Resumen:
Luego de repasar algunos datos de la vida y obra de Margaret Guenther, en una primera parte; el texto revisita en un segundo punto, un artículo que va a tener diez años el año próximo: María Marcela Mazzini, «Mística en la trama de la vida cotidiana».[1] Se señalan aspectos fundamentales de aquel escrito y se cuestionan algunas afirmaciones, procurando su actualización. En la tercera parte se intenta dar un paso de profundización, a la luz de un concepto que Guenther desarrolla en uno de sus artículos y que podría considerarse una expresión equivalente a la mística de lo cotidiano: atender a lo sagrado. Esa idea se despliega en sus diversos aspectos en el resto del texto y se esbozan algunas ideas que apuntan a descubrir lo sagrado tanto en la propia vida como en la de aquellos y aquellas a quienes acompañamos.
Palabras clave: Sagrado, Mística, Cotidiano, Atención, Escucha, Acompañamiento.
Abstract: After reviewing some data about the life and work of Margaret Guenther in the first part, the text revisits in a second point, an article that will be ten years old in 2025: María Marcela Mazzini, «Mysticism in the Midst of Everyday Life». Fundamental aspects of that writing are highlighted, and some statements are questioned, seeking their update. In the third part, an attempt is made to take a step of deepening, considering a concept that Guenther develops in one of her articles and that could be considered an equivalent expression of the mysticism of everyday life: attending to the sacred. This idea unfolds in its various aspects throughout the rest of the text, and some ideas are outlined that aim to discover the sacred both in one's own life and in the lives of those we accompany.
Keywords: Sacred, Mysticism, Everyday, Attention, Listening, Accompaniment.
Artículos
Atender a lo sagrado Profundizando en la mística de lo cotidiano
Attending to the Sacred Deepening the Mysticism of the Everyday
Recepción: 01 Agosto 2024
Aprobación: 03 Octubre 2024
Esa sencillez en el encuentro con lo sagrado tiene una enorme afinidad con la dimensión de sentido que todos los seres humanos buscamos para nuestras vidas. Es una realidad muy cercana a la mística y a la misma felicidad.
Margaret Guenther (1930-2016) era sacerdote de la Iglesia Episcopal, se formó en la Universidad de Kansas, en el Radcliffe College y obtuvo su Master in Divinity en el Seminario Teológico General de Nueva York, en el que enseñó por años y del que luego se jubiló como profesora emérita. Reconocida acompañante espiritual, mentor o guía de acompañantes espirituales, solía dirigir retiros y encuentros para todos y todas los «buscadores de lo sagrado», como le gustaba decir a ella.
La última etapa de su vida, transcurrió en Washington DC. Mientras la salud se lo permitió prestó sus servicios en la parroquia de Saint Columbus, dedicándose a la dirección espiritual, y a dar retiros y conferencias, actividades que la obligaban a viajar permanentemente. Al mismo tiempo, dedicaba algo de su tiempo a la escritura.
Sus escritos de mayor difusión son: Holy Listening. The art of Spiritual Direction (Cambridge-Boston-Massachusetts: Cowley Publications, 1992); Toward Holy Ground. Spiritual Directions for the Second Half of Life (Massachusetts: Cowley Publications, 1995); The Practice of Prayer (Massachusetts: Cowley Publications, 1998); My Soul in Silence Waits. Meditations on psalm 6 (Boston: Cowley Publications, 2000); Notes from a Sojourner (Nueva York: Morehouse Publishing, 2002); At Home in the World. A Rule of Life for the Rest of Us (New York: Seabury Books, 2006); Walking Home: From Eden to Emmaus (New York: Morehouse Publishing, 2011).
Acabamos de hacer una semblanza bastante típica de una autora, creo que ella, en cambio, se presentaría como una seguidora de Jesús, esposa, madre de tres hijos, abuela, ministro en una Iglesia, maestra, acompañante espiritual.
Gozosa en el camino que transitaba, al decidirse por el ministerio ordenado a una edad no tan temprana, se imaginó que su vida transcurriría desempeñando su pastoral en una casa de adultos mayores o en un hospice.[2] La providencia la llevaría por esos lugares y por muchos otros, sobre todo acompañando a las personas en sus procesos espirituales e introduciendo a muchos en el arte de la “escucha sagrada”. Su primer libro, que consignamos más arriba, lleva ese título. La obra tuvo una difusión y una incidencia inesperadas para la misma autora y es una excelente carta de presentación de su pensamiento. Inicia su argumento con la escucha y la hospitalidad, que son dos conceptos claves de su espiritualidad, sigue con una descripción de lo que ella considera “buenos maestros”, porque enseñar, mostrar el camino, son una parte fundamental de su ministerio y algo que la define. Continúa con el tema del nacimiento, otro tema – el del primer y segundo nacimiento – constitutivos de su ser y quehacer. Termina precisamente con la cuestión de las mujeres en el rol de acompañantes espirituales, como parteras del alma, una tarea que Margaret expone con calidad y calidez. Presentando estos temas, podríamos presentarla a ella.
En esta oportunidad vamos a dar un paso en una dirección algo diversa: voy a releer con ustedes un artículo sobre Guenther, escrito hace bastante tiempo,[3] para encontrar alguna continuidad en otro texto que nos permita profundizar en la mística cotidiana.
Cuando leí por primera vez Holy Listening, la profundidad y sencillez del planteo me cautivó: hay que saber mucho para explicar procesos espirituales en términos sencillos pero que no traicionen la complejidad y hondura de la materia.
Recordé al P. Lucio Gera, [4] cuyas clases de eclesiología eran accesibles a todos los presentes, cada uno podía aprovechar de acuerdo al momento teológico/pedagógico que estuviera atravesando, es decir, los de cuarto año del bachillerato en teología, (quienes éramos en ese momento el público mayoritario del curso), entendíamos lo que él decía y no sólo eso: sus clases nos dejaban reflexionando y rezando. Pero venían a escucharlo también algunos de sus colegas, alumnos y alumnas más avanzados, de la licenciatura especializada y egresados: seguramente ellos y ellas entendían y aprovechaban más la sabiduría del P. Lucio que nosotros. Incluso en algunas clases venían amigos o conocidos del P. Gera, personas que lo habían escuchado en alguna parroquia o en alguna charla. Me asombraba (desde mi ignorancia), que ellos y ellas también comprendieran y sacaran conclusiones que los animaban e inspiraban para su camino cristiano y para seguir formándose… eso lo logran pocas personas. Lucio Gera y Margaret Guenther pertenecen a ese selecto grupo.
Lo que me sucedió con Holy Listening, se continuó de algún modo con los otros escritos de la autora. Lo que ella plantea en el primer capítulo de La Escucha Sagrada sobre la hospitalidad, es su estilo de escritura: ella da la bienvenida con su forma de escribir,[5] nos recibe en el mundo de su comprensión cristiana, en la hondura de su sabiduría espiritual. Con enorme generosidad, como hace un buen hospedero o una buena hospedera, nos ofrece la casa de sus aprendizajes interiores, de su experiencia en el camino del seguimiento cristiano. Pienso que ese es el motivo por el cual todos nos sentimos confortables con su estilo: principiantes y avanzados, todos disfrutamos y aprovechamos el contenido de lo que ella ofrece.
En la importancia que ella asigna al tema de la hospitalidad, que es una de las claves hermenéuticas de su obra, no es difícil ver la influencia benedictina, que se trasluce en muchos textos. Baste un ejemplo para ilustrarlo: uno de sus libros se llama At Home in the World. A Rule of Life for the Rest of Us,[6] que podríamos traducir como En casa en el mundo. Una regla de vida para el resto de nosotros. Como podemos suponer, el libro desarrolla las posibilidades de una espiritualidad laical vivida a fondo, llena de significado y frutos, donde los laicos no nos sintamos “viviendo de prestado” una espiritualidad que otros gozan en plenitud, sino desarrollando la totalidad de posibilidades que nuestra vocación ofrece.[7] Trazado este contexto teológico/espiritual/bibliográfico, puedo comenzar a hacer mi lectura en retrospectiva de aquel artículo de la revista Teología.
«Mística en la trama…» comienza con una luminosa definición del gran Raimon Pannikar:
«La experiencia de la Vida podría ser la definición más breve de la mística. Se trata de una experiencia y no de su interpretación, aunque nuestra consciencia de ella le sea concomitante. No las podemos separar, pero las podemos y debemos distinguir (...) Se trata de una experiencia completa y no fragmentaria. Lo que a menudo ocurre es que no vivimos en plenitud porque nuestra experiencia no es completa y vivimos distraídos o solamente en la superficie. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia».[8]
Ese texto permite desarrollar el tema de mística en su unidad con la vida y con lo cotidiano, desde allí el argumento va hacia las teologías hechas por mujeres, como lugares hermenéuticos donde se “entrama” la existencia, la reflexión teológica y la misma experiencia de Dios. Luego de articular el tema con argumentos de otras teologías hechas por mujeres, el artículo se enfoca en los escritos de Margaret Guenther.
La reflexión continúa con ideas y metáforas que Guenther utiliza e incluye una nueva: la del bordado, la trama, lo que la sostiene, problematizando sobre la necesidad de estar presente a los acontecimientos de la vida, – a menudo sumamente simples –, en los que Dios se manifiesta.
Volver a pensar en aquel artículo, me llevó releer o repasar la obra de Guenther, lo que hice con mucho gusto, y además con gratitud, por todo lo que nos ha enseñado. Por otra parte, es una excelente ocasión de homenajearla, ya que en momentos de escribir aquel texto, Margaret se encontraba entre nosotros y hoy ya goza de la presencia del Señor.
En mi relectura me preguntaba si volvería a tratar el tema como lo hice. Como suele suceder, hoy lo haría de otro modo, pero de alguna manera reconozco que aquella reflexión me da pie para hacer una nueva, espero que más profunda. Al mismo tiempo, en este momento que Margaret ha culminado su peregrinación entre nosotros, podemos hacer un balance más completo de su obra.
Si frente a sus escritos nos preguntamos ¿cuál es el mensaje que nos ha querido dejar? o dicho de otra manera, ¿cuál es su definición de mística o de mística cotidiana?, creo que la respuesta sería: atender a lo sagrado. A continuación trataré de fundamentar esta respuesta, desplegando su contenido.
Prestando atención a la producción escrita de nuestra autora, se advierte que hay dos temas de los que ella habla permanentemente: la dimensión sagrada de la vida y la escucha, entendida como atención plena.
Después de Holy Listening, su segundo libro será Towards Holy Ground. Spiritual Directions for the second half of life,[9] un texto que escribe a pedido de los acompañantes espirituales, según ella dice, atentos a que ella misma es una mujer que se encuentra en la segunda mitad de la vida. En el primer capítulo de ese libro,[10] Guenther no pone el foco tanto en la edad cronológica, sino en la madurez espiritual. El primer capítulo lo dedica a ese “fondo sagrado” y habla de personas muy jóvenes que debido a su experiencia de vida o por alguna otra circunstancia, ya habían entrado en la madurez espiritual que supone la segunda mitad de la existencia…
Esta madurez tiene que ver con la conciencia de la finitud y también con la gratuidad. Si la primera mitad de la vida suele enfocarse en el éxito y los logros, la segunda guarda una estrecha relación con la búsqueda de plenitud que da el amor de gratuidad. Esa clase de amor, al experimentarlo y ejercerlo manifiesta una misteriosa fecundidad. En esta segunda etapa vital se puede abrazar la ambigüedad y la vulnerabilidad, aceptando lo poco que sabemos de casi todo y viviendo esa clase de ignorancia con paz y humildad, abiertos a lo nuevo, sabiendo que lo esperable es lo inesperado y que la realidad (particularmente en lo que atañe a los seres humanos), tiende a sorprendernos.
Es decir, en la conceptualización de Guenther, la madurez se da cuando accedemos al fondo sagrado de la vida, que tiene que ver con su condición de misterio y de afinidad con lo trascendente.[11]
Otra consecuencia se verifica: se puede ser muy joven y haber alcanzado esta madurez o se puede ser mayor y muy inmaduro/a espiritualmente hablando. Quien va madurando accede al fondo sagrado de la vida, esto es: a una mirada nueva, más sabia y contemplativa, más cercana a la mística.
El tema de la espiritualidad en lo cotidiano, Guenther lo desarrolla en varios textos, posiblemente el más extenso es el de la segunda parte de su libro The Practice of Prayer, llamado «Praying in the Midst of life»,[12] donde toca la cuestión del encuentro con Dios en lo ordinario de la vida, en la crianza de los hijos, en el trabajo, en los momentos difíciles, en la comunidad… Algo de esto fue comentado en «Mística en la trama de la vida cotidiana». En esta oportunidad haré foco un texto muy sencillo y profundo, como es su estilo,[13] Margaret Guenther va desgranando las características de esta “tierra santa” o “fondo sagrado de la vida” que nos sostiene, trabajaré aquí algunas notas de esa descripción.
La autora nos invita a abrirnos a la posibilidad de experimentar lo sagrado, y que el reconocimiento de una experiencia de Dios no debe ser desestimada como patológica o imposible. En nuestra cultura lo numinoso se mira con sospecha, y con una cierta desconfianza. Hablar de lo sagrado, resulta extraño.
Las personas buscan orientación espiritual para encontrar un punto de apoyo para su experiencia de Dios. Lo que se conversa en el ámbito espiritual o religioso puede ser idéntico a lo que se lleva a un diálogo de coaching o a la psicoterapia, pero en el interior está el claro propósito del acompañamiento espiritual: explorar dónde está Dios en la vida de esa persona.
Hoy es muy difícil hablar de lo sagrado, si siempre es complejo expresar vivencias tan entrañables, en la actualidad, además, se ha vuelto un tema tabú, un tema raro.
Los creyentes de todos los tiempos han manifestado sus dificultades para hablar de la experiencia de Dios. En última instancia, no hay palabras para definir a Dios, ni a la experiencia que tenemos de Su Presencia y Bondad. Lo sagrado está más allá de nuestra capacidad de abarcarlo desde la inteligencia o la afectividad. En esta vida Dios es conocido y denominado por vía de analogía y paradoja, aunque es inefable. Algunos nombres lo designan con propiedad, aunque de modo deficiente.[14]
Por otra parte, nuestra experiencia de Dios es el tema más íntimo posible y en general, un sano pudor nos resguarda de exponerlo de cualquier modo. Solo un ambiente seguro se revela apto para confiar estas experiencias.
Como creyentes, podemos utilizar una cierta jerga religiosa, como una especie de vocabulario específico del tema que nos ocupa, pero aún esos términos podrían servir para evitar las profundidades de la experiencia. Ser auténticamente nosotros/as mismos/as en presencia de lo sagrado, tratar de manifestar nuestra vivencia en conversación con otro/a, y luego asumir las preguntas que surgen, puede ser muy difícil. Esa es la tarea del acompañamiento espiritual. Y es un trabajo contracultural.
Sin embargo, lo sagrado es parte de la vida. Los maestros espirituales de todos los tiempos han invitado a las personas a encontrar a Dios en la interioridad, en nuestro corazón.[15] Por lo tanto, en el acompañamiento espiritual, reconocemos un “componente de Dios” en toda experiencia humana, incluso cuando percibimos a Dios como ausente o no haciéndose cargo de la situación. Solemos cultivar una idea errónea según la cual la experiencia de Dios está reservada para místicos identificados, famosos, históricos…
Margaret lucidamente señala que las personas encendidas con la experiencia de Dios lo pasan mal en nuestra sociedad,[16] y a veces también en las comunidades eclesiales. Como amigos y acompañantes espirituales, podemos (y debemos!) nutrir ese impulso que nos lleva a cultivar la vida de Dios en nuestro interior. Al ofrecer hospitalidad en un espacio de acompañamiento, estamos dando la bienvenida a “los santos de la puerta de al lado”,[17] a aquellas personas que experimentan un llamado a la interioridad, a una comunión más honda con el Señor en la oración, pero que podrían pensar que ese camino no es para ellos, no es para ellas, sino para otras personas que institucionalmente o tradicionalmente se dedican a la oración: monjas, monjes, ministros ordenados, consagrados/as, etc.
Retomando las afirmaciones de Pannikar del comienzo y la reflexión de Margaret Guenther, podemos afirmar que todos podemos ser místicos, atendiendo a la realidad de que ya lo somos desde el bautismo,[18] pero además que todos y todas tenemos la capacidad de cultivar una rica amistad con el Señor, cálida, vivificante, y que esa amistad no está lejos, sólo basta prestar atención al “componente de Dios” en nuestra experiencia humana.
La segunda palabra en la que se nos invita a reflexionar, es el verbo «atender», con sus connotaciones de prestar atención, esperar y simplemente estar presente. Prestar atención no es fácil, especialmente cuando estamos inundados de estímulos. En esta época de fragmentos, nuestra atención está repartida en muchas actividades y lugares… la dispersión es enemiga de la presencia, ya que es imposible estar plenamente en un lugar, si intentamos (a menudo infructuosamente) hacer varias cosas al mismo tiempo. Así es como en este tiempo de personas dis-traídas (llevadas en sentidos distintos) y dispersas o perdidas en medio de una jungla de actividades, hay un interés creciente por la meditación y las técnicas de atención plena o mindfulness.[19] Evidentemente, nos sentimos necesitados y necesitadas de volver al presente, de recuperar el foco. Hay una percepción generalizada de perdernos a nosotros mismos.
Por otra parte, las Sagradas Escrituras son insistentes en invitarnos a escuchar, atender, ver, mirar, oír y observar.[20] Evidentemente es una tarea importante y difícil. La tentación es escaparse, distraerse. Los Santos Padres son asiduos en la recomendación de no derramar-se, de no dis-traerse, entendiendo que son formas de la división interior.[21] Dios quiere comunicarse con nosotros, sólo basta prestar atención. A la inversa: sin atención, sin escucha, es imposible reconocer la voz de Dios.
Margaret Guenther enfatiza el hecho de prestar atención como el mayor regalo, – junto con nuestra oración sincera por la persona que acompañamos –, el mejor servicio que podemos hacer a nuestro prójimo, en especial a aquellos y aquellas que acuden a nosotros en búsqueda de orientación o acompañamiento espiritual. Cuando prestamos atención en estos espacios, no sólo ofrecemos el ámbito en el que las personas pueden encontrarse y valorarse a sí mismas, escuchando-se y encontrando sus propias respuestas, sino que fomentamos el valor de la atención y de la escucha.
Ella señala que aquí podemos funcionar como guías de lo sagrado, que ayudan a los hermanos a tomar conciencia de «los pedazos de santidad incrustados en lo cotidiano».[22] Hay un encuentro posible con lo sagrado en lugares y circunstancias que parecen inverosímiles. Podemos fomentar la apertura al Dios de las sorpresas.
La Escritura nos recuerda también que Dios usa los sueños, esas manifestaciones de lo que es inexplorado en nuestro inconsciente. Los profetas y ambos “José” – el hijo de Jacob, Gn 37,2-11 y el esposo de María, Mt 1,20; 2,12-19 – tuvieron sueños que los comprometieron con una misión. Incluso en el relato de Mateo que citamos, vemos que los magos también fueron advertidos en sueños y el hecho de haber acogido la advertencia, salvó la vida de Jesús.
San Juan de la Cruz hablaba de la atención a lo interior como un elemento fundamental de nuestro camino cristiano.[23] Los maestros espirituales, desde los Padres y Madres del desierto en adelante, invitan a prestar atención a las mociones interiores: lo que sentimos y pensamos, nuestras fantasías y distracciones, también tienen algo que decirnos.
Como acompañantes espirituales podemos animar a nuestros acompañados a reconocer lo sagrado en sus sueños y a estar atentos a los símbolos, historias e imágenes. Podemos invitarlos a hacerse amigos de sus sueños, a reflexionar y orar con ellos, sin despreciar lo absurdo… no se trata de hacer psicoterapia en el espacio de acompañamiento –aunque es muy bueno en determinadas circunstancias llevar lo que se conversa en el acompañamiento espiritual al ámbito psicoterapéutico –, sino de estar atentos a lo que nos dice nuestro interior, ya que podemos utilizarlo como un ejercicio de auto-conocimiento, un ejercicio que luego nos permite conversar sobre lo soñado en el encuentro de acompañamiento.[24]
Llevar un diario siempre es útil para aquellos que no viven la escritura como una carga o limitación, escribir sobre nuestras vivencias, en particular sobre nuestras experiencias espirituales, puede ser muy esclarecedor.
Margaret Guenther exhorta a ayudar a nuestros acompañados a desarrollar su devoción por los ángeles, en particular por su ángel de la guarda. Aquí nuevamente hay precedentes en las Escrituras: Abraham y los tres extraños junto a las encinas de Mamre (Gn 18, 1-25), Jacob en su lucha con el ángel (Gn 32, 22-30), la anunciación (Lc 1, 26-38), las mujeres en la tumba vacía (Lc 24, 1-25).
Al atender a lo sagrado, es prudente recordar la orden en la Carta a los Hebreos: «No descuiden la hospitalidad, porque algunos han recibido ángeles sin saberlo» (Hb 13, 2).
Hablar de ángeles suena a discurso infantil o a aproximación “new age”, sin embargo la palabra ángel significa “mensajero” y bien sabemos que Dios nos envía mensajes continuamente. El Papa Francisco inauguró en 2019 una escultura en la Plaza San Pedro, que se llama “Ángeles sin saberlo”, una obra de Timothy Schmalz. Instalada en 2019, la obra representa una balsa en la que se amontonan un grupo de migrantes y refugiados de diferentes orígenes culturales y raciales y de diversos períodos históricos. De entre ellos, sobresalen unas alas de ángeles remitiendo al texto de la carta a los Hebreos, antes citado.
Esta aproximación no tiene nada de idílico: evoca el llamado concreto y cotidiano que nos hace el Señor a través de las necesidades de nuestro prójimo, pero enfoca esos requerimientos más que como favores que se nos piden, como un ofrecimiento de gracia, una oportunidad de encontrarnos con el Señor. Con las personas a las que acompañamos, podemos plantear las preguntas: ¿Qué anuncios has pasado por alto? ¿Quiénes son las personas o las situaciones que han venido a tu vida para hacer algún anuncio?
Cuando concebimos así a los ángeles, nos dice ella, hay una distancia corta entre los ángeles y los profetas, que como grupo, rara vez son personas cómodas o atractivas. Nos gustan cuando están advirtiendo a otros, pero los rechazamos cuando amenazan nuestra complacencia. Cuando se dirigen a nosotros, nos enojan, o al menos deseamos que se vayan. Es su propia naturaleza hacer que nos sintamos incómodos, porque insisten en que miremos claramente el presente, en dónde y cómo estamos en este momento.
Ayudamos a las personas a las que acompañamos a atender a lo sagrado cuando preguntamos: ¿Quiénes son los profetas en tu vida? ¿Cuáles son las voces que estás evitando? ¿Qué estás rechazando escuchar?[25]
Descubrimos así que el encuentro con lo sagrado se da también en la comunidad y allí hay que atenderlo. Dios también sale a nuestro encuentro en los hermanos, tanto a través de un hermano o hermana concreto, como en la comunidad como tal. En la historia de la conversión de Saulo (Hechos 9), es derribado y cegado, pero el encuentro con Cristo se completa solo cuando es llevado a Ananías. Solo entonces, en compañía de otro, recupera la vista, literal y espiritualmente.
El mensaje del evangelio es un mensaje comunitario: la relación con Cristo exige también relación con otras personas. Esta importancia de la comunidad se hace especialmente clara en la promesa de Mateo 18,20: «Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Atender a lo sagrado nunca es una aventura privada. Esta es un área para la precaución y ocupación del acompañante espiritual. El aislamiento o (peor), el desprecio por los demás, es un mal signo, ya que es demasiado fácil amar a la humanidad en abstracto, especialmente a grupos que están geográficamente distantes, mientras evitamos la intimidad del compromiso real. Puede haber sorpresas aquí cuando atendemos a lo sagrado en otros. Cristo puede encontrarse en lugares inesperados entre las personas menos pensadas, en sitios periféricos y poco religiosos. Es bueno preguntarnos y preguntarles a las personas que acompañamos: ¿dónde se refleja Cristo para ti en los demás? ¿dónde estás reflejando a Cristo para ellos?
La Escritura también nos ofrece el modelo de atender a Dios en la oración, donde con demasiada frecuencia estamos más inclinados a hablar que a escuchar. Así es, tal vez influenciados por nuestra sociedad occidental que valora la acción, el logro y la productividad, no damos importancia a estos momentos de silencio y soledad para escuchar a Dios. Puede ser, incluso, que estemos evitando escuchar para no encontrarnos con lo que el Señor nos quiere decir. Quizás tenemos miedo de estar en silencio y aburrirnos o angustiarnos o tememos nuestras propias sombras…
La Escritura nos aconseja apartarnos, disminuir la velocidad, detenernos un poco: Elías y la voz apacible (1Re 19, 12), Jesús en la soledad del desierto después de su bautismo (Mc 1, 12-13), las numerosas otras veces cuando se aparta para orar (Lc 5, 15-16). Nuestra responsabilidad también tiene que ver con aquellos a quienes acompañamos, sean nuestros hijos e hijas, nuestros alumnos, las personas que se acercan en las tareas pastorales o para que los acompañemos espiritualmente. Más que hablar de la oración, los ayudamos y nos ayudamos, orando. No se trata de que nos vean rezar «Cuando ores retírate a tu habitación y ora a tu Padre que está en lo secreto…» (Mt 6, 6). Si somos personas de oración, quienes se acercan a nosotros, quedan con deseos de orar. Creo que un buen acompañante espiritual es alguien que nos deja, después del encuentro con él o con ella, con ganas de rezar, de acercarnos más al Señor. Hay una paz inconfundible y sagrada en el que cultiva tiempos de oración, aunque el propio protagonista no lo experimente, más aún, aunque sienta desolación y vacío, los demás pueden percibirlo. Es como un aroma, es el «buen olor de Cristo» (Cf 2Co 2, 15).
Los tiempos difíciles pueden ser también tiempos de gracia. En otro contexto lo decía el Card. Pironio,[26] quien aseguraba que los tiempos difíciles están en la providencia del Padre y son gracia y salvación.[27] La Escritura nos ofrece el ejemplo de Jesús en el huerto, luego en la cruz. Particularmente la oración de Jesús en el huerto nos conmueve, los evangelios dicen que el Señor «Comenzó a entristecerse y a angustiarse» (Mt 26, 37). «Comenzó a sentir temor y a angustiarse» (Mc 14, 33). Es un temor, una angustia, una tristeza de muerte. «En medio de la angustia, Él oraba intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo» (Lc 22, 39-44).
Jesús experimentó esa soledad, son momentos en los que Dios parece no estar escuchando, por lo tanto, no nos habla, no nos responde en el momento en el que estamos más necesitados. ¿Qué hacemos los seres humanos con el sufrimiento? El dolor, el sufrimiento son una realidad de nuestras vidas, se presentan cada vez que vemos amenazada nuestra integridad personal, sea física o emocional, en el presente o en el futuro… No es raro que nuestras certezas sobre Dios también se vean cuestionadas y que sintamos su ausencia. Guenther nos recuerda que ese también fue el sentimiento de Jesús: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».[28] Manifiesta, con buen criterio, que es muy cautelosa en dar recomendaciones de oración en esos momentos. En instancias de profunda desolación, solemos recurrir a oraciones de la infancia o a volvernos al Señor casi con un grito interior, muchas veces mudo o enmudecido.
Margaret señala que a ella misma muchas veces la paraliza o la rebela el sufrimiento. De hecho a menudo no tenemos recursos para atravesarlo, en una sociedad negadora de lo que en la vida es contrariedad, enfermedad, discapacidad o muerte. Ella confiesa sus ideas equivocadas del dolor, como cuando frente a la grave enfermedad de uno de sus nietos, se ofreció a Dios a cambio de su salud. Se cuestionó entonces el tipo de Dios en el que creía y se da cuenta de las ideas que corren por debajo de lo que racionalmente pensamos que creemos…[29]
Orar en la medio de la prueba es una experiencia de máxima vulnerabilidad, es la vivencia del riesgo y a menudo de la desprotección. A veces, solo a veces y por momentos cortos podemos percibir que Dios está allí y que esos trances tienen una extraordinaria capacidad de transformarnos, si nos abrimos a la fecundidad del momento. Usualmente no sabemos qué hacer con nuestro sufrimiento, menos aún con el del prójimo.
Los amigos de Jesús se dormían en el huerto de los olivos, tal vez era una manera de defenderse del dolor. Es muy difícil estar presente cuando alguien sufre mucho, simplemente estar sin pretender arreglar nada. Esa presencia amorosa junto a quien sufre es atención a lo sagrado: Dios está allí, aunque la persona se sienta sola y perdida en su dolor.[30] ¿Cómo sabrá que Dios la acompaña, lo acompaña? Lo sabrá si hay un hermano que está allí y se dispone a ser la presencia sacramental del Señor para la persona que padece.
Margaret Guenther dice que en esos momentos es importante desarrollar la atención como capacidad de estar presente, de simplemente esperar. La espera atenta es un trabajo solitario. No se puede apurar, porque ese apuro rara vez tiene sentido. Por mucho que queramos, sabemos que como acompañantes, nuestra tarea no es rescatar ni arreglar. Insiste en el hecho de que la tarea del acompañante no es reparar, si no sentarse con inmensa compasión, junto a lo que en la vida de las personas está roto.[31]
Podemos ofrecernos como compañeros orantes en la espera, construyendo la confianza necesaria para que cada uno pueda contar su historia, en particular esa historia dolorosa que nadie quiere escuchar y que las personas por muchas razones no se animan a contar. En términos prácticos, independientemente de la madurez espiritual y la situación particular de la persona, ella rescata el hecho de ofrecer un espacio seguro y acogedor: seguro de interrupciones y distracciones, pero lo más importante, seguro porque ese hermano o hermana sabe que será escuchado acríticamente, es decir, atentamente, pero no de manera prejuiciosa, será escuchado desde el respeto y el amor. Debería ser seguro hablar de cualquier cosa, ser abierto sobre dudas y ambigüedades. El acompañamiento espiritual es el lugar para el discurso libre y sin ediciones.
Tal vez, ese sentido de seguridad puede aumentar si quien acompaña comparte prudentemente su propia experiencia: puede ser notablemente tranquilizador para quien es acompañado, saber que su experiencia de lo sagrado (positiva o negativa) no es única. Se puede fomentar la atención a lo sagrado haciendo las preguntas correctas, preguntas que abran puertas, que arrojen luz, que inviten al riesgo. No se trata de interrogar, sino que invitar al crecimiento, a la apertura.
Lo sagrado a menudo nos llega en la oscuridad y en el silencio. Será importante encontrar un lugar físico adecuado para dialogar, un espacio tranquilo y libre de interrupciones sin teléfonos que suenan, golpes en las puertas o personas que circulan. Más importante aún será calmar el propio ruido interior de quien escucha. La comodidad con el silencio es parte de una atención respetuosa.[32] Además de un poco de silencio intencional al principio del encuentro de acompañamiento y posiblemente al final, es importante sentirse cómodo con los vacíos en la conversación y dejar que el silencio caiga en medio del diálogo… No es necesario llenar todos los vacíos, de hecho, lo sagrado puede esperar en esos mismos vacíos.
Guenther recomienda que los que ofrecen orientación deben tener sus propias comunidades de fe y su propia disciplina espiritual. Más importante aún, deben tener sus propios acompañantes espirituales.
Es importante aprender el arte de la atención, tal vez incluso la ciencia de la atención, para con nosotros mismos, tanto en nuestros momentos de oración como en nuestra vida diaria. Es tarea del acompañante espiritual atender a lo sagrado. Es más, es una forma de atención especializada, donde somos expertos no en un tema, sino en una presencia. Al atender, nos acercamos lo suficientemente a lo sagrado como para percibir sus ecos en la vida de aquellos que han venido a nosotros en su búsqueda y los animamos a atender por sí mismos, para que puedan seguir escuchando los ecos más sutiles de Dios en su vida. Atender no sólo es un arte y una ciencia, sino una disciplina y un don, una tarea y un regalo. Es la esencia de nuestra vocación como acompañantes espirituales, como amigos y guías en el viaje de fe.[33]
A lo largo de este texto pudimos recuperar el concepto de “mística en la trama de la vida cotidiana”, como atención a lo sagrado. Esta formulación conserva el sentido de la mística cotidiana, agregándole el matiz de la atención y señalando el valor de lo sagrado y dónde encontrarlo. Margaret Guenther no puede separar su camino espiritual de su ministerio en la dirección espiritual, principalmente porque su vocación de distintas maneras se fue desplegando en el acompañamiento espiritual.
La vida se puede describir para ella como un camino que va desde Edén hasta Emaús, en ese camino la Palabra va dando sentido e iluminando cada paso que damos.[34] La enorme riqueza de su aporte está dada por la sencillez con la que se aproxima al misterio; por medio de la escucha desprovista de prejuicios y de la presencia, ella es capaz de sintonizar con la dimensión sagrada de la vida en general y de las personas en particular. No sólo eso: puede hacer que las personas se encuentren con lo sagrado de sus propias vidas y que descubran que el camino es insospechadamente más sencillo de lo que imaginaban.
Esa sencillez en el encuentro con lo sagrado tiene una enorme afinidad con la dimensión de sentido que todos los seres humanos buscamos para nuestras vidas. Es una realidad muy cercana a la mística y a la misma felicidad.
El Papa Francisco asume esta idea en el Capítulo 1 «El llamado a la santidad» de su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, números 2-35.