Central Poligrafías

El turismo literario en las confluencias de los actos de leer y caminar: un análisis de “El Ojo Silva” de Roberto Bolaño

Literary Tourism in the Confluence of Reading and Walking: A Study of Roberto Bolaño’s “Mauricio (‘The Eye’) Silva”

Teddy Palomino
Bolivia

Nuevas Poligrafías. Revista de Teoría Literaria y Literatura Comparada

Universidad Nacional Autónoma de México, México

ISSN-e: 2954-4076

Periodicidad: Semestral

núm. 6, 2022

evista.poligrafias@filos.unam.mx

Recepción: 14 Febrero 2022

Aprobación: 07 Abril 2022



DOI: https://doi.org/10.22201/ffyl.nuevaspoligrafias.2022.6.1765

Resumen: Este trabajo analiza el peregrinaje o turismo literario como fenómeno sociocultural y económico a propósito de ejemplos concretos en la obra de Roberto Bolaño. En su literatura hay un particular interés en los rastreos o búsquedas de escritores escondidos (Cesárea Tinajero, Benno von Archimboldi). Estos emprendimientos muestran una evidente relación con el turismo literario —que se refiere a la planificación y emprendimiento de viajes inspirados en la literatura, y consiste en recorridos por sitios descritos en textos de ficción o visitas a lugares asociados con autores y sus obras literarias— y sus fundamentos operativos. El objetivo de este análisis es establecer y explicar la relación que existe entre el acto de la lectura y el acto de caminar cuando este último es una extensión o consecuencia del primero. Como se propone en el artículo, los desplazamientos corporales son un síntoma de la necesidad de darle sentido a la lectura, de rellenar vacíos de interpretación y satisfacer aspectos afectivos de la experiencia personal que un lector establece con el texto literario. En la primera parte del artículo se hace una reflexión sobre la centralidad de la errancia o el acto de caminar en la narrativa de Bolaño, y se explica cómo el exilio forma parte del mecanismo interno de lo literario (escritura y lectura). También se establecen los fundamentos teóricos de los estudios sobre turismo literario que facilitarán la comprensión de la relación entre leer y caminar. En la segunda parte se estudia a detalle el cuento de Bolaño “El Ojo Silva” en relación con lo elaborado antes y, para llegar a las conclusiones, se exploran los aspectos económicos de la industria turística.

Palabras clave: Roberto Bolaño, turismo literario, viaje en la literatura, exilio en literatura.

Abstract: This study analyzes literary pilgrimage or literary tourism as a sociocultural and economic phenomenon through specific examples found in Roberto Bolaño’s narrative. Tracking down or locating reclusive writers (Cesárea Tinajero, Benno von Archimboldi) is one of the main fictional topics in his literature. These pursuits show a distinct relation with the principles of literary tourism—which is defined as planning and undertaking literary-inspired trips consisting of walking tours through places depicted in fictional texts, or visiting sites associated with writers and their books. This article seeks to explain and understand how walking can be an extension or consequence of reading, which means that there is an implied relation between both actions. As proposed here, walking is a symptom of the urgency readers can feel to find meanings and fill in the gaps of their interpretations in order to satisfy the personal and emotional needs they experience through their interactions with literary texts. The first part of the article elaborates a reflection on the centrality of the act of walking in Roberto Bolaño’s stories, and how exile is part of the internal mechanism of the literary (writing and reading). The theoretical foundations of literary-tourism studies are also established in this part in order to facilitate the understanding of the relationship between reading and walking. The second part of the article focuses on Bolaño’s short story “Mauricio (‘The Eye’) Silva,” presenting a detailed analysis of the text to assert what was elaborated in the first part. In addition, the economic aspects of the tourism business are taken into account to conclude the reflections.

Keywords: Roberto Bolaño, literary tourism, travel in literature, exile in literature.

Después de la muerte de Roberto Bolaño en 2003, Blanes empezó a recibir, de a poco y en creciente número, a un específico tipo de turista interesado en transitar por los mismos espacios que recorrió el autor chileno desde que se instaló definitivamente ahí en 1985. Fue en ese pueblo de la Costa Brava donde escribió y vio publicado el grueso de su obra, y también desde donde vislumbró la estrepitosa fama que le empezó a llegar en los últimos años de su vida. En 2013, la municipalidad de Blanes inauguró oficialmente la Ruta Bolaño, un recorrido por los lugares que supuestamente frecuentaba Roberto en su rutina diaria: librerías, cafés, farmacias, tiendas, paseos peatonales y, por supuesto, la última casa donde vivió y su estudio de trabajo. En cada uno de los diecisiete puntos de interés establecidos en la ruta, hay un letrero o una placa con alguna leyenda o cita del autor que facilita el recorrido de los visitantes, quienes además pueden obtener un cuadernillo con el itinerario en la oficina de información turística de la localidad. En México también hay una ruta literaria dedicada al autor de Los detectives salvajes (1998), que antes de su traslado a España vivió por casi una década en el DF (Distrito Federal, ahora Ciudad de México), lugar donde dicha novela está ambientada. Este recorrido, conocido como la Ruta Salvaje, va detrás de los pasos de los poetas visceral realistas, protagonistas de la historia, y es un trayecto no oficial que intenta rastrear los lugares descritos en la novela, y se extiende desde bares y cafés hasta librerías de viejo y la UNAM. Así como estas rutas literarias pretenden recrear los pasos del autor o de sus personajes ficticios, en el mundo entero se realizan similares emprendimientos pedestres que forman parte de homenajes literarios acometidos por lectores entusiastas, bibliófilos o académicos especialistas. Visitar los sitios de nacimiento o muerte de un autor, su tumba, su casa o los espacios donde se presume que tomó lugar el “acto creativo” es una especie de peregrinaje secular de práctica muy antigua que empezó a popularizarse con el auge de la novela moderna (MacLeod et al., 2018). Desde los 90, por su parte, la investigación académica consideró con más seriedad al turismo literario, reconociéndolo como un importante tipo de turismo cultural (Hoppen et al., 2014; Macleod et al., 2018; O’Connor y Kim, 2014) debido principalmente al progresivo crecimiento de una industria especializada en brindar experiencias de viaje puntualmente enfocadas en autores y sus obras literarias (Hoppen et al., 2014).1 Las rutas aquí descritas son ejemplos de este tipo de ofertas, y su estudio brinda relevante información sobre una de las muchas formas en las que la sociedad interactúa con la literatura más allá de la página escrita.

Las rutas dedicadas a Roberto Bolaño llaman fuertemente la atención debido a los paralelismos que arrojan con respecto a su obra, pues su temática ficcional se configura a partir de las búsquedas de escritores y la obsesión de ir detrás de la huella de lo literario. Los ejemplos más obvios de estas pesquisas son las que inician los poetas visceral realistas en Los detectives salvajes para localizar a la poeta Cesárea Tinajero, fundadora de su movimiento vanguardista, y la que hacen cuatro críticos literarios europeos en 2666 (2004) para dar con el paradero del enigmático escritor Benno von Archimboldi, a quien han dedicado su carrera profesional. Los protagonistas de estos y otros rastreos casi invariablemente son lectores, escritores, poetas, profesores, académicos y letraheridos en general que deambulan por mundos donde la literatura es el principal eje temático y el hecho a partir del cual se desarrollan los argumentos. Esto quiere decir que existe una relación quizá no explícita, pero sí latente, entre el estatismo del acto de la lectura y el dinamismo del acto de caminar cuando este último toma la función de efecto o extensión del primero. Puesto de otra forma, cuando el lector, movido por su interés literario, hace de “turista” —o sea, viaja y camina para conocer más sobre la vida y obra de un autor o recrear los pasos de sus personajes ficticios, contrastando lo que ha leído con el mundo real—, emplea el desplazamiento corporal y el ejercicio de la mirada como catalizadores de una segunda instancia del texto o post-lectura. Los rastreos literarios que nos presenta Bolaño ponen en evidencia los vínculos entre leer y caminar cuando apremia la necesidad de ver en persona ciertos paisajes descritos en un texto o experimentar de primera mano las vivencias de personajes ficticios con los cuales se tiene un apego emocional. De hecho, un lector constantemente construye puentes semánticos entre los mundos imaginarios de los libros y su realidad o entorno físico buscando un equilibrio entre ambos (Charapan y Mikulich, 2019). En Bolaño, como se verá más adelante, esta acción busca la validación de las habilidades de interpretación y una calibración de los modos de trazar las expectativas que los lectores desarrollan al leer. Ésta es la dinámica que el presente trabajo se propone analizar bajo la premisa de que la errancia se constituye en un principio literario que no sólo define la escritura sino también la lectura.

Los rastreos que emprenden los personajes de Bolaño conllevan una pulsión no sólo por desentrañar el texto literario sino también por comprender cierto enigma vital que experimentan a través de sus lecturas. Dicho de otro modo, hay en estos sujetos una necesidad de desplazarse físicamente tanto para entender lo que leen como para darle sentido a sus interpretaciones, confirmarlas o refutarlas. Caminar por la ciudad, en efecto, es una de las actividades que más hacen los poetas en Los detectives salvajes: “Hemos caminado, hemos tomado el metro, camiones, un pesero, hemos vuelto a caminar y durante todo el rato no hemos dejado de hablar” (Bolaño, 1998: 32). El DF que describe Bolaño en su novela, más precisamente el centro histórico y sus alrededores, principalmente las calles Bucareli, Guerrero y el cruce de la avenida Paseo de la Reforma, son tramos que se recorren esencialmente a pie. Caminar les permite a los poetas un acercamiento íntimo con la ciudad y sus habitantes. Caminando por Guerrero es como el narrador Juan García Madero conoce a Lupe, la joven prostituta a quien más tarde ayudará a rescatar de su violento proxeneta huyendo a través del desierto de Sonora. Este viaje de carretera, en añadidura, se convierte en su excusa para buscar a Cesárea Tinajero, a quien han venido rastreando por largo tiempo. Caminar, viajar o moverse por diversas geografías son actividades que configuran la lógica narrativa de Los detectives salvajes; además —y quizá esto es lo más importante—, estos desplazamientos son motivados por la literatura que consumen los poetas, lo que obliga a reflexionar sobre el provocativo emparentamiento que Bolaño establece entre leer y caminar. Ya en Villaviciosa, el pueblo donde vive recluida Cesárea, los poetas confrontarán a la persona real con la imagen que han construido de ella sólo a través de la literatura y los testimonios de quienes la conocieron. Evidentemente el viaje que emprenden es su intento de asir en la realidad a la Cesárea de tinta que hasta entonces sólo ha habitado en un espacio escrito que constantemente intentan descifrar. Esta búsqueda, detonada por dichas lecturas, tiene un gran significado en Bolaño porque es, en esencia, infructuosa, anticlimática y quizá relevante solamente en un sentido muy personal, íntimo y subjetivo. Respecto a esto, Herbert (2001: 317) señala que el peregrino literario, al viajar, no necesariamente busca evidencia concreta o contrastes que arrojen precisión; muy probablemente ni siquiera esté interesado en la realidad histórica como tal, sino en una experiencia personal o capturar lo que Hoppen et al. (2014) llaman lo “no existente” a través de una “sensación de lugar”, aquello que sólo se puede obtener estando en persona en una determinada locación. Trasladarse a Villaviciosa para enfrentarse a Cesárea, según creen los poetas, les permitirá una verdadera comprensión del realismo visceral como movimiento literario. Es algo que precisan para consolidar una relación simbiótica entre la imaginería del texto y la materialidad del mundo que habitan.

Por lo que se refiere al peregrinaje o turismo literario, escritores como Henry James, Virginia Woolf o Umberto Eco califican de inútil el intento de buscar experiencias relevantes para la apreciación de la literatura fuera de ella misma, enfatizando que su verdadero valor yace exclusivamente en el texto escrito (MacLeod et al., 2018). La crítica literaria también ha menospreciado por largo tiempo las aproximaciones a la literatura que se apoyan o justifican en la vida o biografía de los autores. En este sentido, el turismo literario, como fenómeno sociocultural, pone de manifiesto las tensiones entre lo literario y lo extraliterario, entre vida y obra, entre la ficción y la realidad, y una de sus mayores interrogantes está centrada en las causas que mueven a un lector a emprender viajes motivados por sus lecturas, por las vidas de los escritores o las de sus personajes imaginarios, o por repetir los caminos que ambos anduvieron. En el caso de Bolaño, ¿qué motivos llevan a sus lectores a recorrer las rutas literarias de España o México? Según las reflexiones surgidas desde los estudios sobre el turismo literario, las explicaciones de estas necesidades son tan diversas como específicas, pero parecen tener más sentido desde la teoría de recepción —las respuestas concretas que los lectores tienen respecto a sus lecturas y contacto con la literatura—. Esto quiere decir que es más productivo analizar el fenómeno desde la experiencia y necesidades del lector como consumidor, y no tanto así desde la crítica literaria o el estudio académico de las obras en cuestión (MacLeod et al., 2018).2 En último término, como lo insinúan Hoppen et al. (2014), aunque los autores diseñan las historias, describen los espacios y nos los presentan en la página escrita, son verdaderamente los lectores quienes, a través de su propia experiencia, conocimiento e imaginación, les atribuyen los significados y relevancia cultural a los textos a través de “distorsiones deliberadas de la realidad” (42). Por lo tanto, el papel de la experiencia personal, las expectativas y las emociones surgidas a partir de la lectura son parte fundamental de las aproximaciones a estos fenómenos.

Respecto a esto último, el caso de Bolaño es nuevamente llamativo porque, como él mismo declaró alguna vez, sus afectos y lazos emocionales con Blanes, antes de conocer el pueblo en persona, tienen origen en su lectura de la novela Últimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé. Allí, un emigrante murciano apodado Pijoaparte se enamora de Teresa, una rica joven barcelonesa cuyos padres tienen una casa de verano en aquel pueblo gerundense. Bolaño (2004c) indica que, tiempo después, cuando llegó a vivir a Blanes, caminaba por la costa buscando la casa de los padres de Teresa y que, por supuesto, no la encontró nunca porque los planos de las geografías ficcionales “están hechos para que el corazón no se pierda pero son muy malos si uno intenta buscar una casa real en un pueblo real” (231). Este peregrinaje literario de la mano de Marsé no era la búsqueda ingenua de un sinsentido, sino la expresión de las tensiones entre las experiencias con lo literario y el mundo físico en que habita el lector. Según MacLeod et al. (2018), los sentidos de los viajes a determinados lugares, dentro de la mecánica turística, surgen en las intersecciones entre el texto literario como fuente primaria de inspiración y la capacidad de imaginación del lector. Ésta se produce a través de aquella “sensación de lugar” que ocurre cuando uno está físicamente en el sitio descrito en la literatura. Como lo reconoce Bolaño, el valor de dichas experiencias toma lugar primordialmente en el plano afectivo de cada individuo o lo que él llama, refiriéndose a la novela de Marsé, el “corazón”. Su experiencia con Últimas tardes con Teresa es un ejemplo de cómo viajar y caminar tienen impacto en nuestra experiencia con la literatura porque generan formas de comprender y apreciar de forma distinta lo leído y prolongan nuestra interacción con el texto. Todo esto, como ya se ha señalado, calibra las expectativas del lector porque pone en equilibrio sus interpretaciones y lo lleva a reflexionar sobre las relaciones de la literatura con la vida.

El continuo estado deambulatorio de los personajes de Bolaño informa sobre su intención de enfatizar el vínculo entre la errancia y la literatura. Sus protagonistas son casi siempre extranjeros, exiliados o apátridas que caminan sin parar y cuyo último destino es viajar sin el deseo (o sin la certeza) de retornar a su país: seres en movimiento perpetuo que se desplazan por caminos inciertos sin echar nunca raíces definitivas (Bolognese, 2008). La errancia que protagonizan los personajes de Los detectives salvajes, por ejemplo, es una muestra de lo que para Bolaño, en el fondo, es una posición ética-estética. Recuérdese que en las primeras páginas de la novela ya se menciona que los visceral realistas caminan hacia atrás, es decir, de espaldas, “mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo desconocido” (Bolaño, 1998: 17). Este caminar de espaldas sin rumbo fijo y con la mirada nostálgica y obstinadamente enfocada en el pasado —“la peor forma de caminar” (Bolaño, 1998: 17)— es la crítica que el autor le hace a su generación, que practicó el arte vanguardista (el realismo visceral o infrarrealismo) de forma anacrónica; o es la crítica a los revolucionarios izquierdistas latinoamericanos que todavía recuerdan y celebran con ingenuidad una lucha perdida y aplastada por la violencia dictatorial y la imposición de los regímenes neoliberales. Es cierto que, en su literatura, Bolaño recurre constantemente al golpe de estado de 1973 en Chile —y a la consiguiente dictadura pinochetista— como el mejor ejemplo, el más cercano a él, del gran contexto de dictaduras que definió a la cultura latinoamericana/sudamericana en la segunda mitad del siglo xx. Y también es cierto que la generación de escritores que vivió en esa época —“los nacidos en Latinoamérica en la década de los cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende” (Bolaño, 2001: 11)— vio su vida y obra marcadas por el terror totalitario que castró sus derechos y libertades. Por todo esto, las aproximaciones al trabajo literario de Bolaño a través del tema del exilio son abundantes aunque el mismo autor ha declarado que no cree en tal cosa, que “la categoría exiliado, sobre todo en lo que respecta a la literatura, no existe” (Bolaño, 2004b: 51), que “el nacionalismo es nefasto y cae por su propio peso” (Bolaño, 2004a: 46), y que su patria son sus hijos, su biblioteca o su lengua.

El exilio, naturalmente, está asociado con la errancia, el incesante andar y el movimiento hacia un lugar desconocido, despojado de guías, nortes y sentidos. Pero a diferencia de otros tipos de caminantes, el exiliado carece de ciertas seguridades y garantías. Por ejemplo, Inzaurralde (2016: 207) señala que el exiliado es diferente del turista común, quien realiza viajes programados, ajustados a un presupuesto y siguiendo un itinerario que busca evitar peligros o sorpresas desagradables. El exiliado, asimismo, es diferente de un viajero o explorador porque no tiene expectativas de vivir aventuras y descubrir territorios ignotos. También es diferente de un inmigrante que, además de tener la opción de escoger a dónde marcharse, planea iniciar una nueva vida en otro lugar, renunciando voluntariamente al retorno, en lugar de ser forzado a irse y no volver. El viaje de un exiliado, por otra parte, no es movido por motivos religiosos o espirituales, como es el caso de un peregrino. Finalmente, en oposición a todos estos tipos de viajeros cuyos emprendimientos están orientados a un futuro, el exiliado “proviene siempre de un descalabro y permanece cautivo de esa pérdida originaria [y del] tiempo pretérito de una posibilidad truncada por la derrota” (Inzaurralde, 2018: 25). Sin embargo, el exilio en Bolaño no es o no debería ser trágico para los escritores; por el contrario, desterrar a un escritor de su país, en un contexto político opresivo, es darle motivos y herramientas para su escritura. De hecho, Saer (2014) afirma que para estimar correctamente la relación entre literatura y exilio se requiere que un aparato opresor conspire contra la práctica de la escritura para silenciarla y que ésta, a su vez, exponga y denuncie los abusos y arbitrariedades del régimen. Para Bolaño (2004b: 56), un escritor trabaja donde esté y, bien o mal, puede desempeñar su oficio, el oficio de la escritura, en cualquier lugar del mundo, cosa que no ocurre de manera tan fácil con otras profesiones cuya licencia de ejercicio está ligada a las leyes, normas e incluso idiomas de sus respectivas naciones. Entonces, se entiende perfectamente cuando Bolaño (2004b) afirma que “a un escritor fuera de su país de origen pareciera como si le crecieran alas” (55). Esto significa que el exilio es parte del mecanismo interno de lo literario y que la escritura está siempre en un estado incesante de dislocación y reposicionamiento (Amador, 2016) que, en la lógica del autor chileno, es benéfico para la literatura.

Es importante enfatizar la profunda relación de la literatura con la errancia y el movimiento geográfico de los intelectuales. Para Said (2002: 181), no es casual el hecho de que tantos exiliados sean novelistas, ajedrecistas, activistas políticos e intelectuales en general; para dichas ocupaciones la movilidad es una ventaja y el apego a la materialidad de las posesiones o de una vivienda —un hogar físico en el que habitar permanentemente— entra en conflicto con el principio ambulante de su oficio. Al mismo tiempo, Said (2002: 184-185) también recoge los postulados de Adorno sobre la mentalidad que el exiliado asume con respecto al concepto de hogar, pues éste es siempre frágil y provisional. Además, la marginalidad que provoca el exilio se convierte en un punto de vista que otorga el privilegio de reparar en las falencias del establishment, y en “una mirada crítica y distanciada frente al país de origen y de acogida” (Ochoa Ávila, 2012: 81). Pese a todo esto, se debe ser cuidadoso al usar la palabra exilio en referencia a la obra de Bolaño. Su exiliado se aproxima más al migrante que al refugiado —ese término político creado en el siglo xx que alude al movimiento de grandes grupos de gente inocente en urgencia de ayuda internacional (Said, 2002)— porque sus rasgos recuerdan a Ulises, Eneas y otros viajeros épicos. En suma, el exiliado de Bolaño es un tipo específico de migrante, portador de cierto capital cultural (no material), forzado al movimiento por la necesidad y la búsqueda de un mejor futuro.

Los desplazamientos territoriales del mismo Bolaño (de Chile a México y de México a España) parecen haber tenido estos motivos hasta que pudo estabilizarse económica y profesionalmente en Blanes. Cuando el alcalde del pueblo lo invita a dar el anual pregón de inauguración de la fiesta mayor en 1999, el chileno había obtenido recientemente los premios Herralde y Rómulo Gallegos por su trabajo con Los detectives salvajes, y claramente era una incipiente celebridad. El hecho de que un extranjero dé un discurso en las efemérides del pueblo es la clara señal de la incorporación de Bolaño en la cultura catalana. Aunque llevaba viviendo ahí alrededor de catorce años, declara en público que se sigue pensando como un forastero y, reseñando la novela de Marsé, entabla paralelismos entre la condición de migrante del Pijoaparte en Barcelona y la suya propia en Blanes. Al hacer esto, su intención es, por un lado, cancelar cualquier indicio de nacionalismo o pertenencia territorial que se le quiera asignar; por el otro, es recordar a los blandenses cierta herencia literaria que provoca los lazos emotivos del autor con el pueblo. Otros catorce años tendrán que pasar para que estos habitantes presencien la inauguración oficial de la Ruta Bolaño y vean peregrinar a los lectores entusiastas que vienen tras las huellas de la literatura de Roberto. Tal vez entonces uno que otro comprenda a lo que se refería el autor cuando hablaba de aquellos afectos que la literatura provoca.

"El Ojo Silva" es un cuento de Roberto Bolaño donde el exilio y la errancia, entendidos como formas de caminar, confluyen con ciertas dinámicas turísticas que interactúan con la literatura. En esta historia, Bolaño (2001) narra los periplos de Mauricio Silva, chileno de izquierda que huye de la violencia pinochetista a principios de 1974, "aun a riesgo de ser considerado un cobarde" (11). Apodado el "Ojo" por su oficio de fotógrafo, ahora exiliado, de a poco se estabiliza económicamente trabajando en un periódico en México --luego de una breve estadía en Buenos Aires, done otra dictadura tomaba lugar--. De carácter pacífico y reservado, principalmente por los prejuicios de la sociedad respecto a su homosexualidad, declara enfáticamente que detesta la violencia. En Francia tiene un amigo, también homosexual, que guarda sentimien tos por él y le consigue un trabajo en una agencia de fotógrafos en París. Una vez instalado ahí, una editorial le encarga dos proyectos fotográficos que realizar en la India: el primero es el “típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Herman Hesse” (Bolaño, 2001: 16-17), que consiste en fotografiar paisajes que idealizan al país y su cultura para mostrar una realidad filtrada y artificial —el “orientalismo” del que habla Said—: una “India a medio camino entre India Song y Sidharta” (17). El segundo es un fotorreportaje “sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca” (Bolaño, 2001: 17). Las fotografías que debe sacar de este último lugar servirán para ilustrar las crónicas que un conocido autor francés ha compilado sobre barrios de tolerancia y zonas rojas de todo el mundo y que está casi listo para publicar. Pese a que Silva tiene sus reservas respecto a las intenciones de carácter turístico comercial de los proyectos, acepta porque “uno está para complacer a los editores” (Bolaño, 2001: 17). Durante su estadía en la India, mientras realiza su trabajo, se entera de una celebración religiosa e ilegal que toma lugar cada año en la anónima ciudad. Dicha fiesta consiste en preparar el cuerpo inmaculado de un niño para que una deidad incógnita, supuestamente, encarne en él mientras dure el festejo. El niño es extraído de una familia pobre a quienes los sectarios encandilan con regalos y “explicaciones prolijas en las que se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad” (Bolaño, 2001: 21) mientras inician en las calles un jolgorio de devoción, derroche y alegría. El aspecto truculento de la festividad consiste en la castración del niño como paso previo y obligatorio para la encarnación divina. Esta inesperada mutilación provoca que, una vez terminada la fiesta, la familia del niño —probablemente por motivos culturales— lo rechace y éste termine prostituido en uno de los burdeles que Silva recorre para su reportaje. En ese degradado mercado sexual, como señal de cortesía por parte de los proxenetas, Silva recibe invitaciones para tener relaciones sexuales con mujeres, hombres o niños, según él lo prefiera. Declinando con educación la oferta, no puede más que sentir estupefacción ante tal escenario, especialmente cuando traen ante su presencia a un niño de alrededor de diez años, prostituido desde su castración. Llevado por la compulsión de su oficio, Silva le toma una foto sabiendo que dicho acto lo condenaría. La situación empeora cuando ve a otro niño más pequeño que está siendo preparado para las ceremonias y que será castrado esa misma noche. Es entonces cuando Silva comprende que no puede completar el trabajo que le encargaron y, armándose de valor, decide rescatar a ambos niños del burdel.

Debido a los principales elementos narrativos del cuento (desde el título que alu de al sobrenombre del protagonista, pasando por su ocupación y el encargo que tiene en la India, hasta el evento climático donde le toma una foto subrepticia al niño prostituido), “El Ojo Silva” ha sido analizado desde enfoques eminentemente escópicos. La historia, sin duda, gira alrededor del pecado de la mirada y del crimen fotográfico que, según Silva, lo condena de por vida y lo lleva a enfrentarse finalmente con esa violencia de la que siempre ha escapado. Como empleado de la editorial que lo envía a hacer su fotorreportaje, alojado en una “habitación de hotel con aire acondicionado” (Bolaño, 2001: 18), y con los gastos pagados, Silva se encuentra —quizá por primera vez en su vida— en una posición de privilegio. Esto es indiscutible cuando es atendido como un verdadero turista occidental por los proxenetas de los burdeles que visita. Aunque nunca se le pasa por la cabeza tener contacto sexual con el niño castrado, Silva está consciente de que fotografiarlo es una transgresión igual de aborrecible, un ejercicio de poder, dominación y perpetuación de violencias simbólicas (Perkowska, 2017), especialmente cuando esa foto forma parte de un proyecto de carácter comercial. Además, todo el entramado religioso de la fiesta (colmar de regalos a las víctimas, celebrar en las calles durante semanas alabando a una deidad clandestina y repetir la tradición anualmente) es a fin de cuentas un artificio para terminar prostituyendo a los niños en un abyecto mercado de placer. Castrarlos es la forma de asegurar que sus familias los rechacen y que su posterior desamparo les dé a los victimarios el total control de sus cuerpos. Definitivamente, la festividad que describe Bolaño —sea real o inventada— es atroz y despreciable, y exhibe el alto grado de maldad de los criminales, pero al mismo tiempo es sólo una muestra de lo que las sociedades toleran e incluso consienten. En consecuencia, la foto que toma Silva revela también una faceta cómplice de la sociedad: una población pasiva y morbosa que no denuncia, que no toma acciones que ofrezcan resistencia, y que no interviene contra el mal (Perkowska, 2017).

Ahora, así como los aspectos escópicos de “El Ojo Silva” son centrales para la historia, ésta no podría comprenderse a cabalidad sin considerar también la forma en que la errancia configura al personaje. Los continuos desplazamientos territoriales de Silva (Chile, Buenos Aires, México, París, India, Milán, Berlín), su falta de integración a cualquier espacio definitivo y la sensación de invisibilidad que genera su transitoriedad imprimen en él características específicas que obligan a leer la historia desde las confluencias entre lo escópico y lo errático. Nótese, por ejemplo, que cuando Silva vivía en México no frecuentaba al grupo de exiliados chilenos que se había establecido ahí, que aunque se consideraba de izquierda, criticaba las hipocresías de los izquierdistas chilenos, y que cuando se fue a vivir a Europa ni siquiera se que daba en las viviendas que alquilaba, pues “se ausentaba durante largas temporadas” (Bolaño, 2001: 15) de ellas. Nunca se despedía de nadie, y sus interacciones eran tan efímeras que hacían que la gente se olvidara de su rostro dejando en su lugar sólo “una entidad casi abstracta […] en donde no cabía la quietud” (Bolaño, 2001: 14). Pese al interés y la buena disposición de su amigo francés, nunca quiso formalizar una relación duradera con él, aunque siempre le pedía su ayuda en momentos de necesidad. Además de esto, su oficio mismo le demanda desplazarse continuamente, no sólo viajando sino también moviéndose a pie por la calle. Como reportero gráfico está obligado a caminar detrás de su objetivo y, en esta ocasión, el reportaje que hace sobre los submundos de la prostitución le demandó caminar “por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa de fachada pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras” (Bolaño, 2001: 18).3 Finalmente, cuando Silva decide rescatar a los niños del prostíbulo, se embarca con ellos en un angustioso viaje de huida sin rumbo fijo —más precisamente, “un itinerario” (Bolaño, 2001: 22)—, sólo con el objetivo de irse lo más lejos posible de aquel lugar. Toman varios taxis, autobuses y trenes, e incluso hacen autostop, pasando de aldea en aldea durante varios días. Con la descripción de todos estos movimientos corporales e incesantes traslados, Bolaño se asegura de presentar en su cuento todos los elementos necesarios para configurar un entrelazamiento entre la mirada del fotógrafo y su incesante errar por la vida.

Después de un año y medio de esconderse y vivir precariamente, habiendo abandonado su trabajo y futuro profesional, Mauricio Silva ve morir a los niños que había rescatado a causa de una epidemia que llega a la aldea en la que se habían instalado. Por un tiempo logró restituirles la niñez y el bienestar ofreciéndoles una vida relativamente normal y un cuidado maternal que procuró remediar el trauma que habían sufrido (Perkowska, 2017). Pero finalmente su iniciativa salvadora fracasa como fracasaron las políticas emancipatorias, tanto de las vanguardias históricas como de los proyectos políticos de izquierda derrotados por las dictaduras (Inzaurralde, 2018). Además, descubre que su angustia y su caótico itinerario de huida no tuvieron mucho sentido porque sin darse cuenta había viajado con los niños en espiral y no se habían alejado tanto de la ciudad como creía. Por otro lado, también se entera de que, al parecer, nadie lo perseguía. Después de interminables noches de pesadillas imaginando a los sectarios rastreándolos a él y a los niños, Silva retorna a la ciudad de los prostíbulos para descubrir que el burdel había desaparecido y que, en su lugar, quedaba solamente un hacinamiento de familias. Su vida errante continúa por Milán y Berlín trabajando como fotógrafo independiente, pero los sucesos de la India lo marcan definitivamente y le hacen comprender que, pese a que siempre intentó escapar de ella, “de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar” (Bolaño, 2001: 11).4 Con este final, Bolaño presenta una vez más la habitual lucha infructuosa e inevitable derrota que caracteriza a su narrativa.

De acuerdo con las investigaciones de Herbert (2001), muchas veces los lugares y espacios que son representados en la literatura dejan de ser escenarios comunes y cotidianos para convertirse en atracciones turísticas destinadas a la ganancia económica a través de una serie de manipulaciones, alteraciones y magnificaciones que juegan con las expectativas de los lectores para atraerlos como visitantes. Cuando Silva “se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías” (Bolaño, 2001: 17) pudo confrontar la realidad de los burdeles con la literatura que los documentaba. En otras palabras, tuvo la oportunidad de desplazarse físicamente hasta la remota India para contrastar, en persona, la descripción que el texto escrito le proporcionaba con la experiencia real de transitar por los mismos espacios. La interacción que había tenido con éstos, hasta entonces, sólo se había dado en un plano imaginario a través de su lectura, pero ahora podía efectivamente caminar por esos barrios y comprobar la exactitud del registro escrito. Sin embargo, debido a que tenía un trabajo que completar y “no la curiosidad de turista” (Bolaño, 2001: 16), estaba forzado a hacer coincidir, a través de sus fotografías, la descripción con la realidad enfrentada. Si esta manipulación no la hacía él in situ, la haría luego alguien más con un trabajo de edición en la etapa final de diseño del libro del escritor francés. De cualquier modo, Silva sería partícipe en la configuración literaria de un proyecto de divulgación que, como pudo comprobar, no intervenía para frenar una realidad aterradora y criminal. Más al contrario, probablemente pretendía lucrarse de ella.

Los intereses de la editorial para la cual trabaja Silva, claramente, están dirigidos a exagerar o fabricar un exotismo extranjero con fines comerciales. Los dos proyectos que le encargan pertenecen a un tipo de turismo que explota la relación entre la representación literaria y el objeto de interés como tal. Por “complacer a sus editores”, entonces, Silva está ayudando con su trabajo periodístico a “reproducir una mirada eurocéntrica de la India” (Inzaurralde, 2016: 245) porque, como señalan Charapan y Mikulich (2019: 15), las historias que yacen en los textos literarios enmarcan una particular “mirada turística” que estructura el comportamiento de los viajeros y al mismo tiempo define su percepción de los lugares. Lund (2019) indica también que el turismo literario no es inocente porque puede enmascarar u omitir ciertas realidades. Por esto, las fotografías que tomará Silva para ilustrar el libro del escritor francés sobre la prostitución, muy probablemente, terminarán perpetuando abusos y dinámicas comerciales explotativas, pues dichas crónicas legitimarán de una forma u otra el turismo sexual en países en vías de desarrollo. Al enfrentarse con los niños de los burdeles, lo que hace Silva deja de ser una documentación inocua de una realidad para convertirse en un cuestionamiento de los objetivos y las consecuencias del trabajo del escritor francés. El contexto de una explotación sexual infantil que toma lugar en escenarios de extrema pobreza e injusticia pone a prueba la ética y los más fundamentales valores humanos de Silva. Aunque al momento de conocer a los niños es el corresponsal y fotógrafo de una editorial europea, lo que le da prerrogativas muy distintas de las que ha gozado hasta entonces, no ha dejado de ser un latinoamericano exiliado de izquierdas y homosexual, y por eso se ve a sí mismo tanto en el niño castrado como en el que va a ser castrado, víctimas de una violencia perversa y aterradora (llámese dictadura, discriminación, homofobia o tráfico humano). En resumen, Mauricio Silva pertenece a la categoría de intelectuales exiliados que le obsesionan a Bolaño por el interés o inclinación que tiene hacia la literatura: es un viajero que ha “tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros” (Bolaño, 2001: 15). Visiblemente es un lector cuya naturaleza errante y oficio de fotógrafo lo ha llevado a involucrarse de lleno con una lógica turística eurocéntrica de carácter literario, pues debe contrastar unas crónicas sobre la prostitución con los escenarios reales de inspiración. Gracias a la marginalidad y al capital cultural propio de los exiliados —como lo entienden Said y Adorno—, Silva es capaz de reconocer los mecanismos o intereses comerciales de la editorial, identificar las distancias de lo escrito con la realidad, y tomar una posición personal reflexiva al respecto que lo lleva a la acción —una acción que al final le cambia la vida.

Herbert (2001: 313) reconoce que el peregrino literario es, en su mayoría, un turista educado, versado en literatura y capaz de apreciar y entender expresiones culturales que quizá un turista común no podría comprender a cabalidad. A su vez, como advierte Jenkins (2019: 71-72), su poder adquisitivo y sus patrones de consumo son potencialmente más altos. Esta peculiaridad es el principal interés de una industria que, aunque se enfoca en aspectos culturales y de valor simbólico, sigue siendo en esencia capitalista. El turismo literario, de hecho, apunta con premeditación a la captación de un tipo de turista diferente del promedio, con el objetivo de incentivar y consolidar tanto las preferencias del cliente como las ofertas del mercado. Ahora bien, aunque las intenciones de algunos viajeros estén movidas, en principio, por la cultura y lo literario, las de la industria turística son primordialmente económicas y, como ya se mencionó, no son inocentes. Esto significa que es un nicho de mercado que aprovecha la existencia de un tipo de viajero interesado en experiencias más significativas o de índole más intelectual que las que ofrece el turismo masivo, y es capaz de manipular realidades para beneficio propio. “El Ojo Silva” dirige las reflexiones sobre las necesidades del lector como consumidor hacia las intenciones del negocio turístico como productor de mercados, y cómo estas intenciones pueden ser desde poco sensibles hasta totalmente malintencionadas. Para poder comprender esto, Silva tuvo que encontrarse casualmente en el medio de las complejas intersecciones entre la errancia, la literatura, la mirada, la marginalidad del exilio, y la ineludible violencia y vastedad omnipresente del mal.

Como se ha indicado ya, las razones por las que un lector visita los lugares descritos en o relacionados con la literatura son para potenciar su experiencia de lectura y completar vacíos de significado (MacLeod et al., 2018: 397). Los resultados de este proceso son eminentemente subjetivos y dominados por lo afectivo. Con esto en cuenta, y después del análisis de algunas muestras de lo que Bolaño desarrolla en su obra, puede concluirse que la literatura es capaz de incitar a la reflexión y autorreflexión a través del contraste que el lector se puede permitir con la realidad y sus modos de percibirla desde sus lecturas. A su vez, esta experiencia puede ser digerida y redirigida nuevamente hacia el texto para una segunda y diferente apreciación del mismo, potenciándolo desde la experiencia vivida. También es posible afirmar que la literatura puede definir nuestras formas de viajar y nuestra relación con el espacio, cómo queremos ver ciertos lugares y cómo queremos ser vistos para distinguirnos del resto. Esto es posible porque la errancia —o el exilio, como asegura Bolaño— es un principio que configura no solamente la escritura, sino también nuestras formas de leer, y provoca la necesidad o el apremio de la búsqueda. Caminar, en este sentido, puede ser fácilmente una extensión o un efecto de la literatura. Para Bolaño, el enfrentamiento del lector con la realidad —mediado por las expectativas generadas en su lectura y condicionadas por su historial personal, sus emociones y expectativas— es decepcionante la mayor de las veces por su carácter subjetivo, mucho más si la realidad enfrentada es horrorosa. Si la literatura se pone al servicio de un mercado que cosifica y cuyo principal interés es el consumo irreflexivo y la explotación, hay un problema que afecta profundamente a las sociedades. Esta reflexión deriva de las posiciones éticas y estéticas que Bolaño forja en su literatura, donde tanto el escritor como el lector tienen una responsabilidad literaria que tomar cuando la relación simbiótica entre el texto escrito y la materialidad de lo representado en él se ve comprometida por agentes siniestros. Ésta, en esencia, es la denuncia que asoma desde “El Ojo Silva” y que sintetiza uno de los más importantes aspectos de la obra de su autor.

Referencias bibliográficas

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Notas

1 El turismo literario (motivado por libros y autores) y el turismo cinematográfico (motivado por películas o series de televisión) entran dentro de la categoría de turismo cultural. Ambos fenómenos exceden de lejos la simple oferta de viajes y recorridos por determinados lugares, y fundamentan su mercado en la venta de una vasta selección de productos: guías de viaje, mapas, libros, calendarios, tarjetas postales, camisetas, bolsas, tazas, pósteres, juguetes y una infinidad de artículos y accesorios. La presencia de estas industrias se ha extendido también a las plataformas digitales y es virtualmente global (Hoppen et al., 2014).
2 Los estudios convencionales sobre turismo literario se preocupan principalmente en mercadeo y gestión y, por lo común, no usan la teoría literaria para aproximarse a su objeto de análisis, pese a estar tan ligado a la literatura. Sin embargo, existen algunas aproximaciones al turismo enfocado en libros y viajes que reconocen que la disciplina podría beneficiarse no sólo de los aportes de la teoría literaria, sino también de las herramientas teóricas desarrolladas por las humanidades (Laing y Frost, 2012; Ryan et al., 2009; Tribe y Liburd, 2016).
3 Nicholson (2008) señala que ser un fotógrafo callejero implica caminar mucho para conseguir las tomas que se quieren. Fotografiar y caminar son actos interdependientes. Son también actos condicionados: aunque en cierta medida un fotógrafo escoge qué fotografiar, y un caminante escoge también dónde caminar, las dos acciones no son del todo libres y dependen de diversos factores en el mundo moderno. Así como no se puede caminar en cualquier lugar y a cualquier hora (por respeto a la propiedad privada, por seguridad o por legalidad), también existen restricciones, normas y juicios éticos que tomar en cuenta antes de sacar fotografías de personas, escenarios o cosas.
4 Narrativamente hablando, algo que apreciar en este cuento es que no se detalla cómo exactamente logra el protagonista escapar con los niños del burdel: “Lo único cierto es que hubo violencia” (Bolaño, 2001: 22), se indica, pero no se describe ni pormenoriza de ninguna forma el rescate. Así, el autor evita caer en un morbo innecesario y se mantiene fiel a los principios de Silva contra la violencia y su representación.
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