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PAULA BRUNO, ALEXANDRA PITA, MARINA ALVARADO, Embajadoras culturales. Mujeres latino-americanas y vida diplomática, 1860-1960, Rosario, Prohistoria, 2021, 168 pp.
Temas de historia argentina y americana, vol. 1, núm. 30, pp. 81-86, 2022
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires

Estudios y reseñas bibliográficas

Temas de historia argentina y americana
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN-e: 2618-1924
Periodicidad: Semestral
vol. 1, núm. 30, 2022


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Bruno Paula, Pita Alexandra, Alvarado Marina. Embajadoras culturales. Mujeres latino-americanas y vida diplomática, 1860-1960. 2021. Rosario. Prohistoria. 168pp.

La obra Embajadoras Culturales: Mujeres latinoamericanas y vida diplomática, 1860-1960 trata sobre las acciones de mujeres que protagonizaron el diseño de la diplomacia latinoamericana entre los siglos XIX y XX. Se estudian nueve trayectorias individuales que en ocasiones configuran redes que tuvieron peso en proyectos políticos e intelectuales. Es un enfoque que contempla las (re)formulaciones clásicas sobre la nueva historia política[1], la nueva historia diplomática[2] y la visibilidad de la mujer en la historia[3], además de pensar en las relaciones entre lo nacional y lo internacional. De esta manera, nociones como red, vida cultural y política se conectan en una narrativa que permite pensar las diferentes formas de actuación de las mujeres dentro de los estados nacionales (en relación a los ministerios de relaciones exteriores y al servicio exterior) y en los proyectos con dimensiones internacionales (como la Unión Panamericana o la Sociedad de Naciones).

El libro cuenta con un estudio preliminar, a cargo de Paula Bruno, y está dividido en tres partes. En la primera parte, escrita por la misma Bruno, se analizan las trayectorias intelectuales de tres mujeres: Eduarda Mansilla, Guillermina Oliveira Cézar y Ángela Oliveira Cézar. Eduarda Mansilla estuvo durante décadas atravesada por la vida diplomática, lo que significó para ella estar alejada de su familia, tener hijos nacidos en otros países y hacer frecuentes cambios de residencia. Fue retratada en la prensa de su país y en la del extranjero como la “esposa de” Manuel Rafael García Aguirre, un jurista al servicio de las relaciones internacionales. Sus viajes y estadías internacionales permitieron percibir cuán difusas eran las representaciones que existían sobre América Latina, Estados Unidos y Europa. A lo largo de su trayectoria notó las sutilezas de la diplomacia y practicó distintos protocolos y rituales diplomáticos. Durante una de sus largas estancias en París, fue reconocida por su talento literario, al publica La vie dans les Pampas, donde retrató “cómo se vivía en su país natal de una manera desgarrada y sin eludir las dinámicas violentas que allí se desplegaba”[4].

Si en Mansilla el conocimiento vinculado a las salonières fue entendido por clave para desenvolverse con éxito en la diplomacia, en el análisis de la trayectoria de Guillermina Oliveira Cézar puede verse de qué manera la prensa de la época reconoció su papel como el partner de su compañero, el ministro plenipotenciario Eduardo Wilde. Ambos cumplieron un rol en la celebración de instancias de confraternización y sociabilidad, en tanto espacios que operaban como antesalas de la diplomacia. Guillermina siguió el ascenso diplomático de Wilde como ministro plenipotenciario en los Estados Unidos y México, luego en Bélgica y España. Tras la muerte de Eduardo Wilde en 1913, participó en los Congresos Internacionales de Mujeres y en la creación del Consejo Nacional de Mujeres de Sudamérica. Durante los años veinte desplegó proyectos de acción social y educación al gobierno argentino, lo que demuestra que fue una mujer que impulsó la carrera de su marido y, posteriormente, diseñó una propia.

De las tres primeras mujeres analizadas, Ángela Oliveira Cézar tuvo la trayectoria más destacada, ya que no estaba reconocida oficialmente para encarar negociaciones consulares o diplomáticas, aunque tenía parientes influyentes, como el propio Eduardo Wilde. En este terreno comenzó a desplegar acciones cuando le propuso al entonces presidente argentino Julio A. Roca crear un monumento a Cristo en el límite de Chile y Argentina -conocido como el Cristo Redentor de los Andes-. Luego de la inauguración, el monumento comenzó a interpretarse dentro de las relaciones internacionales como un símbolo de confraternidad americana y panamericanismo. El proyecto también fue propuesto por figuras del catolicismo argentino, como San Juan de Cuyo, pero eso no impidió que el objeto fuera leído como un símbolo de fraternidad y pacifismo americano. Ángela Oliveira Cézar construyó su legitimidad como pacifista apoyada en la Asociación Sudamericana por la Paz Universal, que fundó. Se poyó en recursos propios para producir materiales para ser distribuidos a las autoridades transnacionales. Sus acciones sirvieron de ejemplo entre los países americanos, siendo nominada en 1911 al Premio Nobel de la Paz.

La segunda parte del libro está escrita por Marina Alvarado, quien analiza las trayectorias de Carmen Bascuñán Valledor, Emilia Herrera y Martínez y Amanda Labarca. Carmen Bascuñán Valledor fue una mujer chilena muy poco estudiada. Estuvo casada con Alberto Blest Ghana, diplomático y autor de novelas. Todo indica que tuvo una educación escolar dentro de los parámetros esperados para una mujer que se casaba con un hombre de letras y entrenado en la vida diplomática. Dadas estas circunstancias analizadas, la autora considera la posibilidad de que Carmen haya sido una escritora en las sombras de alguna de las piezas literarias de Blest Ghana, dado que “abordan con especial detalle temas de índole social -bailes, encuentros sociales, costumbres, comportamientos públicos y privados de los/as ciudadanos/as-, y psicológicos de los personajes femeninos”[5].

Emilia Herrera y Martínez es la segunda mujer analizada en esta parte del libro. La misma jugó un papel importante en la recepción de la generación argentina de 1837 que, como escribió José Alves Freitas Neto, tuvo un papel fundamental en la redefinición de los proyectos políticos argentinos luego del gobierno de Juan Manuel Rosas[6]. Emilia Herrera fue un personaje clave en el acogimiento de los políticos argentinos en el exilio, siendo su casa frecuentada hasta el final del rosismo por ellos. Tuvo también un rol de mediadora en las escaladas militares entre Argentina y Chile a fines del siglo XIX, dada su antigua relación con intelectuales como Sarmiento, Alberdi, Mitre y Gutiérrez. En esta fase del libro, empiezan a vislumbrase algunas redes amicales e intelectuales de mujeres. Constatadas, por ejemplo, a través del contacto de Emilia Herrera con Ángela Oliveira Cézar (analizada por Bruno) y de Amanda Labarca con Gabriela Mistral (analizada por Pita). Amanda Labarca es la figura que cierra la segunda parte del libro. Ella fue la primera profesora en ocupar una cátedra universitaria en América Latina, a fines de la década de 1920, y actuó en la implementación de convenios de intercambio de estudiantes entre Chile y Colombia. Es la figura que mejor representó los tiempos de cambio entre los siglos XIX y XX, ya no siendo la mujer de los salones ni la “esposa de” alguien, sino ocupando espacios hasta entonces reservados a los hombres.

La tercera parte del libro está escrita por Alexandra Pita y se centra en las trayectorias de Concha Romero, Gabriela Mistral y Palma Guillén. En esta parte, las acciones individuales se ven entrelazadas en redes que se conectan de diferentes formas a lo largo del tiempo y según la aparición de nuevos actores. Concha Romero fue una mujer mexicana que se mudó a los Estados Unidos a una edad temprana; allí estudió temas relacionados con América Latina en la Universidad de Columbia. En la década de 1920, las organizaciones de mujeres, como el Congreso Panamericano de Mulheres, de 1922, comenzaron a mostrar mayor organización y en el libro se ve cómo perfiles como el de Concha Romero comenzaron a ganar espacio. Gabriela Mistral, de origen chileno, se trasladó a México inicialmente para realizar servicios intelectuales financiados por su país, en 1922. En la narrativa sobre Mistral que ofrece Pita se conectan otros puntos de la red, como Palma Guillén, ambas trabajaron a la par cumpliendo funciones para el gobierno mexicano en el desarrollo de proyectos de educación rural. Años después, Mistral invitó a Guillén a trabajar juntos en el Instituto Internacional para la Cooperación Intelectual, con sede en París, pero vinculado a la Sociedad de Naciones. Establecieron desde allí conexiones con otras redes conformadas por figuras como Alfonso Reyes y Paul Valéry. Fue a través de la Unión Panamericana que las acciones de Mistral se conectaron con las de Concha Romero quien, a su vez, tuvo buenas relaciones con Leo S. Rowe, director de la Unión Panamericana entre 1920 y 1946.

Las nueve trayectorias expuestas por las autoras abren caminos para la investigación en campos como la historia intelectual, la historia política, las relaciones internacionales, los estudios culturales y de género. Es relevante notar cómo las relaciones internacionales diseñadas en el siglo XIX quedaron a merced de representaciones difundidas en otros países, especialmente del norte y cómo en ocasiones se construyeron miradas sobre América del Sur a través de relatos de viajeros[7]. Las figuras diplomáticas abrieron un nuevo capítulo en esta construcción de relaciones y relaciones, de ahí la importancia de pensar las dimensiones culturales como una dimensión clave de las Relaciones Internacionales[8], que produjo significados y formas de organización en los últimos doscientos años en las Américas. Las mujeres jugaron un papel clave en el desarrollo de estas representaciones en la diplomacia y las relaciones internacionales, como muestra el libro.

Los argumentos presentados por las autoras ofrecen información para pensar los intercambios políticos y culturales entre los países latinoamericanos desde el siglo XIX y analizar cómo se intensificaron a principios del siglo XX. Se pueden detectar interacciones a diferentes ritmos y tiempos para cada país y circunstancia[9]. Los países sudamericanos buscaron construir sus relaciones políticas y económicas en un escenario internacional de disputas dentro y fuera del continente[10]. Como escribió Ricardo Salvatore: “la rareza del conocimiento regional especializado hizo que la interacción entre el conocimiento y el poder estatal fuera menos frecuente y menos efectiva”[11]. De estas disputas surgió, por ejemplo, la propuesta panamericanista de Estados Unidos a fines del siglo XIX que avanzó sobre varios campos de estudio aún en formación, como la etnografía, la historia, la sociología, la literatura y, dentro de convenios de cooperación intelectual más amplios, la salud, la seguridad y los derechos civiles -que acogieron debates sobre, por ejemplo, sobre los derechos de las mujeres y los pueblos originarios, entre otros-.

El libro muestra la riqueza a la hora de pensar en las relaciones internacionales de las mujeres analizadas por Bruno, Alvarado y Pita y de estudiar las conexiones entre ellas y otros intelectuales de América del Sur. Si se pone el foco en Brasil, por ejemplo, es interesante pensar que desde principios del siglo XX, los gobiernos brasileños participaron de las Conferencias Panamericanas y desarrollaron acciones en la Conferencia Auxiliar de Damas de la Unión Panamericana, en la que se destacaron los nombres de Flora Cavalcanti de Oliveira Lima, Ruth Siqueria Campos y Vitalina Brasil[12]. En la Conferencia Panamericana de Mujeres de 1922 tuvo también un peso Bertha Lutz, una de las pioneras del movimiento feminista en Brasil que trabajó también por el reconocimiento del paisaje y el patrimonio cultural, con aportes claves en la VII Conferencia Panamericana de 1933[13]. Estos son pequeños ejemplos de otras mujeres que conformaron también redes que se pueden estudiar a la hora de entender la intensa dinámica de debates culturales que habilitaron las relaciones diplomáticas.

Notas

[1] René Remond, Por uma história política (2ª edição, Rio de Janiro: FGV, 2003), 465.
[2] Karl Schweizer y Matt Schumann, “The Revitalization of Diplomatic History: Renewed Reflections”, en: Diplomacy and Statecraft (Victoria: Department of History University of Victoria, 2008), 149-186.
[3] Cecilia Lagunas, “A propósito de la Nueva Historia de las Mujeres”, Ciclos, año III, Vol. III, nº 4 (1993), 185-196.
[4] Paula Bruno, “Primera Parte”, en: Embajadoras culturales. Mujeres latino-americanas y vida diplomática, 1860-1960, editado por Paula Bruno, Alexandra Pita, y Marina Alvarado (Rosario: Prohistoria, 2021), 38.
[5] Marina Alvarado, “Segunda Parte”, en: Embajadoras culturales…, 101.
[6] José Alves de Freitas Neto, Percorrendo o vazio: intelectuais e a construção da argentina no século XIX (São Paulo: Intermeios, 2020).
[7] Cf. Flora Süssenkind, O Brasil não é longe daqui: o narrador, a viagem (São Paulo: Companhia das Letras, 1990), 316; y Cristina Carrijo Galvão, A escravidão compartilhada: os relatos de viajantes e os intérpretes da sociedade brasileira, Dissertação (Mestrado em História) (Campinas: Instituto de Ciências Humanas e Filosofia, Unicamp, 2001).
[8] Mônica Leite Lessa y Hugo Suppo, A quarta dimensão das relações internacionais, (2ed, Rio de Janeiro: Contra Capa, 2013), 320.
[9] Amado L. Cervo y Wolfgang Dopcke, Relações Internacionais dos países americanos, Brasília: UNB, 1990), 441.
[10] Amado L. Cervo, Relações Internacionais da América Latina, velhos e novos paradigmas, (Brasília: Funag, 2001), 316
[11] Ricardo Salvatore, Disciplinary Conquest (Londres: Duke University Press Durham and London, 2016). 3.
[12] Gabriela Correa Silva, Dos passados heterogêneos ao mosaico continental: pan-americanismo e operação historiográfica no IHGB republicano (1889-1933), (Rio Grande do Sul: Tese IFCH, UFRGS, 2019), 306.
[13] Mônica Karawejczyk. “O Feminismo em Boa Marcha no Brasil! Bertha Lutz e a Conferência pelo Progresso Feminino”, Revista Estudos Feministas, vol. 26, núm. 2 (2018).


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