Artículos libres

Ruptura y tradición en las historias de la arqueología. Parte II. De espaldas a los fundadores

Haydeé López Hernández
INAH, México

Saberes. Revista de historia de las ciencias y las humanidades

Historiadores de las Ciencias y las Humanidades, A.C., México

ISSN-e: 2448-9166

Periodicidad: Semestral

vol. 2, núm. 5, 2019

contacto@saberesrevista.org



Resumen: El anhelo de ruptura que subyace en La historia de la arqueología en México de Ignacio Bernal, fue compartido por algunos de los miembros de una generación más joven. Manuel Gándara y Eduardo Matos fueron dos de los autores más relevantes que se dieron a la tarea de debatir lo que consideraron la versión oficial de la historia de la arqueología. A través del ejercicio histórico, plasmaron una fuerte crítica a la llamada arqueología oficial y monumentalista de sus mentores y brindaron una nueva genealogía para la disciplina, aunque no lograron escapar de la tradición artificial que trazara Bernal; antes bien, la constriñeron aún más, manteniendo la mirada fija en el centro científico del momento y despreciando a los fundadores.

Palabras clave: historia de la arqueología, arqueología oficial, arqueología monumental, Manuel Gándara, Eduardo Matos.

Abstract: The longing for rupture that underlies Ignacio Bernal's La historia de la arqueología en Mexico was shared by some of the members of a younger generation. Manuel Gándara and Eduardo Matos were two of the most relevant authors who debated what they considered the oficial history of archeology. Through the historical exercise, they expressed a strong criticism of the so-called official and monumental archeology of their mentors and provided a new genealogy for the discipline, although they did not escape from the artificial tradition that Bernal traced; rather, they constricted it even more, keeping their eyes fixed on the scientific center of the moment and despising the founders.

Keywords: history of archaeology, oficial archaeology, monumental archaeology, Manuel Gándara, Eduardo Matos.

La Historia de la arqueología en México, escrita por Ignacio Bernal y publicada en 1979, es sólo una de las historias más recientes escrita para la disciplina y, sin embargo, puede considerarse una de las más aceptadas por la comunidad arqueológica. La narrativa de este trabajo construye la genealogía de la disciplina destacando el papel de la generación revolucionaria, de aquella encargada de consolidar y concretar la institucionalización centralizada y la profesionalización, de la mano del Estado revolucionario y posrevolucionario.

No obstante, y pese a la importancia de estos procesos en la consolidación la arqueología como disciplina y profesión en el país, éstos se han convertido en el centro de la crítica para las siguientes generaciones, quienes los juzgan eventos perniciosos por su vínculo con el Estado y el proyecto de nación (mecenas e impulsor de la disciplina, respectivamente) y porque, lejos de impulsar el desarrollo de la ciencia, la coartaron hasta deformarla en aras de obtener un beneficio ajeno al conocimiento pretendidamente inmaculado.

Bajo esta caracterización, la obra de Bernal ha sido agriamente criticada, al tiempo que se ha propuesto un nuevo origen y genealogía, anclados en la conceptualización universal de la ciencia y del centro científico estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Detrás del espíritu crítico y revolucionario de estas nuevas historias y del cambio generacional, se presenta una nueva ruptura en el imaginario genealógico que desprecia a sus fundadores, así como la incapacidad de éstos por mantener viva su tradición.

Relevo generacional

Nacidos en la última década del siglo XIX y la primera del XX, los “revolucionarios de entonces” y “de ahora”1 y fundadores de la arqueología institucionalizada y profesionalizada en el país, se encontraban en los últimos años de su vida, tras haber desarrollado trayectorias académicas y administrativas las más de las veces, sumamente exitosas. Bernal, como miembro de esta generación, al escribir su Historia de la arqueología en México, no hacía más que reconocer la importancia de esas trayectorias.

En esos años (finales de la década de 1970), sin embargo, los miembros de su generación comenzaban a declinar frente a los más jóvenes quienes, curiosamente, también se concebían revolucionarios. Al tiempo, la importancia de su legado se desvanecía en la memoria de sus discípulos. Su genealogía, trazada en la obra de Bernal, fue trastocada y criticada por las historias escritas por los miembros de las generaciones más jóvenes bajo una tesitura teórica diferente, en gran medida influida por las reflexiones de la historia y la sociología de la ciencia de la segunda mitad del siglo XX.2 La mayor parte de estos trabajos fueron publicados a partir de la década de 1990, e iniciaron una tendencia crítica que aún no ha culminado, lo que, sin duda, ha fortalecido el campo de estudio de la historia de la disciplina.3

Podemos considerar que las obras pioneras de este ejercicio crítico fueron la tesis de Manuel Gándara Vázquez, La arqueología oficial mexicana. Problemas y alternativas (1977), y el artículo “Las corrientes arqueológicas en México” (1979),4 de Eduardo Matos Moctezuma. Ambos trabajos fueron publicados en fechas cercanas a la Historia… aunque se presentan como innovadores en la materia y, de hecho, constituyen una fuerte crítica a la narrativa de Bernal pero sin mencionarlo o citarlo siquiera, pese a que es sumamente probable que para elaborarlos consultaran aquellos primeros artículos que Bernal escribiera sobre este tema en la década de 1950, o al menos que conocieran su contenido como parte de la memoria oral del gremio en su formación como estudiantes en la Escuela de Antropología.5

Pero vayamos al contenido de estos trabajos y a sus autores. Gándara estudió la especialidad de Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) como parte de la generación 1970-1975,6 es decir, fue discípulo de la generación de Ignacio Bernal y, al tiempo, miembro de la que sustituyó a aquélla en la academia y en el poder.7 Escribió su trabajo para presentarlo como tesis en 1977 y, posteriormente, fue publicado como libro por el INAH en la colección Divulgación en 1992. Tanto la investigación como su publicación fueron patrocinadas por el instituto: Gándara (al igual que varios investigadores en aquéllos años) ingresó al Departamento de Monumentos Prehispánicos como investigador de tiempo completo en 1972, es decir, cuando aún era estudiante8 y su investigación fue parte del Proyecto sobre Diseño de Investigación de este centro, integrando en la tesis los cuestionamientos generales de esta área con la finalidad de generar propuestas concretas acerca de la estructura y el funcionamiento alternativo de la “arqueología oficial”.9

Al poco tiempo, este departamento fue cancelado por una supuesta y “excesiva concentración de personal, poca productividad y falta de compromiso con tareas de servicio público asignado al área”, y su personal destinado a otros centros (la Dirección de Salvamento y los Centros Regionales, en particular). Ante este panorama, Gándara optó por “dar la batalla en un frente diferente”: la Escuela Nacional de Antropología e Historia.10

Ya desde que presentara su tesis en 1977 era profesor de la escuela, y luego de su traslado a este centro, escaló rápidamente en la administración, ocupando sucesivamente la coordinación de Investigación, la coordinación de la licenciatura en arqueología, y al poco, la dirección de la escuela, entre 1985 y 1989.11 De tal suerte, puede deducirse que fraguó la publicación de su tesis desde la dirección de este nuevo “frente”.12

Desde que fuera presentado como tesis, y a decir de su autor, su texto fue “útil” en varios cursos de la licenciatura de arqueología de la ENAH y en algunos programas en Centro y Sudamérica.13 De hecho, actualmente, es parte de la bibliografía de los contenidos mínimos del curso obligatorio Historia de la arqueología mexicana del primer semestre en Arqueología, y es una referencia obligada para todos aquéllos que inician el ejercicio de la crítica sobre la disciplina.14 Esta “utilidad” fue una de las razones principales que motivó a su autor para llevar el texto a la imprenta de manera íntegra quince años después de que fuera presentado ante el jurado,15 integrando solamente un apartado titulado “Postcript” (sic), “más que como una actualización […], como una manera de señalar algunas de las diferencias que el autor tiene en relación a lo originalmente escrito, así como de ofrecer al lector algunas líneas de reflexión que han surgido como resultado lateral…”.16 A ello volveré más abajo.

La obra inicia asegurando un cliché común en la época de su escritura (que, por cierto, pervive hasta la actualidad): “la arqueología mexicana está en crisis”. Y la pretensión del trabajo es mostrar que tal “crisis” no es resultado de la “falta de presupuesto”, sino que deviene de problemas teóricos y metodológicos de la práctica de lo que denomina la arqueología oficial mexicana.

Si bien no presenta un recorrido cronológico exhaustivo, Gándara recurre constantemente a la historia de la disciplina para explicar la llamada “crisis de la arqueología” presente, al menos, desde 1968. Así, del pasado destaca dos sucesos que considera cruciales para explicar la forja de la disciplina a nivel mundial: primero, el surgimiento del evolucionismo, el cual distanciará la práctica del pensamiento religioso y del simple coleccionismo brindando un sentido histórico al pasado; y segundo, la aparición del culturalismo, el cual ligó a la arqueología con la antropología para enfocarse en la descripción de la diversidad de la Humanidad. En este devenir universal, Gándara integra el caso mexicano como un claro punto de la periferia científica que es irradiado por el foco científico: el culturalismo llegó a México, y la ciencia con aquél, gracias a la presencia de Franz Boas (1858-1942) y al establecimiento de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas (1910).

La narrativa en términos generales, hasta aquí, no difiere de la que antes establecieron sus mentores, aunque Gándara no repara en los antecedentes virreinales -lo que quita profundidad histórica a la genealogía de la disciplina. No obstante, este autor introduce tres elementos cruciales que distancian completamente su propuesta de las anteriores: en primera instancia, omite por completo la presencia de los actores mexicanos (salvo Batres y Gamio), de tal manera que no destaca la participación ni el aporte de los miembros de la llamada Escuela Mexicana de Arqueología, como sí lo hizo Bernal. Así, el escenario nacional se presenta como un espacio vacío en el que las teorías extranjeras son depositadas por agentes también foráneos para germinar en condiciones diferentes a las originales.

En segundo lugar, Gándara ahondó en los años posteriores a 1940, sobre todo, en cuanto a las críticas que se desarrollaron tanto en Inglaterra como en Estados Unidos en torno al evolucionismo y, posteriormente, a la historia cultural, y subrayando que en México, estas propuestas siempre llegaron de manera tardía. Por ejemplo, el autor destaca positivamente las propuestas de Gordon Childe (1892-1957) en torno a las “formas de registro y excavación más cuidadosas que permitieron la correcta recuperación de contextos” (y pese a que su autor no logró abandonar el evolucionismo totalmente); la insistencia de la escuela ambientalista acerca de ampliar el concepto de “material arqueológico” para incluir la relación hombre-medio ambiente; y las propuestas que emergieron a partir de 1950, en franca oposición a la historia cultural, sus cronologías y áreas culturales, como la arqueología de asentamientos, la de integración cultural y la nueva arqueología.17

En general, tales propuestas, en franca crítica a las dos teorías previas (evolucionismo e historia cultural) ampliaban los márgenes de estudio previos para pasar del análisis de los tiestos cerámicos a, por ejemplo, su posición tridimensional, la región, el ambiente, etc. Ello implicaba la emergencia de nuevos objetos del conocimiento y, con ello, la transformación de la disciplina y su agenda epistémica. Pero esta arista del análisis no fue del interés de Gándara, quien se centró en destacar la anomalía que representaba la periferia mexicana en este escenario.18

Para el autor esta sucesión de teorías implican un avance epistemológico de la arqueología universal desarrollada en el centro científico (Europa y Estados Unidos). En este devenir, México se quedó rezagado por varias razones de orden sociológico: los arqueólogos mexicanos estaban subsumidos a la historia cultural y no tenían la formación teórica necesaria para entender las nuevas tendencias; y, por otro lado, les resultaba más económico (en términos de esfuerzo) mantener su actividad sin cambios.

A lo largo del texto, Gándara no refiere los nombres de esos arqueólogos reticentes al cambio científico, pero se colige entre líneas que se trata de la generación de sus mentores. Su evaluación es lapidaria: lo “que pudo haber sido un momento de cambio en la arqueología mexicana se diluyó mediante una asimilación ‘por pegoste’, de algunos elementos teóricos childeanos que fueron incorporados a la retórica de la arqueología tradicional, sobre todo en prólogos, introducciones y libros de divulgación”.19

Su narrativa, sin embargo, no se detiene tras esta evaluación, pues considera que con la entrada del materialismo histórico a la currícula de la ENAH a principios de la década de 1970, en la especialidad de arqueología se cuestionó a la “disciplina global desde sus cimientos” y “el resto de la profesión declara que la arqueología mexicana, y en especial la Escuela Nacional, debía estar en crisis”.20 Una nueva generación había llegado cargada de nuevas expectativas y fundamentos teóricos, y este fue el contexto que motivó a Gándara a escribir su tesis.

Periferia anómala

El carácter periférico constituye el eje de la narrativa de Gándara para caracterizar a la llamada arqueología oficial mexicana, una disciplina que se niega a introducir cualquier cambio en su quehacer teórico, metodológico y técnico. Allende a la incapacidad epistémica de la comunidad mexicana, Gándara propone que su indiferencia frente al desarrollo teórico universal está ocasionada por dos fenómenos de carácter histórico que definieron el curso de la disciplina: en primera instancia, “la ruta de compromisos con el Estado y sus requerimientos ideológicos”, tendencia iniciada por Leopoldo Batres durante el porfiriato; y, en segundo lugar, la reafirmación de la ideología en el poder, práctica también iniciada en el porfiriato, pero luego continuada y fomentada por Gamio durante los años revolucionarios, por medio de la cual se justificaba la naciente burguesía nacional “intentando ligar la práctica científica con el pueblo mediante la reconstrucción monumental y los museos de historia cultural”. Estos dos elementos, de acuerdo al autor, lejos de diluirse en las siguientes décadas, se consolidaron hasta formar el eje de la disciplina y convertirla en una práctica de “piramidiotas”.

Este devenir periférico y anómalo, social y epistemológicamente, provoca -para el autor- la crisis de la disciplina, estado descrito por Thomas Kuhn (1922-1996) en su libro La estructura de las revoluciones científicas. Gándara retoma de este modelo lo concerniente al desenvolvimiento del “paradigma”, la “ciencia normal”, la “crisis” y la “ciencia extraordinaria”, haciendo una extraña y completa omisión –ausente de justificación- de todo lo concerniente a la “comunidad científica”, así como de los aspectos sociológicos que están implicados en la propuesta kuhniana y que constituyen su columna vertebral.21

La omisión resulta un tanto más extraña porque el uso de la “crisis paradigmática” observada en la arqueología por Gándara, le sirve a éste para proponer el modelo nomológico-deductivo de Carl Hempel (1905-1997) como el ideal de “ciencia extraordinaria” que deberá resolver la crisis de la arqueología. La presencia de este autor responde a la propuesta de Gándara, quien en la parte final –y más gruesa del libro- retoma el ejercicio crítico de Lewis Binford (1930-2011) acerca de la nula capacidad explicativa de la historia cultural, así como su propuesta entorno a la nueva arqueología. Montado en los hombros de Binford, Gándara asegura que la arqueología a nivel mundial entró en crisis a mediados del siglo XX, cuando aquél criticó los fundamentos de la historia cultural, y en ello observa el tercer “cambio paradigmático” de la disciplina, siendo el primero el evolucionismo (que revolucionó la actividad diletante), y el segundo, la historia cultural (que introdujo la noción sobre la variabilidad humana). Aquí, la categoría de “paradigma”, arrancada de todos los componentes sociológicos e históricos del modelo original, se transmuta en una simple “teoría”.

Así, a lo largo del primer capítulo del trabajo –y siempre con base en lo antes formulado por Binford- Gándara desarrolla con gran detalle cada una de las críticas teóricas y metodológicas que aquél hizo a la historia cultural. Luego, en el segundo apartado, traza una propuesta –nuevamente siguiendo a Binford e incorporando las propuestas de Flannery- de cómo debería proceder la investigación arqueológica de carácter científico: una ciencia que parta de hipótesis para desarrollar leyes de carácter social.

Estos dos apartados adquieren sentido para el caso mexicano porque el autor asegura que todas las “anomalías” detectadas en la historia cultural a nivel mundial que anunciaban la “crisis” de la arqueología, no tuvieron impacto en México porque la arqueología oficial permaneció en un desesperante aislamiento, y mantuvo los presupuestos teóricos de la historia cultural, así como prácticas carentes de metodología.

Lamentablemente, los ejemplos que brinda no están relacionados con la incapacidad explicativa o metodológica de la historia cultural en el caso mexicano, sino con malas decisiones técnicas en el trabajo de campo, como por ejemplo la compra de bolsas de plástico (menos durables que las de tela), la errónea aplicación de una técnica de conservación, o la contratación de estudiantes para el levantamiento de un croquis en lugar del pago de un plano fotogramétrico con base en un vuelo.22

No obstante, es entonces cuando en su narrativa aparecen los componentes históricos y sociales de la ciencia, pero sólo para explicar el caso mexicano, el de la periferia anómala que se resiste a seguir el flujo universal de la ciencia. Gándara afirma que tal aislamiento es explicable por el “paradigma político”, es decir, por los compromisos ideológicos y monumentalistas que coartan su desarrollo científico. Son estos elementos, presentes desde el porfiriato y, por tanto, de carácter histórico e inmutable, los que indican la “crisis” de la arqueología oficial y explican su actual estado carente de cientificidad.

Crítica, filias y fobias

Es muy posible que el desarrollo de las teorías de mediados del siglo -críticas de la historia cultural- no haya sido el producto de la investigación histórica, sino que Gándara lo haya retomado de aquéllos quienes, para el momento de la escritura de su trabajo, se consideraban el centro científico, es decir, sus mentores. En 1973, Gándara cursó el Primer Taller de Adiestramiento Avanzado en Arqueología, impartido por Kent Flannery (1934-), Pedro Armillas García (1914-1984) y William T. Sanders (1926-2008). El taller implicó un mes de sesiones teóricas y recorridos en la Cuenca de México guiados por Sanders y Armillas, uno de recorrido y excavación en Oaxaca bajo la dirección de Flannery, y otro más de recorrido en la península de Yucatán con la finalidad de comparar las tres áreas.

La ocurrencia de este taller no fue referida por Gándara en La arqueología oficial… quizá, porque en cierto sentido, contradecía parte de su argumentación sobre el panorama de cerrazón dominante en la arqueología oficial de esa época.23 El Taller de Adiestramiento no sólo estaba dirigido por tres investigadores partidarios de las nuevas propuestas sistémicas y ambientalistas (es decir, críticos de la historia cultural), sino que también eran ampliamente reconocidos en México y Estados Unidos y tenían ya varios años y experiencia de trabajo en el país: Flanery, profesor de la Universidad de Michigan, dirigía desde 1966 el proyecto “Prehistory and Human Ecology of the Valley of Oaxaca, Mexico”; el español y refugiado Pedro Armillas se encontraba trabajando en Estados Unidos desde mediados del siglo, tras haberse formado en la Escuela de Antropología y ser adjunto de Alfonso Caso (1896-1970); mientras que Sanders, como profesor-investigador de la Universidad Estatal de Pennsylvania (Penn State), llevaba varios años en proyectos de investigación en la Cuenca de México y al poco tiempo publicaría uno de las obras más reconocidas para dicha región, The Basin of Mexico: Ecological Processes in the Evolution of a Civilizationes (coordinado con Parsons y Santley en 1979).24

Por otro lado, el taller no fue una empresa que ocurriera fuera de los márgenes de la institución, sino que fue organizado y financiado por el INAH para capacitar a los arqueólogos ya titulados como candidatos potenciales para ocupar la dirección de los Centros Regionales, instancias que entonces se estaban impulsando para abatir la centralización institucional.25 Pese a ello, Gándara, quien en ese momento era estudiante de los primeros semestres de arqueología en la escuela, tuvo acceso a una de las diez becas que se brindaron para cursar el taller.26

De tal forma, la ocurrencia el taller desmiente parcialmente la cerrazón de la arqueología oficial descrita por Gándara, e indica que existieron canales de diálogo entre las comunidades mexicana y de Estados Unidos, así como cierta apertura institucional para la capacitación de los investigadores y estudiantes fuera de los parámetros tradicionales, aun cuando éstos supusieran la crítica.

En otro sentido, la integración de estas teorías en La arqueología oficial… como parte del devenir universal de la disciplina, responde a la experiencia de aprendizaje y formación de su autor en su etapa estudiantil, es decir, el ejercicio crítico vertido en la obra no derivó necesariamente de la investigación histórica, sino que fue parte de su formación como profesional y en ello pudo radicar la valoración epistémica positiva que hace del mismo. Al tiempo, con esta evaluación Gándara muestra su cercanía académica con aquellos que fueron sus maestros y mentores y, posteriormente, cercanos colegas.27

La narrativa de Gándara también integra las filias y fobias de sus mentores. Al caracterizar como “piramidiotas” a los miembros de la Escuela Mexicana de Arqueología, el autor recuperaba el apodo que usaba su maestro Pedro Armillas para referirse a sus colegas mexicanos. Para el refugiado español, los arqueólogos del país se negaban a seguir las técnicas de la teoría ambientalista inglesa porque preferían hacer las cosas “mal” pero a menor costo.28 Gándara no lo menciona, pero el juicio del español no estaba guiado sólo por criterios epistemológicos sino que se encontraba matizado por una experiencia sumamente fuerte en su trayectoria personal y académica: luego de ser ayudante de la clase de Alfonso Caso y su colaborador en las exploraciones de Teotihuacán (a solo dos años de ingresar como estudiante y profesor de topografía en la Escuela de Antropología), se enemistó fuertemente con él y, tras ello, decidió emigrar a Estados Unidos y dar por terminada su carrera profesional en México.29

Por otro lado, la caracterización que hace Gándara de la arqueología oficial no parece haber sido resultado de un ejercicio intelectual aislado, sino parte de las críticas que en estos años se vertieron alrededor de los compromisos ideológicos y estatales de la antropología. En particular la arqueología fue fuertemente cuestionada por su escasa capacidad teórica y los excesos en la reconstrucción de los edificios prehispánicos. Como el mismo Gándara lo señaló en su trabajo, pocos años atrás de la presentación de su tesis (1974), la Reunión Técnica Consultiva sobre Restauración había denunciado las carencias y excesos de la arqueología en los sitios monumentales.

En este mismo sentido, Eduardo Matos Moctezuma publicó dos años más tarde una breve historia de la disciplina que incluía una crítica similar. Varios años mayor que Gándara, Matos ingresó a la Escuela de Antropología en 1959, es decir, cursó el programa curricular de 1952. Al igual que Gándara y muchos miembros de aquellas generaciones, Matos ingresó a laborar al INAH en los primeros años de su formación profesional, siendo nombrado Practicante en Ciencias histórico-geográficas en 1953.

A partir de este momento su carrera fue meteórica: luego de colaborar en los Proyectos Teotihuacán (1962-1964) y Cholula (1966), entre otros, fue nombrado subjefe de Monumentos Prehispánicos a los 27 años, y escaló rápidamente en la administración arqueológica como director de la ENAH (1971-1973), y de Monumentos Prehispánicos (1974-1977), Presidente del Consejo de Arqueología (1977) y, finalmente, coordinador del Proyecto Templo Mayor en 1978 a raíz del descubrimiento de la monumental Coyolxauhqui, posición que, sin duda, significó su mayor éxito académico y que potencializó su figura a nivel nacional e internacional.30

Fue desde esta última posición que Matos publicó su trabajo sobre historia de la arqueología, es decir, cuando se encontraba en la cima de su carrera administrativa y académica, al igual que lo hicieron Bernal (con su Historia de la arqueología…, en 1979) y Gándara (con La arqueología oficial…, en 1992), lo que sin duda, debió darle mayor autoridad a sus críticas (en términos sociológicos).

Pese a esta coincidencia con los otros autores, Matos muestra una distancia significativa con ellos. Años después de publicado su trabajo, en una serie de entrevistas que le hicieran David Carrasco y Leonardo López Luján, Matos reconoció que, por un lado, su interés por la historia de la arqueología nació al leer los artículos de Bernal publicados en la década de 1950, y por otro, que fue este interés el que motivó a Bernal para escribir su Historia…, lo cual resulta cuando menos cuestionable dadas las fechas de las publicaciones y las trayectorias de los personajes.31 Como fuera, a lo largo de su trabajo, Matos no establece un diálogo abierto con sus predecesores, y no cita los trabajos del viejo arqueólogo ni la tesis de Gándara (presentada dos años atrás).

Su historia fue publicada en 1979 en la revista Nueva Antropología. Titulado “Las corrientes arqueológicas en México”,32 el trabajo presenta un breve recorrido histórico de la arqueología desde el siglo XVI y hasta el tiempo de escritura del autor, centrándose en estos últimos años para destacar las tres corrientes que, a su juicio, imperaban en esos momentos: la de la Escuela Mexicana; la marxista (a la que presuntamente se suma, y la única con contenido teórico –a su juicio-), y la tecnicista.

Matos considera que la primera corriente implicó un paso atrás, porque con ésta se abandonó el carácter científico de la disciplina que fue iniciado por Manuel Gamio y, en cambio, se consolidó una práctica carente de referencias teórico-metodológicas definidas con una técnica de excavación deficiente y una marcada tendencia a la reconstrucción monumental de edificios. Si bien fue Alfonso Caso quien inició esta etapa y consolidó las instituciones que permitieron su desarrollo (el INAH, por ejemplo), Matos aclara que son varios los autores que se sumaron a la misma, entre ellos Jorge Acosta, Ponciano Salazar, César Sáenz y Eduardo Pareyón.33

El autor reconoce que la caracterización de esta Escuela la recuperó de aquélla que formuló Jaime Litvak King en la XII Mesa Redonda de Antropología, celebrada en Xalapa en 1973.[34] Si bien Litvak era siete años mayor que Matos, ambos debieron conocerse en la Escuela de Antropología, pues aquél egresó en 1963 y, al igual que Matos, trabajó desde esa fecha (y hasta 1967) en el Departamento de Monumentos Prehispánicos, al parecer, junto con José Luis Lorenzo, para luego ingresar como investigador a la Universidad Nacional Autónoma de México (1968).35

En efecto, durante la Mesa de la Sociedad Mexicana de Antropología, Litvak presentó un trabajo titulado “Posiciones teóricas en la arqueología mesoamericana”, con el cual caracterizó el desarrollo de la arqueología, sobre todo, a partir del porfiriato. Sobre la Escuela de Arqueología, menciona que fue una corriente que sólo recibió ligeramente la influencia de Gamio (quien fuera el iniciador de la arqueología moderna), y que era una “teoría que no pasó de ser descriptiva, [con] un análisis muy ligero y […] metodología poco exacta”.

No obstante, la caracterización de Litvak fue más allá de resaltar las carencias teórico-metodológicas de la escuela:

Las contribuciones de la Escuela Mexicana son especialmente importantes aunque su teoría no pasó de ser descriptiva, su análisis muy ligero y su metodología poco exacta. Sin embargo cubrió un aspecto que otras generaciones han buscado en vano: una divulgación efectiva […] De hecho sus reconstrucciones monumentales deben verse como la forma más clara de divulgación, maquetas a tamaño natural y fueron brillantemente ejecutadas.

[…] Todo arqueólogo moderno ha criticado, muchas veces con justicia, a la Escuela Mexicana de Arqueología. […] Debe, sin embargo, reconocerse que es también un producto, y quizá el primero en el mundo, del intento del estudio de su pasado por un país que, no siendo potencia, encuentra la necesidad de hacer su propia arqueología y que la intenta con bases propias. […] También debe verse el efecto de su trabajo. Si la Escuela Mexicana de la Arqueología no tuvo gran influencia sobre la disciplina, qua scientia, si la tuvo, y en gran medida, sobre ella como política, sobre todo en las nacientes inquietudes del resto de América Latina y, a través de ella, sobre la actitud hacia los grupos indígenas actuales.36

Litvak aseguraba, además, que desde la década de 1950 el interés ideológico del Estado había declinado a favor del impulso por el turismo, por lo que dos décadas más tarde, la comunidad mexicana se encontraba en medio de interminables discusiones entre profesores y alumnos, y profundamente dividida entre la arqueología “epigonal de la Escuela Mexicana” ligada al turismo y la reconstrucción, y la “investigativa” con menor apoyo financiero.37

Es curioso que Matos haya pasado por alto esta parte del análisis de Litvak, al grado de ni siquiera rebatir los supuestos aciertos de la Escuela Mexicana referidos por aquél. Es posible que -en la división esquematizada por Litvak- Matos fuese parte del ala “investigativa” y, en este sentido, su mirada y apreciación de la escuela también integraba (sin mencionarlo) parte de sus experiencias personales de los primeros años de trayectoria como profesional. Al poco tiempo de egresar de la ENAH, fue parte del proyecto Cholula, dirigido por Miguel Messmacher en 1966. En éste se planteaba “una posición diferente con la antropología que hasta ese momento se [venía] realizando dentro del INAH” con un marco teórico específico, interdisciplinario, y sin el objetivo de “construir pirámides”.38 No obstante, el proyecto fue efímero dado que su equipo muy pronto fue reemplazado por otro, esta vez, dirigido por Ignacio Marquina, uno de los miembros de la Escuela Mexicana.

Años después, al escribir una historia de la arqueología más profusa que, sin embargo, sigue la pauta de su artículo “Las corrientes…”, Matos recordaría al respecto:

Siguiendo algunos de los postulados de Gamio, se pretendía realizar un estudio integral de área desde la época prehispánica hasta la actualidad con el concurso de antropólogos sociales, médicos, lingüísticas, arqueólogos y arquitectos, entre otros. Se planteó una problemática específica y se utilizaron categorías generales como la de continuidad ydiscontinuidad. Todo esto resultaba insólito en aquellos años y con mayor razón si el proyecto se daba, en términos generales, dentro del INAH, pues traía consigo una crítica a la arqueología realizada hasta el momento y demostraba que podían realizarse investigaciones interdisciplinarias sin que hubiera necesidad de construir pirámides. ¿Cuál fue el destino de este proyecto? Don Alfonso Caso se quejó ante el Secretario de Educación, creándose una comisión encabezada por el mismo don Alfonso y de la que formaron parte Ignacio Bernal, Jorge Acosta, Ignacio Marquina y José Luis Lorenzo. Visitaron Cholula y prácticamente a raíz de esta visita de inspección se desintegró el proyecto, dando paso a otro, encabezado por Ignacio Marquina, que ya no continuó el programa original, sino que se convirtió en un proyecto puramente arqueológico con el resultado catastrófico de la reconstrucción del edificio de la fachada principal de la pirámide, conocida como la “pirámide de concreto”.39

El proyecto Cholula no sólo fue relevante para la investigación del sitio, sino que constituyó un verdadero enfrentamiento entre los actores. En 1967, en versión rústica, Messmacher y su equipo dieron a la prensa los resultados preliminares de su investigación denunciando:

El proyecto Cholula reanuda la actitud científica dentro de la investigación antropológica que en 1917 Don Manuel Gamio iniciara. Dos concepciones diferentes e irreconciliables de la Antropología presentan una aguda disyuntiva en principio. Los autores del informe creen en la necesidad de integrar al Hombre con sus circunstancias; contribuir al progreso del país integrando su pasado a nuestra estructura actual; explicar los factores que confluyen en el fenómeno social, su proyección y planear, con deseo de crear modelos científicos, el desarrollo futuro del área y la región económicamente afectada en torno al hombre. Quienes se oponen -con la conspiración del silencio- oponen a estas ideas escaparates turísticos.

En contra de este Proyecto se han confabulado los sectores retrógrados del INAH, que pretenden conservar sus privilegios, obstaculizando sistemáticamente el paso de nuevos investigadores, actitud totalmente anticientífica.40

Luego de la sustitución de Marquina en la dirección del proyecto, Messmacher abandonó su carrera en el ámbito de la arqueología y la antropología, mientras que Matos puso una breve pausa en su carrera de investigación.

Aunque Matos llegó a considerar que este episodio fue en realidad “una lucha generacional”,41 en la batalla él no fue de los perdedores, pues el suceso también significó el inicio de su ascenso en la administración arqueológica: al ser nombrado Marquina jefe de Monumentos Prehispánicos, aquél ocupó la subdirección de la misma entidad. Luego vino la dirección de la ENAH (1971-1973), la de Monumentos Prehispánicos (1975) y la presidencia del Consejo de Arqueología (1977), “el cargo más alto de la arqueología nacional” cuando sólo contaba con 36 años.42 Luego, las obras de drenaje en la plaza del Zócalo sacaron a la luz la monumental Coyoxauhqui, y el director del INAH, Néstor García Cantú, lo llamó para dirigir el proyecto.

En la “lucha generacional”, en realidad, los miembros de la Escuela Mexicana de Arqueología llevaban las de perder, pues de forma natural, sus espacios (en la academia y el poder) eran paulatinamente ocupados por los más jóvenes y la historia de la disciplina era (re)escrita. El proyecto Cholula, en realidad, puede observarse como una metáfora cruenta de aquella batalla que perdieron: fue el último sitio de estas dimensiones que realizó la Escuela, pero fue el más criticado, al grado de que la sombra de concreto de la pirámide alcanza a oscurecer sus logros en la institucionalización y profesionalización de la arqueología en México.

Epílogo

La sombra que oscureció la trayectoria y herencia de la Escuela Mexicana de Arqueología no se ha disipado pese a la distancia que media de la escritura de aquellos trabajos y sus luchas generacionales. Regreso a La arqueología oficial… para intentar explicarlo parcialmente.

En el “Postcript” de este trabajo, Gándara se desdijo de buena parte de lo que escribió originalmente como tesis. En este apartado relató que al año siguiente de presentar su trabajo ante el jurado, viajó a Michigan para realizar estudios de Posgrado y que ello le permitió mirar con nuevos ojos y conocimiento su tesis, y si bien hubiese podido integrar tales reflexiones a la publicación, no lo hizo, sino que únicamente agregó el “Postcript”.

En este último reconoció que al escribir la tesis no pudo observar el relativismo que ofrecía la propuesta de Kuhn (quien “es en realidad un historiador de la ciencia más que un filósofo de la ciencia”43) y, por tanto, que su modelo no servía para explicar el “crecimiento” de la ciencia como él pretendió hacerlo al usarlo para explicar la arqueología. No obstante:

…la aplicación que hice del modelo no requiere de asumir los supuestos epistemológicos u ontológicos de Kuhn que lo llevan a la inconmensurabilidad. Creo que la explicación de las dificultades de diálogo interparadigmático son pertinentes al caso mexicano, y que sus indicadores, de la manera en que surge y se desarrolla una posición teórica, siguen siendo útiles para describir a grandes rasgos el desarrollo de la arqueología mexicana.44

Por otro lado, consideró que al momento de la escritura de la tesis y sin que él tuviera conocimiento (por la falta de acceso a la bibliografía reciente), Lewis Binford había abandonado el modelo nomológico-deductivo en la arqueología y se sumaba a las filas del relativismo, transformando radicalmente la nueva arqueología. A su llegada a Michigan se encontró con:

… la sorpresa de que dos de los elementos que yo rescataba como posibles soluciones aportadas desde la arqueología procesual, sobre el método y sobre el modelo de cultura habían caído en desgracia, prácticamente al tiempo en que yo escribí la tesis. En particular, el propio Binford dudaba de la aplicabilidad del método hipotético deductivo y abrazaba de manera explícita el relativismo kuhniano con todas sus consecuencias. Por otro lado, críticos de Hempel y propositores de la teoría de sistemas, habían creado una nueva vertiente en la arqueología procesual que prácticamente rechazaba la insistencia en la explicación como meta, o la posibilidad de descubrir leyes importantes de desarrollo histórico.45

Estos cambios ocasionaron una multiplicidad de posturas procesuales que, para Gándara no resultaban consistentes, al grado de que consideraba que no sería posible sostener una posición “procesual congruente”. Por ello, “la lectura de los capítulos correspondientes en mi tesis deben evaluarse a la luz de los pronunciamientos originales binfordianos, que por desgracia ni el mismo Binford parece sostener el día de hoy”.46

También reconoció que el uso ideológico de la arqueología algunas veces es necesario y que debe, “ser evaluado con referencia al proyecto nacional respectivo, y a la medida en que este proyecto es un proyecto social justo, que de manera lateral promueve, y no sólo usa, el patrimonio cultural.”47

Finalmente, también reconoció que su investigación no fue un “estudio en detalle de la arqueología oficial mexicana –a pesar de su título”, sino una “propuesta metodológica para resolver algunos problemas urgentes de la arqueología del INAH”, que requeriría, para ser completa, de una especie de “sociología de la arqueología”.48

No obstante, y pese a todas estas “precisiones”, decidió publicar de forma íntegra la tesis. ¿Por qué? Si las diferencias del autor a doce años de distancia fueron de tal envergadura ¿por qué publicar el texto original?, ¿por qué no hacer un nuevo texto con base en los cambios teóricos del autor?49

Quizá, porque como el mismo autor señala, tales cambios los desarrolló con amplitud en otros artículos en los siguientes años, con gran aceptación de la comunidad académica,50 y porque varias de sus propuestas originales fueron retomadas, al menos parcialmente, para modificar algunos de las acciones de la institución frente al patrimonio.51

O quizá, porque como él mismo aseguró, las “diferencias” del “Postcript” no lograban modificar la columna vertebral del texto original y, antes bien, reafirmaban su intención primaria, pese a que una primera lectura del trabajo puede hacer parecer incongruentes ambos apartados entre sí. En efecto, con la publicación de La arqueología oficial mexicana. Causas y efectos, Gándara dejó constancia de su distancia frente a la arqueología nacional, sobre todo, a la realizada por sus mentores. Es decir, la publicación tiene y reafirma su pretensión histórica y, sobre todo, genealógica, que busca romper con la generación precedente e, incluso, con la de aquéllos que en un primer momento le sirvieron de ejemplo para sumarse a un movimiento de cambio revolucionario de la ciencia universal.

En su obra, la historia cultural se convierte en el “paradigma” de la arqueología mundial; la nueva arqueología representa la “ciencia extraordinaria”; México es la periferia del sistema científico mundial; y, finalmente, y lo más importante, (el primer) Binford, Flanery y él, entre otros, se convierten en los promotores de la “revolución científica” en la arqueología mundial (en su centro científico).

Este sentido genealógico no es exclusivo del trabajo de Gándara. Al igual que aquél,52 Matos profundizó en las siguientes décadas en la investigación de la historia de la disciplina después de aquel artículo de “Las corrientes…”, y no modificó el sentido de su narrativa inicial. En Las piedras negadas. De la Coatlicue al Templo Mayor, publicado en 1998 por el INAH, Matos mostró el devenir de la arqueología en un progresivo ascenso desde la Ilustración, a partir de breves semblanzas de personajes y un proyecto: Antonio León y Gama y su erudito estudio científico, el interés ilustrado de Alejandro von Humboldt, el proyecto científico de Manuel Gamio y, finalmente, el proyecto Templo Mayor. La historia ascendente de la disciplina sólo presenta dos pequeñas y breves desviaciones que, sin embargo, no logran sacarla de su cauce científico: Leopoldo Batres y Alfonso Caso.53

Así, ambas genealogías -la de Gándara y la de Matos- no sólo introducen a sus autores como parte del devenir ascendente de la disciplina, sino que fincan sus nuevos eslabones en la denostación de la Escuela Mexicana de Arqueología, y de la patente ruptura con la tradición de quienes fueran sus mentores.

Al igual que en la historia narrada por Bernal, en estas narrativas el universalismo es más persistente de lo que sus autores reconocen, y el progreso y centralismo permean buena parte de sus parámetros para consolidar un origen y desarrollo progresivo sustentados en héroes y genealogías de grandes linajes y blasones. Pero, a diferencia de aquélla otra historia, las más recientes mantienen la convicción de que la historia de la ciencia (y la de la arqueología en particular) sólo sirve para explicar a las periferias como México, aquéllas en donde la teoría se corrompe por la intromisión de intereses ideológicos, políticos y mercantiles, aquéllas que desde su origen han estado marcadas por intereses ajenos a la ciencia, aquéllas que requieren del impulso de grandes hombres desde el centro científico para iluminar su camino periférico hacia la verdad.

En este sentido, el balance que ofreció Jaime Litvak en aquella Mesa de la SMA de 1973 resulta sumamente esclarecedor: las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX fueron el escenario de posiciones teóricas emergentes de Estados Unidos (nueva arqueología) que buscaban un lugar entre las teorías europeas ya anidadas en México (ambientalismo y Gordon Childe), al tiempo que se daba un gran impulso a la actividad turística. Este contexto vio la emergencia de fuertes enfrentamientos entre generacionales, así como la crítica hacia el quehacer de las viejas generaciones, a la Escuela Mexicana.

Este fue el escenario en que establecieron los diálogos entre líneas que suponen las obras de Bernal, Gándara y Matos. Fueron miembros de dos esferas diferentes dentro de la academia, formados en dos escuelas distintas, y parte de generaciones que se estaban sucediendo en el poder. Si Ignacio Bernal publicó La historia… para dejar un testimonio positivo de su generación y, sobre todo, del valor de sus empresas para la disciplina científica que hasta hace poco había dirigido; ese mismo contexto posibilitó la escritura de la siguiente generación y su rechazo a la tradición de sus mentores, mientras escalaba posiciones de poder y construía su propia genealogía.

De esta forma, todas estas historias muestran no solo una sucesión generacional y las transformaciones en los intereses epistémicos y sociales de la disciplina a nivel nacional e internacional, sino que, además permiten observar cómo la historia de la disciplina -como ejercicio de escritura- ha servido como un foro y herramienta para ventilar discrepancias académicas y, sobre todo, de poder, entre sus miembros. En este último sentido, el recuento y análisis de estas historias, también permite vislumbrar cierta incapacidad de la comunidad arqueológica para conservar y transmitir sus formas de trabajo, preguntas, intereses y costumbres epistémicas (su agenda) a los más jóvenes, es decir, para generar escuela. La historia, aquí, se convierte en el campo de batalla entre las generaciones… batallas en las que la constante perdedora ha sido la tradición.

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Archivos

Archivo de la Palabra-Dirección de Estudios Históricos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Notas

1 Uso la denominación de Luis González en su clásico trabajo La ronda de las generaciones. Los protagonistas de la Reforma y la Revolución Mexicana, México, SEP-Cultura, 1984, pp. 66-99.
2 Me refiero a las reflexiones de corte histórico y sociológico suscitadas a partir de la década de 1960 en la reflexión sobre la construcción del conocimiento científico.
3 En 1988 fue publicada la gran obra de compilación (en 15 volúmenes) de Carlos García Mora, La antropología en México. Panorama histórico, lo que sin duda marca el interés de la comunidad antropológica en general, sobre la escritura de su historia. Al poco tiempo, también Luis Vázquez León, publicaba su tesis doctoral, El leviatán arqueológico, obra que también se convirtió en un trabajo capital en la materia. El crecimiento en esta área de estudio es visible en el número de investigaciones producidas desde entonces: en un recuento general, a partir de 1979 y hasta 2016, tenemos 15 libros publicados, 9 tesis de licenciatura y 17 tesis de posgrado. Véase el análisis general de este crecimiento en Haydeé López Hernández, “Un área en ciernes. Breve acercamiento a los estudios sobre historia de la arqueología”, ponencia presentada en el marco del X Aniversario de la Sociedad de Historiadores de la Ciencia y de las Humanidades, llevado a cabo el 9 de marzo de 2017 en la Universidad Autónoma de Querétaro, Querétaro, México.
4 Manuel Gándara, “Las corrientes arqueológicas en México”, Nueva Antropología, vol. III, núm. 12, diciembre, 1979, pp. 7-26.
5 Los primeros trabajos de Bernal datan de la década de 1950. Véanse “La arqueología mexicana del siglo XX”, Memoria del Congreso Científico Mexicano, 15 vols., México, UNAM, Vol. XII, pp. 235-262; “Cien años de arqueología mexicana. 1780-1880”, en Cuadernos Americanos, México, UNAM, Año XI, núm. 2, marzo-abril, 1952, pp. 137-151; “La arqueología mexicana de 1880 a la fecha”, en Cuadernos Americanos, México, UNAM, Año XI, núm. 5, septiembre-octubre, 1952, pp. 121-145. En la década siguiente también publicará “Humboldt y la arqueología”, en autores varios, Ensayos sobre Humboldt, México, FFyL-UNAM, 1962, pp. 121-132.
6 Las fechas fueron tomadas de su perfil de Linked in, disponible en: https://mx.linkedin.com/in/manuel-gandara-90040214?trk=pub-pbmap. Consulta electrónica realizada el 28 de diciembre de 2017.
7 Para el momento en que Gándara ingresó a la ENAH, Bernal ocupaba la dirección del instituto.
8 La década de 1970 está marcada por un fuerte crecimiento en el INAH, tanto en su planta y centros de investigación como en la matrícula de la Escuela de Antropología. Gándara ingresó como Investigador Asociado B. Véase https://mx.linkedin.com/in/manuel-gandara-90040214?trk=pub-pbmap. Consulta electrónica realizada el 28 de diciembre de 2017.
9 Manuel Gándara, La arqueología oficial mexicana. Causas y efectos, México, INAH (Colección Divulgación), 1992., p. 12.
10 Ibídem, p. 13.
11 Las fechas de estos puestos fueron tomadas de su perfil de Linked in, disponible en: https://mx.linkedin.com/in/manuel-gandara-90040214?trk=pub-pbmap. Consulta electrónica realizada el 28 de diciembre de 2017.
12 El apartado “Antecedentes y motivación de la publicación”, que abre la publicación está fechado entre 1988 y 1989.
13 Manuel Gándara, La arqueología oficial…, p. 7.
14 Habrá que señalar que Gándara se mantuvo como docente de la escuela hasta 2011, cuando cambió su adscripción a la Escuela Nacional de Conservación y Restauración y Museografía.
15 Las otras dos razones fueron: para manifestar los cambios del autor en las posiciones que sostuvo originalmente; y como un acto de justicia, dado que la investigación fue financiada por el INAH. Manuel Gándara, La arqueología oficial…, pp. 7-8.
16 Ibídem, p. 14.
17 Manuel Gándara, La arqueología oficial…, pp. 30-35.
18 La caracterización epistemológica de estas posturas teóricas a nivel mundial en Bruce G. Trigger, Historia del pensamiento arqueológico, Trad. Isabel García Trócoli, Barcelona, Crítica, 1992.
19 Manuel Gándara, La arqueología oficial…, p. 37.
20 Ibídem, p. 37-38. Nótese que estos años son aquéllos en los que Gándara estudió en la ENAH. Debió cursar el plan de estudios de 1968, y vivir los cambios suscitados por la introducción del plan de 1972, en el que se insertaron materias de materialismo histórico, como optativas y obligatorias. Véase el contenido curricular y un análisis de los cambios en los planes de estudio en David Rettig Hinojosa, “Los planes de estudio de Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y sus transformaciones (1964-2006): una reflexión sobre la nueva propuesta curricular”, tesis de maestría en Filosofía de la Ciencia, México, FFyL-UNAM, 2008.
21 De hecho y en buena medida, el carácter sociológico de la obra de Kuhn ha sido considerado como un parteaguas en los análisis sobre la ciencia.
22 La descripción de estos casos los brinda en el “Apéndice I”, siempre omitiendo los nombres de los involucrados.
23 En cambio, Gándara narra su participación en el taller (y sin referir el devenir de la arqueología oficial) en “La teoría más refutada del mundo” (Cuicuilco, núm. 47, septiembre-diciembre, 2009, p. 148-149), artículo en el que destaca su participación en las propuestas teóricas de Sanders, y a raíz del homenaje póstumo rendido a este investigador en el Posgrado de la ENAH en 2009.
24 Los datos biográficos y académicos de Sanders en Patricia Fournier y Fernando López, “Presentación”, Cuicuilco, vol. 16, n° 47, septiembre-diciembre, 2009, pp. 5-16; de Flannery en https://lsa.umich.edu/anthro/people/faculty/archaeological-faculty/kflanner.html (consulta electrónica el 25 de julio de 2018); y de Armillas en PHO/10/3 (Entrevista a P. Armillas), Archivo de la Palabra, DEH-INAH
25 Para Julio César Olivé, este proyecto de descentralización respondió a la política general del presidente Echeverría, y se enmarca en la etapa (3ª) de “crisis e innovaciones”. Véase “Instituto Nacional de Antropología e Historia”, en Carlos García mora y Mercedes Mejía Sánchez (coords.), La antropología en México. Panorama histórico, 15 vols., México, INAH (Colección Biblioteca), vol. 7, p. 218
26 A decir de Gándara (“La teoría más refutada…”), pudo ingresar al curso gracias a la recomendación de la arqueóloga Linda Manzanilla Naim, quien era profesora en la ENAH desde 1974 e investigadora del Departamento de Prehistoria del INAH (1972-1977). Para esos momentos, Manzanilla formaba parte del Proyecto de Paleoetnología del Valle de Teotihuacán, y cabe destacar que también cursó el taller. Los datos académicos de ésta última fueron tomados de su perfil en Academia Edu, disponible en: https://unam.academia.edu/LindaRosaManzanillaNaim/CurriculumVitae. Consulta electrónica el 24 de julio de 2018.
27 Al menos, de su narración en Manuel Gándara, “La teoría más refutada…”, es posible deducir una profunda cercanía con varios de aquellos personajes, incluso desde el momento en que fue su discípulo.
28 Gándara, “La teoría más refutada…”, p. 10-11.
29 “Entrevista a Pedro Armillas”, realizada por Marisol Alonso, agosto-octubre de 1978, Ciudad de México, en Archivo de la Palabra, PHO/01/03. Véanse las pags. 256 y ss. de la transcripción, acerca del enfrentamiento con Caso y su decisión de abandonar su puesto en el INAH para migrar a EU. Véase también la narración de este episodio en la entrevista realizada por Jorge Durand al español en: Jorge Durand y Luis Vázquez (comps.), “Por una arqueología pedestre”, Caminos de la antropología. Entrevistas a cinco antropólogos, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional Indigenista, México, 1990, pp. 41-46.
30 Omito los nombramientos y distinciones de Matos de los siguientes años, los cuales, sin duda son numerosos e importantes, pero quedan fueran del margen temporal que me interesa aquí. Sus datos biográficos en Davíd Carrasco y Leonardo López Luján (entrevistadores), Los rompimientos del Centauro. Conversaciones con Eduardo Matos Moctezuma, México, Porrúa, 2007.
31 Los recuerdos de Matos al respecto son sumamente interesantes, por lo que develan en torno a la autoconstrucción de su autoridad en el campo de la historia de la disciplina. Sobre este evento, recuerda que acudió a Bernal para solicitar que fuese el director de su tesis de doctorado en antropología, con el esquema de capitulado y alguna bibliografía, cuando aquél ocupaba la dirección del Museo Nacional de Antropología (1970-1976), a lo que Bernal respondió positivamente, y por lo que Matos concluye que “él debió de haber pensado: ‘Hombre, un tema que yo he estado trabajando y este joven viene a proponerlo, mejor lo acabo pronto y después que este joven escriba lo que quiera…’”. (Los rompimientos…, p. 60). Tal parece que Matos nunca escribió la tesis referida, aunque sin duda ahondó en tal investigación y es posible que los resultados estén plasmados en los varios títulos que publicó años después: De la Coatlicue al Templo Mayor, México, CNCA, 1998; Grandes hallazgos de la arqueología: de la muerte a la inmortalidad, México, TusQuets Editores, 2013; Los comienzos de la arqueología mexicana: en respuesta a Carlos Navarrete, México, El Colegio Nacional, 2002; Arqueología del México Antiguo, México, INAH/Jaca Book, 2010; e Historia de la arqueología del México Antiguo, 2 tomos, México, El Colegio Nacional, 2017. Cabe destacar que estos dos últimos, solo difieren en el título y la edición de los volúmenes, pero su contenido es idéntico sin que medie la debida aclaración al respecto. Por otro lado, Matos también fue coordinador de la exposición Descubridores del pasado de Mesoamérica, montada en el Antiguo Colegio de San Idelfonso en 2001, así como de la publicación respectiva.
32 Manuel Gándara, “Las corrientes arqueológicas en México”, Nueva Antropología, vol. III, núm. 12, diciembre, 1979, pp. 7-26.
33 Ibídem, pp. 15-16.
34 Jaime Litvak, “Posiciones teóricas en la arqueología mesoamericana”, Balance y perspectiva de la antropología de Mesoamérica y del centro de México, México, SMA, Tomo I, 1975, pp. 11-23.
35 Sus datos biográficos en “Jaime Litvak, arqueólogo notable, maestro excepcional”, Diario judío, disponible en: http://diariojudio.com/comunidad-judia-mexico/jaime-litvak-arqueologo-notable-maestro-excepcional/9298/ (consulta electrónica el día 5 de junio de 2018).
36 Jaime Litvak, “Posiciones teóricas…”, p. 16-17.
37 Ibídem, p. 19.
38 Eduardo Matos Moctezuma, “Las corrientes arqueológicas en México, Nueva Antropología, vol. III, núm. 12, diciembre, p. 19.
39 Eduardo Matos, De la Coatlicue al Templo Mayor, p. 110-111.
40 Prefacio”, Cholula. Reporte preliminar, México, Editorial Nueva Antropología, 1967, s.n.p. Se refiere, asimismo, que la publicación del informe en tal editorial de debió a la negativa de la Dirección de Publicaciones del INAH. Agradezco la referencia de esta publicación a Fernando López Aguilar.
41 David Carrasco y Leonardo López, Los rompimientos…, p. 56.
42 Ibídem, p. 74.
43 Manuel Gándara, La arqueología oficial…, p. 191.
44 Ibídem, p. 199. Asegura y explica que no fue por carencia teórica, sino porque leyó la primera edición de la obra y no la segunda en la que Kuhn hace pública su polémica al respecto con Popper.
45 Ibídem, pp. 200-201.
46 Ibídem, p. 204.
47 Ibídem, p. 218. Esto lo señala a la luz de los movimientos independentistas en Puerto Rico, y ante el caso de Venezuela, en donde se instauró el origen oficial de la historia en la conquista española.
48 Ibídem, p. 219.
49 Si bien la obra aparece 15 años después, la escritura corresponde a una distancia de 12, tal como es reiteradamente señalado por el autor en el “Postcript”.
50 Sobre todo, su desilusión –ahora convertida en crítica- frente a los cambios de Binford y la Nueva Arqueología. Véase Manuel Gándara, “La Vieja Nueva Arqueología, Primera Parte”, Boletín de Antropología Americana, núm. 2, 1980, pp. 7-70; y “La Vieja Nueva Arqueología, Segunda Parte”, Boletín de Antropología Americana, núm. 3, 1981, pp. 7-70.
51 Así lo reitera a lo largo del “Postcript”.
52 Su tesis doctoral publicada como libro en 2011 ahonda en su participación en el desarrollo de las propuestas teóricas de la segunda mitad del siglo XX. Véase Manuel Gándara, El análisis teórico en ciencias sociales. Aplicación a una teoría del origen del Estado en Mesoamérica, Zamora, México, El Colegio de Michoacán, 2011.
53 En la publicación más reciente (Arqueología del México…) de este autor, se percibe un tono más ligero en la crítica, como por ejemplo en torno a la figura de Leopoldo Batres.
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