Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Buscar
Fuente


Lo natural en el mundo. Juicio al ecocentrismo
The natural in the world. A trial of ecocentrism
Il naturale nel mondo. Un processo all’ecocentrismo
Prudentia Iuris, núm. 98, pp. 1-32, 2024
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires

Artículos de Investigación

Prudentia Iuris
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0326-2774
ISSN-e: 2524-9525
Periodicidad: Semestral
núm. 98, 2024

Recepción: 24 mayo 2024

Aprobación: 06 septiembre 2024

Los autores conservan los derechos de autor y garantizan a PRUDENTIA IURIS el derecho exclusivo de primera publicación. Sin embargo, pueden establecer por separado acuerdos adicionales para la distribución de la versión publicada del artículo, con un reconocimiento de su publicación inicial en esta revista. El contenido se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Se permite y se anima a los autores a depositar su obra en repositorios institucionales y temáticos, redes sociales académicas, sitios webs personales y/o donde consideren pertinente de acuerdo con nuestra Política de Autoarchivo

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: Este es un ensayo filosófico sobre la interdependencia entre el hombre y la naturaleza no humana. Desde el momento en que el hombre ya no se comprende a sí mismo como el centro de la naturaleza material y se empieza a reconocer el “valor intrínseco” de todas las cosas con independencia del servicio que prestan al hombre, se va marginando al ser humano, al tiempo que se reconocen derechos a los elementos de la naturaleza: a los animales, los ríos… Con este planteamiento, cada vez más extendido, se subvierten los fundamentos de los ordenamientos jurídicos occidentales, construidos sobre presupuestos antropocéntricos judeocristianos.

Palabras clave: ecocentrism, Anthropocentrism, Creation, Eternal law, Nature.

Abstract: This is a philosophical essay on the interdependence between man and non-human nature. From the moment that man no longer understands himself as the center of material nature and begins to recognize the “intrinsic value” of all things, regardless of the service they provide to man, the human being is gradually marginalized, while the elements of nature are recognized as having rights: animals, rivers... With this approach, increasingly widespread, the foundations of Western legal systems, built on Judeo-Christian anthropocentric assumptions, are being subverted.

Keywords: Ecocentrismo, Antropocentrismo, Creación, Ley eterna, Naturaleza.

Sommario: Questo è un saggio filosofico sull’interdipendenza tra l’uomo e la natura non umana. Dal momento in cui l’uomo non si comprende più come centro della natura materiale e si inizia a riconoscere il “valore intrinseco” di tutte le cose, indipendentemente dal servizio che esse prestano all’uomo, l’essere umano viene gradualmente marginalizzato, mentre si riconoscono diritti agli elementi della natura: agli animali, ai fiumi... Con questo approccio, sempre più diffuso, si sovvertono i fondamenti degli ordinamenti giuridici occidentali, costruiti su presupposti antropocentrici giudaico-cristiani.

Parole: Ecocentrismo, Antropocentrismo, Creazione, Legge eterna, Natura.

Lo natural en el mundo.

Juicio al ecocentrismo

Para citar este artículo:

Poole Derqui, Diego. “Lo natural en el mundo. Juicio al ecocentrismo”.

Prudentia Iuris, 98 (2024)

1. Ecocentrismo vs. antropocentrismo

Dicotomía antropocentrismo-ecocentrismo; importancia de esta distinción para la ciencia jurídica

La dicotomía entre antropocentrismo y ecocentrismo ha desencadenado un debate que afecta a los fundamentos de la ciencia jurídica[1]. El antropocentrismo, que históricamente ha sido un presupuesto indiscutido en la ciencia jurídica, justificaba la utilización de los recursos naturales por el servicio que estos prestan al hombre. Pero se ha instalado en el imaginario colectivo la idea de que el antropocentrismo es algo perverso, que provoca la sobreexplotación de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. El ecocentrismo, en cambio, se presenta ante la opinión pública mundial como una alternativa más equilibrada y razonable, y propone un cambio de paradigma al reconocer el “valor intrínseco” de la naturaleza, con independencia del servicio que presta al hombre. Este enfoque implica un replanteamiento no solo de la legislación ambiental, sino también de casi todo el ordenamiento jurídico, construido sobre el presupuesto de que el ser humano es el único sujeto de derechos. El ecocentrismo ha impulsado el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, otorgándole en algunos casos un estatus legal similar al de los seres humanos[2]. Por otra parte, el ecocentrismo amplía el concepto de responsabilidad ambiental, que tradicionalmente se ha limitado a la reparación del daño causado al ser humano[3]. Esto supone también una ampliación de la noción de justicia ambiental, referida en su inicio al reparto equitativo entre todos los pueblos de las cargas y beneficios del medio ambiente; ahora, en cambio, la misma naturaleza se convierte en sujeto de derechos.

En este trabajo vamos a analizar el fondo de ambas posturas y trataremos de argumentar que no todo antropocentrismo es igual, y que rechazarlo sin más, con los argumentos convencionales, sería como reemplazar el agua de la bañera tirando el agua sucia con el niño dentro.

Ecocentrismo, una nueva religión (o no tan nueva)

Algunos pueden pensar que el antropocentrismo, al ser una tesis judeocristiana, es la defendida por las personas religiosas, mientras que el ecocentrismo, al considerar al hombre un elemento más de la naturaleza, presupone una cosmovisión no religiosa[4]. Pero no es así. El ecocentrismo en muchos casos supone, consciente o inconscientemente, un retorno a las religiones ancestrales que rinden culto a la naturaleza. Michael Crichton, conocido por su popular Parque Jurásico o La amenaza de Andrómeda, poco antes de morir definía el ambientalismo (environmentalism) como “la religión preferida por los ateos urbanos”, una religión que rediseña las creencias judeocristianas en estos términos: “Hoy en día, una de las religiones más poderosas en el mundo occidental es el ambientalismo. El ambientalismo parece ser la religión preferida por los ateos urbanos. ¿Por qué digo que es una religión? Bueno, simplemente mira las creencias. Si observas detenidamente, verás que el ambientalismo es de hecho una nueva versión (a perfect remaping) para el siglo XXI de las creencias y mitos judeocristianos tradicionales: Hay un Edén inicial, un paraíso, un estado de gracia y unidad con la naturaleza, hay una caída de la gracia a un estado de contaminación, consecuencia de comer del árbol del conocimiento, y como resultado vendrá un día de juicio para todos nosotros. Todos somos pecadores energéticos, condenados a morir, a menos que busquemos salvación, que ahora se llama ‘sostenibilidad’. La sostenibilidad es la salvación en la iglesia del medio ambiente. Así como la comida orgánica es su comunión, esa oblea libre de pesticidas que ingieren las personas buenas con las creencias correctas”[5].

Quizá este diagnóstico de Michael Crichton sea un poco exagerado, pero al menos ilustra la radicalidad con la que muchos ecocentristas asumen su postura. En cualquier caso, nuestro propósito ahora es resaltar la idea de fondo del ecocentrismo: todos los seres vivos tienen la misma importancia, y el hombre ya no se comprende como la razón de ser del universo material, como enseñaba el cristianismo. Desde esta perspectiva, la cosmovisión judeocristiana supone un elitismo especista, análogo al machismo o al sexismo, una presunción insolente del hombre que se arroga la primacía en un universo donde realmente no es más que un fenómeno periférico y ocasional, como lo podrían ser los dinosaurios o las medusas.

Causas y precursores del ecocentrismo

Para comprender el alcance y la rápida penetración del ecocentrismo en la mentalidad de la mayoría de las personas del mundo occidental es preciso indagar las causas y hacer una breve referencia a los precursores.

Entre las causas es frecuente poner en primer lugar la degradación ambiental y el cambio climático provocado por la explotación humana de los recursos naturales basada en un modelo económico que concibe los recursos naturales como ilimitados. En segundo lugar, el auge de los movimientos ecologistas, desarrollados especialmente a lo largo del siglo XX, que junto con la globalización de la comunicación (Internet, redes sociales, etc.) ha provocado que su mensaje se extienda rápidamente por todo el mundo. En tercer lugar, el fuerte impulso ideológico y político de los organismos internacionales, especialmente de las Naciones Unidas[6]. Y, en cuarto lugar, la crisis del cristianismo en los países occidentales ha eclipsado la idea tradicional de que la naturaleza es una realidad creada al servicio del hombre.

Entre los grandes precursores del ecocentrismo a nivel popular o de masas, con millones de libros vendidos en todo el mundo, destacan Paul Taylor, Aldo Leopold, Rachel Carson, Arne Naess, Lynn White y Garrett Hardin[7].

Paul Taylor (1923-2015), profesor de filosofía en Brooklyn College (NY), es uno de los autores que más claramente formula la tesis principal del ecocentrismo: los seres vivos tienen un valor independiente del servicio que prestan al hombre, y debemos extender el concepto de derecho subjetivo para que los seres no humanos sean considerados dignos de toda protección, con independencia de su relación con el hombre[8].

Para el biólogo forestal Aldo Leopold (1887-1948), la esencia de la moralidad es la preservación de la comunidad biótica: “Una cosa es buena cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es mala cuando atenta contra dicha integridad”[9].

Desde una postura más moderada, figura la bióloga norteamericana Rachel Carson (1907-1964), cuyo libro Primavera silenciosa, publicado (1962), se convirtió en una de las publicaciones de literatura científica más influyente de todos los tiempos. Carson denuncia los efectos nocivos sobre la naturaleza y la alimentación de los productos químicos producidos por el hombre[10].

Una postura más radical y antirreligiosa es la del profesor de historia Lynn White (1907-1987), que denuncia al cristianismo como culpable de los abusos contra la naturaleza[11].

Otra manifestación del ecocentrismo es la llamada deep ecology, término propuesto por el filósofo noruego Arne Naess (1912-2009) para referirse al movimiento ecologista que va más allá de la lucha contra la contaminación y el agotamiento de recursos (este es el objetivo de lo que él llama la ecología superficial, shallow ecology, que en el fondo solo busca la salud y la prosperidad de las personas de los países desarrollados). La “ecología profunda” es una reflexión de fondo sobre la naturaleza (una ecosofía, como dice Naess), que plantea un cambio de paradigma, una nueva cultura, donde el hombre renuncie de una vez por todas a considerarse el centro del universo, donde todos los seres vivos se consideren con la misma dignidad, y comprendan el mundo como un conjunto donde todos los seres dependen de todos[12].

Unos, por amor a la naturaleza no humana, comprendida como sujeto de derechos; otros, por una mezcla de maltusianismo y ecologismo, como Garrett Hardin (1915-2003), autor de The Tragedy of the Commons[13], al final casi todos concluyen en lo mismo: limitar la procreación, ya sea en defensa de la naturaleza, ya sea por la supervivencia de la humanidad, o de las dos cosas a la vez.

Junto a la influencia de los autores ecocentristas contemporáneos hay que tener en cuenta las culturas indígenas precolombinas con sus cultos ancestrales a la naturaleza, como la Pachamama (proviene de la lengua quechua y se traduce comúnmente como “Madre Tierra” o “Madre Cosmos”), que personifica a la tierra.

Por su parte, el hinduismo y el budismo podemos también calificarlos como ecocentristas. La cosmovisión hindú está ligada a una concepción panteísta. Algunos textos sagrados consideran que la naturaleza es la manifestación física de Dios mismo. Uno de los libros más influyentes del hinduismo describe así la naturaleza: “La esfera del espacio sideral constituye las cuencas de Sus ojos, y el globo ocular es el Sol como la capacidad de ver. Sus párpados son tanto el día como la noche”.

“¡Oh, rey!, los ríos son las venas del gigantesco cuerpo, los árboles son los vellos de su cuerpo, y el aire omnipotente es su respiración. Las estaciones que pasan son sus movimientos”[14].

Por su parte, la filosofía budista, estrechamente ligada al hinduismo por su origen, considera que la vida humana se integra con la naturaleza en un todo del que forma parte como un elemento más, por lo que se asume que el hombre no tiene un dominio particular sobre el resto de los seres vivos.

La postura de la encíclica Laudato si’, escrita por el Papa Francisco en 2015, ha avivado la reflexión sobre la naturaleza, especialmente entre autores cristianos. En la encíclica se critica tanto el biocentrismo como el “antropocentrismo desviado”. Es importante resaltar que siempre que la encíclica se refiere al antropocentrismo lo hace acompañado de alguno de estos adjetivos: desviado, despótico o moderno. La clave está en definir qué entiende por desviado, despótico o moderno. En cualquier caso, el antropocentrismo está en el corazón del pensamiento cristiano sobre la naturaleza, tal y como veremos a lo largo de este trabajo.

Antropocentrismo y principio antrópico

A partir de 1974, por obra del astrofísico australiano Brandon Carter, se introdujo en el lenguaje científico y en la filosofía de la ciencia la expresión “principio antrópico” para describir la infinidad de condiciones necesarias para que el proceso evolutivo del universo diera lugar a la vida humana. El principio antrópico sostiene, pues, que todo el universo parece diseñado para acoger a la humanidad. Se suele distinguir el principio antrópico “débil”, que se limita a constatar que, sin esos millones de ajustes precisos, la vida humana no podría haber tenido lugar; y un principio antrópico “fuerte”, que postula la existencia de una inteligencia suprema ordenadora que da razón de esos ajustes. El principio antrópico fuerte es el que vamos a defender aquí, porque si no hay Dios, todos los procesos evolutivos del universo tendrían que ser fruto del azar, lo cual requiere una fe más grande que la aceptación de la existencia de Dios[15].

Seis siglos antes de la formulación científica del principio antrópico, Santo Tomás escribía a su manera sobre el mismo principio: “En el orden natural, las cosas se emplean según sus propiedades naturales, y así vemos que las cosas imperfectas se destinan para el uso de los seres más nobles: las plantas se alimentan de la tierra, los animales de las plantas y todo está destinado para el uso del hombre. Por consiguiente, las cosas inanimadas han sido creadas para las animadas, las plantas para los animales y todo para el hombre. […] Hemos demostrado antes (capítulo 74 de este libro) que la naturaleza intelectual es superior a la naturaleza corporal; luego toda la naturaleza corporal estará ordenada a la naturaleza intelectual. Entre las naturalezas intelectuales, la que está más cerca del cuerpo es el alma racional, forma del hombre. Luego toda la naturaleza corporal parece estar creada para el hombre en cuanto animal racional; por consiguiente, la consumación de toda la naturaleza corporal depende en cierto modo de la consumación del hombre”[16].

Antropocentrismo: los bienes que la naturaleza proporciona al hombre

Si la naturaleza se concibe como una realidad creada al servicio del hombre, ¿cuáles son los servicios que le presta? Resumidamente podríamos responder que la naturaleza es el hábitat natural del hombre, el entorno físico y biológico necesario para que pueda vivir y desarrollarse. Pero este desarrollo que proporciona la naturaleza no es solo físico, también es psíquico, intelectual y moral. El contacto del hombre con la naturaleza es necesario para la salud mental[17]. Hay desequilibrios de la personalidad catalogados como “Trastornos de déficit de la naturaleza” provocados por falta de contacto con el medio ambiente, que se manifiestan en ansiedad, depresión, déficit de atención, obesidad…[18]. Por otra parte, la contemplación de la naturaleza hace a los hombres más creativos. La mayoría de las creaciones artísticas están ligadas a la contemplación de la naturaleza, ya sea en la pintura, en la arquitectura, en la música, en la literatura, en la moda, o en el teatro... Y quizá la aportación más decisiva de la naturaleza al hombre es que le ayuda a conocer a Dios. Santo Tomás explica que el principal servicio que las criaturas prestan al hombre consiste en ayudarle a conocer al Creador. El libro de la Sabiduría, que forma parte del Antiguo Testamento, lo dice claramente: “[…] de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su autor” (Sb 13,5). Y en la Epístola a los Romanos, que forma parte del Nuevo Testamento, San Pablo escribe: “Porque desde la creación del mundo, las cualidades invisibles de Dios, su eterno poder y divinidad, se hacen claramente visibles, siendo entendidas a través de lo que ha sido hecho, de modo que [los que niegan a Dios] no tienen excusa” (Rm 1,20). La naturaleza que rodea al hombre, por tanto, no tiene como única ni como principal función la conservación de la vida humana, no es un mero depósito de materias primas.

Ahondando un poco más en la naturaleza como fuente de inspiración creadora, Thomas Berry[19], considerado uno de los más grandes filósofos del ecologismo, desarrolla toda una tesis para que las creaciones humanas se integren e imiten en lo posible las creaciones de la naturaleza (obras integradas en lo que él llama la cultura bioregional). “La Tierra misma debería verse como el modelo primario para la arquitectura, como el primer científico, el primer educador, sanador y tecnólogo, incluso como la primera manifestación del misterio último de las cosas”[20].

La naturaleza no es solo fuente de inspiración para el arte, sino también para la técnica. La inteligencia impresa en la naturaleza se pone también de manifiesto en que diferentes ramas de la técnica y de la ingeniería estudian los mecanismos de la naturaleza para reproducirlos en sus artefactos (desde la forma de las alas de los aviones hasta el movimiento vertical de las moscas, pasando por la fisonomía de las ballenas…)[21].

John Muir, fundador de la primera asociación naturalista dedicada a la conservación del medio ambiente (Sierra Club)[22] y uno de los pioneros de los movimientos ecologistas, escribía: “Todo el mundo necesita belleza tanto como el pan, sitios en los que jugar y en los que rezar, donde la naturaleza pueda dar consuelo y fuerzas tanto al cuerpo como al alma”. Y comparaba la explotación de la naturaleza con la profanación del templo de Jerusalén por los mercaderes, que merecieron el reproche de Jesucristo: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre[23].

La naturaleza, por ser un bien común, en la medida en que se respeta y se promueve, es una fuente primordial de la ética. La perfección moral consiste precisamente en amar como propio un bien común y en amarse a sí mismo como miembro de una comunidad. El fundamento de toda obligación es siempre un bien comunitario, y es difícil concebir un bien más común que el medio ambiente. La moral surge con el empeño de hacer y de tener algo en común[24]. Por eso, el “cuidado de la naturaleza refleja también el cuidado a las personas, la capacidad de reflexionar sobre el impacto de nuestro comportamiento sobre los demás, sobre el entorno natural y humano, mirar más allá de nuestros propios intereses para integrar nuestros valores y nuestras acciones en un contexto más amplio, cultural, social y espiritual, que les dé sentido y los llene de vida”[25].

2. Naturaleza y creación

Antítesis casualidad-causalidad. Negación de la Providencia: posturas racionalistas o ateas

Cuando se aborda el estudio del sentido de la naturaleza ante el hombre es frecuente comenzar, como hemos hecho nosotros, por la división entre posturas antropocéntricas y biocéntricas. Sin embargo, en el fondo de esta dicotomía hay una más profunda y radical: la división entre posturas casualistas y causalistas. La vía de la casualidad es la transitada por los que niegan la existencia de una inteligencia suprema creadora y providente. Es la vía del ateísmo, pero requiere una fe, una confianza en el azar mucho más grande que la que se necesita para aceptar la creación[26]. La segunda vía, la de la causalidad, presupone una inteligencia suprema creadora y providente que da consistencia a la naturaleza. Para la mentalidad atea, el discurso sobre Dios se circunscribe al ámbito interior de la conciencia subjetiva, mientras que la consideración del mundo material, de “la naturaleza”, es asunto de las ciencias experimentales, de la física y de la técnica[27].

Es cierto que la marginación de la idea de creación y, por tanto, de las antiguas nociones de ley eterna y de ley natural no siempre ha ido unida al ateísmo. El deísmo de la Ilustración también contribuyó a oscurecer la relación entre Dios y el mundo, haciendo de la naturaleza un absoluto con pretensiones de suplantar a Dios. Para ellos no había nada que sustentara a la naturaleza: se sostiene por sí misma. Esta idea se generalizó hacia finales del XVIII con L’Homme Machine (1748), escrito por La Mettrie (1709-1751), quien difundió la idea de que los hombres somos como máquinas o robots que seguimos un curso predeterminado por el azar, aunque nos creamos libres (la libertad es la necesidad no comprendida). Toda la naturaleza funciona como un gran mecanismo que no requiere la atención providente de Dios. Quizá pueda haber sido necesario un creador en su origen, pero una vez puesto en marcha el mundo, ya no hace falta Dios. Todo sucede según un orden matemático impreso en la naturaleza. Ejemplo típico de esta regularidad es el movimiento de los astros, donde podemos saber la situación exacta de los planetas dentro de cientos de años, y también hace miles de años. Voltaire (†1778) difundió la idea de que las teorías de Newton confirmaban la autosuficiencia de una naturaleza y atribuyó a Dios el papel de simple “relojero”, creador y organizador del mundo, que “se retiró” una vez puesto en funcionamiento. Laplace (†1827) extendió la convicción de que si se conocieran todas las variables y fuerzas que afectan a un sistema en un momento dado, sería posible predecir su evolución futura y conocer lo que sucedió en el pasado[28].

Junto a las dificultades planteadas por esta concepción mecanicista de la naturaleza, está la idea moderna de libertad como pura autonomía, que arranca de Kant, y que se recrudece con Feuerbach, Nietzsche y Sartre, quienes acaban percibiendo a Dios creador como un competidor del hombre, que limita su libertad. El existencialismo de Sartre supuso la consagración de la libertad como pura independencia de la naturaleza[29].

La racionalidad impresa en la naturaleza. Causalidad y visión funcional de la naturaleza

Cuando estudiamos la naturaleza presuponemos una racionalidad en ella. Sería absurdo tratar de buscar una estructura lógica en lo que es fruto de procesos casuales e irracionales. Nadie trata de encontrar la lógica de la distribución de los objetos arrojados en un vertedero de basuras (un plástico, una botella, dos latas, un jersey...). En cambio, sí podemos buscar la lógica en la distribución de los libros en la biblioteca de un sabio, porque se presupone que esa distribución ha sido previamente pensada por una inteligencia. Pero si partimos del principio de que no hay creador, la naturaleza no tendría significados propios, si acaso proyecciones de nuestra inteligencia que trata de buscar formas como los niños al contemplar las nubes.

La causalidad, y no el azar, es precisamente lo que hace que el mundo tenga un sentido, un objetivo, una razón de ser, de modo análogo a cómo los artefactos se explican y justifican por el propósito o intención del fabricante. El creacionismo implica, por tanto, una visión funcional del mundo y del hombre, un “para qué” del universo y de la vida humana. Si hay un para qué, las cosas del mundo se tratan correctamente cuando se emplean conforme al fin al que han sido destinadas. Un ejemplo banal: una pluma estilográfica se usa incorrectamente si se emplea para abrir una botella, porque se ha hecho para escribir. Análogamente, el hombre “usa” correctamente la naturaleza (suya y de su entorno) cuando lo hace respetando el fin para el que fue creada.

Alasdair MacIntyre explica en Tras la virtud que, desde la perspectiva de Aristóteles, las proposiciones sobre el deber ser se derivan del ser de modo análogo a como podemos decir que tenemos un buen reloj cuando nos da la hora que realmente es; si no, es un mal reloj; si acaso, podrá ser una buena pulsera o una joya, pero no un buen reloj. Y se usa bien no cuando se usa conforme a los valores o deseos de propietario, sino conforme al fin del reloj. Los juicios sobre lo bueno o lo malo de las cosas son juicios de hecho porque presuponen que es un hecho la finalidad o propósito de esas mismas cosas[30].

Precisamente porque las cosas se crean para algo, con un propósito, la creación es la raíz primera y última del ser moral de las cosas, que exigen ser tratadas por el hombre conforme a su propósito o destinación. Cuando las cosas se usan para lo que han sido hechas, entonces se obtiene el mayor fruto de ellas. Igualmente, cuando una persona vive de acuerdo con su finalidad, su vida es tanto más plena (para él y para los demás). Josef Pieper explica esta relación entre creación, naturaleza y funcionalidad como fundamento del deber ser moral: “Esta idea fundamental de que las cosas naturales son algo planeado, diseñado está repleta de consecuencias para nuestra reflexión sobre la realidad en general y, por supuesto, sobre el hombre mismo. Quiero decir, por ejemplo, y sobre todo, que, inevitablemente, el hombre se encuentra dentro del mundo como un ser que, sin haber sido consultado, ya está determinado y sellado por encima de sus preferencias. No solamente no hacemos nuestra propia naturaleza, sino que ésta es exactamente la quintaesencia y la suma de lo que nosotros tenemos que ser por la virtud de la Creación. Nuestra naturaleza es lo que viene de otra parte y de otro; así, el Creador es más interior a su criatura que la criatura a sí misma”[31].

El fundamento de la ética se basa, por tanto, en una concepción funcional de la naturaleza y esta, a su vez, se basa en la creación. Quede claro, sin embargo, que cuando decimos “el fundamento de la ética” no decimos sin más “la ética”, porque la aceptación de las evidencias morales como, por ejemplo, la regla de oro (“trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti”), no conlleva necesariamente la aceptación del conocimiento de Dios, porque el conocimiento y la aceptación del efecto (en este caso, de la moral) no implica obligatoriamente el conocimiento de la aceptación de la causa última (Dios), del mismo modo que la aceptación de la ley de la gravedad no requiere del reconocimiento de la existencia de Dios, autor de la naturaleza y de sus leyes.

Cicerón explicaba que el fin del hombre consiste en vivir conforme al sentido de la naturaleza, lo cual le reporta la máxima felicidad[32]. Y la prudencia, virtud por la cual elegimos los medios más adecuados para conseguir los mejores fines, nos guía para vivir de acuerdo con la naturaleza[33]. Cicerón aclara que, por analogía con esta conformidad con la naturaleza, se comprende la misma noción de bien, que es plenitud de ser, de ser completamente lo que a cada uno le compete ser[34].

El hombre moderno no quiere ser criatura

En el fondo de la actitud moderna ante la naturaleza hay una posición contradictoria. Por un lado, se idolatra a la naturaleza, pero dejando al hombre fuera (es la paradoja de algunos movimientos ecologistas, que tanto defienden a los animales como desprecian al hombre). Y, por otro lado, se niega la condición creatural del hombre, porque aceptarlo supone aceptar una medida y unos límites que vienen de fuera. Según Ratzinger: “[el hombre moderno] quiere ser criatura porque no quiere ser medido, no quiere ser dependiente. Entiende su dependencia del amor creador de Dios como una intervención extraña. Percibe esta intervención como una esclavitud, y de la esclavitud hay que liberarse. De esta manera el hombre pretende ser Dios mismo. Cuando lo intenta se invierte todo. Se invierte la relación del hombre consigo mismo y la relación con los demás: para el que quiere ser Dios, el otro se convierte también en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con el otro se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha, como magistralmente lo representa la historia del paraíso en la conversación de Dios con Adán y Eva (Gen 3,8-13). Se transforma, por último, su relación con el Universo, de modo que se convertirá en una relación de destrucción y explotación. El hombre que considera una esclavitud la dependencia del amor más elevado y que quiere negar su verdad, su ser-creado, ese hombre no será libre, destruye la verdad y el amor”[35].

Pero si el hombre y el mundo han sido creados, han sido previamente pensados, han sido creados conforme a un plan del artífice divino; y a ese plan los clásicos le llamaban ley eterna.

3. La ley eterna como ley del universo

Creación, providencia y ley eterna. Una especie de sinfonía cósmica

Las nociones de creación y de providencia están íntimamente relacionadas: Dios no crea el mundo y se desentiende de él; Dios lo mantiene en el ser con su providencia, que es como una creación sostenida en el tiempo[36]. Desde la perspectiva cristiana, la naturaleza es la comunidad de todos los seres creados y sostenidos por la sabiduría y el amor de Dios, que se mueven atraídos por sus fines mediante una ley impresa en ellos, una ley que, desde San Agustín, se llama ley eterna. Esta ley es la misma sabiduría divina que gobierna el cosmos[37]. Santo Tomás la define como “razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de todo acto y todo movimiento”[38]. Este orden impreso en los seres es lo que los constituye, precisamente, en naturaleza[39]. En cierta manera, la ley eterna es como el alma del universo[40].

Esta ley tiene por efecto el orden de la naturaleza. Es como la partitura de una sinfonía cósmica impresa en el mundo, en la que los hombres desempeñan el papel de músicos con sus respectivos instrumentos (la vida que cada uno ha de vivir), y donde el resto de las criaturas irracionales cumplirían una función instrumental al servicio del hombre, como acompañamiento o como elementos de los mismos instrumentos de los hombres. Todos los seres irracionales (los astros, los mares, los animales, las plantas...), al ser movidos directamente por Dios mediante la ley eterna, participan pasivamente en esta orquesta. Los hombres, en cambio, participan activa y responsablemente con “la partitura” de la ley natural, intimada en su razón y en su voluntad. En esta “sinfonía” cada hombre goza al escuchar su propio instrumento (al vivir su propia vida), pero aún goza más al darse cuenta de que lo bueno es la música de la orquesta entera, de la que él forma parte como músico y como espectador al mismo tiempo. Desde esta perspectiva, el hombre se hace tanto mejor cuanto más se integra en la “orquesta de la naturaleza universal” que Dios compone para él y para que la interprete en su presencia. En palabras de Ratzinger: “Se hará entonces manifiesto que el hombre es tanto más grande cuanto más crece en él la capacidad de ponerse a la escucha del profundo mensaje de la creación, del mensaje del Creador. Y entonces aparecerá claramente que la consonancia con la creación, cuya sabiduría se convertirá para nosotros en norma, no significa limitación de nuestra libertad, sino que es expresión de nuestra razonabilidad y de nuestra dignidad”[41].

La ley eterna como gobierno de Dios sobre el mundo que dirige por medio de la naturaleza, que es el dinamismo impreso en los seres, en virtud del cual se sienten atraídos hacia su fin

La naturaleza no es un producto terminado. La naturaleza por definición es una realidad orientada, un proceso hacia un fin. Por eso, a Dios no solo le corresponde dar la existencia al mundo, sino también llevarlo hasta su plenitud. Este “amor que mueve el sol y las estrellas”[42] es la sabiduría divina que gobierna el cosmos, es la ley eterna de la que nos hablan los clásicos. Nada en el mundo está entregado al azar. El mismo concepto de naturaleza lleva en sí este dinamismo perfectivo por el cual Dios dirige todo el universo.

Pero esta acción de gobierno, desplegada por Dios en la naturaleza, es participada por las criaturas mismas, de tal suerte que la acción de gobierno no resulta extrínseca a las cosas mismas gobernadas. Y esto es así, al menos por dos motivos. Primero, porque la acción gobernadora de Dios está impresa en la esencia de cada cosa que le impulsa al fin, de manera que su movimiento es, por eso mismo, natural, y no violento. Y segundo, porque unas cosas obran sobre otras dirigiéndolas secundariamente a su fin último[43]. En ambos sentidos, las criaturas obran como movidas por Dios. Las irracionales inconscientemente y las racionales como el hombre, con el concurso de su libertad. Y aquí aparece la noción de ley natural: la participación del hombre en el gobierno del mundo, ordenándose a sí mismo y ordenando lo que puede para que toda la naturaleza cumpla su fin.

Maneras en que están sometidas a la ley eterna las criaturas irracionales y las racionales y, dentro de estas, cómo lo están los hombres “buenos” y los “malos”

Santo Tomás explica que este gobierno de la naturaleza mediante la ley eterna se ejerce de distinto modo en lo seres irracionales y en los racionales. Los primeros se mueven hacia su bien sin elección y sin conciencia del fin. En cambio, las criaturas racionales, aunque están inclinadas hacia su bien como los animales irracionales, han de confirmar con su libertad la destinación al bien que Dios ha impreso en su ser. Por eso, las criaturas racionales están sujetas a mandatos y a prohibiciones, cosa que no sucede con las irracionales, que son movidas como por fuerza, aunque sin violencia, porque sus movimientos son todos naturales.

“Así, pues, conforme a un plan único de Dios que las gobierna, las cosas son gobernadas diversamente según su diversidad. Pues hay algunas que, conforme a su naturaleza, obran por sí mismas en cuanto que tienen dominio de sus actos. Estas son gobernadas por Dios no solamente en cuanto son movidas por Dios mismo, que obra en ellas interiormente, sino también en cuanto que por Él son inducidas al bien y retraídas del mal por medio de mandatos y prohibiciones, premios y castigos. Está claro que no pueden ser gobernadas por Dios de este modo las criaturas irracionales, que son sólo determinadas, sin determinarse ellas a sí mismas”[44].

Santo Tomás explica que todas las criaturas, sin excepción, están sometidas a la ley eterna. Como hemos visto en la metáfora de la orquesta, las irracionales están sometidas a la ley eterna pasivamente, porque más que moverse a sí mismas, son movidas por Dios: se mueven atraídas por sus fines. Las criaturas racionales, en cambio, cumplen la ley eterna activa y pasivamente: activamente, porque conocen por su razón el bien al que se dirigen y lo ratifican (o no) con sus libres decisiones; y pasivamente porque también sus apetitos están naturalmente dispuestos hacia ese bien. Sin embargo, el modo de someterse a la ley eterna es diferente en los hombres buenos y en los malos. Los buenos perciben con más claridad el bien y se sienten más fuertemente inclinados hacia él por la virtud, lo cual les acerca a Dios, que refuerza su inclinación natural con la gracia. Los malos, aunque tengan su razón confundida por su lejanía de Dios y sus inclinaciones naturales pervertidas por los vicios, cumplen con la ley eterna porque con sus actos inmorales, aunque sean para su propia perdición, contribuyen al plan general de Dios sobre el universo. Como dice Santo Tomás, “lo que les falta en el plano de la acción se suple en el plano de la pasión, puesto que padecen lo que la ley eterna dispone sobre ellos en la medida en que rehúyen hacer lo que la ley eterna les pide”[45]. Séneca decía una cosa muy parecida, rememorando el himno a Zeus de Cleantes: Ducunt volentem fata, nolentem trahunt (“el destino guía al que quiere seguirle; pero al que se niega, lo arrastra”)[46]. Al final, todos cumplen con la ley eterna.

Definición de la ley natural como participación de la criatura racional en el gobierno del universo (no solo de sí mismo)

Aunque no es el objeto de este trabajo tratar sobre la ley natural, es preciso hacer una breve referencia a ella por su íntima relación con la ley eterna. La ley natural es la participación de la criatura racional en el gobierno divino del universo[47]. No es algo distinto de la ley eterna: es la ley eterna en el hombre. La ley natural es, como dice Santo Tomás, la participación de la criatura racional en la ley eterna. La definición de ley natural según Santo Tomás, por tanto, requiere necesariamente la referencia a Dios y a la ley eterna[48].

La ley eterna se participa en las criaturas de dos modos distintos: como mera inclinación material impresa en la naturaleza (concepto impropio de ley) y como participación formal, en cuanto dictamen de la razón humana sobre el comportamiento debido (sentido propio de ley, que como tal existe solo en las criaturas racionales). Según este segundo sentido, la razón humana es fuente reguladora y preceptiva, creadora de la ley, de modo análogo a como lo es la sabiduría divina. La ley, toda ley, se constituye como un dictamen de la razón y, en el caso de la ley natural, la materia sobre la que dictamina la razón toma como punto de referencia, en primer término, el orden objetivo de las inclinaciones naturales; y, en segundo lugar, el orden impuesto en toda la naturaleza. La ley natural consiste propiamente en esta participación de la razón humana en la razón divina, que se manifiesta en que, a semejanza de la divina y cooperando con ella, la razón humana es capaz de contribuir a la ordenación de todo –de uno mismo, en primer lugar– hacia su fin. Por eso, Santo Tomás dice que el hombre es providente para sí y para los demás. Y esto es lo natural en el hombre. El pasaje más claro de todo el corpus tomista donde se define la ley natural es aquel que responde a la pregunta de si existe en nosotros una ley natural, a lo cual responde: “Siendo la ley regla y medida, puede, como ya se ha dicho (q. 90 ad. 1), existir de dos maneras: tal como se encuentra en el principio regulador y mensurante, y tal como está en lo regulado y medido. Ahora bien, el que algo se halle medido y regulado se debe a que participa de la medida y regla. Por tanto, como todas las cosas que se encuentran sometidas a la divina providencia están reguladas y medidas por la ley eterna, según consta por lo ya dicho (a. l), es manifiesto que participan en cierto modo de la ley eterna, a saber, en la medida en que, bajo la impronta de esta ley, se ven impulsados a sus actos y fines propios. Por otra parte, la criatura racional se encuentra sometida a la divina providencia de una manera muy superior a las demás, porque participa de la providencia como tal y es providente para sí misma y para las demás cosas. Por lo mismo, hay también en ella una participación de la razón eterna en virtud de la cual se encuentra naturalmente inclinada a los actos y fines debidos. Y esta participación de la ley eterna en la criatura racional es lo que se llama ley natural. De aquí que el Salmista (Sal 4.6), tras haber cantado: Sacrificad un sacrificio de justicia, como si pensara en los que preguntan cuáles son las obras de justicia, añade: Muchos dicen: ¿quién nos mostrará el bien? Y responde: La luz de tu rostro, Señor, ha quedado impresa en nuestras mentes, como diciendo que la luz de la razón natural, por la que discernimos entre lo bueno y lo malo –que tal es el cometido de la ley–, no es otra cosa que la impresión de la luz divina en nosotros. Es, pues, patente que la ley natural no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional”[49].

Quizá podamos resumir con nuestras palabras en una breve fórmula qué es la ley natural desde la perspectiva tomista: la ley natural es la ordenación de la razón humana que confirma y desarrolla el impulso natural hacia la plenitud de la forma propia y del mundo entero, impulso que está impreso por Dios en todas las potencias del hombre.

El racionalismo moderno difuminó la idea de participación

Hemo visto que la noción de participación es un concepto clave para comprender la relación entre ley eterna y ley natural. A partir del siglo XVII, con el racionalismo moderno, especialmente por influjo de Descartes y luego por obra de Kant, se fue borrando en el pensamiento filosófico la noción de participación y, por consiguiente, se rompió la relación entre ley natural y ley eterna. Y esta es precisamente la diferencia fundamental entre el iusnaturalismo tomista y el iusnaturalismo moderno. Acabamos de ver cómo, antes del racionalismo, la naturaleza se concebía como una melodía que se mantiene en vibración mientras es interpretada por el artista divino. Todo lo creado se entendía como un reflejo sostenido de la sabiduría y bondad divinas. Y esta participación, en el caso de la criatura racional, no se concebía únicamente de modo pasivo, sino también activo. La ley natural era precisamente eso: la participación de la criatura racional en la misma ley eterna, entendida como el plan de Dios sobre el hombre y el mundo. Santo Tomás entiende, por tanto, que la criatura racional participa del ser divino no solo en su mero existir, sino también en su pensar y en su querer.

“Dios, además de ser la causa de la acción de los agentes secundarios, lo es también de su ser (esse), según antes hemos demostrado [cap. 68 de este mismo libro]; pero no hemos de considerar a Dios como si causara el ser de las cosas igual que un arquitecto es causa del ser de la casa, porque separado el arquitecto, la casa permanece. El arquitecto sólo es causa del ser de la casa porque causa el movimiento para que la casa sea. Este movimiento es la construcción de la casa, y, por esta razón, es directamente la causa de la construcción de la casa, construcción que cesaría si faltara el arquitecto. Dios, por el contrario, es directamente por Sí la causa del mismo ser, porque comunica el ser a todas las cosas, como el sol comunica la luz al aire y a los demás seres iluminados por él y así como para la conservación de la luz en el aire se requiere la iluminación permanente del sol, así para que todas las cosas se mantengan en su ser es necesario que Dios les comunique incesantemente el ser. Por esta razón todas las cosas se refieren a Dios, no sólo en cuanto comienzan a ser, sino también porque son conservadas en el ser, como la obra (factum) se refiere a quien la está haciendo (faciens). Y, puesto que la obra y el artífice deben estar unidos (esse simul) como el motor y el móvil, es necesario que Dios esté presente a todas las cosas en cuanto que tienen el ser, pues el ser es lo más íntimo (intimius) que hay en las cosas. Por ello, conviene que Dios esté en todas las cosas”[50].

Y este es precisamente el modo en que está la ley eterna en la naturaleza.

4. Conclusiones

La reflexión sobre el sentido de la naturaleza en el mundo y ante el hombre, objeto de este trabajo, nos ha llevado primero a valorar la sensibilidad creciente hacia la naturaleza no humana, alentada por los movimientos ecologistas, y al análisis de la polaridad actual entre ecocentrismo y antropocentrismo. Hemos analizado el ecocentrismo entendido como aquella postura que otorga a la naturaleza no humana un valor con independencia del servicio que presta al hombre. Después de exponer las principales razones del ecocentrismo y los autores más representativos, concluimos que la doctrina judeocristiana sobre el hombre como el centro y la razón de ser del resto de la naturaleza material es una postura que protege mejor la naturaleza no humana que el mismo ecocentrismo. Hemos visto que una consecuencia lógica del ecocentrismo es el reconocimiento como sujetos de derecho a realidades no humanas (no solo animales, también ríos y plantas), con lo que se subvierten los fundamentos de los ordenamientos jurídicos occidentales, construidos sobre presupuestos antropocéntricos judeocristianos.

La reflexión sobre el sentido de la naturaleza nos ha llevado a la noción de creación. La marginación de la reflexión sobre la creación supone la negación de la teleología de la naturaleza en general y de la naturaleza humana en particular. Se produce entonces la disociación ente hechos y valores. La reflexión moral se vuelve relativa a los intereses de cada uno o de la mayoría, y la enseñanza ética se convierte en pura sociología o en “buenas costumbres” carentes de fundamento en la realidad. Precisamente porque las cosas se crean para algo, con un propósito, la creación es la raíz primera y última del ser moral de las cosas que exigen ser tratadas por el hombre conforme a su propósito o destinación. El fundamento del valor mismo y de la moral se basa en una concepción funcional de la naturaleza y esta, a su vez, se basa en la creación. Por tanto, la concepción funcional de la naturaleza, la ética y la creación son tres aspectos que se implican recíprocamente.

Hay una referencia mutua y constitutiva entre el hombre y la naturaleza no humana. Es una reciprocidad natural no en el sentido de una copertenencia en pie de igualdad entre la naturaleza y el hombre, sino en el sentido de una interdependencia donde la naturaleza se concibe como una realidad creada al servicio del hombre. Aquí se defiende, por tanto, el principio antrópico como conclusión científica, filosófica y teológica. Lo cual no significa un uso utilitarista del mundo por parte del hombre según el querer arbitrario de cada uno, sino conforme a la naturaleza de cada cosa. Si lo natural es lo que Dios hace en las cosas, el modo en que las cosas creadas han de servir al hombre no es cualquier modo, sino la manera que Dios dispuso. La grandeza del hombre dependerá, por tanto, del modo en que emplee la naturaleza, que es portadora de un mensaje del Creador, cuya sabiduría (impresa en la naturaleza) se convierte para nosotros en norma.

Hemos expuesto la visión clásica de la ley eterna como el orden impreso en toda la naturaleza en el acto fundacional del mundo, una ley que gobierna el cosmos, incluido el hombre. Aunque el estudio de la ley natural no ha sido objeto de este trabajo, la reflexión sobre la creación y la ley eterna sienta las bases para una comprensión de la ley natural como participación del hombre en el orden impreso en toda la naturaleza creada. La ley eterna, dice Santo Tomás, tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas las cosas a sus propios fines. Y el hombre se hace partícipe de ese gobierno divino sobre el mundo, cuyas leyes descubre en sí mismo y en el resto de la naturaleza creada. Y esta participación es precisamente la ley natural. Esta, por tanto, no se conoce solo ni principalmente a través de las inclinaciones humanas, sino también mediante la contemplación de toda la naturaleza.

Si la naturaleza es portadora de un mensaje moral, es decir, si el hombre se hace bueno ajustándose a ella, es preciso conocerla. Lo cual requiere no solo espíritu contemplativo, sino también, en cierta manera, espíritu científico. La conciencia moral se puede entender también como con-ciencia, es decir, como un saber fundado en el conocimiento de la realidad que aprendemos también gracias a los avances de la ciencia.

Bibliografía

Bibliografía utilizada

Barrow, John D. y Frank Tipler. The Anthropic Cosmological Principle. Oxford: Oxford University Press, 1986.

Berry, Thomas. The Dream of the Earth. San Francisco CA: Sierra Club, 1988.

Bolloré, Michel-Yves y Olivier Bonnassies. Dios - La ciencia - Las pruebas: El albor de una revolución. Madrid: Ed. Funambulista, 2023.

Brock, Stephen L. The Light That Binds: A Study in Thomas Aquinas’s Metaphysics of Natural Law. Eugen OR: Pickwick Publications, 2020.

Carson, Rachel. Silent Spring. Boston MA: Houghton Mifflin, 1962.

Chuvieco, Emilio y M.ª Ángeles Martín. Cuidar la tierra. Madrid: Digital Reason, 2023.

Cicerón, Marco T. De finibus. Empleamos la edición castellana, preparada y traducida por Víctor-José Hererro Llorente. Madrid: Gredos, 1987.

Crichton, Michael. Environmentalism is a Religion. Conferencia pronunciada en “Commonwealth Club” en San Francisco, 15 de septiembre, 2003. Disponible en https://www.hawaiifreepress.com/Articles-Main/ID/2818/Crichton-Environmentalism-is-a-religion.

Cruz Prados, Alfredo. Ethos y polis. Pamplona: Eunsa, 2006.

Cullinan, Coman. Derecho Salvaje, un manifiesto por la justicia de la tierra. Dartington: Green Books, 2019.

De Aquino, Tomás. Compendio de Teología. Madrid: Rialp, 1980.

De Aquino, Tomás. Suma Teológica.

Domingo, Rafael. Derecho y trascendencia. Madrid: Aranzadi, 2023.

Hardin, Garret. “The Tragedy of the Commons”. Science. New Series, vol. 162, núm. 3859 (dec. 13, 1968), 1243-1248.

Heisenberg, Werner Karl. Der Teil und das Ganze. Gespräche im Umkreis der Atomphysik. München: Piper Verlag, 1969.

Jensen, Steven. Knowing the Natural Law. Washington DC: Catholic University of America Press, 2015.

Laplace, Pierre-Simon. Essai philosophique sur les probabilités. París: Courcier, 1814.

Leopold, Aldo. A Sand County Almanac. Oxford: Oxford University Press, 1949.

Libro Śrīmad-Bhāgavatam. A menudo abreviado como Bhagavata o Bhāgavatam. Disponible en https://vedabase.io/es/library/sb/2/1/

Llanos de la Guardia, Javier. “Antropocentrismo y especismo. Nuevas lecturas de los Manuscritos de París”. Praxis Filosófica 55, 2022, 151-168.

Louv, Richard. Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder. Chapel Hill NC: Algonquin Books, 2005.

Macintyre, Alasdair. Tras la virtud. Barcelona: Grijalbo, 1984.

Monod, Jacques. El azar y la necesidad. Barcelona: Tusquets Editores S.A., 1970.

Muir, John. The Yosemite. New York: The Century Company, 1912.

Naess, Arnea. “The shallow and the deep, long-range ecology movement. A summary”. Inquiry 16, 1973, 95-100. Disponible en: https://openairphilosophy.org/wp-content/uploads/2018/11/OAP_Naess_Shallow_and_the_Deep.pdf

Pieper, Josef. “La criatura humana: El concepto de creaturidad y sus elementos”. En Veritas et sapientia. En el VII Centenario de Santo Tomás de Aquino. Pamplona: Eunsa, 1975, 121-136.

R. Boyd, David. The Rights of Nature: A Legal Revolution That Could Save the World. Toronto: ECW Press, 2017.

Ratzinger, Joseph. Creación y pecado (discursos pronunciados en Múnich en 1981). Pamplona: Eunsa, 2005.

Ratzinger, Joseph. Fe, verdad y tolerancia. Salamanca: Ed. Sígueme, 1985.

Sartre, Jean Paul. El ser y la nada. Buenos Aires: Iberoamericana, 1946.

Séneca, Lucio Anneo. Cartas a Lucilio (traducción de Francisco Navarro y Calvo). Madrid: Luis Navarro editor, 1884.

Stone, Christopher D. Should Trees Have Standing? Law, Morality, and the Environment. Oxford: Oxford University Press, 2010.

Taylor, Paul W. “The ethics of respect for nature”. Environmental Ethics 3, 1981, 197-218.

Taylor, Paul W. Respect for Nature. A Theory of Environmental Ethics. Princeton, NJ: Princeton University Press, 1986.

Townsend White Jr., Lynn. “The Historical Roots of Our Ecological Crisis”. Science, 155, 1967, 1203-1207.

Warming, Eugen. Plantesamfund. Copenhague: Editorial P.G. Philipsen, 1895.

Wilson, Eduard. Biophilia: The Human Bond with Other Species. Cambridge MA: Harvard University Press, 1984.

Notas

Notas [1] Ecocentrismo, biocentrismo ambientalismo, fisiocentrismo… Todavía no hay una palabra consolidada para designar aquella línea de pensamiento que otorga un valor propio a la naturaleza material con independencia del servicio que presta al hombre. Frente a ella, el antropocentrismo defiende que el valor de la naturaleza reside en el servicio que presta al hombre. Dentro de ambas categorías hay diversas posturas a veces incompatibles entre sí. El uso de estas etiquetas requiere siempre definir en qué sentido se emplean, porque cada uno las entiende de manera diversa, un poco como sucede con las categorías políticas (izquierda, extrema izquierda, centro…). Sin embargo, hay tres términos relacionados cuya diferenciación está bastante más consolidada: ecocentrismo, ecologismo y ecología. No son sinónimos. El ecocentrismo –lo acabamos de ver– es una postura filosófica que defiende que el valor de la naturaleza no depende del servicio que presta al hombre: la naturaleza no humana tiene valor por sí misma. El ecologismo es un término genérico para designar los movimientos de defensa de la naturaleza y del medio ambiente (lo cual se puede hacer tanto desde presupuestos antropocéntricos como ecocéntricos), que surgen en la primera mitad del XIX en EE. UU. hasta nuestros días, ya presentes en todo el mundo. La ecología (del griego oikos-logos, saber sobre nuestro hogar o hábitat) es una disciplina académica, parte de la biología, que surge a finales del siglo XIX, dedicada al estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno que les rodea (clima, agua, suelos, vegetación, etc.). El botánico danés Eugen Warming es considerado el fundador de la ecología. En 1895 escribió en danés el primer manual: Eugen Warming, Plantesamfund (Copenhague: Editorial P.G. Philipsen, 1895).

[2] Ejemplos de ello son la Constitución de Ecuador, que reconoce los derechos de la naturaleza con independencia del servicio que pueda prestar al hombre, o el caso del río Whanganui en Nueva Zelanda, al que una ley aprobada en 2007 le otorgó el estatus de persona jurídica, reconociéndolo como un ser vivo con todos sus derechos (lo cual implica que el río, entre otras cosas, puede ser representado en los tribunales). La Constitución de Ecuador dedica todo un capítulo a los “Derechos de la naturaleza”. En su artículo 71 se dice: “La naturaleza o Pachamama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos. Toda persona, comunidad, pueblo o nacionalidad podrá exigir a la autoridad pública el cumplimiento de los derechos de la naturaleza. Para aplicar e interpretar estos derechos se observarán los principios establecidos en la Constitución, en lo que proceda”.

[3] Por ejemplo, el artículo 72 de la Constitución de Ecuador dice: “La naturaleza tiene derecho a la restauración. Esta restauración será independiente de la obligación que tienen el Estado y las personas naturales o jurídicas de indemnizar a los individuos y colectivos que dependan de los sistemas naturales afectados”.

[4] Esta simplificación es excesiva porque el antropocentrismo ha sido también defendido por autores no religiosos como Bentham, y en cierta manera también por autores marxistas. Marx, en los Manuscritos de París (1932), considera la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre”. Sobre qué entiende Marx con esa expresión, cf. Javier Llanos de la Guardia, “Antropocentrismo y especismo. Nuevas lecturas de los Manuscritos de París”, Praxis Filosófica 55 (2022), 151-168.

[5] Michael Crichton, Environmentalism is a Religion, Conferencia pronunciada en “Commonwealth Club” en San Francisco, 15 de septiembre, 2003. Disponible en https://www.hawaiifreepress.com/Articles-Main/ID/2818/Crichton-Environmentalism-is-a-religion. El diagnóstico quizá sea un poco exagerado, pero lo que viene a decir es que, de modo análogo a como los dogmas de la fe están por encima de la ciencia, los postulados ecologistas no pueden ser impugnados por ella. En esta conferencia, el mismo Crichton pone varios ejemplos de dogmas “antiecológicos” muy extendidos que la ciencia desmiente.

[6] La ONU lleva años alertando a la población mundial de que “se avecina un cataclismo climático y no estamos preparados para las posibles consecuencias” (objetivo 13 de la Agenda 2030 de la ONU publicado en 2015). En 2015 se firmó el Acuerdo de París entre los países de la ONU, con el objetivo principal de limitar el calentamiento global por debajo de 2 ºC, en comparación con los niveles preindustriales. En el preámbulo de dicho acuerdo se dice: “Observando la importancia de garantizar la integridad de todos los ecosistemas, incluidos los océanos, y la protección de la biodiversidad, reconocida por algunas culturas como la Madre Tierra, y observando también la importancia que tiene para algunos el concepto de ‘justicia climática’, al adoptar medidas para hacer frente al cambio climático […]”. Ya previamente, en 2009, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra, reconociendo que la Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar común. La cuestión clave es la determinación del sujeto del pronombre posesivo “nuestro”: el sujeto ya no son solo los hombres, sino todos los seres de la naturaleza. La naturaleza ya no es el hogar mismo, sino el hogar y el habitante al mismo tiempo.

[7] Entre los juristas ecocentristas más influyentes a nivel mundial (aunque con un nivel de influencia mucho menor que los autores citados en el texto principal) destacan Coman Cullinan, Christofer Stone y David Boyd. Sus obras más relevantes son: Coman Cullinan, Derecho Salvaje, un manifiesto por la justicia de la tierra (Dartington: Green Books, 2019), la primera edición es de 2002. Cullinan ha dirigido la redacción de la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra. Christopher D. Stone, Should Trees Have Standing? Law, Morality, and the Environment (Oxford: Oxford University Press, 2010); David R. Boyd, The Rights of Nature: A Legal Revolution That Could Save the World (Toronto: ECW Press, 2017); la primera edición es de 1972. Este último libro ofrece una visión general del movimiento por los derechos de la naturaleza, presentando ejemplos de casos reales donde los tribunales, en diversos países del mundo, han reconocido los derechos de ríos, montañas, pájaros, leones, ballenas, chimpancés...

[8] Su obra más influyente es Paul W. Taylor, Respect for Nature. A Theory of Environmental Ethics (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1986). Taylor propone una ética cuyo centro de gravedad no sea el hombre, sino la vida en sí misma: A life-centered system of environmental ethics is opposed to human-centered ones precisely on this point. From the perspective of a life-centered theory, we have prima facie moral obligations that are owed to wild plants and animals themselves as members of the Earth’s biotic community. We are morally bound (other things being equal) to protect or promote their good for their sake. Our duties to respect the integrity of natural ecosystems, to preserve endangered species, and to avoid environmental pollution stem from the fact that these are ways in which we can help make it possible for wild species populations to achieve and maintain a healthy existence in a natural state. Such obligations are due those living things out of recognition of their inherent worth. They are entirely additional to and independent of the obligations we owe to our fellow humans. Although many of the actions that fulfill one set of obligations will also fulfill the other, two different grounds of obligation are involved. Their well-being, as well as human well-being, is something to be realized as an end in itself. Paul W. Taylor, “The ethics of respect for nature”, Environmental Ethics 3 (1981), 197.

[9] La obra más conocida de Aldo Leopold es A Sand County Almanac, con más de dos millones de libros vendidos. El libro, originalmente publicado por Oxford University Press en 1949, es una clara manifestación de biocentrismo. Por ejemplo, cuando escribe: Conservation is getting nowhere because it is incompatible with our Abrahamic concept of land. We abuse land because we regard it as a commodity belonging to us. When we see land as a community to which we belong, we may begin to use it with love and respect, p. viii, Leopold dice que la ética experimenta un proceso evolutivo que progresivamente va ampliando el radio de las realidades que merecen especial protección y respeto, aunque lo cierto es que termina el libro convirtiendo el cuidado del medio ambiente en la piedra angular de la ética en general. A thing is right when it tends to preserve the integrity, stability, and beauty of the biotic community. It is wrong when it tends otherwise, pp. 224-225.

[10] En 2006, el libro Primavera silenciosa fue considerado uno de los 25 libros de divulgación científica más influyentes de todos los tiempos por los editores de Discover Magazine: https://www.discovermagazine.com/the-sciences/25-greatest-science-books-of-all-time

[11] El ensayo publicado en la revista Science en 1967 por Lynn White, “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”, acusa al cristianismo de ser responsable de la actitud antiecológica por enseñar que el hombre es el centro de la naturaleza material. En ese breve, pero muy influyente ensayo, podemos leer: Hence we shall continue to have a worsening ecologic crisis until we reject the Christian axiom that nature has no reason for existence save to serve man; Both our present science and our present technology are so tinctured with orthodox Christian arrogance toward nature that no solution for our ecologic crisis can be expected from them alone; The greatest spiritual revolutionary in Western history, Saint Francis, proposed what he thought was an alternative Christian view of nature and man’s relation to it; he tried to substitute the idea of the equality of all creatures, including man, for the idea of man's limitless rule of creation. He failed; Especially in its Western form, Christianity is the most anthropocentric religion the world has seen; By destroying pagan animism, Christianity made it possible to exploit nature in a mood of indifference to the feelings of natural object; The victory of Christianity over paganism was the greatest psychic revolution in the history of our culture. Al final del trabajo, White concluye con estas palabras: We must rethink and refeel our nature and destiny. The profoundly religious, but heretical, sense of the primitive Franciscans for the spiritual autonomy of all parts of nature may point a direction. I propose Francis as a patron saint for ecologists. Lynn Townsend White Jr., “The Historical Roots of Our Ecological Crisis”, Science, 155 (1967), 1205, 1207.

[12] Cf. Arnea Naess, “The shallow and the deep, long-range ecology movement. A summary”, Inquiry 16 (1973), 95-100.

[13] Garret Hardin, “The Tragedy of the Commons”, Science, New Series, vol. 162, núm. 3859 (dec. 13, 1968), 1243-1248. El título está inspirado en un opúsculo del economista inglés William Forster Lloyd, publicado 1833, que incluía un ejemplo hipotético de sobreutilización de los pastos comunes (los commons son los bienes comunales). Explicaba que, si un ganadero lleva demasiadas vacas a pastar a esos predios, al final pierden todos los ganaderos por agotamiento de los recursos, incluso el propio ganadero egoísta. La moral, para Hardin, consiste precisamente en esta preocupación por lo común, que ha de llevar a una autolimitación del consumo y de la procreación. La tesis principal de Hardin la resume él mismo: Therein is the tragedy. Each man is locked into a system that compels him to increase his herd without limit – in a world that is limited. Ruin is the destination toward which all men rush, each pursuing his own best interest in a society that believes in the freedom of the commons, p. 1244.

[14] Textos 30 y 33, respectivamente, del Canto Segundo del libro Śrīmad-Bhāgavatam (disponible en https://vedabase.io/es/library/sb/2/1/). A menudo abreviado como Bhagavata o Bhāgavatam, es uno de los textos sagrados más importantes del hinduismo.

[15] La obra de referencia sobre el principio antrópico fue escrita por John D. Barrow y Frank Tipler, The Anthropic Cosmological Principle (Oxford: Oxford University Press, 1986). Es un hecho que la materia “se organizó” de manera sumamente compleja en quarks, átomos, moléculas y polímeros, y que luego dieron lugar a estructuras como el ARN, el ADN y las proteínas que, a su vez, permitieron las funciones replicativas, reproductivas y metabólicas necesarias para la emergencia de la vida. “Todas estas funciones se asociaron para formar los primeros organismos vivos unicelulares que, en el curso de la evolución, condujeron al último antepasado común de todos los seres vivos terrestres, que los científicos llamaron LUCA (Last Universal Common Ancestor): un sistema celular ya marcadamente complejo, caracterizado por un código genético universal que asocia el ADN/ARN a las proteínas, y en que el ribosoma desempeña el papel de ‘traductor’”. Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, Dios - La ciencia - Las pruebas: El albor de una revolución (Madrid: Ed. Funambulista, 2023), 280.

[16] Tomás de Aquino, Compendio de Teología, §297, dentro del capítulo 148, titulado “Todas las cosas han sido hechas para el hombre”. (Empleamos la versión castellana preparada por Madrid: Rialp, 1980).

[17] En la década de 1980, el biólogo Edward O. Wilson estudió la conexión innata de los seres humanos con la naturaleza, que expresó con un término muy gráfico, biofilia, para referirse a esta necesidad que el hombre tiene de convivir con otras especies. Cf. Eduard Wilson, Biophilia: The Human Bond with Other Species (Cambridge MA: Harvard University Press, 1984).

[18] La obra más conocida sobre el síndrome de déficit de naturaleza es Richard Louv, Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder (Chapel Hill NC: Algonquin Books, 2005).

[19] Cf. https://thomasberry.org/the-dream-of-the-earth/ y https://naturalezaarteycultura.com/thomas-berry-ecologia-y-espiritualidad/

[20] “The integrating clement in a bioregional context would be the bioregional culture—its poetry and song, as well as its architecture and painting. Construction and transportation would take on the distinctive features of the bioregion. […]. The earth itself would be seen as the primary model in architecture, the primary scientist, the primary educator, healer, and technologist, even the primary manifestation of the ultimate mystery of things”. Thomas Berry, The Dream of the Earth (San Francisco CA: Sierra Club, 1988), 68.

[21] Así se ha desarrollado la ciencia de la biomímesis o biomimética, cuya premisa fundamental es que la naturaleza lleva impresa una lógica que no ha sido creada por el hombre, pero de la cual este tiene mucho que aprender para la creación de artefactos, protocolos de acción, medicamentos, etc. Hay numerosas publicaciones y centros de investigación en el mundo dedicados a la biomímesis. Por ejemplo, el Wyss Institute for Biologically Inspired Engineering, en la Universidad de Harvard (EE. UU.), el Biomimicry Research and Innovation Center, en la Universidad de Akron (Ohio, EE. UU.), o el Biomimetics Institute of Technology, en la Universidad de Westfalia (Alemania). Hay cientos de ejemplos que se pueden poner de artefactos inventados inspirados en la lógica impresa en la naturaleza. Un ejemplo es el de los ingenieros que han estudiado la forma en que el águila ajusta las plumas en el borde de sus alas para controlar el vuelo con precisión; de este modo, se han diseñado alas con bordes ajustables y aletas que pueden cambiar de forma durante el vuelo para mejorar la aerodinámica, la eficiencia del combustible y reducir el ruido. O pensemos, por ejemplo, en una cosa tan sencilla como el velcro, que lo inventó en 1941 el ingeniero suizo George de Mestral, inspirándose en las pequeñas espinas de las plantas de bardana que se adhieren a la ropa o al pelo de los animales. O el desarrollo de pinturas Lotusan, resistentes a la suciedad gracias al llamado “efecto loto”, que se inspira en las hojas de loto porque su superficie repele el agua y las partículas de suciedad. O el diseño de los trenes bala de Japón, que se inspiraron en la aerodinámica del pico del martín pescador: el modo en que se sumerge en el agua sin salpicaduras fue la inspiración para solventar el problema de la generación de ruido y la eficiencia energética de los trenes al entrar y salir de los túneles. O el tejido de los bañadores de alta competición, cuya textura se inspira en la piel del tiburón por su reducida resistencia al agua. O el diseño biomimético de la Torre Gherkin en Londres, cuya forma aerodinámica y estructura está inspirada en formas naturales, lo que curiosamente aporta eficiencia energética del edificio. Estos son solo unos pocos ejemplos que sin dificultad hemos encontrado en Internet, pero hay muchísimos más: artefactos desarrollados por la técnica (lo que hace el hombre) imitando a la naturaleza (lo que hace Dios).

[22] Sierra Club es una de las organizaciones ambientales más antiguas, más grande y de mayor influencia en los Estados Unidos. Fue fundada el 28 de mayo de 1892, en San Francisco. Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Sierra_Club

[23] “The making of gardens and parks –escribe Muir– goes on with civilization all over the world, and they increase both in size and number as their value is recognized. Everybody needs beauty as well as bread, places to play in and pray in, where Nature may heal and cheer and give strength to body and soul alike. This natural beauty-hunger is made manifest in the little window-sill gardens of the poor, though perhaps only a geranium slip in a broken cup, as well as in the carefully tended rose and lily gardens of the rich, the thousands of spacious city parks and botanical gardens, and in our magnificent National parks—the Yellowstone, Yosemite, Sequoia, etc.—Nature’s sublime wonderlands, the admiration and joy of the world. Nevertheless, like anything else worthwhile, from the very beginning, however well guarded, they have always been subject to attack by despoiling gain seekers and mischief-makers of every degree from Satan to Senators, eagerly trying to make everything immediately and selfishly commercial, with schemes disguised in smug-smiling philanthropy, industriously, shampiously crying, ‘Conservation, conservation, panutilization’, that man and beast may be fed and the dear Nation made great. Thus long ago a few enterprising merchants utilized the Jerusalem temple as a place of business instead of a place of prayer, changing money, buying and selling cattle and sheep and doves; and earlier still, the first forest reservation, including only one tree, was likewise despoiled. Ever since the establishment of the Yosemite National Park, strife has been going on around its borders and I suppose this will go on as part of the universal battle between right and wrong, however much its boundaries may be shorn, or its wild beauty destroyed”. John Muir, The Yosemite (New York: The Century Company, 1912), cap. XVI, §11.

[24] Cf. Alfredo Cruz Prados, Ethos y polis (Pamplona: Eunsa, 2006), 226.

[25] Emilio Chuvieco y M.ª Ángeles Martín, Cuidar la tierra (Madrid: Digital Reason, 2023), 145.

[26] Jacques Monod, premio Nobel de Medicina, publicó en 1970 en un libro titulado El azar y la necesidad, una serie de conferencias pronunciadas por él entre 1969 y 1970. Su tesis principal es la misma que la de Demócrito: Todo lo que existe en el Universo es fruto del azar y de la necesidad. No hay Dios. “El puro azar –escribe Monod–, el único azar, libertad absoluta pero ciega, es la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o, al menos, concebibles. Es la sola concebible, como única compatible con los hechos de observación y experiencia. Y nada permite suponer (o esperar) que nuestras concepciones sobre este punto deberán o incluso podrán ser revisadas”. Jacques Monod, El azar y la necesidad (Barcelona: Tusquets Editores S.A., 1970), 133-134.

[27] Heisenberg ilustraba claramente esta postura cuando escribía: “[…] las ciencias naturales son en cierto modo la manera en que nosotros nos situamos ante la faceta objetiva de la realidad [...] La fe religiosa es, por el contrario, la expresión de una decisión subjetiva, por la cual fijamos para nosotros los valores según los cuales nos vamos a regir en la vida”. Werner Heisenberg, Der Teil und das Ganze. Gespräche im Umkreis der Atomphysik (München: Piper Verlag, 1969), 117. Tomo la cita de Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia (Salamanca: Ed. Sígueme, 1985).

[28] En la introducción al Ensayo filosófico sobre las probabilidades, Laplace escribe: Une intelligence qui, pour un instant donné, connaîtrait toutes les forces dont la nature est animée et la situation respective des êtres qui la composent, si d'ailleurs elle était assez vaste pour soumettre ces données à l’analyse, embrasserait dans la même formule les mouvements des plus grands corps de l’univers et ceux du plus léger atome : rien ne serait incertain pour elle, et l’avenir, comme le passé, serait présent à ses yeux. Pierre-Simon Laplace, Essai philosophique sur les probabilités (París: Courcier, 1814), 4. Disponible online: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k96200351/f9.item.texteImage

[29] “La libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser humano está en suspenso en su libertad. Lo que llamamos libertad es, pues, indistinguible del ser de la ‘realidad humana’” Jean Paul Sartre, El ser y la nada (Buenos Aires: Iberoamericana, 1946), 30.

[30] Escribe MacIntyre: “Dentro de la tradición aristotélica, llamar a x bueno (y x puede, entre otras cosas, ser una persona o un animal, una política, un estado de cosas) es decir que es la clase de x que escogería cualquiera que necesitara un x para el propósito que se busca característicamente en los x. Llamar bueno a un reloj es decir que es la clase de reloj que escogería cualquiera que quisiera un reloj que midiera el tiempo con exactitud (y no para echárselo al gato, como si dijéramos). La presuposición que conlleva este uso de ‘bueno’ es que cada tipo de sujeto que se pueda calificar apropiadamente de bueno o malo, incluidas las personas y las acciones, tiene de hecho algún propósito o función específicos dados. Llamar bueno a algo es por lo tanto también formular un juicio factual. Llamar a una acción concreta justa o correcta es decir lo que un hombre bueno haría en tal situación; tal proposición también es factual. Dentro de esta tradición, las proposiciones morales y valorativas pueden ser designadas verdaderas o falsas exactamente de la misma manera que todas las demás proposiciones factuales lo son. Pero, una vez que desaparece de la moral, la noción de propósitos o funciones esencialmente humanas, comienza a parecer implausible tratar a los juicios morales como sentencias factuales”. Alasdair MacIntyre, Tras la virtud (Barcelona: Grijalbo, 1984), 84 (la cursiva es nuestra).

[31] Josef Pieper, “La criatura humana: El concepto de creaturidad y sus elementos”, en Veritas et sapientia. En el VII Centenario de Santo Tomás de Aquino (Pamplona: Eunsa, 1975), 124-125.

[32] “Veamos ahora cuán manifiestamente se deducen estas consecuencias de los principios que ya expuse. Puesto que lo extremo (pues sabes muy bien, creo yo, que a lo que los griegos llaman telos lo vengo llamando yo unas veces ‘extremo’, otras veces ‘último’ y a veces ‘supremo’; y se me permitirá también decir ‘fin’ en lugar de ‘extremo o ‘último’), puesto que lo extremo [el fin], repito, consiste en vivir conforme a la naturaleza y de acuerdo con ella, se sigue necesariamente que todos los sabios gozan siempre de una vida feliz, perfecta, afortunada; nada los estorba, nada los embaraza, de nada necesitan”. Marco T. Cicerón, De finibus, III, 26. Empleamos la edición castellana, preparada y traducida por Víctor-José Hererro Llorente (Madrid: Gredos, 1987). Es significativo que Cicerón trate estas cuestiones en la obra titulada De finibus bonorum et malorum (Del supremo bien y del supremo mal). De hecho, esta obra se cita comúnmente solo con las dos primeras palabras De finibus, porque la palabra latina finis es el equivalente de télos, y este tiene, entre otros significados, el de fin y el de sumo bien. Añadirle la palabra bonorum sería un pleonasmo, pero lo puso el mismo Cicerón.

[33] “Pero en cosas claras no se deben gastar muchas palabras. ¿Y qué mayor evidencia que la de que, si no hubiera modo de elegir entre las cosas que son contra la naturaleza y las que están de acuerdo con ella, se destruiría totalmente la prudencia, esa virtud tan buscada y alabada?”. Marco Tulio Cicerón, De finibus, III, 31.

[34] “Pues cuando el espíritu se eleva, mediante la analogía, desde las cosas que son conformes a la naturaleza, entonces llega a la noción del bien”. Marco Tulio Cicerón, De finibus, III, 33.

[35] Joseph Ratzinger, Creación y pecado (discursos pronunciados en Múnich en 1981) (Pamplona: Eunsa, 2005), 96.

[36] “La presencia del Ser en el ser del ente no es transeúnte sino permanente: ninguna criatura puede mantener su ser, perdurar en el ser, si la causa creadora no mantiene su actuación, ya que depende de ella en su ser y en su obrar, es decir, son efectos suyos, y suprimida la causa, desaparece el efecto”. Ángel Luis González, Ser y participación (Pamplona, Eunsa, 2001), 253.

[37] “His will as maker and His will as governor are one and the same”. Stephen L. Brock, The Light That Binds: A Study in Thomas Aquinas’s Metaphysics of Natural Law (Eugen OR: Pickwick Publications, 2020), Kindle pos., 2449.

[38] “Por consiguiente, la razón de la sabiduría divina, al igual que tiene la condición de arte o de idea ejemplar en cuanto por medio de ella son creadas todas las cosas, así tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas esas cosas a sus propios fines. Y según esto, la ley eterna no es otra cosa que la razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de todo acto y todo movimiento”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 1, s.

[39] “Así tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas esas cosas a sus propios fines”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 1, s.

[40] En Santo Tomás, la noción de ley eterna está íntimamente relacionada con la noción de providencia, aunque no son la misma cosa: “[…] la providencia en Dios no designa propiamente la ley eterna, sino algo consecuente a la ley eterna. Ésta debe ser considerada en Dios como se toman en nosotros los principios de los operables naturalmente conocidos, de los cuales partimos para aconsejar y elegir, lo cual pertenece a la prudencia o providencia. Por consiguiente, la ley de nuestro intelecto es a la prudencia como el principio indemostrable a la demostración. De modo semejante en Dios, la ley eterna no es la providencia, sino como principio de la providencia. Por eso, convenientemente se atribuye a la ley eterna los actos de la providencia, como todo efecto de la demostración se atribuye a los principios indemostrables”. Tomás de Aquino, De veritate, q. 5, a. 1, ad. 6.

[41] Joseph Ratzinger, Creación y pecado…, 16. Una idea similar es la que propone Rafael Domingo en su obra Derecho y trascendencia, cuando nos habla de la espiritualidad como unidad: una unidad con los demás y con la naturaleza toda. Rafael Domingo se atreve a definir la espiritualidad como “el arte de la unidad y el amor” (ars unitatis et amoris). Rafael Domingo, Derecho y trascendencia (Madrid: Aranzadi, 2023), 38. “Entiendo la espiritualidad como un orden ontológico y trascendente que vincula y une a Dios y lo divino con la humanidad y el universo de acuerdo con el amor”, p. 34. “La comunión representa un elemento esencial de la espiritualidad universal porque supera la aparente oposición entre multiplicidad y unidad. Estar en comunión es comunicarse con los demás y formar parte de ellos. En plena comunión, nadie está ya solo o separado de los demás”, p. 38. Es interesante el modo en el que Rafael Domingo presenta la espiritualidad en relación con el derecho con un planteamiento original, pero fundamentado en el conocimiento de la historia de la filosofía y del derecho. Por ejemplo, cuando escribe: “La espiritualidad ayuda a desarrollar el respeto por el derecho y los ordenamientos jurídicos como herramientas necesarias para el desarrollo de los seres humanos. El respeto es el punto de partida de la verdadera comunión. Sin respeto, la unión resultante será dominante pero no comunicativa ni espiritual. Cuando los seres humanos consideran el ordenamiento jurídico y la dimensión jurídica como parte de un proyecto de una unidad espiritual superior, les resulta más fácil respetar los ordenamientos jurídicos que cuando entienden la dimensión jurídica como un mero producto de convenciones y acuerdos humanos temporales. Cuanto más profunda es la razón para el respeto, más fácilmente las personas ofrecen su respeto”, p. 58.

[42] Dante Alighieri, La divina comedia, Canto XXXIII, línea 145.

[43] Cf. José María Artola Barrenechea, O.P., “Introducción a las qq. 103 a 119” de la primera parte de la Suma de Teología (Madrid: BAC, 2001), 873.

[44] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 103, a. 5, ob. 3 y ad. 3.

[45] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 6, s.

[46] “Bueno es sufrir lo que no puede corregirse, y obedecer sin murmurar a Dios, autor de todas las cosas. Mal soldado sería el que siguiese gimiendo a su general. Recibamos, pues, sus mandatos con prontitud y regocijo, siguiendo el curso de este hermoso conjunto que arrastra consigo nuestro destino, y hablemos a Júpiter que gobierna esta máquina como le habla Cleantes en los bellos versos que traduciré a nuestra lengua siguiendo el ejemplo del elocuente Cicerón. ‘Padre del universo, dominador de los cielos, guíame donde te plazca; dispuesto estoy a seguirte. Nada resiste a tu voluntad: necesario es seguirte de grado o gimiendo. El destino guía al que quiere seguirle; al que se niega lo arrastra’. Hablemos y vivamos de esta manera, para que el destino nos encuentre preparados siempre. El alma grande se entrega a Dios, y, por el contrario, el ánimo estrecho y pequeño le resiste, y juzgando mal del orden del universo, antes quiere enmendar a los Dioses que enmendarse él mismo. Adiós”. Séneca, Cartas a Lucilio, n. 107 (traducción de Francisco Navarro y Calvo) (Madrid: Luis Navarro editor, 1884), 477 y 478.

[47] El tomista norteamericano Stephen Brock escribe: “Natural law, then, would be an ordination of divine reason, for the common good of the universe, promulgated to man by God as governor of the universe, through the instilling of the natural light of the human intellect”. Stephen L. Brock, The Light That Binds…, Kindle pos., 182.

[48] “A definition that leaves God and the eternal law out of the picture cannot express the formal nature of natural law”. Ibid., Kindle pos., 1576.

[49] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 91, a. 2. s.

[50] Tomás de Aquino, Compendio de Teología, cap. 130. Podemos añadir que esta simultaneidad de la acción del hombre con la acción divina no se da solo por la vía de la participación, sino también por la vía de la similitud pues, como dice el tomista norteamericano Steven Jensen: “[…] if God wishes to share his good with a potential intellectual nature, like ours, then this nature must have the various powers that we find ourselves to have. God is not constrained to make such a nature, but if he wishes to share his good, then this is the nature he wishes to make”. Steven Jensen, Knowing the Natural Law (Washington: Catholic University of America Press, 2015), 228.



Buscar:
Ir a la Página
IR
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R