Artículos libres
Resumen: El sistema de escritura empleado por los antiguos nahuas ha sido estudiado desde varias perspectivas, generando hipótesis y teorías muy divergentes entre sí. En este artículo se contextualiza y explica la propuesta hecha por el epigrafista español Alfonso Lacadena acerca del funcionamiento de la escritura náhuatl, desde la perspectiva de la gramatología, es decir, a partir de la disciplina encargada de descifrar y explicar el funcionamiento de los diversos sistemas escriturarios que han sido utilizados en diferentes épocas y áreas culturales.
Palabras clave: Nahuas, escritura, gramatología, epigrafía.
Abstract: Ancient nahuas writing system has been studied from several perspectives producing divergent hypothesis and theories. This article explains the proposal made by spanish epigraphist Alfonso Lacadena regarding the operation of Nahuatl hieroglyphic writing from a grammatological approach by starting from the discipline that deciphers and explains the operation of several writing systems that have been used in different times and cultural areas.
Keywords: Nahuas, writing, grammatology, epigraphy.
En el año 2006, el Instituto de Investigaciones Estéticas organizó un seminario de tres días titulado “La escritura jeroglífica náhuatl: propuesta de análisis, sistematización y desciframiento”, el cual fue impartido por el doctor Alfonso Lacadena García-Gallo de la Universidad Complutense de Madrid (Figura 1). Debido a que el conferencista era conocido en el medio académico por sus excelentes trabajos relacionados con la escritura jeroglífica maya —principalmente en el tópico de la gramática y el estudio de las figuras retóricas en la literatura maya antigua—, gran parte de los asistentes eran investigadores y estudiantes interesados en la cultura maya del Clásico. En aquel tiempo yo era estudiante de la maestría en Estudios Mesoamericanos de la UNAM, y tenía mucho interés por escuchar al doctor Lacadena hablar sobre la escritura jeroglífica náhuatl, la cual, se decía, había logrado descifrar en sus ratos libres, cuando se encerraba en el estudio de su casa y dedicaba las tardes del domingo a revisar los manuscritos nahuas.
En las tres conferencias que impartió en el Auditorio del Instituto de Investigaciones Filológicas, Lacadena hizo un recuento de los diversos estudios sobre la escritura náhuatl, haciendo hincapié en que no hubo dos sistemas de escritura empleados por los antiguos nahuas, uno prehispánico de naturaleza ideográfica y otro colonial, contaminado por el fonetismo europeo. La escritura náhuatl, señaló, desde sus inicios y hasta sus últimos registros coloniales, fue un sistema logosilábico, es decir, empleaba tanto caracteres logográficos (signos que representan una palabra completa) como silabográficos (unidades gráficas que transmiten una secuencia abstracta de fonemas), y contextualizó el funcionamiento de la escritura náhuatl con el de otros sistemas escriturarios, como el luvita jeroglífico y el maya. También, aplicando el análisis histórico de las escrituras y su desarrollo en el mundo (lo que llamamos el método gramatológico), sugirió que la escritura en Mesoamérica se inventó una vez para posteriormente ser adoptada y adaptada por las diferentes culturas que se desarrollaron en esta área cultural.
El tema de la escritura y su empleo en Mesoamérica es uno de los tópicos más debatidos y controversiales que pueden encontrarse en el campo de los estudios formales de las sociedades mesoamericanas, pues tanto la definición de escritura como su invención y desarrollo en esta área cultural han sido una de las cuestiones que más ha dividido la opinión de los académicos. Desde finales del siglo XIX, los diversos signos jeroglíficos que se encuentran en monumentos, artefactos y códices procedentes de diferentes partes de Mesoamérica han sido analizados por los investigadores desde posturas teóricas sumamente divergentes, y en la actualidad, sólo se reconoce la existencia de un sistema de escritura pleno y totalmente desarrollado: el maya jeroglífico.
En la actualidad, numerosos investigadores consideran que los mayas, desde finales del periodo Preclásico Tardío (400 a. C.-250 d. C.) fueron el único pueblo mesoamericano que inventó y desarrolló un sistema de escritura similar a los que se emplearon en Mesopotamia y Egipto, que fueron los únicos que registraron un idioma en una serie de caracteres visibles y convencionales tallados en una gran variedad de soportes con el fin de narrar los logros personales de sus gobernantes. Incluso se reconoce el “alfabeto” compilado por el fraile franciscano Diego de Landa como la Piedra de Roseta de América —ya que proporcionó la clave para entender y descifrar los jeroglíficos mayas—, aunque durante mucho tiempo se consideró como una muestra de la influencia española en los sistemas de escritura indígenas, principalmente por el valor fonético que atribuía a los signos.1
En gran medida, este argumento aún se utiliza para explicar elementos fonéticos presentes en diversos manuscritos indígenas realizados bajo el régimen colonial, generando estudios que han avanzado poco en la sistematización y comprensión de los sistemas escriturarios empleados en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles.2
Los estudios que buscan comprender los sistemas de escritura indígenas americanos son muchos y muy variados, pero muy pocos se basan en un análisis obtenido a través del método gramatológico, es decir, del estudio formal de las escrituras y su funcionamiento a partir de la teoría general de la escritura y en comparación con otros sistemas conocidos del mundo.
Aunque los intentos por descifrar escrituras extintas tienen una larga historia, sólo en los últimos tres siglos se ha llevado a cabo con éxito.3 Es indudable que el genio individual de Jean-Jacques Barthélemy, Silvestre de Sacy, Jean-François Champollion, Michael Ventris, Yuri Knorozov o Ignace Gelb desempeñó un papel importante en la labor de desciframiento de los sistemas palmireño, persa, egipcio, lineal b, maya y luvita jeroglífico, respectivamente. Sin embargo, y contrario a lo que suele pensarse, el éxito obtenido en la decodificación de los sistemas escriturarios desaparecidos, se debe principalmente, a que es un campo de investigación con sus propias herramientas conceptuales y técnicas de desciframiento sistematizadas; existe un método para descifrar los sistemas de escritura extintos. Desde mediados del siglo XX este método y su campo de estudio se conocen como gramatología, y ha mostrado ser sumamente provechoso no sólo en la explicación sistemática de la historia y la evolución de la escritura, también en los principios fundamentales sobre los cuales descansa un desciframiento exitoso.
El método gramatológico fue introducido en los estudios formales de las escrituras mesoamericanas a principios del año 2000 por Alfonso Lacadena García-Gallo, y mostró que el enfoque descriptivo y tipológico empleado por la ciencia o teoría de la escritura no sólo es útil en la comprensión de los sistemas escriturarios utilizados en el Viejo Mundo, también lo es para los que encontramos en América.
A casi dos años del lamentable fallecimiento del epigrafista español Alfonso Lacadena, hoy, lo recordamos a través de la explicación y contextualización de una parte de su vasto legado, de su empresa intelectual más destacada relacionada con el desciframiento y sistematización de la escritura jeroglífica náhuatl.
El desciframiento y su método
Desde hace 5,000 años, los seres humanos han empleado una serie de caracteres o signos gráficos con el fin de plasmar el lenguaje oral; a través de grafías que representan unidades de la lengua de una forma sistemática, los humanos hemos registrado mensajes que pueden ser recuperados por cualquiera que conozca el idioma en cuestión y las reglas que codifican sus unidades.4 El conjunto de estas grafías constituyen un sistema de escritura, y a lo largo de cinco milenios se han utilizado una gran variedad de éstos, algunos muy antiguos y todavía en uso –como los alfabetos griego, árabe, hebreo y latino, los caracteres chinos o los kana japoneses– y otros tantos que dejaron de utilizarse hace siglos –como el luvita jeroglífico, el sumerio, el protoelamita, el egipcio, el ugarítico, el persa o el maya–.
El término desciframiento hace referencia a la recuperación de la clave de lectura de un sistema escriturario extinto; la decodificación de una escritura puede obtenerse en un plazo muy corto y ser obra de un sólo individuo –como en los casos excepcionales del desciframiento llevado a cabo por Barthélemy del sistema palmireño5 o el de la escritura ugarítica decodificada independientemente por Hans Bauer, E. Dhorme y Charles Virolleaud6– más comúnmente, puede durar décadas y ser obra de numerosos investigadores —como ocurrió con el desciframiento de la escritura luvita jeroglífica, también conocida como hitita.
Desde mediados del siglo XVIII, cuando por primera vez se descifró con éxito un sistema escriturario extinto, y hasta principios del siglo XXI, cuando se completó la decodificación de la escritura jeroglífica náhuatl, vemos un análisis de las escrituras bastante similar, un tratamiento metodológico que guía el largo proceso de desciframiento, el cual puede dividirse en tres tipos diferentes:7
El primer tipo de desciframiento parte del conocimiento del idioma registrado, pero no de los signos escriturarios empleados para codificar dicha lengua; este tipo de desciframiento puede ejemplificarse con el trabajo llevado a cabo por el lingüista soviético Yuri Knorozov, quien sabía que los jeroglíficos presentes en las inscripciones y códices mayas registraban una lengua maya, pero desconocía los valores de lectura que poseían los signos.8
El segundo tipo de desciframiento consiste en trabajar con un sistema de escritura familiar para el investigador, pero que registra un idioma desconocido; un ejemplo de este tipo lo constituye el sistema utilizado en la antigua Etruria, el cual empleó el alfabeto griego para registrar el idioma etrusco, una lengua diferente a cualquier otra de Italia o Europa, un idioma aún misterioso que no pertenece a la familia de lenguas indoeuropeas habladas desde el año 4 000 a. C. Así, el etrusco es un idioma desconocido registrado en una escritura conocida.9
Finalmente, el tercer tipo corresponde a uno de los desciframientos más difíciles, pues se estudia un sistema escriturario desconocido que registra un idioma, igualmente desconocido. Los casos más notables de este tipo son los desciframientos de la escritura cuneiforme mesopotámica y de la escritura jeroglífica egipcia.10
Ahora es conveniente preguntarnos lo siguiente: ¿cuándo y cómo se inicia la labor de desciframiento de un sistema escriturario extinto? Cuando un investigador –ya sea arqueólogo, lingüista o historiador–, quien trabaja con artefactos o documentos, encuentra e identifica una serie de caracteres, grafías o signos que considera pueden registrar un idioma en concreto, y por tanto, forman parte de un sistema de escritura, se inicia la labor de desciframiento. Este aspecto es algo que no siempre resulta obvio para los investigadores, quienes, en no pocas ocasiones, consideran los diversos elementos gráficos presentes en manuscritos, recipientes cerámicos, discos y demás artefactos como ornamentos o comúnmente, como ideogramas o pictogramas, es decir, como signos que representan ideas más que palabras.
Una vez reconocida una escritura –es decir, un sistema de comunicación que registra una lengua articulada mediante signos gráficos– podemos iniciar su análisis formal. El primer paso de este análisis consiste en clasificar las grafías de un sistema escriturario a partir de la apariencia externa de sus signos, la cual debe identificarse en alguna de estas tres familias gráficas: 1) cuneiforme, registrada en las inscripciones de Mesopotamia, Asiria y regiones contiguas, un sistema así denominado debido al aspecto de las marcas producidas con punzones en tablillas de barro crudo (Figura 2a); 2) la familia jeroglífica, también llamada pictográfica, identificada de esta forma debido al aspecto altamente icónico de sus caracteres, los cuales presentan imágenes reconocidas de objetos y acciones, como los signos utilizados en los sistemas egipcio, luvita, maya y náhuatl (Figura 2b); y 3) la cursiva o lineal, una familia gráfica surgida muy probablemente de estilos jeroglíficos que con el tiempo evolucionaron a formas más ágiles, fluidas y simplificadas; algunas de las escrituras de este tipo son el fenicio, el arameo, el árabe, el lineal b micénico y el abecedario latino (Figura 2c).
El segundo paso del análisis consiste en compilar un catálogo con todos los signos diferentes que aparecen en la escritura bajo estudio para tratar de identificar las variaciones que cada grafía experimenta. Este catálogo también proporciona información en cuanto al tipo de sistema al que nos enfrentamos, pues el número de caracteres involucrados permite determinar si es alfabética, silábica o logosilábica. Así, un número reducido de caracteres, entre 25 y 30, nos indica que nos encontramos ante un sistema alfabético o un abjad; un repertorio de signos más amplio, que comprenda entre 80 y 100 grafías distintas, que permite identificar un sistema silábico o un abugida. Finalmente, si se inventaran más de 200 caracteres distintos, nos enfrentamos a un sistema de escritura logosilábico.11
Una vez definida la familia gráfica a la que pertenece una escritura (cuneiforme, cursiva o jeroglífica) y su tipo de sistema (logosilábico, alfabético o silábico) podemos iniciar la labor de desciframiento, siempre y cuando contemos con los siguientes cuatro elementos, algunos de ellos señalados por Barthélemy en 1754:12
El primer elemento necesario es un biescrito, es decir, una inscripción o documento que presente versiones paralelas del texto inscrito en dos idiomas y con escrituras diferentes, como los biescritos contenidos en la Piedra de Roseta,13 el “alfabeto” compilado por el franciscano Diego de Landa (Figura 3) o las miles de glosas españolas contenidas en los manuscritos nahuas de la época colonial.
El segundo elemento, se relaciona con la existencia de un corpus escriturario extenso de la escritura que se pretende decodificar. Si no contamos con un número considerable de textos e inscripciones, la labor de desciframiento será mucho más difícil, pues los sistemas que presentan un número reducido de textos (como el alfabeto protoelamita o la escritura teotihuacana) proporcionan pocas pistas para su desciframiento.
Otro elemento necesario para la decodificación se relaciona con los nombres, tanto antropónimos como topónimos, que deben ser identificados en la escritura a descifrar, principalmente los nombres extranjeros, los cuales siempre son registrados fonéticamente, y por lo tanto, son elementos clave para reconocer los valores de lectura de los signos.
Por último, pero no menos importante, se refiere al idioma registradopues se requiere tener una idea del mismo, plasmado en la escritura que se busca decodificar.
Estos elementos son fundamentales para recuperar la clave de lectura de un sistema extinto. Dos de ellos fueron definidos en 1754 por el abad francés Jean-Jacques Barthélemy cuando presentó en la Académie Royale des Inscriptions et Belles-Lettres de París el desciframiento de la escritura palmireña, mostrando que fue un sistema alfabético –algo que ya se sospechaba tiempo atrás debido al reducido número de caracteres escriturarios–. Al explicar el método que empleó para decodificar esta escritura, Barthélemy señaló que su desciframiento fue posible debido a la existencia de biescritos y a la presencia de nombres propios en las inscripciones, los cuales son “dos requisitos necesarios para culminar con éxito un desciframiento”.14
El trabajo de Barthélemy fue fundamental, pues no sólo presentó la primera decodificación exitosa de un sistema de escritura extinto (el utilizado en Palmira entre el siglo I a. C. y finales del siglo III d. C., cuando la ciudad fue destruida por los romanos), también sentó las bases que, en la actualidad, guían el método de desciframiento, las cuales se han afinado desde el trabajo de Barthélemy a partir del conocimiento de otros sistemas de escritura y su funcionamiento.
Esta forma de trabajar los sistemas de escritura llevó, eventualmente, a la formación de una disciplina. El historiador estadounidense Ignace J. Gelb, con su obra A Study of Writing publicada en 1952, proporcionó un enfoque y una denominación común a una serie de ideas y métodos aislados aplicados al análisis de los sistemas escriturarios estableciendo, bajo el nombre de gramatología, el estudio de la escritura como un campo científico por derecho propio.15
Entre otras cosas, la obra de Gelb continúa vigente debido a que definió en parte las tendencias universales y las reglas generales que se encuentran en los diversos sistemas escriturarios empleados por la humanidad. Los recientes avances en la comprensión del funcionamiento de las escrituras han provocado que muy pocos estudiosos estén de acuerdo con su visión evolucionista de la historia de la escritura como una progresión casi necesaria de la representación del significado a la del sonido, con el alfabeto como la corona del desarrollo.16 Aunque por mucho tiempo se pensó que el alfabeto era la forma más acabada y perfecta de la escritura,17 ahora, a través de análisis históricos, sabemos que es sólo una más, y está lejos de constituirse como el medio de registro más perfecto.18
Un aspecto que ha marcado la poca aceptación de la obra de Gelb en el medio académico de los estudios mesoamericanos probablemente se relaciona con la forma en que éste representó los sistemas de escritura indígenas, pues Gelb habló poco y con menosprecio de las civilizaciones del Nuevo Mundo.19 No obstante, las descripciones que hizo Gelb de los sistemas de escritura maya y náhuatl se basaban en lo que postulaban los mismos estudiosos de Mesoamérica en ese momento:20
Puede que asombre a algunos especialistas el encontrar las complicadas inscripciones de América Central tratadas a la vez que los sistemas primitivos de los indios de Norteamérica y de los negros de África. No obstante, no puede llegarse a otra conclusión si examinamos el problema con ojos limpios de prejuicios. A pesar de la forma en extremo elaborada que puedan adoptar los bellos manuscritos e inscripciones en piedra de los aztecas y de los mayas, su estructura interna no se encuentra en un nivel de desarrollo mucho más elevado que el de los sistemas primitivos de América del Norte y de África. Lo que puede comprenderse con claridad en las inscripciones de América Central son, sobre todo, los sistemas de anotación matemática y astronómica. A parte de éstos, son comprensibles algunas inscripciones, o partes de ellas, pero solamente en el sentido en que las pinturas de Norteamérica se entienden per se, sin el auxilio de ninguna forma lingüística. Aunque los inicios de la fonetización pueden ser observados en ambos, ni los aztecas ni los mayas llegaron ni por aproximación a alcanzar la etapa fonética de la escritura que encontramos desarrollada ya con tanta perfección en las inscripciones sumerias más antiguas.21
El mayista más prestigiado e influyente en la primera mitad del siglo XX, J. Eric S. Thompson, pensaba algo muy similar a lo señalado por Gelb con respecto a las inscripciones mayas.22 Por su parte, el investigador alemán Eduard Seler creía que el fonetismo presente en algunos signos escriturarios empleados por los indígenas de Mesoamérica era consecuencia de la influencia española y de su sistema de escritura:
Es bastante probable que en el tiempo de Landa los mayas escribieran de la manera indicada por Landa; observamos lo mismo en el área mexicana. En cierto momento después de la Conquista, los escritores indios se inclinaron a restringir el valor fonético de sus antiguos jeroglíficos, para escribir con ellos de la misma manera que los españoles hicieron con sus respectivos jeroglíficos. Compárese el llamado Códice Vergara de la colección Aubin-Goupil. Pero esto no fue así en la antigüedad. Ciertamente, en la escritura maya existían jeroglíficos compuestos que daban el nombre de una deidad, una persona o una localidad, cuyos elementos se unían en el principio fonético. Pero hasta el momento no está probado que escribieran textos. Y, sin duda, gran parte de los jeroglíficos mayas eran símbolos convencionales, construidos sobre el principio ideográfico.23
La descripción de Gelb de las escrituras mesoamericanas reflejaba las ideas que permeaban la Academia en ese momento, y todavía hoy, su explicación de la escritura náhuatl encuentra ecos en algunos especialistas.24 No obstante, lo que ahora recuperamos de Gelb es el método gramatológico para estudiar el desarrollo histórico de las escrituras empleadas en Mesoamérica y explicar su funcionamiento, como lo hizo Lacadena al recuperar, analizar y sistematizar el desciframiento de la escritura jeroglífica empleada por los antiguos nahuas propuesto por Joseph Marius Alexis Aubin en 1849.
Los estudios de Aubin en torno a la escritura náhuatl
El conocimiento que hoy poseemos de la escritura jeroglífica maya ha permitido un acercamiento más preciso a otros sistemas mesoamericanos que antes sólo podía imaginarse o desearse. Si seguimos la evidencia que señala la teoría general de la escritura, ya no podemos pensar que los mayas fueron la única civilización mesoamericana que empleó una escritura, pues contamos con varios ejemplos de procedencia arqueológica conocida de monumentos del Preclásico Medio (1200-400 a. C.) y Tardío (400 a. C.-250 d.C.) originarios de la zona del Golfo que muestran que los mayas no fueron los primeros en escribir textos.25 También sabemos que después del periodo Clásico Terminal (800-950), los mayas redujeron considerablemente la confección de inscripciones y que, para el periodo Posclásico Tardío (1200-1521), otras culturas mesoamericanas escribían en una gran variedad de soportes.
Una de las tradiciones escriturarias más destacadas y conocidas es la de los nahuas del altiplano central de México, quienes utilizaron una serie de signos jeroglíficos convencionales para registrar información diversa en sus monumentos y manuscritos. Parte del funcionamiento de este sistema fue explicado en 1849 por Aubin, quien señaló que los jeroglíficos nahuas constituían una escritura plena con un fonetismo desarrollado.26
Al analizar diversos registros —como los de fray Juan de Torquemada y Fernando de Alva Ixtlixóchitl—, Aubin mostró que varios signos nahuas eran silábicos, por lo tanto fonéticos, y que éstos se combinaban para formar palabras;27 la evidencia más clara de esto la encontró en las palabras latinas Pater Noster, las cuales fueron registradas por los escribas indígenas con cuatro grafías jeroglíficas (Figura 4): el primer signo representa una bandera, pantli, que en la escritura náhuatl tiene el valor de pan o pa; las grafías segunda y cuarta corresponden al signo-piedra, tetl, de valor te, mientras que el tercer signo, el de nochtli, tiene la lectura noch. Estos cuatro signos se leen pa te noch te, y registran fonéticamente las palabras extranjeras Pater Noster utilizando un sistema de escritura que registra el idioma náhuatl.28 Los signos presentados por Aubin sólo tienen sentido si los leemos en náhuatl, pues en los idiomas maya o mixteco tendrían una pronunciación muy diferente. Ésta fue y es una de las pruebas más contundentes de que los signos jeroglíficos empleados por los nahuas registran un idioma en concreto, el náhuatl, y por lo tanto, no pueden verterse a otros idiomas.
Otro análisis relevante realizado por Aubin se relaciona con las dos formas que existen de registrar el nombre propio de Itzcóatl. La primera de ellas formada con signos característicos de la “escritura figurativa” según la clasificación de Aubin, y que ahora denominamos logogramas (es decir, signos que representan una palabra completa): itztli, ‘obsidiana’, de lectura itz, y coátl, ‘serpiente’, de valor coa. La segunda forma de registrar este antropónimo incluye el logograma de obsidiana, itz, más dos signos fonéticos, una vasija con valor de co (comitl) más el signo de agua, de lectura a (de atl), formando así itz-co-a, Itzcóa[tl], ‘Serpiente de Obsidiana’ (Figura 5).29
Estos ejemplos, así como los numerosos jeroglíficos leídos por Aubin y otros aportes realizados en los siglos XIX y XX por diversos investigadores,30 fueron recuperados por Alfonso Lacadena, quien, con base en estos trabajos, su conocimiento del idioma náhuatl y su amplia experiencia en el funcionamiento de diversos sistemas de escritura antiguos, sistematizó los desciframientos y valores de lectura atribuidos a diversas grafías y concluyó que el repertorio de signos de la escritura empleada por los antiguos nahuas presentaba logogramas y fonogramas, por lo tanto, era un sistema logosilábico. Al igual que Gelb, la descripción que hizo Lacadena del sistema náhuatl partió de un análisis tipológico-comparativo, es decir, cotejó el funcionamiento de este sistema escriturario con otros conocidos del mundo que presentan un funcionamiento similar.31
La propuesta de Alfonso Lacadena
En la primera sesión del seminario impartido en 2006, Lacadena señaló que el aspecto icónico de los signos nahuas de ninguna manera definía su función dentro del sistema de escritura, como bien señala el método gramatológico. El hecho de que los caracteres empleados por los nahuas fueran imágenes reconocibles de cosas y acciones no era relevante en el establecimiento de su funcionamiento, sólo podía utilizarse para definir la familia gráfica a la que pertenecen y, por consiguiente, para estudiar su origen. Con esto en mente, Lacadena comparó una inscripción hitita que presenta una procesión de cuatro personajes con sus respectivos nombres jeroglíficos con una imagen muy similar producida por lo nahuas; la diferencia entre los dos registros es bastante sencilla: el primero es considerado como un sistema de escritura pleno y el segundo no (Figura 6).
Al estudiar un sistema de escritura en comparación con otros sistemas conocidos del mundo, es posible comprender que el aspecto icónico de las grafías escriturarias no dice nada acerca de su funcionamiento ni de su evolución. Los signos de apariencia jeroglífica fueron empleados por varias culturas antiguas que, por una razón u otra, no desarrollaron formas cursivas o lineales de sus grafías, como los egipcios, los mismos hititas o los mayas. Por el contrario, todas estas culturas mantuvieron sus formas jeroglíficas hasta el fin, y este hecho no incidió en lo absoluto en el funcionamiento de su sistema escriturario.
Una vez reconocidos los signos nahuas como un sistema de comunicación que registra una lengua articulada –el náhuatl clásico– mediante signos gráficos y convencionales, y que ésta fue definida como perteneciente a la familia gráfica jeroglífica, Lacadena inició el análisis gramatológico formal de la escritura náhuatl. El siguiente paso consistió en explicar el funcionamiento del sistema con base en la evidencia interna, es decir, estableciendo su repertorio de signos, sus recursos escriturarios y sus reglas de composición.32
Debido a que el inventario de signos presentes en monumentos y manuscritos nahuas comprendía más de 400 grafías diferentes, Lacadena supo que se enfrentaba a un sistema de escritura logosilábico, algo que se reflejó en la definición del repertorio de signos de la escritura náhuatl, el cual, señaló, estaba formado por logogramas y fonogramas.33
Los logogramas, como ya se ha señalado, son signos que representan una palabra completa, es decir, son unidades gráficas que representan un lexema; transmiten el significado léxico y, al mismo tiempo, la secuencia de sonidos que corresponden al significado del mismo.34 Todas las escrituras logosilábicas cuyo funcionamiento se conoce presentan logogramas;35 algunos ejemplos de ellos en la escritura cuneiforme son los signos: ŠE, BAGA y BUMIŠ, ‘grano’, ‘dios’ y ‘tierra’, respectivamente; ejemplos del sistema egipcio son PR o ÌB, ‘casa’ y ‘corazón’. La escritura maya, como un sistema logosilábico, igualmente emplea signos palabras, como los caracteres NAL, ‘maíz’, CHAN, ‘serpiente’, IXIK, ‘mujer’, entre muchos otros. En la escritura náhuatl también encontramos logogramas, pero con la particularidad de ser palabras representadas en estado constructo o composición, como, por ejemplo, AKA, ‘caña’ y no AKATL, MASA, ‘venado’ y no MASATL o TOCH, ‘conejo’, y no TOCHTLI (Figura 7a).
Los fonogramas o silabogramas —comúnmente llamados sílabas— son unidades gráficas que transmiten una secuencia abstracta de fonemas. Estos signos se combinan entre sí para formar palabras, y sólo son reconocidos como tales a través de la función que desempeñan en la constricción de las palabras, y no por su apariencia, por ejemplo, no son más pequeños o más grandes que los logogramas; visualmente no hay manera de identificarlos. Los fonogramas pueden tener una estructura abierta V y CV, o cerrada, VC, como los silabogramas ko, te, pi, ke, xa o a (Figura 7b).
A partir de la existencia de biescritos, en este caso constituidos por las glosas en caracteres latinos que aparecen en los manuscritos nahuas, Lacadena logró constatar los valores de lectura propuestos por Aubin y corregir algunos, así como descifrar otras muchas grafías que le permitieron completar el desciframiento de la escritura náhuatl. En el año 2008, más de ciento cincuenta años después del trabajo de Aubin, la revista PARI Journal publicó un silabario de la escritura náhuatl compilado por Lacadena, donde se mostraba, por primera vez, una serie de signos fonográficos nahuas con sus respectivos valores de lectura (Figura 8).
A través de un análisis gramatológico y epigráfico, Lacadena mostró que los signos tenían un valor de lectura convencional, y que éstos se combinaron en la escritura náhuatl para escribir diversas palabras, principalmente antropónimos y topónimos. Algunos de los ejemplos de construcción fonética más transparentes ya habían sido identificados por Aubin, y Lacadena agregó otros tantos, como el topónimo Atotolco, escrito en el Memorial de los Indios de Tepetlaoztoc a partir de cuatro silabogramas: a-to-to-ko, para la palabra Atoto[l]co; o Tlamatzinco, escrito en el mismo documento con los signos tla-ma-TZIN-co, Tlama[’]zinko (Figura 9).
Al igual que Champollion, el descifrador de la escritura jeroglífica egipcia, Lacadena analizó sistemáticamente los nombres extranjeros escritos en los códices nahuas, los cuales ilustran de manera excepcional el valor de lectura convencional de los signos indígenas y su lectura en náhuatl. Así, en varios manuscritos encontramos la figura del primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, cuyo nombre aparece escrito tanto en caracteres latinos (empleados por los españoles) como en caracteres jeroglíficos, es decir, en el sistema indígena (Figura 8a). La glosa que aparece, por ejemplo, en el Códice Aubin dice, a la letra, Don Antonio de Mendoza. En la parte izquierda, respetando el lugar tradicional indígena para registrar los antropónimos, al lado de la cabeza del individuo mencionado, encontramos dos signos jeroglíficos, el fonograma me y el logograma TOSA, para formar la palabra metosa, que debe leerse Me[n]tosa, el apellido del virrey. Debido a las reglas de composición del idioma náhuatl en su escritura original, jeroglífica, no puede representarse una /n/ preconsonántica, y la letra /d/, el sonido, no existe en náhuatl, por lo que los tlacuilos decidieron sustituirla por una /t/.
Uno de los aspectos que más enfatizó Lacadena en su análisis de la escritura náhuatl fue que el lector de un texto siempre debe diferenciar entre lo que fue escrito y lo que debe leerse, pues casi nunca lo que se lee es lo que está escrito. Las abreviaturas, una de las reglas de composición más rígidas y particulares de cada sistema, son comunes en todos los sistemas de escrituras. Por ejemplo, el nombre María Elena: Ma. Elena y María Elena; todo lector familiarizado con el español y con el sistema de escritura latina sabe que Ma. es una abreviatura para el nombre María, por lo que los lectores reconstruyen tres grafías (r-í-a) para el nombre que no están escritas. Este aspecto es fundamental en la escritura náhuatl, pues los antiguos escribas, en la gran mayoría de los casos, representaron a través de abreviaturas (conocidas como síncope y apócope) topónimos y antropónimos, los cuales han generado dudas en cuanto al desarrollo de esta escritura entre los investigadores. No obstante, no debe olvidarse que las abreviaturas son ocurrencias comunes en todos los sistemas escriturarios cuyo funcionamiento se conoce.
Tanto en el seminario impartido en el año 2006, como en la publicación en PARI Journal de 2008,36 Lacadena mostró el valor de los documentos de Tetzcoco utilizados por Aubin para descifrar la escritura náhuatl, señalando que no hay diferencia entre el sistema de escritura de la escuela de Tenochtitlan y el sistema de escritura de la escuela de Tetzcoco, ambos utilizaron el mismo repertorio de signos con el mismo valor de lectura y función.
Éstos y otros muchos aportes de Alfonso Lacadena –que por cuestiones de espacio no pueden abordarse aquí– han abierto una brecha metodológica en los estudios de la escritura jeroglífica náhuatl.37 Como bien mostró Lacadena en sus trabajos, la escritura náhuatl es una escritura plena de tipo logosilábico, como las escrituras sumeria, acadia, luvita jeroglífica y maya, con un signario compuesto de logogramas y fonogramas, éstos últimos integrando un silabario formal de tipo abierto y cerrado. Además, como las otras escrituras logosilábicas, la escritura náhuatl emplea el procedimiento de rebus y la complementación fonética, con convenciones identificativas. El trabajo de Lacadena permitió completar el desciframiento de la escritura jeroglífica náhuatl; una decodificación que se inició con el análisis de Aubin en la segunda mitad del siglo XIX. Pese a que hoy, solo se reconoce a la escritura maya como un sistema plenamente desarrollado, los trabajos de Alfonso Lacadena han mostrado que la escritura en Mesoamérica fue inventada por los epi-olmecas del Golfo durante el periodo Preclásico Medio (1000-400 a. C.), y que esta escritura fue adoptada y adaptada por varias culturas mesoamericanas. La escritura náhuatl no fue un sistema imperfecto o semidesarrollado, sino una escritura plena que en la actualidad ha comenzado a revelar sus secretos.
CONCLUSIONES
Como hemos visto anteriormente en este artículo, el estudio formal de las escrituras –lo que se denomina ciencia de la escritura o gramatología– busca explicar su funcionamiento a partir de la teoría general de la escritura y en comparación con otros sistemas conocidos del mundo. Al entender cómo surgen, funcionan y evolucionan las escrituras podemos realizar análisis particulares a determinados sistemas que aún eluden el desciframiento o que no han sido reconocidos como sistemas escriturarios plenos y totalmente desarrollados.
Desde el año 2006, desde que Lacadena recuperó el enfoque descriptivo y tipológico del método gramatológico y lo aplicó a la escritura jeroglífica náhuatl, he concebido esta escritura como un sistema escriturario pleno y totalmente desarrollado, y no pierdo ninguna oportunidad para señalar en mis clases de licenciatura y posgrado que la escritura náhuatl está descifrada y que es un campo de investigación sumamente fructífero para todos aquéllos interesados en el estudio formal de los sistemas de escritura en general, y de la cultura náhuatl en particular.
Este artículo pretende explicar el método utilizado por Alfonso Lacadena en el desciframiento de la escritura náhuatl, y no busca ser una guía para entender este sistema. Debido a que diversos colegas y alumnos dudan de dicho desciframiento y su propuesta de funcionamiento, es necesario explicar el marco y la disciplina en el que se inserta, así como el método empleado por los epigrafistas y gramatólogos, el cual fue establecido desde mediados del siglo XVIII y que ha mostrado ser sumamente eficaz en la labor de desciframiento, en el arduo trabajo que busca recuperar la clave de lectura de un sistema escriturario extinto.
Desde que Lacadena presentó su análisis de la escritura náhuatl, varios investigadores se han internado en el estudio formal de este sistema, y se han hecho importantes avances en la comprensión de su funcionamiento, explicando aspectos relacionados con su repertorio de signos, sus recursos escriturarios y sus reglas de composición. Como siempre señaló Lacadena en sus clases y conferencias, aún falta mucho por hacer en este campo, no sólo en lo relacionado con la sistematización de los desciframientos propuestos por Aubin y otros estudiosos, falta decodificar nuevos signos y, sobre todo, reconocer que los nahuas del altiplano de México emplearon un sistema de escritura totalmente desarrollado y funcional para sus necesidades políticas, sociales y culturales.
Lista de figuras
Alfonso Lacadena García-Gallo (1964-2018), arqueólogo y epigrafista español.
Las tres familias gráficas de los sistemas de escritura: a) cuneiforme, b) jeroglíficay c) cursiva o lineal.
El “alfabeto” compilado por el fraile franciscano Diego de Landa en la segunda mitaddel siglo XVI.
Jeroglíficos nahuas que registran la frase pate nochte, para pater noster.
Ejemplos jeroglíficos del nombre Itzcóatl, ‘Serpiente de Obsidiana’.
Ejemplos de escrituras jeroglíficas: en la parte superior una inscripción luvita jeroglífica(hitita); inferior, representación de una peregrinación nahua.
Ejemplos jeroglíficos nahuas de logogramas y fonogramas.
Primer silabario compilado por Alfonso Lacadena en 2006.
Ejemplos de antropónimos y topónimos en la escritura náhuatl.
Bibliografía
Aubin, Joseph Marius Alexis, Memoria sobre la pintura didáctica y la escritura figurativa de los antiguos mexicanos, edición e introducción de Patrice Giasson; traducción de Francisco Zaballa y Patrice Giasson con la colaboración de David Silva en el "Glosario Náhuatl de Signos Figurativos" ; reproducción de glifos y dibujos de Patrice Giasson, México, UNAM-IIH, 2009.
Barlow, Robert, Fuentes y estudios sobre el México indígena, obras de Robert H. Barlow, Jesus Monjaras-Ruiz, Elena Limón, María de la Cruz Pailles H. (eds.), México, INAH, Universidad de las Américas, 1994 [1943-1949].
Barthélemy, Jean-Jacques, Reflexions sur L’Alphabet et sur la Langue dont on se sevoit autrefois a Palmyre, París, 1754. Disponible en: Gallica, https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k8515168/f11.image
Bonfante, Larissa, “Etrusco”, en Leyendo el pasado. Antiguas escrituras. Del cuneiforme al alfabeto, traducción de José Luis Rozas López, Madrid, Ediciones Akal S. A., 2003, p. 353-421.
Boone, Elizabeth Hill, Stories in Red and Black: Pictorial histories of the Aztecs and Mixtecs. Austin, University of Texas Press, 2000.
Calvet, Louis-Jean, Historia de la escritura. De Mesopotamia hasta nuestros días, traducción de Javier Palacio Tauste, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2001.
Coe, Michael D., El desciframiento de los glifos mayas, traducción de Jorge Ferreiro, México, FCE, 1999.
Coulmas, Florian, The Blackwell Encyclopedia of Writing Systems, Massachusetts, Blackwell Publishing, 1999.
Davies, W. V., “Egipcio”, en Leyendo el pasado. Antiguas escrituras. Del cuneiforme al alfabeto, traducción de José Luis Rozas López, Madrid, Ediciones Akal S. A., 2003, p. 83-157.
Dibble, Charles, “Writing in Central Mexico”, en Handbook of Middle American Indians, vol. 10, Austin, University of Texas Press, 1971, p. 322-331.
Galarza, Joaquín, Estudios de escritura indígena tradicional: azteca-náhuatl, México, AGN, INAH, 1980;
Gelb, Ignace J., A Study of Writing, Chicago, Illinois, The University of Chicago Press, 1952.
__________, Historia de la escritura, traducción de Alberto Adell, 2ª. Ed., Madrid, Alianza Editorial, 1976 [1963].
Houston, Stephen D., “Writing in Early Mesoamerica”, en The First Writing. Script Invention as History and Process, Stephen Houston (ed.), Cambridge, Cambridge Unversity Press, 2004, p. 274-309.
Lacadena, Alfonso, “Regional Scribal Traditions: Methodological Implications for the Decipherment of Nahuatl Writing”, The PARI Journal, vol. VIII, núm. 4, 2008, p. 1-22;
__________, “A Nahuatl Syllabary”, The PARI Journal, vol. VIII, núm. 4, 2008, p. 23.
__________, “The wa1 and wa2 Phonetic Signs and the Logogram for WA in Nahuatl Writing”, The PARI Journal, vol. VIII, núm. 4, 2008, p. 38-45.
__________, “La escritura olmeca y la hipótesis del mixe-zoque: implicaciones lingüísticas de un análisis estructural del monumento 13 de La Venta” en Olmeca: Balance y perspectivas. Memoria de la Primera Mesa Redonda, María Teresa Uriarte y Rebeca B. González Lauck (eds.), México, UNAM, IIE, INAH, CONACULTA, 2008, pp. 607-619.
León-Portilla, Miguel, El destino de la palabra: de la oralidad y los códices mesoamericanos a la escritura alfabética, México, FCE, 1996.
Moorhouse, Alfred Charles, Historia del alfabeto, traducción de Carlos Villegas, 2ª. Ed., México, FCE, 1965.
Orozco y Berra, Manuel, Historia antigua y de la conquista de México, México, Porrúa, 1960 [1885].
Pope, Maurice, Detectives del pasado. Una historia del desciframiento. De los jeroglíficos egipcios a la escritura maya, traducción de Javier Alonso, Madrid, Oberon. Grupo Anaya S.A., 2003.
Rodríguez Zárate, Rebeca Leticia y María Elena VEGA VILLALOBOS, “Cinco siglos de discursos y polémicas en torno a las escrituras precolombinas: el caso de los registros mayas y nahuas”, en Imágenes figurativas verbales. Aproximaciones a los sistemas de escritura de Mesoamérica, María Elena Vega y Erik Velásquez García (eds.), México, UNAM-IIE, en prensa.
Seler, Eduard, “Does There Really Exist a Phonetic Key to the Maya Hieroglyphic Writing?”, Science, vol. 20, no. 499, 1892, p. 121-122.
Stuart, David, “La diadema real: un jeroglífico pan-mesoamericano”, en El gobernante en Mesoamérica: representaciones y discursos del poder, María Elena Vega Villalobos y Miguel Pastrana Flores, México, UNAM, IIH, 2018, pp. 13-37.
---------------------, “El emperador y el cosmos. Nueva mirada a la Piedra del Sol”, Arqueología mexicana, núm. 149, enero-febrero de 2018, pp. 20-25.
The World’s Writing Systems, Peter T. Daniels y William Bright (eds.), Oxford, Nueva York, Oxford University Press, 1996.
Thompson, J. Eric S., Grandeza y decadencia de los mayas, traducción de Lauro J. Zavala, México, FCE, 1984 [1954].
Vega Villalobos, María Elena, “La investigación sistemática de la escritura náhuatl”, en Historias de científicos. Antología sobre la memoria disciplinaria y reflexiones historiográficas, Lucero Morelos y Ricardo Govantes (eds.), México, UNAM, ffyl, Bonilla Artigas Editores, Historiadores de las Ciencias y las Humanidades, A. C., en prensa.
Velásquez García, Erik, “El desciframiento de la escritura istmeña: reevaluación del estado de la cuestión”, en Olmeca: Balance y perspectivas. Memoria de la Primera Mesa Redonda, María Teresa Uriarte y Rebeca B. González Lauck (eds.), México, UNAM, IIE, INAH, CONACULTA, 2008, pp. 639-665.
----------------------------------, “Terminología arquitectónica en los textos jeroglíficos mayas y nahuas”, en La arquitectura precolombina en Mesoamérica, María Teresa Uriarte (ed.), México, Jaca Book, INAH, 2009, pp. 265-324.
----------------------------------, “Imagen y escritura en Mesoamérica”, en De la Antigua California al Desierto de Atacama, María Teresa Uriarte (coord.), México, UNAM, 2010, pp. 59-84.
----------------------------------, “La interpretación de la escritura”, en Museo de Sitio de Tlatelolco, México, INAH, UNAM, 2012, pp. 45-55.
----------------------------------, “La interpretación de la escritura. La lectura de lo indescifrable”, Arqueología mexicana, vol. XXI, núm. 121, 2013, p. 77-85.
Zender, Marc, “One Hundred and Fifty Years of Nahautl Decipherment”, The PARI Journal, vol. VIII, núm. 4, 2008, p. 24-37.
Notas