Dossier: El Cid: narrativas y sociedades entre Historia y Literatura
Rodrigo el Campeador y la taifa de los Banū Razīn 1
Rodrigo el Campeador and the party-kingdom of Banū Razīn
Cuadernos de Historia de España
Universidad de Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0325-1195
ISSN-e: 1850-2717
Periodicidad: Anual
núm. 90, 2023
Recepción: 06 Abril 2023
Aprobación: 12 Agosto 2023
Resumen: Se pasa aquí detenida revista a los sucesos que relacionan a Rodrigo el Campeador, el Cid histórico, con la taifa de Albarracín, regida por los Banū Razīn, a los que debe su nombre. Una cuidadosa revisión de las fuentes obliga a replantear algunos de los sucesos de la biografía cidiana o su cronología. El análisis de las actuaciones del Campeador permite establecer, por un lado, el papel estratégico de la taifa de Albarracín y, por otro, el modus operandi de Rodrigo Díaz en su proceso de dominación del Levante hispánico, mediante una cambiante proporción de guerra y diplomacia.
Palabras clave: Albarracín, Banū Razīn, El Cid, Taifas, Valencia.
Abstract: This paper explores the connections between the historical Cid, Rodrigo el Campeador (the Battler), and the taifa of Albarracín, ruled by the Banū Razīn dynasty that gave the region its name. A careful review of the sources allows us to re-evaluate some of the events in El Campeador’s biography and their timeline. The analysis of his actions in this region makes it possible to understand the strategic importance of the taifa of Albarracín and also to gain insights into El Campeador’s approach to dominating the Iberian Levante, through ever-changing proportions of war and diplomacy.
Keywords: Albarracín, Banū Razīn, El Cid, Taifa Kings, Valencia.
Introducción
En un momento indeterminado de su trayectoria,[2] Rodrigo Díaz (sólo tardíamente apellidado “de Vivar”) recibió el apodo de “el Campeador”, es decir, el experto en lides campales. Esta designación había sido asumida por él mismo, como se aprecia por los documentos a favor de la sede valenciana expedidos tanto por él como por su viuda, doña Jimena en 1098 y 1101, respectivamente, donde aparece con la forma latinizada Rodericus Campidoctor.[3] También con ese sobrenombre es designado tanto en la historiografía latina (Rodericus Campidoctus en la Historia Roderici y la Chronica Naiarensis, Rodericus Campiator en De rebus Hispanie de Ximénez de Rada), como en la árabe, que desconoce su patronímico y emplea constantemente las formas Rudrīq al-Kanbīṭūr o, con más frecuencia, Ludrīq al-Qanbīṭūr.[4] Será, pues, con esta designación, con la que me referiré al personaje histórico, para diferenciarlo del Cid épico-legendario.
De entre las muchas actividades que el Campeador realizó en su afanosa existencia, las relacionadas con la taifa de los Banū Razīn han recibido cierta atención, pues los diversos episodios relacionados con la misma fueron glosados ya por Ramón Menéndez Pidal y por Jacinto Bosch Vilà, como iremos viendo. Sin embargo, el primero suele ceñirse a una amplia paráfrasis de las fuentes y el segundo a una síntesis de lo que dijo el primero, con algunas pequeñas precisiones nacidas de su acceso directo a las crónicas árabes o de su mejor conocimiento de la geografía y la historia de la zona. Considero, pues, que una revisión en detalle de tales sucesos, tanto desde el punto de vista de una crítica de las fuentes como del de su análisis histórico puede resultar beneficioso, no solo para un conocimiento más cabal de los mismos, sino para una mejor comprensión de las actitudes políticas y militares del caudillo castellano.
I. La comarca de Albarracín en el período de las taifas
Antes de adentrarnos en su relación con la figura del Campeador, hay que señalar algunos aspectos del territorio aquí considerado. Por una parte, es preciso diferenciar la que hoy se conoce oficialmente como Comarca de la Sierra de Albarracín[5] de la comarca natural denominada tradicionalmente Serranía de Albarracín y de la que aquella es solo una parte, aunque la más extensa, puesto que la comarca natural se reparte entre las actuales comunidades autónomas de Aragón, Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana. La diferencia entre una denominación y otra se debe a que sierra significa de suyo el accidente orográfico, una serie de montañas enlazadas entre sí, especialmente cuando sus picos son pronunciados, mientras que serranía designa el territorio cruzado u ocupado por esa serie de montañas que forman la sierra.[6]
Como es bien sabido, la Serranía de Albarracín debe su nombre a la sierra homónima,[7] un conjunto montañoso de la parte sudoccidental del Sistema Ibérico,[8] el cual discurre a lo largo de 60 kilómetros, en disposición noroeste-sureste, y actúa de parteaguas de dos de las tres grandes cuencas vertientes de la Península Ibérica, la mediterránea y la atlántica. En ella, especialmente en el nudo hidrográfico de la Muela de San Juan, instalan sus cabeceras ríos de sobresaliente significación entre los peninsulares: el Guadalaviar, que aguas abajo de la Sierra da origen al Turia, al confluir con el río Alfambra a la altura de Teruel; el Cabriel, afluente relevante del Júcar; y el Tajo junto a su afluente el río Gallo. Los primeros fluyen hacia el Mediterráneo, en tanto que el Tajo y sus tributarios drenan hacia el Atlántico.[9]
Durante la vida de Rodrigo Díaz (nacido seguramente entre 1045 y 1049,[10] fallecido en 1099), la Serranía de Albarracín estaba englobada en lo que la historiografía actual denomina taifa de Albarracín y en la época se conocía por el nombre de Santa María, en árabe Šant(a) Mariyyah o Bariyyah (que era el nombre original de la localidad de Albarracín)[11] o por el de as-Sahlah, literalmente ‘la llanura’, de donde deriva el topónimo Cella. Estas designaciones y lo que se infiere de las fuentes árabes permiten establecer que la taifa de Albarracín ocupaba buena parte de la serranía, la que más tarde correspondería a la comunidad de aldeas de Albarracín y hoy a la citada Comarca de la Sierra de Albarracín, pero también la parte alta de la cuenca del Jiloca (que nace en la propia Cella), el cual discurre hacia el norte, y la cuenca del Guadalaviar / Turia (que conecta con la anterior por la rambla de Celadas y discurre en dirección sudeste, hacia Valencia), abarcando lo que luego sería la comunidad de aldeas de Teruel y hoy la comarca denominada Comunidad de Teruel.
En cuanto al límite septentrional, la frontera con la taifa zaragozana puede situarse entre Calamocha y Daroca, como hace Bosch (1959: 59-60 y lám. IV),[12] ya que la pertenencia de la primera a as-Sahlah y de la segunda a Saraqusṭah está testimoniada por la Historia Roderici, 37: “In Calamosca uero in terris de Albarrazin, metatus est castra sua. Tunc autem comes [Berengarius] cum paucis ‹peruenit› ad Almuzahen regem Cesaraguste, qui erat in Dar ‹o›cham locutusque est cum eo de pace inter se habenda”.[13] De este modo, la taifa, con centro en la plaza fuerte de Santa María, se situaba estratégicamente en la encrucijada entre la depresión del Ebro, la Meseta Central y el área de Levante.
La taifa, creada en 1013 o 1014, a raíz de la desintegración del califato, y anexionada por los almorávides en 1104, estuvo regida por la dinastía de origen bereber de los Banū Razīn,[14] de cuyo patronímico, Aban Razín en su forma andalusí, deriva el nombre actual de la comarca y de su capital.[15] El territorio de la taifa albarracinense comenzó a ser integrado en el reino de Aragón en las primeras décadas del siglo XII (Cella, por ejemplo, fue anexionada en 1127), pero no se culminó hasta finales del mismo, con la conquista de Teruel por parte de Alfonso II en 1171.[16] Sin embargo, la zona nuclear del mismo, la de la serranía de Albarracín, se segregó en forma de señorío independiente, creado en 1169 por Pedro Ruiz de Azagra, cuyo linaje mantuvo dicho dominio hasta 1284, cuando Pedro III lo integró en el reino aragonés, pasando a ser territorio realengo en 1289 (Ubieto 1981: 250-251 y 291-292; 1984-1986, 1: 51-52). Así pues, durante toda la vida de Rodrigo Díaz, la zona de Albarracín constituyó una taifa independiente, lo que, como veremos a continuación, fue una de las razones por las que el guerrero castellano se relacionó con ella, mientras que en la época en la que mio Cid se consagraba como héroe épico la situación era muy distinta, algo que aflorará en alguna de las leyendas relativas al personaje y a su mesnada, pero en lo que no es posible detenerse aquí.
II. De Zaragoza a Valencia (1086 ó 1087)
Se viene considerando que los contactos con Albarracín de Rodrigo el Campeador remontan a los inicios de sus actividades en Šarq al-Andalus (es decir, el Levante hispánico), por cuenta de Alfonso VI de Castilla y León, quien lo habría enviado para auxiliar a al-Qādir, el depuesto rey de la taifa de Toledo, al que el monarca castellano había compensado de su pérdida situándolo al frente de Valencia, aunque en mera calidad de rey títere.[17] El monarca castellano-leonés habría pretendido reforzar esta situación mediante una misión de Rodrigo Díaz, tras la alteración de la situación que había supuesto la invasión almorávide y la derrota de Sagrajas en 1086.[18] El caso es que las fuentes no son muy claras. Por un lado, tenemos el relato del historiador tunecino de fines del siglo XII Ibn al-Kardabūs, en su Kitāb al-iktifāˀ (ed. al-ˁAbbādī, 1971: 98; trad. Maíllo, 1986: 121-122), que se basa en fuentes andalusíes difíciles de precisar; por otro, la versión de la Estoria de España alfonsí (Versión crítica, ed. Campa, 2009: 506-509; Versión sanchina, ed. Menéndez Pidal, 1955, 2: 559-563),[19] que combina una fuente árabe de identificación problemática, quizá la misma empleada por el cronista tunecino,[20] con lo que cuenta la Historia Roderici sobre la expedición de 1088, de la que me ocuparé luego. Ambos relatos, eliminando los “trozos de la Historia Roderici mal acoplados y retocados”,[21] coinciden en lo esencial, que es lo que transmite Ibn al-Kardabūs:
المستعين استنصر بالقنبيطور — لعنه لله —وخرج معه في أربعمائة فارس والقنبيطور في ثلاثة آلاف، وغزا معه بنفسه حرصًا منه على ملك بلنسية على أن للقنبيطور أموالها وللمستعين جَفْنها، فلمّا
سمع بمجيئه عمُّه الحاجب رحل عنها، ولم يَحْلُ بطائل منها، فلم يَزُلْ محاصرًا لها حتّى حصَّلها.
El chambelán Munḏir b. Aḥmad b. Hūd[22] salió de Lérida y se asentó sobre Valencia y la asedió, codiciando tomarla de manos de al-Qādir, pero cuando se enteró de esto su sobrino, al-Mustaˁīn,[23] se amparó en el Campeador (maldígalo Dios) y salió con él al frente de cuatrocientos caballeros, yendo el Campeador al frente de tres mil.[24] Y se propuso ir con él en persona, ambicionando de él la posesión de Valencia, a condición de que fuesen para el Campeador sus riquezas y para al-Mustaˁīn su recinto.[25] Cuando su tío el chambelán se enteró de su venida, se apartó de ella, sin lograr provecho de la misma, mientras que él[26] no dejó de asediarla hasta hacerse con ella.[27]
Al margen de que la Estoria de España continúe con una exposición más detallada y, según ya he avanzado, no exenta de problemas, la principal diferencia entre el relato de Ibn al-Kardabūs y el alfonsí es la datación. Tras el pasaje preinserto, el primero incluye una serie de sincronismos introducidos con la siguiente mención:
وفي هٰذه السنة، وهي سنة إحدى وثمانين وأربعمائة [28]
El año 481 de la hégira corrió entre el 27 de marzo de 1088 y el 15 de marzo de 1089 (Cappelli, 2012: 111). Dado que, en esta época, las campañas militares se desarrollaban primordialmente en la temporada de primavera-verano (García Fitz & Monteiro, 2018: 16, 66, 77, 182, 210, 220 y 308), habría que situar la acción descrita a mediados de 1088, que es la cronología usualmente aceptada, a partir de Menéndez Pidal (1969: 349-354). Esto concuerda, en principio, con el hecho de que la Estoria de España emplace esta campaña tras la reconciliación de don Alfonso y el Campeador, que ha solido situarse hacia finales de 1086 o principios del año siguiente, por encaje de fechas,[29] ya que la primera mención de Rodrigo Díaz en la documentación regia tras su destierro es del 21 de julio de 1087, como confirmante de una concesión del monarca a un presbítero de San Millán de la Cogolla (Gambra, 1997-1998, 2: 237, doc. 90; García Andreva, 2010: 755, doc. ccix.b.1).
Ahora bien, esa localización por parte de los cronistas alfonsíes se debe a la combinación, ya señalada, del relato árabe de la expedición zaragozana a Valencia y del que hace la biografía latina de la campaña realizada desde Castilla al año siguiente (vide infra), aunque sin adoptar la datación de aquella “In era M.ª C.ª XX.ª VI.ª” (Historia Roderici, 28; ed. Falque, 1990: 59), es decir, en 1088, sino en “la era de mill e çiento e veynte e çinco años, quando andava el año de la Encarnación del Señor en mill e ochenta e siete” (Versión crítica, ed. Campa, 2009: 506; casi idéntico en la Versión sanchina, ed. Menéndez Pidal, 1955, 2: 559). Esta fecha se puede armonizar con la presencia del Campeador en la corte castellana en julio de ese mismo año; sin embargo, el relato traducido en la misma Estoria de España incluye una precisión incompatible con cualquiera de esas datas:
Después d’esto, fuesse el Çid pora Yuçaf Abenhut, rey de Saragoça, que·l’ recibió muy bien y·l’ fizo mucha onrra. E assí acaesció que, éll estando alli, que murió aquel rey Yuçaf, e regnó empós él su fijo Almoztaen, que fue yerno de Abubacar Abneadalhaziz.[30]
Se refiere aquí la muerte de al-Muˁtaman y la sucesión por su hijo al-Mustaˁīn II, yerno del difunto rey valenciano Abū Bakr b. ˁAbd al-ˁAzīz, ocurrida en otoño de 1085 (Turk, 1978: 145-146; Viguera, 1981: 166, y 1995: 63). La incursión de la que nos ocupamos habría tenido lugar, pues, en la siguiente temporada bélica, la de primavera-verano de 1086.
Resulta complejo conciliar todos estos datos. Por un lado, Ibn al-Kardabūs es muy poco de fiar al ofrecer dataciones concretas, pues fecha la segunda entrada de los almorávides en el año 480 de la hégira, cuando tuvo lugar en rabīˁ al-awwāl del año 479, que corresponde a junio de 1086; la batalla de Zalāqah = Sagrajas la sitúa el 10 de raǧab, del año 481 = 29 de septiembre de 1088, cuando realmente ocurrió el 12 de raǧab de 479 = 23 de octubre de 1086. Entre los propios sincronismos señalados para el año 481, el único que actualmente resulta verificable también está errado (al-ˁAbbādī, 1971: 90, 95 y 98; Maíllo, 1986: 111, 120 y 122). En cambio, el año de la muerte de al-Qādir lo da correctamente (véase abajo la nota 71). Si aquí hay un yerro y este va en la misma dirección que el de la datación del encuentro de Sagrajas, los sucesos podrían situarse en la primavera-verano de 1086, lo que concuerda con el dato de la muerte de al-Muˁtaman proporcionado por la Estoria de España. El caso es que, por esas mismas fechas, Alfonso VI estaba sitiando la propia Zaragoza,[31] lo que parece imposibilitar el encaje. No obstante, puede aventurarse que Munḏir de Lérida, precisamente ante el asedio de la capital del Ebro, que inmovilizaba a sus dos rivales por la posesión de Valencia, Alfonso VI y al-Mustaˁīn II, hubiese aprovechado la ocasión para cercar aquella.[32] Ahora bien, ante el inopinado levantamiento del asedio castellano en agosto de 1086, debido a la llegada de los almorávides, al-Mustaˁīn II y su aliado el Campeador habrían acudido apresuradamente a impedir la toma de aquella, puesto que, a tenor de lo que refieren las fuentes, pensar en una conquista era muy poco probable.
Esta posibilidad cuadra mejor con el hecho de que Rodrigo Díaz estuviese actuando claramente por su cuenta y no por la del rey castellano, lo que resultaría un poco extraño solo unos meses después de su reintegración al favor regio y de la encomienda de diversas tenencias en tierras burgalesas y sorianas (véase abajo la nota 49). El carácter autónomo de esta expedición lo corrobora la fuente alfonsí, pese a confundir esta campaña con la de 1088: “E ovo su acuerdo el rey de Çaragoça con el Çid de yr amos sobre Valencia con aquellas yentes que tenién”.[33] Por otro lado, la actitud del Campeador en relación con una eventual ocupación zaragozana de Valencia podría dar la clave de su reconciliación con Alfonso VI. Así, primeramente, ante la petición de consejo de al-Mustaˁīn,
El Çid díxole que non le darié él consejo ninguno nin le ayudarié, seyendo la villa del rey don Alfonso, ca el rey de Valençia de su mano la tenié e que ge la diera en que biviese, e que por ninguna guisa non la podrié aver, si el rey don Alfonso non ge la diese, mas que la ganase él del rey don Alfonso; despueés, que la averié aýna e que él ge la ayudarié a ganar.[34]
Posteriormente, conforme evolucionaba la situación, “sobr’esso envió dezir al rey don Alfonso de Castiella e de León cómo era su vassallo e quanto él fazié et ganava, que pora éll era” (Versión sanchina, ed. Menéndez Pidal, 1955, 2: 561; casi igual en la Versión crítica, ed. Campa, 2009: 508). Sin poder afianzar mejor ahora esta hipótesis, lo que requeriría de un análisis más minucioso, se puede apreciar que ofrece una explicación unificada de los principales datos disponibles, sin desentenderse de los que, a primera vista, no encajan en la reconstrucción factual. La datación que, de todos modos, resulta imposible es la de 1088 que ofrece Ibn al-Kardabūs y es usualmente admitida, porque ese año tuvo lugar la expedición narrada en la Historia Roderici, que es claramente otra distinta. En suma, si la campaña junto al rey zaragozano no tuvo lugar en 1086, según el razonamiento previo, hubo de hacerse en 1087, como expresa la Estoria de España y aceptan Martínez Diez (1999: 174, y 2003: 107) y Peña Pérez (2000: 130), aunque esto, como se ha visto, suscita otros problemas.
En cualquiera de ambas fechas, la ruta del Campeador junto a al-Mustaˁīn, lo llevaría desde Zaragoza a Valencia pasando por Teruel, que es aún hoy la ruta más directa, la seguida por la A-23 o Autovía Mudéjar. Esto suponía ascender por la cuenca del río Huerva, pasando a la cuenca del Jiloca a la altura de Paniza y remontar la misma hasta Cella, cruzando luego a la cuenca del Turia por Caudé y saliendo a la altura misma de Teruel, que entonces posiblemente era solo un puesto defensivo.[35] Hasta aquí, la ruta cidiana seguiría básicamente la antigua vía romana XXXI de Cesaraugusta a Laminio, para tomar luego el ramal secundario que, en dirección sudeste, conducía a Valencia.[36] Este itinerario suponía cruzar toda la parte de la taifa de Albarracín que correspondía a as-Sahlah, al menos desde Calamocha, como se ha visto. Así, esta primera entrada de Rodrigo Díaz en tierras albarracinenses, aunque supusiese un mero tránsito, pues su destino final era Valencia, evidencia la importancia de estas como encrucijada caminera (cf.Bosch, 1959: 152).
III. El pacto de Calamocha (1088)
Reintegrado el Campeador al favor de Alfonso VI, este parece haberle encomendado la gestión de sus intereses en Levante, de los que, hasta la llegada de los almorávides, se había ocupado su sobrino Alvar Fáñez. Esto le llevó a preparar una expedición de bastante envergadura, la cual se llevó a cabo “In era M.ª C.ª XX.ª VI.ª, eo tempore quo reges cum exercitu suo ad bellum faciendum uel ad terram sibi rebellem adquirendam procedere solebant”.[37]
Esa temporada o época del año, como ya se ha visto, era la primavera, que se prolongaba durante el verano, lo que viene confirmado, en este caso, por la mención de la pascua de Pentecostés (véase abajo), que dicho año cayó el 4 de junio (Cappelli, 2012: 56). Por otro lado, la mención específica de las tierras rebeldes hace pensar a Catalán (2005: 129-130) que la biografía latina se refiere aquí específicamente a la rebelión del conde Rodrigo Ovéquiz, durante junio y julio de 1089. Esto podría justificar la datación pidaliana (ver nota 35), pero la formulación de la Historia Roderici solo se refiere de modo genérico a la época del año adecuada para las campañas militares, sean del tipo que fueren, por lo que, si bien la mención de los territorios rebeldes puede tener el trasfondo histórico sugerido, no ofrece base suficiente para corregir la fecha dada expresamente por la biografía latina.
Mientras el rey Alfonso salía de Toledo en dirección indeterminada,[38] Rodrigo Díaz reunía un ejército que las fuentes cifran en siete mil hombres.[39] Se trata, sin duda, de una exageración (Montaner, 1998: 45), puesto que, en general, los contingentes de las grandes cabalgadas castellano-leonesas de los siglos XI a XIII se sitúan en una horquilla de dos a cuatro mil integrantes (García Fitz, 1998a: 49), mientras que la mesnada real castellana en tiempos de Fernando III contaba en torno a cien caballeros (lo que supone alrededor de cuatrocientas o quinientas personas) más unos setenta ballesteros, a pie o a caballo (García Fitz, 2001: 90-92).
Contrariamente a lo que podría inferirse de estas cifras, la indicación de la Historia Roderici revela que se trataba de unas tropas relativamente reducidas, puesto que la misma fuente cifra en treinta mil hombres el ejército almorávide con el que las tropas conjuntas del rey Pedro I de Aragón y el Campeador combatieron en Bairén,[40] mientras que el número de integrantes del gran ejército que sitió Valencia en 1094 se eleva a 150 000 guerreros de a caballo y 3 000 a pie.[41] Si se tiene en cuenta que este último contingente, según los datos de las crónicas andalusíes, reunió en realidad unos diez mil hombres (Montaner y Boix, 2005: 146), la razón aproximada entre las cifras de la biografía latina y las más realistas es de 0.067, lo que supone que las tropas comandadas por Rodrigo Díaz en 1089 rondarían los 470 hombres y la hueste de Bairén los 2 000, [42] lo que sí puede corresponder al tamaño real de las tropas reunidas en ambas ocasiones.[43] Esto revela que también resultan exageradas las cifras que proporciona Ibn al-Kardabūs respecto de la algara contra Munḏir en Valencia, vistas en el apartado anterior, las cuales eran, recordemos, de 400 fursān o caballeros[44] al mando de al-Mustaˁīn II y de otros 3 000 al mando del Campeador, incluso sin aplicar el factor de conversión de tres caballeros por dos peones para incluir la infantería, según lo usual en las tropas andalusíes (cf.Lévi-Provençal 1957: 42 y 51; Guichard, 1990-1991, 2: 389-391).
En todo caso, hay que recordar que las cifras de agrupaciones humanas en la cronística medieval, en particular cuando se refieren a la guerra (tropas, caídos, prisioneros) no buscan la precisión, sino que pretendían evocar un determinado orden de magnitud (García Fitz, 2005: 477; Montaner & Boix, 2005: 143), como expresa la presentación del ejército almorávide comandado por Muḥammad b. Ibrāhīm b. Tašufīn, el sobrino del emperador Yūsuf, en vísperas de la batalla de Bairén: “Mahumeth, sobrinus Iuzeph regis Moabitarum et Hysmaelitarum, cum inmenso exercitu, uidelicet XXX milia militum”. [45] Tenemos, pues, una multitudo exercitus de siete mil hombres en este momento, un inmensus exercitus de treinta mil en Bairén y una infinita multitudo de unos ciento cincuenta mil (o de entre cincuenta y cien mil) en torno a Valencia,[46] lo que marca una gradación ascendente que sitúa las tropas del Campeador, en el momento ahora considerado, en el escalón inferior, sin que pueda desdeñarse por ello el tamaño de las mismas, tanto en términos de presentación por la propia biografía latina,[47] como de comparación con los referentes históricos accesibles, una vez hecha la reducción a cifras más verosímiles.
A este propósito, en el caso de las tropas que fueron de Zaragoza a Valencia, el elemento principal es la desproporción entre las del al-Mustaˁīn II y el Campeador (como subrayó Martínez Diez, 1999: 176), pese a ser el primero rey de una taifa (pero recuérdese lo dicho respecto de la guardia real de Fernando III) y el segundo solo un caudillo a su servicio, acaudillando, al parecer, a una suerte de compañía franca de voluntarios (no está claro si asoldados o simplemente expectantes del posible botín de guerra), según lo describe la Estoria de España: “Roy Díaz Çid estando en Saragoça, allegosse a éll muy grand gentío, porque oyén dezir que querié entrar a tierra de moros” (Versión sanchina, ed. Menéndez Pidal, 1955, 2: 559; casi igual en la Versión crítica, ed. Campa, 2009: 507).[48] La misma historia alfonsí, siguiendo seguramente su fuente árabe, en lugar de dar cifras concretas, subraya precisamente la desproporción, en un comentario a medio camino de la moraleja y la observación psicológica:
E tan grand cobdicia avié el rey de Saragoça de yr a Valencia; que non cató qué compaña levava, si poca, si mucha; nin cató si eran los suyos más que los del Çid, e fuesse al mayor andar que pudo.[49]
Queda claro, pues, que en la campaña de 1088 Rodrigo Díaz comandaba un contingente de tamaño mediano. Estas tropas se reunieron en un punto impreciso de la cabecera del Duero, en la extremadura soriana,[50] quizá a finales de abril de dicho año, pues el 11 de marzo aquel estaba en Toledo, donde suscribió la entrega regia de San Servando a la Santa Sede (Gambra, 1997-1998, 2: 231, doc. 91). Teniendo en cuenta las plazas entregadas al Campeador como tenencias por Alfonso VI tras su regreso a Castilla,[51] seguramente el lugar elegido fue Langa de Duero, ya que cumple los dos requisitos señalados por la biografía latina. A continuación, vadeó el río, seguramente por el conocido vado de Navapalos, y acampó en Fresno de Caracena, a unos 40 km de Langa, y, a partir de ahí, se dirigió a Calamocha (a unos 190 km al estesudeste de Fresno),[52] la cual, como se ha visto, se situaba en el extremo superior de la taifa de Albarracín.
La parada en Fresno sugiere que el Campeador y los suyos tomaron una ruta bastante directa en dirección estesudeste,[53] en lugar de seguir el tramo entre Uxama (Osma) y Augustobriga (ca. Muro de Ágreda) de la vía XXVII, la que iba desde Asturica Augusta (Astorga) hasta Caesaraugusta (Zaragoza), para desviarse luego por el ramal secundario que conectaba con Bilbilis (ca. Calatayud) y llegaba hasta Agiria (mansio hoy desconocida, situada seguramente entre Daroca y Calamocha).[54] En cambio, habrían partido de Fresno de Caracena en dirección a Almazán, desde el cual pasarían a la cuenca del Jalón a la altura de Monreal de Ariza, para luego, rodeando la laguna de Gallocanta, continuar hasta Calamocha, desde donde, más tarde, proseguirían hacia Valencia.[55] Esta ruta, por cierto, no coincide con la seguida habitualmente en el Cantar de mio Cid para ir desde la Extremadura soriana hasta Valencia o viceversa, aunque sí parcialmente con el desplazamiento desde Alcocer hasta El Poyo del Cid, mención que, en opinión de Menéndez Pidal (1969, 1: 237-359), corresponde a este viaje del Campeador, aunque esta conjetura resulta muy poco probable (Montaner, 1998: 81-83; 2016: 769-770 y 777-778).
En Calamocha se detuvieron Rodrigo Díaz y sus tropas para celebrar la pascua de Pentecostés, que, como se ha dicho, en 1088 cayó el 4 de junio. La razón de esta pausa es que dicha fiesta era (y teóricamente sigue siendo) la tercera en importancia del calendario litúrgico, tras la Navidad y la Pascua en sentido estricto, cerrando el ciclo salvífico marcado por el nacimiento de Cristo, su resurrección y la venida del Espíritu Santo, que, según la concepción cristiana, inaugura la vida de la iglesia como asamblea inspirada, según el sentido etimológico de ἐκκλησία (Meyer & Ronan, 2002: 101-103). Se trataba, pues, una fiesta comparable a la que hoy en día se celebra en Navidad,[56] lo que justifica la parada de unos días en la localidad del Jiloca o sus inmediaciones.
Esta parada fue aprovechada por el rey de la taifa de Albarracín, Abū Marwān ˁAbd al-Malik b. Huḏayl b. Razīn, titulado al-Ḥāǧib, es decir, ‘el Chambelán’,[57] para mandar embajadores suyos al caudillo castellano solicitando una entrevista,[58] la cual se saldó con la conversión de la taifa en un protectorado del rey Alfonso VI, sujeto al pago de parias o tributos de protección.[59] Téngase en cuenta, a este respecto, que ya en 1085, poco después de la conquista de Toledo, Abū Marwān se había presentado ante Alfonso VI con valiosos regalos para sometérsele, poniendo bajo su protección la taifa albarracinense.[60]
Dada la situación peninsular, el acuerdo beneficiaba a ambas partes. Las motivaciones del rey de Albarracín resultan bastante claras, puesto que se encontraba entre la presión del poderoso reino zaragozano,[61] regido desde 1085 por al-Mustaˁīn II, muy interesado en Valencia, como hemos podido comprobar, y, por consiguiente, en controlar la ruta de acceso a la misma desde la capital del Ebro, y el expandido reino de Alfonso VI, que ese mismo año había conquistado Toledo, ampliando sus fronteras hasta las mismas de la taifa de Albarracín,[62] y que también tenía intereses estratégicos en Valencia, donde, como hemos visto, había colocado a al-Qādir como rey títere. De este modo, Abū Marwān obtenía la protección del monarca castellano contra el rey zaragozano y respecto de sí mismo, pues, al garantizar el paso de sus hombres (como en el caso del propio Rodrigo Díaz en esta ocasión), evitaba la tentación de una ocupación, así fuese parcial, de su territorio. En definitiva, salvaguardaba en especial la parte de su taifa correspondiente a as-Sahlah.
En cuanto a Alfonso VI, sin duda la recogida de nuevos tributos siempre sería bienvenida, pero su interés fundamental había de ser geopolítico, ya que de este modo garantizaba el acceso de sus tropas desde la Extremadura soriana al reino valenciano, sobre el que ejercía una disputada égida y que, a su vez, actuaba de estado tapón frente al avance almorávide.[63] De este modo, se evitaban tanto una ampliación de la taifa de Zaragoza, que podría comprometer el flanco oriental de una zona, la toledana, de anexión todavía en marcha, como un eventual avance almorávide que, llegando hasta la misma Zaragoza, hubiese creado una temible pinza en torno a los territorios castellanos. Precisamente, el resto del viaje de Rodrigo Díaz tuvo como finalidad tener bajo control la zona valenciana, apetecida también por el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, que se encontraba cercando Valencia en esos momentos.[64]
IV. Cambio de patrono (1089-1090)
Como es bien sabido, tras el oscuro incidente del castillo de Aledo, ocurrido al año siguiente, en 1089, el Campeador padeció de nuevo la ira regia, por lo que su actuación en Levante, que ya tenía visos de ser bastante autónoma, se independizó por completo.[65] En este nuevo marco de actuación, Rodrigo Díaz recondujo los pactos establecidos a favor de Alfonso VI y, en algunos casos, de al-Qādir, en su propio beneficio. Además, tras la muerte de Munḏir en 1090,[66] incluyó nuevos tributos de zonas que nominalmente dependían de Lérida. La Estoria de España alfonsí, con base en una fuente árabe desconocida (quizá la misma ya aludida), resume así la situación, aunque situándola incorrectamente antes de los sucesos de Aledo:[67]
El Çid demandoles çinquenta mill maravedís cada año, e ellos dávangelos, e tornose la tierra desde Tortosa fasta Orihuela so su señorío del Çid, e puso renta sabida a cada castiello quánto le pechasen cada año. El señor de Alvarrazín aviele a dar dies mill maravedís; Abencaçin [= ˁAbd Allāh b. Qāsim], que era señor de La Puente [= Alpuente], otrosí dies mill maravedís; el señor de Murviedro, ocho mill maravedís; el castillo de Soborbe [= Segorbe], mill; del Axaraf [= Jérica], tres mill; de Liria, dos mill maravedís; d’Almenar, tres mill maravedís; de Valençia, doze mill maravedís.[68]
El término maravedí no se toma aquí en sentido estricto, es decir el (miṯqāl) murabīṭī o metical de oro propio de los almorávides, que solo se empezaron a acuñar en Alandalús en 1099, el mismo año de la muerte de Rodrigo Díaz.[69] Ahora bien, dado que esa era la designación de la moneda castellana de oro, comenzada a batir en 1172 por Alfonso VIII,[70] los cronistas alfonsíes la emplearon de forma, por así decir, natural para traducir el término empleado por su fuente, que sería miṯqāl . dinār (como ya señaló Menéndez Pidal, 1969, 2: 788), denominaciones más o menos intercambiables de las monedas de oro islámicas, como puede apreciarse en los siguientes pasajes de Ibn al-Kardabūs, ambos referidos a la tributación de Valencia al Campeador, con cifras, por cierto, mucho más abultadas:
وكرّ القنبيطور إلى بلنسية، واتّفق معهم على مائة ألف مثقال جزيةً في كلّ عام.
فوصلا إليها وقصدا القادر وقتلاه وذٰلك سنة خمس وثمانين وأربعمائة. فلمّا انّهى ذٰلك القنبيطور، وهو محاصر لسرقسطة، غاظه وحميت نفسه، وزال عنه أنسه، لأنّها كانت بزعمه طاعته، لأنّ القادر كان يعطيه منها مائة ألف دينار في العام جزيةً.
Salieron ambos hacia ella,[72] fueron al encuentro de al-Qādir y lo mataron, y eso fue en el año cuatrocientos ochenta y cinco.[73] Y cuando [la noticia de] aquello le llegó al Campeador, que estaba sitiando Zaragoza, se encolerizó, se le encendió el alma y perdió la alegría, porque, en su opinión, ella [i. e. Valencia] le estaba sometida, porque al-Qādir le entregaba por ella cien mil dinares al año como capitación.[74]
El metical (< ár. andalusí miṯqál = ár. clásico. miṯqāl) de 24 quilates era la unidad ponderal del oro (metical legal de Bagdad, de 4.67 g), pero, con la reforma de ˁAbd al-Malik, el quinto califa omeya, paso a ser de 20 quilates (metical de Damasco, de 4.25 g), al que se ajustó el peso de la moneda aúrea, el dinar (< ár. clás. dīnār < gr. δηνάριον), por lo cual ambos términos se usaron habitualmente como sinónimos. En Alandalús, los dinares califales (acuñados desde 929, bajo ˁAbd ar-Ramān III) tenían la ley de 20 quilates de los damascenos, pero el peso del mi.qālandalusí (3.89 g), siendo una de las especies monetarias más apreciadas en la Europa del momento.[75] De los territorios mencionados en el pasaje preinserto, únicamente se acuñaron monedas áureas, en forma de fracciones de dinar, en la ceca de Valencia, a partir del reinado de ˁAbd al-ˁAzīz al-Manṣūr (1021-1061), las apreciadas unciae de auro Valentiae de la documentación catalana coetánea (Mateu, 946: 153), sin que se acuñasen dinares áureos hasta los nuevos maravedíes propiamente dichos de las cecas de Játiva y Valencia, en 1096-1108 y 1102-1119, respectivamente.[76]
Para hacerse una idea de la magnitud de los tributos referidos, en la siguiente tabla pueden verse (ordenadas de menor a mayor) las cifras consignadas en la Estoria de España y su peso en oro, teniendo en cuenta que el dinar andalusí era, como queda dicho, de 20 quilates, es decir, tenía un 83 % de metal precioso. Aunque se trata de un procedimiento bastante burdo, en términos económicos, las dos últimas columnas pretenden ofrecerle al lector actual un indicio del esfuerzo fiscal que podían suponer tales desembolsos, ofreciendo el precio actual en euros de dichas cantidades[77] y el número de veces que representa cada una de ellas respecto del vigente salario mínimo interprofesional (SMI) anual.[78]
Territorio | Importe en dinares | Peso en oro (kg) | Precio actual (en euros) | Múltiplo del SMI |
Segorbe | 1000 | 3,23 | 186 241.96 | 12.32 |
Liria | 2000 | 6,46 | 372 483.92 | 24.64 |
Jérica | 3000 | 9,69 | 558 725.87 | 36.95 |
Almenar | 3000 | 9,69 | 558 725.87 | 36.95 |
Murviedro | 8000 | 25,83 | 1 489 935.66 | 98.54 |
Albarracín | 10000 | 32,29 | 1 862 419.58 | 123.18 |
Alpuente | 10000 | 32,29 | 1 862 419.58 | 123.18 |
Valencia | 12000 | 38,74 | 2 234 903.49 | 147.81 |
Aunque igualmente impreciso y referido, muy probablemente, a las posibilidades de un individuo y no de una colectividad, resulta bastante expresivo el siguiente episodio, correspondiente al reinado de al-Muˀtamid de Sevilla (1069-1090):
Si Ibn Wahbūn considera en unos versos que hallar una persona fiel a sus promesas es tan fabuloso como el ave fénix o como reunir una suma de mil miṯqāles, Mu’tamid ordena dárselos para que vea que, por lo menos, su generosidad no es cosa de fábula.[79]
A este respecto, la posición relativa de Albarracín y Alpuente en esta lista fiscal obliga, cuando menos, a matizar la hipótesis de Fletcher (1989 48), según la cual “Alpuente y Albarracín mantuvieron su independencia debido, quizá, a que no eran atractivos para los predadores. Es posible que, entonces como ahora, la agreste zona en que se encontraban no fuera ni populosa ni rica”. No solo las cifras señaladas desmienten esta pobreza, sino las propias e impresionantes murallas de Albarracín, por citar solo un ejemplo señero. Seguramente, la independencia de la que gozaron ambas taifas se debió más a las dificultades de controlar terrenos ampliamente montañosos que a su falta de interés económico y, sobre todo, estratégico, como ya hemos tenido ocasión de comprobar.
Por otro lado, según subrayó Maíllo (1986: 124), Ibn al-Kardabūs se refiere al tributo, en ambos casos, como ǧizyah,[80] que, propiamente, designa al impuesto de capitación que, en la ley islámica tradicional, se aplica a los no musulmanes residentes en estados islámicos, lo que establece una irónica inversión, pero preserva, aunque en negativo, el sentido original de que los ḏimmīes o infieles debían pagar a la comunidad musulmana un impuesto que ofrecía una prueba material de su sujeción al régimen dominante.[81] Se trataba de un tributo personal, usualmente aplicado de forma proporcional a la población y recaudado anualmente, lo que claramente se ha mantenido en las parias fijadas por el Campeador. Estos datos permiten entender la situación de la taifa de Albarracín en el contexto de la nueva situación levantina y del imparable dominio ejercido por Rodrigo Díaz en estas tierras, lo que, a su vez, explica el siguiente episodio albarracinense de su biografía.
V. Una aceifa de castigo (1093)
En el verano de 1093, el Campeador dio un plazo a la asediada Valencia para que recabase el auxilio de los almorávides,[82] según una práctica habitual en la época para evitar que los sitiadores se encontrasen, literalmente, entre la espada y la pared (Montaner, 2016: 814-815, cf.García Fitz, 1998b: 101). Mientras tanto, reforzó su dominio de la zona con la típica campaña veraniega, la aceifa (< ár. and. ṣáyfa ‘expedición estival’, propiamente ‘verano, la época de la cosecha’ = ár. clás. ṣāˀifah), que en este caso se dirigió primero hacia el sur, a Villena (Historia Roderici, 57; ed. Falque, 1990: 59), para luego encaminarse hacia Albarracín, como represalia, según la biografía latina, por haber defraudado en el pago de la capitación:
Egressus autem inde, ascendit et peruenit in terras de Albarrazin, qui ei mentitus fuerat in suo tributo. Depredatus itaque omnem terram illam, omnem uero cibariam quam ibi inuenit in Cepullam totam mitti iussit. Ipse autem inter‹ea› ad Cepullam cum preda maxima regressus est.[83]
La situación, con todo, parece haber sido más compleja, porque, tras la muerte de al-Qādir en octubre de 1092 (véase la nota 71), Abū ˁIsà b. Lubbūn, que era alcaide de Murviedro por el rey de la taifa de Lérida, había pactado la entrega de la plaza al rey de Albarracín, a cambio de
hallar refugio, junto a su familia, en la ciudad de Santa María, lo que el Campeador aceptó en una entrevista con Abū Marwān:
Et ovieron ambos a dos tal postura que Abenrrazin que·l’ diesse conpra vendida en sus castiellos, et que·l’ abondassen de conducho [= provisiones], e el Çid que nol fiziesse mal en sus castiellos n·l’ guerreasse. E d’esto fizieron sus cartas bien firmadas, e tornós Abenrrazin pora su tierra e dexó uno que estudiesse de su mano en Murviedro.[84]
Esto supuso una suerte de acuerdo de neutralidad amistosa, que permitiría a las tropas cidianas aprovisionarse, en especial a costa del botín obtenido en las algaras en torno a Valencia (Guichard, 1990-1991: 72), creando una especie de puerto franco. Sin embargo, según la estoria del Cid, a pesar de esta avenencia, Ibn Razīn acordó con el rey Ramiro de Aragón que este colaboraría con él en la conquista de Valencia, lo cual, sabido por el Campeador, ocasionaría su severa represalia, cuya descripción coincide en lo esencial con la biografía latina,[85] tras la cual incluye el siguiente episodio:
Et estando alli el Çid sallieron fasta XII cavalleros de Sancta Maria de Alvarrazin, e el Çid estava apartado con pocos cavalleros, e fue ferir en aquellos cavalleros, e mato d’ellos dos, e fue muy mal ferido en la garganta de una lança, que cuydaron que morrié de aquella ferida, e mataron los moros dos cavalleros suyos, e passó assý este tiempo bien tres meses.[86]
La estancia albarracinense del Campeador concluye cuando le llegan noticias de que los almorávides avanzan contra Valencia, lo que parece un arreglo cronístico para enlazar las noticias previas con las siguientes, ya que es muy poco probable que Rodrigo hubiese continuado la incursión tras recibir una herida casi mortal:
Abenjaf estava en muy grant coyta [...] e enbió mandado al Çid en poridat, que se viniesse quanto pudiesse, ca el Çid estava aún sobre Sancta María de Alvarrazín faziendo quanto más mal les pudié fazer. E el Çid movió con toda su hueste e vínosse pora Juballa.[87]
A continuación, el Campeador e Ibn Ǧaḥḥāf “acordaron de fazer una carta pora aquel que era cabdiello de la hueste de los almorávides” en la cual le comunicaban “que el Çid avié postura con el rey don Ramiro que·l’ ayudasse e que·l’ consejava que se guardasse, ca, si a Valencia viniessen, que avrié de lidiar con siete mil cavalleros cubiertos de fierro, de los mejores guerreadores del mundo” (estoria del Cid, ed. Menéndez Pidal, 1955, 2: 573). Este supuesto pacto con el monarca aragonés contradice directamente lo dicho a propósito del rey de Albarracín, aunque esto podría salvarse considerando que se trata de una mera estratagema del Campeador, por más que el texto no indica nada al respecto, por lo que se corre el riesgo de elaborar una mera hipótesis ad hoc, como sin duda lo es la de Catalán (2005: 148), quien supone que el pacto es uno nuevo que se hizo estando Rodrigo aún en Albarracín (lo que carece de apoyo textual alguno) y del que ahora se da cuenta al caudillo almorávide Abū Bakr, el Bucar de la tradición cidiana. Lo más probable es que este pacto sea el de Gurrea de Gállego en 1092, como veremos enseguida, y que el de Abū Marwān con Sancho Ramírez esté desplazado cronológicamente o sea fruto de algún yerro historiográfico.
Según la interpretación de Menéndez Pidal (1969, 1: 452-453),[88] en la temporada de primavera-verano de 1093, Abū Marwān, pese a los buenos términos en los que estaba con el Campeador, realizó una propuesta al infante Pedro de Aragón para colaborar en la conquista de Valencia,[89] lo que supuso la interrupción del pago de las parias, todo lo cual desencadenó la severa incursión de Rodrigo, durante la cual este sufrió la grave lanzada en el cuello que lo tuvo postrado durante un tiempo, aunque subraya, adecuadamente, que los tres meses mencionados al respecto no son los de convalecencia, sino los que le ocupó toda la campaña de Albarracín.
Sin duda, el texto presenta un error al nombrar al rey Ramiro, ya que este había fallecido en 1063, pero esto no permite cambiarlo por su nieto Pedro. El yerro, que sin duda remonta a la fuente árabe, consiste en escribir رذمير = Raḏmīr en lugar de ابن رذمير = Ibn Raḏmīr,[90] es decir, Sancho Ramírez, que no fallecería hasta 1094. Podría objetarse que el infante actuaba ya como asociado a su padre desde 1087 (como hace Menéndez Pidal, 1969, 2: 785), pero esto, a fin de cuentas, exige una interpretación de segundo grado, cuya auténtica base es una noticia muy tardía a la que dicho autor concede excesivo crédito. Se trata de un pasaje de la Crónica de los estados peninsulares o Crónica aragonesa de 1305 (ed. Ubieto, 1955: 123).
Et Zit con CCC cavalleros vínose pora las montanyas de Cuenca e de Albarazín, e fizo grant fuerza en una penya que oy en dia la laman la Penna del Zit. E púsose en comanda del rey don Pedro de Aragón, e el rey prometiele de mampararlo e de ayudarle. El mio Zit, talando Valenzia con ayuda del rey de Aragón et del senyor de Albarazin, óvola de prender.
En realidad, la mención de Pedro I aparece ahí como herencia de sus fuentes, que remontan, en último término, a Ximénez de Rada, que es quien vincula erróneamente con el Campeador a ese rey aragonés, en lugar de a su padre, en la batalla de Morella: “Cumque [Rodericus Campiator] uersus frontariam Aragonie peruenisset, congressus cum rege Petro Aragonie, optinuit contra eum et etiam uiuum cepit, set continuo manumisit”.[91] En cuanto a la Peña del Cid, en cuya localización tanto se esforzó Menéndez Pidal (1969, 2: 786-788), es simplemente El Poyo del Cid, que aparece mencionado en el Cantar, vv. 900-904 (ed. Montaner, 2016: 57):
Aquel poyo, en él priso posada;
mientra que sea el pueblo de moros e de la yente cristiana,
el Poyo de mio Cid así·l’ dirán por carta.
Estando allí mucha tierra preava,
el río de Martín todo lo metió en paria.
Esto lo vio ya Catalán (2005: 128 y 149), a quien se debe un pormenorizado análisis del pasaje y, en general, de las noticias cidianas de dicha crónica, del que se concluye que todos los datos proceden de fuentes previas, en especial las ligadas a la tradición del Toledano, a las que seguramente se sumó el Cantar de mio Cid, o bien son el fruto de deducciones historiográficas, más el efecto de un “relato sincopado”, en el que se resumen acciones desarrolladas a lo largo de casi un decenio (pp. 126-149 y 197-199). Lo que cuenta la estoria del Cid ha de referirse, pues, a Sancho Ramírez; ahora bien, con este y con su heredero don Pedro había establecido el Campeador el año anterior, 1092, un pacto a tres bandas, pues incluía a al-Mustaˁīn de Zaragoza, con la previsible intención de defenderse conjuntamente de las agresiones de Alfonso VI (Catalán, 2005: 131-134). De ser histórico, el pacto con Abū Marwān constituiría, por tanto, un inopinado cambio de alianzas que, como se ha visto, la propia fuente incita a desmentir. Quizá por ello, Peña Pérez (2000: 163) considera que el rey de Albarracín actuó por su propia cuenta, afirmando que “En estas condiciones, llega a los valencianos la oferta de una rápida liberación por parte del rey de Albarracín”, lo que, no obstante, carece de cualquier base textual. De hecho, la posibilidad de que Abū Marwān, pese a tener una avanzada en Murviedro,[92] se considerase capaz de conquistar Valencia resulta bastante remota, dado que conocía de primera mano la situación en la zona, como acabamos de ver. Todo ello hace que el relato cronístico presente un suceso muy poco verosímil.
En cuanto al ataque de la escuadra surgida inopinadamente de Albarracín, sugiere más bien las circunstancias de una espolonada durante un asedio, como la que narra la biografía latina, en términos muy similares, durante el cerco de Zamora, pero sin que el Campeador reciba herida alguna:
Cum uero rex Sanctius Zemoram obsederit, tunc fortune casu Rodericus Didaci solus pugnauit cum XV militibus ex aduersa parte contra eum pugnantibus, VII autem ex his erant loricati, quorum unum interfecit, duos uero uulnerauit et in terram prostrauit, omnesque alios robusto animo fugauit.[93]
En cambio, la Chronica Naiarensis refiere un suceso semejante durante la batalla de Golpejera, entre las tropas de Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León, aunque aquí el herido es un contrario:
Rodericus uero Campidoctus circumquaque prospitiens et dominum suum regem Santium nusquam uidens, post XIIII Legionenses qui regem Santium captum ducebant, instanter properat. [...] At illi, fixa in campo lancea, processerunt. Qua Rodericus arrepta, equum calcaribus urgens, primo impetum unum prostrauit, in reditu alium deiecit et sic in eos sepius feriendo et ad terram prosternendo, regem eripuit, equum et arma exhibuit. Sicque ambobus preliantibus factum est, ut de illis XIIII non euaderet nisi unus grauissime sa‹u›ciatus.[94]
Finalmente, la Estoria de España intercala otro episodio parecido en el seno de un pasaje traducido de la biografía latina. Se trata de la expedición de Zaragoza a Monzón realizada para afianzar la frontera de la taifa zaragozana con la leridana, la cual se saldaría con la batalla de Almenar (1082):
Después d’esto, salyó el Çid de Monçón, e fuese a Tamarix, e moró ý pocos días. E salió él solo un día, non más de con dies cavalleros, fuera de la villa e fallose con çiento e çincuenta cavalleros del rey don Pedro, e ovo su torneo con ellos, e desbaratolos todos, e prendió siete d’ellos; e los otros fuxieron.[95]
No está claro, pues, si estamos ante sucesos reales cuyo desarrollo se asemeja de manera fortuita (lo cual, aunque posible, no resulta demasiado probable) o, más bien, ante una especie de anécdota cidiana tipificada que, en diversos momentos, se introdujo donde pareció oportuno, si bien las fuentes son tan diversas por cronología, autoría y lengua, que tampoco es fácil explicar esta migración. De aceptarse la segunda hipótesis, la grave herida de Rodrigo, que aquí queda inconexa, como se ha visto, podría hacerse eco de la enfermedad que lo tuvo postrado en Daroca: “Egressus autem inde, uenit ‹ad› Darocam, [...] in quo loco graui quidem morbo Rodericus infirmatus est” [96](Historia Roderici, 42; ed. Falque, 1990: 77).
En resumidas cuentas, aunque no pueda negarse tajantemente que el relato de la estoria del Cid transmita el registro factual, ofrece tantas dudas que es preferible atenerse, en conjunto, al relato de la biografía latina.
VI. Cambio de bando (1094)
El resultado de la expedición de castigo del estío de 1094, tras semejante devastación, difícilmente supondría la reanudación de los tributos, como pensó Bosch (1959: 157), en parte guiado por la supuesta colaboración del infante Pedro de Aragón y del rey de Albarracín en la conquista de Valencia que transmite la Crónica aragonesa de 1305. De hecho, la siguiente noticia que tenemos al respecto es la participación de Abū Marwān en el cerco de Valencia por los almorávides justo después de su conquista, entre mediados de septiembre y mediados de octubre de 1094:
وأوعز أمير المسلمين إلى صاحب أغْرَناطة وما والاها أن يمدّوه بأنفسهم، وكتب إلى صاحب شَنْتبَرِيّة ابن رَزين الملقّب بالحاجب، وإلى الشَّنْياطيّ –وكان من أنجاد الفرسان ودهاة الحرب –ليجتمعوا مع [97]ابن أخيه لاجتماع الكلم واتّصال المعاضدة والمظاهرة على منازلة العدوّ ببلنسمية.
واجتمع على الأمير محمّد جميع عساكر المربطين المغربيّة والصحراويّة، وجميع عساكر الأندلس. فلحق به تأييد الدّولة صاحب لارِدة، وسيّد الدّولة من طُرْطوشة، وحُسام الدّولة من شَنْتبَرِيّة ، وناظم [98]لدّول من البُنْت، فكانت أفعالهم ضدّ ألقابهم.
Este cerco se saldó con la batalla de Cuarte, que supuso una sonada derrota para los almorávides y sus aliados andalusíes, mientras que afianzó definitivamente el control del Campeador sobre Šarq al-Andalus (Montaner & Boix, 2005: 231-240). Sin embargo, Abū Marwān conservó Murviedro, cuyo mantenimiento estaba íntimamente ligado, por no decir que dependía, como se ha visto, de su pacto con Rodrigo Díaz, quien no tomó la plaza hasta 1098, sin que el rey de Albarracín hiciese entonces nada para evitarlo.[99] Ignoramos, pues, cuáles pudieron ser las posteriores relaciones del ahora señor de Valencia con el rey de Albarracín, pero está claro que este, lo mismo que el zaragozano, se benefició indirectamente del dique que el señorío cidiano oponía al avance almorávide, pues, superado este, con el abandono de Valencia por doña Jimena y los suyos en 1102, ambas taifas no tardaron en ser anexionadas al imperio almorávide, siendo ocupada Albarracín en 1104 y Zaragoza en 1110.
VII. Conclusiones
Aparte de un primer contacto neutral con la taifa de Albarracín en 1086 o 1087, al cruzarla longitudinalmente para ir desde Zaragoza Valencia, el vínculo de Rodrigo Díaz con aquella se establece bajo el signo del dominio. En un primer momento (1088-1089), el caudillo castellano recaba las parias albarracinenses para su rey, Alfonso VI, pero, tras ser expatriado por segunda vez, el Campeador comienza a actuar definitivamente en provecho propio, con lo que, con seguridad desde 1090, se apropia de las parias de Albarracín, al igual que las del resto de Levante. Esta situación se prolonga sin cambios conocidos hasta que, tras la muerte de Munḏir de Lérida (1090) y de al-Qādir de Valencia (1092), la situación política se complica, circunstancia en la que Abū Marwān se hace con el control de Murviedro ese último año, en connivencia con el Campeador. Sin embargo, por unas circunstancias poco claras que, en todo caso, suponen una ruptura, por parte del rey de Albarracín, de los compromisos previos con Rodrigo, este realiza, en 1093, una devastadora aceifa contra la taifa, aunque quizá no sin pagar un elevado costo personal, si la noticia sobre la grave lanzada en la garganta es cierta. Esto supone el distanciamiento, probablemente definitivo, entre Abū Marwān, que se pasa abiertamente al bando almorávide en 1904, y el Campeador, que acaba apoderándose de Murviedro, aunque en una fecha tan tardía como 1098, lo que sugiere que quizá llegaron a algún tipo de acuerdo tras la victoria de Cuarte.
En conjunto, la relación del Campeador con la taifa de Albarracín resulta bastante característica de lo que fue la coyuntura política en el período final de las primeras taifas y la invasión almorávide. Una situación de tira y afloja marcada por las alianzas cambiantes, los pactos conculcados al hilo de las circunstancias y el interés por controlar los recursos económicos y las posiciones estratégicas. En el presente caso, Rodrigo Díaz parece haber mantenido un trato bastante cordial, al menos en términos políticos, con Abū Marwān,[100] como deja claro el permiso (ventajoso para ambos) de ocupar Murviedro, dentro de la política de sometimiento que representan las parias, a las que Albarracín, como se ha visto, contribuía con una parte no desdeñable. Esta vinculación parece dar la razón a las causas de la expedición de castigo de 1093 transmitidas por la estoria del Cid, ya que una aceifa de semejante intensidad se explica mejor ante un acto de traición que ante un mero fraude o impago tributarios. No obstante, el saqueo de Alpuente unos años antes, desarrollado de forma bastante parecida, se debió únicamente al interés por controlar de modo estricto el territorio y a la necesidad de acopiar recursos.[101]
En la crítica situación del final del asedio de Valencia, el Campeador no podía relajar el dominio sobre sus tributarios, so pena de producir una defección en cascada fuese o no a favor de los almorávides. Se explica, por lo tanto, que no hiciese falta un detonante de primera magnitud para provocar una reacción disimétrica del caudillo castellano. Esta, a su vez, permite entender el apoyo prestado por el rey de Albarracín a los almorávides durante el sitio de Valencia al año siguiente, aunque esta participación se volviese finalmente en su contra. En todo caso, una vez más, Rodrigo el Campeador se presenta como un caudillo que aúna la diplomacia con la guerra, dúctil y aun amistoso cuando las circunstancias lo permiten o aconsejan, pero inflexible e incluso brutal cuando tiene que dejar claro quién lleva las riendas.
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