblajes de mayor escala. (2021, p. 30)

La consideración especial que merecen genes y palabras en la teoría delandiana se relaciona, precisamente, con su otro gran agregado, el arriba mentado concepto de emergencia. En efecto, como veremos a continuación, el surgimiento de la vida orgánica sobre la Tierra y, luego, del lenguaje oral, son dos hitos históricos que producen nuevos tipos de todos con características irreductibles a sus partes. Por otra parte, la noción de recurrencia viene a recoger la función sintética de la repetición en Deleuze, aunque ahora se trate de estados recurrentes y puntos de bifurcación en el diagrama de un ensamblaje más que de la estructura de la temporalidad y de sus modos de existencia.

3. 5 Codificación: seres vivos y lenguaje

Otro punto que merece atención en la cita previa es la unificación operada por el concepto de assemblage de dos conceptos deleuzo-guattarianos distintos, agencement y strate. Según DeLanda, “en su versión original, la definición de ensamblaje involucra solamente el concepto de territorialización, no el de codificación”, el cual entraría en la definición de los estratos, de tal manera que “[l]os ensamblajes nacen en los estratos, pero resultan de una descodificación de estos” (2021, p. 30). En otras palabras, “assemblage” reúne, en la terminología delandiana, tanto agenciamientos como estratos y, mientras que los primeros surgirían de la territorialización, los segundos surgirían de la codificación. La razón de esta unificación conceptual resulta más evidente en Assemblage Theory, donde sostiene que

Deleuze y Guattari tienden a utilizar una serie de oposiciones: árbol/rizoma, estriado/liso, molar/molecular y estrato/ensamblaje. Pero nos recuerdan constantemente que los opuestos pueden transformarse unos en otros. En particular, los tipos de conjuntos designados como “ensamblajes” pueden obtenerse a partir de estratos mediante una operación de descodificación. Pero si uno de los miembros de estas dicotomías puede transformarse en el otro, entonces las oposiciones pueden sustituirse por un único término parametrizado capaz de existir en dos estados diferentes. Así se obtiene una versión diferente del concepto de ensamblaje, un concepto con perillas [knobs] que pueden ajustarse a distintos valores para obtener estratos o ensamblajes (en el sentido original). (2016, p. 3)

Es así que esta modulación conceptual, posibilitada por la introducción de una variable –lo que DeLanda llama “perillas”–, permitiría no solo simplificar la terminología dejando de lado los estratos, sino, fundamentalmente, deshacerse de las dualidades características de ciertos momentos del pensamiento deleuzo-guattariano. En este sentido, DeLanda parece ciertamente fiel al espíritu deleuziano, creando un operador conceptual que permite pensar de manera no dicotómica. Nada es totalmente molar ni totalmente molecular, o, si lo es en algún momento de su trayectoria, nada impide que su grado de descodificación aumente o disminuya en su relación con otros componentes o con otros ensamblajes hasta devenir el polo opuesto. Un árbol puede rizomatizarse al establecer una relación simbiótica entre sus raíces y hongos subterráneos, es decir, creando micorriza y, a través de ella, redes de conexiones con un bosque entero. Por el otro lado, una asamblea horizontal y democrática puede devenir autoritaria y centralizada, y los soviets pueden terminar en Stalin. La modificación introducida por DeLanda nos permite pensar que no se trata allí de una diferencia de naturaleza entre dos tipos de entes –lo cual, por momentos, acerca peligrosamente el deleuzianismo a un dualismo no provisorio–, sino de una diferencia intensiva con efectos cualitativos o, en términos de la teoría de sistemas dinámicos utilizada por DeLanda, de diferentes fases de un ensamblaje.

Sin embargo, un posible problema de esta unificación conceptual radica en la diferencia entre desterritorialización y descodificación. Si es cierto, como citamos más arriba, que un ensamblaje surge de la descodificación de un estrato, nos encontraríamos solamente con ensamblajes orgánicos o lingüísticos. Ello se debe a que, en la concepción delandiana, la codificación es un proceso que se aplica exclusivamente a ciertos componentes especializados cuya historia es, en términos de la historia del universo, relativamente reciente: en efecto, la codificación aparecería por primera vez con los cromosomas (2016, p. 22) y, por segunda vez, con el surgimiento del lenguaje humano:

Deleuze narra la historia de cómo expresiones espontáneas se volvieron sistemáticas cuando dos umbrales críticos en la historia del planeta fueron atravesados. El primer umbral fue la emergencia del código genético, que marca el punto en el cual los patrones de información cesaron de depender de la estructura tridimensional de una entidad (como la del átomo) para volverse una estructura unidimensional por separado: una larga cadena de ácidos nucleicos que contienen las instrucciones para ensamblar proteínas. Él considera esta substracción de dos dimensiones espaciales como una gran desterritorialización. El segundo umbral lo marca la emergencia del lenguaje oral, que lleva más allá esta desterritorialización, desligando completamente a las palabras del espacio, y volviéndolas cadenas lineares en el tiempo. Esta linealidad temporal es lo que les proporciona a las palabras su mayor autonomía con respecto de su medio de transporte material. Estas dos líneas expresivas especializadas deben ser consideradas ensamblajes por su propio derecho, exhibiendo la misma relación de parte-a-todo: los genes están conformados de secuencias de nucleótidos y son parte componente de los cromosomas; las palabras están hechas de secuencias lineales de sonidos y son componentes de las oraciones. (2021, p. 24)

En estos casos, a la primera articulación llevada a cabo por la territorialización se le suma una segunda articulación operada por la codificación. Tomemos, siguiendo al autor, un ejemplo biológico y uno social. En plantas y animales, la primera articulación “recorta en el espacio de los elementos químicos un territorio formado por algunos de ellos: carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno y sulfuro”, mientras que la segunda “proporciona las instrucciones requeridas para poder ensamblar estos elementos en proteínas y enzimas” (2021, p. 25). En una organización institucional, la territorialización selecciona tanto humanos como no humanos requeridos para el objetivo dado (tanto empleados cualificados para la tarea, como materiales y tecnologías necesarios). La codificación, por su parte, “cementa la autoridad asociada a ciertos roles por medio de narrativas que establecen los orígenes sagrados de la legitimidad, o por medio de constituciones escritas que especifican la misión de la organización y los derechos y obligaciones de los empleados” (2021, p. 25).

Sin embargo, múltiples ensamblajes sociales y biológicos existen en estados desterritorializados o descodificados. El ejemplo biológico utilizado por DeLanda para un organismo descodificado es “el comportamiento animal cuando este ya no es programado rígidamente por los genes y empieza a ser generado por el aprendizaje basado en la experiencia”, lo cual lleva “no solo a respuestas más flexibles, sino también a nuevos ensamblajes” (2021, p. 26). En cuanto a la descodificación de un ensamblaje social, podemos pensar en la reunión de fin de año de un grupo de trabajo, en la cual las reglas que rigen su funcionamiento habitual se relajan, los roles se debilitan y los discursos pueden volverse caóticos.

Existen varios puntos a señalar a este respecto en cuanto a la diferencia entre el planteo delandiano y el deleuzo-guattariano. En primer lugar, no se trata solo de que agenciamientos y estratos sean para Deleuze y Guattari conceptos diferentes, sino de que el orden de las articulaciones parece ser el inverso al planteado por DeLanda: en efecto, los agenciamientos se hacen “en los estratos” (Deleuze y Guattari, 1980, p. 629), en las zonas descodificadas de los milieux. En segundo lugar, es preciso aclarar que, si bien el término “doble articulación” es utilizado en Mil mesetas, su sentido no debe confundirse con el que le otorga DeLanda, puesto que allí la misma no mienta la territorialización y la codificación, sino la doble relación que se establece entre formas y sustancias al interior del proceso de codificación –la “doble pinza” o double bind– (Deleuze y Guattari 1980, pp. 54-55).7 En tercer lugar, Deleuze y Guattari distinguen a grandes rasgos, siguiendo parcialmente a Simondon, no dos sino tres órdenes de estratos: “físico-químico, orgánico, antropomórfico (o ‘aloplástico’)” (1980, p. 627). La existencia de una codificación físico-química no es un dato menor, puesto que implica nuevamente que la codificación no es para los autores franceses un proceso secundario que se monta sobre una territorialización previa, sino que la materia inorgánica ya se encuentra codificada. En cuarto lugar, si para DeLanda la descodificación que da lugar a los ensamblajes se refiere a un debilitamiento de la segunda articulación (2021, p. 26), pero no así de la primera, no quedaría claro cómo puede haber ensamblajes previamente al surgimiento de la vida o al cruce del primer umbral. En este sentido, cabe señalar por último que, mientras que DeLanda parece entender la vida en el sentido biológico –vida equivale a vida orgánica–, para Deleuze y Guattari “los estratos orgánicos no agotan la Vida”, sino que “el organismo es más bien lo que la Vida se opone para limitarse, y hay una Vida tanto más intensa, tanto más potente, en cuanto que es inorgánica” (Deleuze y Guattari, 1980, p. 628). Este concepto de Vida –sin duda una de las llaves maestras de la filosofía deleuziana– parece estar ausente en DeLanda, lo cual se traduce asimismo en su concepción siempre relativa pero nunca absoluta de la desterritorialización.

4. Transformados en la traducción

El concepto de agencement, como hemos visto, va modificándose y complejizándose a lo largo de la obra de Deleuze y Guattari. Aunque de uso genérico e indeterminado, casi indiferenciable de “acoplamiento” o “conexión”, ya en El Anti-Edipo va contribuyendo a una destitución de las categorías de sujeto y objeto. El agenciarse, como proceso asubjetivo, se acota en esta obra a la dimensión molecular (signada por la esquizofrenia) a la vez que se contrapone a la organización molar (caracterizada por la paranoia). A continuación, en Kafka, hemos visto que se procede a “dar forma” a lo que antes era una multiplicidad molecular en términos de un agencement que, ya rigurosamente definido, funciona sobre la base (y no a pesar) de la independencia que hay entre sus partes. El tratamiento del concepto que nos ocupa es aquí netamente literario, en tanto que pieza clave de la literatura menor. En Mil mesetas, por último, se hace énfasis en su doble orientación –territorializante y desterritorializante– al mismo tiempo que se destaca el hecho de que el agencement es, ante todo, territorial, en un sentido que atraviesa tanto lo “orgánico” como lo “inorgánico”.

Por su parte, el concepto delandiano de assemblage logra recoger las virtudes de la relación entre lo molar y lo molecular difuminando en cierta medida el dualismo que podría seguirse de ella. Del mismo modo, logra hacer palidecer el dualismo entre naturaleza y sociedad de un modo habilidoso, puesto que, sin desechar completamente las especificidades conceptuales que ciertos tipos de ensamblajes puedan tener, el concepto ontológico fundamental pasa a ser uno solo. Esta univocidad ontológica de los ensamblajes va de la mano con la multiplicidad de modos de existencia a la que está abierta. Esto no significa, desde luego, que recoja todos los posibles matices de dicho concepto, ni que agote sus potenciales creadores.

Si bien podría objetarse que DeLanda a veces parece confundir singularidad con individualidad –en la medida en que los ensamblajes son considerados individuos, pero son también “singulares” (2021, p. 42)–, el autor distingue explícitamente el carácter ontológico del ensamblaje en tanto individuo del de las singularidades virtuales que constituyen su diagrama. En cuanto al peligro de subordinar la filosofía a la ciencia, se podría apelar al proyecto deleuziano –retomado tanto de Bergson como de Whitehead– de crear una filosofía a la altura de las ciencias de su época. ¿Esto significa que la filosofía sea ancilla scientiae (esclava de la ciencia)? En absoluto, puesto que DeLanda estipula un rol importante para la filosofía. El modo en que lee, con sus propias claves de lectura, el concepto de agencement en Deleuze y crea una desde ahí una ontología de los ensamblajes es prueba de ello.

Bibliografía

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Notas

1 Al respecto, véase Phillips, 2006.
2 En cuanto a la otra, a saber, la de las propiedades emergentes, no está abordada de manera clara y sistemática por Deleuze y Guattari. Sin embargo, se ha señalado oportunamente que es posible concebir el orden psíquico o la esfera de lo psicológico como “emergente” ya en El Anti-Edipo (Spinelli, 2022, pp. 274, 282); y ciertos pasajes de Mil mesetas, además (pp. 82, 182, 387, 388, 395, 396 y 412) introducen el concepto de emergencia en relación con el arte y con el surgimiento de cualidades expresivas, pero sin desarrollarlo de un modo específico y exhaustivo.
3 Es significativa, en este sentido, la remisión a Marx más allá de Marx, de A. Negri (1980, p. 586).
4 Para una explicación sucinta pero satisfactoria de los conceptos de función y funtivo, puede consultarse Gil (2001, pp. 73-74).
5 Que, además de contenido y expresión, incluye las nociones tanto de forma y sustancia como de materia (Deleuze & Guattari, 1980, p. 58).
6 En su reconstrucción de la filosofía deleuziana en cuanto tal, parecería ser el concepto de “multiplicidad” el que cumple este rol; ahora bien, DeLanda le atribuye a dicho concepto caracteres que también atribuirá a los assemblages (cf. 2024, pp. 19-68). Por otra parte, aclara que cuando Deleuze utiliza el término “Idea” no se refiere a otra cosa (2024, p. 25). El propio DeLanda, como es de esperar a partir de su cruzada contra el idealismo, no utiliza dicha palabra, y declara que ambos términos resultan desorientadores (2016, p. 121). Lo que Deleuze llama “multiplicidad” o “Idea”, sin embargo, no coincide exactamente con el assemblage delandiano, sino solo con un aspecto del mismo, al que denomina “diagrama virtual” (2016, p. 122) –y que no es otra cosa que lo que Deleuze, en 1968, llamaba “Idea” –. En este sentido, aunque sin usar el término, DeLanda toma la ontología deleuziana de la Idea y de los dinamismos espacio-temporales que la actualizan tal como es expuesta en los capítulos cuarto y quinto de Diferencia y repetición casi sin modificaciones (como puede comprobarse en DeLanda 2016, pp. 108-164).
7 “La primera articulación seleccionaría o tomaría unidades moleculares o cuasi-moleculares metaestables (sustancias) de los flujos de partículas inestables, y les impondría un orden estadístico de enlaces y sucesiones (formas). La segunda articulación establecería estructuras (formas) estables, compactas y funcionales y constituiría los compuestos molares donde estas estructuras se actualizan al mismo tiempo (sustancias).” (Deleuze y Guattari, 1980, p. 55)

Notas de autor

* Pablo Pachilla es Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y la Université Paris 8, investigador de CONICET y docente en la UBA y la Universidad del Cine. Dirige el proyecto “Debates actuales en torno al posnaturalismo” (PICT-Agencia), cuyo grupo de investigación publicó recientemente POSNATURALISMOS (RAGIF, 2023). Es autor de La rupture du sens commun (L’Harmattan, 2020).
** Juan Manuel Spinelli es becario doctoral CONICET-UM. Es autor de Fragmentos de sentido, alienación y utopía (CELAPEC-UAZ, 2023). Integra los proyectos “Debates actuales en torno al posnaturalismo” (bajo la dirección del Dr. Pablo Pachilla) y “Tiempo, pensamiento e inconsciente” (PICT-UM, bajo la dirección del Dr. Guido Fernández Parmo).
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